◆ A propósito de ‘Los
usos de Foucault en la Argentina: recepción y circulación desde los años
cincuenta hasta nuestros días’, de Mariana Canavese
Gastón Gutiérrez / Este libro 1 realiza la reconstrucción histórica y
temática de las piezas dispersas que componen la genealogía local de la
recepción de Foucault. A 50 años de la publicación de Las palabras y las cosas nos permite adentrarnos en los
nombres, textos, modos de lectura y circulación de la presencia del filósofo
francés en Argentina. Adaptando su tesis doctoral, Mariana Canavese expone los
resultados de una vasta investigación de historia intelectual sobre las huellas
de Foucault en nuestro campo cultural. El libro no trata sobre Foucault, sino
de cómo fue leído, por lo tanto no se propone realizar ni una lectura sobre la
amplia obra de éste, ni juzgar las lecturas correctas o incorrectas que se
hicieron en nuestros pagos, sino de dar cuenta de las estrategias u operaciones
de lectura y recepción. Y cómo las adaptaciones al ámbito local permitieron
posiciones teóricas y político-ideológicas tanto en la cultura como en las
ciencias sociales y humanísticas. Para Canavese la recepción remite siempre a
la actividad del que lee y recibe, y recuperando la noción de ‘uso’ (apelando
al clásico de Portantiero Los usos
de Gramsci) va dando cuenta de diferentes olas de recepción de Foucault. El
estudio diferencia dos grandes periodos, aquel que va de su recepción temprana
a fines de los ‘50 hasta la pos-dictadura, y desde los años ‘80 a la
actualidad.
Describe cómo las diferentes olas de recepción no se acumulan
progresivamente, sino que cada una está sobredeterminada por cada coyuntura, lo
que permite diferentes lecturas y usos de Foucault para cada una de estas
(179). Esta modalidad de recepción entronca con la consideración de Foucault
sobre sus textos como cajas de herramientas que habilitan a lectores-usuarios a
utilizarlas como mejor les plazca. Y los usuarios argentinos de Foucault lo
hicieron en una heterogeneidad de ámbitos: discusiones entre psicoanálisis,
fenomenología y marxismo, las querellas teóricas del estructuralismo en la
lingüística, la epistemología, la filosofía, la sociología, la crítica
literaria, el derecho y la arquitectura, y una importante presencia en medios
de comunicación, espacios culturales alternativos e incluso de élite.
La entrada Foucault a la historia del campo intelectual argentino
Una descripción del libro diría que tiene 4 capítulos que
siguen cronológica y temáticamente la recepción de Foucault en una trayectoria
apegada a los avatares de sus elaboraciones hasta 1989 y un apartado final
donde se esboza un balance y apuntes provisorios de su recepción hasta nuestros
días.
El primero, “Entre la psicología, la filosofía y la
experiencia política de masas…”, describe un Foucault que todavía no es el
Foucault que más conocemos, sino una referencia más en los debates entre
psicología, psicoanálisis y marxismo. De la mano de José Bleger y editado por
editorial Paidós en un contexto modernizante de la cultura argentina, Foucault
se inscribe en la búsqueda del marxismo por realizar una “psicología concreta”
(aunque en Bleger la referencia principal sea Politzer (44)). Foucault arribó a
la Argentina de la mano de la psicología marxista y la política, en tiempos de
transición entre el kleinismo inglés y la hegemonía posterior de Lacan, e
inscripto a su vez en los debates del comunismo local (40)2. En tiempos en que
una nueva fracción intelectual accedía a la docencia universitaria con la
creación de la carrera de psicología en Rosario (posteriormente en otras
instituciones del país) y en el que el psicoanálisis conocía una acelerada
difusión en la clase media (luego de que el peronismo lo hubiera marginado como
“antinacional”). Como no podía ser de otro modo en un estudio de estas
características la historia intelectual y biográfica de los lectores ocupa un
importante espacio. Personalidades como Bleger operan como “casos” que dan
cuenta de un “uso”, a veces generando un impacto teórico o práctico en
colectivos como el caso de Plataforma (46), y en otros tan solo se inscriben
las personas que traducen, editan, publican o incorporan a Foucault en los ámbitos
educativos, culturales o en la comunicación de masas.
Los ‘60 también conocerán otra vía de entrada de Foucault de
la mano de las polémicas sobre Sartre y el estructuralismo. Es conocida la cita
de Sartre en la revista L’Arc sobre Las palabras y las cosas, allí Foucault
aparecía como el que sustituía “el cine por la linterna mágica, el movimiento
por una sucesión de inmovilidades” que configuraban “una ideología nueva, la
última barrera que la burguesía puede aún levantar contra Marx” (48). En un tono
de marcado voluntarismo político, todavía dominado en Argentina por la
fenomenología y el marxismo humanista mal podía ser recibido este Foucault
cuyos temas eran el anti-humanismo y la “muerte del hombre”. Incluso dentro del
auge posterior del estructuralismo como “la” ciencia y su adopción por sectores
intelectuales de la nueva izquierda tampoco gozaba de demasiado interés,
ya que en contraposición con Althusser que buscó combinar estructuralismo
y marxismo (y quién por otro lado lo honraría a pié de página en Para leer El Capital), Foucault
realizaba una fuerte crítica a Marx como “alojado en la episteme del siglo XIX”
(50). Sin embargo esto no impidió que el nombre de Foucault apareciera ligado
al conjunto de la familia estructuralista (Levi-Strauss, Lacan o Barthes) en
una inesperada reseña en la revistaCriterio dirigida por el presbítero
Jorge Mejía (51). O que el diario La
opinión (1971) diera cuenta de este estructuralista que empezaba a
investigar las cárceles en Francia y conformaba el Grupo de Información sobre
las Prisiones y un interesante documento publicado en el diario Clarín apelara a la figura del
“Gran encierro” (de Historia de la
Locura) para describir la exclusión y el exterminio del indio y el gaucho.
Dentro de la cultura de izquierda también Foucault empezó a calar. En este
lugar la posición de José Sazbón es otro “caso” en el que la autora se detiene,
mostrando cómo este marxista sartreano y lukacsiano sitúa tempranamente a
Foucault en su actividad editorial, académica y en sus textos que abarcan los
cruces del marxismo occidental y el estructuralismo. Será el introductor de
algunos textos estructuralistas nodales, pero también, ya en el exilio,
intentará recuperar la veta crítica de Foucault hacia la historiografía
tradicional marcada por la ideología del progreso mientras critica “el comienzo
de un pensamiento histórico de la dispersión y las ruinas del sentido” (56).
Entre otras muchas referencias se menciona cómo el filósofo Oscar del Barco lo
incorpora a través de las lecturas de la revista francesa Tel Quel, en una confluencia con la
vanguardia filosófica y literaria izquierdista que sumaba a Bataille, Kristeva
o Deleuze y que aquí encontraba eco en la impronta cultural maoísta como en la
revista Los libros y otras
revistas del periodo. Este panorama muestra para Canavese la polivalencia de
los usos de Foucault, quiénes eran sus lectores en ese momento (psicoanalistas,
psiquiatras, filósofos, escritores, críticos y artistas) y cómo se había
instalado ya por canales públicos, aunque seguía fuera del sistema académico
(66).
El capítulo 2 (“Lo real del encierro”) nos muestra quiénes
leyeron a Foucault durante la dictadura genocida. Es ya un Foucault más
reconocible, signado por el libro Vigilar
y Castigar que permite un salto en su influencia. En un contexto de
degradación cultural, con Ottalagano en la universidad y la censura y la quema
de libros, Foucault apareció en varias instancias, y se leyó más de lo que a
priori se podría creer. En empresas como la “universidad de las catacumbas” de
Josefina Ludmer (72), pero también en otras de mayor publicidad e impacto, como
la experiencia de APBA3 donde estaban Vezzetti y Tomás Abraham (74) o las
elaboraciones de Vezzetti sobre la locura en la argentina publicadas en Punto de Vista (que continuó
saliendo en plena dictadura aún después de la desaparición de los responsables
de la organización de izquierda que impulsaba su publicación).
E incluso su aparición en medios gráficos, como La opinión, o en lugares paquetes como
la Alianza Francesa donde Enrique Marí dictó una conferencia sobre Vigilar y castigar. Hay páginas que
describen cómo Marí leyó a Foucault para incidir en el campo jurídico. Y el
interesante caso de “La escuelita” de arquitectura y estudios urbanos que
produjo una renovación significativa del problema histórico del
disciplinamiento de la población a través de la historia de la vivienda en
Argentina y renovó la enseñanza de la disciplina con el retorno democrático
(80). La heterogeneidad de esta presencia de Foucault en estos años es tal que
puede aparecer sugerido en los suplementos culturales del diario masserista Convicción, como ser una de las
influencias teóricas del libro La bemba con el que De Ípola
reconstruye su experiencia de cómo circulan los rumores en las cárceles y centros
de detención en los que el autor estuvo confinado. Aún así, había una afinidad
evidente entre las temáticas de Foucault y el contexto de brutal represión,
reclusión y asesinatos. Aunque Canavese se encarga correctamente de establecer
las diferencias entre aquello que Foucault teorizaba y esta realidad.
Invirtiendo los términos del clásico foucaultiano aquí los suplicios eran
ocultos y se evitaba precisamente la ceremonia pública, mientras que el poder
panóptico no tenía nada de secreto gradual ni oculto (98). Es el contexto el
que determina aquí el peso de la interpretación. Pero también se vislumbra el
problema de ver analogías posibles en casi cualquier fenómeno, que generará
continua insatisfacción en los propios foucaultianos locales (Terán criticará
la “maquinita Foucault” y Abraham señalará que “tampoco es una heladería
Foucault”).
En el capítulo 4 (el 3 lo retomaremos en el próximo
apartado) aborda de lleno el problema de la recuperación democrática en la que
Foucault se hace “parte del aire” (como titula el capítulo). Los tópicos de una
agenda marcada por los derechos humanos son más compatibles con el giro
humanista de Foucault y sus preocupaciones éticas. Al mismo tiempo, en momentos
donde prima el balance del fracaso del asalto al cielo setentista se impone la
politización sobre la vida cotidiana (como sustituto de la imposibilidad de
toma del poder del Estado) y se expande una “rebelión del coro”, como la llamó
José Nun, en la que movimientos de sectores oprimidos, minorías sexuales,
nuevos movimientos sociales, feministas y minorías étnicas son leídos como
transgresión y micro-resistencias. Es en este momento que Foucault ingresa en
la academia, más por el lado de las ciencias sociales y la psicología que en
filosofía (donde es ninguneado) e historia (donde su apropiación se
circunscribe inicialmente a la historia intelectual nacional). Al mismo tiempo
la veta nietzscheana del texto foucaultiano comienza a ser más leído,
acompañado de Deleuze, y algunas personalidades académicas (como Abraham)
codifican el ataque al marxismo. La influencia de este Foucault, ciertamente
nihilista, gana peso en revistas universitarias y estudiantiles basistas o
anarquizantes, aunque también en figuras mucho más interesantes como Néstor
Perlongher. La trayectoria del militante del Frente de Liberación Homosexual,
ex militante trotskista, luego anarquista, poeta y sociólogo es otro “caso”
productivo. Analizó la “prostitución viril” en San Pablo y los cambios en el
mundo homosexual a partir del SIDA y el travestismo en oposición a los
estereotipos binarios (169). Considerada globalmente esta emergencia de
Foucault encuentra su sitio privilegiado en los ‘90 acompañando un desarme
político de la izquierda, de la que se quejaban incluso los peronistas de Unidos al
decir que “pichones de arqueólogos” discurseaban acerca del poder dando lo
mismo que circule “en una cancha de pelota-paleta a que se ejerza impunemente a
través del Australazo” (160). La instalación de esta “moda” de la que los
medios dieron cuenta y que se consolidó luego del ‘89 y la caída del muro,
supuso la asimilación de Foucault al clima posmoderno de los ‘90 y su giro,
ahora despolitizado, a lo privado.
Foucault y la crisis del marxismo local
Para finalizar regresemos a un momento anterior situado en
el centro del libro, y que es obviamente central para una revista de izquierda,
como es el problema de la recepción particular o el ‘efecto Foucault’ en
relación al marxismo, y especialmente a la “crisis del marxismo” que tiene
lugar a comienzos de los ‘80 tanto en los exilios como en la producción local.
En esta coyuntura específica en la que la revisión de los ‘70 y la crítica al
marxismo ocupan el centro de las reflexiones intelectuales, Foucault aparece
como ruptura y a la vez como continuidad con Marx. La autora señala y repone
cómo un mismo cuerpo de textos de Foucault es usado de modos divergentes, dando
lugar a admisiones o impugnaciones de la relación Marx/Foucault. Estas
posibilidades están presentes ya en Foucault quién se presenta tanto como
crítico (del marxismo, esencialmente, pero también de Marx) y como presunto
apropiador. Si esta ambigüedad ya estaba en el origen será el contexto el que
defina su apropiación posible (107). Aparecen entonces 3 actitudes que dan
cuenta de la relación de Foucault y el marxismo en el contexto local. Quienes
lo ven como reemplazo al marxismo en crisis (usando el foucaultismo como un
arma contra el economicismo teórico, el leninismo y la centralidad del Estado).
Otros ven al contrario una articulación evidente entre Foucault y Marx y
proponen articular la perspectiva clasista con la microfísica del poder. Y una
tercera posibilidad es la que Canavese denomina un marxismo renovado, que
propone realizar beneficio de inventario e incorporar los análisis críticos
sobre las instituciones, pero señalando que carece de una articulación con un
teoría del Estado que requiere los aportes de un marxismo enriquecido desde
fines de los ‘70 al que ven ejemplificado en la relación de Poulantzas con
Foucault. Esta posición está ejemplificada en la compilación Disparen sobre Foucault donde los
compiladores solicitan incorporar a Foucault nada menos que los conceptos de
clase o Estado que éste explícitamente rechaza.
La exposición de este problema se hace a partir de la
polémica que tiene lugar en la revista Punto
de Vista en 1983 donde Oscar Terán propone una “invitación al
posmarxismo” a partir de reseñar favorablemente el libro El discurso jurídico (donde escribe entre otros Marí quién no
ve rivalidades entre marxismo y foucaultismo) señalando que ya debería
abandonarse la instancia materialista de la “última instancia” que nunca llega.
La respuesta la proveyó precisamente Sazbón señalando que los sintagmas
“metafísica de la presencia”, “micropoderes” o “descentramiento del sujeto” no
son menos enigmáticos que “última instancia”, pero que no se los cuestiona
porque son célebres en el panteón posestructuralista (126). Para Sazbón se
intentaba reemplazar una supuesta certeza anterior de la “última instancia”
(que tenía un lugar central en el althusserianismo) por un “constitutivismo sin
sujeto” que comprometía no solo una lectura determinista sino al marxismo en su
conjunto (la argumentación tiene una afinidad inconfundible con Tras las huellas del materialismo histórico que
Perry Anderson publicaba ese mismo año y con quién el filósofo argentino
mantenía una amistad). La otra polémica que sirve para ejemplificar los usos es
la que reproduce Juan Carlos Marín enLa silla en la cabeza. Allí Marín responde
a Abraham, entre otros, que los análisis de Foucault acerca de la dominación de
los cuerpos son no solo compatibles con Marx, sino incomprensibles sin éste
(este Foucault emparentado con el marxismo se instala en Sociología de la UBA con
Marín y Susana Murillo). La temática del terror en Argentina como condición del
disciplinamiento para instalar un nuevo modo de acumulación propone una
continuidad sin quiebres entre Marx y Foucault y es un discurso que encuentra
eco en los ‘80 en libros sobre la dictadura, en elaboraciones enmarcadas en
organismos de derechos humanos y reflexiones teóricas sobre el poder y el
análisis de las revoluciones como el libro de Roberto Jacoby.
Desde estas páginas tenemos más simpatía por la posición que
señala que la ruptura de Foucault con Marx constituye una temática central.
Esto no significa no considerar que el conjunto de la obra de Foucault tenga a
Marx en la mira, de hecho lo tiene, pero en una perspectiva antagonista, contra
el cual construye otra teoría del poder, de la historia y de la subjetividad.
Ni tampoco dejar de reconocer los méritos que la politización de las
disciplinas y las instituciones efectuada por Foucault tiene, sino ponderarlos
en una valoración global. En un contexto de “crisis del marxismo” los límites
de un subjetivismo sin sujeto ni estrategia, que ve en la historia siempre “el
conjunto aleatorio y singular del suceso” no podían dejarse de lado4. En una
mirada retrospectiva Sazbón mostraba como ya en 1966 Foucault (y también Derrida)
contraponían la herencia de Nietzsche con Marx abriendo la transición
post-estructuralista (Sazbón, 2009)5. Evaluar la productividad o el
eclecticismo de cada posición requiere un análisis más detenido del conjunto de
obras producidas bajo el influjo de ellas, lo que a su vez requiere inmiscuirse
en un análisis crítico del propio Foucault. La reconstrucción histórica
propuesta es un marco promisorio que aporta elementos para una querella aún en
curso ya que el contexto más reciente es uno en el que los conceptos
foucaultianos de control social, biopolítica y gubernamentalidad (dominantes en
los Cursos inéditos y otros materiales que siguen publicándose actualmente),
siguen presentes generando usos y querellas metodológicas, teóricas y
políticas.
Notas
1. Buenos Aires, Siglo XXI, 2015. Los números de página se
indican entre paréntesis.
2. “Ecos de la Guerra
fría en el campo psi”, Juan Duarte, IdZ 28, abril 2016.
3. Asociación de Psicólogos de Buenos Aires.
4. Foucault, Nietzsche,
la genealogía y la historia, Valencia, Editorial Pre-textos, 2008.
5. “Razón y método:
del estructuralismo al postestructuralismo” en Nietzsche en Francia,
Bernal, UNQUI Editorial, 2009.
http://www.laizquierdadiario.com/ideasdeizquierda/ |
◆ Texto en PDF |