17/1/17

Perry Anderson y un mapa polémico del marxismo

40 Años de “Consideraciones sobre el Marxismo Occidental”
Louis Althusser, György Lukács & Theodor Adorno ✆ Hidra Cabero 
Ariane Díaz

En un principio fue la polémica. Lo que hoy conocemos como “Consideraciones sobre el Marxismo Occidental”, en realidad, pretendía ser una introducción a una compilación que estaba preparando el equipo de redacción de la conocida revista británica, entonces dirigida por Perry Anderson, New Left Review (NLR). El proyecto no pudo concretarse y el texto, escrito en 1974, se publicó como libro en 1976 con un epílogo que reflejaba las discusiones abiertas en ese colectivo intelectual [1].
A hard day’s night
Las hipótesis del libro tenían mucho de ajuste de cuentas con la agenda de su revista. Hay unas coordenadas que no menciona allí pero que lo motivan: Anderson venía haciendo un balance nada halagador del marxismo británico, para él parte de una intelectualidad atascada en una cultura nacional conservadora y empirista que no había sabido construir ni una sociología ni una tradición marxista sistemáticas [2]. Aquellas vertientes de lo que llamó “marxismo continental” permitían un análisis totalizador que faltaba en la teoría social británica. La revista había ya iniciado el trabajo de publicación de textos de la tradición marxista francesa, italiana y alemana; desde 1966 en adelante publicaron a Sartre, Lukács, Adorno, Benjamin, Althusser y Gramsci, entre otros. La editorial de la NLR, hacia fines de 1970, contaba con más de la mitad de su catálogo dedicada a estos autores [3]. Es decir que fue la NLR dirigida por Anderson la que había introducido en la isla los autores que ahora criticaría.

Pero además, si durante los sesenta la revista había considerado como principales tendencias del marxismo contemporáneo –donde la diferenciación con el stalinismo tenía un lugar central– al marxismo occidental, al maoísmo y al trotskismo, con los nuevos aires que trajo el ascenso de la lucha de clases a partir del Mayo Francés, para Anderson había llegado también el momento de ajustar cuentas políticas. Al marxismo occidental ya había sido caracterizado como “esotérico” en uno de sus artículos; el maoísmo no le parecía aplicable a las condiciones europeas –y estaba entonces en un franco giro a la derecha–. En cambio, Anderson abogaría por recuperar una tradición que, vía la influencia de Deutscher y Mandel, había cobrado peso en la NLR  [4]. Consideraciones… es parte de una etapa, que podríamos extender hasta la publicación en 1983 de Tras las huellas del materialismo histórico, en que Anderson consideró al trotskismo como una alternativa para el debate estratégico que la nueva situación planteaba. Pero esto no fue necesariamente compartido por sus colegas, abriendo una serie de debates internos que a su modo Anderson intentará responder en el epílogo que agrega, al momento de su publicación, a su libro.
Let it be
Anderson resume las características de lo que va a denominar “marxismo occidental”, opuesto a lo que considera un “marxismo clásico”, así:
Nacido del fracaso de las revoluciones proletarias en las zonas avanzadas del capitalismo europeo después de la primera guerra mundial, desarrolló dentro de sí una creciente escisión entre la teoría socialista y la práctica de la clase obrera. El abismo entre ambas, abierto originalmente por el aislamiento imperialista contra el Estado soviético, fue ampliado y fijado institucionalmente por la burocratización de la URSS y de la Komintern bajo Stalin. […] El resultado fue la reclusión de los teóricos en las universidades, lejos de la vida del proletariado de sus países, y un desplazamiento de la teoría desde la economía y la política a la filosofía. […]. Recíprocamente, marchó a la par de un decreciente nivel de conocimiento o comunicación internacional entre los teóricos de los diferentes países. […] llevó a una búsqueda general retrospectiva de antecesores del marxismo en el anterior pensamiento filosófico europeo y a una reinterpretación del materialismo histórico a la luz de ellos. […] El método como impotencia, el arte como consuelo y el pesimismo como quietud: no es difícil percibir elementos de todos ellos en el marxismo occidental. Porque lo determinante de esta tradición fue su formación por la derrota [5].
La definición del “marxismo clásico” y la crítica a la división entre teoría y práctica parece haberla tomado de Deutscher, aunque el biógrafo de Trotsky la había planteado en contraposición al “marxismo vulgar” representado por el stalinismo [6]. La definición de “marxismo occidental”, por su parte, había sido usada por Merleau-Ponty para destacar a un marxismo alejado del economicismo mecánico que había cobrado peso en la socialdemocracia y en la III Internacional stalinizada. Destacaba a las figuras de Korsch y Lukács y una vindicación de la herencia hegeliana [7].

El agrupamiento que propone Anderson entonces es osado, porque incluye como parte de una misma tendencia a la tradición que destacaba Merleu-Ponty y a otros que más bien se habían enfrentado a esta lectura de Marx: Althusser y Colletti eran abanderados, por ejemplo, de la necesidad de extirpar del marxismo sus coqueteos hegelianos. Las críticas arreciaron desde entonces por todos los flancos.

No faltaron los cuestionamientos por la ausencia de marxistas que también ampliaron los horizontes del marxismo en terrenos como el arte, la filosofía o la psicología: Jay señala que ignora a Reich, a Bloch o a Kosik [8]. Russell Jacoby menciona a Lefort y Castoriadis [9].

Pero más debatidos aún fueron algunos de los que sí figuran, especialmente Gramsci: el mismo Anderson lo señala como excepción tantas veces que, terminado el libro, es difícil saber por qué lo convocó en primera instancia.

Sus propias definiciones hubieran ameritado incluirlo en el marxismo clásico, como la participación en las insurrecciones de los años veinte en Italia y la importancia, alrededor de sus desarrollos sobre la hegemonía, para el debate estratégico [10]. Su inclusión parece estar motivada por los desarrollos que Gramsci hiciera sobre los problemas de la filosofía y la cultura. Anderson arguye que la elección de estos temas fue una forma en que los marxistas occidentales, incómodos con los PC, buscaron evitar una confrontación directa con el stalinismo [11]. Pero a partir de ese atinado señalamiento, realizará una mala generalización: no es que desdeñe los temas ideológicos y culturales –de hecho reconoce muchas de las innovaciones producidas allí–, pero parece no tener en cuenta que, más allá de la oportunidad que hayan tenido para abordarlas, fueron éstas también preocupaciones de los “clásicos”; sin ir más lejos, cuando rescata a Trotsky destaca sus Escritos militares y Literatura y revolución.

Similares objeciones se han hecho respecto de Lukács, quien también participó de la experiencia de los consejos húngaros en los veinte y del debate estratégico en la III Internacional. Sin duda puede contarse como aquellos marxistas que, influenciados por los escritos juveniles de Marx, desarrollaron una serie de aspectos ligados a la alienación y las formas de la conciencia de clase que hicieron escuela; pero si con ello bastara, Althusser sería el que debería salir del grupo. Tampoco se le aplica el haber hecho un camino “de la economía o la política a la filosofía”, porque Lukács fue ganado para el marxismo cuando ya era un intelectual dedicado a esos temas. El criterio temático, así, muchas veces tambalea.

Por el lado de los posicionamientos políticos, Anderson apenas menciona un rasgo de los marxistas occidentales de “primera generación”: sus posiciones teóricas se forjaron a la par de una crítica al creciente reformismo de la socialdemocracia, alineados con la III Internacional (aunque enfrentados con Lenin o Trotsky). Es que si bien es cierto que hubo una unidad entre la teoría y la práctica socialdemócrata, sería difícil catalogarla de unidad virtuosa. Y si de la distancia con el stalinismo se trata, habría que mencionar, dice Jay, que un Althusser influenciado por el maoísmo por ejemplo no fue, precisamente, un antistalinista [12].
Help!
La visión que planteaba Anderson sobre la tradición clásica fue un eje de las críticas que le hicieran sus colegas de la NLR, por presentarla como homogénea y sin cuentas pendientes. Esa será una de las lagunas que intentará enmendar en su epílogo, autocriticándose por cierto “activismo irresponsable” y agregando una serie de problemas irresueltos que ve en la tradición de Marx, Lenin y Trotsky [13], a los que destaca, de todas formas, como base necesaria para el desarrollo de un marxismo revolucionario.

Por otro lado, bien podría cuestionarse la propia práctica política de Anderson hasta entonces: la división entre teoría y práctica que afectaba a la propia revista no está problematizada, a pesar de que le había sido reprochada ya por antiguos colegas. La ruptura con el primer comité editorial en los tempranos sesenta, cuando Anderson se hizo cargo de la publicación, había significado también un apartamiento de la organización de estudiantes y trabajadores que había sabido animar la NLR, especializándose en el debate exclusivamente teórico que les valiera por entonces el mote de “olímpicos” [14], habitantes de un panteón alejado de la política terrenal. No se trata de dictaminar en qué medida estuvieron equivocados al tomar esta decisión, ni de desconfiar de la genuina esperanza de Anderson en que ellos mismos pudieran ser parte de un reverdecer del marxismo que superara un divorcio. Pero es difícil justificar que Anderson, tan perspicaz para plantear un problema que sin duda es central al marxismo, sea tan descuidado en ver la viga en el ojo propio. La omisión del marxismo inglés parece ser también una forma de evitar una discusión que lo incluía especialmente.
Don’t let me down
Anderson considera que la esterilidad del marxismo occidental en el terreno de la economía y la política tenía que ver con que la posguerra trajo, en los principales países capitalistas, una consolidación del capital y de la democracia representativa que parecían contradecir algunas de las tesis manejadas hasta entonces, obligando a nuevas conceptualizaciones [15] que, a pesar de algunos intentos, ningún marxista contemporáneo había logrado.

Pero si las características señaladas por Anderson constituyen una dura crítica a esta tradición, no parece ser tanto un reproche como el reconocimiento de esa cualidad “oculta” que la delimitó: ser el “producto de una derrota”.

El núcleo de la interpretación es, entonces, una lectura político-sociológica de la relación entre contexto histórico y desarrollo teórico. Siguiendo la misma lógica, Consideraciones… está motivado por la esperanza que Anderson tiene en un nuevo ascenso como condición para superar este impasse, aunque la realidad iba poco después a decepcionarlo, como refleja su libro, publicado poco después, Tras las huellas del materialismo histórico. Allí deja asentado que, a pesar de haberse registrado post ‘68, como esperaba, un reverdecer de los temas económicos, políticos e históricos –desplazados de la Europa latina a la anglosajona–, siguió primando la división entre teoría y práctica, y la “miseria” de un pensamiento estratégico que permitiera al marxismo, como teoría sistemática, ser alternativa al avance del estructuralismo y del posestructuralismo.

La relación entre las derrotas en la lucha de clases y las modulaciones de la teoría marxista no es nueva. Lenin consideraba que así como de la derrota podían sacarse lecciones para nuevas batallas, también de ella provenían los intentos de combinación ecléctica del marxismo con teorías que terminaban negándolo. Así explicaba que, por ejemplo, luego de derrotada la Revolución de 1905, un Bogdanov intentara combinar la teoría del conocimiento del marxismo con la de Kant. Aunque no lo menciona explícitamente, algo similar parece tener en mente Anderson cuando señala en el marxismo occidental está marcado por un escepticismo tan profundo como trágico [16].

De te fabula narratur, tras el fracaso del ascenso de los setenta y la llegada del thatcherismo, la misma característica podría atribuírsele a Anderson. En un artículo de la NLR de 1990 admite que su lectura del marxismo occidental estaba impregnada de un “triunfalismo teórico”. Una década después, el escepticismo había ganado derecho de ciudadanía en una nueva etapa de la NLR que, en su pluma, proclamaba: “ya no se dan oposiciones significativas, es decir, perspectivas sistemáticamente opuestas, en el seno del mundo del pensamiento occidental” frente a un neoliberalismo que “como conjunto de principios impera sin fisuras en todo el globo: la ideología más exitosa de la historia mundial” [17]. Keucheyan, que hace una tipología de los “teóricoscríticos” contemporáneos, lo ubica bajo el rubro de los “pesimistas” aunque concede que el animador de la NLR ha mantenido también su espíritu crítico al capitalismo [18] (así como Anderson había reconocido a los marxistas occidentales que el escepticismo los había mantenido lejos de la tentación de pasarse al campo de la burguesía, aunque algunos de ellos lo hicieran).
Come together
Queda preguntarse por qué las hipótesis de Anderson, que cosecharon tantas críticas, no quedaron en el olvido sino que fueron tan influyentes para defensores y detractores. Probablemente porque, aunque en muchos casos fuera unilateral, se planteaba la productiva pregunta sobre la relación entre teoría y práctica, siempre pertinente para un marxismo que no pretenda ser un simple método de análisis.

Los marxistas revolucionarios han apelado en muchos casos a una definición de la teoría como “guía para la acción”, no en el sentido de un pragmatismo politicista que ofrezca una teoría para cada definición a tomar, sino en el mismo sentido que Clausewitz: la teoría no como recetas aplicables a toda situación, sino como un desarrollo que pueda servir de “puente” entre la práctica previa y la actual y futura.

Se trata de una pregunta que aún hoy está pendiente de resolución. Keucheyan señala que el marxismo occidental fue muy poco clausewitziano –alejado del debate estratégico– y que las teorías críticas actuales, herederas de aquél, siguen esta orientación [19]. En la etapa de Restauración burguesa de los últimos 30 años [20], esta tendencia fue apenas contrarrestada por débiles hilos de continuidad.

El siglo XXI llegó todavía acompañado de la reaccionaria ideología del neoliberalismo, sin aparente rival a la vista, pero también en crisis. La emergencia de fenómenos políticos permitió el esbozo de nuevos intentos teóricos alternativos, como las distintas variantes del autonomismo o de los llamados “populismos de izquierda” que se desarrollaron en paralelo, en los países centrales, a los movimientos antiglobalización; en América latina, a las sucesivas crisis de los regímenes neoliberales; y en África, a la Primavera árabe. Pero, aún con la diversidad de combinaciones que le dieron origen y marcaron su pulso, puede señalarse como rasgo común que en ninguno de estos procesos hubo aún un desarrollo de un movimiento obrero revolucionario en el que pudiera apoyarse un nuevo despliegue del marxismo. La tarea de forjar una teoría que recupere esa unidad entre teoría y práctica del marxismo clásico, que pueda dar cuenta de las condiciones en que se presentarán las nuevas batallas entre las clases, y que supere las variantes reformistas que intentan emparchar un capitalismo en crisis histórica, ha quedado por ahora en manos de pequeños grupos marxistas revolucionarios que deberán aún preparar las bases para ese momento en que, al decir de Marx, prendiendo en las masas, “la teoría se convierte en poder material” [21].

Sin embargo, la crisis capitalista y la bancarrota del neoliberalismo, junto con la inexistencia de grandes aparatos reformistas y burocráticos como la socialdemocracia o el stalinismo, pueden cambiar estas condiciones.

Así como las derrotas dejan sus marcas en la teoría, también el ascenso de la lucha de clases cambia, a menudo de manera brusca, las subjetividades de millones, y con ello las coordenadas del debate político y teórico.

Trotsky decía que la conciencia teórica más elevada que se tiene de una época, en un determinado momento, se fusiona con la acción directa de las capas más profundas de las masas alejadas de la teoría: “La fusión creadora de lo consciente con lo inconsciente es lo que se llama comúnmente inspiración. La revolución es un momento de impetuosa inspiración en la historia”. Pero toda “inspiración” histórica requiere un trabajo preparatorio de agrupamiento de fuerzas, de búsqueda de ligazón con el movimiento obrero y de transformación de la experiencia en teoría; aquellas tareas que Lenin y Trotsky entendían como construcción partidaria. Una tarea que requería, según Trotsky, “una capacidad gigantesca de imaginación creadora” [22]. Corresponderá a nuevas generaciones de marxistas volver a poner en foco ese debate y desplegar su imaginación teórica. Los debates y elaboraciones de Ideas de Izquierda intentan aportar elementos y herramientas a ese objetivo.
Notas
1.      La compilación se publicará finalmente en 1977 como Western Marxism. A critical reader.
2.     Ver Anderson en NLR 23, 1964; NLR 29, 1965; NLR 35, 1966; NLR 50, 1968.
3.     Gregory Elliot, Perry Anderson. The Merciless Laboratory of History, Minneapolis-Londres, Minesotta University Press, 1998, p. 54.
4.     Duncan Thompson, Pessimism of the intellect?, Monmouth, Merlin Press, 2007, pp. 60-67.
5.     Anderson, Consideraciones…, México, Siglo XXI, 1998, pp. 115-6.
6.     Elliot, ob. cit., p.102.
7.     Martin Jay, Marxism and totality, Berkeley, University of California Press, 1984, pp.1-2.
8.     Ibídem, pp.4-5.
9.     Dialectic of defeat, Cambridge, Cambridge University Press, 1981, p. 108.
10. Anderson, ob. cit., pp. 59 y 99.
11.   Ibídem, p. 53.
12. Jay, ob. cit., p. 192.
13.  Anderson, ob. cit., p. 132. Hobsbawm dijo entonces que con ese epílogo Anderson se retractaba del 90 % del libro (Elliot, ob. cit., p. 105). También hubo críticas del trotskismo inglés: Callinicos, por ejemplo, reclamaría que los representantes del trotskismo que ofrece (Deutscher, Rosdolsky, Mandel) requerirían también una mayor crítica (International Socialism 99, 1977).
14. Duncan Thompson, ob. cit., p. 11.
15.  Anderson, ob. cit., pp. 57 y 61.
16. Ibídem, p. 110.
17.  “A culture in contraflow”, NLR 180 y 182, 1990 y “Renewals”, NLRII-1, 2000.
18. Razmig Keucheyan, Hemisferio Izquierdo, Madrid, Siglo XXI, 2013, p. 87.
19. Ibídem, pp. 23-4.
20.                       Matías Maiello y Emilio Albamonte, “En los límites de la ‘Restauración burguesa’”, Estrategia Internacional 27, 2011.
21. “En torno a la Crítica de la Filosofía del Derecho”, Escritos de juventud, México, FCE, 1987, p. 497.
22.León Trotsky, Mi vida, Bs. As., IPS-CEIP, 2012, p. 349 y 358.
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