Pierre Naville |
En la colección “Mille
marxismes”, Syllepse vuelve a publicar el libro de Pierre Naville Vers l’automatisme social?, cuya
primera edición es de 1963. Se adjunta un sustancioso prefacio de Pierre
Cours-Salies y varios textos sobre el mismo tema, especialmente una entrevista
con Jean-Marie Vincent, publicada inicialmente en octubre-diciembre 1977 en la
revista Critiques de l’économie
politique (Nº 1, nueva serie).
Además de su interés intrínseco, esta entrevista tiene un
valor simbólico ya que reagrupa dos autores atípicos y de alguna forma
marginales en relación con la doxa marxista francesa dominada por el PCF y el
estalinismo, habiendo frecuentado los dos “el trotskismo” así como la izquierda
del PSU [Partido Socialista Unificado, ndt]. Sobre todo porque, a pesar de sus
diferencias -Vincent estaba más polarizado por la teoría del valor y el
fetichismo-, los dos han deconstruido la naturalización social de la categoría
de trabajo entonces dominante en el interior del marxismo, no considerando al
trabajo como una forma natural de toda vida social que reenvía a lo que sería
la esencia humana, sino poniendo el acento sobre las especificidades de sus
formas capitalistas. Y, más allá, cuestionando una temática enraizada en la
tradición marxista, incluidos algunos textos de Marx y Engels /1.
Así, por poner un ejemplo, Jean-Marie Vincent hace observar
que en De l’alénation à la
jouissance 2/, escrito en 1954, Pierre
Naville “dice tranquilamente que no
hay que hacer del trabajo el principio de la libertad humana”/3. Aunque sitúa en el centro de
su análisis las relaciones capitalistas, no hace de ellas el elemento calve de
una problemática de emancipación.
Y en esta entrevista con Jean-Marie Vincent, también tan
tranquilamente declara: “¿Es necesario
recordarlo? Marx se ha opuesto a las concepciones que identifican o confunden
la riqueza de los intercambios humanos a una acumulación de mercancías o de
productos. Lo que es necesario no es una civilización del trabajo y de la
producción, es una sociedad liberada en sus intercambios y sus comunicaciones” (p.
319). Durante los debates de los años 1980-1990 sobre “la centralidad del
trabajo”, demasiados marxistas han confundido la necesidad de afirmar esta
centralidad respecto al análisis de las relaciones capitalistas con la
centralidad del trabajo como horizonte de una problemática de emancipación. A
este respecto son luminosas las fórmulas de Pierre Naville.
Separación del trabajo y del individuo
Vers l’automatisme
social? (traducción castellana: Hacia
el automatismo social: problemas del trabajo y de la automatización, Fondo
de Cultura Económica, 1985)-convertido en un clásico- es el primer estudio
francés sintético y premonitorio sobre la emergencia de la automatización en la
producción y los formidables cambios tecnológicos que trae consigo. Antiguo
surrealista, militante del PCF y después (durante un tiempo) de la IV
Internacional, Pierre Naville ha llegado a ser después de la guerra, durante
los años 1950-1960, uno de los principales fundadores (con Georges Friedman) de
la sociología francesa del trabajo. Acababa de publicar (1961), en el CNRS, L’automation.
Pero, más allá de sus análisis concretos, el interés de este
libro es la construcción de una sociología del trabajo mediante una constante
referencia a Marx. No solamente porque se reclama del mismo sino porque a su
entender -y con razón-, Marx es uno de los pioneros del análisis del desarrollo
del “sistema automático de maquinismo”, por retomar una fórmula de
los Grundrisse, desarrollado
por la “revolución industrial” que se inicia al final del siglo XVIII. Esa
revolución industrial capitalista introduce una ruptura radical con el
artesanado y la organización en oficios provenientes de las sociedades
precapitalistas, incluso aunque permanezcan dominantes en el siglo XIX y sigan
muy presentes posteriormente. Tanto más que las resistencias obreras se inscriban
a menudo en su horizonte. De hecho tiene lugar una ruptura casi antropológica
en la aproximación al trabajo.
El movimiento obrero, Marx y el posterior marxismo, van a
confrontarse con dificultades y respuestas diversas en relación con este tema.
Se cristalizan alrededor de una cuestión central, la de la “separación” de los
productores con, no solamente la propiedad jurídica de los medios de
producción, sino con el trabajo -la misma actividad de producción-. La cual se
socializa (se organiza socialmente), aún tomando una cierta autonomía. Las
discusiones de Marx con Proudhon son a este respecto significativas de la
problemática que Marx comienza a construir.
Miseria de la
filosofía (1847), donde Marx critica la visión artesanal de Proudhon,
es un momento clave. Para este último, la máquina permitiría restablecer “la unidad en el trabajo fragmentado”. La
afirmación no tiene sentido, puntualiza Marx, “la máquina es una reunión de instrumentos de trabajo y de ninguna
forma una combinación de trabajos para el mismo obrero”. Y agrega:
“Lo que caracteriza a la división del trabajo en el taller automático es que el trabajo ha perdido todo carácter de especialidad. Pero desde el momento en que cesa todo desarrollo especial, la necesidad de universalidad, comienza a hacerse sentir la tendencia hacia un desarrollo integral del individuo. El taller automático borra las especialidades y el idiotismo del oficio/4.
A decir verdad, cuesta comprender -fuera, precisamente, del
recurso al homo faber-, como la necesidad de universalidad puede
comenzar a hacerse sentir en un taller estructurado por el despotismo de
fábrica y su división del trabajo. Será necesario que Marx desarrolle sus
análisis sobre el maquinismo y los sistemas automáticos para indicar otro
camino, como indica Pierre Naville en De
l’alienation à la jouissance. Este es uno de los raros marxistas que,
rechazando toda valorización del homo faber, señala la transformación del
trabajo que estaba teniendo lugar.
“Es porque él [el trabajo]se ha separado del individuo, que ya no es la expresión de una actividad personal de una relación directa con la naturaleza y con otro, que ha tomado un carácter general cada vez más uniforme y semejante para todos y es por ello que puede ser considerada su reapropiación social y no estrechamente personal. El fin de la sujeción del trabajo no se encuentra en su reapropiación personal igualitaria (solución artesanal), sino en su ‘transferencia’ sobre el aparato de producción técnica de alto rendimiento”. Habrá que volver sobre esta idea de transferencia, ya que Pierre Naville la aclara cuando habla de conseguir “su abolición [del trabajo, a su rechazo sobre el aparato técnico socialmente organizado”/5.
Dicho esto, se ve que, como escribe Jan Spurk, “para Naville, siguiendo en esto a Marx, la
alienación no es, como pensaba Proudhon, una desposesión, una usurpación de los
derechos del individuo sobre su creación, sobre su obra individual”/6.
Maquinismo y automatización
La automatización se desarrolla como un momento particular
del maquinismo en el que “la máquina
reemplaza al hombre [porque] se mueve
y opera automáticamente”, señala Pierre Naville (p. 91). Y cita
pasajes de la 4ª sección “la gran industria” en el Libro I de El Capital: “Un sistema de maquinismo forma por si mismo un gran autómata que se
mueve (...) Hay un verdadero sistema automático desde el momento en que la
máquina-útil ejecuta todos los movimientos necesarios para la configuración de
la materia prima sin la actividad del hombre y solo la reclama posteriormente
(...) El sistema de máquinas-útiles automáticos que reciben su movimiento por
transmisión de un autómata es la forma más desarrollada del maquinismo
productivo”. A pesar de que han aparecido nuevas tecnologías, en
particular la informática, son estos mismos principios los que funcionan en los
sistemas contemporáneos.
Desde entonces se despliegan plenamente la separación del
trabajo con el individuo y la autonomización del sistema de producción. En el
maquinismo, explica Marx, la división del trabajo de “subjetiva” pasa a ser
“objetiva”; es decir que ella está cristalizada, objetivada, en las máquinas y
los sistemas automatizados. De golpe, el trabajo del individuo pierde el
carácter especializado que tenía en la organización en oficios y se
estandardiza. Sin embargo, la división del trabajo en el taller está basada en
puestos de trabajo que permanecen aislados los unos de los otros. Con la
automatización propiamente dicha, esta división se pone de alguna forma en
movimiento para crear sistemas de relaciones solidarias.
Pierre Naville habla de una
“disociación entre las funciones del hombre y las de la máquina por diversos sistemas de intercambiabilidad entre las funciones humanas de control [de la máquina]. En resumen, una distribución móvil de funciones integradas se sustituye a una división de tareas aisladas. De ahí resulta que las formas de cooperación en el trabajo serán también modificadas” (p. 171).
Por supuesto que Pierre Naville no ignora el papel
sobredeterminante de las relaciones capitalistas que empujan a ganancias de
productividad, y que las máquinas y los sistemas automáticos funcionan entonces
para producir plusvalía; más exactamente la plusvalía relativa. Pero pretende
tratar la novedad de este tipo de relaciones tecnológicas que no existían en
las sociedades precapitalistas.
Para él, escribe Sylvie Célérier,
“esta novedad se debe a los efectos del principio de autonomía técnica que conecta series de operaciones cada vez más largas, que funcionan sin intervenciones directas y componen ‘una sociedad técnica autónoma’. Esta sociedad nueva está organizada por un conjunto de códigos que forman un verdadero lenguaje y se superpone a la sociedad de los hombres, que siguen siendo diseñadores y autores pero en condiciones modificadas”/7.
Queda por tratar el estatuto de esta “sociedad
técnica”, de la que Pierre Naville habla a veces como de un conjunto casi
orgánico que desarrolla sus propias relaciones con la sociedad de los hombres,
sin que se vea muy claro como se articulan esas relaciones. Pero esa
articulación para por el trabajo humano. Ciertamente éste conoce una transformación
profunda y se presenta cada vez menos como una confrontación directa con la
materia; por ello Pierre Naville proponía hablar del trabajo automatizado como
un“servicio”.
Sin embargo no desaparece y es a través suyo como se
organiza la articulación entre las dos esferas: cualquiera que sea la
importancia tomada por “la autonomía técnica”, una “sociedad
técnica” no puede existir por si misma. La precisión es tanto más
importante que el trabajo humano está siempre estructurado por las relaciones
sociales de producción, que estructuran pues igualmente la forma tomada por
esta “autonomía técnica”.
Una dialéctica del tiempo de trabajo y del tiempo libre
Volvamos a los comentarios de Pierre Naville, señalados al
comienzo de este artículo, sobre el debate Marx/Proudhon y un equívoco señalado
en una cita ya recordada: “El fin de la
sujeción al trabajo no se encuentra en su reapropiación personal (solución
artesanal), sino en su separación definitiva de la persona humana y en su
‘transferencia’ sobre el aparato técnico de alto rendimiento”.
El equívoco en esta idea de “transferencia” es que
podrá dejar creer en una desaparición posible de todo trabajo humano (Naville
habla incluso de abolición), en beneficio de una producción automatizada. Se
puede soñar pero es mejor atenerse a nuestro horizonte histórico. En este
marco, la fórmula de "transferencia" puede dejar creer que
este horizonte es la desaparición del trabajo, una utopía tan vieja como el
movimiento obrero, parcialmente reactivada en los años 1960, en base
precisamente al desarrollo de la automatización.
Más vale hablar de una dialéctica del tiempo de trabajo
y del tiempo libre”, por retomar una fórmula de Ernest Mandel de la misma
época/8. Ella está particularmente presente
en los Grundrisse a los que
hace ampliamente referencia Pierre Naville. Pero es interesante constatar que
en El salario socialista, cuando quiere definir un horizonte
estratégico, Pierre Naville reenvía a un pasaje del Tomo III del Capital,
en el cual, según él, Marx “ha
trazado verdaderamente un plan de las condiciones esenciales de una revolución
socialista”/9.
Merece la pena citarle íntegramente:
“De hecho, el reino de la libertad comienza solamente allá donde se cesa de trabajar por necesidad y oportunidad impuesta desde el exterior; se sitúa pues por naturaleza más allá de la esfera de reproducción material propiamente dicha. Análogamente con el hombre primitivo que debe luchar contra la naturaleza para proveer a sus necesidades, mantenerse en vida y reproducirse, el hombre civilizado está forzado, él también, a hacerlo y hacerlo cualesquiera que sean la estructura de la sociedad y el modo de producción. Con su desarrollo, se extiende igualmente la esfera de la necesidad natural, ya que aumentan las necesidades; pero, al mismo tiempo, el ensanchamiento para satisfacerlas. En esta materia, la única libertad posible es que el hombre social, los productores asociados, regulen racionalmente sus intercambios con la naturaleza, que la controlen en conjunto en lugar de ser dominados por su potencia ciega y que realicen esos intercambios gastando el mínimo de fuerza y en las condiciones más dignas, más conformes a la naturaleza humana. Pero esta actividad constituirá siempre el reino de la necesidad. Es más allá donde comienza el desarrollo de las fuerzas humanas como fin en sí, el verdadero reino de la libertad que no puede desarrollarse más que basándose sobre el otro reino, sobre otra base, la de la necesidad. La condición esencial de este desarrollo es la reducción de la jornada de trabajo”/10.
La problemática de la emancipación no se apoya ya sobre la
única perspectiva del tiempo libre, sino que de alguna forma se desdobla. Se
trata a la vez de emancipar el trabajo del dominio del capital y de emanciparse
del trabajo. Y supone mantener dos niveles de la práctica social.
La tradición marxista ha borrado frecuentemente el necesario
mantenimiento del trabajo como esfera de actividad separada, creyendo (o
dejando creer) que su perspectiva era una reconstrucción de todas las
actividades sociales alrededor de una producción finalmente emancipada. Es
importante subrayar que el pasaje citado no deja ningún equívoco en relación
con este tema.
“Un trabajador móvil polivalente”
Naville muestra bien que, para tratar de “la tendencia
hacia un desarrollo integral del individuo”, de la que hablaba Marx en su
polémica con Prudhon, es necesario salir del taller. “La industria moderna revoluciona de forma constante la división del
trabajo en el interior de la sociedad y precipita sin parar de una rama a otra
a masas de capital y de obreros. Es por lo que la naturaleza de la gran
industria entraña cambios en el trabajo del obrero, hace fluida su función,
hace de él un trabajador móvil polivalente”,escribe Marx en el Libro I de El Capital. De donde una exigencia de “reemplazamiento
del individuo parcial, simple apoyo de una función social de detalle, por un
individuo completamente desarrollado para quien diversas funciones sociales son
otras tantas formas de actividad que toman el relevo unas de otra”/11.
No se trata pues de la polivalencia reencontrada del antiguo
artesano en el puesto de trabajo vía la introducción de nuevas tecnologías.
Ello sería cometer el mismo error que Proudhon, creer que la máquina permitiría
restablecer “la unidad en el trabajo fragmentado”. Mutatis mutandis, es
sin embargo así como han procedido diversos autores en los años 1960. Así la
periodización que desarrolla Alain Touraine, en sus estudios sobre la empresa
Renault, en los que grosso modo distingue tres fases en la evolución
general del trabajo industrial: la primera es la del obrero profesional que,
apoyándose en el oficio, dispone de una importante autonomía en el trabajo; la
segunda es la de descomposición del oficio, con el auge de los OS [obreros
especializados, ntd]; la tercera es la de automatización que restaura la
polivalencia.
Serge Mallet retoma este análisis y ve en los ITC
[Ingenieros, Técnicos y Cuadros, ntd] una “nueva clase obrera” directamente
portadora de aspiraciones autogestionarias. André Gorz se sitúa en esta
problemática en Stratégie ouvrière
et néocapitalisme [Seuil, 1964; hay traducción al castellano, Estrategia obrera y neocapitalismo, Era,
1964-1976, ndt]. Posteriormente, en el post 1968, gira hacia los OS, para
finalmente, en 1981, decir Adieux au
prolétariat [Le Seuil; traducción al catellano: Adios al proletariado, El Viejo Topo, 1981, ndt].
Cuando Pierre Naville realiza análisis de la evolución del
proceso de trabajo se desmarca claramente de esas concepciones. Así, en su
entrevista de 1977 con Jean-Marie Vicent, a la cuestión “¿En que se convierte el trabajo humano en
este contexto?” (p. 314) responde: “Es muy evidente que se aleja cada
vez más de las viejas actividades de oficio, por no decir del artesanado que
continúa obsesionando a los oponentes al capitalismo. La recomposición del
trabajo que esperaban no ha tenido lugar”.
No aporta una mirada nostálgica hacia el pasado para
proponer “volver a las modalidades
de trabajo en las que cada puesto dominaba secuencias bien determinadas de un
proceso de producción”. Explica:
“No es cierto que haya que lamentarlo, ya que la evolución actual contiene en germen grandes posibilidades de emancipación. Curiosamente, se crea una situación en la que los hombres -el trabajador colectivo- y los sistemas de máquinas son cada vez más distantes los unos de los otros, donde la simbiosis precapitalista entre el hombre y sus instrumentos de trabajo hace lugar a una verdadera separación. Hay una autonomía relativa del sistema de máquinas que tiene por consecuencia una autonomía, al menos relativa, al menos potencial, de los colectivos de trabajo”.
Y todavía:
“Evidentemente no todos los trabajadores son supervisores, muchos cumplen siempre tareas directas, penosas e insalubres, en ambientes técnicos poco avanzados. Pero es innegable la tendencia hacia la desaparición de la relación individualizada entre el obrero y ‘su’ máquina. La situación del trabajo está cada vez más marcada por las nuevas formas de cooperación en el trabajo” (p. 315).
Por un nuevo estatuto del asalariado
Permanece una cuestión que no aparecía en los años 1960 pero
que se ha convertido en central bajo el efecto masivo de las políticas
neoliberales de flexibilidad del trabajo y de cuestionamiento de numerosos
estatutos así como del desarrollo del desempleo masivo. La problemática del “trabajador
móvil polivalente” debe articularse con la batalla del nuevo estatuto del
asalariado. Si Pierre Naville -y con motivo- no lo trata, en revancha Pierre
Rolle, que se sitúa en continuidad con él, proponía desde 1988 la instauración
de “Un estatuto del asalariado que
le haga más independiente de las afectaciones particulares que recibe a lo
largo de su vida”. En su prefacio, Pierre Cours-Salies desarrolla
ampliamente esta dimensión del problema, detallando los debates sindicales en
curso sobre el tema.
Articulada con la perspectiva de una reducción masiva del
tiempo de trabajo, esta batalla por un nuevo estatuto del trabajo asalariado es
efectivamente decisiva y requeriría una discusión específica. Yo propondré
simplemente una observación sobre el esclarecimiento que aporta Pierre
Cours-Salies. De la misma forma que se observa claramente como un tal estatuto
supone una lógica de ruptura con la mercantilización capitalista de la fuerza
de trabajo, cuesta comprender como se inscribe en una problemática de abolición
de la condición salarial, mientras que se trata precisamente de codificar un
estatuo del asalariado, incluyendo aportarle una dimensión constitucional.
Tal enfoque aclara el futuro (al menos para nuestro horizonte
histórico) del estatuto del “trabajador móvil polivalente” en una
futura sociedad socialista. El trabajo y el tiempo de trabajo van a continuar
exisitiendo, como actividades sociales específicas. Ciertamente, existen
utopías (en el mal sentido del término) de reactivación de formas de producción
comunitarias “artesanales”, que apoyándose sobre la automatización permitirían
reapropiarse de forma individual del trabajo, de la manera del antiguo
artesano. Pero hay que ir en el sentido inverso si se quiere esbozar ese
estatuto.
La autonomización de la actividad de producción, acompañada
de una reducción del tiempo de trabajo, no puede más que reforzar esta
separación de la actividad de producción en relación con las otras actividades.
Ciertamente la explotación capitalista habrá desaparecido, pero sin embargo los
individuos no tendrán acceso directo a los medios de producción, a la manera de
un artesano. Este acceso supondrá una relación salarial separada, como
institución específica a través de la cual los individuos pondrán su fuerza de
trabajo a disposición de la sociedad. Y la existencia de esta relación puede
generar nuevas formas de tensiones sociales, incluso de explotación. Es
significativa en este sentido la historia de los países del “socialismo real”.
Y Pierre Naville reprocha con razón a Ernest Mandel hacer de la clase
asalariada en esos países una simple forma contable que permite atribuir una
parte del ingreso nacional al trabajador, y haciendo esto “retomar a saciedad los manuales de economía
política estalinistas y neoestalinistas”/12 .
¿Fascinación por la técnica?
Quedan por tratar las contradicciones de la relación
salarial capitalista que, entre otros aspectos, se expresan por el desarrollo
de la automatización. En los Grundrisse, Marx
explica: “El capital mismo es la
contradicción en proceso, en lo que se esfuerza de reducir el tiempo de trabajo
a un mínimo, mientras que, de otro lado, plantea el trabajo como única fuente
de la riqueza. Es por lo que disminuye el tiempo de trabajo necesario bajo la
forma de trabajo necesario para aumentarlo bajo al forma de trabajo superfluo”/13 . Esta contradicción se
expresa a través de la lucha de clases, a la vez sobre la organización de la
disminución del tiempo necesario y el reparto del trabajo “superfluo”.
Pierre Naville no ignora este problema, pero
paradójicamente, para tratar de las dinámicas de evolución, elude esta lucha de
clases. Jean-Pierre Durant, que por otra parte subraya la importancia
heurística de los estudios de Pierre Naville, habla de “el asombro por la
técnica” presente en el último capítulo del libro que abre algunas
perspectivas sobre el futuro: “Si se
relee bien Naville, lo que nos propone es un sobrepasamiento del capitalismo
sin revolución social mediante una transformación técnica que se realiza a
través de la automatización” /14.
El rasgo es quizá un poco forzado, pero señala bien los
problemas planteados por “el principio de autonomía técnica”, cuya
dinámica parece remodelar el conjunto de las relaciones sociales. Ciertamente,
lo hemos dicho, Pierre Naville conoce perfectamente la existencia de las
relaciones de producción capitalistas, pero la autonomización de las relaciones
técnicas provenientes de la autonomización parece arrastrar todo a su paso. Y
los escritos más directamente políticos de Pierre Naville de la misma época no
despejan esa ambigüedad/15.
La observación no quita nada a la pertiencia, siempre
actual, de la temática de la separación. Así, discutiendo (para criticarlos)
los análisis de Yves Schwartz, el sociólogo belga Mateo Alauf escribe:
“Las ideologías que buscan la emancipación obrera encontrarán su coherencia sobre cada uno de los dos ejes que ordenan la representación de la clase asalariada. Se basarán, sea en referencia a las formas artesanales y preconizarán la recomposición de las tareas y una vuelta al trabajo completo, recualificando de alguna forma el trabajo: la clase obrera reencontraría así su substancia perdida y el control sobre su trabajo.
Así serían reunidas las condiciones para que pueda reconciliarse con la sociedad. Sea, al contrario, en referencia a una práctica que busque en la tendencia profunda de separación del trabajador y su trabajo las condiciones de su emancipación que el movimiento obrero encuentra entonces en su potencial de cuestionamiento” /16.
Notas
1/ Sobre
el conjunto de las cuestiones tratadas en el artículo reenvío a mi libro Travail et émancipation, Marx et le travail, Syllepse,
2003.
2/ Pierre
Naville, Le nouveau Léviathan 1, De
l’aliénation à la jouissance. La genèse de la sociologie du travail chez Marx
et Engels, Anthropos, 1974 (segunda edición).
3/ Jean-Marie
Vincent, “La légende du travail”, en La liberté du travail, Pierre
Cours-Salies (coord.), Syllepse, 1995, p. 78.
4/ Karl
Marx, Misére de la philosophie, Editions
sociales, 177, p. 145 y 150.
5/ Pierre
Naville, De l’alienation a la
jouissance, ob. cit., p. 350/351.
6/ Michel
Bitard, “L’aliénation chez Gorges
Friedmann et Pierre Naville”, en Des
sociologues face à Pierre Naville ou l’archipel des savoirs, Michel
Burnier, Sylvie Célérier, Jan Spurk (dirs.), L’Harmattan, 1997, p. 65.
7/ Sylvie
Célérier, “Division du travail et forme
de la valeur”, en Des
sociologues face à Pierre Naville, ob. cit. p. 149.
8/ Ernest
Mandel, La formation de la pensée
économique de Karl Marx, François Maspero, 1967 (traducción al
castellano: La formación del
pensamiento económico de Marx. De 1843 a la redacción de El Capital.
Estudio genético, Siglo XXI Editores, 1974).
9/ Pierre
Naville, Le nouveau Léviathan 3. Le
salaire socialiste, Anthropos, 1970, p. 31.
10/ Karl
Marx, Le Capital, III.3.,
Éditions sociales, 1960, p. 198 (una traducción al castellano: El Capital (Obra completa). Crítica de la economía política, Akal,
2000.
11/ Karl
Marx, Le Capital Livre I,4ª
édition allemagne, Éditions sociales, 1983, p. 547-548.
12/ Pierre
Naville, Le nouveau Léviathan 2.
Les échanges socialistes, Anthropos, 1974, p. 489. Dicho esto, no es
apenas convincente la teoría de la explotación propuesta por Naville para lo
que llama el “socialismo de Estado”.
13/ Marx, Grundrisse, Éditions sociales,
2011, p. 662 (traducción al castellano: Grundrisse. Elementos fundamentales para una crítica de la economía
política, Siglo XXI, 1976).
14/ Claude
Durand, “Théorie du flux et
automatisation des systèmes de flux chez Pierre Naville”, en Des
sociologues face à Pierre Naville, ob. cit. p. 139 y 142.
15/ Ver,
por ejemplo, su texto “Planifications et
gestion democratique”, en un Cahier du CES de 1963.
16/ Mateo
Alaluf, “Le travail ne suffit pas à
qualifier l’ouvrier”, La liberté du travail, ob. cit., p. 1162.
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