Evo Morales & Álvaro García Linera ✆ Bob Row |
Otra ideología que ancla sus fundamentos en las experiencias de siglos anteriores es la que podríamos llamar indianismo de resistencia, que surgió después de la derrota de la sublevación y del gobierno indígena dirigido por Pablo Zárate Willka y Juan Lero, en 1899. Al ser reprimido este proyecto de poder nacional indígena, el movimiento étnico asumió una actitud de renovación del pacto de subalternidad con el Estado, mediante la defensa de las tierras comunitarias y el acceso al sistema educativo. Sustentado en una cultura oral de resistencia, el movimiento indígena, predominantemente aimara, combinará, de manera fragmentada, la negociación de sus autoridades originarias con la sublevación local hasta ser sustituido, como horizonte explicador del mundo en las comunidades, por el nacionalismo revolucionario a mediados de siglo.
El nacionalismo revolucionario y el marxismo primitivo serán
dos narrativas políticas que emergerán simultáneamente con vigor después de la
Guerra del Chaco, en sectores relativamente parecidos (clases medias letradas),
con propuestas similares (modernización económica y construcción del Estado
nacional) y enfrentados a un mismo adversario, el viejo régimen oligárquico y
patronal.
A diferencia del marxismo naciente, para el cual el problema
del poder era un tema retórico que buscaba ser resuelto en la fidelidad canónica al texto escrito, el nacionalismo
revolucionario, desde su inicio, se perfilará como una ideología portadora de
una clara voluntad de poder, que debía ser resuelta de manera práctica. No es
casual que este pensamiento se acercara a la oficialidad del Ejército —la
institución clave en la definición del poder estatal— y que varios de sus
promotores, como Víctor Paz Estenssoro, participaran en gestiones de los cortos
gobiernos progresistas militares que erosionaron la hegemonía política
conservadora de la época. Tampoco es casual que, con el tiempo, los
nacionalistas revolucionarios combinaran de manera decidida sublevaciones (1949),
con golpes de Estado (1952) y participación electoral, como muestra de una
clara ambición de poder.
Obtenido el liderazgo de la revolución de 1952 por hechos y propuestas
prácticas, el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) hará que su proyecto partidario devenga
toda una concepción del mundo emitida desde el Estado, dando lugar a una reforma
moral e intelectual que creará una hegemonía políticocultural de treinta y
cinco años de duración en toda la sociedad boliviana, independientemente de que
los sucesivos gobiernos fueran civiles o militares.
Texto extraído de “Indianismo y marxismo. El desencuentro de dos razones
revolucionarias” de Álvaro García Linera, en Revista Donataria, N° 2, marzo-abril de 2005.