◆ Una polémica con el Partido
Obrero alrededor del “catastrofismo” desde la Internacional Comunista de los
orígenes
Guillermo
Iturbide
Hace
un tiempo se abrió un debate a partir de la aparición del prólogo de una
futura publicación de Ediciones IPS, sobre el marxismo y el arte militar. Un
militante del Partido Obrero salió al cruce de las ideas vertidas en ese texto
[…]. Allí básicamente se contrapone a la necesidad de la discusión estratégica
la caracterización de la bancarrota capitalista, y la radicalización de la
clase obrera al calor de ella. Sobre la base de una visión según la cual en la
actualidad hay una polarización entre la revolución y la contrarrevolución que
radicaliza y pone a la orden del día automáticamente la posibilidad de nuevas
revoluciones socialistas, el autor descarta como discusión académica el aporte
de los dos dirigentes de nuestro partido. La crítica se basa en una fuerte base
“catastrofista”. En
base a esto y a algunas discusiones al respecto que hace Trotsky en una de
nuestras últimas publicaciones, “Los
primeros 5 años de la Internacional Comunista”, queríamos abrir
una reflexión sobre la relación entre política y economía en la teoría marxista.
Hay catastrofismos y “catastrofismos”
Hay catastrofismos y “catastrofismos”
Los
orígenes de las discusiones sobre el colapso del sistema capitalista y la
“catástrofe” en la teoría marxista se remontan a las discusiones dentro de la
socialdemocracia alemana y la II Internacional a partir de la controversia que
generaron los escritos de Eduard Bernstein. Hacia fines del siglo XIX, en una
serie de notas luego compiladas en su libro “Las premisas del socialismo y las
tareas de la socialdemocracia” (1899). Allí planteaba, revisando la teoría de Marx
(de ahí el nombre de “revisionista” con el que se conoció a esta corriente de
pensamiento), que las contradicciones sociales, la polarización entre las
clases y las tendencias a la pauperización no se verificaban, el desarrollo
capitalista tendía a suavizar estas contradicciones y que, por el contrario,
estaban dadas las condiciones para llegar al socialismo por la vía gradual,
pacífica y parlamentaria. La respuesta del ala izquierda de la
socialdemocracia, con Rosa Luxemburg a la cabeza, enfatizaba las
contradicciones propias de la última fase de crecimiento capitalista, algo que
Rosa luego fue desarrollando con el paso de los años en su propia teoría del
imperialismo, y que hacía hincapié en que el capitalismo, antes de desaparecer
y ceder su lugar, iba a experimentar un colapso, que iba a ser una combinación
de una catástrofe económica y militar que precipitaría la revolución. Esta
visión luego se hizo conocida como “teoría del derrumbe”. Básicamente esta idea
de un futuro cataclismo del sistema capitalista ya se encontraba entre los
fundamentos por los cuales Friedrich Engels impulsó en 1889 la fundación de la
II Internacional; para que los socialistas llegaran a este acontecimiento lo
mejor preparados posible. Si bien otros socialistas, como Lenin, tenían su
propia teoría del imperialismo que difería en parte con la de Rosa, en el ala
izquierda de la socialdemocracia mundial tenían acuerdo en la visión de que el
capitalismo se encaminaba a grandes cataclismos que pondrían la realización
práctica de la revolución socialista como tarea, no como un ritual para los
días de fiesta, lo que los diferenciaba de la derecha y del ala centro.
Posteriormente, el marxismo siguió desarrollando la teoría de las crisis y
sobre la tendencia histórica al derrumbe capitalista, aunque con otros
fundamentos, un tema que excede los límites de este artículo.
De la catástrofe a la estrategia
La
Primera Guerra Mundial fue el nombre y apellido con el que esta predicción
científica se materializó, desencadenó la revolución social y su primer triunfo
en Rusia, aunque no logró acabar con el sistema capitalista.
En el
momento más álgido de la oleada revolucionaria de la posguerra, haciendo caso
omiso de las leyes de la economía y del descalabro producido por la guerra, la
burguesía sabía que tenía que defenderse a toda costa en la última trinchera,
pero no lo podía hacer con una contrarrevolución militar directa (¡su propio
ejército estaba sublevado!), por lo cual otorgó concesiones con tal de frenar
esta onda expansiva y “patear para adelante” los problemas económicos. Una
muestra más de cómo para las clases dominantes la economía no determina
mecánicamente su política. Luego de derrotada esta oleada, en 1920 la burguesía
de los países más afectados por la guerra (Alemania) descarga el peso de la
crisis sobre las masas trabajadoras, avanzando incluso sobre las conquistas que
poco tiempo antes había concedido, aumentando el desempleo, etc. Esto le
permite a la burguesía un respiro, reconstruir su aparato estatal, tener más
seguridad de sí misma y envalentonarse e ir ganando posiciones en función de
intentar restablecer un nuevo equilibrio, que hacia 1921 se refleja en una
coyuntura económica en la que la desocupación comienza a bajar y se reconstruye
la economía.
Una
serie de nuevos problemas teóricos y prácticos se abrían para el movimiento
comunista, recién nacido. En efecto, la previsión “catastrofista” se había
confirmado en el cataclismo de la guerra. Sin embargo, la ligazón entre
catástrofe económica, crisis política y radicalización de la clase obrera no
alcanzó para que los jóvenes partidos comunistas de Occidente (incluso con la
autoridad de la Rusia Soviética detrás) lograran dirigir a la mayoría de los
trabajadores hacia la toma del poder. En sus primeros años de existencia, sin
embargo, estos nuevos partidos revolucionarios siguieron anclados en esta
visión catastrofista, que combinaba a veces una idea espontaneísta de que la
crisis llevaría al triunfo de la revolución, y otras veces una visión
“putschista”, de que por medio de acciones armadas ejemplares y una ofensiva
permanente se lograría el mismo objetivo [1]
Es
por eso que los primeros cinco años de la Internacional Comunista (como reza el
mismo título de la obra de Trotsky que acabamos de publicar), particularmente
desde su segundo congreso en adelante, fueron una enorme escuela de estrategia
revolucionaria para poner a tono a los nuevos partidos con los desafíos de una
época en que estaba planteada la revolución como tarea práctica y no como
simple propaganda para un futuro incierto. Para esto hacía falta terminar con
la visión ingenua de que la “catástrofe” económica y política del capitalismo
llevaría al crecimiento automático de las filas comunistas y a la dirección de
la revolución. En esta visión se confundían dos planos relacionados pero
independientes.
En el
plano histórico, las tendencias del capitalismo llevan a grandes cataclismos
sociales y políticos y a la imposibilidad del tránsito pacífico al socialismo.
Ese es el “catastrofismo” que defendían Rosa Luxemburg y Lenin contra los
socialistas reformistas. El problema es cuando se confunde este plano histórico
con una idea de “derrumbe permanente” y de “contradicciones irresolubles”
siempre presentes que llevarían al crecimiento de las filas comunistas y a
resolver el problema de la dirección revolucionaria del movimiento obrero, que
es el catastrofismo que caracterizaba a los jóvenes PC occidentales (eso sí, en
medio de la gran crisis de la posguerra) y también a las corrientes de
izquierda de la actualidad, como el PO, que desdeñan todo debate estratégico y
lo remplazan por un análisis economicista.
Trotsky, Marx y el catastrofismo
Trotsky
combatió esta perspectiva tan unilateral y buscó permanentemente captar la
esencia del capitalismo como una unidad en continuo movimiento que contempla
sus factores económicos, que incluyen elementos periódicos (sus ciclos
económicos e industriales como había descripto Marx) pero también sus
tendencias básicas, es decir, en qué medida en determinado momento el
capitalismo desarrolla, detiene o estanca sus fuerzas productivas, así como los
factores políticos en una época de decadencia capitalista. La interpretación de
las tendencias del capitalismo se realiza a través de la relación permanente
entre tres factores. A saber: la economía, las relaciones entre las clases y
las relaciones internacionales entre los Estados. Dice Trotsky:
“El equilibrio capitalista es un fenómeno complicado; el régimen capitalista construye ese equilibrio, lo rompe, lo reconstruye y lo rompe otra vez, ensanchando, de paso, los límites de su dominio. En la esfera económica, estas constantes rupturas y restauraciones del equilibrio toman la forma de crisis y booms. En la esfera de las relaciones entre clases, la ruptura del equilibrio consiste en huelgas, en lock-outs, en lucha revolucionaria. En la esfera de las relaciones entre estados, la ruptura del equilibrio es la guerra, o bien, más solapadamente, la guerra de las tarifas aduaneras, la guerra económica o bloqueo. El capitalismo posee entonces un equilibrio dinámico, el cual está siempre en proceso de ruptura o restauración. Al mismo tiempo, semejante equilibrio posee gran fuerza de resistencia; la prueba mejor que tenemos de ella es que aún existe el mundo capitalista.”(Informe sobre la crisis económica mundial y las nuevas tareas de la Internacional Comunista).
El
concepto de “equilibrio” aquí es clave. Lejos de constituir algún tipo de
estado permanente, es la visualización de la totalidad del sistema capitalista
como una unidad en continuo movimiento que construye dicho equilibrio, luego lo
rompe, lo reconstruye y lo vuelve a romper. De esta manera, el rol determinante
de la economía en última instancia no es el resultado de un proceso mecánico.
Para profundizar en esta idea remitimos al prólogo de Paula Bach a “El capitalismo y sus crisis”.
Los
tres niveles de análisis de los que hablaba Trotsky, las tendencias al
equilibrio o desequilibrio en el plano económico se entremezclan y determinan
mutuamente con las tendencias a una mayor o menor lucha de clases (ascensos
obreros, revoluciones, contrarrevoluciones) y con las tendencias al mayor o
menor conflicto entre los distintos Estados nacionales (guerras, conflictos
económicos entre países o grupos de países, alianzas supranacionales, etc.).
Este método permite tener una visión dialéctica, no economicista, para superar
las visiones que solo ven constantemente los elementos de estabilidad, o las
que anuncian como un mantra la “catástrofe permanente”.
Vincular la perspectiva histórica a la lucha cotidiana
Para
el PO, como muestra Becerra en su crítica, la discusión estratégica se limita a
anunciar catástrofes económicas y de ahí deducir la radicalización de los
trabajadores y el crecimiento automático de la izquierda, que “los reformistas fracasarán y la vanguardia
revolucionaria estará esperando en los flancos para dirigir a las masas a la
victoria”. Es decir, un pensamiento anti-estratégico, que tiende a la
espera pasiva, a la pura “propaganda del programa” y a que las circunstancias
hagan la mayor parte del trabajo. Para esto, en primera instancia, hace falta
ser serios y evaluar las posibilidades y el marco de acción, sin caer ni en
análisis impresionistas de lo “estático” de las relaciones de fuerza, ni en
visiones igualmente superficiales que ven la “catástrofe permanente”, y no
confundir el plano histórico de la época de las tendencias del capitalismo a
mayores cataclismos con toda realidad inmediata, pero teniendo en cuenta que “la nuestra es una época que se caracteriza
por fluctuaciones periódicas extremadamente bruscas, por situaciones que
cambian de manera muy abrupta, todo lo cual configura, para la dirección,
responsabilidades muy arduas en lo que hace a la elaboración de una orientación
correcta" [2]. Para esto hace
falta vincular la perspectiva histórica de la revolución con la lucha
cotidiana, estableciendo un lazo entre los fines y los medios, que permita ir
templando y preparando militantes conscientes y arraigados en la clase obrera
que luego sean una poderosa palanca cuando esté plateada la perspectiva del
poder obrero y de la insurrección. El sentido de la reflexión estratégica del
PTS a partir de nuestras últimas elaboraciones y también como se puede
aprehender del estudio de los documentos recopilados en “Los primeros 5 años de
la Internacional Comunista”) es, por el contrario, tratar de extraer de las
luchas cotidianas todas las posibilidades de crear para la izquierda
revolucionaria más fuerzas materiales, más puntos de apoyo que los que da
“objetivamente” la realidad misma, para llegar lo mejor preparados posibles al
momento del paso al enfrentamiento físico, a la revolución, y que su resultado
no esté determinado de antemano a la derrota por la falta de un partido
marxista a la altura de las tareas.
Notas1- La debilidad de los comunistas occidentales residía en su origen en un aspecto de su raíz socialdemócrata: “La idea de una estrategia revolucionaria se ha consolidado en los años de la posguerra, al principio, indudablemente, gracias a la afluencia de la terminología militar, pero no por puro azar. Antes de la guerra no habíamos hablado más que de la táctica del partido proletario; esta concepción correspondía con exactitud suficiente a los métodos parlamentarios y sindicales predominantes entonces, y que no salían del marco de las reivindicaciones y de las tareas corrientes. La táctica se limita a un sistema de medidas relativas a un problema particular de actualidad o de dominio determinado de la lucha de clases, mientras que la estrategia revolucionaria se extiende a un sistema combinado de acciones que en su relación, en su sucesión, en su desarrollo, deben llevar al proletariado a la conquista del poder” (León Trotsky, Stalin, el gran organizador de derrotas).
2- "El estado de ánimo político del proletariado no cambia automáticamente en una misma dirección. La lucha de clases muestra alzas seguidas de bajas, marejadas y reflujos, según las complejas combinaciones de las circunstancias ideológicas y materiales, tanto nacionales como internacionales. Un alza de las masas que no es aprovechada o es mal aprovechada se revierte y culmina en un período de reflujo, del que las masas se recuperan tarde o temprano bajo la influencia de nuevos estímulos objetivos”.
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