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Foto: Ernest Mandel |
Alain Bihr |
En su obra más destacada, El
capitalismo tardío, cuya edición original data de 1972/1, Ernest Mandel
(1923-1995) desarrolla un análisis magistral de la fase de desarrollo del
capitalismo que siguió a la gran crisis estructural de los años treinta del
siglo pasado. En su conjunto, la obra muestra la riqueza de la tradición
marxista clásica en la que se sitúa, pero también algunas de sus limitaciones.
Estas aparecen en particular en el capítulo XV del libro, titulado El Estado en la era del capitalismo tardío/2.
En él se plantea, en efecto, un análisis del Estado de carácter básicamente
funcionalista en su enfoque tanto del Estado capitalista en general como de las
diferentes formas que adopta en el curso de las sucesivas fases de desarrollo
del modo de producción capitalista.
Mi intervención en este
foro,
organizado con motivo del vigésimo aniversario de la muerte de Ernest Mandel,
tiene por objeto poner de manifiesto tanto las limitaciones generales de dicho
análisis funcionalista como las omisiones a que conduce en la presentación de
El Estado en la era del capitalismo tardío
y más allá, en la fase actual de su desarrollo. Las restricciones impuestas a
esta intervención, sin embargo, me obligan a formular unas tesis cuyo
desarrollo argumentativo únicamente podré esbozar en esta ocasión.
1. Un
análisis básicamente funcionalista del Estado capitalista
El capítulo que dedica Mandel a El Estado en la era del capitalismo tardío, relativamente corto (de
tan solo una veintena de páginas), se estructura del modo siguiente. Tras un
breve análisis de lo que es el Estado en general, la exposición avanza de
manera cronológica, pasando revista a las características del Estado
capitalista durante las fases sucesivas de desarrollo del capitalismo: el
periodo de nacimiento del capitalismo (el Estado absolutista), el periodo del
capitalismo de la competencia (el Estado liberal), el periodo del llamado capitalismo
monopolista, antes de detenerse más en las especificidades de El Estado del
capitalismo tardío.
1.1. Lo que me
llamó la atención de inmediato al leer este capítulo es el carácter estricta,
exclusiva y casi obsesivamente funcionalista del mismo. Este aparece en primer
lugar en el breve análisis que desarrolla Mandel del Estado en general. En las
dos páginas que ocupa (375 a 377), el término “función” se repite veinte veces.
Este tic de escritura no se debe en absoluto al azar, sino que obedece a la
definición que propone Mandel del Estado en general con que comienza el
capítulo:
“El Estado es un producto de la
división social del trabajo. Surgió como un resultado de la creciente autonomía
de ciertas actividades superestructurales, mediadas con la producción material,
cuyo papel era sostener una estructura de clases y unas relaciones de
producción” (página 461).
Así, para Mandel, el Estado se define en su conjunto por su
función en el seno de una sociedad dividida en clases (mantener las condiciones
de dominación), función que determina la autonomización de determinadas
estructuras superestructurales y su mediación con la producción material. Es
más, la especificidad de la teoría marxista del Estado consiste para Mandel en
su comprensión específica de las funciones del Estado en general, y más
concretamente en el hecho de que explica por qué estas funciones se ejercen en
forma de separación entre sociedad y Estado:
“El punto de partida
de la teoría del Estado de Marx es su distinción fundamental entre el Estado y
la sociedad; en otras palabras, el discernimiento de que las funciones
realizadas por el Estado no tienen que ser necesariamente transferidas a un
aparato separado de la masa de los miembros de la sociedad, salvo en
condiciones históricamente determinadas y específicas. Es esta tesis la que la
separa de todas las demás teorías sobre el origen, la función y el futuro del
Estado” (página 461).
Estas líneas indican hasta qué punto el Estado se reduce
para Mandel a sus funciones y la originalidad de la teoría marxista del Estado
consiste, para él, en sus funciones en las condiciones de una sociedad dividida
en clases.
Para completar su análisis del Estado en general, Mandel no
tiene más que detallar sus principales funciones constitutivas, que según él
son las tres siguientes:
– “Proveer
aquellas condiciones generales de producción que no pueden asegurarse por medio
de las actividades privadas de los miembros de la clase dominante” (página
461);
– “Reprimir
cualquier amenaza al modo de producción prevaleciente por parte de las clases
dominadas y de algunos sectores particulares de las clases dominantes […]”
(página 462);
– “Integrar
a las clases dominadas para asegurar que la ideología dominante de la sociedad
siga siendo la de la clase gobernante y que en consecuencia las clases
explotadas acepten su propia explotación sin el ejercicio inmediato de la
represión contra ellas […]” (página 462).
De este modo, Mandel relaciona toda la actividad del Estado
y todo su aparato con sus funciones principales.
1.2. En segundo
lugar, el carácter funcionalista del análisis del Estado propuesto por Mandel
se pone de manifiesto asimismo en el resto del capítulo. No solo consiste
básicamente en mostrar cómo se han presentado las funciones generales del
Estado (transformadas, modificadas) en las distintas épocas o fases del devenir
histórico del capitalismo; o cómo se han complementado con funciones
específicas, propias del Estado capitalista o de una fase histórica de su
desarrollo. No obstante, el funcionalismo se traduce también y sobre todo en el
hecho de que Mandel pasa del análisis de las funciones del Estado en general a
las del Estado capitalista en particular, a las diferentes fases de su
desarrollo, sin ninguna solución de continuidad.
En efecto, según Mandel, para definir y analizar el Estado
capitalista es condición necesaria y suficiente demostrar cómo declina éste, de
alguna manera, las funciones del Estado en general antes señaladas; y esto es
lo que hace él por su parte. Con ello pasa por alto completamente las marcadas
peculiaridades que imprimen las relaciones de producción capitalistas en la
forma del Estado (como Estado de derecho) y en su estructura (como sistema de
Estados rivales y desiguales), que constituyen factores de discontinuidad entre
los distintos Estados precapitalistas y el Estado capitalista. En suma, debido
a su enfoque funcionalista, Mandel explica de hecho por qué existe un Estado en
el capitalismo: por las funciones que desempeña en el mismo y por ser el único
que puede cumplirlas. Sin embargo, no nos explica para nada cómo existe un
Estado en el capitalismo: los rasgos específicos del Estado bajo el capitalismo
o los rasgos específicamente capitalistas del Estado, presentes como veremos
tanto en su forma como en su estructura.
1.3. Antes de
esto, preguntémonos por las razones fundamentales de este enfoque estrechamente
funcionalista del Estado que caracteriza este capítulo de El capitalismo
tardío. Me contentaré con dos observaciones al respecto. Por un lado, este
funcionalismo no es exclusivo de Mandel, sino que impregna la mayor parte de la
tradición marxista (aunque con algunas felices excepciones, como veremos) y,
más en general, por cierto, todas las ciencias sociales, empezando por la
sociología y las ciencias políticas (pagando estas últimas también un oneroso
tributo al juridicismo). El hecho de que el marxismo no haya logrado romper con
este modelo dominante nos conduce a una de sus lagunas fundamentales:
precisamente la ausencia de una teoría del Estado. No encontramos tal teoría ni
en Marx ni en ninguno de sus principales epígonos, pese a que la tradición
marxista ha hecho muchas aportaciones en la materia. Por otro lado, sin duda
como causa secundaria, es preciso mencionar el tributo que rinde Mandel a una
tradición anglosajona de la que el funcionalismo es la matriz exclusiva. En
efecto, cuando a partir de la página 469 emprende el análisis de El Estado en la era del capitalismo tardío,
las referencias a esta tradición adquieren una presencia aplastante.
2. Primera
omisión: la forma general del Estado capitalista
Por su enfoque funcionalista del Estado en general y del
Estado capitalista en particular, Mandel deja totalmente de lado la cuestión de
la forma específica de este último. Es a otro marxista, desgraciadamente menos
conocido que Mandel, a quien debemos el mérito de haber delineado la forma
general específica del Estado capitalista. Me refiero a Evgueny Bronislavovic Pashukanis,
autor de La teoría general del derecho y
el marxismo/3.
2.1. La cuestión
general que se plantea Pashukanis en este libro es la siguiente: ¿qué forma
general adoptan las relaciones entre las personas en una sociedad como la
capitalista, en cuyo seno las relaciones entre las cosas, que son producto del
trabajo de aquellas, adoptan la forma general del intercambio mercantil? O
dicho de otra manera: ¿qué forma general adoptan las relaciones entre las
personas en una sociedad en que las cosas que producen y por las cuales
aseguran su existencia material y social adoptan la forma general de mercancía?
Es una pregunta a todas luces inspirada por una lectura atenta y reflexiva del
Capital y, en particular, de los pasajes que Marx consagra a la preeminencia y
la imposición de la forma de mercancía y de su naturaleza de fetiche en el
capitalismo.
Así, partiendo de algunas indicaciones formuladas por Marx,
Pashukanis elabora el contenido de su respuesta a la doble pregunta anterior:
en una sociedad en que las relaciones entre las cosas suelen ser relaciones
mercantiles, las relaciones entre las personas suelen ser relaciones
contractuales, es decir, relaciones regidas por la reciprocidad de las
obligaciones y el respeto de la subjetividad jurídica de los individuos. O
dicho de otro modo: en una sociedad en la que la mercancía es la forma general
de las cosas, las personas adoptan la forma general de sujetos de derecho
(personas consideradas provistas de una autonomía de su voluntad y de un
conjunto de derechos inalienables: seguridad de su persona, propiedad y
seguridad de sus bienes, etc.) Y Pashukanis demuestra que como forma general de
las personas, la subjetividad jurídica no se fetichiza menos que la mercancía:
de forma social, es decir, de forma otorgada a las personas por unas relaciones
sociales (y por tanto históricas) determinadas, se percibe comúnmente como una
determinación humana universal, natural en definitiva, por ejemplo con la
atribución de derechos naturales inalienables de la persona humana, que se
considera que existen y operan a todo tiempo y lugar.
Sobre esta base, Pashukanis se pregunta qué forma puede y
debe adoptar el poder político (el Estado) en este tipo de sociedad para seguir
conformándose a las determinaciones y exigencias del orden civil (el tejido de
relaciones contractuales) y de la subjetividad jurídica (la condición de sujeto
de derechos de los individuos). Y demuestra que el Estado no puede revestir en
estas circunstancias más que la forma de un poder público impersonal, es decir:
– un poder que no
pertenece a nadie, ni siquiera a quienes se encargan de ejercerlo, cualquiera
que sea el nivel en que lo haga;
– un poder que por tanto
se distingue formalmente de los múltiples poderes privados que siguen
ejerciéndose, al margen de aquel y bajo su control, en el marco de la sociedad
civil: poderes asociados al nacimiento, al dinero y al capital, a la
competencia, etc.;
– un poder cuyos actos no
deben ser la expresión de intereses particulares, sino exclusivamente la del
interés general, en este caso asimilable al mantenimiento del orden civil (el
orden contractual), garantizando a cada uno el respeto de su subjetividad
jurídica y la posibilidad de contratar libremente;
– un poder que respeta por
consiguiente todas las prerrogativas de los individuos como sujetos de derecho
(de ahí la necesidad de limitar estrictamente el ámbito de actuación del Estado
y de separar sus poderes legislativo, ejecutivo y judicial);
– un poder que se dirige a
todos en pie de igualdad, sometiendo a todos a las mismas obligaciones y
garantizando a todos los mismos derechos; en definitiva, un poder que no
aparece como el poder de un hombre o de un grupo de hombres sobre otros
hombres, sino el poder de una norma impersonal e imparcial que se aplica a
todas las personas y que debe ser respetada por todo el mundo: la ley.
En el seno de la sociedad civil, el poder político, por
tanto, no puede ni debe presentarse de otra forma que la de una autoridad
pública impersonal: la de la ley, supuesta expresión del interés general de los
sujetos de derecho (confundido con el mantenimiento del orden civil y la
garantía de la posibilidad de los individuos de contratar) y de la voluntad
general (la voluntad común de todos los sujetos de derecho). Y lo que suele
denominarse Estado de derecho no es más que la organización institucional (el
aparato) de ese poder público impersonal, de ese poder de la ley, de la norma
abstracta a impersonal garante de la existencia y del mantenimiento del orden
civil.
2.2. Mandel no
ignora la existencia de esta importante obra de Pashukanis, pues la menciona en
una nota de este capítulo (página 463, nota 8), aunque por lo poco que dice no
parece haber comprendido ni el sentido ni la importancia de aquella. Juzgue el
lector:
“[Pashukanis]
desarrolla la tesis de que el derecho es meramente la forma mistificada de los
conflictos entre los propietarios privados de mercancías y que, por tanto, sin
la propiedad privada y sus contratos, en otras palabras, sin la simple
producción de mercancías, no hay derecho.”
Llama la atención que un conocedor tan agudo de la
estructura del capital como Mandel no comprenda que la división mercantil del
trabajo, es decir, el estallido del trabajo social en una miríada de trabajos
privados y la consiguiente necesidad de los productores de proceder al
intercambio mercantil de sus productos a fin de confirmar su carácter social,
todo ello sobre la base de la propiedad privada de los medios de producción
sociales, no es una característica de la producción mercantil simple (que solo
la realiza muy imperfectamente, tanto intensiva como extensivamente), sino, por
el contrario, un importante rasgo distintivo del modo de producción
capitalista, el único que la realiza por completo.
Por consiguiente, Mandel pasa por alto asimismo todos los
planteamientos que dedica Pashukanis a la forma general del Estado capitalista
como poder público impersonal. Es una lástima desde su propio punto de vista,
ya que este desconocimiento debilita, por ejemplo, su análisis de la autonomía
(relativa) del Estado, que no deja de ser el instrumento de dominación de la
clase capitalista, con respecto a esta última. Para explicar esta autonomía, de
la que destaca con razón que es la característica específica del Estado
capitalista, Mandel moviliza la noción de “capitalista total ideal”,
refiriéndose a un pasaje del Anti-Dühring
de Engels que habla del “capitalista
total ideal”:
“La competencia
capitalista determina así, inevitablemente, una tendencia a la autonomización
del aparato estatal, de suerte que este pueda funcionar como un ‘capitalista
total ideal’ que sirva a los intereses del modo de producción capitalista en su
conjunto, protegiéndolo, consolidándolo y sentando las bases de su expansión
por encima y contra los intereses en conflicto del ‘capitalista total real’ que
en el mundo concreto se compone de ‘muchos capitales’.” (Págs. 465-466)
Me parece que las tesis de Pashukanis proporcionan una
explicación más completa de la autonomía relativa del Estado capitalista. Sin
excluir para nada esta función de síntesis institucional de los intereses
colectivos de la clase capitalista como tal, más allá de las divergencias entre
sus miembros en la competencia que les enfrenta, estas tesis muestran en efecto
que dicha autonomía se basa más fundamentalmente en la relación social (el
capital) a través de la que esta clase logra apropiarse de la fuerza de trabajo
social, de los medios de producción y, por tanto, de la riqueza social, que
supone una serie de actos de intercambio mercantil y de relaciones
contractuales, mediatizando tanto las relaciones entre sus propios miembros
como las relaciones entre estos últimos y los miembros de las clases dominadas
(trabajadores).
Sobre todo, contrariamente a la oposición un tanto
escolástica entre “capitalista total ideal” y “capitalista total real”, las
tesis desarrolladas por Pashukanis permiten comprender qué forma adopta esta
autonomía (relativa) del Estado capitalista con respecto a la clase
capitalista: precisamente la de un poder público impersonal, formalmente
distinto no solo de la clase capitalista, sino de todas las clases sociales y
más en general de todos los sujetos privados, individuales o colectivos.
Pashukanis aclara de este modo una paradoja sorprendente de la sociedad
capitalista: el Estado adopta en ella una forma –la de poder público
impersonal– que contradice directamente su contenido de clase, es decir, su
función general de aparato al servicio de la clase dominante, encargada siempre
y en todas partes de asegurar la perennidad de las condiciones generales (materiales,
institucionales, ideológicas) de su dominación. Paradoja que a su vez el
análisis de Mandel no explica y ni siquiera menciona.
3. Segunda
omisión: la estructura general del Estado capitalista
El enfoque funcionalista del Estado adoptado por Mandel le
lleva asimismo, en segundo lugar, a pasar por alto otra especificidad
fundamental de este Estado: su estructura general. Son los trabajos de Henri
Lefebvre e Immanuel Wallerstein los que han dado pistas para el estudio de esta
estructura general al aportar uno y otro los primeros elementos de análisis,
aunque no los desarrollaran completamente.
3.1. Observando
el capital desde sus orígenes hasta nuestros días se constata que nunca ha
prosperado en un único y en el mismo Estado, englobando en él todo el espacio
de su reproducción; al contrario, siempre y en todas partes se ha desarrollado
en el marco de una pluralidad de Estados más o menos abiertos a su circulación.
Una segunda constatación es que estos Estados múltiples han sido siempre y
fundamentalmente Estados rivales, Estados que cuando menos competían entre sí y
que a menudo se confrontaban (en correlaciones de fuerzas) e incluso se
enfrentaban (en conflictos armados), dando lugar así a la eventual formación de
alianzas más o menos duraderas entre ellos. El motor y al mismo tiempo el
motivo de esta rivalidad no era otro, en definitiva, que la inversión de
capital en su territorio, garantizado por sus recursos.
La última constatación es que de estas relaciones de
rivalidad entre estos Estados se deriva permanentemente una jerarquía (de
riqueza, de poder y de influencia) entre ellos, jerarquía que sin embargo varía
continuamente. La universalidad de esta triple constatación indica que la
estructura específicamente capitalista del Estado es la de un sistema de
Estados, en la que el Estado solo se realiza en cierto modo fragmentándose y
oponiéndose a sí mismo. El término sistema debe entenderse en este contexto en
el sentido que le da la teoría de sistemas. Designa una unidad resultante de la
organización de las interacciones entre un conjunto de elementos que presenta
características y cualidades irreductibles a las de estos últimos, que no
pueden explicarse más que por sus interacciones, su regulación y la retroacción
de la unidad global sobre los elementos que la componen.
El sistema de Estados que constituye la estructura propia
del Estado capitalista reviste sin duda alguna estas características. Por
conflictivas que sean en lo fundamental, las relaciones entre los múltiples
Estados que lo componen no dejan de responder a unas normas reguladoras, que
incluyen, entre otras, el reconocimiento recíproco de su soberanía, es decir,
de la legitimidad del ejercicio de su poder en su territorio y su población
respectiva; el principio de equilibrio de poder, que prohíbe al más poderoso
ser suficientemente poderoso para poder dominar a todos los demás al mismo
tiempo (en otras palabras, la coalición de los más débiles sigue siendo siempre
suficientemente fuerte para vencer eventualmente al más fuerte); esto hace que
el predominio de un Estado dentro de este sistema adopte una forma
característica, la de la hegemonía: la constitución bajo su liderazgo de una
alianza o coalición de los principales Estados, lo que le permite sin duda
realizar sus propios intereses al tiempo que tiene que gestionar más o menos
los de los demás miembros de la coalición.
En cuanto a las razones fundamentales de esta singular
estructura, hace falta de nuevo analizar las características del capital como
relación de producción y de su proceso global de reproducción, análisis que
aquí solamente puedo esbozar. La fórmula que he utilizado antes –el Estado
capitalista se realiza fragmentándose y oponiéndose a sí mismo en un sistema de
Estados– sugiere por sí misma una profunda analogía entre el espacio
geopolítico del capitalismo (el espacio conformado por este sistema, que le
sirve de marco y de soporte) y el mercado capitalista. En este último,
múltiples capitales se atraen (se entrelazan mediante intercambios en el curso
de sus respectivos procesos reproductivos, se fusionan y se absorben) y a la
vez se repelen (debido a la competencia) hasta la aniquilación. A través de
esta atracción y repulsión recíproca de los distintos capitales, que determinan
su concentración y centralización (y por tanto la eventual formación de
oligopolios e incluso monopolios), se constituye una jerarquía entre ellos, y
los más poderosos (en virtud de la superior productividad del trabajo que
utilizan, de las cuotas de mercado que se aseguran, de sus apoyos políticos,
etc.) acaban imponiéndose sobre los menos poderosos e incluso viviendo a sus
expensas (mediante la perecuación de la plusvalía que se realiza en forma de
tasa media de beneficio). En suma, el mercado capitalista es un espacio tanto
fragmentado (por la acción de múltiples capitales singulares, que constituyen
otros tantos fragmentos privados del trabajo social) como homogeneizado
(unificado y uniformizado por las interacciones entre estos múltiples capitales)
y jerarquizado (por esas mismas interacciones, como por las retroacciones de
los resultantes globales sobre los diferentes capitales). Y es esta estructura
misma, hecha de fragmentación, homogeneización y jerarquización al mismo
tiempo, la que la reproducción global del capital imprime al espacio
geopolítico en el que se despliega.
3.2. En el curso
de la historia del capitalismo, esta estructura específica del espacio
geopolítico solidario del sistema capitalista de Estados no ha dejado de
extenderse (a medida que el capitalismo se expandía territorialmente) y sobre
todo de transformarse. La forma clásica que ha acabado adoptando en Europa
occidental al término de su larga gestación durante la era moderna (del siglo XVI
al siglo XVIII) y que posteriormente se consolidará y se universalizará
(globalizará) en el curso de la época contemporánea, es la de un espacio
internacional. En otras palabras, durante un largo periodo de la historia del
capitalismo, el sistema de Estados ha adoptado la forma de un sistema de
Estados-nación, su unidad básica, siendo el componente elemental, en suma, la
forma nacional del Estado. Esta permanencia durante mucho tiempo del sistema de
Estados-nación y de la formación nacional de los Estados ha podido dar a
entender que era en resumidas cuentas la forma natural y por consiguiente
inalterable de la estructura general del Estado capitalista. De este modo habrá
contribuido al desconocimiento de esta última como tal, al igual que la de sus
formas prenacional y posnacional. Prenacional: el sistema de ciudades-Estado de
Italia del norte y central, de Alemania meridional, de los antiguos Países
Bajos, que fueron le cuna histórica del capitalismo europeo. Posnacional: el
surgimiento actual de un sistema de Estados continentales, por la vía de la
asociación (confederación o federación) y tal vez, en el futuro, de la fusión
de Estados nacionales a escala continental, fruto de la transnacionalización
del proceso global de reproducción del capital en curso desde la segunda mitad
del siglo XX.
El propio Mandel ofrece un ejemplo de esta reducción de la
estructura general del Estado capitalista al sistema de Estados-nación, que ha
constituido su forma clásica en Europa durante un largo periodo histórico, en
el siguiente pasaje del capítulo que comentamos:
“Las funciones
económicas aseguradas por esta ‘preservación de la existencia social del
capital’ incluyen el mantenimiento de relaciones legales de validez universal,
la emisión de moneda fiduciaria, la expansión de un mercado de magnitud superior
a la local o regional y la creación de un instrumento de defensa de los
intereses competitivos específicos del capital autóctono contra los
capitalistas extranjeros; en otras palabras, el establecimiento de un orden
jurídico nacional, de un sistema monetario y aduanal, de un mercado y de un
ejército.” (Pág. 466)
Es curioso constatar que Mandel introduce aquí de pasada,
sin ninguna explicación, examen ni argumentación, como si fueran “naturales”,
las divisiones y rivalidades constitutivas del espacio geopolítico generado por
el capitalismo en forma de sistema de Estados-nación. Se echa de menos por
tanto no solo la comprensión de la estructura general del Estado capitalista,
sino también de su forma histórica singular que ha constituido el sistema de Estados-nación.
Debido a ello, por cierto, Mandel también ha empobrecido su análisis de El Estado en la era del capitalismo tardío,
ya que le ha impedido comprender que esta era tardía se ha caracterizado
precisamente por el apogeo del sistema de Estados-nación. En efecto, en el
transcurso de esta fase del devenir-mundo del capitalismo, este no solo se
habrá globalizado, en particular al amparo de la descomposición de los imperios
coloniales constituidos por las principales potencias centrales a finales del
siglo xix y comienzos del siglo xx; sin embargo, al menos en los Estados
centrales habremos asistido a la culminación de la “nacionalización” de las
formaciones sociales, es decir, de su encierro en el Estado-nación y su
valimiento por parte de este, que se ha convertido en el piloto del proceso
global de reproducción del capital y al mismo tiempo en maestro de obras de
algunos de sus momentos fundamentales, como veremos de inmediato. Pese a su
importancia, este doble aspecto de El
Estado en la era del capitalismo tardío no se menciona para nada en el
libro de Mandel.
4. Por un
enfoque alternativo de las funciones del Estado capitalista
Por todas estas razones señaladas, no ha lugar a reprochar a
Mandel haber dejado de lado el análisis de las funciones del Estado capitalista.
En cambio, sí cabe discutir el marco en el que lleva a cabo este análisis, que
me parece en parte inadecuado y que le lleva a empobrecer su enfoque de El Estado en la era del capitalismo tardío.
4.1. Como hemos
visto, en este capítulo Mandel añade su análisis de las funciones del Estado
capitalista a las que desempeña el Estado en general en toda sociedad dividida
en clases, división de la que siempre es a su vez producto e “instrumento”.
Simplemente se contenta con señalar las inflexiones (de intensidad o de forma)
de esas funciones generales del Estado en el caso particular del Estado
capitalista o en la situación específica de las distintas épocas o fases de su
evolución histórica. Considero que, sin ignorar en absoluto las que
necesariamente son las funciones del Estado en cualquier modo de producción
caracterizado por la división, la jerarquización y la lucha de clases, es más
idóneo desarrollar el análisis de las funciones del Estado capitalista
partiendo –como hemos hecho con respecto a su forma y su estructura generales–
de la relación de producción capitalista. O más exactamente, de lo que ya he
llamado en repetidas ocasiones su proceso de reproducción global.
La reproducción de esta relación de producción social que
constituye el capital es un proceso complejo, que comprende múltiples momentos
(elementos constitutivos) diferentes. Por mi parte, distingo básicamente tres
momentos fundamentales, evidentemente articulados entre sí, pero dotados cada
uno de una autonomía relativa con respecto a los otros dos. Algunas de las
condiciones de reproducción del capital vienen aseguradas por su propio
movimiento cíclico de valor en proceso, de valor que se conserva y aumenta en
un incesante proceso cíclico que reúne procesos de producción y procesos de circulación.
Esto se produce a condición de que los resultados de este proceso reproduzcan
(repitan) los supuestos del mismo. En la medida en que esto suceda, califico
este movimiento de proceso de reproducción inmediata del capital: el capital
produce en él determinadas condiciones de su reproducción por sí mismo, sin más
mediación que él mismo. Esto es lo que demostró Marx en El Capital, señalando
al mismo tiempo que esta reproducción inmediata no ocurre ni sin desequilibrios
ni sin contradicciones, que hacen que periódicamente entre en crisis.
Sin embargo, a estas condiciones inmediatas de la
reproducción del capital, que se deriva de su propio movimiento de valor en
proceso, se añaden otras que el movimiento del capital como valor en proceso no
puede precisamente engendrar por sí mismo. Para diferenciarlas de las
anteriores, las denomino “condiciones
generales exteriores de la producción capitalista”. Estas condiciones son
generales en un doble sentido: por un lado, afectan básicamente a la
reproducción del capital social en su conjunto, tal como se forma mediante el
entrelazamiento de los movimientos de los múltiples capitales singulares, y no
la reproducción inmediata de estos últimos: son los presupuestos generales de
la valorización de los capitales singulares los que deben estar garantizados en
el nivel del conjunto del capital social. Por otro lado y sobre todo, estas
condiciones contemplan la totalidad de los aspectos y elementos de la realidad
social y no ya solamente aquellos de los que se apropia el capital
inmediatamente en y a través de su movimiento de valor en proceso.
En cuanto a su exterioridad con respecto a este último, no
significa que este movimiento no pueda participar directamente en su
producción, sino que ninguna de estas condiciones generales es ni un dato
inmediato ni el resultado global del movimiento del capital como valor en
proceso. Dicho de otro modo, su producción recurre necesariamente a otras
mediaciones que las implicadas en y por el proceso de reproducción inmediata
del capital. Y son estas mediaciones las que aseguran la apropiación y la
integración de los elementos de la realidad social a modo de condiciones de la
reproducción del conjunto del capital social. Por ejemplo, el capital no
consigue asegurar, únicamente con su movimiento de valor en proceso, la
(re)producción de determinadas condiciones de su proceso de producción
inmediato, tanto si se trata de los medios de producción socializados
(infraestructuras colectivas, producción y difusión de los resultados de la investigación
científica, etc.) como de los aspectos de la reproducción de la fuerza de
trabajo no asegurados directamente por la circulación mercantil de esta (las
relaciones familiares, la producción y la gestión del espacio-tiempo doméstico,
las prácticas educativas, el sistema de enseñanza, etc.). Asimismo, el
movimiento del capital como valor en proceso no es capaz de producir y
reproducir por sí solo el espacio social que requiere la circulación del
capital: las redes de transporte y de comunicación, las concentraciones
urbanas, la ordenación del territorio, etc.
La producción y reproducción de las condiciones generales
exteriores de la producción capitalista constituyen por tanto momentos
específicos del proceso global de reproducción del capital, distintos de su
proceso de reproducción inmediata. Y a estos dos primeros momentos conviene
añadir finalmente un tercero, el proceso de producción y reproducción de las
relaciones de clase. Porque la reproducción del capital como relación social se
efectúa todavía dentro de y por medio de la división de la sociedad en clases,
de las luchas entre ellas en sus múltiples formas y sus constantes peripecias,
y finalmente de las propias clases como sujetos colectivos que se afirman
tratando de influir en los dos momentos precedentes del proceso global de
reproducción. Y este tercer proceso también tiene su especificidad, en la
medida en que hace que intervengan elementos, factores y procesos desconocidos
en los dos momentos precedentes. Así, para ceñirnos a un ejemplo, únicamente el
análisis de las luchas de clases permite comprender las relaciones de fuerzas,
los compromisos, los fenómenos de composición y descomposición de las clases
sociales en el plano social y político, que dan lugar en particular a la
formación de los bloques sociales (sistemas complejos de alianzas entre clases,
fracciones, capas y categorías) que se encarnan y se representan en las
organizaciones asociativas, sindicales, partidarias, como también en los
aparatos de Estado.
En cuanto al Estado, para volver a nuestro tema, no
constituye un cuarto momento del proceso global de reproducción del capital,
complementario a los tres procesos parciales que acabamos de diferenciar. Con
respecto a estos tres procesos, el Estado se sitúa de hecho transversalmente,
atravesando los tres y enlazándolos entre sí, con lo que contribuye a su
articulación y su unidad. Este es el marco en que conviene proceder al análisis
de las funciones del Estado, es decir, mostrar que el Estado es necesario
(presupuesto o producido) como una mediación necesaria en la producción y la
reproducción del capital como relación de producción social dentro de los
distintos momentos particulares que componen este proceso global, y determinar
las funciones concretas que cumple cada vez, particularmente desde el punto de
vista del dominio (regulación) de las contradicciones internas del proceso.
4.2. De esta
manera no solo es posible enriquecer el análisis de las funciones del Estado,
ampliando el terreno y haciéndolo más complejo. También permite periodificarlo
de manera más precisa, pues las funciones del Estado en los distintos momentos
del proceso global de reproducción no pueden dejar de cambiar en función de los
periodos y fases del desarrollo histórico mundial del proceso global de reproducción
del capital. Desde este punto de vista, la comparación con el análisis de las
funciones del Estado en la era del capitalismo tardío desarrollado por Mandel
resulta instructiva. Este último peca, en efecto, por la omisión o
subestimación de los distintos aspectos de las funciones del Estado en dicha
época, que sin embargo son importantes y que el esquema de análisis que acabo
de proponer lleva por el contrario a destacar con fuerza. Retomo en este punto
dicho esquema en el orden inverso de su presentación anterior.
Desde el punto de vista del proceso de reproducción de las
relaciones de clase, el “capitalismo tardío” se caracteriza en particular por
el establecimiento y el mantenimiento de un compromiso entre el capital y el
trabajo asalariado, el famoso “compromiso fordista”, basado en definitiva en un
reparto de las ganancias de productividad entre aumento de los salarios reales
(directos e indirectos) y aumento de los beneficios, que permite la
generalización de la taylorización y
de la mecanización del proceso de trabajo. En este plano, la principal función
del Estado consiste en encuadrar y garantizar este compromiso mediante la
institucionalización y la animación de un diálogo permanente entre las
diferentes clases sociales (o más exactamente, entre sus organización
representativas: profesionales, sindicales, partidarias, etc.) y desarrollar
con este fin estructuras de negociación entre los distintos “interlocutores
sociales” (expresión que nace entonces para designar la pacificación de la
lucha de clases gracias al compromiso fordista), desde los comités de
administración o los comités de empresa hasta el parlamento, pasando por las
negociaciones en los distintos sectores profesionales, los órganos de gestión
paritaria de la seguridad social, los eventuales organismos de planificación.
etc.
Sin embargo, Mandel no menciona nada de esto en todo el
capítulo, sino que se contenta con explayarse sobre las relaciones entre el
Estado y la burguesía en la era del capitalismo tardío, sobre la articulación
entre grupos de presión, asociaciones profesionales, monopolios y altos
funcionarios. Apenas menciona de pasada la creciente integración de los
sindicatos y partidos “obreros” en el aparato de Estado, que para él es un
indicio del potencial de la ideología burguesa, pero no un elemento clave de la
configuración de las relaciones de clase propia de esta “era tardía” ni una
función esencial del Estado en esta era. Asimismo, llama la atención que en
este capítulo Mandel casi ni mencione la importancia adquirida por el Estado,
durante esta época, en el proceso de producción-reproducción de las condiciones
generales exteriores de la producción capitalista. Sin embargo, a una escala
variable y de acuerdo con modalidades diferentes de un Estado-nación a otro,
hemos asistido a la transformación del Estado en un verdadero maestro de obra
de algunas de esas condiciones, y no de las menores.
Por un lado, y llegando incluso a convertirse en empresario
(lo que comporta la acumulación de un capital de Estado, procedente o no de la
nacionalización de empresas privadas), el Estado se habrá hecho cargo de la
producción de materiales de trabajo industriales de suma importancia (carbón,
petróleo, gas, electricidad, etc.) y de medios de producción socializados
(carreteras, autopistas, puertos, aeropuertos, medios de transporte, medios de
comunicación, etc.). Por otro lado, el Estado se habrá convertido en el gestor
global de la reproducción de la fuerza social de trabajo en virtud de su
política salarial, de la institución del salario indirecto (la institución de
un sistema de cotizaciones obligatorias que se redistribuyen en forma de
prestaciones sociales) y de la creación de un conjunto de equipamientos
colectivos y de servicios públicos (construcción de viviendas sociales,
desarrollo de la medicina hospitalaria, democratización de la enseñanza
secundaria y superior, construcción de equipamientos culturales y deportivos de
masas, etc.). Nada de esto se menciona en la obra de Mandel, cosa que resulta
tano más sorprendente cuanto que señala explícitamente, al comienzo de su
capítulo, entre las tres funciones principales del Estado en toda sociedad
dividida en clases sociales, la creación de “aquellas
condiciones generales de producción que no pueden asegurarse por medio de las
actividades privadas de los miembros de la clase dominante” (Pág. 461).
En fin, y esto es todavía más sorprendente tratándose del
proceso inmediato de reproducción del capital, no se encuentra ninguna mención
de la función reguladora de este proceso que el Estado ha desempeñado en la era
del capitalismo tardío y que sin embargo ha constituido uno de sus rasgos más
característicos. Esta regulación consiste en sobredeterminar el reparto entre
salarios y beneficios con vistas a equilibrar la oferta y la demanda en el mercado
nacional, tanto velando por la dinámica de la negociación colectiva entre
“interlocutores sociales” como aplicando un conjunto de políticas económicas
específicas (política salarial, política presupuestaria, política monetaria)
que constituyen los distintos instrumentos del keynesianismo ordinario. Mandel
pasa totalmente por alto esta determinación keyneso-fordista de El Estado en la era del capitalismo tardío
en el capítulo que tratamos, si bien es cierto que sí se plantea y en parte se
comenta en los dos capítulos precedentes de su obra.
Conclusión
Quisiera terminar atenuando un poco la severidad de mi
juicio sobre esta obra de Mandel y relativizando su alcance. Por un lado,
Mandel me ha servido de ejemplo de toda una tradición marxista caracterizada por
un enfoque funcionalista del Estado claramente insuficiente y empobrecedora:
mis críticas se dirigen por tanto más a esta tradición que él representa que a
su persona. Y añadiré que estas críticas se formulan desde un punto de vista
marxista, es decir, a partir de las aportaciones de otros autores marxistas y
dentro del marco general de una conceptualidad que no deja de ser marxista. Qui
bene amat bene castigat: mi severidad está a la altura de mi querencia con
respecto a un autor que sigue siendo de la familia.
Por otro lado, mi apreciación severa es sobre todo
parcialmente injusta, a contrapelo de la fórmula consagrada (“severa pero
justa”). Ocurre que algunas de mis críticas se benefician de mi posición
cronológica: el mochuelo de Minerva no emprende el vuelo hasta que oscurece y
es hacia el final de un periodo histórico o, mejor todavía, cuando el mismo ha
concluido y ha quedado atrás, cuando se vislumbra la verdad sobre el mismo.
Tanto si se trata de las funciones de El
Estado en la era del capitalismo tardío, de su estructura y (aunque en
menor medida) de su forma, hoy podemos juzgarlas mejor, al haber abandonado ya
aquel periodo, que cuando nos hallábamos en su pleno apogeo, como era el caso
de Mandel cuando escribió El capitalismo
tardío. En este sentido, mis críticas a Mandel pecan, al menos en parte, de
ese anacronismo del que Lucien Febvre dijo que constituye, en materia
histórica, “el pecado de los pecados, el
pecado entre todos irremisible/4”. Mea
culpa, mea culpa, mea maxima culpa!
Notas
|
Foto: Alain Bihr |
1/ Der Spätkapitalismus, Suhrkamp Verlag, Fráncfort, 1972.
Me referiré a la traducción francesa efectuada por Bernard Keiser y reeditada y
corregida en 1997 en Paris por Éditions de la Passion. [Las citas en la
traducción castellana están tomadas de El capitalismo tardío, Ediciones Era,
México, 1979, traducción de Miguel Aguilar Mora.]
2/ El capítulo ocupa las páginas 461 a 484 de la traducción
castellana.
3/ La edición original rusa de la obra data de 1924. En 1926
apareció una segunda edición y en 1929 una traducción al alemán. La traducción
al castellano de la obra fue publicada por Labor y Grijalbo en 1976.
4/ Lucien Febvre, Le problème de l’incroyance au XVIe
siècle. La religion de Rabelais, Paris, Albin Michel, 1947, página 6.
Alain Bihr es
profesor honorario de sociología de la Universidad de Franche-Comté. Autor,
entre otros libros, de La Préhistoire du
Capital. Le devenir-monde du capitalisme (La Prehistoria del Capital. El volverse-mundo del capitalismo).
Editions Page Deux, Lausana, 2006)
Conferencia pronunciada en el Foro
Internacional “El capitalismo tardío, su
fisonomía socio-política en los albores del siglo XXI”, 20-22 de mayo de
2015, Lausana, Suiza