- Este texto, tan actual, fue publicado en 1995
Miguel Candel | Para
algunos (muchos), la simple enunciación de la frase “el marxismo, hoy” resultará
un sinsentido, mera denominación de un conjunto vacío. Reacción sin duda justificada,
en términos comparativos, a poco que uno recuerde la hiperinflación marxista de
la cultura occidental durante los años sesenta y setenta.
El hecho es sintomático de la coyuntura política mundial caracterizada
por el descalabro casi completo (con la parcial excepción de China) de los regímenes
de economía planificada. Para el marxismo, que Gramsci llamó atinadamente “filosofía
de la práctica”, los resultados prácticos no podían dejar de tener valor de argumentos.
Sea ello como fuere, hay que dejar clara de entrada una distinción primordial: el
marxismo no es (o no ha sido) sino una de las respuestas históricas al problema
del conflicto social. Aún la metodología
más pedestre permite diferenciar sin confusión posible entre la refutación de
una solución y la disolución del problema al que aquélla quiso dar respuesta. Más
aún: el Fracaso del marxismo no es sino el enésimo fracaso de
la sociedad humana en su intento de superar las fracturas que la escinden. Se
puede decir, pues, cínicamente que el problema no tiene solución, pero no que la
solución del problema estribe en dejar de intentar de solucionarlo, como predica
el dogmatismo ultraliberal que tiene por dios a Adam Smith y a Margaret Thatcher
por profetisa.