9/6/16

El marxismo: su difusión y enseñanza darwinista

Karl Marx & Charles Darwin
Natasha Gómez Velásquez   |   La construcción positiva de la teoría marxista se efectúa a través de la propia praxis revolucionaria. Sin embargo, en Cuba, debemos empezar –o hacerlo paralelamente- por deconstruir el marxismo que se ha enseñado y difundido durante décadas y que –en el mejor de los casos-, permanece a nivel de sentido común en calidad de “conocimien- to” político -uno más, como el de la Física o la Biología. Aunque parezca una tarea escolástica –puesto que debemos ocuparnos hermenéuticamente de los textos y no precisamente (o solo) de la praxis-, hay que volver a empezar. Ese reinicio, debe fundarse en un debate o más bien, en una serie de debates. Hace mucho tiempo, la comunidad académica y científica cubana, se debe a sí misma esa reflexión extraordinaria. Sin embargo, ha de cuidarse que sus premisas no sean -no sigan siendo- apriorísticas. Las de siempre: de carácter esencialmente emocional; basadas en la tradición; el facilismo (lo sabido o lo que se cree saber); las empatías personales; los dogmas; y la norma. Todas estas constituyen actitudes tan interiorizadas, que no las reconocemos como tales y las continuamos reproduciendo. Y, en fin, esas, las confortables premisas de siempre, vigilan que se perpetúe una política de la verdad, que ha negado las condiciones de posibilidad para la existencia y vida de una auténtica intelectualidad marxista.

La reflexión que corresponde debe ser extraordinaria (en su sentido literal); colectiva; radical; y fundarse en el conocimiento y la investigación, pues es la razón teórica la que nos identifica.

Esta deuda de pensamiento, estudio y debate se remonta a la época en que tuvimos conocimiento suficiente, conciencia teórica para hacerlo (no siempre fue así), masa crítica con disposición y capacidad (no estoy segura de que esta condición se mantenga), y no lo hicimos. Ni siquiera la caída del socialismo en la URSS y Europa -de consecuencias teóricas-, tuvo fuerza suficiente para convocar a dicha discusión, hace ya más de 20 años. Sin embargo, un debate teórico semejante no debe encontrar justificación en un acontecimiento, por importante que fuera. Pensar el marxismo -su enseñanza, divulgación, edición, investigación-, no ha de ser un hecho coyuntural. Es nuestro deber, y lo más importante, tiene que ver con la vitalidad de la revolución.

Por otra parte, la ausencia de esa reflexión y las características que el marxismo y su divulgación tienen en Cuba, son el efecto de causas que exceden el campo estrictamente intelectual. Guardan relación con la historia del socialismo y del marxismo, también en nuestro país.

El objetivo no sería efectuar un ejercicio más de exégesis, sustituir o reemplazar el discurso teórico que se repite hasta el presente, hacer uno “nuevo” o “actualizarlo”, sino de preguntarnos si: lo que difundimos y enseñamos es marxismo? y si lo hacemos de modo marxista? Eso obliga a estudios y debates que no son de un día, lógicamente.

De ahí la importancia de un Proyecto de Investigación como el que hoy ustedes presentan que, por cierto, es muy similar en su propósito al que desarrollamos la Dra. Dolores Vilá y yo, en la Facultad de Filosofía de la Universidad de La Habana.
Hay que estudiar y discutir teoría
Este a primera vista enigmático enunciado (el del título) -que despejaré de inmediato-, no se refiere exactamente al “marxismo determinista”. Más bien, obedece al interés de exponer –dejar expuesta- la naturaleza darwinista de los procesos de enseñanza y divulgación del marxismo que han predominado en Cuba. Y solo constituye una -entre las distintas formas posibles- de analizar críticamente el asunto.

Precisando: más allá de las corrientes, tendencias e interpretaciones concretas del marxismo que se divulga –generalmente vulgar en su versión soviética (eso ya es una verdad establecida)-, este proceso ha consistido en la presentación exclusiva de conceptos y teorías que han sido considerados históricamente “exitosos”.

El criterio legitimador no reside en personas naturales ni jurídicas, sino que se ha construido históricamente a partir de determinados factores, y ha empleado la norma de “selección natural” que conserva un conjunto de “verdades” históricamente “probadas” (nombres, obras, problemáticas, soluciones), y éstas automáticamente pasaron a conformar de manera única y reiterativa nuestro repertorio.

Sin embargo, las teorías, conceptos, personalidades, libros y praxis del marxismo, calificadas de “extintas” por no haber demostrado “cualidades para la vida” –y despreciadas entonces por su peso específico- también forman parte de esa teoría.

Si el marxismo es resultado de condiciones históricas –como reza un dogma que se repite, sin otorgarle significado real- hay que admitir que contextos diferentes -e inteligencias múltiples y por definición soberanas-, generaron soluciones marxistas también diferentes (alternativas) a un mismo problema. Por cierto, no siempre carentes de espíritu verdaderamente revolucionario. Muchos de los nombres a los que nos referimos frecuentemente con negligencia, vivieron solo para la idea (aunque fuera solo para la idea) de la revolución.

De manera que, no existe una teoría marxista sobre: el Partido, formas políticas de organización, el Estado, el Imperialismo, la Revolución y también sobre qué es ser materialista. Debemos considerar, la feliz oportunidad de contar con soluciones teóricas diversas a un mismo asunto.

Solo una lectura a posteriori, de voluntad teleológica y sistematizadora, puede hacer tal discriminación: entre lo “exitoso” y lo “no exitoso”. Cuando se lee la historia del marxismo in situ hasta los primeros años 20 del siglo XX, antes de su clasificación, codificación y reduccionismo racionalizador posterior, puede apreciarse la riqueza de tendencias, posiciones, alternativas, países, organizaciones y nombres. Cualquier jerarquía o autoridad -geográfica, política, institucional e intelectual- era relativa, dinámica y cuestionada. El liderazgo presentaba una combinación de tradición y emergencia, que apenas permitía distinguir los nombres que la historia consagraría más tarde.

Solo dos ejemplos: 1) Korsch -en su historia crítica del marxismo (Marxismo y Filosofía, 1923)- refiere el predominio en la 3ª Internacional del “leninismo” y del “luxemburguismo” a la vez. Sin embargo, de la segunda tendencia, el marxismo darwinista no habla; 2) los textos más importantes sobre la Revolución rusa escritos in situ, refieren a la par dos nombres: Lenin y Trotsky. Pero éste último se vuelve solo una referencia, generalmente negativa, en la versión darwinista.

Esto no significa que se asuma el marxismo y su historia de manera relativista. Significa solo lo siguiente: hay que estudiar toda la historia del marxismo.

Como resultado de la versión darwinista, la enseñanza, los discursos y planes editoriales han descuidado, excluido, omitido o desconocido sistemáticamente, una parte significativa del marxismo. Pero eso no es un simple error, cometido en nombre de la “síntesis”, la “didáctica”, la “masificación”; o de que el auditorio no es “especialista”. Aunque fuera por ignorancia y con buena voluntad (las dos cosas juntas), eso es falsear el marxismo y su historia. Por demás, el relato de un marxismo sin vida real, constituye un error político, pues solo puede alejar al auditorio: será que eso nos ha ocurrido?...

Si algo de lo sugerido pudiera parecer simple “historia” -y no teoría- del marxismo –de la que se puede prescindir-, hay que recordar que el marxismo es su historia. Quizás a diferencia de otros discursos, en el marxismo cada concepto, cada teoría, cada experiencia, cada praxis, cada libro, solo tiene vida y sentido en relación con sus premisas históricas y teóricas.

De manera que Kautsky, Trotsky, Luxemburgo, Hilferding, Gorter, Pannekoek, Korsch, etc., no son personajes de reparto, decoración o escenario, (prescindibles) del “verdadero” y “exitoso” marxismo y su historia; tampoco fueron siempre, por siempre y para siempre la negación (criticada, equivocada, tergiversada) del pensamiento de Marx o Lenin; ni su repetición (excedente) pues tienen su propia obra; ni siquiera constituyen precisamente su continuidad y desarrollo.

Por ejemplo: Luxemburgo es contemporánea con Lenin (nació un año después y fue asesinada por la contrarrevolución socialdemócrata 5 años antes). Pertenecen a una misma generación. No es su sucesora ni su intérprete. Tampoco representa en propiedad -desde los principios políticos- otra alternativa. Interactuó con él, polemizó con él, hizo causa común con él. Ah… también tiene una obra teórica propia que enriquece la historia del marxismo y el socialismo. Realmente fueron, las dos grandes figuras del marxismo en las dos primeras décadas del XX. Resumen: al menos para determinadas problemáticas, no puede presentarse a Lenin sin presentar a la vez a Luxemburgo.

Las contradicciones y polémicas no pueden seguirse interpretando según los términos de la lógica aristotélica: si un enunciado es verdadero -históricamente “exitoso”-, el otro es falso.

La voluntad polémica de entonces no obedecía esencialmente a la erudición ni a las características personales de los líderes marxistas (aunque sin duda esto estaba presente). Obedecía a la necesidad de definir estrategias, que no podían contrastarse con ninguna verdad prescrita ni experiencia histórica anterior. En ese sentido puede decirse que cada uno de esos teóricos y revolucionarios daba, constantemente, un salto al vacío. Todos ellos, formados en culturas marxistas distintas y con proyecciones distintas, se sentían entonces, en igualdad para contender ante la praxis política. Además, ese acto creativo estaba mediado por las especificidades y urgencias de sus propios Partidos y naciones.

De manera que no siempre prevaleció el consenso y la jerarquía o autoridad personal sino la alternativa y la polémica. La resultante –ni suma, ni superación, ni desarrollo- fue construida a partir del proceso de fecundación mutua (incluso, respecto al pensamiento no marxista, como las teorías sobre imperialismo).

Precisando: la capacidad de reflexión personal de la inteligencia militante –entendida como cualidad política-, y la voluntad crítico-polémica, constituyó siempre un signo de vitalidad y no de vergüenza para la tradición marxista.
El marxismo es crítico y contradictorio en su interior. Ni lineal, ni positivo, ni siempre y únicamente “exitoso”.
No solo son Marx, Engels y Lenin -desde los años 90 es de buen gusto incluir a Gramsci, y en época más reciente a Luxemburgo de alguna manera-, siempre situándolos progresivamente, uno detrás de otro, como “desarrollo” de las tesis del anterior en las “nuevas condiciones”. No. Es también: Engels distinto a Marx -como fuera percibido por algunos socialdemócratas desde fines del XIX y señalara tempranamente Korsch antes de que se dogmatizara el marxismo-; Lenin diferente de Marx; Lenin igual a Engels y ambos diferentes de Marx. Incluso es Marx vs Marx, hasta resultar difícil de comprender. Al marxismo originario no se le puede adjudicar una razón teórica a priori, porque no se escribió de una vez. Tiene inconsecuencias, búsquedas, reconstrucciones, vacíos y desplazamientos hacia problemáticas a veces muy coyunturales.

Ese panorama generó el planteamiento de proposiciones conceptuales consistentes y también de tesis que permanecen abiertas y otras que pudieran ser reconsideradas (el “consejismo” alemán y holandés, “no exitoso” en el pasado).
La conclusión que interesa…
Generaciones de cubanos viven creyendo que solo hubo tres marxistas (más las actualizaciones de nuestros dirigentes). Hemos llegado a un punto, donde nuestro “problema fundamental” hoy -que es también político- en el ámbito de la enseñanza, la investigación, la divulgación y las ediciones, consistiría paradójicamente en emprender una arqueología crítica del marxismo.
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