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Karl Marx ✆ Michael Wiesner |
Esteban Mora / Mucho se ha escrito sobre el error de Marx a
la hora de convertir los valores en precios y, por lo tanto, de la medición de
la tasa de plusvalor/ganancia (y como consecuencia de todo esto, de la ley de
la caída tendencial de la tasa de ganancia, y por lo tanto, de la medición de
plusvalor en el tomo I y en el tomo III), y no solo entre críticos del
marxismo, sino entre los propios marxistas. Desde Swezzy, pasando por Robinson,
llegando hasta Harman; desde Harvey, pasando por Erik Olin Wright, y llegando
hasta Duménil y Levy, etc. La mayoría del marxismo mismo admite a regañadientes
que la explicación aritmética y algebraica de Marx no se sostiene, y que es un
error teórico y empírico que hay que asumir, pero que no pone en entredicho lo
esencial de la teoría marxista (por ejemplo: no es que la caída de la tasa de
ganancia no exista, es que se basa en mecanismos distintos a los del aumento de
la composición orgánica, como la sobreproducción y el subconsumo, etc). Marx
sería algo así como un buen teórico, pero no tiene buenas demostraciones ni
aplicaciones empíricas. Nosotros
creemos lo contrario: es la validez empírica (incluso como concepto) del
trabajo de Marx lo que lo vuelve sobresaliente con respecto a otras soluciones
históricas que la economía da a estos problemas, no sus aspectos especulativos.
No
queremos hacer un texto engorroso, por lo que utilizaremos nociones empíricas
(incluso desde el punto de vista de los capitalistas) para demostrar este
aspecto concreto tanto de la demostración práctica como de los conceptos de
Marx. Iremos directo al grano: se ha utilizado como argumento del
reconocimiento del propio Marx acerca de sus propios errores, el siguiente
párrafo:
“Es cierto que el
punto de vista ahora establecido entraña cierta modificación en cuanto a la
determinación del precio de costo de las mercancías. En un principio,
entendíamos que el precio de costo de una mercancía equivalía
al valor de las mercancías consumidas en su producción. Pero el
precio de producción de una mercancía es, para el comprador de la misma, su
precio de costo, y puede, por tanto, entrar como precio de costo en la
formación del precio de otra mercancía. Como el precio de producción puede
diferir del valor de la mercancía, puede también ocurrir que el precio de costo
de una mercancía en que vaya incluido el precio de producción de otra mercancía
sea superior o inferior a la parte de su valor total formada por el valor de
los medios de producción empleados para producirla. Es necesario no perder de
vista, a propósito de esta significación modificada del precio de costo, que
cuando en una esfera especial de producción el precio de costo de la mercancía
se equipara al valor de los medios de producción empleados para producirla,
cabe siempre la posibilidad de un error. No es necesario, para los fines de
nuestra presente investigación, seguir ahondando en este punto. No obstante,
permanece en pie la tesis de que el precio de costo de las mercancías es
siempre menor que su valor, pues por mucho que el precio de costo de una
mercancía pueda diferir del valor de los medios de producción consumidos en
ella, este error que se comete es indiferente para el capitalista.” – Marx,
K. El Capital, tomo III.
Pero nosotros queremos proponer la interpretación de que la
solución misma (y verdaderamente simple) a todo el ‘embrollo’ se encuentra en
los renglones al final de ese mismo párrafo:
“El precio de costo de
una mercancía se refiere solamente a la cantidad del trabajo retribuido que en
ella se contiene, mientras que el valor se refiere a la cantidad total de
trabajo contenido en ella, tanto al retribuido como al no pagado; el precio de
producción, por su parte, se refiere a la suma del trabajo retribuido más una
determinada cantidad de trabajo no pagado, independiente de la esfera especial
de producción de que se trata.” – Marx, K. El Capital, tomo III.
Los precios de producción son, básicamente, el cálculo que
hace el capitalista sobre sus costos de producción reales y determinar desde la
producción la cantidad de ganancia que desea recibir. De ahí que los precios de
producción sean, en efecto, los costos de producción más la proporción de la
ganancia media correspondiente a cada capital de acuerdo a su composición
orgánica o de valor. Pero lo que pasa es que un productor capitalista,
precisamente para generar una ganancia ya no solo por encima de los costos,
sino por encima de su capital total avanzado (su inversión), calcula el valor
de mercado (y por lo tanto: los precios unitarios con los que se venderá
finalmente su producto) calculando esa misma ganancia por encima de los costos
de producción reales, pero esta vez, por encima de su inversión, ¿no? Es decir:
el excedente de la ganancia tiene que superar ya no solo los costos de
producción, sino que tiene que superar realmente la inversión en general. Así
es como forma el precio de mercado final de su producto. Lo que se oculta en
este proceso, por supuesto, es el plusvalor. Pero para no llegar a esta
conclusión desde antes (como lo criticarían quienes niegan la existencia del
plusvalor mismo), simplemente señalaremos esa diferencia entre calcular el
valor de mercado a partir del capital total y a partir del capital constante
(es decir, precisamente, la diferencia entre plusvalor y ganancia establecida
por Marx, ya no en un plano abstracto ni teórico, sino, como vemos, desde la
relación más mundana y cotidiana del capitalista), o en otras palabras todavía
más empiristas: la ganancia es el excedente por encima del capital invertido,
pero todavía falta explicar la magnitud de valor que está por debajo del límite
inferior de ese excedente: la magnitud entre el precio de costo real y el
capital total invertido; es decir: la ganancia es como un excedente que brota
por encima del capital total, pero para poder sobrepasar esa magnitud, tiene
que ser empujado hasta ahí arriba por una magnitud que no es explicada ni por
la ganancia ni por la tasa de ganancia, sino solamente por el plusvalor, y que
es la razón por la que la ganancia es simplemente otra magnitud de expresar ese
plusvalor (es apenas una parte de ella: la forma no empirista de decirlo es que
estamos hablando de la misma magnitud, pero medida contra el capital constante
real –el plusvalor- y la otra con respecto al capital total –la ganancia-, lo
que quiere decir que al calcularse la ganancia por encima del capital total se
deja de lado una parte o magnitud que la conforma: aquella que está entre su
precio de costo y el equivalente del capital total desembolsado). Es esta
magnitud, como decimos, la que el capitalista calcula a la hora de formar los precios
unitarios de sus productos por encima del capital total, y ya no solo por
encima de los costos de producción reales.
De ahí que tanto la medición del excedente de valor en el
tomo I y en el tomo III sean idénticas: tanto si tomamos la ganancia media, y
restamos el capital constante real (el efectivamente gastado en el proceso
productivo) y el capital variable (como en el tomo III), obtenemos un excedente
X; y si tomamos esa ganancia media y hacemos caso omiso de la totalidad del
capital constante (es igual a 0), y simplemente restamos el capital variable,
llegamos al mismo excedente X (como en el tomo I). Lo sorprendente es que sucede lo mismo si partimos del precio de
producción: si tomamos el valor general de los precios de producción (la suma
de todos los precios de producción), y sacamos su promedio o su media, y a la
ganancia media (que se extrae de la misma manera: sumando todos los valores de
mercado que constituyen los precios de mercado de los productos, y sacando su
promedio entre los capitales individuales) le restamos ese promedio del precio
de producción y lo multiplicamos por cada capital individual, obtenemos
precisamente esa magnitud del plusvalor restante que está entre el precio de
costo y el capital total repuesto por debajo del excedente de la ganancia
total. Las tres igualdades de Marx se mantienen: los precios totales
son iguales al valor total, la ganancia total es igual al plusvalor total, y la
tasa de ganancia del precio promedio es igual a la tasa de ganancia del valor
promedio.
De esta manera, no solo es imposible que la determinación
del plusvalor sea ‘indiferente’, sino que la heterogeneidad e identidad dialéctica de todos estos precios y
el valor que efectivamente producen se vuelve palpable. No se puede separar el
tomo I y el III como si uno tratara de ‘valores’ y el otro de ‘precios’, en una
manera esquemática (como lo propone el sistema dual), ni tampoco se pueden
tratar como idénticos (como lo hace una Joan Robinson, por ejemplo, y
probablemente el mismo Harvey, quien favorece ese tomo) sino que el tomo I ya
empieza a tratar sobre el III y viceversa, solo que con distintas
determinaciones de sus magnitudes (del mismo modo –y precisamente por este
modo- en que se calcula el plusvalor con respecto al capital constante y ese
mismo plusvalor con respecto al capital total, es decir, ganancia-).
Más aún: queda aún más claro lo que decíamos acerca
del trabajo socialmente necesario o el valor-trabajo siendo no una magnitud
permanente ni constante, sino una serie de variables múltiples (precios
de costo, de producción, capital constante, variable, etc.) que interactúan
entre sí en sus distintas determinaciones como magnitudes precisas, reforzando
el carácter histórico y móvil del desarrollo del capitalismo y del
valor-trabajo mismo, ya no solo formalmente, sino al nivel de su
sustancialidad. Reivindica lo que decíamos acerca del trabajo concreto
siendo sustancia del trabajo, ya que si bien es cierto el trabajo abstracto
determina las equivalencias del valor, el trabajo concreto (tanto como
productividad del trabajo, como composición orgánica de los distintos capitales
individuales, etc) es lo que determina una apropiación desigual de
plusvalor por distintos capitales con distintas composiciones orgánicas o de
valor y distintos procesos de producción concretos. Por último: reivindica en
cierta forma una lectura más heterodoxa de El Capital de Marx que se volvería incomprensible si no fuera
por lo determinado por las propias demostraciones de Marx (en las cuales nos
basamos nosotros: todo esto se desprende del tomo III): el proceso productivo
determina la apropiación del plusvalor, pero la competencia entre los
distintos capitales determina su realización; o en otras palabras: en
oposición a las ortodoxias marxistas que rechazan completamente cualquier tipo
de determinación por parte de la oferta y la demanda en la competencia social,
queda claro que sin la formación de la ganancia media y los precios de
producción a través del choque o competencia anárquica entre distintos
capitales, es imposible que se formen las condiciones sociales (de ahí que sea
un trabajo socialmente necesario) que determinen a su vez la apropiación
de plusvalor. El proceso productivo es determinante, incluso en cuanto a las
proporciones y magnitudes de plusvalor y ganancia que se apropian los
capitales, pero esta misma apropiación solo puede ser definida socialmente,
tanto como producción social como por el intercambio o competencia social misma
(la realización o no del plusvalor). O como lo dice el propio Marx:
“La cuota general de
ganancia se halla determinada, pues, por dos factores:1) por la
composición orgánica de los capitales en las distintas esferas de producción,
es decir, por las distintas cuotas de ganancia de las distintas esferas;2) Por la
distribución de la totalidad del capital social entre estas distintas esferas,
es decir, por la magnitud relativa del capital invertido en cada esfera
particular de producción, y consiguientemente, a base de una cuota especial de
ganancia; es decir, por la parte relativa de la masa de todo el capital social,
absorbida por cada esfera de producción particular.” – Marx, K. El Capital, tomo III.
Por último, no queda nada más que referirnos al trabajo de
Andrew Kliman para completar las consecuencias de estas interpretaciones que
proponemos, y el proceso de producción de plusvalor y ganancia en contextos de
reproducción simple o ampliada, etc. Nuestro interés no es demostrar y reiterar
una y otra vez la superioridad de Marx, ni en términos doctrinarios y ni
siquiera por el hecho de hacer demostraciones empíricas. Lo que creemos es que
es al menos posible reconocer el valor de la interpretación marxista, tanto por
sí misma como por sus diferencias con todas las escuelas “nuevas” o clásicas,
ortodoxas o heterodoxas. Rescatamos que en vista del auge de la economía
neoclásica, y en vista de que la mayoría de críticas que son aceptadas
hegemónicamente son las teorías keynesianas, schumpetereanas, etc., el defender
el planteamiento de Marx es completamente ajeno a cualquier ortodoxia y debe
estar completamente alejado de ello: en lugar del doctrinarismo, lo que tiene
que plantear (creemos nosotros) es la viabilidad o el logro empírico y concreto
de sus hallazgos con respecto al resto de teorías y métodos económicos, no por
‘superioridad’, sino porque haga avanzar al conocimiento humano. Menos que
demostrar una ‘infalibilidad’, se abre una oportunidad de rescatar y sacarle
provecho a una obra muy diferente de las de sus pares, que no es la única ni la
absoluta entre todas, pero que precisamente por sus diferencias, aporta
elementos que ninguna otra teoría económica puede hacer.