"No hay porvenir sin Marx. Sin la memoria y sin la herencia de Marx: en todo caso de un cierto Marx: de su genio, de al menos uno de sus espíritus. Pues ésta será nuestra hipótesis o más bien nuestra toma de partido: hay más de uno, debe haber más de uno." — Jacques Derrida

"Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado. La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Y cuando éstos aparentan dedicarse precisamente a transformarse y a transformar las cosas, a crear algo nunca visto, en estas épocas de crisis revolucionaria es precisamente cuando conjuran temerosos en su auxilio los espíritus del pasado, toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, su ropaje, para, con este disfraz de vejez venerable y este lenguaje prestado, representar la nueva escena de la historia universal" Karl Marx

19/9/13

Plusvalía extraordinaria y acumulación de capital

  • “La especial productividad del trabajo en una esfera especial de la producción o en una empresa concreta dentro de ella sólo interesa a los capitalistas de esta empresa o rama de producción, cuando permita a la rama especial de que se trate conseguir una ganancia extraordinaria con respecto al capital en su conjunto o conceda esta misma posibilidad al capitalista individual con respecto a los demás capitalistas de la misma rama de producción” | Marx, El Capital, III
  • “A esta confusión —determinación de los precios por la oferta y la demanda por los precios— hay que añadir que la demanda determina la oferta y ésta, a su vez, la demanda o, lo que es lo mismo, que la producción determina el mercado, a la par que el mercado determina la producción” | Marx, El Capital, III
Ruy Mauro Marini  |  En el curso de esta década, y en abierto contraste con la política represiva que, con raras excepciones, adoptaron los Estados en el campo científico y cultural, el marxismo ha tenido una notable difusión en los medios intelectuales y académicos latinoamericanos. Esto ha llevado a que, con mayor o menor grado de ortodoxia, los estudios realizados, desde el punto de vista de diferentes disciplinas, sobre la realidad de nuestros países incorporen en grado creciente el instrumental de análisis marxista. Esta incorporación es en sí misma un proceso, que presenta, de manera progresiva, un doble carácter: un mejor conocimiento de la obra de Marx y de las corrientes que de ella se han derivado, por un lado, y, por otro, un enriquecimiento de la representación formal de la realidad latinoamericana, en la medida en que, por obra de su propio desarrollo, las características y tendencias que le son inherentes a ésta se hacen más acusadas. Así, en economía, tras un rechazo airado a toda preocupación respecto a los problemas de la circulación y un sesgo productivista que correspondía al enfoque parcial con que Marx aborda los problemas en el primer libro de El Capital, se asiste ahora a un esfuerzo de los marxistas por aprehender el conjunto del ciclo económico, con lo que adquiere nuevo interés la dialéctica entre producción y circulación, que constituye el objeto de los dos primeros libros de la obra. Ello conduce a que aún estudios no
marxistas, acostumbrados a enfocar la problemática económica desde el ángulo de la demanda tiendan a introducir también en sus trabajos aspectos del instrumental marxista.

Entre otros aspectos, destaca el interés que comienzan a despertar en los economistas latinoamericanos los esquemas de reproducción del capital, que Marx expone en la tercera sección del libro II. Esos esquemas cobraron gran actualidad por dos ocasiones en el desarrollo del marxismo, dando lugar a polémicas enconadas, que aún hoy suscitan confusión. En nuestro caso, es decir, en su aplicación a las economías dependientes, su importancia adviene de una razón concreta: el notable desequilibrio intersectorial que se observa en dichas economías, expresado en la tendencia al crecimiento desproporcionado de la producción de artículos suntuarios respecto a la de medios de producción y de bienes de consumo necesario, desequilibrio que se combina con el predominio en la producción suntuaria de capital extranjero y, por ende, de tecnología superior a la media, estructuras monopólicas y manipulación de precios.

Es innegable que los esquemas de Marx proporcionan un instrumento adecuado para abordar el tema. Existe, sin embargo, el riesgo de que, como ocurrió en las dos ocasiones mencionadas, sean llevados más allá de sus posibilidades y se enfoquen a la solución de problemas que ellos de por sí no pueden resolver. Por otra parte, utilizados arbitrariamente, los esquemas pueden favorecer la sobrevaloración de la circulación, que caracteriza a la economía neoclásica (la cual ha inspirado, en sus orígenes, a la actual ciencia económica latinoamericana), permitiéndole tomar nuevo aliento y sesgar en beneficio propio los análisis basados en ellos.

Conviene, pues, verificar qué son realmente los esquemas de reproducción y qué papel cumplen en la construcción teórica de Marx, antes de aplicarlos al estudio de nuestra realidad. En este trabajo nos proponemos realizar, aunque someramente, esta tarea y examinar en seguida algunos intentos de utilización de dichos sistemas en América Latina, que nos han parecido significativos.

I

1. Al emprender la exposición de los esquemas de reproducción, Marx abandona el punto de vista del capital individual y la fórmula del ciclo del capital-dinero y del capital productivo, que adoptara en la sección precedente del libro II, para enfocar el proceso desde el punto de vista del capital total y con arreglo a la fórmula del capital-mercancías.[1] Ello se explica por el hecho de que, ahora, el objeto de la investigación no es el capital strictu sensu, es decir, la masa de mercancías que se destinan a la valorización (capital constante + capital variable + plusvalía acumulada), de lo que puede dar cuenta tanto la forma D...D’ como la forma P...P', sino el conjunto del capital social en circulación, que incluye también las mercancías destinadas al consumo individual; ello es particularmente importante en lo que se refiere a la circulación de la plusvalía. En efecto, aunque la forma M...M’ ofrece la ventaja de considerar a la clase obrera no sólo como productora, sino también como consumidora, en ello no va implícito sino un cambio de forma de v, ya comprendido en las formas D y P, mientras que la plusvalía no acumulada que se realiza mediante el consumo individual de los capitalistas, se veía excluida en estas formas y sólo se contempla cuando se analiza el ciclo con arreglo a M.[2]

Esta primera particularidad que encontramos en los esquemas de reproducción no es de modo alguno fortuita. En su plan de exposición, que contempla primero la reproducción simple, en que toda la plusvalía es consumida, no verificándose pues acumulación de capital, y luego la reproducción ampliada, en que esto sí se da, Marx no la pierde de vista. Aunque, como indica, la reproducción simple sólo sea una abstracción, y no pueda entenderse jamás como fase, ni siquiera como en la "ficción teórica" de Rosa Luxemburgo[3]: "cuando existe acumulación, la reproducción simple es siempre parte de ella; puede enfocarse, por tanto, de por sí y constituye un factor real de la acumulación".[4] Desde el punto de vista estrictamente económico es, pues, esta particularidad la que lleva a Marx a establecer los dos grandes sectores de la producción: medios de producción (I) y medios de consumo (II); a distinguir en este último dos subsectores: medios de consumo necesario (IIa), que se destinan al consumo de los trabajadores, y medios de consumo de lujo (IIb), que la clase capitalista compra al gastar su plusvalía como renta y no como capital, es decir, al atender a su consumo individual.

Al analizar las proporciones en que, año con año, deben intercambiarse las mercancías producidas en ambos sectores, Marx establece determinadas regularidades para asegurar el desarrollo normal del proceso de reproducción, que Bujarin resume como sigue:
a] en la reproducción simple, la suma de los réditos del sector I debe ser igual al capital constante del sector II o: I (v + p) = IIc
b] en la reproducción ampliada, todo el nuevo capital variable del sector I y la parte de la plusvalía del mismo que se consume improductivamente deben igualar al nuevo capital constante del sector II o: I (v + β v + α p) = II (c + β c)
en que α expresa la parte de la plusvalía consumida improductivamente y β la parte acumulada.[5]

El razonamiento que permite arribar a estos resultados se desarrolla sobre la base de tres supuestos principales. El primero de ellos, el de que se trata de una economía capitalista pura, se debe, antes que nada, al hecho de que el propósito de los esquemas es analizar las condiciones de reproducción del modo de producción capitalista y no sus conexiones con otros modos de producción; esto, que es coherente con la visión de Marx respecto a la tendencia del modo de producción capitalista a convertirse en modo de producción universal[6], lo lleva, por razones metodológicas, a excluir al comercio exterior: él está trabajando no con un país capitalista, sino con el modo de producción capitalista, respecto al cual todo efecto del comercio exterior no puede considerarse sino como neutro.[7] Ese nivel de abstracción es congruente con la premisa metodológica general de Marx, según la cual:
En una investigación general de este tipo, se parte siempre del supuesto de que las condiciones reales corresponden a su concepto o, lo que es lo mismo, las condiciones reales sólo se exponen en la medida en que corresponden a su propio tipo general y lo expresan.[8]
El segundo supuesto, que se deriva del primero, consiste en considerar la existencia tan sólo de dos clases: capitalistas y obreros y, en consecuencia, de dos tipos de ingresos: plusvalía y salarios. En efecto, cuando se trata de realizar las mercancías que llegan al mercado, sólo existen dos puntos de partida [de la masa de dinero circulante]: el capitalista y el obrero. Todas las demás categorías de personas tienen que obtener el dinero para los servicios que presten de estas dos clases o son, en la medida en que lo perciban sin contraprestación alguna, coposeedores de plusvalía en forma de renta, de interés, etcétera.[9]

Es cierto que "el dinero que los obreros invierten en comprar y pagar sus medios de subsistencia existe previamente bajo la forma de dinero del capital variable y, por tanto, es puesto primitivamente en circulación por el capitalista, como medio de compra o de pago de la fuerza de trabajo"; por tanto, "la clase capitalista constituye [...] el punto de partida único de la circulación monetaria”.[10] Sin embargo, la distinción de esa circulación monetaria en dos grandes categorías es necesaria precisamente porque es así como se asegura la reproducción de las dos clases antagónicas; los problemas de la distribución del producto encuentran allí su forma más simple y decisiva. Por otro lado, por el hecho mismo de que la circulación de dinero tiene un solo origen: los capitalistas, y que a ellos cabe hacer circular la totalidad de la plusvalía, los problemas de la acumulación empiezan precisamente en la forma como ésta se distribuye entre inversión y consumo, es decir, por la tasa de acumulación. De allí la importancia de la subdivisión del sector II en los subsectores a y b, tema al que volveremos más adelante.

Como tercer supuesto, Marx establece una escala de reproducción sobre la base de la misma productividad, la misma duración y la misma intensidad del trabajo. En consecuencia, no varía ni la composición orgánica del capital, ni el grado de explotación, ni la relación básica de distribución. Por haberse constituido en el supuesto unánimemente cuestionado, en las polémicas a que dieron lugar los esquemas de Marx, lo examinaremos más detenidamente.

El punto común a todos los que intervinieron en la discusión suscitada por los esquemas de reproducción fue el problema de su aplicación al estudio del movimiento real del sistema capitalista. Tal como se situó el debate inicialmente, éste retomó la cuestión central que planteara ya la economía clásica respecto al "futuro del capitalismo"[11]: Pero, mientras en la economía clásica esa cuestión se enmarcó en una dicotomía, a partir de una imposibilidad congénita del capitalismo para realizarse como modo de producción histórico o de un límite a su desarrollo que no ponía en cuestión su vigencia en tanto que modo de producción,[12] en el marxismo, y con la sola excepción de Lenin, la discusión tomó otro cariz. Así, en su enfrentamiento con los populistas rusos, tanto Bulgákov como Tugan Baranovsky se apoyaron en los esquemas para sostener la posibilidad del desarrollo del capitalismo sin ningún tipo de limitación, lo que, con matices, reapareció en la argumentación posteriormente desarrollada por Kautsky, Hilferding y Otto Bauer; el problema de la superación del capitalismo, por la vía que fuera, quedaba así librado a la acción de la lucha de clases, la cual, aunque tomara pie en las contradicciones inherentes al modo de producción capitalista, tendría que responder sola de su liquidación o de su permanencia.[13] Por el contrario, Rosa Luxemburgo, aunque deslindando campos con los populistas rusos, así como con el propio Sismondi, acabó por reunirse con ellos al fin del camino al plantear que, aunque determinada por una contradicción interna fundamental, la suerte del sistema se encontraba sellada por su imposibilidad de realizarse históricamente como sistema universal, como suponían los esquemas; esto, que negaba los dos primeros supuestos de Marx, era establecido precisamente por el rechazo al tercer supuesto.[14]

Ahora bien, por importante que sea la contribución que el debate sobre los esquemas de reproducción hizo a la profundización de la teoría marxista, es evidente que dicho debate adolece, en su raíz, de un vicio básico, que, en la polémica rusa, Lenin había ya puesto en evidencia: la confusión entre lo lógico y lo histórico, entre lo abstracto y lo concreto.[15]

Escribía Lenin:
La cuestión de la realización es un problema abstracto, vinculado con la teoría del capitalismo en general. Que tomemos un solo país o el mundo entero, las leyes fundamentales de la realización descubiertas por Marx son siempre las mismas. El problema del comercio exterior o del mercado exterior es un problema histórico, un problema de las condiciones concretas del desarrollo del capitalismo en tal o cual país, en tal o cual época.
[...] De esta teoría [de la realización] se deduce que, aun cuando la reproducción y la circulación del conjunto del capital fuesen uniformes y proporcionales, no podrá evitarse la contradicción entre el aumento de la producción y los límites restringidos del consumo. Además, el proceso de realización no se desenvuelve en la realidad según la proporción idealmente uniforme, sino sólo a través de dificultades, de "fluctuaciones", de "crisis", etcétera.[16]
Este pasaje aclara suficientemente muchas de las aparentes contradicciones que Rosdolsky cree identificar en los textos de Lenin respecto al problema.[17] Queda, sin embargo, la duda, planteada por Rosdolsky, de si los esquemas de reproducción, más que una teoría, lo que es indiscutible, representa la teoría de la realización de Marx. Si esto fuera así, la posición que tirios y troyanos establecieron entre ellos y los planteamientos sobre los problemas de la realización que Marx presenta en el libro III (en particular, en la tercera sección), así como en su Teorías de la plusvalía, tendrían evidentemente razón de ser. Pero la existencia misma del tercer supuesto de los esquemas y la importancia que Marx atribuye tanto al grado de explotación como al progreso técnico, en el libro I como en el III (al punto de identificar al propio capitalismo como un medio histórico para el desarrollo de la productividad),[18] así como a la distribución del producto social, etcétera, indican que no puede tratarse de una contradicción accidental ni de una nueva "ruptura epistemológica", como si el Marx del último borrador del libro II estuviera renegando de toda su construcción teórica.[19] Por otra parte, la existencia del tercer supuesto no puede atribuirse a una mera operación de simplificación, por la importancia misma que él reviste en la elaboración de los esquemas, así como por el hecho de que no hay dificultad de cálculo que no pueda resolverse en esquemas de esa naturaleza mediante artificios adecuados; sin embargo, por sofisticados que éstos se volvieran entonces y por mucho que quisieran probar, no pasarían de ser meros modelos de simulación, que no prueban, por esto mismo, absolutamente nada.

Así, para no cometer el error de confundir los esquemas con una representación formal de la realidad, como se hizo en el curso del debate mencionado, es necesario considerarlos al nivel de abstracción en que Marx los formuló, para preguntarse entonces la razón de la introducción del tercer supuesto (los otros dos se sostienen por sí mismos, como ya se indicó).

2. El punto de partida para la ubicación correcta de los esquemas de reproducción en la construcción teórica de Marx lo da Rosdolsky, al señalar que el objetivo de dichos esquemas es analizar y resolver la contradicción existente en el proceso de reproducción del capital entre el valor de uso y el valor:

Para reproducir su capital —escribe Rosdolsky— la "sociedad", vale decir el "capitalista total" debe disponer no sólo de un fondo de valores sino también encontrar esos valores en una forma de uso determinada —en la forma de máquinas, de materias primas, de medios de vida— y todo ello en las proporciones determinadas por las exigencias técnicas de la producción. La formación del valor y del plusvalor ya se halla vinculada aquí, pues, por motivos técnicos, al "metabolismo social", aun cuando hagamos abstracción de la necesidad de vender las mercancías producidas, de hallar compradores para ellas.[20]

Trátase de un problema que no se había presentado a Quesnay, al realizar éste el análisis de la reproducción en su conjunto, por el hecho mismo de que, en la agricultura, el proceso económico de reproducción, es decir, la reproducción del valor "se entrelaza siempre [...] con un proceso natural de reproducción",[21] pero que se planteara a partir de Adam Smith, por el error básico que, bajo su influencia, cometió a economía clásica: confundir el valor del producto con el producto de valor.[22] Por esta razón, Marx se preocupa, desde el principio, con el hecho de que "el ciclo de los capitales individuales, englobados en el capital social, es decir, considerados en su totalidad, abarca [...] no sólo la circulación del capital, sino también la circulación general de las mercancías", estableciendo:
Esta [la circulación de mercancías], primitivamente, sólo puede hallarse formada por dos elementos: 1º el propio ciclo del capital, y 2º el ciclo de las mercancías absorbidas por el consumo individual; es decir, de las mercancías en que el obrero invierte su salario y el capitalista su plusvalía (o una parte de ella).[23]
En otras palabras, habrá que contemplar "la circulación de aquéllas mercancías que no constituyen capital", aunque sí integren el ciclo del capital social en su conjunto.[24]

Esa contradicción aparente entre ambos movimientos de circulación explica por qué Marx, antes de pasar a su exposición propiamente dicha, se detiene a analizar el error de Smith, respecto a su apreciación sobre el capital constante ("capital fijo", para Smith), que constituiría un valor-capital que no da lugar a rentas. Indica Marx que Smith se acerca la resolución correcta del problema que plantea puesto que ya había observado que determinadas partes de valor de una categoría de capitales-mercancías (la de los medios de producción) que forman el producto total anual de la sociedad, aún constituyendo renta para los obreros y capitalistas individuales dedicados a su producción, no forman, sin embargo, parte integrante de la renta de la sociedad, mientras que una parte de valor de la otra categoría (la de los medios de consumo) constituye valor-capital para quienes se los apropian individualmente, para los capitalistas que actúan en esta esfera de inversión, pero solamente una parte de la renta social.[25]

El problema, por tanto, que tratará de resolver Marx es: "¿cómo se repone a base del producto anual el valor del capital absorbido por la producción y cómo se entrelaza el movimiento de esa reposición con el consumo de la plusvalía por los capitalistas y del salario por los obreros? "[26] Su solución pasa por la consideración del valor bajo su forma natural de medios de producción y de medios de consumo (en consecuencia, la división del aparato productivo en sus dos grandes sectores, I y II), es decir, por la consideración del valor en íntima conexión con el valor de uso.[27] Se retoma, aquí, la problemática planteada ya en el capítulo I del libro I y que se deriva del "doble carácter del trabajo mismo: el trabajo que, en cuanto inversión de la fuerza de trabajo, crea valor y el que, como trabajo concreto, útil, crea objetos útiles (valor de uso)".[28]

Ello tiene una primera consecuencia, que es señalada por Rosdolsky: en el proceso de reproducción, "cada uno de ambos sectores debe velar especialmente por la sustitución del valor de sus elementos de producción: pero sólo puede hacerlo si toma una parte de esos elementos de producción del otro sector, en una forma materialmente apropiada. Pero, por otra parte, cada sector sólo puede lograr la posesión de los valores de uso que necesita si los obtiene de otro mediante el intercambio de equivalentes de valor". Y subraya, Rosdolsky:
Esta dependencia recíproca de "sustitución de valor" y "sustitución de materias" sociales se expresa claramente en los esquemas de reproducción; pero dichos esquemas sólo pueden exhibir esa dependencia separando estrictamente entre sí a ambos sectores y limitando severamente sus relaciones mutuas, en forma exclusiva, al intercambio de equivalentes de mercancías.[29]
En este plano de análisis, es válido el supuesto de Rosa Luxemburgo en el sentido de que la plusvalía se acumula, de acuerdo a la tasa establecida, en el mismo sector donde se produjo, no justificándose la crítica que, en este sentido, le hace Napoleoni.[30] Por otra parte, bajo el supuesto de una tasa de acumulación constante, habrá que mantener también constante el grado de explotación, es decir, descartar cualquier variación en la magnitud intensiva o extensiva del trabajo que altere las proporciones de distribución básica entre plusvalía y salario, una vez que un procedimiento distinto provocaría inmediatamente un desequilibrio entre la cuota de plusvalía y la tasa de acumulación y, por ende, entre sus masas; este es un punto que conviene retener, ya que nos será útil más adelante.

La segunda consecuencia de la identidad existente, en este plano, entre valor y valor de uso es aún más decisiva y, en cierta medida, de fácil comprensión; sin embargo, ha sido el caballo de batalla por excelencia de los debates motivados por los esquemas. Se trata de la tasa de productividad constante. En efecto, el alimento de la productividad del trabajo actúa sobre la relación entre el valor y el valor de uso de las mercancías de manera contradictoria, una vez que reduce el primero mientras mantiene invariable el segundo; esto vale también para la intensidad del trabajo, siempre que su elevación sea general y uniforme. Marx expone esa contradicción en la siguiente ley: "Una jornada de trabajo de magnitud dada se traduce siempre en el mismo producto de valor, por mucho que varíe la productividad del trabajo y con ella la masa de productos [...]",[31] la cual se complementa con el hecho de que "si la intensidad del trabajo aumentase simultáneamente y por igual en todas las ramas industriales, el nuevo grado, más alto, de intensidad se convertiría en el grado social medio o normal y dejaría, por tanto, de contar como magnitud extensiva".[32]

Esta similitud aparente entre la productividad y la intensidad del trabajo, en cuanto a su efecto sobre el valor y el valor de uso de las mercancías, encubre diferencias que conviene poner en evidencia. Así, en términos generales, es decir, para el producto social en su conjunto, la ley de la productividad vale para las ramas de producción pero no para los capitales individuales; en efecto, al elevar su productividad por encima del nivel normal que establece el tiempo de trabajo socialmente necesario,[33] o sea, por encima de aquél que determina el valor social de la mercancía, el capitalista individual logra que la misma jornada arroje un mayor producto de valor, precisamente porque, pese a que ha bajado en términos reales el valor individual de la mercancía, ésta sigue ostentando el mismo valor social pero se produce, ahora, en mayor cantidad; en definitiva, dado que el valor es una relación social, es el valor social el que cuenta y afirmar que el capitalista individual ha reducido el valor unitario de su mercancía no es sino una manera de decir que se han reducido sus costos de producción, respecto a los demás capitalistas de la rama. Es mediante ese mecanismo como el capital individual obtiene una plusvalía extraordinaria, la cual se convierte, en la competencia intercapitalista, en el factor por excelencia de introducción de progreso técnico.

Pero esto no es todo, en lo que se refiere a la ley de la productividad. En la medida en que ésta permite al capitalista individual reducir costos, y siendo el capital variable un elemento integrante de éstos, el aumento de productividad implica la reducción de la participación de los salarios en la masa de valor creada; aunque permanezca invariable el precio de la fuerza de trabajo (o sea, la relación entre su valor y el número de horas trabajadas, sobre la base de una intensidad dada) y el salario tampoco se modifique, en términos nominales o reales, sí se eleva el grado de explotación (la relación entre trabajo necesario y trabajo excedente) y la cuota de plusvalía (esa relación expresada en valor). La plusvalía extraordinaria no es, pues, un mecanismo de transferencia que actúa sólo en la competencia intercapitalista, sino que es también un factor que incide en la relación de distribución entre plusvalía y salario, desde el punto de vista del capitalista individual.

Para que el efecto sea similar en toda la rama, es necesario que la productividad del trabajo se eleve en toda ella, y se estabilice a un nivel superior. Esto implica, inmediatamente, la supresión de la plusvalía extraordinaria, en tanto que mecanismo de transferencia entre capitalistas, o sea, mecanismo de transferencia de plusvalía en el seno de la rama. Sin embargo, para la economía en su conjunto, el efecto sólo se generaliza si esa rama produce, directa o indirectamente, medios de subsistencia para los trabajadores y determina, pues, el valor de la fuerza de trabajo;[34] en otros términos, esto sólo ocurre si se trata de una rama del subsector IIa o de una rama del sector I que produzca para éste, y sólo entonces cabe hablar de plusvalía relativa.[35] Si esto no es así, la elevación de la productividad en la rama, aunque anule la plusvalía extraordinaria obtenida por el capitalista individual, seguirá traduciéndose en un nivel de productividad superior al resto de la economía; en otros términos, como el valor de la fuerza de trabajo permaneció inalterado, y, en principio, su precio, la mayor productividad del trabajo se traducirá en un grado de explotación superior y una cuota de plusvalía también superior en la rama en cuestión, lo que puede afectar tanto la distribución básica (salario-plusvalía) en la rama, como la distribución de plusvalía en el conjunto de la economía. Dicho de otra manera, si el aumento de productividad queda circunscrito al subsector IIb o a las ramas del sector I que produzcan sólo para éste, la plusvalía extraordinaria deja de ser un factor de transferencia y de mayor explotación del trabajo que opera a nivel de capitalistas individuales, para situarse a nivel de las transferencias de valor intersectoriales y de las relaciones de distribución en el conjunto de la economía. Como veremos, esto sólo es verdadero si consideramos el problema a la luz de la teoría de la plusvalía, es decir, si tomamos a la producción capitalista en tanto que proceso inmediato de producción.

El aumento de la intensidad configura una situación distinta. En lo que respecta al capitalista individual no modifica ni el valor ni el valor de uso de las mercancías; en consecuencia, se expresa en la producción de una masa mayor de mercancías cuyo valor unitario no se modifica, lo que se traduce en una masa de valor y, por ende, de plusvalía. No hay, sin embargo, razón para que se altere la cuota de plusvalía, una vez que la mayor intensidad del trabajo acarrea también la elevación del valor de la fuerza del trabajo,[36] con lo que debe subir tanto su precio como el salario. Así, para que se eleve la cuota de plusvalía, o por lo menos para que se eleve en grado más que proporcional al aumento de la intensidad del trabajo, será necesario que —independientemente de que aumente el precio y el salario de la fuerza de trabajo— ésta se remunere por debajo de su valor, es decir, sea objeto de una superexplotación.[37] En estas condiciones, lo mismo que si la jornada de trabajo se prolongara en una rama dada más allá de su duración normal en las demás, la elevación de la intensidad en una rama cualquiera arrojará en ella una plusvalía extraordinaria respecto al resto de la economía (como vimos, ello sólo no se da si la intensidad aumenta de manera pareja en toda ésta). La particularidad de la intensidad del trabajo reside, pues, en la posibilidad que ésta encierra de engendrar plusvalía extraordinaria en todas las ramas de la economía, ya se trate de los dos subsectores del sector II, ya se trate del sector I.[38] Lo mismo que para la productividad, esto es válido si nos atenemos exclusivamente a la teoría de la plusvalía.

Así, sin ir más allá de la teoría de la plusvalía, se entiende por qué, al buscar establecer las proporciones en que se intercambian las mercancías, tomadas como unidad de valor y de valor de uso, Marx debía desechar necesariamente los cambios en la productividad o en la magnitud intensiva del trabajo, así como, en general, en el grado de explotación. Los esquemas de reproducción del libro II resuelven el problema que planteara Marx, es decir, el de saber cómo se articula la reproducción del capital con el consumo individual de los agentes de la producción, en el marco de la circulación general de mercancías, pero a condición de tomar a éstas como unidad de valor y valor de uso, o sea sin recurrir a aquellos factores que, al exacerbar en el proceso inmediato de producción la contradicción latente entre ambos, cortaría de raíz la posibilidad de abstraer su movimiento en el proceso de reproducción. Es evidente que ello está señalando el papel específico —y por esto mismo limitado— que cumplen los esquemas en la construcción teórica de Marx, cuyo hilo conductor es precisamente la transformación de la capacidad productiva del trabajo, la cual, en el régimen capitalista de producción, se expresa en la contradicción entre la valorización del capital y su desvalorización, cuya primera manifestación se da a nivel de la mercancía, por fuerza del efecto contradictorio que sobre ella ejerce la capacidad productiva del trabajo, y sienta la base para las grandes leyes que rigen el sistema, en particular la ley general de la acumulación capitalista y la de la caída tendencial de la cuota de ganancia.

Pero, por la misma razón, el uso de los esquemas de reproducción para el análisis de la realidad concreta del capitalismo no puede llevarse a cabo sin que se modifiquen los tres supuestos en que Marx los fundó, en especial el de la productividad constante. Hay sobrados motivos para suponer que, de haber concluido su investigación, el mismo Marx lo hubiera hecho, al avanzar hacia la teoría del mercado mundial y, en consecuencia, del imperialismo,[39] del Estado y de las crisis. Por esto, la crítica que se puede hacer a los que han intentado utilizar los esquemas para el análisis concreto no es precisamente la de haber desechado los supuestos adoptados por Marx en la tercera sección del libro II, sino más bien, al no establecer con precisión el plano de análisis en que se movían, la de haber confundido a la nube con Juno. Ello ha conducido a una serie de equívocos, que no sólo restaron a los esquemas la posibilidad de modificarse lo suficiente como para dar cuenta del movimiento real del capital (como ocurre cuando, por ejemplo, Rosa Luxemburgo mantiene el supuesto de que la plusvalía se acumula en el mismo sector en que se generó, lo que sólo es válido en el plano de abstracción en que Marx sitúa su análisis), sino que llevaron a que se tratara de contraponerlos a otros elementos de la obra de Marx, sin que se percibiera que los esquemas no eran sino uno de los elementos que éste utilizó en su construcción teórica global.

3. El examen de la reproducción del capital a la luz de la teoría de la plusvalía nos ha permitido llegar a algunas conclusiones que podemos retomar aquí desde otro ángulo. La principal es la de que, desde el momento en que hacemos intervenir cambios en la productividad y la intensidad del trabajo, se modifica la cuota de plusvalía, modificación que opera diferentemente según se trate del capital individual o de las ramas de producción.

En el primer caso, el del capital individual, ambos métodos de producción de plusvalía se traducen en plusvalía extraordinaria e implican, por ende, cambio en la relación básica de distribución; sin embargo, ese cambio en la distribución del producto excedente entre salario y plusvalía (o, lo que es lo mismo, en el grado de explotación) se lleva a cabo, en el caso de la productividad, sin que necesariamente se superexplote la fuerza de trabajo, mientras que, si se trata del aumento de la intensidad, la superexplotación tiende a producirse, dado que dicho aumento hace subir también el valor de la fuerza de trabajo.

En el segundo caso, el de las ramas de producción, constatamos que el aumento de la cuota de plusvalía sólo se expresa en plusvalía extraordinaria si dichas ramas pertenecen al subsector IIb (así como a las ramas del sector I que producen exclusivamente para éste), si dicho aumento se deriva de una mayor productividad; mientras que, si el aumento de la cuota de plusvalía se debe a la intensificación del trabajo, la posibilidad de plusvalía extraordinaria existe para cualquier rama en cualquier sector. A su vez, la relación básica de distribución (y, por tanto, el grado de explotación) se modifica en toda la economía, si, en ambos casos (productividad e intensidad) las ramas afectadas corresponden al sector I y al subsector IIa (generalización del cambio en la cuota de plusvalía o, en otros términos, paso de la plusvalía extraordinaria a la plusvalía relativa) o se modifica tan sólo en la rama en cuestión, si ésta pertenece al subsector IIb, dejando invariable la relación básica de distribución en el conjunto de la economía, aunque pudiendo alterar allí la distribución de la plusvalía (fijación de la plusvalía extraordinaria).

Ahora bien, la plusvalía extraordinaria no es sino un supuesto para la apropiación de ganancia extraordinaria. El que esa apropiación se realice o no depende de la concurrencia. Ello se debe a que la variación de la cuota de plusvalía en función de cambios en la producción hace variar en el mismo sentido la masa de valores de uso producida, pero su expresión en el valor social queda sujeta a la validación que sobre dicha masa opera la demanda (necesidades sociales solventes).[40] Así, según se sitúe la demanda respecto a la oferta, la magnitud de valor se establecerá al nivel, por encima o por debajo de las condiciones medias de producción,[41] aunque, en todos los casos, se esté realizando la masa de valores de uso producida. El mercado opera así en el sentido de corregir o amplificar la desviación entre valor y valor de uso implícita en el desarrollo de la producción mercantil.

Establezcamos algunas premisas esenciales. La demanda se encuentra estructurada directamente por las relaciones de distribución,[42] las cuales, aunque determinadas por la producción, como vimos, repercuten sobre ésta, desde el momento en que se trastocan en determinaciones de la demanda, con lo que sobredeterminan la producción del valor y de plusvalía. En su nivel básico, la demanda depende de cómo el producto excedente se distribuye entre plusvalía y salarios; en su nivel derivado, la demanda gira en torno a la manera como se distribuye la plusvalía, así como al modo como ésta se resuelve en acumulación y consumo.

Verifiquemos ahora cómo los cambios en la producción afectan las relaciones intersectoriales a nivel del mercado, partiendo de una situación de equilibrio. El aumento de la plusvalía en el sector I (por cambios en la productividad y/o intensidad) implica que aumenta la masa de valores de uso producida. Si, al comparecer las mercancías en el mercado, no se modifica su valor, la masa de valores de uso acrecentada se expresa en una masa proporcionalmente superior de valor. Realizado el intercambio intersectorial, esto se traduce en la ampliación de la escala de acumulación y el consiguiente incremento del valor del capital constante en IIa y IIb, así como del capital variable (aunque no necesariamente en la misma proporción), y, por consiguiente, en el aumento de valor de la masa de mercancías que éstos lanzan al mercado. Por tanto, el mercado para el sector II tiene que expandirse, so riesgo de que la masa de valor realizada sea inferior a la producida (ya sea porque parte de las mercancías no se vende, ya sea porque bajan de precio); si esto ocurriera, la masa mayor de plusvalía creada en los dos subsectores se traduciría en una masa menor de ganancia y, aunque ésta fuera igual a la que le tocaba anteriormente al sector II, caería su cuota de ganancia al haberse elevado sus costos de producción. En consecuencia, o a] se reduciría la demanda creada por IIa y IIb, lo que forzaría la reducción de los precios de c producido por I (dicha reducción correspondiendo a una reducción de valor), o b] capitales de ambos subsectores emigrarían a I, ya sea porque se habrían vuelto excedentes en función de las limitaciones del mercado, ya sea por la cuota de ganancia más alta del sector I, ya sea por las dos cosas; en ambos casos, se impondría la nivelación de la cuota de ganancia en I y II, desapareciendo la ganancia extraordinaria de I. Para que esto no se dé, es necesario que aumente el mercado para II; pero, dado que v ha permanecido, en el mejor de los casos, constante en I, la expansión del mercado sólo podría ser realmente importante para IIb, gracias a la conversión de la plusvalía extraordinaria de I, o parte de ella, en consumo individual de los capitalistas. Así, por el condicionamiento del mercado, la ganancia extraordinaria de I se traduciría en elevación de la cuota de ganancia en IIb y en las ramas de I que producen para éste. Sólo a medida que las mayores ganancias de I y IIb dieran lugar a la ampliación de la escala de acumulación, podrían IIa y las ramas de I dirigidas a éste, con retraso y en forma subordinada, integrarse al movimiento expansivo iniciado en I, con lo que la eliminación de la ganancia extraordinaria de los primeros, además de azarosa, se haría con lentitud.

Una observación: es evidente que, como la plusvalía se acumula en cualquier sector, el incremento de la plusvalía de I puede destinarse a la acumulación en II, lo que asegura no sólo la realización del producto c, sino que también podría teóricamente compensar, por el aumento de v en II, la reducción relativa de v en I. Pero esto sólo se dará si la plusvalía incrementada, al convertirse en capital excedente en el sector I, presiona hacia la baja la cuota de ganancia (del mismo modo como pasaría con la que emigra de II) y tiende a nivelarla con la del sector II De producirse esa migración de capitales, tendríamos que el cambio en la relación básica de distribución en I obliga a que se extienda la escala de acumulación en toda la economía para asegurar la expansión del mercado y, por ende, la realización de la masa de mercancías producida, así como, con ella, del aumento de plusvalía. Esto, repetimos, sólo se puede dar en la medida en que opera la tendencia a la nivelación de la cuota de ganancia y se elimina, pues, la plusvalía extraordinaria en I, lo que supone la emigración previa de capitales de II a I o una crisis de superproducción en éste.

Consideremos al sector IIa. El aumento de la plusvalía allí verificado se acompaña, como sabemos, de una masa mayor de mercancías. Si no se modifica el valor individual de éstas, no puede aumentar su demanda por parte de I y IIb, ya que v se mantiene allí constante, pero sí se reduce relativamente la demanda propia creada por IIa, dada la reducción de la participación de v en su producto (aunque mantenga su valor absoluto). El impasse tendrá que resolverse, como en el caso de I, sea por la baja del valor individual (y del precio) de las mercancías de IIa, sea por la emigración de capitales de I y IIb a IIa, o de éste a los otros dos, con la consecuente nivelación de la cuota de ganancia. El desplazamiento de plusvalía entre IIa y I o IIb queda sujeto a las condiciones antes descritas. Así, desde el punto de vista del mercado, IIa, aún menos que I, no está en condiciones de realizar sostenidamente una plusvalía extraordinaria.

Supongamos ahora que aumenta la plusvalía y el producto mercantil en IIb. Éste puede mantener en principio el valor individual de sus mercancías, por el hecho de que la demanda para éstas se deriva exclusivamente de la plusvalía, la cual se encuentra aumentada por el cambio de la relación básica de distribución en el propio sector; esto confiere una mayor elasticidad a la demanda para los productos de IIb, lo que se entiende aún mejor si consideramos que los aumentos de plusvalía en los demás sectores, aunque se traduzcan en una escala mayor de acumulación, tienden a traducirse también en el aumento relativo y absoluto de la plusvalía no acumulada.[43] En consecuencia, la posibilidad de que la plusvalía extraordinaria de IIb se traduzca en ganancia extraordinaria no se ve limitada en principio por el mercado, sino tan sólo por la competencia entre los capitales y su emigración de rama a rama. Sin embargo, como los capitales migrantes no se mueven de una rama a otra con el objeto de eliminar la ganancia extraordinaria, sino más bien para aprovecharse de ella, sólo las presiones que se ejerzan sobre el mercado (una escala de acumulación tan rápidamente ascendente que frene la expansión del consumo individual creado por la plusvalía; atractivos excepcionales al ahorro; crisis sectoriales en I o IIa; etcétera) pueden eliminar en IIb la ganancia extraordinaria, independientemente de que ésta se vea reducida por la concurrencia entre los capitales respecto a la plusvalía extraordinaria realmente creada. En este plano de análisis, pues, la explicación de la ganancia extraordinaria de IIb ha de buscarse en la dinámica misma del mercado, más que en otros factores, como, por ejemplo, las estructuras monopólicas que allí se puedan dar, ya que éstas se dan igualmente en I e incluso en II, sin producir el mismo efecto.

Para mayor abundamiento, señalemos que la demanda creada por la plusvalía no acumulada se hace al margen del ciclo del capital productivo y, por consiguiente, la determinación del valor social en esa esfera de la circulación no afecta a la valorización del capital en I y IIa, sino tan solo a la tasa de acumulación (en la medida en que influye en cómo la plusvalía se reparte en plusvalía acumulada y no acumulada). Es, pues, comprensible que, cuanto más aumente la plusvalía en la economía, mayor sea la elasticidad de esa demanda. Por otra parte, dado que dicha demanda no entra en la circulación del capital sino que configura un caso de circulación general de mercancías, es natural que el valor de uso adquiera allí una importancia más decisiva en la realización del producto; de allí la mayor diferenciación de los artículos producidos por el subsector IIb, las desviaciones más frecuentes en él respecto a la ley del valor (como la sobreestimación de la producción artesanal respecto a la producción fabril), etcétera.

Conviene tener presente que, al transferir a los precios en menor medida que I y IIa los aumentos de productividad, el subsector IIb establece con los demás una relación que implica una transferencia intersectorial de plusvalía, vía precios, que va más allá de la que correspondería estrictamente a los mecanismos de nivelación de la cuota de ganancia y que más bien los violan; en otros términos, se configura una situación similar a la que alude la noción de intercambio desigual en la economía internacional. Ello reduce, pues, la masa de ganancia que toca a I y IIa (aunque las ramas de I que producen fundamentalmente para IIb puedan resarcirse, recurriendo también a la plusvalía extraordinaria) y presiona hacia abajo su cuota de ganancia. En otras palabras: el sector IIb ejerce un efecto depresivo sobre la cuota general de ganancia, el cual es rigurosamente la contrapartida de la ganancia extraordinaria que en él se verifica.[44]

Observemos, finalmente, que la especificidad de IIb, en cuanto a la producción de plusvalía extraordinaria y su conversión en ganancia extraordinaria, se acentúa necesariamente allí donde rige la superexplotación del trabajo, configurando una situación en que privan salarios bajos y ganancias elevadas. En efecto, ello implica que, al tiempo que se presenta con poco dinamismo la esfera baja de la circulación, creada por los primeros, tiende a inflarse la esfera alta, generada por las segundas. En tales circunstancias, se entiende perfectamente que el subsector IIb tienda constantemente al crecimiento desproporcionado, respecto a los demás, así como que se acentúe, en el plano del mercado, la subordinación del sector I en relación al subsector IIb, más que al subsector IIa. Como en cualquier otro campo observado, también aquí la economía dependiente, basada en la superexplotación del trabajo, sufre de manera amplificada las leyes generales del régimen capitalista de producción.

II

1. Despejados algunos de los problemas que plantea la utilización de los esquemas en tanto que representación de una economía capitalista concreta, nos ocuparemos ahora de los trabajos de Maria da Conceição Tavares y Francisco de Oliveira,[45] que se valen de ellos. Conviene aclarar que, aunque ambos, vía Kalecki,[46] se remitan a los esquemas de reproducción de Marx como punto de referencia para el análisis de la problemática que quieren resolver, no proceden a la elaboración de esquemas propios y más bien ignoran las controversias a que dieron lugar intentos de esta naturaleza. Los dos trabajos tienen en común la preocupación respecto al peso y el papel del subsector productor de bienes de consumo de lujo (que los dos autores identifican, grosso modo, con los bienes durables de consumo) en la economía brasileña actual, es decir, de la posguerra; mientras Oliveira centra allí explícitamente su atención, con el objeto de examinar la relación entre dicho subsector y la crisis económica que atraviesa en este momento el país, Tavares intenta una teorización más amplia, que no sólo contempla el problema del desarrollo de dicho subsector en los países capitalistas avanzados, sino que, sobre todo, pretende establecer un marco de análisis para esa cuestión en las economías que llama semindustrializadas, o sea, las economías capitalistas dependientes de mayor desarrollo relativo, para acercarse finalmente al caso brasileño, considerado principalmente a la luz de la industrialización de la posguerra y de la crisis económica por la que pasó en la década de 1960; sin embargo, a lo largo de todo el trabajo, la preocupación subyacente de Tavares, como la de Oliveira, se orienta hacia la actual crisis del capitalismo brasileño. En el análisis de ambos trabajos, mi propósito no es examinar todos sus supuestos teóricos ni el cuadro explicativo que presentan para la dinámica de la economía brasileña, sino tan sólo verificar el uso que hacen de los esquemas y el papel que éstos desempeñan en las conclusiones a que llegan.

La tarea no es fácil, particularmente con el trabajo de Tavares. En efecto, allí se observa una modificación progresiva del aparato analítico: la estructura sectorial tripartita, que se establece en el capítulo I (y que, como descubrimos al final del capítulo, en la p. 32, sólo rige para el sector industrial manufacturero, reservándose para los demás el esquema cepalino industria-agricultura, aumentado con los servicios y el Estado), se combina, en el capítulo II, con la organización diferenciada de la empresa en los distintos sectores (oligopolio competitivo, oligopolio diferenciado y oligopolio concentrado, que, más o menos, corresponden a la sucesión sector II, III y I), para casi desaparecer en el capítulo III; aquí, las categorías complejas sectores de producción-formas empresariales de organización remplazan el esquema sectorial del capítulo I, con énfasis en la organización empresarial y su dinámica de competencia, y se aplican exclusivamente a la industria, rigiendo para los demás ámbitos de la producción el instrumental analítico cepalino.[47]

La justificación misma del esquema sectorial tripartito es discutible. Así, Tavares introduce el sector III por suponer que en Marx el consumo de los capitalistas se trata "sólo como una apropiación y producción de 'plusvalía', no siendo necesario introducirlo como sector de producción específico, con sus problemas propios de producción y realización" (p. 12), lo que reitera cuando añade que "el gasto improductivo del excedente reduce la tasa de ahorro y acumulación del sistema (visión clásica ortodoxa)" (p. 12). Tavares confunde, pues, la concepción de Ricardo, y sobre todo la de Malthus, sobre el consumo improductivo, con la de Marx, para quien éste corresponde a un subsector de producción específico (IIb), con sus problemas propios de producción y realización, participando dinámicamente de la reproducción, tanto por la acumulación que allí tiene lugar, bajo la forma c + v, como por la circulación de mercancías que engendra, la cual implica la circulación de la plusvalía que allí se produjo. Sin embargo, pese a la manera como plantea un tratamiento diferenciado del sector III, Tavares no hace mención de la única razón que lo justificaría: las particularidades que ostenta la producción de plusvalía, como base para la obtención de ganancia extraordinaria en dicho sector, lo que incide en la tendencia de la acumulación hacia él, así como el peso que él adquiere en la determinación de las estructuras de distribución.

Ello no es fortuito, sino que corresponde al modo como Tavares analiza el desarrollo del sector III y, lo que va estrechamente ligado a esto, el paso a la competencia oligopólica y sus estructuras de producción. Su tesis central sobre el sector III reside en que corresponde a la industrialización avanzada, en cuyo seno la diferenciación del consumo de los capitalistas respecto al consumo de los trabajadores contribuye a resolver los problemas de reproducción del capital (p. 13). Tales problemas surgen del hecho de que el progreso técnico, al reducir los costos generales de producción (es decir, al aumentar la composición técnica del capital sin aumentar su composición de valor), crea una masa de ganancias, y por ende un potencial de acumulación, superior a la tasa efectiva de la capacidad productiva utilizada (pp. 14-15). Aunque esto permita, en principio, al análisis orientarse hacia el mercado exterior, como salida para el capital excedente, y pasar de allí a las modificaciones que ello acarrea para la economía mundial, Tavares opta por centrar su análisis, "desde un punto de vista 'lógico', sólo al interior de los patrones endógenos de acumulación" (ibid.); pasa, pues, a considerar las formas de organización que surgen, al instaurarse la competencia oligopólica, y sólo de paso se referirá a sus efectos en la economía mundial, al tratar las formas que corresponden al oligopolio diferenciado y el conglomerado financiero, al final de su capítulo I.

Siempre siguiendo a Tavares, la sobreacumulación de capital, que se deriva de la reducción general de costos, conduce a una situación en que "el límite de la acumulación pasa a estar dado no por las condiciones de 'producción de plusvalía', sino por las condiciones de su realización dinámica en escala ampliada. Es decir, los problemas se desplazan hacia la órbita de la 'insuficiencia de demanda efectiva', planteados, sin embargo, en términos dinámicos y no en términos estáticos, como en los esquemas keynesianos" (pp. 21-22). El sector III se introduce, pues, en este marco analítico, para absorber las sobreganancias, es decir, se explica por el lado de la realización, pasando a funcionar en términos de una "tercera demanda" endógena a la reproducción del capital.

En realidad, al transferir a la realización el "límite" de la acumulación, no sólo se asumen, aunque en otro contexto, las tesis malthusianas sobre el consumo improductivo,[48] sino que se parte de una visión de la productividad que no distingue sus efectos en la antinomia valor-valor de uso. El aumento general de la productividad en el sistema (o, lo que es lo mismo, la reducción de costos generales), aunque arroje una masa acrecentada de valores de uso, no altera de por sí, la masa de valor creada, si se mantiene la magnitud extensiva e intensiva de la jornada. Sin embargo, reduce en dicho valor la parte que corresponde al capital constante y variable, y es esto lo que se expresa en baja de costos (una unidad de capital constante representa ahora una magnitud menor de valor, y lo mismo pasa con la fuerza de trabajo). A este caso corresponde la hipótesis de Tavares respecto al aumento de ganancias independiente del comportamiento de la plusvalía.

Consideremos más de cerca esta hipótesis. La elevación de la productividad hace subir la composición técnica del capital, es decir, la relación física entre trabajo vivo y trabajo muerto, e incide sobre la masa de mercancías producida, pero entendidas tan sólo como valores de uso. Para que sepamos si el aumento de valores de uso corresponde a un aumento de valor, es necesario remitirse a la composición orgánica del capital, es decir, a la relación existente entre capital constante y capital variable, tomados como expresión de valor. Supongamos que la composición orgánica no se ha alterado: como se ha elevado la masa de mercancías producida, el valor del capital empleado en su producción (variable y constante) se reparte en una cantidad mayor de productos, reduciendo pues el costo unitario de producción, pero manteniendo el costo de producción global; en otros términos, la mayor cantidad de productos incorpora, en términos de costo, la misma masa de valor. A este nivel, pues, no hay variación del valor total de la producción; para que dicho valor se modifique, es decir, se eleve, lo que implicaría la reducción relativa del costo de producción, el valor nuevo (la plusvalía), creado por efecto de la mayor productividad debe ser validado a nivel del mercado, con lo que se tendrá una elevación, no necesariamente proporcional, de la ganancia obtenida por el capital en cada mercancía individual y, por ende, de la ganancia total respecto a la masa global de mercancías. Para el capitalista individual, que eleva su productividad por encima de la media de la rama, ese efecto es automático, en la medida en que la reducción del valor individual de las mercancías que él produce no ha alterado el valor social de las mismas; en otros términos, ese capitalista habrá producido una plusvalía extraordinaria y logrado convertirla en ganancia extraordinaria. Si lo planteamos en la perspectiva de la rama, el efecto es pasajero, una vez que el aumento de la productividad media deberá a la larga reducir el valor social de la producción a su valor individual; si esto no se diera, y la rama pertenece al sector I o al sector II, no habría reducción de costos en las demás ramas, con lo que se dificultarían posteriores reducciones de costos en la rama en cuestión; mientras que, si pertenece al sector III, se obligaría a los capitalistas de todos los sectores a destinar una parte mayor de su plusvalía al consumo improductivo, limitándose pues la escala de la acumulación de capital. En cualquier caso, e independientemente del sector a que pertenece, la rama que lograra mantener el valor social de sus mercancías por encima de su valor individual estaría convirtiendo parte o toda su plusvalía extraordinaria en ganancia extraordinaria, lo cual, como ya demostramos antes, y haciendo abstracción del comercio exterior, implicaría no una reducción general de costos, sino el mantenimiento o elevación de los costos de las demás, si se trata de ganancias extraordinarias que benefician al sector I y II, o una reducción de las ganancia en todos los sectores, si se trata de una rama del sector III. En el primer caso, no habrá bajado, sino mantenido estable o subido la composición orgánica; en el segundo, se habrá reducido la masa de ganancias susceptible de ser apropiada por las demás ramas. Así, para que se observe una reducción general de costos en toda la economía, y la elevación de la cuota media de ganancia, es necesario que se hayan reducido en valor las ganancias individuales y especiales, independientemente de que aumenten en cuanto a su capacidad de disponer de valores de uso; en otros términos, debe operar la tendencia a la nivelación de la cuota general de ganancia, con la consiguiente desaparición de las ganancias extraordinarias. Señalemos, de pasada, que allí reside el aspecto negativo de los monopolios, cuando éstos, actuando sobre la circulación establecen y mantienen sobreganancias, por encima de la ganancia media vigente.

Planteadas así las cosas, no se puede sostener que el aumento de la productividad y la baja general de costos en economía arrojen una masa creciente de valor, que transforme los problemas de la reproducción de capital en problemas de realización y desplace la determinación de la dinámica del sistema desde el ámbito de la producción y realización de la plusvalía al del comportamiento de la "demanda efectiva”. En el juego entre los capitales individuales y entre las ramas entre sí, así como entre los sectores de la producción, el aumento de la productividad y la baja de costos provoca transferencias de plusvalía y alteraciones en las relaciones básicas de distribución precisamente porque se derivan de modificaciones en la proporción de valor producida y apropiada por dichas ramas y capitales que no se corresponden con modificaciones en la masa global de valor producida en la economía en su conjunto; a nivel de ésta, la mayor productividad y la baja de costos opera, no en el sentido de aumentar la masa de valor creada, con los consecuentes problemas de realización que de allí surgirían, sino manteniendo dicha masa simultáneamente a su expresión en una mayor cantidad y diferenciación de los valores de uso.

En la medida en que es necesario, ahora, hacer circular una masa mayor de valores de uso que corresponde a la misma masa de valor, los problemas de circulación se plantean desde el momento en que el reparto de dicha masa de valor entre los diferentes sectores se modifica. Son, pues, la consecuencia, no la causa, de tendencias inherentes a la producción de plusvalía, que se expresan, a nivel aparencial, en el fenómeno de la ganancia extraordinaria. El que éste pueda derivarse de manipulaciones operadas por el capital en la esfera de la circulación no debe hacer olvidar que, salvo en situaciones excepcionales, como las crisis, esas manipulaciones sólo resultan si acompañan las tendencias de la producción. Las ganancias monopólicas no constituyen, en este sentido, una excepción.

Si Tavares puede sostener puntos de vista distintos es porque confunde el efecto de la productividad en la creación de valores de uso y de valor, al tiempo que no distingue la dinámica propia a los capitales individuales, a las ramas especiales de producción y a la economía en su conjunto. Esto es lo que la conduce a intentar explicar el crecimiento desproporcionado del sector III a través de la realización, en lugar de partir de las condiciones de producción y circulación de la plusvalía. De este modo, no percibe que el aumento de la productividad del sistema sigue dependiendo de la producción de plusvalía y, más aún, sólo tiene sentido si se expresa en una elevación de ésta, sobre la base de la reducción del valor de la fuerza de trabajo, que se traduzca en una reducción del capital variable, relativa, por supuesto, independientemente de que aumente el salario del obrero individual. Son los aumentos de productividad que no se encauzan en este sentido los que, al incidir en la esfera de la circulación, conducen al desequilibrio sectorial, con la hipertrofia del sector III y de las ramas que producen para este.

En las economías dependientes, el crecimiento desproporcionado del sector III, que preocupa a Tavares, se explica de la misma manera y conduce al mismo punto de llegada, aunque su movimiento sea más exacerbado, como ocurre con los fenómenos económicos en ese tipo de economía capitalista. Por un lado, el aumento de la productividad, en el sector III, se puede traducir más fácilmente en sobreganancias, debido a que la productividad media en los otros dos es baja (y aún cuando sea alta en ciertas ramas del sector I, parte de ella se transfiere a los demás, en lo que juega papel importante el Estado). Por otro lado, dada la superexplotación del trabajo, es decir, el hecho de que la fuerza de trabajo se remunere por debajo de su valor, la necesidad de desvalorizarla no se impone con la misma fuerza que en los países capitalistas avanzados; los mecanismos económicos que engendran la superexplotación y que la refuerzan, en particular el crecimiento del ejército industrial de reserva, actúan naturalmente en el sentido de elevar la cuota de plusvalía y crean, además, a nivel político, condiciones para que los trabajadores sufran presiones que van en el mismo sentido. En consecuencia, el aumento de la productividad, que normalmente se traduce en sobreganancias en el sector III, tiende a orientarse de manera aún más decidida en su dirección (y, con él, la acumulación), provocando su hipertrofia. La producción de sobreganancias en el sector III, ante un sector II que no ofrece estímulo significativo al aumento de productividad, y las diferencias de composición orgánica que median entre ellos, acentúan el drenaje de plusvalía hacia aquél y sesgan toda la estructura productiva, traduciéndose, en el plano de la circulación, en la diferenciación creciente entre su esfera alta y su esfera baja, es decir, la que corresponde al consumo de la plusvalía y la que corresponde al consumo de los salarios. Una vez más, se expresa como un problema de realización lo que sólo se entiende a la luz de los mecanismos de la producción.

Al analizar la acumulación oligopólica, Tavares lo hace sobre la base de lo que estableció para la acumulación competitiva. Pero se verá enfrentada, a partir de su premisa de que el límite de la acumulación está dado por el mercado, con el hecho de que serán siempre necesarios mercados nuevos. No le basta ya el sector III: en pp. 32-33, introduce nuevos sectores, al margen de su esquema tripartito (cuya validez queda circunscrita a la industria manufacturera), tales como la agricultura y los servicios, así como el Estado (o, más exactamente, el gasto público en infraestructura). No sólo se rompe entonces el esfuerzo de examinar la problemática planteada a la luz de los esquemas de reproducción, sino que se pierde el hilo "lógico" de la exposición, ya que tenemos que vernos con una "tercera demanda" exógena a dichos esquemas. En esta perspectiva, se hace poco comprensible por qué, al tratar de economías dependientes, en el capitulo II, Tavares contemple con cierto desprecio el problema de su relación con la economía (y el mercado) mundial, y que lo ponga francamente "entre paréntesis" en el capítulo III, relativo a la economía brasileña.

2. Oliveira, aunque más ortodoxo en la aplicación de un esquema tripartito de reproducción, enfatiza igualmente la desproporcionalidad del sector III, que constituye el elemento definitorio por excelencia del patrón de acumulación vigente en Brasil (p. 86), y no difiere mucho de Tavares en cuanto a la identificación del origen de dicha hipertrofia: la concentración del ingreso, que originó un perfil de demanda que hizo posible el desarrollo del sector III, en un momento en que la división internacional del trabajo brindaba a ciertas economías dependientes la posibilidad de dejar de basarse en la distinción entre productores de materias primas y productores de bienes manufacturados para establecerse en torno a la de productores de manufacturas de consumo y productores de manufacturas de bienes de producción (p. 83). Aunque Oliveira no lo explicite, parece ser que el problema de fondo está en que esa división del trabajo no trasciende el plano productivo para proyectarse en el plano del mercado, lo que acarrearía los problemas que enfrenta ese patrón de crecimiento; en efecto, ello provoca una crisis recurrente de la balanza de pagos, la cual "se expresa en la contradicción entre una industrialización vuelta hacia el mercado interno pero financiada o controlada por el capital extranjero y la insuficiencia de generación de medios de pago internacionales para hacer volver a la circulación internacional de capitales la parte del excedente que pertenece al mercado internacional" (p. 87). Por otra parte, el predominio del sector III, con su control oligopólico sobre la economía, lleva a que los aumentos de productividad de cualquier sector se transfieran hacia él y al sector I de las economías centrales, con el que se encuentra articulado (ibid.), aunque los mecanismos para esas transferencias no se indiquen. Ello implica extremar la concentración del ingreso, que estaba en la base del desarrollo del sector III.

Siempre de acuerdo a Oliveira, ese patrón de crecimiento condujo a la crisis de 1962-1967, que se superó profundizándolo, con lo que los problemas se han agravado. La crisis actual abre, pues, posibilidad a dos estrategias: una de superación efectiva del problema, mediante la internalización del patrón de reproducción, lo que supone el desarrollo del sector I; la otra, de simple amortiguamiento, a través del crecimiento de la deuda, sustentado por el aumento de las exportaciones (pp. 92 ss.).

No reiteraremos aquí la crítica ya hecha a Tavares, en el sentido de que las razones del desarrollo desproporcional del sector III no deben buscarse en la circulación (concentración del ingreso, perfil de demanda); añadiremos tan solo que el recurso a las tendencias de la inversión extranjera en Brasil, que se orienta crecientemente a partir de los cincuenta hacia el sector industrial, además de mantener la cuestión en el plano de la circulación (movimiento de capitales), no proporciona un factor explicatorio suficiente: si es cierto que esa inversión se ha dirigido preferentemente al sector III, lo que hay que explicar es por qué sucedió así. Si se descarta la idea de un complot, no queda como razón sino el comportamiento particular que asume en dicho sector la formación de ganancias extraordinarias. Más interesante, por ser un problema que Tavares prefirió hacer a un lado, es examinar cómo, desde el punto de vista de Oliveira, la estructura sectorial de la economía brasileña y sus relaciones interdepartamentales afectan su relación con la economía internacional.

Hemos visto ya que Oliveira considera crucial la contradicción entre el desarrollo del sector III bajo control extranjero, pero centrado en el mercado interno, y la necesidad de las empresas extranjeras de remitir sus ganancias al exterior. En este sentido, es enfático en negar la posibilidad de crisis de realización en el mercado interno, convirtiendo el problema en el de la obtención de divisas para la repatriación de las ganancias ya realizadas en moneda nacional. Nos encontramos así con un problema de realización de plusvalía que no tiene que ver con su cambio de forma de mercancía a dinero, sino que se desdobla en el cambio de forma que el dinero mismo debe realizar, en la medida en que no es dinero mundial. Esta es la razón por la cual Oliveira contempla de pasada, como una solución por lo menos parcial del problema, el que la moneda brasileña revistiera este carácter, aunque fuera en el ámbito regional (pp. 110-11). Pero, en lo inmediato, y para el periodo considerado, esta solución no es una realidad, por lo que la contradicción se ha resuelto mediante el aumento de la deuda, sobre la base del crecimiento de las exportaciones.

La debilidad del trabajo de Oliveira está en que, partiendo de la relación economía brasileña-economía mundial, busca sólo en la primera la solución de las contradicciones existentes entre ellas, además de que no contempla sino en un solo sentido los cambios de forma (dinero, producción, mercancías) que el capital reviste en su ciclo. Los dos problemas serios que presenta su análisis son los supuestos, que él no pone jamás en discusión, de que las ganancias del capital extranjero deben regresar al circuito internacional y que deben hacerlo bajo la forma de dinero mundial, materializado en divisas. Para que esto fuera así, sería necesario que esas ganancias al ser remitidas se expresaran internamente como sobreacumulación de capital, es decir, como capital que no puede ser invertido en la propia economía nacional a una cuota de ganancia atractiva. Pero, en este caso, el problema no residiría en la realización (aunque fuera de dinero en dinero) sino en la acumulación misma, cuya restricción estaría obligando al capital extranjero a salir al exterior, y tendría que afectar también al capital nacional, lo que atenúa la importancia de que el control de la producción sea o no extranjero. Por lo demás, la salida de capital (que tiene que ver con las decisiones de capitalistas individuales, lo que la hace posible) sólo constituiría problema si no se compensara con nuevos ingresos de capital extranjero. En el caso de que se diera esta situación —egresos sin ingresos— estaríamos forzados a buscar otra vez en la dinámica misma de la acumulación las razones que la estarían provocando. De hecho, no es necesario hacerlo, una vez que ésta no ha sido la característica de las relaciones que, en términos de exportación e importación de capital, mantuvo la economía brasileña con la economía mundial en los años de prosperidad y —gracias, es cierto, a la especulación financiera que el Estado está proporcionando— no se presenta todavía en el curso de la presente crisis.

El segundo supuesto: la necesidad de que el capital dinero regrese a la circulación internacional del capital bajo la forma de dinero mundial que se exprese en divisas merece ser tratado también con cuidado. Esto sólo sería así si la economía brasileña, aunque funcionando como centro de producción de capital, no pudiera funcionar también como centro de circulación tanto de mercancías como de dinero y se constituyera en simple punto de la circulación originada en los países avanzados. Desde el momento en que Brasil funciona como centro de circulación de mercancías, es decir, que diversifica por razones internas la composición y el destino de sus exportaciones, la moneda brasileña entra inmediatamente a funcionar como dinero mundial, aunque en un marco limitado de relaciones bilaterales; la expansión notable que ha tenido en los últimos diez años el Banco de Brasil no es sino la consecuencia de este fenómeno. Éste puede asumir, como ahora, perfectamente la forma de créditos para asegurar la expansión de la exportación de mercancías; pero se observa ya, junto con ello, cómo la circulación de dinero originada en Brasil comienza a asumir la forma de inversión directa e indirecta en el exterior (que proporciona una base aún más efectiva para la expansión de la circulación de mercancías).

La diversificación de la circulación es lo que hoy puede permitir a Brasil reproducir su dependencia de manera ampliada y representa la base sobre la cual tendrá que resolverse la contradicción que, entre el nivel de la producción y el del mercado, ha creado la nueva división internacional del trabajo. Marx señaló ya que las contradicciones sólo se resuelven profundizándose, es decir, ampliando el ámbito en el que se puede seguir desarrollando; desde el momento en que esto deja de darse, no queda sino la crisis final, definitiva. Como la idea de que el capitalismo brasileño ha llegado a un punto decisivo de ruptura parece estar lejos de las cogitaciones de Oliveira, no le quedaría a éste sino encarar de manera más dialéctica la relación entre la circulación de mercancías y de dinero y, por ende, admitir que la superación de la actual crisis brasileña sólo se dará mediante la acentuación de su integración plena a la economía mundial como centro de producción y de circulación de capital, bajo las tres formas en que éste cumple su ciclo: capital dinero, capital mercancía y capital productivo.

3. Ello parecería dar razón a la crítica que Gilberto Mathias hizo a los dos autores que acabamos de comentar.[49] En realidad esto no es exactamente así, dado que la crítica de Mathias reposa sobre ciertos equívocos. En primer lugar, Mathias acepta la afirmación que sin fundamento hace Tavares en el sentido de que los esquemas de reproducción en Marx se establecen sobre la base de dos departamentos (excluyendo, pues, a la producción de bienes de lujo), cuando admite que "la introducción de un tercer sector en estos esquemas, que produce sobre todo bienes de consumo durable, permite sin duda la construcción de un 'modelo' que rinde mejor cuenta de la evolución de la estructura industrial de estos países [dependientes]", etcétera (p. 68). Pero este es un error menor. Más grave es el hecho de que Mathias desestima la conveniencia de recurrir a los esquemas para el análisis concreto en beneficio de la referencia al movimiento cíclico del capital; en otras palabras, contrapone el estudio del ciclo del capital, tal como se plantea en la primera sección del libro II, al del proceso de reproducción y circulación, del modo como queda establecido en la sección tercera, con lo que incurre en el error metodológico ya señalado de oponer entre sí a elementos de la construcción teórica de Marx, en lugar de valerse de ella en su conjunto para el análisis concreto. Finalmente, y más grave todavía, Mathias incide en el error de privilegiar al ciclo del capital productivo sobre los demás, con lo que no sólo insiste en el procedimiento que consiste en oponer Marx a Marx (lo correcto es considerar la unidad de los tres ciclos), sino que acude a la forma de capital menos apta para dar cuenta del proceso de valorización [50] y menos capaz para el análisis de la circulación general de mercancías, como indiqué antes; añadamos que, por ello mismo, la forma P...P no puede incluir a la "tercera demanda", en la que Mathias cree (p. 74) sin percatarse de que ella no es sino una expresión del consumo individual generado por la plusvalía; así —de aceptarse el método de análisis propuesto por Mathias— la "corriente ricardiana" llevaría la ventaja de contar con un elemento explicativo no incluido en el suyo (además de que éste tendría que excluir los demás elementos señalados por el mismo Mathias en pp. 79-80).

Estas claudicaciones teóricas y tomas de posición dogmáticas no restan, empero, interés al trabajo de Mathias, para el estudio de la actual crisis brasileña. Su análisis arranca de la manera como el desarrollo del sector III afecta doblemente a la cuota de ganancia en Brasil, al obstaculizar la desvalorización de la fuerza de trabajo y del capital constante (pp. 68-69). Respecto a lo segundo, el desarrollo de III provoca la atrofia del sector I, lo que crea obstáculos a la desvalorización del capital constante y no puede compensarse ni mediante la acción del Estado ni mediante la importación de bienes de producción, dado que el mercado mundial no favorece que los aumentos de productividad obtenidos en el sector I de los países avanzados se traduzcan en los precios; en consecuencia, sube la composición orgánica del capital, al tiempo que baja la rentabilidad del capital constante. Respecto a la fuerza de trabajo, la hipertrofia del sector III corresponde también a la atrofia del sector II, frenando la desvalorización de aquélla y, en consecuencia, la generalización de la plusvalía relativa; aunque ello se compense con la superexplotación del trabajo, ésta tiene límites que, al manifestarse, frenan la tasa de acumulación e impiden la expansión del mercado (pp. 70-71). Todo ello establece, pues, factores de presión sobre la cuota de ganancia, a partir del proceso mismo de acumulación.

Es indudable que, a partir de la cuota de ganancia, Mathias avanza considerablemente, respecto a los otros dos autores, en la percepción de los problemas que caracterizan al patrón de reproducción del capital en Brasil, actualmente en crisis; sin embargo, al hacerlo sin haber aclarado sus determinaciones a partir de la cuota de plusvalía, no saca de ello todas las consecuencias e incurre en confusiones. Así, aunque perciba que el desarrollo del sector III no afecta directamente a la desvalorización de la fuerza de trabajo y del capital constante, y por ello no representa una solución a los problemas de la cuota de ganancia,[51] Mathias no parte de este hecho para explicar ese desarrollo (lo que lo obligaría a recurrir al concepto de plusvalía extraordinaria), el cual es tomado simplemente como un dato (pp. 68 ss.), y se preocupa tan sólo de sus efectos negativos en los mecanismos que, desde el punto de vista del capital constante y variable, contrarrestan la caída tendencial de la cuota de ganancia. En su análisis, dichos efectos se expresan en la atrofia de los otros dos sectores de producción, lo que, al no haberse puesto en evidencia el comportamiento de la cuota de plusvalía en los tres sectores, no llega a ser una explicación y lo deja en igualdad con Oliveira y en retroceso respecto a Tavares.

La suposición de Mathias de que los bienes de producción no sufren en el mercado mundial reducciones significativas de precios, independientemente de que esté bajando su costo de producción, es, por el grado de absolutización en que se formula, susceptible de provocar dudas. La teoría enseña que los aumentos de productividad se transfieren o no a los precios, en esos bienes como en cualesquiera otros, según las condiciones de la concurrencia; la práctica muestra que, aunque por lo general la reducción de los precios de esos bienes es más lenta que la de los productos primarios y bienes intermedios, debido a las diferencias de productividad e intensidad del trabajo en los países que producen unos y otros (y allí radica la clave del intercambio desigual), tal reducción no deja de tener lugar, particularmente en periodos en que se acentúa la competencia por mercados. Esto último se comprueba fácilmente si se examinan las relaciones internacionales de intercambio, a principios de esta década; naturalmente, la elevación de precios del petróleo y la subsiguiente agudización de la inflación mundial han modificado la situación.

Lo esencial —y Mathias debiera de haber sacado las consecuencias de su planteamiento respecto a la atrofia de los sectores I y II— es que, en las economías dependientes de mayor desarrollo relativo, la búsqueda de sobreganancias y la elasticidad de la demanda que corresponde a la esfera alta de circulación orientan hacia el sector III las inversiones, en particular extranjeras, por las características propias del sector, en cuanto a la producción de plusvalía, y las condiciones de distribución creadas por la superexplotación del trabajo. Con ello, se eleva la composición orgánica de ese sector a un ritmo más rápido que en los demás, inclinando a su favor el mecanismo de nivelación de la cuota de ganancia. Ambos factores —el drenaje de plusvalía que resulta de la nivelación de ganancias ante un sector de alta composición orgánica y el que se deriva de la ganancia extraordinaria (la cual, como vimos antes se encuentra vinculada directamente a las condiciones del mercado)— deprimen la cuota de ganancia en los demás sectores (a excepción de las ramas del sector I que producen fundamentalmente para el sector III): en este sentido, y sólo en éste, es que la atrofia de I y II puede atribuirse al desarrollo del sector III.

La internacionalización del sector I, es decir, la sustitución de importaciones de bienes de producción, tendería a corregir ese desequilibrio básico, al elevar la composición orgánica en dicho sector respecto al III, pero no sería de por sí capaz de depreciar al capital constante, como supone Mathias. En efecto, es poco probable que los precios de los bienes de producción fabricados internamente se situaran por debajo de los vigentes en el mercado mundial (basta ver lo que pasa con los precios de los bienes que produce el sector III). En consecuencia, la desvalorización del capital constante y su efecto en la cuota general de ganancia en Brasil seguirían dependiendo de las condiciones impuestas, en este terreno, por las economías capitalistas avanzadas, aunque esa dependencia específica ya no se viabilizara prioritariamente, como ahora, por la vía de la balanza comercial. Afirmando lo contrario, Mathias, aunque por otra vía, lleva agua al molino autonomista de Oliveira y se rezaga respecto a Tavares, que es mucho más escéptica en cuanto a esa posibilidad de superación de la dependencia (tanto más que, para ella, ésta como que ya no existe).

Las consideraciones de Mathias sobre la desvalorización de la fuerza de trabajo crean dudas aún más serias. Haciendo a un lado la influencia del sector III en la determinación de la cuota de ganancia en el sector II, para lo que vale lo anteriormente expuesto, debe preocuparnos la manera como Mathias enfoca el problema de la superexplotación del trabajo, en tanto que mecanismo que asegura esa desvalorización. No insistamos en la imprecisión conceptual con que aborda la superexplotación (igual a plusvalía absoluta y, más adelante, igual a prolongación e intensificación del trabajo, sin referencia, por lo demás, a la relación entre el salario y el valor de la fuerza de trabajo) ni tampoco en el hecho de que la superexplotación no desvaloriza a la fuerza de trabajo, tan sólo la deprecia; vayamos a lo esencial: el que se considere a ésta como expresión de una fase que estaría viviendo el capitalismo brasileño, susceptible pues de ceder lugar a otra en que la introducción de métodos destinados a aumentar la productividad permita generalizar la plusvalía relativa. Como lo hizo en relación a la transferencia de los aumentos de productividad a los precios de los bienes de producción en el mercado mundial, Mathias se equivoca aquí por incurrir en "simplificaciones abusivas", tanto en el plano teórico como histórico. El recurso a la productividad del trabajo, como método de extracción de plusvalía, no es algo que está por venir, cuando se agote la posibilidad de extraerla sobre la base de la superexplotación, sino que ha sido justamente porque ya se utiliza ampliamente que la superexplotación en Brasil se ha agravado. Esto es lo que examiné en otra parte, al indicar como, al incidir en una estructura productiva basada en la superexplotación, el aumento de la productividad del trabajo conlleva la aceleración del crecimiento del ejército industrial de reserva, con lo que se viabiliza la presión del capital sobre las condiciones de trabajo y remuneración de los trabajadores.[52] El hecho de que, junto a ello, la burguesía recurra al Estado para doblegar la resistencia obrera y hacer aún más efectiva la acción del ejército de reserva (eliminando, por ejemplo, la estabilidad laboral, fijando topes salariales, suprimiendo el derecho de huelga, etcétera) no modifica el problema, en sus términos esenciales. En consecuencia, para que los trabajadores brasileños logren superar la superexplotación, tendrán que hacerlo —en contra de lo que piensa Mathias— echando abajo la economía dependiente que existe en Brasil, por grandes que sean los progresos que presente allí el régimen capitalista de producción.

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En la medida que constituyen un momento definido en el proceso de producción del edificio teórico de Marx, los esquemas de reproducción no pueden ser aislados de los demás componentes que intervienen en ese proceso ni contraponerse a ellos. Es a partir de la teoría del valor y en función de la teoría de la plusvalía como se establece su ligazón con la ley de la caída tendencial de la cuota de ganancia, con la que Marx corona su trabajo. Pero, por el nivel de abstracción en que se sitúan, los esquemas sólo tienen validez sobre la base de los supuestos en que se fundan; cualquier cambio en éstos conduce necesariamente a su cuestionamiento global. El vicio básico de las polémicas que suscitaron reside en la violación de esa norma y en el hecho de que confundieron lo que es una abstracción teórica con la representación histórico-formal del sistema capitalista.

La utilización de los esquemas de reproducción para el análisis del capitalismo dependiente, que tuvimos ocasión de examinar, no presenta ese inconveniente. El simple hecho de que sean tomados como una referencia teórica entre muchas y que se integren en un marco categorial más amplio es una virtud, ya que permite plantearse problemas de los que los esquemas en sí no pueden dar cuenta. Sin embargo, para que el análisis llegue a buen resultado, el hilo lógico de la construcción teórica de Marx no puede ser roto, so riesgo de incurrir en un eclecticismo que invalida la capacidad explicativa de los esquemas y no los hace más útiles que cualquier otro instrumental analítico, como por ejemplo el de tradición cepalina. Análogamente, una correcta aplicación de los esquemas a los problemas de la realidad latinoamericana excluye los razonamientos unidireccionales —y, por esto, unilaterales— y exige la consideración dialéctica de sus relaciones con la economía mundial, así como de los movimientos contradictorios que, en lo abstracto como en lo concreto, caracterizan al ciclo del capital.

Sin embargo, esa utilización, por parte de los autores que aquí analizamos, al privilegiar el objeto específico de los esquemas: las relaciones intersectoriales y, con ello, la circulación de la masa de valores de uso y de valor producida, conduce al equivoco de poner la circulación por sobre la acumulación y reproducción del capital mismo. En Tavares, particularmente, ello lleva a recuperar planteamientos que aún Ricardo rechazaría, como las tesis malthusianas sobre el consumo improductivo, aunque éstas se hayan impuesto de nuevo en la economía neoclásica; más que por ser errores teóricos, los equívocos de Tavares son inaceptables en la medida en que encubren una visión apologética del capitalismo en general y del brasileño en particular. En lo fundamental, esa visión se deriva de su tesis respecto a la expansión de las ganancias sobre la base de la reducción general de costos, desvinculada de la producción de plusvalía, y compatible con la elevación de los salarios más allá de todo límite que pudiera imponer el valor de la fuerza de trabajo en su comercialización. En la perspectiva de Tavares, el aumento de las ganancias tiene como causa principal la desvalorización de capital constante, lograda como efecto de la productividad del propio capital constante; el que esa productividad sea, en última instancia, productividad del trabajo y esa desvalorización el resultado de la desvalorización de la fuerza de trabajo se esfuma como por magia y, con ello, el carácter explotador del sistema, que podría seguir su desarrollo liberado de las determinaciones que surgen de la producción de plusvalía, es decir, de la explotación del trabajo, y preocupado tan sólo con los problemas que le plantea la realización de los productos.

En Oliveira y, de manera más sutil, en Mathias, estas cuestiones reaparecen. Es precisamente porque, pese a su pretensión de realizar un estudio endógeno de la acumulación en Brasil, Oliveira no toma realmente en consideración la acumulación misma y su resorte vital, la explotación del trabajo, que su análisis acaba por privilegiar las relaciones de la economía brasileña con la economía mundial (no importa, aquí, si en base a un esquema sectorial) y se centra, finalmente, en el problema de la realización del dinero nacional en dinero mundial; atrapado en esa contradicción aparente, todo el análisis de Oliveira concluye hacia la solución que representaría la búsqueda de un esquema sectorial más equilibrado, gracias al desarrollo del sector I, lo que disfraza mal el regreso del autor al redil de las ilusiones sobre un desarrollo capitalista autónomo en Brasil, que alimentaron las elaboraciones ideológicas del pensamiento desarrollista. La crítica de Mathias, a su vez, al circunscribirse a la cuota de ganancia, ella misma un resultado de la concurrencia, sin haber aclarado las cuestiones propias a la acumulación como tal, es decir, en tanto que factor inmediato de producción, no puede llegar al fondo del problema. En consecuencia, Mathias no sólo incide en el sesgo autonomista de Oliveira sino que, al confundir la superexplotación del trabajo con la extracción de plusvalía absoluta y ésta con un periodo histórico dado, alimenta ilusiones en el ingreso del capitalismo brasileño en una fase en que éste no se distinguiría esencialmente del capitalismo tal como se ha desarrollado en los grandes centros imperialistas.

Los tres autores analizados se reúnen al fin del camino, al destacar la importancia del Estado para abrir camino a las tendencias progresivas que plantearían a un nivel superior el desarrollo capitalista brasileño: reorientación de las tendencias del mercado, mayor equilibrio entre los sectores de la producción, pasaje a la etapa de la plusvalía relativa, etcétera. El esfuerzo de Mathias por reubicar el problema del Estado, al subrayar que su acción no escapa a las leyes generales que rigen al capitalismo brasileño, aunque represente un paso adelante respecto al pesimismo de Tavares y constituya la parte más interesante y bien lograda de su trabajo, no es suficiente para situarlo de manera correcta. Y no lo es por el hecho de que esas leyes no quedan claramente establecidas en su análisis, que salta de las cuestiones relativas a la teoría del valor a las que hacen a la teoría de la ganancia, sin detenerse en las que se refieren a la teoría de la plusvalía y la acumulación de capital. Sin embargo, ese eslabón es indispensable para la comprensión adecuada del capitalismo brasileño y del papel del Estado en su desarrollo.

El marxismo es una teoría compleja, que permite un análisis extremadamente rico de las realidades concretas a que se aplica. El esquematismo y la aridez que el lector encuentre en este ensayo no invalidan esa proposición: nuestro objetivo, tal como lo señalamos al principio, consistía tan sólo en verificar la posibilidad de utilización de los esquemas de reproducción en el análisis concreto. Si, al considerarlos a la luz de la producción y realización de la plusvalía, queda claro que dichos esquemas no tienen validez propia y sólo constituyen un instrumento analítico útil si incorporan el conjunto de los planteamientos marxistas, nuestro propósito habrá sido plenamente alcanzado.

Notas

[1] Al iniciar, en la segunda sección, el estudio de la rotación del capital, Marx advierte, respecto a los ciclos del capital dinero y del capital productivo, que "debe tenerse presente el primero cuando se trate fundamentalmente de examinar la influencia de la rotación sobre la formación de plusvalía y el segundo cuando se estudie su influencia sobre la formación de producto". El Capital. Ed. Fondo de Cultura Económica, México, t. II, p. 137. Un poco antes observará, a propósito de la fórmula del capital mercancías, que ésta es "importante para la sección tercera, donde el movimiento de los distintos capitales se concibe en conexión con el movimiento del capital social en su conjunto". Ibid.
[2] Ibid., pp. 314-16.
[3] Al preguntarse sobre el origen del dinero necesario a la circulación de la plusvalía, Rosa Luxemburgo reprocha a Marx el que su "respuesta se apoya exclusivamente en el momento del tránsito primero a la acumulación", señalando adelante que dicho tránsito "es una ficción teórica no menos que la reproducción simple del capital". La acumulación de capital. Ed. Grijalbo, México, 1967, p. 119. Además de manifestar la tendencia que caracteriza de reducir lo lógico a lo histórico, fuente de todos los errores de su obra de innegable valor, Rosa Luxemburgo se equivoca en la apreciación del concepto de reproducción simple, puesto que no es lo mismo una abstracción que una ficción.
[4] Marx, op. cit., p. 352.
[5] "El imperialismo y la acumulación del capital", en Rosa Luxemburgo y Nicolai Bujarin, El imperialismo y la acumulación del capital. Ed. Pasado y Presente, Córdoba, 1975, pp. 102, ss. Como hace notar Roman Rosdolsky, esto indica que, sobre la base de los supuestos de Marx, las tasas de acumulación en ambos sectores deben guardar una proporcionalidad inversa a las tasas de composición orgánica. Génesis y estructura de El Capital de Marx. Ed. Siglo XXI, México, p. 494.
[6] "... la tendencia del régimen capitalista es la de ir convirtiendo toda la producción, dentro de lo posible, en producción de mercancías; el medio principal de que se vale para ello consiste, precisamente, en incorporarlas de este modo a su proceso circulatorio. La producción de mercancías, al llegar a su fase de desarrollo, es la producción capitalista de mercancías. La intervención del capital industrial estimula en todas partes esta transformación, que lleva aparejada la de todos los productores directos en obreros asalariados". Marx, op cit., p. 99.
[7] "La producción capitalista es inseparable del comercio exterior. Y el supuesto de una producción normal a base de una escala dada lleva aparejado también el supuesto de que el comercio exterior sólo supla los artículos del interior del país mediante artículos de otra forma útil y natural sin afectar con ello a las proporciones de valor..." Ibid., p. 418.
[8] Op. cit., t. III, pp. 150-51.
[9] Por esto, resulta inadecuado un concepto como el de "tercera demanda", que utiliza Pierre Salama en su libro El proceso de subdesarrollo. Ed. Era, México, 1976, pp. 204 ss., el cual borra el origen de clase de las determinaciones de la distribución y, por consiguiente, de la demanda. Sobre el tema, véase mi artículo "La acumulación capitalista mundial y el subimperialismo". Cuadernos Políticos, n. 12, abril-junio de 1977, México, pp. 29-30.
[10] Op. cit., t. II pp. 298-99.
[11] La fórmula es de Claudio Napoleoni: véase su introducción a El futuro del capitalismo, Ed. Siglo XXI, México, 1978.
[12] Napoleoni, en el texto citado, distingue la línea que, iniciándose con Smith, continúa con la tesis de Ricardo sobre la caída de la cuota de ganancia y culmina con la tesis del estancamiento de Stuart Mill, de la línea que, sosteniendo la tendencia del sistema a la superproducción crónica, se expresa principalmente a través de Sismondi y de Malthus. Marx recoge esa doble problemática, como lo indica Napoleoni, pero critica ambas posiciones, que representaban, a su vez, el punto de vista de la burguesía industrial (Ricardo), de la pequeña burguesía (Sismondí) y de los rentistas y demás grupos parasitarios (Malthus). Véase principalmente su Historia crítica de la teoría de la plusvalía. Ed. Venceremos, La Habana, 1965.
[13] Coletti, quien identifica en Marx una "teoría del derrumbe", en su ley sobre la caída tendencial de la cuota de ganancia, señala correctamente que las tendencias objetivas del sistema que apuntan a su destrucción "por sí solas, no pueden tener valor resolutivo" y "sólo tienen sentido cuando aparecen como condiciones y premisas reales de la lucha de clases". Sin embargo, tiende a considerar incompatibles ambos planteamientos, al exigir una "teoría del derrumbe" que autonomice al factor objetivo, lo que ciertamente no está presente en Marx y tampoco en los partidarios más decididos del "derrumbe", como Rosa Luxemburgo, Grossmann y el mismo Bujarin. La contradicción de Coletti parece derivarse de su imposibilidad de comprender que el análisis económico marxista. Lo mismo que el sociológico el político, no es sino un ángulo de ataque del problema; esto es lo que lleva a Coletti a oponer categorías como capital variable y constante ("elementos internos al capital") a la de clases sociales, olvidándose que el capital, en Marx, sólo se entiende en tanto que relación entre clases. Lo curioso es que, en el mismo texto, Coletti cita pasajes de Schumpeter que apuntan de manera mucho más certera en esa dirección. Véase su introducción a El marxismo y el "derrumbe" del capitalismo. Ed. Siglo XXI, México, 1978.
[14] Véase La acumulación del capital, cit., pp. 259 ss.
[15] En Rosa Luxemburgo ese error aparece de manera elocuente y reiterada; por ejemplo: "el esquema presupone un movimiento del capital total, que contradice la marcha efectiva de la evolución capitalista. La historia de la forma de producción capitalista se caracteriza...", etcétera. Ibid., p. 262, subrayados míos.
[16] Escritos económicos 1893-1899. Sobre el problema de los mercados. Ed. Siglo XXI, Madrid, 1974, pp. 234 ss.
[17] Rosdolsky, op cit., pp. 519-30.
[18] El Capital, cit., t. III, p. 248.
[19] Bernstein insistía ya en esa "ruptura" asiéndose al hecho de que el borrador del libro II que utiliza Engels es posterior al del libro III, razón por la cual, "en general, el libro segundo contiene los frutos más tardíos y maduros de la investigación marxiana". Véase el trozo de su libro Las premisas del socialismo y las toreas de la socialdemocracia incluido en la antología de Coletti, cit., p. 147.
[20] Op. cit., pp. 500-1.
[21] El Capital, cit., t. II, p. 321.
[22] Ibid., pp. 322-49.
[23] Ibid., p. 315. La circulación de la plusvalía, en tanto que parte del capital-mercancías y del capital variable, en tanto que pago de la fuerza de trabajo, no entra en la circulación del capital, aunque la inversión del salario la condicione.
[24] Ibid., p. 316.
[25] Ibid., p. 329.
[26] Ibid, p. 351. El problema se plantea aquí sólo en términos de reposición del capital por tratarse de la reproducción simple.
[27] "La reversión de una parte del valor del producto a capital y la incorporación de la otra parte al consumo individual de la clase capitalista y de la clase obrera constituye un movimiento que se efectúa dentro del mismo valor del producto en que se traduce el capital global: y este movimiento no es solamente reposición de valor, sino también reposición de materia, en cuya razón se halla condicionado tanto por la relación mutua entre las partes integrantes del valor del producto social, como por su valor de uso, por su forma material." Ibid., p. 352.
[28] Ibid., p. 336.
[29] Op. cit., pp. 501-2.
[30] Napoleoni. op cit., p. 45.
[31] El Capital, cit.. t. I, p. 435.
[32] Ibid., p. 439.
[33] Dicho nivel no corresponde necesariamente al nivel medio de productividad, así como el valor social de la mercancía tampoco es siempre la media de los valores producidos en la rama, sino que ambos son afectados también por la concurrencia. Véase El Capital. cit., t. III, cap. X.
[34] “... los cambios operados en la productividad del trabajo sólo hacen cambiar la magnitud de la fuerza de trabajo y, por tanto, la magnitud de la plusvalía, cuando los productos de la rama industrial a que afectan entran en el consumo habitual del obrero". El Capital, cit., t. I, p. 439. Como lo señala el mismo Marx, en otros pasajes, la productividad actúa en el mismo sentido cuando se trata de ramas que, aunque no arrojen bienes de consumo habitual, determinan las condiciones de producción de éstos.
[35] “... si hemos visto que en el valor de la fuerza de trabajo y de la plusvalía no puede darse ningún cambio absoluto de magnitud sin que cambien sus magnitudes relativas, de ello se desprende que sus magnitudes relativas de valor no pueden cambiar sin que cambie la magnitud absoluta del valor de la fuerza de trabajo". Ibid., p. 436.
[36] "Toda variación en la magnitud extensiva o intensiva del trabajo, afecta [...] el valor de la fuerza de trabajo en la medida en que acelera su desgaste." Traducción literal de Le Capital, t. I, en Marx, Oeuvres Économie, editado por Maximilien Rubel, Ed. Gallimard, París, 1965, t. I, p. 1017. Cf. edición Fondo de Cultura Económica, cit., t. I, p. 439.
[37] "Es evidente que si varía el producto de valor de la jornada de trabajo, de 6 a 8 chelines, por ejemplo, las dos partes integrantes de ese valor, el precio de la fuerza de trabajo y la plusvalía. pueden aumentar conjuntamente, ya sea en el mismo grado o en grado desigual. El precio de la fuerza de trabajo y la plusvalía pueden subir por igual y al mismo tiempo de 3 chelines a 4, si el producto de valor experimenta un aumento de 6 a 8. El aumento de precio de la fuerza de trabajo, no envuelve aquí necesariamente un aumento de su precio por encima de su valor. Puede incluso ir acompañado por una disminución de su valor, como ocurre siempre que el aumento de precio de la fuerza de trabajo no compensa el desgaste acelerado que sufre ésta." El Capital, cit., t. I, p. 439. Donde se lee "disminución de su valor" debe leerse "disminución por debajo de su valor", como lo hace notar la edición de Siglo XXI, México, 1975, t. I, vol. 2, p. 637, nota del editor.
[38] "Tanto si la magnitud del trabajo aumenta extensivamente como si aumenta de un modo intensivo, a su cambio de magnitud corresponde siempre un cambio en la magnitud de su producto de valor, independientemente de la naturaleza de los artículos en que este valor encarne." El Capital, cit., t. I, p. 439.
[39] Así, en su obra clásica sobre el tema, Bujarin, al establecer la noción de economía mundial indica: "El cambio internacional reposa sobre la división internacional del trabajo. Pero no hay que creer que se efectúa nada más que en los límites que le asigna esta división. Los países no cambian solamente productos de naturaleza diferente, sino también similares. Tal país, por ejemplo, puede exportar a tal otro, no solamente mercancías que éste no produce o produce en cantidad ínfima, sino aún mercancías que hagan concurrencia a la producción extranjera. En este caso, el cambio internacional tiene su fundamento, no en la división internacional del trabajo, que implica la producción de valores mercantes de diversa naturaleza, sino únicamente en la diferencia de gastos de producción, en la diferencia de valores individuales (para cada país), que en el cambio internacional se resumen en el trabajo socialmente necesario en el mundo". La economía mundial y el imperialismo. Ed. Pasado y Presente, Córdoba, 1973, p. 41.
[40] "Aunque ambos elementos, la mercancía y el dinero, son unidades de valor de cambio y valor de uso, ya veíamos más arriba (libro I, cap. 1.3, pp.14 s.) que en las operaciones de compra y venta estas dos funciones aparecen polarizadas en los dos extremos, de tal modo que la mercancía (vendedor) representa el valor de uso y el dinero (comprador) el valor de cambio. La mercancía encierra valor de uso, satisface una necesidad social, y ello constituye precisamente uno de los requisitos de la venta. El otro requisito es, como veíamos que la cantidad de trabajo, contenido en la mercancía represente trabajo socialmente necesario, es decir, que el valor individual (y lo que, bajo esta premisa, supone lo mismo: el precio de venta) de la mercancía coincida con su valor social." El Capital, cit., t. III. p. 186. Y también: "Para que una mercancía se venda por su valor comercial, es decir, en proporción al trabajo socialmente necesario que en ella se contiene, hace falta que la cantidad total de trabajo social invertida en la masa total de esta clase de mercancías corresponda al volumen de la necesidad social que de ellas se siente, entendiendo por necesidad social la necesidad social solvente. La competencia, las fluctuaciones de los precios comerciales que corresponden a las fluctuaciones de la relación entre la oferta y la demanda, tienden constantemente a reducir a esta medida la cantidad total del trabajo invertido en cualquier clase de mercancías". Ibid., p. 195.
[41] "El supuesto de que las mercancías de las diversas esferas de producción se vendan por sus valores sólo significa, naturalmente, que su valor constituye el centro de gravitación en torno al cual giran sus precios y a base del cual se compensan sus constantes alzas y bajas. Pero, además, habrá que distinguir siempre un valor comercial, del que hablaremos más adelante, del valor individual de las distintas mercancías producidas por los diversos productores. El valor individual de algunas de estas mercancías será inferior al valor comercial (es decir, se requerirá para su producción menos tiempo de trabajo del que indica el valor comercial); el de otras será superior a él. El valor comercial deberá considerarse, de una parte, como el valor medio de las mercancías producidas en una esfera de producción; de otra parte, como el valor individual de las mercancías producidas por debajo de las condiciones medias de su esfera de producción y que constituyen la gran masa de productos de la misma. Tienen que darse combinaciones extraordinarias para que las mercancías producidas en las peores condiciones o en las condiciones más favorables regulen el valor comercial, que constituye a su vez, el centro de gravitación para los precios del mercado, los cuales son los mismos siempre para las mercancías de la misma clase. Si la oferta de mercancías al valor medio, es decir, al valor medio de la masa que oscila entre los dos extremos, satisface la demanda normal, las mercancías cuyo valor individual es inferior al valor comercial realizan una plusvalía o ganancia extraordinaria, mientras que aquellas cuyo valor individual es superior al valor comercial no pueden realizar una parte de la plusvalía que en ellas se contiene." Más adelante. Marx añade: "Y lo que decimos del valor comercial es también aplicable al precio de producción, cuando éste sustituya al valor comercial". Ibid., pp. 182-83. Véase también especialmente pp. 186 ss.
[42] "La oferta y la demanda, cuando se las analiza a fondo, presuponen la existencia de las diversas clases y subclases entre las que se reparte la renta total de la sociedad para ser consumida por ellas como tal renta y de las que, por tanto, parte la demanda formada por la renta." Ibid., p. 197.
[43] Esto es lo que olvidó Bujarin, con lo que dedujo relaciones falsas de su fórmula de equilibrio para la reproducción ampliada. Véase Rosdolsky, op cit., p. 495.
[44] Este efecto depresivo no se traduce automáticamente en baja de la cuota de ganancia, ya que puede ser contrarrestado por diferentes mecanismos entre los cuales destaca la superexplotación del trabajo, particularmente en el subsector IIa. Pero, sobre todo en este caso, la consecuencia de dicho efecto depresivo es la atrofia del subsector IIa y la hipertrofia de IIb, con la distorsión correspondiente del sector I.
[45] María da Conceição Tavares, Acumulação de capital e industriahzaçao no Brasil, tesis de concurso para la Facultad de Economía y Administración, Universidad Federal de Río de Janeiro, sin referencias de lugar y fecha. mimeo, 118 pp.; Francisco de Oliveira, "Padrões de acumulação, oligopólios e Estado no Brasil (1950-1976 )", en A economía da dependencia imperfeita, Graal, Río de Janeiro, 1977, pp. 76-113, del cual hay versión en castellano: Investigación Económica, n. 143, sf. México.
[46] Ambos autores invocan a Kalecki para denominar al subsector de bienes de consumo de lujo como Departamento III manteniendo la designación Departamento I para el de medios de producción y dando la de Departamento II al de bienes de consumo necesario. La realidad es que no es necesario referirse a Kalecki para establecer un sector o departamento III, ya que así se presenta en la obra de Tugan Baranovsky que dio origen a la polémica ya tratada, la cual data de 1894, siendo aceptado por muchos marxistas, entre ellos el mismo Kautsky. Por otra parte, no cuesta tener presente que, en Kalecki, el sector que produce bienes de consumo para los capitalistas es el II, siendo el III el que produce para los trabajadores. Cf. .Teoría de la dinámica económica. Ed. Fondo de Cultura Económica, México, 1977, p. 48. Como quiera que sea, no teniendo importancia la denominación de los sectores y subsectores de la producción, si éstos se encuentran bien definidos, aceptaremos aquí la terminología de Oliveira y Tavares.
[47] Esos saltos metodológicos en Tavares son habituales. Así, por ejemplo, la autora advierte, al principio de su trabajo, que no trabajará con valores, sino con precios de producción, pero, al no considerar siquiera los problemas de la formación de la ganancia media, razona siempre en función de los precios del mercado.
[48] Es así como, en su correspondencia con Ricardo, Malthus sostenía: "No puedo, en modo alguno, coincidir con usted cuando observa que 'el deseo de acumulación actuará sobre la demanda exactamente con la misma eficacia que el deseo de consumir' y que 'consumo y acumulación fomentan igualmente la demanda'. Confieso que no conozco, en verdad, otra causa para la caída de los beneficios, que creo usted atribuirá generalmente a la acumulación, sino que el precio de los productos cae comparado con los gastos de producción, o, en otras palabras, que disminuye la demanda efectiva". Y añadía, en otra carta: "En modo alguno quiero negar que unas u otras personas tengan derecho a consumir todo lo que se produce; pero la gran cuestión está en si se distribuye de tal manera entre las diferentes partes interesadas, que ocasione la mayor demanda efectiva para la producción futura. Y yo mantengo expresamente que un intento de acumular muy rápidamente, lo que a la fuerza supone una considerable disminución del consumo improductivo, debe frenar prematuramente el progreso de la riqueza por debilitar mucho los móviles usuales de la producción". Citado por J. M. Keynes, en "Robert Malthus (1766-1834): El primer economista de Cambridge", incluido como prólogo a T. R. Malthus. Primer ensayo sobre la población. Ed. Alianza, Madrid, 1970, pp- 35-36.
[49] "Estado y crisis capitalista en América Latina". Criticas de la Economía Política—Edición latinoamericana. n. 2, enero-marzo de 1977, México, pp. 61-97.
[50] Véase mi crítica a Pierre Salama, de quien Mathias toma la idea, en "La acumulación capitalista mundial y el subimperialismo", Cuadernos Políticos, n. 12, abril-junio de 1977, México, pp. 30-31, nota 39.
[51] Más bien, como indiqué antes, actúa en el sentido de deprimir la cuota general de ganancia. Conviene observar que, al estudiar los mecanismos contrarrestantes de la caída tendencial de la cuota de ganancia, Marx señala el desarrollo de la producción de lujo como uno de ellos (cf. El Capital, cit., t. III, p. 236). Sin embargo, se está refiriendo a las ramas de producción, suntuarias o no, que se basan en el aumento de superpoblación relativa y, por ende, gracias a la caída del salario por debajo del nivel medio, en una baja composición orgánica del capital, "lo que hace que tanto la cuota como la masa de plusvalía sean, en estas ramas extraordinariamente altas"; la nivelación de la cuota de ganancia se encarga de hacer que el conjunto del capital social se beneficie de esa situación. Esto sigue siendo válido hoy, pero en menor escala: el sector III a que nos hemos referido aquí ya no se constituye principalmente, como en la fase de desarrollo capitalista a que alude Marx, de ramas de baja composición orgánica, derivadas de la sobreestimación de la producción artesanal o semiartesanal (los productos "hechos a mano" de nuestros días, en la industria de sombreros, calzados, vestuario en general, por ejemplo), sino de ramas de alta composición orgánica, cuya mayor cuota de plusvalía les adviene de su superioridad tecnológica y se traduce en plusvalía extraordinaria. Esto es particularmente cierto si nos atenemos al sector III, tal como lo definen Oliveira, Tavares y el propio Mathias, es decir, referido a la producción de bienes de consumo durable, como los automóviles y electrodomésticos.
[52] Cf. Dialéctica de la dependencia. Ed. Era, México, 1973, pp. 64 ss. y 91 ss. Polemizando conmigo respecto a este punto, Mathias comete errores que no se sabe si atribuir a la incomprensión o a la mala fe. Así sostiene que pretendo caracterizar “al capitalismo latinoamericano por el hecho de que 'esto [sic] dispensa al industrial de preocuparse de aumentar la productividad del trabajo para [...] depreciar la fuerza de trabajo', etcétera", con base en una cita del texto arriba mencionado. La frase se encuentra allí, en efecto, pero no como caracterización en general del capitalismo latinoamericano, sino de la industrialización llevada a cabo hasta 1950, es decir, el periodo que, de manera nada feliz, Mathias llama de "reinserción" de la economía latinoamericana a la economía capitalista mundial. En el párrafo siguiente, sin embargo, mi texto se avoca a las condiciones que obligan a los capitalistas industriales a enfrentarse a la necesidad de recurrir al aumento de la productividad del trabajo e indica de qué manera eso ocurrió, es decir, cómo se verificó la transición entre un modo de acumulación basado esencialmente en la superexplotación del trabajo a otro, en el que la superexplotación es la base sobre la cual incide el aumento de la productividad del trabajo; cf. en particular p. 66 y el apartado que sigue, el último del texto en cuestión.

Fuente: Ruy Mauro Marini, “Plusvalía extraordinaria y acumulación de capital”, Cuadernos Políticos, número 20, Ediciones Era, México, abril-junio de 1979, pp. 18-39.

◆ El que busca, encuentra...

Todo lo sólido se desvanece en el aire; todo lo sagrado es profano, y los hombres, al fin, se ven forzados a considerar serenamente sus condiciones de existencia y sus relaciones recíprocasKarl Marx

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