Karl Marx & Friedrich Engels ✆ Cássio Loredano |
Martín Salinas / Con la edición de Los grandes hombres del exilio (1852) el lector de habla hispana
accede a un escrito de ocasión en el que se expresa el carácter radical con que
la crítica de Marx considera las circunstancias históricas posteriores al
período revolucionario de 1848. El exilio territorial al que es sometido Marx
desde 1849 constituye la consolidación de una condición respecto de la cual Los grandes hombres del exilio parece
representar una respuesta: la del exiliado de la revolución. Escrito desde y
sobre el exilio, entonces, la parodia de los grandes héroes del período
revolucionario que se cierra con el golpe de Estado de Louis Bonaparte puede
leerse como una contracara, anticipo y complemento del análisis histórico que
Marx desarrollará, en términos históricos más amplios, en El 18 Brumario de Louis Bonaparte. En este sentido, el análisis de
Marx, Engels y Dronke despliega una perspectiva del período posrevolucionario
que (por cuanto define los contornos de aquellos héroes que requieren de la
derrota revolucionaria para constituirse como figuras representativas de formas
de gobierno futuras, inalcanzables), promueve, al mismo tiempo, una referencia
a su propia condición de exiliados. Esta perspectiva crítica de la derrota es la
que distingue el modelo de revolucionario que se desprende de la parodia de los
“héroes de la derrota” (14).
Ya el título del libelo establece una crítica referencia
intertextual que refuerza la sátira con que se aborda la ideológica
reconfiguración literaria que corporeizan los “grandes hombres” Kinkel, Ruge y
Willich en sus postulados revolucionarios. Los
grandes hombres del exilio puede leerse como un complemento del ensayo,
también redactado a inicios de la década de 1850, Los dioses en el exilio, de Heinrich Heine (con quien Marx mantuvo
una relación de amistad desde 1843). En su labor de mitólogo, Heine elabora una
crítica del proceso histórico de acuerdo con la cual, la consumación del
cristianismo ascético que prevalece en la cultura occidental moderna no supone
la aniquilación de los antiguos dioses paganos (Apolo, Marte, Dionisio), sino
una condena que los reduce a la condición de exiliados. Despojados de su poder,
los antiguos regentes se ocultan “entre nosotros”, en el marco de una trivial y
regulada vida cotidiana, en la que solo a través de la ocupación en oficios
burgueses pueden acceder, si no al néctar con que se ofrendaban en el Olimpo,
sí a la cerveza que se oferta en las tabernas. La presencia latente, en el seno
de la sociedad burguesa, de aquellos impulsos que constituyen a los dioses
paganos (el arte, la belicosidad, la sensualidad), sin embargo, manifiesta,
desde la perspectiva de Heine un potencial crítico que cuestiona la clausura
política del período posrevolucionario. Si, con la politización del mito, Heine
intenta reconocer el núcleo pagano (e insurgente) que se oculta tras la
apariencia de la sociedad burguesa, la estrategia satírica de Marx y Engels
consiste en delatar la estetización de la política, en desenmascarar el espíritu
pequeñoburgués que se oculta detrás del disfraz de “grandes hombres” con que se
presentan, en la escena histórica, los líderes de la emigración alemana.
Por otro lado, el desvelamiento del sustrato pequeñoburgués
de los “grandes hombres” también se dirige contra una concepción idealizada de
la filosofía de la historia. La crítica satírica y destructiva de Marx y Engels
destaca la falsa afinidad electiva que se establece con la teoría hegeliana de
los grandes hombres de la historia; mientras los individuos históricos
universales, desde la perspectiva idealista de Hegel, hacen historia en la
medida en que la individualidad que encarnan contiene la voluntad del espíritu
universal, los grandes hombres del exilio
deben construir y justificar su propia identidad en la medida en que,
precisamente, han quedado fuera de la historia. En este sentido, las figuras
revolucionarias que constituyen el blanco de los ataques de Marx y Engels son
presentadas como caricaturas pervertidas de la idealización de la historia que
forjara el período heroico de la burguesía. La inadecuación entre la imagen
idealizada y el decurso histórico al que el título alude no solo da cuenta del
carácter superficial de la personalidad que rige a los “grandes hombres”, sino
también del ámbito del que extraen su compensación simbólica: la literatura.
El mecanismo de desarticulación que la sátira de Marx y
Engels activa posee una implicancia política e histórica relevante, ya que la
vinculación con los modelos literarios burgueses que encarnan los “grandes
hombres” Kinkel, Ruge, Willich expresan más bien una modalidad de “[…] la
historia del desarrollo del filisteísmo alemán” (97). Tal como se sostiene en
el detallado “Prefacio” de Laura Sotelo, las tradiciones literarias a las que
apela la sátira pone de relieve su carácter performativo. Las figuras de la
literatura sentimental moderna, como el Siegwart
de Miller (49), el Werther de Goethe
(50), así como los elementos propios de la literatura romántica, como la “flor
azul” de Heinrich von Ofterdingen de Novalis (73), representan motivos que se
encuentran al servicio de la función consolatoria de la representación
literaria: o se trata de una burguesía prerrevolucionaria en la que, a un
tiempo, anida el impulso libertario de una nueva sensibilidad y la impotencia
política, o de una burguesía que, imbuida de “toda la mentira romántica” (65),
anhela, ante la realidad histórica posrevolucionaria, el retorno a épocas en
las cuales los ideales no se encuentren contaminados por la realidad. Tal
descripción del filisteo alemán, “que, como se sabe, tiene por segunda
naturaleza un alma bella” (98), ilustra el modo en que la subjetividad carente
de esencia de un pretendido poeta revolucionario como Kinkel, “para quien
actuar imitando roles ajenos se había convertido en su segunda naturaleza”
(78), se conforma, heroica, de espaldas a la realidad: “El héroe divino, de
cuyo amor se dice que mata como la mirada de Júpiter, no es nada más que el
presumido habitual que reflexiona siempre sobre sí mismo […]” (61).
La estrategia crítica, de este modo, desmantela la
construcción de una falsa identidad, tal como se deja ver en la incontinente
tendencia de Ruge, en quien se advierte tanto “el furor del manifiesto” que lo
lleva a la exposición pública, como la reluctancia a “estudiar mucho” (121); o
en la figura de Willich, en quien se puede leer a “[…] Don Quijote y Sancho
Panza en una sola persona” (209). En la misma línea satírica, la estructuración
dramática, que divide los acontecimientos políticos en los que se ven involucrados
los “grandes hombres” en actos bien definidos, expresa el marco ficticio en el
que se desenvuelve la historia concebida como escenario. La claridad de la
traducción, a cargo de Laura Sotelo y Héctor A. Piccoli, promueve una lectura
fluida y accesible; del mismo modo, el pertinente y cuidado cuerpo de notas que
acompaña al texto le permite al lector establecer vinculaciones que de otro
modo, dado el carácter coyuntural del texto, podrían pasar desapercibidas.
Traducción de Laura
Sotelo y Héctor A. Piccoli. Prefacio y notas de Laura Sotelo
Buenos Aires: Las cuarenta, 2015, 232 páginas
Buenos Aires: Las cuarenta, 2015, 232 páginas
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