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El marxismo dará la salud y la paz a los enfermos [Fragmento] ✆ Frida Kahlo
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Francisco Lugo |
En las once Tesis sobre Feuerbach,
Karl Marx apuntó por un lado sus diferencias con el idealismo alemán, pero
también la herencia del mismo en su pensamiento filosófico. El materialismo de
Ludwig Feuerbach vio en el pensamiento religioso el reflejo psíquico del ser
humano en la realidad exterior, negando así la concepción metafísica de la
realidad, que antepone la realidad del pensamiento a la realidad de la materia;
pero dejó intacta la concepción idealista de la actividad humana: la concepción
idealista del trabajo. “El defecto
fundamental de todo materialismo anterior –incluyendo el de Feuerbach– es que
sólo concibe el objeto, la realidad, la sensoriedad, bajo la forma de objeto
[objekt] o de contemplación, pero no como actividad sensorial humana, como
práctica, no de un modo subjetivo” (Karl Marx, Tesis sobre Feuerbach, I).
Esta concepción del trabajo es una concepción abstracta del
mismo, ajena a la actividad real, en la medida en que la actividad está para el
idealismo esencialmente en el pensamiento. Para Marx, en cambio, la actividad
es esencialmente material; es en su materialidad que la actividad transforma la
realidad.
De tal Marx expresa en su pensamiento filosófico la necesidad
de la clase obrera de la sociedad capitalista de transformar la realidad
revolucionariamente, introduciendo en el materialismo la herramienta conceptual
del idealismo hegeliano: la dialéctica; reconociendo a la realidad material su
naturaleza dinámica y activa.
“Los
filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de
lo que se trata es de transformarlo” (Ibid., XI).
En los Manuscritos
Económicos Filosóficos de 1844, como lo señala Adolfo Sánchez Vázquez (Las Ideas Estéticas de Marx), el joven
Marx se interesó conceptualmente en el arte como actividad humana práctica:
como trabajo. Su interés se distinguió del de la estética idealista en la
medida en la que el arte, como actividad humana, no es tanto la manifestación
sensible de la idea absoluta, sino una clase característica de trabajo que, al
estar libre de una finalidad utilitaria intrínseca, tampoco está
intrínsecamente unido a la enajenación del sujeto humano.
La actividad del ser humano se distingue de la actividad del
resto de los seres surgidos de la naturaleza no sólo por transformar a la
naturaleza sino por transformarse a sí mismo. Esto se hace tanto más evidente
puesto que el ser humano no sólo crea objetos conforme a las leyes de la
utilidad sino también conforme a las leyes de la belleza, y no lo hace por
capricho ni por instinto, sino para objetivarse en el mundo: para reconocerse
en el mundo de objetos por él construidos como un ser histórico y socialmente
existente. Mientras que la relación de otros seres con la naturaleza está
dictada por la naturaleza misma, el ser humano puede elevarse por encima de la
burda necesidad para reconocerse como humano. El ser humano crea objetos que no
sólo son útiles sino también agradables, y por este medio se hace más humano. “A diferencia del animal que se relaciona de
un modo unilateral con el mundo –en forma inmediata, forzosa e individual–, el
hombre se halla en una relación múltiple, mediata y libre” (ASV, Op. Cit.,
p.50).
Si la objetivación del sujeto supone su enajenación para la
estética idealista, en tanto que el idealismo entiende al sujeto como un sujeto
abstracto (como idea absoluta), para el materialismo histórico de Marx el ser
humano –como ser humano concreto– se encuentra consigo mismo en los objetos y
en la naturaleza. Para Hegel, si bien el arte es un medio por el que la idea
absoluta –la entelequia de la historia humana– se da a conocer al ser humano, y
por medio de éste a sí misma, como tal es inferior a la filosofía, pues en ésta
la idea absoluta no tiene necesidad de objetivarse, es decir, de enajenarse.
Según el marxismo, empero, la objetivación del sujeto en la actividad humana
práctica –en el trabajo– no lo enajena esencialmente, sino sólo en la forma
actual en la que el trabajo existe bajo las relaciones de producción de la
sociedad de clases. “Produce belleza [el
trabajo], pero tulle y deforma a los obreros” (Karl Marx, Op. Cit., p.77).
Así, las relaciones sociales que reducen la actividad del ser humano a la
supervivencia apropiándose del valor excedente de su trabajo, haciendo de éste
una mercancía, no tienen una existencia estrictamente necesaria sino histórica,
y son, por lo demás, contingentes.
“La obra de arte es un
objeto en el que el sujeto se expresa, exterioriza y se reconoce a sí mismo. A
esta concepción del arte, sólo se ha podido llegar al ver en la objetivación
del ser humano una necesidad que el arte, a diferencia del trabajo enajenado,
satisface positivamente” (ASV, Op. Cit., p.52). La relación del ser humano
con el mundo exterior es enriquecida por su capacidad de asimilar el mundo
estéticamente, no por su capacidad de asimilarlo teóricamente; en su trabajo
artístico el ser humano se refleja a sí mismo no sólo como ser natural sino
como ser humano. Incluso frente a la misma naturaleza puede el ser humano
reconocerse como tal cuando se apropia de ella estéticamente; la apreciación
estética humaniza a la naturaleza. El arte no es, por lo tanto, un accesorio de
la civilización sino el objeto que satisface una determinada necesidad del
contexto social de los seres humanos; el ser humano no se limita a humanizar
sus necesidades naturales sino que desarrolla históricamente necesidades
propiamente humanas más allá de las necesidades meramente utilitarias que
satisface por medio de la ciencia.
El ser humano expresa en el arte la necesidad de elevarse
social e históricamente por encima de la necesidad natural; necesidad de
afirmarse en los objetos exteriores que está presente también en otras formas
de la producción humana –en otros modos de trabajo– pero que es tanto más
nítida y explícita en el trabajo artístico. Los objetos producidos por el ser
humano son conductos mediante los cuales se realiza más plenamente su esencia
humana; “el hombre es un ser natural
humano, o, lo que es lo mismo, un fragmento de naturaleza que se humaniza, sin
romper con ella, superándola” (Ibid., p.56) al actuar sobre ella
–humanizándola en los objetos que produce– y también al actuar sobre sí
mismo –superando su vida instintiva– a través de la sensibilidad humana
que recrea en los objetos.
La primera función del trabajo es, por supuesto, hacer
frente a la naturaleza, es decir, a la necesidad natural del ser humano, y es
ésta su función predominante. Pero “…el
hombre produce también sin la coacción de la necesidad física, y cuando se
halla libre de ella es cuando verdaderamente produce” (Karl Marx., Op.
Cit., p.81). La necesidad natural aparece inevitablemente como un límite
relativo a la necesidad humana de objetivarse, que sólo parcialmente es satisfecha
por el trabajo cuando éste está gobernado por fines utilitarios. “Pero el hombre necesita, a su vez, llevar
el proceso de humanización de la naturaleza, de la materia, hasta sus últimas
consecuencias. Por ello tiene que asimilar la materia en una forma que
satisfaga plena, ilimitadamente, su necesidad espiritual de objetivación”
(ASV, Op. Cit., p.66). Para satisfacer la necesidad que el ser humano ha
producido en sí mismo al objetivarse aun en una medida limitada, éste
desenvuelve plenamente su capacidad en una actividad humana práctica libre de
una finalidad utilitaria. Aunque el ser humano está limitado por su necesidad
natural, tampoco puede producir objetos sin reconocerse en ellos, generando en
él mismo la necesidad de hacer productos en los cuáles pueda objetivarse
plenamente: productos artísticos.
Como producto social, el arte, en tanto que está libre de
una finalidad utilitaria, debe emerger sobre el excedente de la producción. Donde
no existe este excedente o es muy magro, el arte se ve constreñido en sus
medios para poder existir. El grado de acumulación que una sociedad requiere
para dar a luz a su producción artística depende del desarrollo relativo de sus
medios de producción social. “Desbordando
las exigencias prácticas, en el seno mismo del objeto útil, el artista
prehistórico adorna los huesos de reno o mamut haciendo estrías que se alternan
simétricamente, es decir, introduciendo temas decorativos” (Ibid.,
pp.71-72). El trabajo social humano se eleva de lo útil a lo estético
históricamente; objetivándose en el trabajo, el ser humano rebasa la utilidad
para volver a sus productos objetos artísticos. Y entre más desarrolla una
sociedad sus medios de producción mayor se vuelve el diferenciamiento del arte
y de lo útil.
En todos los objetos producidos por el ser humano se revela
su mundo interior y sobre la base de la producción social éste se libera para
expresarse en los objetos artísticos. Libre en alguna medida de la necesidad
natural, la sensibilidad del ser humano se humaniza y percibe las cualidades de
los objetos como cualidades estéticas; “gracias
a su sensibilidad estética, el hombre puede “humanizar” también una realidad
que él no ha transformado materialmente y dotarla de una nueva significación
integrándola en su mundo” (Ibid., p.80). La naturaleza y el objeto sólo se
humanizan en la sensibilidad humana y ésta sólo se humaniza a través de los
objetos estéticos. La condición de esta mutua significación entre el sujeto y
el objeto es el ser social de lo humano; esta particular apropiación de la
naturaleza sólo puede construirla el ser humano asociándose con otros seres
humanos. “El artista tiende a realizar
plenamente la objetivación del ser humano” (Ibid., p. 85), no obstante,
dentro de los límites históricos de la sociedad de clase, el arte sigue en
alguna medida ligado a la utilidad; el arte es en la sociedad capitalista una
mercancía mediante la cual enfrenta el artista su necesidad natural particular
y cuyo valor es determinado por la clase burguesa dominante, que lo
condiciona ideológicamente. Así, incluso el arte se enajena relativamente,
aunque tiende a superar estos límites históricamente determinados. Pero sólo un
cambio en las relaciones sociales puede liberar plenamente tanto al
trabajo como al arte.