24/6/16

El efecto Foucault y la crisis del marxismo en Argentina

A propósito de ‘Los usos de Foucault en la Argentina: recepción y circulación desde los años cincuenta hasta nuestros días’, de Mariana Canavese
Michel Foucault
✆ Gato Teo 

Gastón Gutiérrez   /   Este libro 1 realiza la reconstrucción histórica y temática de las piezas dispersas que componen la genealogía local de la recepción de Foucault. A 50 años de la publicación de Las palabras y las cosas nos permite adentrarnos en los nombres, textos, modos de lectura y circulación de la presencia del filósofo francés en Argentina. Adaptando su tesis doctoral, Mariana Canavese expone los resultados de una vasta investigación de historia intelectual sobre las huellas de Foucault en nuestro campo cultural. El libro no trata sobre Foucault, sino de cómo fue leído, por lo tanto no se propone realizar ni una lectura sobre la amplia obra de éste, ni juzgar las lecturas correctas o incorrectas que se hicieron en nuestros pagos, sino de dar cuenta de las estrategias u operaciones de lectura y recepción. Y cómo las adaptaciones al ámbito local permitieron posiciones teóricas y político-ideológicas tanto en la cultura como en las ciencias sociales y humanísticas. Para Canavese la recepción remite siempre a la actividad del que lee y recibe, y recuperando la noción de ‘uso’ (apelando al clásico de Portantiero Los usos de Gramsci) va dando cuenta de diferentes olas de recepción de Foucault. El estudio diferencia dos grandes periodos, aquel que va de su recepción temprana a fines de los ‘50 hasta la pos-dictadura, y desde los años ‘80 a la actualidad. 

Describe cómo las diferentes olas de recepción no se acumulan progresivamente, sino que cada una está sobredeterminada por cada coyuntura, lo que permite diferentes lecturas y usos de Foucault para cada una de estas (179). Esta modalidad de recepción entronca con la consideración de Foucault sobre sus textos como cajas de herramientas que habilitan a lectores-usuarios a utilizarlas como mejor les plazca. Y los usuarios argentinos de Foucault lo hicieron en una heterogeneidad de ámbitos: discusiones entre psicoanálisis, fenomenología y marxismo, las querellas teóricas del estructuralismo en la lingüística, la epistemología, la filosofía, la sociología, la crítica literaria, el derecho y la arquitectura, y una importante presencia en medios de comunicación, espacios culturales alternativos e incluso de élite.
La entrada Foucault a la historia del campo intelectual argentino
Una descripción del libro diría que tiene 4 capítulos que siguen cronológica y temáticamente la recepción de Foucault en una trayectoria apegada a los avatares de sus elaboraciones hasta 1989 y un apartado final donde se esboza un balance y apuntes provisorios de su recepción hasta nuestros días.

El primero, “Entre la psicología, la filosofía y la experiencia política de masas…”, describe un Foucault que todavía no es el Foucault que más conocemos, sino una referencia más en los debates entre psicología, psicoanálisis y marxismo. De la mano de José Bleger y editado por editorial Paidós en un contexto modernizante de la cultura argentina, Foucault se inscribe en la búsqueda del marxismo por realizar una “psicología concreta” (aunque en Bleger la referencia principal sea Politzer (44)). Foucault arribó a la Argentina de la mano de la psicología marxista y la política, en tiempos de transición entre el kleinismo inglés y la hegemonía posterior de Lacan, e inscripto a su vez en los debates del comunismo local (40)2. En tiempos en que una nueva fracción intelectual accedía a la docencia universitaria con la creación de la carrera de psicología en Rosario (posteriormente en otras instituciones del país) y en el que el psicoanálisis conocía una acelerada difusión en la clase media (luego de que el peronismo lo hubiera marginado como “antinacional”). Como no podía ser de otro modo en un estudio de estas características la historia intelectual y biográfica de los lectores ocupa un importante espacio. Personalidades como Bleger operan como “casos” que dan cuenta de un “uso”, a veces generando un impacto teórico o práctico en colectivos como el caso de Plataforma (46), y en otros tan solo se inscriben las personas que traducen, editan, publican o incorporan a Foucault en los ámbitos educativos, culturales o en la comunicación de masas.

Los ‘60 también conocerán otra vía de entrada de Foucault de la mano de las polémicas sobre Sartre y el estructuralismo. Es conocida la cita de Sartre en la revista L’Arc sobre Las palabras y las cosas, allí Foucault aparecía como el que sustituía “el cine por la linterna mágica, el movimiento por una sucesión de inmovilidades” que configuraban “una ideología nueva, la última barrera que la burguesía puede aún levantar contra Marx” (48). En un tono de marcado voluntarismo político, todavía dominado en Argentina por la fenomenología y el marxismo humanista mal podía ser recibido este Foucault cuyos temas eran el anti-humanismo y la “muerte del hombre”. Incluso dentro del auge posterior del estructuralismo como “la” ciencia y su adopción por sectores intelectuales de la nueva izquierda tampoco gozaba de demasiado interés, ya que en contraposición con Althusser que buscó combinar estructuralismo y marxismo (y quién por otro lado lo honraría a pié de página en Para leer El Capital), Foucault realizaba una fuerte crítica a Marx como “alojado en la episteme del siglo XIX” (50). Sin embargo esto no impidió que el nombre de Foucault apareciera ligado al conjunto de la familia estructuralista (Levi-Strauss, Lacan o Barthes) en una inesperada reseña en la revistaCriterio dirigida por el presbítero Jorge Mejía (51). O que el diario La opinión (1971) diera cuenta de este estructuralista que empezaba a investigar las cárceles en Francia y conformaba el Grupo de Información sobre las Prisiones y un interesante documento publicado en el diario Clarín apelara a la figura del “Gran encierro” (de Historia de la Locura) para describir la exclusión y el exterminio del indio y el gaucho. Dentro de la cultura de izquierda también Foucault empezó a calar. En este lugar la posición de José Sazbón es otro “caso” en el que la autora se detiene, mostrando cómo este marxista sartreano y lukacsiano sitúa tempranamente a Foucault en su actividad editorial, académica y en sus textos que abarcan los cruces del marxismo occidental y el estructuralismo. Será el introductor de algunos textos estructuralistas nodales, pero también, ya en el exilio, intentará recuperar la veta crítica de Foucault hacia la historiografía tradicional marcada por la ideología del progreso mientras critica “el comienzo de un pensamiento histórico de la dispersión y las ruinas del sentido” (56). Entre otras muchas referencias se menciona cómo el filósofo Oscar del Barco lo incorpora a través de las lecturas de la revista francesa Tel Quel, en una confluencia con la vanguardia filosófica y literaria izquierdista que sumaba a Bataille, Kristeva o Deleuze y que aquí encontraba eco en la impronta cultural maoísta como en la revista Los libros y otras revistas del periodo. Este panorama muestra para Canavese la polivalencia de los usos de Foucault, quiénes eran sus lectores en ese momento (psicoanalistas, psiquiatras, filósofos, escritores, críticos y artistas) y cómo se había instalado ya por canales públicos, aunque seguía fuera del sistema académico (66).

El capítulo 2 (“Lo real del encierro”) nos muestra quiénes leyeron a Foucault durante la dictadura genocida. Es ya un Foucault más reconocible, signado por el libro Vigilar y Castigar que permite un salto en su influencia. En un contexto de degradación cultural, con Ottalagano en la universidad y la censura y la quema de libros, Foucault apareció en varias instancias, y se leyó más de lo que a priori se podría creer. En empresas como la “universidad de las catacumbas” de Josefina Ludmer (72), pero también en otras de mayor publicidad e impacto, como la experiencia de APBA3 donde estaban Vezzetti y Tomás Abraham (74) o las elaboraciones de Vezzetti sobre la locura en la argentina publicadas en Punto de Vista (que continuó saliendo en plena dictadura aún después de la desaparición de los responsables de la organización de izquierda que impulsaba su publicación).

E incluso su aparición en medios gráficos, como La opinión, o en lugares paquetes como la Alianza Francesa donde Enrique Marí dictó una conferencia sobre Vigilar y castigar. Hay páginas que describen cómo Marí leyó a Foucault para incidir en el campo jurídico. Y el interesante caso de “La escuelita” de arquitectura y estudios urbanos que produjo una renovación significativa del problema histórico del disciplinamiento de la población a través de la historia de la vivienda en Argentina y renovó la enseñanza de la disciplina con el retorno democrático (80). La heterogeneidad de esta presencia de Foucault en estos años es tal que puede aparecer sugerido en los suplementos culturales del diario masserista Convicción, como ser una de las  influencias teóricas del libro La bemba con el que De Ípola reconstruye su experiencia de cómo circulan los rumores en las cárceles y centros de detención en los que el autor estuvo confinado. Aún así, había una afinidad evidente entre las temáticas de Foucault y el contexto de brutal represión, reclusión y asesinatos. Aunque Canavese se encarga correctamente de establecer las diferencias entre aquello que Foucault teorizaba y esta realidad. Invirtiendo los términos del clásico foucaultiano aquí los suplicios eran ocultos y se evitaba precisamente la ceremonia pública, mientras que el poder panóptico no tenía nada de secreto gradual ni oculto (98). Es el contexto el que determina aquí el peso de la interpretación. Pero también se vislumbra el problema de ver analogías posibles en casi cualquier fenómeno, que generará continua insatisfacción en los propios foucaultianos locales (Terán criticará la “maquinita Foucault” y Abraham señalará que “tampoco es una heladería Foucault”).

En el capítulo 4 (el 3 lo retomaremos en el próximo apartado) aborda de lleno el problema de la recuperación democrática en la que Foucault se hace “parte del aire” (como titula el capítulo). Los tópicos de una agenda marcada por los derechos humanos son más compatibles con el giro humanista de Foucault y sus preocupaciones éticas. Al mismo tiempo, en momentos donde prima el balance del fracaso del asalto al cielo setentista se impone la politización sobre la vida cotidiana (como sustituto de la imposibilidad de toma del poder del Estado) y se expande una “rebelión del coro”, como la llamó José Nun, en la que movimientos de sectores oprimidos, minorías sexuales, nuevos movimientos sociales, feministas y minorías étnicas son leídos como transgresión y micro-resistencias. Es en este momento que Foucault ingresa en la academia, más por el lado de las ciencias sociales y la psicología que en filosofía (donde es ninguneado) e historia (donde su apropiación se circunscribe inicialmente a la historia intelectual nacional). Al mismo tiempo la veta nietzscheana del texto foucaultiano comienza a ser más leído, acompañado de Deleuze, y algunas personalidades académicas (como Abraham) codifican el ataque al marxismo. La influencia de este Foucault, ciertamente nihilista, gana peso en revistas universitarias y estudiantiles basistas o anarquizantes, aunque también en figuras mucho más interesantes como Néstor Perlongher. La trayectoria del militante del Frente de Liberación Homosexual, ex militante trotskista, luego anarquista, poeta y sociólogo es otro “caso” productivo. Analizó la “prostitución viril” en San Pablo y los cambios en el mundo homosexual a partir del SIDA y el travestismo en oposición a los estereotipos binarios (169). Considerada globalmente esta emergencia de Foucault encuentra su sitio privilegiado en los ‘90 acompañando un desarme político de la izquierda, de la que se quejaban incluso los peronistas de Unidos al decir que “pichones de arqueólogos” discurseaban acerca del poder dando lo mismo que circule “en una cancha de pelota-paleta a que se ejerza impunemente a través del Australazo” (160). La instalación de esta “moda” de la que los medios dieron cuenta y que se consolidó luego del ‘89 y la caída del muro, supuso la asimilación de Foucault al clima posmoderno de los ‘90 y su giro, ahora despolitizado, a lo privado.
Foucault y la crisis del marxismo local
Para finalizar regresemos a un momento anterior situado en el centro del libro, y que es obviamente central para una revista de izquierda, como es el problema de la recepción particular o el ‘efecto Foucault’ en relación al marxismo, y especialmente a la “crisis del marxismo” que tiene lugar a comienzos de los ‘80 tanto en los exilios como en la producción local. En esta coyuntura específica en la que la revisión de los ‘70 y la crítica al marxismo ocupan el centro de las reflexiones intelectuales, Foucault aparece como ruptura y a la vez como continuidad con Marx. La autora señala y repone cómo un mismo cuerpo de textos de Foucault es usado de modos divergentes, dando lugar a admisiones o impugnaciones de la relación Marx/Foucault. Estas posibilidades están presentes ya en Foucault quién se presenta tanto como crítico (del marxismo, esencialmente, pero también de Marx) y como presunto apropiador. Si esta ambigüedad ya estaba en el origen será el contexto el que defina su apropiación posible (107). Aparecen entonces 3 actitudes que dan cuenta de la relación de Foucault y el marxismo en el contexto local. Quienes lo ven como reemplazo al marxismo en crisis (usando el foucaultismo como un arma contra el economicismo teórico, el leninismo y la centralidad del Estado). Otros ven al contrario una articulación evidente entre Foucault y Marx y proponen articular la perspectiva clasista con la microfísica del poder. Y una tercera posibilidad es la que Canavese denomina un marxismo renovado, que propone realizar beneficio de inventario e incorporar los análisis críticos sobre las instituciones, pero señalando que carece de una articulación con un teoría del Estado que requiere los aportes de un marxismo enriquecido desde fines de los ‘70 al que ven ejemplificado en la relación de Poulantzas con Foucault. Esta posición está ejemplificada en la compilación Disparen sobre Foucault donde los compiladores solicitan incorporar a Foucault nada menos que los conceptos de clase o Estado que éste explícitamente rechaza.

La exposición de este problema se hace a partir de la polémica que tiene lugar en la revista Punto de Vista en 1983 donde Oscar Terán propone una “invitación al posmarxismo” a partir de reseñar favorablemente el libro El discurso jurídico (donde escribe entre otros Marí quién no ve rivalidades entre marxismo y foucaultismo) señalando que ya debería abandonarse la instancia materialista de la “última instancia” que nunca llega. La respuesta la proveyó precisamente Sazbón señalando que los sintagmas “metafísica de la presencia”, “micropoderes” o “descentramiento del sujeto” no son menos enigmáticos que “última instancia”, pero que no se los cuestiona porque son célebres en el panteón posestructuralista (126). Para Sazbón se intentaba reemplazar una supuesta certeza anterior de la “última instancia” (que tenía un lugar central en el althusserianismo) por un “constitutivismo sin sujeto” que comprometía no solo una lectura determinista sino al marxismo en su conjunto (la argumentación tiene una afinidad inconfundible con Tras las huellas del materialismo histórico que Perry Anderson publicaba ese mismo año y con quién el filósofo argentino mantenía una amistad). La otra polémica que sirve para ejemplificar los usos es la que reproduce Juan Carlos Marín enLa silla en la cabeza. Allí Marín responde a Abraham, entre otros, que los análisis de Foucault acerca de la dominación de los cuerpos son no solo compatibles con Marx, sino incomprensibles sin éste (este Foucault emparentado con el marxismo se instala en Sociología de la UBA con Marín y Susana Murillo). La temática del terror en Argentina como condición del disciplinamiento para instalar un nuevo modo de acumulación propone una continuidad sin quiebres entre Marx y Foucault y es un discurso que encuentra eco en los ‘80 en libros sobre la dictadura, en elaboraciones enmarcadas en organismos de derechos humanos y reflexiones teóricas sobre el poder y el análisis de las revoluciones como el libro de Roberto Jacoby.

Desde estas páginas tenemos más simpatía por la posición que señala que la ruptura de Foucault con Marx constituye una temática central. Esto no significa no considerar que el conjunto de la obra de Foucault tenga a Marx en la mira, de hecho lo tiene, pero en una perspectiva antagonista, contra el cual construye otra teoría del poder, de la historia y de la subjetividad. Ni tampoco dejar de reconocer los méritos que la politización de las disciplinas y las instituciones efectuada por Foucault tiene, sino ponderarlos en una valoración global. En un contexto de “crisis del marxismo” los límites de un subjetivismo sin sujeto ni estrategia, que ve en la historia siempre “el conjunto aleatorio y singular del suceso” no podían dejarse de lado4. En una mirada retrospectiva Sazbón mostraba como ya en 1966 Foucault (y también Derrida) contraponían la herencia de Nietzsche con Marx abriendo la transición post-estructuralista (Sazbón, 2009)5. Evaluar la productividad o el eclecticismo de cada posición requiere un análisis más detenido del conjunto de obras producidas bajo el influjo de ellas, lo que a su vez requiere inmiscuirse en un análisis crítico del propio Foucault. La reconstrucción histórica propuesta es un marco promisorio que aporta elementos para una querella aún en curso ya que el contexto más reciente es uno en el que los conceptos foucaultianos de control social, biopolítica y gubernamentalidad (dominantes en los Cursos inéditos y otros materiales que siguen publicándose actualmente), siguen presentes generando usos y querellas metodológicas, teóricas y políticas.
Notas
1. Buenos Aires, Siglo XXI, 2015. Los números de página se indican entre paréntesis.
2. “Ecos de la Guerra fría en el campo psi”, Juan Duarte, IdZ 28, abril 2016.
3. Asociación de Psicólogos de Buenos Aires.
4. Foucault, Nietzsche, la genealogía y la historia, Valencia, Editorial Pre-textos, 2008.
5. “Razón y método: del estructuralismo al postestructuralismo” en Nietzsche en Francia, Bernal, UNQUI Editorial, 2009.
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