Señalábamos en
la nota anterior de esta serie que durante el período que va de 1803 a 1807
Hegel profundizaría sus diferencias con Schelling hasta llegar a una ruptura
abierta en la Fenomenología del Espíritu.
Este texto, sumamente complejo y discutido, fue terminado por Hegel el 13 de
octubre de 1806, la noche anterior a la batalla de Jena, en la que las tropas
de Napoleón derrotaron a las de Federico Guillermo III de Prusia.
El Prólogo fue
enviado al editor para ser agregado al libro, ya en la imprenta, el 10 de enero
de 1807 y constituye una primera exposición del método dialéctico propiamente
hegeliano. Para esta introducción elemental, tomaremos como referencia la
segunda edición de la Fenomenología del
Espíritu publicada por Pre-Textos en 2009, con traducción al español,
estudio introductorio y notas de Manuel Jiménez Redondo, así como las lecciones
de Héctor Raurich reunidas en el volumen Hegel
y la lógica de la pasión, publicado por Marymar en 1976.
Hegel parte de señalar que el acceso a “lo absoluto”
(conocimiento de lo universal que contiene lo particular) sólo puede darse a
través de la forma de la ciencia. Aquí el término ciencia no remite a la
variante más “experimental” de aquella, sino a una idea, propiamente “alemana”
de “sistema”, es decir, un conjunto de proposiciones teóricas interrelacionadas
que busca asumir la forma de una totalidad. La verdad se conoce a través del
sistema científico de la verdad, que supera las consideraciones generales
abstractas para captar en sus múltiples determinaciones el propio movimiento
del objeto de la ciencia (sea la naturaleza, la historia, el Estado o la
historia de la filosofía). Hegel denomina concepto a este movimiento de
determinar el objeto para arribar al conocimiento de lo verdadero (singular,
que une lo universal y particular) y es lo que distingue a la ciencia.
Para Hegel, la posición de Schelling, que postulaba una
“intuición intelectual” como modo de conocimiento inmediato de lo absoluto, el
cual asumía la forma de una sustancia indeterminada, implicaba caer en un
formalismo carente de desarrollo y contenido. Por eso, su propuesta filosófica
consiste en entender lo absoluto no sólo como sustancia (que es) sino también
como sujeto (que piensa).
Aquí resulta importante destacar que en el propio
pensamiento de Hegel el idealismo distorsiona la dialéctica. Esto significa que
para desarrollar esta idea de que “la sustancia es sujeto” Hegel construye un
sujeto mistificado que es el Espíritu (espíritu del pueblo en la historia
nacional, espíritu del mundo en la historia universal), que es un sujeto colectivo
pero no es un sujeto concreto (la sociedad, la clase o el Estado) sino una
abstracción construida a partir de las prácticas humanas, pero que se presenta
por encima de estas. Esta operación tiene efectos contradictorios. Por un lado,
representa de algún modo la idea de que la humanidad construye una segunda
naturaleza a través de las relaciones sociales y la cultura. Por otro, pone en
el lugar del sujeto una idea creada a partir de una abstracción que ubica a los
sujetos reales como resultado de una alienación u objetivación del Espíritu.
Veremos más adelante que Marx criticaba este procedimiento, sobre todo en la
Filosofía del Estado de Hegel.
En el caso concreto de la Fenomenología del Espíritu, Hegel busca mostrar la experiencia de
la consciencia que se relaciona con la sustancia (que es sustancia espiritual,
por lo dicho anteriormente) en tanto objeto de la conciencia. Esto implica que
la contraposición de sustancia y sujeto es un estadio necesario en el
desarrollo de la verdad que luego será superado por la identidad de ambos
términos como resultado del recorrido de la conciencia hacia la ciencia.
En este contexto, Hegel propone entender la verdad y lo
absoluto como un resultado a través de un devenir que es un proceso de
mediación (ver
segunda nota de esta serie), propio de la Razón, que transforma la
oposición entre sustancia y sujeto en el proceso de vuelta a su unidad, a
través de la reflexión filosófica.
Acorde a sus simpatías por la Revolución Francesa, Hegel
considera que el espíritu de los tiempos modernos impone a la filosofía la
tarea de superar cualquier saber de tipo “esotérico” (sólo apto para iniciados
o genios) y proveer a la consciencia común la escalerilla que le permita
elevarse hasta la ciencia.
Este camino de la conciencia común hasta la ciencia es el
que intentaría reconstruir la Fenomenología
del Espíritu, considerada como la primera parte del sistema científico de
la verdad propuesto por Hegel, llevando al individuo particular por los
distintos estadios de la conformación del espíritu del mundo, apropiándoselos
por la vía del pensamiento conceptual, es decir, interiorizándolos sin tener
que recorrer cada una de estas etapas tal cual fueron en la historia real.
En este marco, Hegel relativiza las oposiciones entre las
nociones clásicas de lo verdadero y lo falso, como parte de un movimiento
necesario. Si se sabe algo falsamente, es decir si el objeto está en desigualdad
con el saber, precisamente de esa desigualdad surge el movimiento “negativo”,
es decir de mediaciones que van superando las aproximaciones parciales al
conocimiento del objeto, que permite llegar a la verdad.
Por este motivo, considera que el conocimiento histórico y
el matemático no se adaptan a las necesidades conceptuales de la filosofía, uno
por ser poco conceptual y el otro por ser formal.
Hegel reivindica el Entendimiento (noción tomada de Kant)
como facultad de conocer el objeto en sus determinaciones parciales pero
cuestiona el uso arbitrario de la estructura de tres términos planteada por
Kant en su tabla de categorías de la Analítica
Trascendental. Kant señalaba que en relación con los criterios de cantidad,
cualidad, relación y modo, correspondían tres tipos de juicios y tres tipos de
categorías. Esta estructura de tres términos fue retomada por Fichte en su Doctrina de la Ciencia, como tesis,
antítesis y síntesis, para dar una explicación de la relación entre el sujeto
activo y el mundo objetivo y su unidad. Para Hegel, esta triplicidad era
utilizada por los schellingianos como
un esquema externo al objeto y en el cual había que encajar los contenidos a la
fuerza.
Hegel propone un método distinto, que es reconstruir el Todo
en su movimiento, un movimiento de negaciones y superación de estas negaciones,
en el que se puede reconocer la famosa “ley” de la dialéctica conocida como
“negación de la negación”, reconstruyendo mediante el concepto el movimiento
del objeto.
El método dialéctico, en este contexto, es simplemente la
estructura de la progresión de este devenir superando los conceptos fijos e
inmutables y las determinaciones parciales, cada uno de los cuales quedan
contenidos como un momento “necesario” del proceso de desarrollo conceptual en
su conjunto, cuestión que abordaría más ampliamente en su posterior Ciencia de
la Lógica.
Recapitulando: Hegel propone una dialéctica consistente en
un proceso de determinaciones conceptuales que buscan alcanzar un conocimiento
totalizante. Este proceso consiste en un devenir de mediaciones, caracterizadas
por el desarrollo de las contradicciones internas de cada categoría del
pensamiento, que da lugar a una nueva categoría que supera y contiene la
anterior, en el que cada momento del proceso es necesario y en el que la verdad
es un resultado. La forma específicamente idealista de esta propuesta presenta
este desarrollo como un “auto-movimiento” del Espíritu, es decir como un
proceso en el cual un Sujeto mistificado se aliena en la realidad y vuelve a su
unidad. Este trámite dialéctico es el que aplica Hegel a todos los planos de la
realidad y el pensamiento.
En el caso específico de la Fenomenología del Espíritu, la dialéctica se desarrolla a partir de
la inadecuación entre la certeza que la conciencia tiene del objeto y su verdad
(que no coincide con la certeza). Esto dará lugar a la sucesión de un conjunto
de figuras (término asociado a la estética de Schiller como unidad viva de
forma y contenido) de la consciencia que van surgiendo de la propia experiencia
que la conciencia hace sobre el objeto: éste resulta ser distinto de lo que
parecía y por ende requiere una nueva figura para aprehenderlo. La nueva figura
a su vez, constituye una superación de la anterior, que a su vez la incluye y toma
como punto de partida. Por ejemplo, la primera figura de la consciencia es la
“certeza sensible”, en la que se presenta el objeto en su estado más simple e
inmediato, pero de la experiencia que hace la consciencia de este objeto
inmediato surge la verdad de que el objeto es una cosa con propiedades, que
requieren una nueva figura de la conciencia para aprehenderlo, que Hegel llama
“percepción”, la que realizará en relación con su nuevo objeto (cosa con
múltiples propiedades) una nueva experiencia que impulsa el desarrollo de
conjunto.
A través de esta dialéctica de certeza y verdad, Hegel traza
un recorrido que abarca de los capítulos I al V la fenomenología de la
conciencia propiamente dicha y en los capítulos VI, VII y VIII una
fenomenología del espíritu en el sentido hegeliano del vocablo, es decir como
sujeto colectivo mistificado, protagonista de la historia, la cultura, la
religión y el saber absoluto.
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