Alberto Bonnet / Este trabajo analiza críticamente el
concepto de Estado capitalista de Nicos Poulantzas.[1] La importancia de los aportes de
Poulantzas a la crítica marxista del Estado alcanza para justificar nuestra
empresa. La teoría del Estado formulada por Poulantzas entre fines de los
sesenta y comienzos de los setenta sobre las bases del marxismo estructuralista
francés de cuño althusseriano, junto con la formulada casi simultáneamente por
los intelectuales reunidos en el denominado debate de la derivación del
Estado dentro de la tradición más dialéctica del marxismo alemán, es en
los hechos uno de los dos abordajes más sistemáticos de la problemática del
Estado capitalista en el marxismo del siglo pasado.[2]
Pero a esta justificación se agrega el hecho de que el
pensamiento de Poulantzas suscita en nuestros días un renovado interés. La
estrategia política de la “vía democrática al socialismo” propuesta por
Poulantzas a fines de los setenta, en particular, ha sido rescatada por varios
de los intelectuales vinculados con las nuevas fuerzas de izquierda emergentes
de la crisis europea como Syriza y, en menor medida, Podemos.
Stathis Kouvelakis, miembro del Comité Central de Syriza y firmante
de la Plataforma de Izquierda, por ejemplo, decía en una entrevista reciente:
“por una parte, vemos una confirmación de la aptitud de la opción
gramsciana-poulantziana de tomar el poder a través de elecciones, pero
combinando esto con movilizaciones sociales, y rompiendo con el concepto del
poder dual como un ataque insurreccional al Estado desde afuera –puesto que el
Estado debe ser tomado desde adentro y desde afuera, desde arriba y desde
abajo”
Pero a esta justificación se agrega el hecho de que el
pensamiento de Poulantzas suscita en nuestros días un renovado interés. La
estrategia política de la “vía democrática al socialismo” propuesta por
Poulantzas a fines de los setenta, en particular, ha sido rescatada por varios
de los intelectuales vinculados con las nuevas fuerzas de izquierda emergentes
de la crisis europea como Syriza y, en menor medida, Podemos.
Stathis Kouvelakis, miembro del Comité Central de Syriza y firmante
de la Plataforma de Izquierda, por ejemplo, decía en una entrevista reciente:
“por una parte, vemos una confirmación de la aptitud de la opción
gramsciana-poulantziana de tomar el poder a través de elecciones, pero
combinando esto con movilizaciones sociales, y rompiendo con el concepto del
poder dual como un ataque insurreccional al Estado desde afuera –puesto que el
Estado debe ser tomado desde adentro y desde afuera, desde arriba y desde
abajo”Pero a esta justificación se agrega el hecho de que el
pensamiento de Poulantzas suscita en nuestros días un renovado interés. La
estrategia política de la “vía democrática al socialismo” propuesta por
Poulantzas a fines de los setenta, en particular, ha sido rescatada por varios
de los intelectuales vinculados con las nuevas fuerzas de izquierda emergentes
de la crisis europea como Syriza y, en menor medida, Podemos.
Stathis Kouvelakis, miembro del Comité Central de Syriza y firmante
de la Plataforma de Izquierda, por ejemplo, decía en una entrevista reciente:
“por una parte, vemos una confirmación de la aptitud de la opción
gramsciana-poulantziana de tomar el poder a través de elecciones, pero
combinando esto con movilizaciones sociales, y rompiendo con el concepto del
poder dual como un ataque insurreccional al Estado desde afuera –puesto que el
Estado debe ser tomado desde adentro y desde afuera, desde arriba y desde
abajo”El
rescate de Poulantzas parece más acotado en la izquierda latinoamericana. Pero
tampoco Álvaro García Linera, vicepresidente de Bolivia, se privó en una
reciente conferencia de recordar –aunque de una manera mucho mássui generis,
por cierto- esa estrategia del último Poulantzas: “el socialismo, entendido
como la transformación estructural de las relaciones de fuerzas entre las
clases sociales, necesariamente tiene que atravesar al propio Estado, que por
otra parte no es más que la institucionalización material e ideal, económica y
cultural, de esa correlación de fuerzas sociales”/4. L´etat, le pouvoir, le socialisme,
en cuya conclusión Poulantzas ofreciera la versión más acabada de esta
estrategia política, acaba de ser reeditado en francés por primera vez desde su
edición original de 1978. En el prefacio a esta nueva edición, Ramzig Kecheyan
explica dicha estrategia en los siguientes términos: “La ‘vía democrática al
socialismo’ preconizada por Poulanzas combina radicalización de la democracia
representativa con experiencias de autogestión en la sociedad civil,
especialmente –aunque no únicamente- en el lugar de trabajo, y en el sector
industrial tanto como en los servicios y la función pública. Ella busca incidir
en las contradicciones del Estado capitalista desde el interior y desde el
exterior, es decir interviniendo en las instituciones vigentes cuando pueden
obtenerse avances en ellas y a la vez presionando sobre los aparatos de Estado
a partir de espacios que escapan a ellos, que se mantienen a distancia del
poder del Estado” (Keucheyan 2013: 31). La academia, por su parte, acompañó en
alguna medida este interés político y, tanto en Europa como en América Latina,
se organizaron encuentros exclusivamente dedicados al pensamiento de Poulantzas/5.
Sin embargo, aun aceptando la importancia del pensamiento de
Poulantzas así como el renovado interés que suscita en nuestros días, podríamos
preguntarnos por qué razón este pensamiento y, más específicamente, su concepto
de Estado capitalista, requiere un análisis crítico. La razón radica en que,
dentro del pensamiento de Poulantzas, este concepto es clave y es también
problemático. En efecto, acaso su principal aporte a la historia del marxismo
resida precisamente en su intento de construir una teoría marxista sistemática
del Estado capitalista. El concepto de Estado está en el centro de toda su
obra. Y, a pesar de que la trayectoria intelectual completa de Poulantzas se
desarrolló en la escasa década y media que se extendió entre sus primeros
escritos jurídicos de mediados de los sesenta y la publicación de su último
libro, unos meses antes de su suicidio a fines de la década siguiente, esa
trayectoria fue muy vertiginosa y, en consecuencia, ese concepto de Estado
sufrió importantes cambios.
En las siguientes páginas nos valdremos prácticamente de todos los
escritos publicados por Poulantzas. Pero no seguiremos la evolución del
concepto de Estado a lo largo de ellos de una manera cronológica, sino que
partiremos de la definición que propone Poulantzas en sus últimos escritos, que
es la más influyente en nuestros días y la que más interesa discutir en estas
páginas y, a partir de ella, reconstruiremos su evolución previa. Esto equivale
a partir de la definición del Estado propuesta en su último libro, el citado L´etat, le pouvoir, le socialisme(EPS)
de 1978, en el que se distancia en mayor medida de su anterior marco
estructuralista althusseriano. Y vamos a comparar esta definición del Estado
precisamente con la correspondiente a ese marco estructuralista previo,
expuesta por excelencia en Pouvoir
politique et classes sociales de l`état capitaliste de 1968 (PPCS), ambicioso escrito
que contiene el resultado más acabado de su intento de construir una teoría
marxista sistemática del Estado capitalista/6.
Estos dos son los escritos que ordenarán nuestra exposición porque
polarizan la evolución de su concepto de Estado ‒y, en alguna
medida, su pensamiento en general‒. Pero también deben
considerarse otros escritos. En este sentido, en primer lugar, son
complementarios de su concepción estructuralista del Estado algunos artículos
escritos a mediados de los sesenta, tras su ruptura con su temprano marxismo
fenomenológico-existencialista de cuño sartreano que había adoptado en su tesis
de doctorado en derecho (Nature des choses et droit, publicada en 1964)
y en una serie de artículos académicos acerca de diversas cuestiones de
filosofía del derecho (publicados en la principal revista francesa de filosofía
del derecho, los Archives de
philosophie du droit, y en Les
Temps Modernes de Sartre)/7. En
efecto, en la misma medida en que durante a mediados de los sesenta Poulantzas
comenzó a interesarse por una problemática política más amplia, centrada en el
Estado, empieza a advertirse su creciente interés por el pensamiento de
Althusser/8. Los escritos en los que comienza a expresarse este interés
por la teoría del Estado, notablemente su extenso ensayo sobre la hegemonía
(Poulantzas 1965b) y su discusión del marxismo británico (Poulantzas 1967a),
son ya escritos de transición hacia la concepción estructuralista de Estado que
propondría poco después en PPCS.
Tenemos, en segundo lugar, los artículos mediante los cuales
mantuvo el célebre debate con Ralph Miliband sobre las relaciones entre las
clases dominantes y el Estado y otros problemas de teoría del Estado, en las
páginas de la New Left Review,
entre fines de 1969 y comienzos de 1976. Las intervenciones de Poulantzas en
este debate –quizás como consecuencia de las duras críticas que Miliband le
planteara- están crudamente polarizadas entre las concepciones del Estado del
primer Poulantzas (véase Poulantzas 1969) y del segundo (véase Poulantzas
1976c). Más adelante volveremos sobre este debate con mayor detalle.
En tercer lugar, durante esos años en que debatía con Miliband y
en estrecha relación con dicho debate, Poulantzas realizó una serie de análisis
de procesos políticos concretos en cuyo centro estaba el Estado capitalista y,
más específicamente, diversas transformaciones en las formas de Estado y en los
correspondientes regímenes políticos. También estos análisis son decisivos,
naturalmente, dentro de la evolución del concepto de Estado en Poulantzas. Nos
referimos a Fascisme et
dictature de 1970 (FD), una
extensa investigación acerca del ascenso del fascismo y del nazismo en la
Italia y la Alemania de los años 1920-30, las relaciones que guardaron con las
distintas clases sociales, las transformaciones en la forma de Estado y el
régimen político que acarrearon y los errores de caracterización del fenómeno cometidos
por la Comintern. Ya enFascisme
et dictature, concluido apenas dos años y medio después de PPCS, como
veremos, puede advertirse el comienzo de una evolución que alejaría su concepto
de Estado del marco estructuralista. Y nos referimos también a La crise des dictatures, ya de
1975 (CD), un ensayo más breve en el que Poulantzas analizó las caídas de las
dictaduras contemporáneas de Grecia (tomas del Politécnico de Atenas de 1973),
Portugal (revolución de los claveles de 1974) y España (muerte de Franco en
1975). Aquí, como también veremos, esa evolución queda confirmada.
En cuarto y último lugar, existen también otros escritos en los
cuales Poulantzas se interesó por un proceso político diferente. Los
mencionados fascismos y dictaduras son, para Poulantzas, regímenes y formas de
Estado de excepción. Pero Poulantzas también se interesó en el análisis de las
transformaciones que estaba sufriendo la forma de Estado y el régimen normales,
es decir, los vigentes en los Estados de los países capitalistas europeos más
avanzados, que conceptualizó como una transición hacia un “estatismo
autoritario”. Este interés ya está presente en los primeros ensayos de Les clases sociales, de 1973,
pero motivará más tarde algunos escritos específicos, como su intervención en
el debate colectivo sobre la
crise de l´état(Poulantzas 1976a) y la cuarta parte de EPS. En estos
últimos análisis, el concepto de Estado que está en juego es ya, naturalmente,
el del último Poulantzas/9.
La estructura de este trabajo es la siguiente. Después de este
primer apartado, introductorio, en el segundo presentaremos y discutiremos el
concepto de Estado del Poulantzas de EPS. En el tercer apartado, por su parte,
presentaremos el concepto de Estado del Poulatzas de PPCS y relevaremos los
usos del concepto de Estado en los trabajos escritos en el ínterin, para
analizar críticamente la trayectoria que atravesó dicho concepto. En el cuarto
y último apartado volvemos sobre el concepto de Estado capitalista del último
Poulantzas, pero esta vez para discutir sus implicancias políticas.
El concepto de Estado del último Poulantzas
El último Poulantzas define al Estado capitalista como la
condensación de una relación de fuerzas entre clases y fracciones de clase que
se materializa en su aparato. Así sucede, con unas pocas variantes, a través de
las páginas de EPS. Adoptemos la versión más acabada de esta definición: el
Estado capitalista es “la condensación material de una relación de fuerza
entre clases y fracciones de clase, tal como se expresa, siempre de manera
específica, en el seno del Estado” (1978: 154 y 159)/10. Y
analicemos esta definición.
Poulantzas no afirma, como suele atribuírsele en las lecturas más
vulgares, que el Estado es una mera plasmación de unas relaciones de fuerza
entre clases y fracciones de clase. Definir al Estado capitalista de esta
manera sería recaer en la vieja concepción reformista del Estado como una arena
neutra de la lucha de clases. Poulantzas afirma, en cambio, que esas relaciones
de fuerzas entre clases y fracciones de clases se condensan materialmente en el
aparato de Estado. Aclaremos la diferencia antes de continuar. El Estado
capitalista siempre está atravesado por relaciones de fuerzas entre clases y
fracciones de clase, desde luego, pero no puede definirse simplemente como algo
atravesado por esas relaciones de fuerza. La razón es sencilla. El Estado está
atravesado por relaciones de fuerzas entre clases (y fracciones de clase) porque
es uno de los modos de existencia de las relaciones sociales capitalistas y
estas relaciones sociales son antagónicas (y competitivas). Pero el Estado no
es el único modo de existencia de esas relaciones sociales. El Estado es el
modo de existencia de esas relaciones sociales capitalistas en tanto relaciones
de dominación, más específicamente, junto con el propio capital en sentido
estricto, como modo de existencia de esas relaciones sociales en tanto
relaciones de explotación. Tanto el Estado como el capital, en pocas palabras,
como modos de existencia diferenciados de unas mismas relaciones sociales
antagónicas, están atravesados por relaciones de fuerzas entre clases. Pongamos
un ejemplo: en el establecimiento por ley de un salario mínimo se plasma
(políticamente) una relación de fuerzas entre clases de la misma manera en que
se plasma (económicamente) en el establecimiento de determinado nivel de
salario en el mercado de trabajo como resultado de las negociaciones entre
patronales y sindicatos. El atributo de plasmar relaciones de fuerza, en
consecuencia, no es un atributo suficientemente específico como para definir el
concepto de Estado. Definir al Estado exclusivamente como una plasmación de
unas relaciones de fuerza entre clases y fracciones de clase, en pocas
palabras, es como definir al perro como un ente movedizo.
Poulantzas nunca incurre en semejante trivialidad/11.
Insiste, en cambio, en el hecho de que esa relación de fuerzas entre clases y
fracciones de clases se condensa materialmente en el aparato de Estado. En este
sentido, a continuación de la definición del Estado que acabamos de citar,
insiste en que “el Estado no es pura y simplemente una relación, o la
condensación de una relación; es la condensación material y específica de una relación de fuerzas entre
clases y fracciones de clase” (1978: 155). Y un poco más adelante: “[e]l Estado
no es una simple relación, sino la condensaciónmaterial de una relación de fuerzas” (idem:
184). E insistir en este punto es importante para Poulantzas porque quiere
descartar desde el comienzo tanto una concepción instrumentalista del Estado,
que reduce el aparato de Estado al poder del Estado, como una concepción
tecnocrática del Estado, que imagina una doble naturaleza del Estado que
redundaría en la existencia de un sector neutro dentro de su aparato.
Poulantzas sintetiza así: “el Estado presenta, desde luego, un armazón material
propia, que no puede reducirse, en absoluto, a la sola dominación política. El
aparato de Estado es algo especial, y por tanto temible, que no se agota en el
poder del Estado. Pero la dominación política está, a su vez, inscripta en la
materialidad institucional del Estado. Si el Estado no es producido de arriba
abajo por las clases dominantes, tampoco es simplemente acaparado por ellas: el
poder del Estado (el de la burguesía en el caso del Estado capitalista) está
trazado en esa materialidad” (1978: 8-9). O bien “el aparato de Estado no es
una cosa ni una estructura neutra en sí y la configuración del poder de
clase no interviene allí solamente como poder
de Estado. Las relaciones que caracterizan al poder del Estado impregnan la
estructura misma de su aparato, siendo el Estado la condensación de una relación de fuerzas. Precisamente esa
naturaleza del Estado –del Estado como relación-, atravesada de lado a lado por
contradicciones de clase, es la que les atribuye y permite a esos aparatos y a
los agentes que los componen un papel
propio y un peso específico” (1975: 104).
Sin embargo, antes de pasar a examinar esta condensación material
en el aparato de Estado de aquellas relaciones de fuerza entre clases y
fracciones de clase, es preciso advertir que, en cualquier caso, Poulantzas
pone a estas relaciones de fuerza como contenido del Estado. El concepto de relaciones de fuerza entre clases y
fracciones de clase opera
así, en su definición del Estado capitalista, como un sucedáneo del concepto de
relación social, en el más estricto sentido del término. Un sucedáneo, como
sucede, por ejemplo, con el indicio como sucedáneo de la prueba en el derecho,
no es un sustituto arbitrario, sino un sustituto emparentado de alguna manera
con lo sustituido, e incluso capaz de sustituirlo legítimamente en ciertas
condiciones. Y aquí las relaciones de fuerza entre clases y fracciones de clase
operan como un sucedáneo de la relación social. El Estado capitalista no puede
definirse a partir de las relaciones de fuerza entre clases y fracciones de
clase que condensa en su aparato, sino a partir de la propia naturaleza de las
relaciones sociales capitalistas, aún cuando es cierto que la naturaleza
antagónica de estas relaciones sociales haga que el aparato de Estado siempre
condense relaciones de fuerza entre clases y fracciones de clase. Volvamos a
nuestro anterior ejemplo para aclarar este punto. El salario no puede definirse
a partir de las relaciones de fuerza entre clases que se condensa en cierto
nivel de los salarios, sino de la relación de explotación involucrada en el
trabajo asalariado, aún cuando es verdad que la naturaleza antagónica de esta relación
de explotación haga que el nivel de los salarios siempre exprese las relaciones
de fuerza entre capitalistas y asalariados. Esta sustitución de la relación
social por las relaciones de fuerza entre clases y fracciones de clase es una
manifestación específica, dentro de su definición del Estado, del sociologicismo que en términos más generales ya había
encontrado Clarke (1991) en el pensamiento de Poulantzas.
Pasemos, ahora sí, a examinar esta condensación material en el
aparato de Estado de las relaciones de fuerza entre clases y fracciones de
clase, condensación en la que Poulantzas radica la especificidad del Estado
capitalista. El concepto decondensación parece implicar ya por sí mismo cierta
especificidad. Esto porque Poulantzas emplea este concepto en un sentido
análogo al que Verdichtung reviste en psicoanálisis, a saber, la
representación de varias cadenas asociativas por una única representación, o
punto nodal, que se encuentra en la intersección entre ellas. Pero en EPS
Poulantzas sitúa esa especificidad más bien en la materialidad del aparato de
Estado en el que tiene lugar dicha condensación/12. Es precisamente esta
materialización de las relaciones de fuerzas en el aparato de Estado la
dimensión de su definición del Estado capitalista gracias a la cual el objeto
definido no permanecería indeterminado como una mera arena neutra de la lucha
de clases, sino que sería determinado como un Estado capitalista propiamente
dicho. El problema, como enseguida veremos, radica en que esta referencia a la materialización
de las relaciones de fuerza en el aparato de Estado tampoco es suficiente para
proveer un concepto adecuado del Estado capitalista.
Pero, antes de avanzar con esta crítica, sigamos analizando su
definición del Estado capitalista. El concepto de aparato de Estado involucrado en esta definición parece
haber permanecido sin grandes cambios desde sus escritos más estructuralistas/13.
El aparato de Estado era en dichos escritos un conjunto de instituciones de la
superestructura, entre las cuales Poulantzas, en sintonía con Althusser,
ubicaba tanto instituciones públicas (como las jurídico-políticas) como
privadas (como la escuela, la iglesia, etc.) porque priorizaba la función que
desempeñaban (la organización de la clase dominante y la desorganización de la
clase dominada) por encima de la distinción jurídica entre lo público y lo
privado. Una institución era a su vez “un sistema de normas o de reglas
socialmente sancionado”, estructurado a partir de una “matriz organizadora”
(1968: 140, nota). Un poco más tarde volvería sobre esta definición para
aclarar que había trazado esa distinción entre instituciones (o aparato) y
matriz (o estructura) “para denunciar explícitamente la problemática
‘institucionalista’” (1970: 355, nota)/14. Y que las “normas o reglas”
remitían a la dimensión ideológica, mientras que la expresión “socialmente
sancionadas” a la dimensión represiva de esos aparatos. Esa matriz organizadora
hacía a los aparatos de Estado irreductibles a meros instrumentos de la clase
que detentaba el poder de Estado -y, por consiguiente, era la depositaria de su
materialidad.
El segundo Poulantzas sigue entendiendo al aparato de Estado como
un conjunto de instituciones públicas y privadas ubicadas en la superestructura
y que desempeñan esa función de organización de la clase dominante y
desorganización de la clase dominada. (1978: 169)/15. Pero no enfatiza
tanto en esa posición y función del aparato de Estado como en su condensación
de relaciones de fuerza o, en sus propias palabras, en “la inscripción de la
dominación política en la armazón material del Estado como condensación de una
relación de fuerzas” (1978: 192). “Las clases y fracciones dominantes –escribe
en este sentido‒ existen en el Estado por intermedio de aparatos o ramas que
cristalizan un poder propio de dichas clases y fracciones, aunque sea, desde
luego, bajo la unidad del poder estatal de la fracción hegemónica. Por su
parte, las clases dominadas no existen en el Estado por intermedio de aparatos
que concentren un poder propio de dichas clases sino, esencialmente,
bajo la forma de focos de oposición al poder de las clases dominantes” (1978:
172).
Pasemos, finalmente, al concepto de materialidad. Poulantzas, a
pesar de insistir una y otra vez en esta característica del aparato de Estado,
nunca define el concepto. Explica la manera en que se organizaría esta
materialidad –monopolio del conocimiento por la burocracia, mecanismos de
individualización y homogeneización, sistema legal, matriz espacio-temporal de
la nación‒, pero en ningún momento parece considerar necesario definir el
propio concepto de materialidad. Sin embargo, puesto que Althusser ya había
insistido en esta materialidad del aparato de Estado, especialmente a propósito
de la correlación entre la materialidad de la ideología y de las prácticas
ideológicas, por un lado, y la materialidad de los aparatos de Estado en los
que se reproduce, por el otro (véase Althusser 1970: 126 y ss), quizás podamos
recurrir a sus escritos para establecer su significado.
En sentido estricto, tampoco Althusser definía el concepto, pero
proveía algunas pistas más: “[l]a existencia material de la ideología en un
aparato y en sus prácticas no posee, por cierto, la misma modalidad de la
existencia material de una acera o de un fusil. Pero, a riesgo de que se nos
trate de ‘neoaristotélicos’ [...] afirmamos que ‘la materia se dice de muchas
maneras’ o, más bien, que existe bajo distintas modalidades y todas enraizadas
en último término en la materia ‘física’” (idem: 127)/16. En este
ensayo suyo sobre los aparatos ideológicos de Estado, Althusser no abundaba en
estas distintas maneras de existencia de la materia, pero la referencia a la
ideología de los científicos que hacía en ese contexto nos conduce a otras
pistas que se encuentran en otros escritos suyos. En efecto, en varios de sus
escritos de la época asimilaba en los hechos el materialismo del marxismo (al
que, valiéndose de la terminología ortodoxa, continuaba designando como
materialismo dialéctico) con el materialismo de las ciencias naturales (el que
emergía como filosofía espontánea de la práctica científica en dichas ciencias;
véase Althusser 1966: 33 y ss.; 1969: 9 y ss.; 1974: 67 y ss. y 99 y ss.). En
las cabezas de los científicos naturales, argumentaba, esta filosofía materialista
espontánea convivía con filosofías idealistas provenientes de la ideología
dominante en la sociedad. El desafío del materialismo dialéctico consistiría
entonces, según Althusser, en combatir estas filosofías idealistas para
erigirse como el aliado filosófico más adecuado de esa práctica de los
científicos naturales. Y el ejemplo por excelencia del combate que Althusser
tenía en mente había sido la crítica de Lenin a los empiriocriticistas de
comienzos de siglo (Lenin 1908). Todo esto parece indicar, en síntesis, que
Althusser compartía sin más la concepción vulgar del materialismo expuesta por
Lenin en esa crítica. El marxista y el biólogo compartirían, simplemente, “la
creencia en la existencia real, exterior y material del objeto del conocimiento
científico” (Althusser 1974: 101)/17.
Ahora bien, si la materialidad del aparato de Estado en cuestión
se reduce a la materialidad de un puñado de instituciones en este sentido
vulgar palabra, la insistencia de Poulantzas en que las relaciones de fuerzas entre
clases y fracciones de clases se condensan materialmente en el aparato de
Estado no aporta nada a la determinación del concepto de Estado. Recurrir a la
materialidad del aparato de Estado en este sentido para definir el concepto de
Estado equivale a recurrir a la materialidad de la mercancía como cosa física
para definir el concepto de mercancía. La mera invocación de la materialidad en
este sentido es un mero gesto que no convierte a ninguna definición en
materialista en el sentido marxista del término.
Pero aclaremos también esto antes de seguir avanzando. Las
características del aparato de Estado siempre están determinadas, tal como
afirma Poulantzas, por la plasmación más o menos duradera de relaciones de
fuerza entre clases y fracciones de clases en su seno. Y esto implica, tal como
también afirma Poulantzas, que un cambio en esas relaciones de fuerza entre
clases y fracciones de clase nunca se expresa de manera automática en el
aparato de Estado preexistente ‒y que, en caso de que la clase
trabajadora tomara el poder de Estado, no podría emplear ese aparato de Estado
como un simple instrumento para la transición al socialismo‒. El ascenso
de un gobierno de izquierda “no significa, ni forzosa ni automáticamente, que
la izquierda controle los aparatos de Estado, y ni siquiera algunos de ellos”
(Poulantzas 1978: 166). La izquierda debe abandonar, en consecuencia, la
creencia de que ese Estado “podría ser utilizado de otra manera por la clase
obrera, mediante un cambio del poder de Estado, para una transición al
socialismo” (idem: 155). “Las modificaciones en la relación de fuerzas
no se traducen, en el aparato económico del Estado menos que en ningún otro, de
manera automática: este aparato posee una materialidad marcada, en el más alto
grado, por la continuidad del Estado” (idem: 239). Todas estas
afirmaciones de Poulantzas son correctas e importantes y, sin embargo, la
referencia a esa materialidad del aparato de Estado tampoco alcanza para
completar una definición adecuada del Estado capitalista.
En efecto, sucede que también el concepto de aparato de Estado
opera como un sucedáneo en la definición poulantziana del Estado capitalista,
esta vez respecto del concepto de forma. Pues, el Estado no puede definirse
como el aparato en el que se institucionaliza, sino como forma, aún cuando la
existencia del Estado como forma guarda una relación con su existencia como
aparato. En este sentido, hay que distinguir entre el Estado como forma, es
decir, como modo de existencia de las relaciones sociales capitalistas en tanto
relaciones de dominación, diferenciado del modo de existencia de esas mismas
relaciones sociales capitalistas en tanto relaciones de explotación, y el
Estado como aparato, esto es, como institucionalización de esa existencia
particularizada de las relaciones de dominación. Y la diferencia tiene
implicancias. El carácter capitalista del Estado no depende de esas relaciones
de fuerza particulares entre clases y fracciones de clases que cristalizan en
su aparato, sino de su existencia misma como relación de dominación separada de
la relación de explotación. El Estado capitalista, en consecuencia, no puede
definirse a partir de su aparato, sino de su forma. Y la insistencia de
Poulantzas en la materialidad del aparato de Estado, cualquiera sea el ambiguo
significado que revista esta expresión, no modifica un ápice este asunto. La
materialidad de la mercancía incide en su valor de uso, por ejemplo, pero no es
esta materialidad, sino su forma el punto de partida para su definición. La
materialidad del capital también incide en la competitividad, por ejemplo, pero
no es esta materialidad sino su forma el punto de partida para su definición.
La crítica marxiana de la economía política no apunta a rendir cuenta de la
materialidad de las cosas, sino del modo de existencia de las relaciones
sociales en el capitalismo.
En la definición poulantziana del Estado capitalista, esta
sustitución de la forma Estado por el aparato de Estado no es sino la
contrapartida de la antes mencionada sustitución del capital como relación
social por las relaciones de fuerza entre clases y fracciones de clase. Y esto
es inevitable, porque contenido y forma son inseparables. El institucionalismo es la contrapartida del
sociologicismo. Y el resultado es que, así como el Estado capitalista no podía
definirse a partir de la relación de fuerzas entre clases y fracciones de
clase, tampoco puede definirse como la condensación material de esa relación de
fuerzas entre clases y fracciones de clase en un conjunto de aparatos.
Agreguemos ahora que los participantes del debate alemán sobre la
derivación del Estado (el Staatsableitungsdebatte)
de los años setenta fueron los primeros en encarar sistemáticamente una crítica
del Estado capitalista como forma de las relaciones sociales. Y, en algunos
momentos de su argumentación, tanto el primer como el segundo Poulantzas se
acercan sorprendentemente a los argumentos de algunos derivacionistas. Contra la idea
marxiana-hegeliana de una sociedad civil integrada por individuos como punto de
partida para pensar el Estado, por ejemplo, el primer Poulantzas se refería a
la separación entre lo económico y lo político en los siguientes términos:
“[e]sa autonomía específica de lo político y de lo económico del M.P.C.
–descriptivamente opuesta por Marx a una pretendida ‘mezcla’ de las instancias
del modo de producción feudal‒ se refiere finalmente a la
separación del productor directo de sus medios de producción [...] Esta
separación del productor directo y de los medios de producción es la
combinación que regula y distribuye los lugares específicos de lo económico y
de lo político, y que señala los límites de la intervención de una de las
estructuras regionales en la otra, no tiene estrictamente nada que ver con la
aparición real, en las relaciones de producción, de los agentes en cuanto
‘individuos’” (1968: 155)/18. Este argumento parece cercano al que poco
después encontraríamos entre algunos derivacionistas, como Joachim Hirsch, para
la derivación de la forma Estado/19.
Sin embargo, significativamente, para el segundo Poulantzas esa
separación entre productor y medios de producción ya no aparece como el punto
de partida para fundamentar la propia separación entre lo económico y lo
político, sino más bien para fundamentar la existencia y las características del
aparato de Estado. “En lo concerniente al Estado capitalista, su separación
relativa de las relaciones de producción, instaurada por éstas, es el
fundamento de su armazón organizativa y configura ya su relación con las clases
y la lucha de clases bajo el capitalismo” (1978: 24). La materialidad del
aparato de Estado “se debe a la separación relativa entre el Estado y las
relaciones de producción bajo el capitalismo. El fundamento de esta separación,
principio organizador de las instituciones propias del Estado capitalista y de
sus aparatos (justicia, ejército, administración, policía, etcétera), de su
centralismo, de su burocracia, de sus instituciones representativas (sufragio
universal, parlamento, etcétera), de su sistema jurídico, consiste en la especificidad
de las relaciones de producción capitalistas y la división social del trabajo
inducidas por aquellas: separación radical entre el trabajador directo y sus
medios y objeto de trabajo en la relación de posesión, en el proceso mismo de
trabajo” (idem: 54). Las relaciones de producción “constituyen el
basamento primero de la materialidad institucional del Estado y de su
separación relativa de la economía, que caracteriza a su armazón como aparato:
son la única base de partida posible de un análisis de las relaciones del
Estado con las clases y la lucha de clases” (idem: 58).
Y aquí vuelve a evidenciarse que el concepto de aparato de Estado
opera en su argumentación como un sucedáneo del concepto de forma Estado. En
efecto, esa separación entre el productor y los medios de producción es el
fundamento de la separación entre lo económico y lo político. Pero el hecho de
que lo político, que asume así la forma Estado, cristalice en un aparato de
Estado con determinadas características no se sigue inmediatamente de esa misma
forma/20. Es cierto que la separación entre lo económico y lo político
es, en última instancia, una condición de posibilidad necesaria para la
existencia de un aparato de Estado como el descripto por Poulantzas –y por esta
razón, insistimos, el concepto de aparato de Estado es en sus argumentos un
sucedáneo y no un sustituto arbitrario del concepto de forma Estado. Pero, si
saltamos directamente de aquella separación entre lo económico y lo político
constitutiva de las relaciones sociales capitalistas a este aparato de Estado
existente en los Estados nacionales de los países capitalistas más o menos
avanzados, perdemos en el camino la propia definición del Estado capitalista.
El Estado capitalista no puede definirse a partir de su aparato, en síntesis,
sino del modo en que existen las relaciones de dominación como relaciones
particularizadas, es decir, de su forma.
El problema subyacente, naturalmente, radica en que este concepto
de forma y el concepto de derivación, empleados por los derivacionistas
alemanes en su crítica del Estado capitalista y provenientes de la crítica de
la economía política marxiana, son completamente ajenos al marco
estructuralista de pensamiento de Poulantzas. Y esto se pone de manifiesto, de
manera privilegiada, en su cabal incomprensión de esa empresa derivacionista/21.
Poulantzas afirma por ejemplo, en tres líneas: “[s]e trata de hacer ‘derivar’
–digamos, deducir- las instituciones propias del Estado capitalista de las
‘categorías económicas’ de la acumulación del capital” (1978: 56). Y comete así
a razón de un error por cada línea. Las categorías de la crítica de la economía
política marxiana, punto de partida de la derivación, no son meras “catégories
économiques” sino formas, modos de existencia de las relaciones sociales
capitalistas, elevadas a concepto. La derivación no consiste en una “déduction”
sino en una exposición de esos conceptos que avanza de los más simples a los
más complejos a través de las contradicciones que los encadenan. Y, por encima
de todas las cosas, lo derivado no son las “institutions propres de l’État”
sino la forma Estado (1978bis: 92)/22.
La trayectoria del concepto de Estado en Poulantzas
Comparemos brevemente la concepción del Estado capitalista de este
último Poulantzas con la del primero. A nuestro entender, entre ambas no media
una ruptura completa, sino un desplazamiento de énfasis. Hay momentos en la
argumentación del último Poulantzas que recuerdan al primero. Por ejemplo,
cuando intenta anclar la existencia misma del aparato de Estado en las
relaciones de producción y, más exactamente, en la división del trabajo entre
trabajo manual y trabajo intelectual. “El Estado encarna en el conjunto de
sus aparatos –es decir, no
sólo en sus aparatos ideológicos sino también en sus aparatos represivos o
económicos-, el trabajo
intelectual en tanto separado del trabajo manual [...] Esto se traduce en la
materialidad misma del Estado. Ante todo, en la especialización-separación de
los aparatos del Estado respecto del proceso de producción: tal separación se
realiza principalmente mediante una cristalización del trabajo intelectual”
(1978: 61). O bien, cuando vincula las características de ese aparato de Estado
con las funciones que desempeña: “[l]as funciones del Estado se encarnan en la
materialidad institucional de sus aparatos: la especificidad de las funciones
implica la especialización de los aparatos que las realizan y da lugar a formas
particulares de división social del trabajo en el seno mismo del Estado” (1978:
205). Y más adelante: “el contenido político de dichas funciones [del Estado] está inscrito en la materialidad
institucional y la armazón organizativa del aparato del Estado” (ídem:
231).
Sin embargo, en este último Poulantzas, a la hora de definir el
Estado capitalista, tanto la posición como la función del aparato de Estado
ceden su puesto a la mencionada característica suya de condensar materialmente
relaciones de fuerza entre clases y fracciones de clase. Pero no sucedía así en
el primer Poulantzas. Este Poulantzas más althusseriano definía al Estado
capitalista a partir de su función (de cohesión) y de su posición dentro de la
estructura (el modo de producción): “en el interior de la estructura de varios
niveles separados por un desarrollo desigual, el
Estado posee la función particular de constituir el factor de cohesión de los
niveles de una formación social. Esto es precisamente lo que el marxismo
expresó al concebir el Estado como factor de ‘orden’, como ‘principio de
organización’, de una formación, no ya en el sentido corriente de orden
político, sino en el sentido de la cohesión del conjunto de los niveles de una
unidad compleja, y como factor
de regulación de su equilibrio global, en cuanto sistema” (1968: 43-44).
El Estado desempeñaba esta función de cohesión entre niveles de
distintas maneras según el modo de producción (y la formación social) del que
se tratara. En el modo de producción capitalista, el Estado la ejercía a través
de su separación o, en términos poulantzianos, de su autonomía relativa. “Esa
función [de cohesión] del Estado se convierte en una función específica, y que
lo especifica como tal, en las formaciones dominadas por el M.P.C.,
caracterizado por la autonomía
específica de las instancias
y por el lugar particular que allí corresponde a la región del Estado” (ídem:
46). Puesto que el Estado lidiaba con las distintas instancias de la
estructura, desempeñaba funciones técnico-económicas al nivel de lo económico,
funciones políticas al nivel de lo político y funciones ideológica al nivel de
lo ideológico (1968: 52). Sin embargo, todas las intervenciones del Estado eran
políticas porque la función específicamente política del Estado
sobredeterminaba a las restantes: “el papel global del Estado es un papel
político” (ibídem). Y esta función política era, precisamente, la de
mantener la cohesión de una sociedad dividida en clases: “ese papel [del
Estado] reviste un carácterpolítico en el sentido de que mantiene la unidad de una
formación en cuyo interior las contradicciones de los diferentes niveles se
condensan en una dominación política de clase” (1968: 56). Así, la función de
cohesión y la posición dentro del modo de producción alcanzaban, para el primer
Poulantzas, para definir al Estado capitalista.
Ciertamente, en su calidad de factor de cohesión entre niveles, el
Estado también condensaba las contradicciones propias de esos niveles. El
Estado, decía Poulantzas, en tanto “factor de cohesión de la unidad de una
formación, es también la estructura en la que se condensan las contradicciones de los diversos
niveles de una formación” (ídem: 44). Pero esta condensación de contradicciones
revestía características distintas de la posterior condensación de relaciones
de fuerzas entre clases y fracciones de clase: era una simple consecuencia de
su función de cohesión. “El Estado está en relación con las contradicciones
propias de los diversos niveles de una formación, pero en cuanto representa el
lugar en que se refleja la articulación de esos niveles, y el lugar de
condensación de sus contradicciones” (ídem: 49). Agreguemos que esta
condensación de contradicciones en el Estado se reproducía por su parte en una
suerte de condensación de la lucha de clases en su conjunto –es decir,
precisamente, de las prácticas de clase desarrolladas en esos distintos niveles
de la estructura: lucha económica, política e ideológica‒ en la lucha
de clases específicamente política, es decir, en la lucha que tenía por objetivo
la conquista del poder de Estado (véase 1968: 87-88 y 108-109)/23.
Poulantzas afirmaba así, a propósito de esta relación del Estado con la lucha
política de clases, que “se deberá, pues, tener presente constantemente que
esta última relación refleja en realidad la relación con las instancias, porque
es efecto de estas, y que la relación del Estado con la lucha política de
clases concentra en sí la relación con los niveles de las estructuras y con el
campo de las prácticas de clase” (1968: 334).
Sin embargo, en la medida en que el último Poulantzas tiende a
sustraer esta idea de condensación de contradicciones de su anterior marco
estructuralista de referencia y, además, a situarla en el centro de su
definición del Estado capitalista, su concepto de Estado capitalista tiende a
quedar indeterminado. Esta trayectoria del concepto de Estado capitalista
poulantziano no puede menos que resultar paradójica para quienes (como
nosotros) somos muy críticos respecto de ese marxismo estructuralista que el
primer Poulantzas había adoptado de Althusser. Aquí no vamos a desarrollar una
crítica de ese marxismo estructuralista. Nos limitamos a plantear esta
paradoja: mientras que el concepto de Estado capitalista aparece perfectamente
determinado dentro del marco de referencia estructuralista del primer
Poulantzas (que consideramos muy cuestionable) la tendencia del último
Poulantzas a abandonar dicho marco de referencia estructuralista (tendencia que a priori deberíamos aplaudir) tiende sin
embargo a arrojar a su concepto de Estado en la indeterminación/24. Y
esta trayectoria resulta especialmente paradójica para quienes (de nuevo: como
nosotros mismos) creemos que una de las mayores deficiencias de ese marxismo
estructuralista es, precisamente, su relegamiento de la lucha de clases. El
precio que Poulantzas parece pagar a cambio de que la lucha de clases ingrese
dentro de su concepto de Estado es, paradójicamente, la indeterminación de
dicho concepto.
Agreguemos ahora, sin embargo, que durante los años en que se
registraba esta trayectoria de su concepto de Estado, Poulantzas emprendía
además una serie de análisis de procesos políticos concretos en los que ponía
en juego su concepto de Estado. Se destacan entre ellos sus análisis de dos
casos diferentes de lo que consideraba como regímenes y formas de Estado de
excepción: el ascenso de los regímenes nazi y fascista en la Alemania y la
Italia de los años 1920-30 (Poulantzas, 1970) y la crisis de las dictaduras
militares de Portugal, Grecia y España de mediados de los 1970 (Poulantzas,
1975). Y, aunque acaso menos sistemáticamente, en algunos otros escritos suyos
también abordaba las mutaciones que consideraba que estaba atravesando el
régimen y la forma de Estado democrático-parlamentario normal vigente en los
países europeos centrales y que conceptualizaba en términos de la transición
hacia un estatismo autoritario (especialmente en Poulantzas, 1974: 84 y ss.;
1976a y 1978: 247 y ss.). Aquí vamos a concentrarnos en los dos primeros y,
especialmente, en el papel que atribuye Poulantzas a la lucha de clases en sus
explicaciones de los procesos de ascenso del fascismo y de crisis de las
dictaduras, para ampliar nuestro análisis de las consecuencias de ese ingreso
de la lucha de clases en su teoría del Estado.
El primer análisis relevante es el referido al ascenso del nazismo
y el fascismo en la Alemania y la Italia de los años 1920-30. En principio, FD
sigue aún la orientación estructuralista de PPCS, libro que Poulantzas había
acabado apenas dos años y medio antes y al que remite en reiteradas ocasiones.
El Estado capitalista, en particular, sigue siendo definido como “la instancia
central cuyo papel es el mantenimiento de la unidad y de la cohesión de una
formación social, el mantenimiento de las condiciones de la producción y, así, la
reproducción de las condiciones sociales de la producción; es, en un sistema de
lucha de clases, el fiador de la dominación política de clase” (1970: 357).
Empero, significativamente, Poulantzas comienza la parte de su análisis
dedicado al Estado fascista con una serie de críticas al citado ensayo sobre
los aparatos ideológicos de Estado que Althusser (1970) había publicado en el
ínterin. El eje de estas críticas está justamente en que, para Poulantzas, la
concepción de Althusser se desentiende de la lucha de clases/25. Dice
Poulantzas: “creo que este texto de Althusser peca, en cierta medida, por su
abstracción y su formalismo; en él, la lucha de clases no ocupa el lugar a que
tiene derecho” (1970: 355). Y un poco más adelante agrega que, en consecuencia,
Althusser considera a los aparatos ideológicos de Estado como monolíticos y
carentes de autonomía relativa: “la ‘unidad’ de los aparatos ideológicos está
abstractamente reducida, y sólo por el rodeo de la ‘ideología’, a la del poder de Estado. Ahora bien,
este análisis es abstracto y formal ya que no toma (concretamente) en
consideración la lucha de clases”, es decir, no tiene en cuenta ni la
existencia de “varias ideologías de clase contradictorias y antagónicas” ni
“los desajustes presentes en el poder de Estado” (ídem: 362-3, nota).
Pero más importante que este distanciamiento explícito respecto de
Althusser es la distancia respecto del estructuralismo que, en los hechos,
comienzan a guardar sus análisis concretos. En el caso de este análisis del
fascismo, el punto de partida de Poulantzas son las características del estadio
imperialista del desarrollo del modo de producción capitalista y de las
funciones desempeñadas por el Estado intervencionista en su seno. El fascismo
se instauró en los eslabones siguientes (Alemania e Italia) al eslabón más
débil (Rusia) de la cadena imperialista durante la transición hacia el
predominio del capital monopolista. Una vez planteadas estas coordenadas
generales del fenómeno, sin embargo, Poulantzas advierte que el fascismo no
emergió como un mero resultado necesario de la evolución del Estado
democrático-parlamentario, como sostuvo en algunos momentos la Comintern, sino que emergió de
una “crisis política, situación de condensación de contradicciones, que rompe
con un ritmo ‘gradual’ de desarrollo y que desemboca en el fascismo” (1970:
59). Una crisis que no puede analizarse sino como efecto de la lucha de clases:
“esta ‘crisis de las instituciones’, sin dejar de ejercer sus propios efectos
sobre la lucha de clases, no es ella misma sino el efecto. No son las
instituciones las que determinan los antagonismos sociales, es la lucha de
clases la que impone las modificaciones de los aparatos de Estado” (ídem: 64).
“Si se puede hablar de proceso de fascistización es en la medida misma en que
no se trata de un simple autodesarrollo de los ‘gérmenes’ contenidos en la
democracia parlamentaria, sino de una diferencia importante con ésta,
correspondiente a una crisis política. El proceso de fascistización no puede,
pues, ser comprendido sino rompiendo enteramente con la tesis del ‘proceso
orgánico y continuo’, de factura evolutivo-lineal, entre democracia
parlamentaria y fascismo” (ídem: 66).
El desafío que enfrenta Poulantzas en este sentido es el de
explicar, siempre a partir de la lucha de clases, el surgimiento del fascismo
en una coyuntura en la cual la modificación fundamental de la relación de
fuerzas entre clases ya había tenido lugar, aunque subsistían agudas
contradicciones dentro del bloque en el poder que impedían la consolidación de
una hegemonía del capital monopolista. “El proceso de fascistización y el
advenimiento del fascismo corresponden
a una situación de profundización y de exacerbación aguda de las
contradicciones internas entre las clases y fracciones de clase dominantes”
(1970: 71). El fascismo, argumenta así Poulantzas, es una ofensiva de la
burguesía, posterior a una derrota de la clase obrera en el ascenso de la lucha
de clases de la salida de la Primera Guerra y a un período de estabilización de
la relación de fuerzas ya favorable a la burguesía. Durante los procesos
revolucionarios de 1919-20 en Italia y 1918-23 en Alemania, aunque derrotada en
sus metas revolucionarias, la clase obrera había obtenido importantes
conquistas. “Puede decirse así que esas conquistas persistían aún cuando la
relación de las fuerzas sobre la cual estaban fundadas se hallaba ya modificada
a favor de la burguesía. Esto es paradójico sólo en apariencia, salvo si se
considera, lo cual es eminentemente falso, que todo cambio en la relación de
fuerzas va acompañado automáticamente en cierto modo por una reorganización y
redistribución mecánica de las posiciones ocupadas por los adversarios. En lo
que concierne, en particular bajo este aspecto, a la estrategia de la burguesía
respecto de la clase obrera se podría incluso aventurar la proposición
siguiente: cuando semejantes conquistas se arrancan por medio de crisis graves,
la burguesía se dedica en
primer lugar a modificar la relación real de las fuerzas sobre la cual se han fundado esas conquistas,
y sólo después pasa al ataque directo de las
conquistas mismas” (ídem: 158). Todo su análisis del proceso de fascistización
y, más tarde, de las vicisitudes del fascismo una vez que accede al poder de
Estado, descansa sobre la evolución de esta compleja correlación de fuerzas
entre clases y fracciones de clase/26. Evolución que signa,
naturalmente, la forma de Estado y el régimen y que acarrea en consecuencia una
radical reorganización del aparato de Estado –emergencia y consolidación de un
partido fascista de masas como partido único, supresión del sufragio,
predominio de la policía política como rama del aparato represivo dentro del
aparato de Estado en su conjunto, conflictos palaciegos entre camarillas,
ascenso del aparato de propaganda y de la familia, y así sucesivamente.
El segundo análisis relevante de procesos políticos concretos es
el de la crisis de las dictaduras militares de Portugal, Grecia y Españas de
mediados de los 1970/27. En CD, Poulantzas parte del modo de inserción
de las economías en cuestión en el mercado mundial (en términos de una
industrialización dependiente del capital monopolista extranjero, donde
compiten los EEUU con el entonces Mercado Común Europeo) y la estructura de
clases resultante (en particular, la distinción entre la burguesía compradora
tradicional, predominantemente comercial y financiera, completamente
subordinada a ese capital extranjero y principal soporte de las dictaduras, y
la burguesía interior vinculada a ese proceso de industrialización que no alcanza
a ser una burguesía nacional autónoma, capaz de dirigir una proceso de
liberación nacional, pero alberga mayores contradicciones con el curso adoptado
por las dictaduras)/28. Y, a continuación, Poulantzas pasa a la
explicación de la propia crisis de las dictaduras. La clave de esta explicación
radica en la desestabilización de los bloques en el poder involucrados,
producto de la incapacidad de los regímenes dictatoriales de regular los
conflictos entre esas distintas fracciones de la burguesía mediante su
representación orgánica en el aparato de Estado (Poulantzas 1975: 33 y ss.). El
aparato de Estado de las dictaduras, aunque no monolítico, resultaba demasiado
rígido como para canalizar esos conflictos. Dice Poulantzas: “la situación en
su conjunto producía una profundización
de las contradicciones en el
seno mismo del bloque en el poder. De ahí la necesidad de una forma de Estado
que hubiera podido permitir una solución
negociada y permanente mediante
el recurso de una representación
orgánica de las diversas
clases y fracciones de clase del bloque en el poder, es decir, por medio de sus
organizaciones políticas propias” (ídem: 53). Pero esta conflictividad
interburguesa está sobredeterminada por la lucha de clases, aún cuando no
hubiera un ascenso de las luchas sociales de características insurreccionales.
“No hubo entonces un movimiento de masas frontal contra el régimen: lo subrayo
tanto más, y categóricamente, porque si las luchas populares no fueron el factor directo o principal,
ellas fueron (o serán), sin ningún género de duda, el factor determinante. Quiero
decir con eso que los factores que gravitaron directamente en esos
derrocamientos (las contradicciones internas de los regímenes) fueron ellos mismos determinados por las luchas
populares” (ídem: 87-88)/29.
Este es el punto en que el análisis del Estado se vuelve central.
El interesante desafío que enfrenta Poulantzas aquí es el de explicar la manera
en que los conflictos interburgueses y la lucha de clases que los
sobredetermina atraviesan el aparato de Estado de unos regímenes que ‒a diferencia
del nazismo y el fascismo clásicos antes mencionados‒ no gozaban
de bases de apoyo de masas y, por consiguiente, aparecían como un aparato
aislado de la sociedad. Su punto de partida para abordar este desafío es ya
explícitamente su segunda definición del Estado: “en ningún caso, el Estado es
un Sujeto o una Cosa, sino que, por su naturaleza y en igual medida que el
‘capital’, el Estado es una
relación: más precisamente, la condensación de la relación de fuerzas entre
las clases tal como se expresa, de
manera específica, en el seno del Estado. Así como el ‘capital’ contieneya en sí la contradicción capital /
trabajo asalariado, las contradicciones de clase atraviesan siempre, de lado a
lado, el Estado porque este, por su naturaleza de Estado de clase, reproduce en
su seno mismo esas contradicciones” (ídem: 91-92). Y esto vale también, afirma
Poulantzas, a propósito del aparato de Estado en manos de las dictaduras. “Como
para todo Estado burgués, su relación con las clases populares se ha
manifestado por las contradicciones internas que se refieren a diversas medidas
políticas y económicas que hay que tomar respecto de aquellas, es decir, de
modalidades concretas de acumulación de capital. En efecto, las contradicciones
mismas entre las diversas fracciones de la burguesía siempre expresan, en
última instancia, las tácticas y modalidades diferenciales que conciernen a la explotación y
dominación de las masas populares: lo que no es otra cosa que formular, en
términos de clase, el hecho de que las contradicciones de la acumulación
capitalista se deben, finalmente, a la lucha de clases y el hecho de que el
ciclo mismo de reproducción de capital ya contiene, en sí, la contradicción
entre el capital y las clases explotadas. Sismos internos muy graves en el seno
de los diversos aparatos y del personal político dirigente de las dictaduras militares
de los que se podrían dar múltiples ejemplos y que no pueden ser apreciados en
su justa medida si no se percibe, detrás de tal o cual medida o política a
favor de tal o cual fracción del capital, el
espectro de la lucha de las masas populares” (ídem: 92-93)/30.
Poulantzas retoma así su punto de partida: “la lucha de las masas populares,
aún cuando no tome la forma de un levantamiento general y frontal contra los
regímenes, ha tenido siempre, en último término, un papel determinante en su
derrocamiento, porque
interviene, inicialmente, en las contradicciones internas mismas de esos
regímenes, que son las que motivan que se desencadene el proceso de su derrumbe”
(ídem: 96). Y dedica el último capítulo de su libro en su conjunto a un
análisis pormenorizado de las características de esos aparatos de Estado en
manos de las dictaduras, con todas sus contradicciones internas, y de las
modificaciones que estaba introduciendo en ellos el movimiento democratizador.
La distancia respecto del estructuralismo que, entendemos, guardan
estos análisis del ascenso de los regímenes fascistas y de la crisis de las
dictaduras queda ratificada explícitamente en algunos momentos del debate que,
mientras tanto, Poulantzas venía desarrollando con Miliband. Ya en su primera intervención
en dicho debate (su reseña de The
state in capitalist society de
Miliband) insistía legítimamente en la necesidad de contar con una adecuada
teoría del Estado para analizar las relaciones entre las clases dominantes y el
Estado/31. Pero también advertía acerca de la importancia de encarar
análisis concretos del Estado como el realizado por Miliband (“soy tanto más
consciente de la necesidad de análisis concretos, cuanto que he descuidado
relativamente este aspecto de la cuestión en mi propia obra”; 1969: 75) y
aludía en varias ocasiones al caso del fascismo. Esta concesión de Poulantzas
no impediría que Miliband, en su respuesta, después de reconocer que su
investigación “puede que sea insuficientemente ‘teórica’”, objetara que la
investigación de Poulantzas “peca por la tendencia opuesta” (Miliband 1970:
95). La teoría detrás de este “teoricismo” de Poulantzas era el estructuralismo
de Althusser. Y, en este sentido, agregaba Miliband, su concepción “conduce
directamente a una especie de determinismo estructural o más bien a un
superdeterminismo, que hace imposible una consideración verdaderamente realista
de la relación dialéctica entre el Estado y ‘el sistema’” (ídem: 99). La
imposibilidad de distinguir entre distintas formas de Estado concretas era,
según Miliband, una de las consecuencias de esa concepción superdeterminista de
las relaciones entre las clases dominantes y el Estado. En palabras de
Miliband: “se sigue que no existe en realidad ninguna diferencia entre un
Estado dirigido, pongamos por caso, por burgueses constitucionalistas, ya sean
conservadores o socialdemócratas, y uno dirigido, por ejemplo, por fascistas”
(ídem: 100).
Ejemplo paradójico, porque apenas unos meses más tarde Poulantzas
publicaba FD, donde identificaba minuciosamente las características distintivas
del Estado fascista como forma de Estado de excepción. Pero Miliband haría caso
omiso de esto y, en su reseña de la edición en inglés de PPCS, insistiría en
sus cargos de teoricismo y de determinismo o, en sus nuevas palabras, de
“abstraccionismo estructuralista”: “el mundo de las ‘estructuras’ y de los
‘niveles’ que él [Poulantzas] habita tiene tan pocos puntos de contacto con la
realidad histórica o contemporánea que le aparta de toda posibilidad de llegar
a hacer lo que él describe como ‘análisis político de una coyuntura concreta’.
[...] ‘La lucha de clases’ hace su aparición, como es debido, pero en forma de
un ballet de sombras evanescentes, excesivamente formalizado” (Miliband 1973:
110). Pero esta mera insistencia en su crítica inicial al determinismo
estructuralista de PPCS –por entonces ampliamente justificada- ya no rendía
cuenta del hecho –que, en realidad, la reforzaría‒ de que en
sus posteriores análisis del ascenso del fascismo y de otros procesos políticos
concretos Poulantzas ya había relajado ese determinismo estructuralista y
otorgado mayor centralidad a la lucha de clases –y, por consiguiente, había
podido proponer análisis mucho más finos de esos procesos‒/32.
La última intervención de Poulantzas en el debate es muy
reveladora en este sentido. Comenzaba señalando que, para que la discusión no
se estancara, era necesario incorporar en ella los libros que había publicado
después de PPCS, pues ya en FD y más tarde en CD había rectificado sus
posiciones iniciales (Poulantzas 1976c: 155-56). Reconocía, en este sentido, un
teoricismo inicial, derivado precisamente de la rígida concepción
epistemológica althusseriana, que lo había conducido a presentar los análisis
concretos como meros ejemplos de la teoría, a descuidar esos análisis empíricos
y a emplear una jerga innecesaria. Pero el punto que nos interesa remarcar es
que, después de reconocer que no había otorgado suficiente centralidad a la
lucha de clases, redefinía al Estado en los términos ya examinados de sus
últimos escritos. “Me inclino a pensar, en efecto, que no subrayé
suficientemente la primacía de la lucha de clases frente al aparato de Estado.
[...] Aún tomando la separación de lo político y lo económico bajo el
capitalismo, incluso en su fase presente, como punto de partida, el Estado
debería ser contemplado (del mismo modo que lo debería ser el capital, de
acuerdo con Marx) como una relación, o, más precisamente, como la condensación
de una relación de poder entre las clases en conflicto” (1976c: 170).
Y así volvemos a nuestro punto de partida. Pero, ahora, podemos
apreciar la contrapartida de la paradoja que señalamos antes a propósito de la
trayectoria de este concepto de Estado capitalista en Poulantzas. El paulatino
abandono de su marco estructuralista althusseriano, aquí ya muy avanzado, que
arroja su concepto de Estado capitalista en la indeterminación, parece
emancipar al mismo tiempo a los conceptos de menor grado de abstracción de su
teoría del Estado, multiplicando sus potencialidades para el análisis de formas
y metamorfosis concretas de ese Estado desde la perspectiva de la lucha de
clases/33.
Las implicancias políticas del concepto de Estado
La trayectoria del concepto de Estado capitalista en Poulantzas,
como señalara en su momento Jessop (1982: 177), se halla estrechamente
vinculada con la trayectoria de las estrategias políticas que impulsara.
En efecto, el concepto de Estado capitalista determinado por su
posición dentro del modo de producción y su función de cohesión del primer Poulantzas
estaba acompañado por una estrategia política de conquista del poder de Estado
deudora aún de la tradición leninista. Poulantzas se preguntaba en este
sentido: “¿puede el Estado tener una autonomía
tal respecto de las clases
dominantes que pueda realizar el paso al socialismo sin que el aparato de
Estado se rompa por la conquista de un poder de clase por la clase obrera?”
(1968: 353). Y su respuesta era negativa: la unidad del Estado, articulada con
su autonomía relativa, cerraba esa posibilidad. El Estado, decía Poulantzas,
“reviste una autonomía relativa respecto de esas clases [dominantes] en la
medida precisamente en que constituye un poder político unívoco y exclusivo de éstas. Dicho de otra manera,
esa autonomía respecto de las clases políticamente dominantes, inscrita en el
juego institucional del Estado capitalista, no por eso autoriza de ningún modo
una participación efectivade
las clases dominadas en el poder político, o una cesión a esas clases de
‘parcelas’ de poder institucionalizado” (ídem: 377). Desde luego, en la misma
medida en que su althusserianismo tendía a relegar a la lucha de clases, es
decir, en la misma medida en que las prácticas aparecían como meras
reproductoras de las estructuras y los agentes como meros soportes de esas estructuras,
suprimiendo cualquier capacidad de intervención autónoma de la lucha de la
clase trabajadora, esa conquista del poder de Estado aparecía como un
acontecimiento inexplicable. Sólo la intervención del partido de vanguardia
como una suerte de deus ex
machina podía aspirar, aunque
con dudoso éxito, a llenar el vacío dejado por la lucha de clase/34.
Quizás en el carácter aporético de esta propuesta estratégica de
Poulantzas había dejado su impronta la relativa estabilidad del capitalismo
europeo de posguerra previo al nuevo ascenso de la lucha de clases que se
desencadenaría a fines de los sesenta. Quizás la conversión entera del
marxismo, de crítica negativa y revolucionaria de la sociedad capitalista en
ciencia positiva de la reproducción de esa sociedad capitalista, operada por el
estructuralismo althusseriano había encontrado en esa estabilidad su sentido
histórico/35. Pero, en cualquier caso, no son tanto las implicancias del
concepto de Estado de este primer Poulantzas las que nos interesan en estas
páginas, sino las implicancias políticas del concepto de Estado del segundo. Y
en este sentido hay que tener presentes más bien ciertos acontecimientos
políticos que tuvieron lugar durante los setenta, pusieron en entredicho esa
estabilidad relativa del capitalismo europeo de posguerra e influyeron sobre su
posterior propuesta estratégica. Se trata, fundamentalmente, de dos procesos:
el de las mencionadas caídas de las dictaduras vigentes en algunos países
europeos periféricos (la dictadura
de los coroneles de Grecia,
el Estado novo en Portugal y el franquismo en España) y el de las crisis
políticas en los Estados de algunos países europeos más centrales
(particularmente, en Italia y en Francia). Podrían añadirse también algunos
acontecimientos que tuvieron lugar en el ex Bloque del Este (como la Primavera de Praga) o en el
llamado Tercer Mundo (como el gobierno de Allende en Chile), pero Poulantzas
siempre parece haber centrado su atención en esos procesos europeos
occidentales. Y, si tuviéramos que escoger uno, deberíamos centrarnos en el
viraje del Partido Comunista Francés dirigido por Marchais hacia el
eurocomunismo y su firma del Programa Común con el Partido Socialista de
Mitterrand, deriva que a comienzos de la década siguiente culminaría en el ascenso
al poder de este último/36. Pero, en cualquier caso, todos esos procesos
compartían una característica: habían inaugurado, cada uno a su manera,
escenarios en los que fuerzas políticas de izquierda podían acceder, o habían
accedido en los hechos, electoralmente al poder de Estado.
La estrategia que Poulantzas defendería ante estos nuevos
escenarios sería la de la llamada vía
democrática al socialismo. Poulantzas presentó esta estrategia en sus
últimos escritos y, especialmente, en la conclusión política del citado EPS/37, como
una estrategia distinta tanto de la socialdemócrata como de la leninista, pero
argumenta en su favor contrastándola específicamente con la estrategia de doble
poder. En este sentido, según Poulantzas, la más adecuada ya no era una
estrategia que apuntara a la destrucción del Estado a través de la dualización
del poder de Estado, sino una estrategia que combinara la transformación desde
adentro del aparato de Estado mediante “la ampliación y la profundización de
las instituciones de la democracia representativa y de las libertades” con “el
despliegue de las formas de democracia directa de base y el enjambre de focos
autogestionarios” por fuera de ese aparato de Estado (1978: 313-14). Pero
conviene revisar su argumento en la conclusión política EPS paso a paso.
El primer paso de Poulantzas consiste en reducir ese fenómeno del
doble poder a la estrategia política puesta en práctica por los bolcheviques,
bajo la conducción de Lenin, durante la Revolución Rusa de 1917. “Los análisis
y la práctica de Lenin tienen una línea principal: el Estado debe ser destruido
en bloque mediante una lucha frontal en una situación de doble poder y ser
reemplazado-sustituido por el segundo poder, los soviets, poder que no sería ya
un Estado en sentido propio, pues sería ya un Estado en vías de extinción”
(1978: 308). Pero esta reducción es ilegítima. Los propios soviets rusos habían
surgido durante la revolución de 1905, con independencia de cualquier
estrategia bolchevique. Y experiencias parecidas de autoorganización de masas
surgirían a continuación en los procesos revolucionarios que se desencadenarían
a la salida de la guerra en Alemania, Hungría, Italia, sin intervención alguna
de los bolcheviques. Más aún: la emergencia de formas de autoorganización de
masas y la tendencia de estas organizaciones a dualizar el poder del Estado
capitalista signó a todos los procesos revolucionarios registrados desde
entonces hasta nuestros días, desde la Rusia de 1917 y la Alemania de 1918 a la
China de 1925-27, la España de 1936, la Bolivia de 1952, la Cuba de 1958, así
como el Chile de 1973 y el Portugal de 1975, y así como la Chiapas de 1995. La
dualidad de poderes, en síntesis, no es una invención de los bolcheviques sino
una situación resultante del desarrollo de los propios procesos revolucionarios.
El segundo paso de Poulantzas consiste en asociar ese fenómeno del
doble poder soviético con la posterior dictadura del partido de Estado. “Se
quiera o no, la línea principal de Lenin fue originariamente, frente a la
corriente socialdemócrata, a su parlamentarismo y a su pánico al consejismo, la
de una sustitución radical de la llamada democracia formal por la llamada
democracia real, de la democracia representativa por la democracia directa
llamada consejista (en la época no se empleaba todavía el término autogestión).
Lo que me lleva a plantear la verdadera cuestión: ¿no fue más bien esta misma
situación, esta misma línea (sustitución radical de la democracia
representativa por la democracia directa de base) la que constituyó el factor
principal de lo que sucedió en la Unión Soviética, ya en vida de Lenin, y la
que dio lugar al Lenin centralizador y estatista cuya posterioridad conocemos?”
(1978: 309). Una asociación completamente arbitraria, en la medida en que
Poulantzas no explica en ningún momento mediante qué mecanismos la
democratización del poder político a través de la organización soviética habría
conducido a su contrario, es decir, a la monopolización de dicho poder político
por parte del partido de Estado. Así como arbitraria en la medida en que, en
los hechos, la instauración de esa dictadura del partido de Estado en la ex
URSS no requirió sólo la supresión de la democracia burguesa, sino también la
supresión de la propia democracia soviética, por parte de los bolcheviques.
Y en su tercer paso, como respuesta a esa pregunta, Poulantzas
intenta apoyar su estrategia de una vía democrática al socialismo en la crítica
que Rosa Luxemburgo había planteado a la revolución rusa: “lo que Luxemburgo
reprocha a Lenin no es su negligencia o su desprecio por la democracia directa
de base, es exactamente lo contrario: a saber, que se apoye exclusivamente en
esta última (exclusivamente, pues según Rosa la democracia consejista sigue
siendo esencial), eliminando pura y simplemente la democracia representativa,
especialmente en el momento de la disolución de la Asamblea Constituyente
elegida bajo el gobierno bolchevique, en beneficio exclusivo de los soviets”
(1978: 309-10). Ahora bien, en su crítica a la Revolución Rusa, Luxemburgo
(1918) no propuso, propiamente hablando, una estrategia de vía democrática al
socialismo, es decir, una estrategia que combinara parlamento y consejos
obreros, como sí proponían algunos austromarxistas de entonces/38.
Luxemburgo criticó, en cambio, la decisión de los bolcheviques, que se
encontraban en minoría, de disolver la Asamblea Constituyente, porque
interpretó esta decisión como una peligrosa sustitución autoritaria de las
masas por el partido. Una interpretación coherente con las objeciones a la
concepción leninista del partido que ya había planteado quince años antes
(Luxemburgo 1904) y que la historia posterior convalidaría.
Ahora bien, estas objeciones nuestras al argumento de Poulantzas
en favor de una estrategia de vía democrática al socialismo están enlazadas
entre sí e incumben al concepto de Estado. Para advertir esto, dejemos de lado
la crítica de Luxemburgo a la Revolución Rusa, que en definitiva no viene a
cuento, y volvamos sobre las citadas experiencias de convivencia entre
parlamento y consejos auspiciadas por otros socialdemócratas europeos a la
salida de la guerra. Esta convivencia adoptó entonces la forma de una
legalización de los consejos obreros a través de las nuevas constituciones
republicanas y de leyes específicas (las Betriebsrätegesetzen)
sancionadas en Alemania y Austria en 1919-20. El resultado fue, como se sabe,
la degradación de los consejos obreros a meros órganos consultivos encerrados
dentro de las empresas, mientras afuera de las empresas los parlamentos seguían
sancionando sus leyes. “La legalidad -decía el joven Lukács (1919)- mata a los
consejos obreros”. Pero la clave aquí es advertir que lo se dirimió entonces
bajo esta forma específica de una incorporación de los consejos obreros dentro
de la legalidad burguesa fue una problema mucho más general: la inestabilidad
de la dualidad de poderes.
Y así volvemos al comienzo. La emergencia de formas de
autoorganización de masas y la tendencia de estas organizaciones a dualizar el
poder del Estado resultan del desarrollo de los propios procesos
revolucionarios. Esta dualidad de poderes es una situación inestable que tiende
a resolverse en un sentido o en otro, es decir, en el sentido de la
restauración del poder de Estado o de la destrucción del ese poder de Estado. Y
tanto los casos alemán y austríaco (la restauración del poder del Estado
capitalista bajo la forma de una república) como el propio caso ruso (la
instauración de un nuevo poder de Estado por los bolcheviques) muestran que la
restauración del poder de Estado es incompatible, y a muy corto plazo, con el
desarrollo de esas formas de autoorganización de masas. El propio Poulantzas
reconoce que la combinación entre ambos aspectos de su estrategia es
problemática y que puede conducir a “una oposición abierta entre los dos, con
riesgo de eliminación de uno a favor del otro” (1978: 325) -como en el caso de
Portugal. Pero, en la medida en que siga tratándose de una estrategia de
transición hacia el socialismo, su viabilidad descansa sobre el supuesto de que
dicha “oposición abierta” es una posibilidad y no una necesidad/39. El
problema está en que la incompatibilidad entre la restauración del poder de
Estado y el desarrollo de formas de autoorganización de masas está inscripta en
la propia naturaleza del Estado capitalista.
También puede suceder, naturalmente, que las “formas de democracia
directa de base” y los “focos autogestionarios” en cuestión no estén en
condiciones de desafiar el poder del Estado y, en consecuencia, esa “oposición
abierta” no exista -como en el caso de Francia. Esta parece una situación más
acorde con la preocupación de Poulantzas por “los problemas a los cuales una
estrategia de la Unión de la Izquierda se encuentra actualmente confrontada y
que conciernen directamente a las transformaciones radicales de los aparatos
del Estado que socialistas y comunistas deberán poner en marcha en el caso de
su llegada al poder” (1976a: 76). Sin embargo, en este caso, la vía democrática
al socialismo parece quedar devaluada a un curso en el cual unos cuantos
movimientos sociales presionan para que el gobierno, en manos de la Unión de la
Izquierda, cumpla efectivamente con las reformas contempladas en su Programa
Común (véase Jessop 1985: 300 y ss.). Y en este caso, como hubiera dicho la
propia Luxemburgo, ya no estaríamos ante “una vía más tranquila, calma y lenta
hacia el mismo objetivo”, sino ante “un objetivo diferente” (Luxemburgo 1899:
97).
Pero el punto importante aquí radica en que, en cualquier caso, la
definición del Estado a partir del aparato de Estado, como una la relación de
fuerzas entre clases y fracciones de clase materializada en ese aparato, opera
como soporte de esta vía democrática al socialismo. Y el carácter capitalista
del Estado, en esta estrategia, depende en definitiva de qué relaciones de
fuerza entre clases y fracciones de clase se materializan en su aparato/40.
Pero las cosas resultan muy diferentes si el Estado es definido como forma de
una relación social, como corresponde, y no a partir de las relaciones de
fuerzas que se materializan en su aparato. En efecto, si es constitutiva del
Estado capitalista en tanto forma, es decir, modo de existencia de las
relaciones sociales capitalistas, la separación entre lo político y lo
económico derivada de la separación entre los productores y los medios de
producción, la existencia misma del Estado es incompatible con el desarrollo de
formas de autoorganización de masas que tienden a impugnar, precisamente, esa
separación entre lo económico y lo político. No es casual en este sentido que,
así como el carácter capitalista del Estado acaba dependiendo de las relaciones
de fuerza entre clases y fracciones de clase que se materializan en su aparato,
la propia particularización de lo político en el Estado pierde su carácter
específicamente capitalista/41. La dualidad de poderes rechazada por
Poulantzas no es, en definitiva, sino la impugnación de esta particularización
de lo político en el Estado capitalista.
Notas
1/Agradezco a los participantes de la
minuciosa discusión del borrador de este artículo que realizamos en el marco
del Programa de Investigación: Acumulación,
dominación y lucha de clases en la Argentina contemporánea, 1989-2011 de la Universidad Nacional de Quilmes.
2/ Nuestra
propia crítica del concepto de Estado del Poulantzas, aunque aspira a ser una
crítica interna, es deudora precisamente, como quedará en evidencia más
adelante, de la perpectiva derivacionista (sobre esta perspectiva, menos
conocida en nuestro medio que la estructuralista, puede consultarse: Bonnet,
2007).
15/ Poulantzas
advierte en este sentido que, aunque las relaciones de poder sólo pueden
existir materializadas en aparatos, no todas las relaciones de poder son de
clase (p. ej., las de género) y no todas las relaciones de poder de clase son
estatales (p. ej., el despotismo patronal) (1978: 47).
16/ “L’existence
matérielle de l’idéologie dans un appareil et ses pratiques ne possède pas la
même modalité que l’existence matérielle d’un pavé ou d’un fusil. Mais, quitte
à nous faire traiter de néo-aristotélicien (signalons que Marx portait une très
haute estime à Aristote), nous dirons que « la matière se dit en plusieurs sens
» ou plutôt qu’elle existe sous différentes modalités, toutes enracinées en
dernière instance dans la matière « physique »” (Althusser 1976: 118-19) .
17/ Agreguemos,
sin embargo, que, como en otros aspectos de su pensamiento, Althusser volvió
autocríticamente sobre el concepto de materialismo en sus últimos escritos
(véase en particular Althusser 1982).
24/ Sería
interesante, aunque también escapa a los límites de este trabajo, indagar hasta
qué punto esta trayectoria del concepto de Estado de Poulantzas no es sino un
caso más de la trayectoria de tantos otros conceptos de tantos otros
intelectuales que transitaron este pasaje desde el determinismo estructuralista
a la indeterminación postestructuralista que parecía estar transitando
Poulantzas en sus últimos escritos.
25/ También
objeta a Althusser que ignore la función económica del Estado y reduzca el
Estado a sus funciones represiva e ideológica (1970: 358, nota) y que no tenga
en cuenta el aparato económico (idem: 359, nota). Estas críticas son
menos relevantes para nuestra argumentación, pero las mencionamos porque en
todos los casos Poulantzas parece criticar su propio enfoque previo a través de
la crítica a Althusser. Este, por su parte, en el postfacio de su ensayo sobre
los aparatos ideológicos de Estado, ya reconoce el carácter “abstracto” de su
concepción en la medida en que la reproducción se realiza a través de la lucha
de clases y, por consiguiente de ideologías antagónicas (Althusser 1970:
139-41).
26/ Véase
también, complementariamente, el análisis de las relaciones entre el fascismo y
las distintas clases y fracciones de clases de Poulantzas (1976d).
27/ Aquí vamos a
concentrarnos en CD, pero es importante advertir que el interés de Poulantzas
por estas dictaduras y, en particular, por la griega, ya se había expresado en
escritos anteriores. De hecho Poulantzas ingresó en el llamado Partido
Comunista del Interior (el KKE-I), de orientación eurocomunista, cuando se
escindió en 1968, es decir, un año después del golpe de Papadopoulos, y desde
entonces se mantuvo vinculado con las disyuntivas políticas planteadas por la resistencia
a la dictadura (véase 1979b). Y ya en un artículo muy temprano publicado en una
revista griega (Poulantzas 1967c) había indicado las especificidades de la
dictadura militar griega dentro de los regímenes de excepción en los mismos
términos en que lo haría en sus análisis posteriores.
28/ En el primer
ensayo reunido en Les classes
sociales (1974; 36 y ss.)
Poulantzas ya había analizado con mucho más detenimiento las consecuencias de
la internacionalización del capital para la composición de las burguesías
europeas.
30/ El caso del
franquismo plantea algunos problemas dentro del análisis de Poulantzas (quien
ya lo había reconocido: “[e]l caso español, por ejemplo, difiere en la medida
en que se presenta como una forma concreta combinada de fascismo y de dictadura
militar, con predominio de esta última”; 1970: 424). Tanto en el mencionado
caso del fascismo como en este de las dictaduras Poulantzas consideraba que el
ascenso y la caída de los regímenes de excepción son mediados por grandes
crisis institucionales. Esto lo condujo a un pronóstico acertado para los casos
de las dictaduras portuguesa y griega, aunque erróneo para la española. Este
error en sí mismo reviste una importancia menor, pero quizás sea indicador de
algo más importante. En el postfacio a la segunda edición francesa de La crise des dictatures (Poulantzas 1976) reconocía que había
subestimado el apoyo social al franquismo –aunque insiste en su pronóstico de
una transición crítica‒. Y quizás haya un vínculo entre ambos factores, a saber, entre
este apoyo social y la posibilidad de una transición democrática sin crisis
institucional. La experiencia de la caída del pinochetismo parece semejante.
Además el franquismo, más cercano a los regímenes fascistas, se diferencia de
ellos en que no había ascendido al poder una vez que la clase trabajadora ya
había sido derrotada -como señala Poulantzas (1970), con razón, que sucedió en
Alemania e Italia- sino como emergente inmediato de esa derrota. También en
este sentido la experiencia del pinochetismo es semejante. Y también en este
sentido quizás haya un vínculo entre aquel persistente apoyo social y el
proceso revolucionario en el que se alcanzó: el franquismo fue una expresión
más inmediata del bando triunfador.
31/ La
definición del Estado dentro de la teoría en cuestión seguía siendo,
naturalmente, la del primer Poulantzas: “el factor de cohesión de una formación
social y el factor de
reproducción de las condiciones de producción de un sistemaque, por su
parte, determina la dominación de una clase sobre las demás” (1969: 82); “la
instancia que mantiene la cohesión de una formación social y que reproduce las
condiciones de producción de un sistema social mediante el mantenimiento de la
dominación de clase” (ídem: 88).
32/ Por lo
demás, este no es sino uno más de los puntos ciegos del célebre debate entre
Miliband y Poulantzas (véase en este sentido Thwaites Rey 2007a).
33/ Esta
emancipación de sus conceptos de menor grado de abstracción respecto de su
original marco de referencia estructuralista quizás sea la condición de
posibilidad para que su teoría del Estado “se reconcilie con un análisis de la
forma Estado basado en la crítica de la economía política de Marx” (Hirsch y
Kannankulam 2011: 57). Pero este es un problema muy complejo, que no podemos
abordar en estas páginas.
37/ Esta
conclusión ya había sido publicada por separado por la New Left Review(“Towards a democratic
socialism”, enNLR 109,
mayo-junio de 1978) y alrededor de ella Poulantzas había organizado una
discusión política en el seno de la revista, según informa Michel Löwy (2014),
quien había sido asistente de Poulantzas durante años en París 8 – Vincennes.
38/ Véase, por
ejemplo, Adler (1972). En este sentido, existe alguna semejanza entre la
estrategia propuesta por Poulantzas y la propuesta por algunos dirigentes del
ala izquierda del Partido Socialdemócrata Obrero (el SDAP) austríaco a la
salida de la Primera Guerra; sin embargo, inexorablemente, esta última revestía
en aquel escenario de revolución democrática que enfrentaban los socialistas
austríacos y alemanes (y con más razón los rusos) de comienzos de siglo un
carácter muy diferente del que podía revestir en la democracia burguesa
francesa o italiana de los años setenta.
39/ Sobre este
punto, véase la conocida entrevista de Henri Weber a Poulantzas (1977) y la
reseña de EPS de Daniel Bensaid (1979).
40/ Poulantzas
nunca afirma esto con semejante crudeza pero (como señala correctamente Javier
Waiman 2015), Bob Jessop, su discípulo, extrae esta consecuencia de su
definición tardía del Estado: “el carácter de clase del Estado depende de sus
implicancias para las estrategias: no está inscripto como tal en la forma
Estado” (1991: 269; advirtamos que Jessop asimila forma y aparato). “El poder
estatal es la condensación material de un equilibrio variable de fuerzas
políticas y sociales o de fuerzas ligadas al campo político. En otras palabras,
es una relación social que se reproduce en y a través de la interacción entre
la forma institucional del Estado (que le da su materialidad específica) y las
fuerzas cambiantes que dan forma al ejercicio del poder estatal, tanto en el
interior como desde el exterior del aparato de Estado. El Estado presenta
necesariamente un carácter de clase porque sus instituciones, sus capacidades y
sus recursos son más accesibles a ciertas fuerzas políticas y más fáciles de
orientar hacia ciertos fines que hacia otros” (Jessop 2013: 374).
41/ Poulantzas
sólo deja planteado este problema: “es claro que, en la medida en que hablamos
de democracia representativa, la separación relativa entre las esferas pública
y privada aún siga existiendo. Esto nos conduce al problema más complejo de que
la separación relativa del Estado no sea simplemente una cuestión sólo
vinculada con las relaciones de producción capitalistas”
(1979b: 400). Pero aquí también sus discípulos tienen la última palabra: “la
tesis marxista de la ‘extinción del Estado’ reposa sobre la idea de que el
Estado es un instrumento de dominación y que la superación del capitalismo
conducirá a término a la obsolescencia de este instrumento. Si en cambio, como
piensa Poulantzas, el Estado capitalista ha sido en parte formado por luchas
populares, la necesidad de su extinción en la transición hacia el socialismo de
vuelve mucho menos evidente” (Keucheyan 2013: 19).
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Waiman, J., “Itinerarios de la hegemonía gramsciana en las teorías
marxistas del Estado de Nicos Poulantzas y Bob Jessop”, ponencia presentada en
el VIII Congreso de la Asociación Latinoamericana de Ciencia Política (ALACIP),
Lima, 22 al 24 de julio de 2015.
Alberto Bonnet es miembro del Consejo de Redacción de la revista Cuadernos del Sur. Integrante de la Escuela de Economía Política de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires, profesor en la Universidad de Quilmes.
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lectores el texto íntegro del libro “Poder
político y Clases sociales en el Estado Capitalista, de Nicos Poulantzas”,
en formato PDF y constante de 466 páginas
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