- El presente trabajo fue publicado en siete partes en
nuestra revista asociada Gramscimanía
como una colaboración especial del autor.
Más abajo encontrarán las indicaciones para la consulta de las mismas, por si las
mismas son de interés.
Nicolás
González Varela | Un gran biógrafo de Marx, Boris Nicolaïevski,
reconocía en 1937 que de cada mil socialistas, tal vez sólo uno haya leído una
obra completa de Marx; y de cada mil antimarxistas, ni uno. Y lo peor,
concluía, es que Marx ya no estaba de moda. Cuarenta años antes, un gran
teórico y militante, hablo de Labriola, al participar en el publicitado debate
sobre la valencia científica de la obra de Marx en 1897, (la llamada “primera
crisis del Marxismo”, y cuyos principales interlocutores eran nada menos que
intelectuales de la talla de George Sorel, Eduard Bernstein y Benedetto Croce)
se preguntaba con inocencia
“los escritos de Marx y Engels… ¿fueron leídos
enteramente por algún externo al grupo de amigos y adeptos próximos, esto es,
de los seguidores e intérpretes directos de los autores mismos?… Añádese a eso
la rareza de muchos de los escritos aludidos, y hasta la imposibilidad de dar
con algunos de ellos.” Y concluía proféticamente si “este ambiente literario”,
esta situación hermenéutica adversa, no era uno de los culpables de la mala
asimilación, de la aparente decadencia y crisis del pensamiento de Marx. Con pesimismo
recapitulaba en una sentencia profética:
“Leer todos los escritos de los
fundadores del socialismo científico ha resultado hasta ahora un privilegio de
iniciados.” Ya el fundador del anarcosindicalismo Georges Sorel, con quién
precisamente intercambia opiniones Labriola, había llegado a conclusiones
similares en su balance parcial del arraigo del Marxismo en las condiciones
materiales de Europa a inicios del siglo XX. Según Sorel y por el mismo motivo:
“les thèses marxistes n’ont point été, généralement, bien comprises en France
et en Angleterre par les écrivains qui s’occupent des questions sociales”.