16/2/17

El derrumbe del capitalismo y la estrategia marxista

◆ Una polémica con el Partido Obrero alrededor del “catastrofismo” desde la Internacional Comunista de los orígenes

Guillermo Iturbide

Hace un tiempo se abrió un debate a partir de la aparición del prólogo de una futura publicación de Ediciones IPS, sobre el marxismo y el arte militar. Un militante del Partido Obrero salió al cruce de las ideas vertidas en ese texto […]. Allí básicamente se contrapone a la necesidad de la discusión estratégica la caracterización de la bancarrota capitalista, y la radicalización de la clase obrera al calor de ella. Sobre la base de una visión según la cual en la actualidad hay una polarización entre la revolución y la contrarrevolución que radicaliza y pone a la orden del día automáticamente la posibilidad de nuevas revoluciones socialistas, el autor descarta como discusión académica el aporte de los dos dirigentes de nuestro partido. La crítica se basa en una fuerte base “catastrofista”. En base a esto y a algunas discusiones al respecto que hace Trotsky en una de nuestras últimas publicaciones, “Los primeros 5 años de la Internacional Comunista”, queríamos abrir una reflexión sobre la relación entre política y economía en la teoría marxista.
         
          Hay catastrofismos y “catastrofismos”
Los orígenes de las discusiones sobre el colapso del sistema capitalista y la “catástrofe” en la teoría marxista se remontan a las discusiones dentro de la socialdemocracia alemana y la II Internacional a partir de la controversia que generaron los escritos de Eduard Bernstein. Hacia fines del siglo XIX, en una serie de notas luego compiladas en su libro “Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia” (1899). Allí planteaba, revisando la teoría de Marx (de ahí el nombre de “revisionista” con el que se conoció a esta corriente de pensamiento), que las contradicciones sociales, la polarización entre las clases y las tendencias a la pauperización no se verificaban, el desarrollo capitalista tendía a suavizar estas contradicciones y que, por el contrario, estaban dadas las condiciones para llegar al socialismo por la vía gradual, pacífica y parlamentaria. La respuesta del ala izquierda de la socialdemocracia, con Rosa Luxemburg a la cabeza, enfatizaba las contradicciones propias de la última fase de crecimiento capitalista, algo que Rosa luego fue desarrollando con el paso de los años en su propia teoría del imperialismo, y que hacía hincapié en que el capitalismo, antes de desaparecer y ceder su lugar, iba a experimentar un colapso, que iba a ser una combinación de una catástrofe económica y militar que precipitaría la revolución. Esta visión luego se hizo conocida como “teoría del derrumbe”. Básicamente esta idea de un futuro cataclismo del sistema capitalista ya se encontraba entre los fundamentos por los cuales Friedrich Engels impulsó en 1889 la fundación de la II Internacional; para que los socialistas llegaran a este acontecimiento lo mejor preparados posible. Si bien otros socialistas, como Lenin, tenían su propia teoría del imperialismo que difería en parte con la de Rosa, en el ala izquierda de la socialdemocracia mundial tenían acuerdo en la visión de que el capitalismo se encaminaba a grandes cataclismos que pondrían la realización práctica de la revolución socialista como tarea, no como un ritual para los días de fiesta, lo que los diferenciaba de la derecha y del ala centro. Posteriormente, el marxismo siguió desarrollando la teoría de las crisis y sobre la tendencia histórica al derrumbe capitalista, aunque con otros fundamentos, un tema que excede los límites de este artículo.
De la catástrofe a la estrategia
La Primera Guerra Mundial fue el nombre y apellido con el que esta predicción científica se materializó, desencadenó la revolución social y su primer triunfo en Rusia, aunque no logró acabar con el sistema capitalista.

En el momento más álgido de la oleada revolucionaria de la posguerra, haciendo caso omiso de las leyes de la economía y del descalabro producido por la guerra, la burguesía sabía que tenía que defenderse a toda costa en la última trinchera, pero no lo podía hacer con una contrarrevolución militar directa (¡su propio ejército estaba sublevado!), por lo cual otorgó concesiones con tal de frenar esta onda expansiva y “patear para adelante” los problemas económicos. Una muestra más de cómo para las clases dominantes la economía no determina mecánicamente su política. Luego de derrotada esta oleada, en 1920 la burguesía de los países más afectados por la guerra (Alemania) descarga el peso de la crisis sobre las masas trabajadoras, avanzando incluso sobre las conquistas que poco tiempo antes había concedido, aumentando el desempleo, etc. Esto le permite a la burguesía un respiro, reconstruir su aparato estatal, tener más seguridad de sí misma y envalentonarse e ir ganando posiciones en función de intentar restablecer un nuevo equilibrio, que hacia 1921 se refleja en una coyuntura económica en la que la desocupación comienza a bajar y se reconstruye la economía.

Una serie de nuevos problemas teóricos y prácticos se abrían para el movimiento comunista, recién nacido. En efecto, la previsión “catastrofista” se había confirmado en el cataclismo de la guerra. Sin embargo, la ligazón entre catástrofe económica, crisis política y radicalización de la clase obrera no alcanzó para que los jóvenes partidos comunistas de Occidente (incluso con la autoridad de la Rusia Soviética detrás) lograran dirigir a la mayoría de los trabajadores hacia la toma del poder. En sus primeros años de existencia, sin embargo, estos nuevos partidos revolucionarios siguieron anclados en esta visión catastrofista, que combinaba a veces una idea espontaneísta de que la crisis llevaría al triunfo de la revolución, y otras veces una visión “putschista”, de que por medio de acciones armadas ejemplares y una ofensiva permanente se lograría el mismo objetivo [1]

Es por eso que los primeros cinco años de la Internacional Comunista (como reza el mismo título de la obra de Trotsky que acabamos de publicar), particularmente desde su segundo congreso en adelante, fueron una enorme escuela de estrategia revolucionaria para poner a tono a los nuevos partidos con los desafíos de una época en que estaba planteada la revolución como tarea práctica y no como simple propaganda para un futuro incierto. Para esto hacía falta terminar con la visión ingenua de que la “catástrofe” económica y política del capitalismo llevaría al crecimiento automático de las filas comunistas y a la dirección de la revolución. En esta visión se confundían dos planos relacionados pero independientes.

En el plano histórico, las tendencias del capitalismo llevan a grandes cataclismos sociales y políticos y a la imposibilidad del tránsito pacífico al socialismo. Ese es el “catastrofismo” que defendían Rosa Luxemburg y Lenin contra los socialistas reformistas. El problema es cuando se confunde este plano histórico con una idea de “derrumbe permanente” y de “contradicciones irresolubles” siempre presentes que llevarían al crecimiento de las filas comunistas y a resolver el problema de la dirección revolucionaria del movimiento obrero, que es el catastrofismo que caracterizaba a los jóvenes PC occidentales (eso sí, en medio de la gran crisis de la posguerra) y también a las corrientes de izquierda de la actualidad, como el PO, que desdeñan todo debate estratégico y lo remplazan por un análisis economicista.
Trotsky, Marx y el catastrofismo
Trotsky combatió esta perspectiva tan unilateral y buscó permanentemente captar la esencia del capitalismo como una unidad en continuo movimiento que contempla sus factores económicos, que incluyen elementos periódicos (sus ciclos económicos e industriales como había descripto Marx) pero también sus tendencias básicas, es decir, en qué medida en determinado momento el capitalismo desarrolla, detiene o estanca sus fuerzas productivas, así como los factores políticos en una época de decadencia capitalista. La interpretación de las tendencias del capitalismo se realiza a través de la relación permanente entre tres factores. A saber: la economía, las relaciones entre las clases y las relaciones internacionales entre los Estados. Dice Trotsky:
El equilibrio capitalista es un fenómeno complicado; el régimen capitalista construye ese equilibrio, lo rompe, lo reconstruye y lo rompe otra vez, ensanchando, de paso, los límites de su dominio. En la esfera económica, estas constantes rupturas y restauraciones del equilibrio toman la forma de crisis y booms. En la esfera de las relaciones entre clases, la ruptura del equilibrio consiste en huelgas, en lock-outs, en lucha revolucionaria. En la esfera de las relaciones entre estados, la ruptura del equilibrio es la guerra, o bien, más solapadamente, la guerra de las tarifas aduaneras, la guerra económica o bloqueo. El capitalismo posee entonces un equilibrio dinámico, el cual está siempre en proceso de ruptura o restauración. Al mismo tiempo, semejante equilibrio posee gran fuerza de resistencia; la prueba mejor que tenemos de ella es que aún existe el mundo capitalista.”(Informe sobre la crisis económica mundial y las nuevas tareas de la Internacional Comunista).
El concepto de “equilibrio” aquí es clave. Lejos de constituir algún tipo de estado permanente, es la visualización de la totalidad del sistema capitalista como una unidad en continuo movimiento que construye dicho equilibrio, luego lo rompe, lo reconstruye y lo vuelve a romper. De esta manera, el rol determinante de la economía en última instancia no es el resultado de un proceso mecánico. Para profundizar en esta idea remitimos al prólogo de Paula Bach a El capitalismo y sus crisis.

Los tres niveles de análisis de los que hablaba Trotsky, las tendencias al equilibrio o desequilibrio en el plano económico se entremezclan y determinan mutuamente con las tendencias a una mayor o menor lucha de clases (ascensos obreros, revoluciones, contrarrevoluciones) y con las tendencias al mayor o menor conflicto entre los distintos Estados nacionales (guerras, conflictos económicos entre países o grupos de países, alianzas supranacionales, etc.). Este método permite tener una visión dialéctica, no economicista, para superar las visiones que solo ven constantemente los elementos de estabilidad, o las que anuncian como un mantra la “catástrofe permanente”.
Vincular la perspectiva histórica a la lucha cotidiana
Para el PO, como muestra Becerra en su crítica, la discusión estratégica se limita a anunciar catástrofes económicas y de ahí deducir la radicalización de los trabajadores y el crecimiento automático de la izquierda, que “los reformistas fracasarán y la vanguardia revolucionaria estará esperando en los flancos para dirigir a las masas a la victoria”. Es decir, un pensamiento anti-estratégico, que tiende a la espera pasiva, a la pura “propaganda del programa” y a que las circunstancias hagan la mayor parte del trabajo. Para esto, en primera instancia, hace falta ser serios y evaluar las posibilidades y el marco de acción, sin caer ni en análisis impresionistas de lo “estático” de las relaciones de fuerza, ni en visiones igualmente superficiales que ven la “catástrofe permanente”, y no confundir el plano histórico de la época de las tendencias del capitalismo a mayores cataclismos con toda realidad inmediata, pero teniendo en cuenta que “la nuestra es una época que se caracteriza por fluctuaciones periódicas extremadamente bruscas, por situaciones que cambian de manera muy abrupta, todo lo cual configura, para la dirección, responsabilidades muy arduas en lo que hace a la elaboración de una orientación correcta" [2]. Para esto hace falta vincular la perspectiva histórica de la revolución con la lucha cotidiana, estableciendo un lazo entre los fines y los medios, que permita ir templando y preparando militantes conscientes y arraigados en la clase obrera que luego sean una poderosa palanca cuando esté plateada la perspectiva del poder obrero y de la insurrección. El sentido de la reflexión estratégica del PTS a partir de nuestras últimas elaboraciones y también como se puede aprehender del estudio de los documentos recopilados en “Los primeros 5 años de la Internacional Comunista”) es, por el contrario, tratar de extraer de las luchas cotidianas todas las posibilidades de crear para la izquierda revolucionaria más fuerzas materiales, más puntos de apoyo que los que da “objetivamente” la realidad misma, para llegar lo mejor preparados posibles al momento del paso al enfrentamiento físico, a la revolución, y que su resultado no esté determinado de antemano a la derrota por la falta de un partido marxista a la altura de las tareas.
Notas
1- La debilidad de los comunistas occidentales residía en su origen en un aspecto de su raíz socialdemócrata: “La idea de una estrategia revolucionaria se ha consolidado en los años de la posguerra, al principio, indudablemente, gracias a la afluencia de la terminología militar, pero no por puro azar. Antes de la guerra no habíamos hablado más que de la táctica del partido proletario; esta concepción correspondía con exactitud suficiente a los métodos parlamentarios y sindicales predominantes entonces, y que no salían del marco de las reivindicaciones y de las tareas corrientes. La táctica se limita a un sistema de medidas relativas a un problema particular de actualidad o de dominio determinado de la lucha de clases, mientras que la estrategia revolucionaria se extiende a un sistema combinado de acciones que en su relación, en su sucesión, en su desarrollo, deben llevar al proletariado a la conquista del poder” (León Trotsky, Stalin, el gran organizador de derrotas).
2- "El estado de ánimo político del proletariado no cambia automáticamente en una misma dirección. La lucha de clases muestra alzas seguidas de bajas, marejadas y reflujos, según las complejas combinaciones de las circunstancias ideológicas y materiales, tanto nacionales como internacionales. Un alza de las masas que no es aprovechada o es mal aprovechada se revierte y culmina en un período de reflujo, del que las masas se recuperan tarde o temprano bajo la influencia de nuevos estímulos objetivos”.
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