Guillermo Rufino Matamoros Romero [1] / Es
bien sabido que Carlos Marx únicamente vio publicado el primer tomo de su obra El Capital, y que los dos tomos
subsecuentes de ésta fueron organizados y editados por su colega Federico
Engels. Es así como el tercer tomo, aquel que requirió un mayor esfuerzo de
edición por parte de Engels, contiene capítulos incompletos, con ideas
parcialmente desarrolladas e incontables notas haciendo alusión a qué es lo que
Engels creyó que quiso decir Marx. No por ello se le tendría que restar
importancia a la lectura de este tomo, por el contrario, muchos de sus
capítulos son sumamente estimulantes y creativos, sobretodo porque
desenmascaran la dinámica de la producción capitalista en su conjunto, como la
suma de sus determinaciones. En consecuencia, es en el tercer tomo donde Marx
se enfrenta cara a cara con el mundo visible, la economía que es observable a la
vista de todos y, en ese sentido, también puede ser enfrentado con las ideas
económicas que se limitan a intentar explicar lo aparente, presentando a la
economía fuera de su contexto histórico, pensamiento que Marx catalogó comovulgar.[2]
Aunado a ello, es el tomo tercero el que completa la teoría
de la distribución del ingreso en Marx, puesto que ahí se desarrollan las
categorías de ganancia, interés y renta del suelo (además del salario, que fue
estudiado como componente del producto en el primer tomo), todos ingresos que
representan transformaciones -difícilmente distinguibles para la sociedad- del valor
del producto. En contraposición al planteamiento marxista, la economía vulgar
únicamente se enfoca en lo que sucede en el mercado para determinar la
repartición del producto. Ésta nos dice que las inexorables leyes de la oferta
y la demanda, que relacionan mercados de factores productivos (tierra, capital
y trabajo), se encargan de que cada factor genere por sí mismo una parte del
producto total que constituye su ingreso. Aquí no hay relaciones sociales
productivas en conflicto sino medios para producir que interaccionan entre sí y
que reciben como ingreso lo que el mercado les permite.
Esta nota tiene por objeto analizar la crítica de Marx a la
teoría de la distribución de la economía vulgar y verificar si puede ser
extensible a la teoría neoclásica de la distribución. En primer lugar, se
exponen los argumentos en contra de la teoría de la distribución de la economía
vulgar emitidos por Marx, principalmente los expuestos en el capítulo XLVIII
del tomo tercero titulado La Fórmula
Trinitaria. En el siguiente apartado se presentan sintéticamente los
elementos más relevantes de la teoría neoclásica de la distribución, y en el
último apartado se realiza un breve análisis sobre cuáles de las críticas
marxistas pueden ser aplicables al enfoque neoclásico. Cabe aclarar que nuestro
objetivo no es equiparar lo que Marx denominó como economía vulgar con la
economía neoclásica, ésta última no fue estudiada por el filósofo, aunque
consideramos que ambas comparten ciertas similitudes que podrían hacer
extensivas, en lo fundamental, las críticas marxistas.
La Fórmula Trinitaria
Como el subtítulo lo dice, El Capital es fundamentalmente una crítica de la economía
política. Marx entendía por economía política clásica el estudio de la
economía, desde William Petty, que investiga la esencia del funcionamiento del
modo de producción capitalista. En otras palabras, aquella que intenta
desmitificar las relaciones económicas aparentes y para ello profundiza en lo
que hay detrás de lo que se produce, se distribuye y se vende, partiendo de la
consideración de la existencia de clases sociales con intereses contrapuestos y
de la influencia de un determinado momento histórico. Sin embargo, a lo largo
de su obra, Marx hace la distinción entre economía política clásica, que él
considera científica, y economía vulgar. Esta última acientífica puesto que
sólo se encarga de darle una explicación a las interrelaciones económicas
aparentes, por lo que estudia a la economía como un escenario desvinculado de
los conflictos e intereses de clase, elimina toda consideración histórica y
plantea al capitalismo como el mejor de los mundos posibles (Marx, 1999: 45).
Partiendo de que la economía vulgar no estudia la esencia de
las cosas sino sólo su forma de manifestarse, tal cual como aparecen frente a
nosotros, Marx deja patentes una serie de argumentos en contra de la concepción
vulgar de la distribución del producto. Antes que nada, Marx señala que las
ideas vulgares acerca de la distribución pueden resumirse a una fórmula
tripartita: tres fuentes de ingreso puestas cada una al lado de su producto;
capital-interés, trabajo-salario y tierra-renta del suelo, puestas así, como si
lo segundo fuera fruto natural de lo primero. En tal sentido, ninguna de las
fuentes hace alusión a algún grupo o clase social, más bien son tres factores
abstraídos de todo contexto social los que entran al proceso productivo y con
ello se hacen acreedores a una porción del producto. Cuestión que Marx
caricaturiza al grado de denominarle Fórmula Trinitaria (refiriéndose a la
Santísima Trinidad) puesto que no es nada claro cómo es que cada fuente de
renta genera una parte del valor producido.
El primer argumento en contra de la fórmula se refiere a que
en ella se ponen como equivalentes tres categorías completamente ajenas en
tiempo y espacio. En primer lugar, el capital, lejos de constituir un factor de
producción homogéneo que pueda ser contabilizado es más bien la relación social
propia del modo de producción capitalista, que toma forma material pero que no
es de suyo material. Del otro lado se encuentra la tierra, elemento común a
todos los sistemas de producción, de carácter natural e inorgánico y que, en el
capitalismo, toma forma de mercancía pero su valor de uso no es la generación
de valor, como sí lo es de la mercancía fuerza de trabajo. El resultado de que
una misma cantidad de trabajo, un mismo valor, arroje distintas cantidades de
producción dependiendo la fertilidad de la tierra significa, de hecho, que cada
unidad de producto contendrá menos valor entre más fértil sea la tierra
trabajada. Por último se coloca al trabajo, también una categoría tan distinta de
las dos anteriores ya que representa la actividad productiva del hombre puesta
fuera de cualquier contexto histórico, es la forma de interacción productiva
del hombre con la naturaleza y, en el capitalismo, se yergue como sinónimo de
valor. Éste es el único capaz de crear valor y, por tanto, no ha de recibir
como retribución su participación en la producción porque si fuera el caso no
habría excedente (Marx, 1959: 755).
En segundo lugar, Marx nos dice que los economistas vulgares
llegaron a La Fórmula Trinitaria
intentando explicar lo que el capitalismo les dejaba ver: que la propiedad de
un determinado capital es recompensada con lo que ese capital pudiera rendir;
que la propiedad de una parcela de tierra recibe una retribución que está en
función de su fertilidad; y que el trabajo implica también la percepción de un
ingreso, con todo ello se hace caso omiso al problema de la creación de valor.
Es la propiedad de un material útil para producir lo que determina la
distribución de lo que se produce. Sin embargo, el capitalismo jamás presentará
el proceso de valorización y apropiación de forma evidente pues está en su
lógica, más avanzada que los sistemas de producción anteriores, el disfrazar
con mayor sutileza[3], las formas de explotación y creación del
excedente. El mercado nos presenta a hombres “libres” que deciden dónde vender
su trabajo -como si fuera un objeto externo a ellos- a cambio de una paga que
va en función de qué tan provechosa sea su labor. Lo que en esencia son hombres
cuyas necesidades históricas de supervivencia y reproducción los obligan a ser
explotados en aras de cumplir con los objetivos de acumulación del capitalismo
(Ibíd.: 759).
“El capital, la propiedad sobre la tierra y el trabajo aparecen ante estos agentes de la producción [terratenientes, capitalistas y obreros] como tres fuentes distintas e independientes de las que como tales brotan tres distintas partes del valor producido anualmente –y, por tanto, del producto en que este valor existe-; de las que, por consiguiente, brotan no solamente las distintas formas de este valor como rentas que corresponden a los distintos factores del proceso social de producción, sino este valor mismo, y con él la sustancia de estas formas de renta.” (Ibíd.: 761)
El tercer argumento crítico se refiere a la atemporalidad
con que los economistas vulgares asumen la Fórmula
Trinitaria. Ellos consideraban que la existencia de tres factores de la
producción: capital, tierra y trabajo, tienen validez sin importar de qué época
se esté hablando. Es más, en el capitalismo, el mejor de los mundos posibles,
es donde se pone al descubierto la economía de mercado en su máximo esplendor,
ya que se han superado las trabas que representaba el derecho natural y
religioso. El capital se identifica con los medios de producción ya sea en su
forma material (maquinaria, insumos, etc.) o dineraria, la tierra se presume como
de un único tipo, se olvida su carácter privado que es característico del
capitalismo y con el trabajo sucede lo mismo, se afirma un solo tipo de trabajo
en todo tiempo y espacio, como si todo el trabajo fuera trabajo asalariado (Ibíd.: 763).
A su vez, Marx explica cómo la forma de manifestación de la
dinámica capitalista tiende a confundir a los teóricos de lo aparente,
haciéndolos creer que tanto el capital como la tierra generan ellos mismos su
propio producto. Si bien menciona que en la esfera de la producción en general
no es nada evidente la creación de valor por el trabajo y la apropiación de una
porción de éste por parte del capitalista en forma de trabajo no remunerado, en
la esfera de la circulación en general resulta aún más intrincado puesto que
aquí es donde interactúa la competencia entre capitales por la obtención de una
mayor ganancia o simplemente para mantenerse en el mercado. La ganancia, cuya
determinación se fija de acuerdo a una tasa de ganancia media, parece
desprenderse de todo vínculo con la cantidad de trabajo no pagado de cada
capitalista. Por el contrario, ocurre que entre más inversiones se realicen y
se sustituya más trabajo por maquinaria, es decir, cuando la composición
orgánica aumenta, la ganancia para el capitalista es mayor. A tal grado llega
el misticismo que la ganancia se manifiesta como una recompensa para el
capitalista que está en función de su destreza y habilidad administrativa. El
interés se fija en torno a la tasa de ganancia y una prima de riesgo, puesto
que para el prestamista la tasa de interés debe ser suficiente para convencerlo
de ceder su capital. La renta de la tierra también se ve como una recompensa
para el terrateniente por prestar lo que por derecho de propiedad le pertenece.
En suma, Marx nos dice que, o bien los economistas vulgares se conforman con lo
que les presenta el mundo de las apariencias o bien son teóricos a modo que se
desgastan por encontrar una forma de justificar la distribución del producto,
supuestamente para limpiarla de cualquier contenido político y antagonismo de
clase (Ibíd.: 766-768).
La distribución en los neoclásicos
Por teoría neoclásica se entiende comúnmente aquella que
tomó algunos de los postulados de los clásicos, como la Ley de Say o la teoría
cuantitativa del dinero, y rechazó otros, como la teoría del valor trabajo o el
estudio clasicista de la economía, además de que incorporó al análisis
económico un instrumental matemático sofisticado, sus fundadores y principales
desarrolladores fueron Stanley Jevons, Carl Menger, Leon Walras, Alfred
Marshall, entre otros. Con los neoclásicos sucede que la economía política deja
de denominarse como tal para ser reconocida simplemente como economía o teoría
económica y con ello reorganiza sus prioridades de investigación: la
distribución del ingreso, el crecimiento económico y los fenómenos económicos a
nivel agregado pasan a segundo (sino es que último) término, para ser
sustituidos por “la elaboración de una
teoría de la asignación de recursos escasos en un sistema económico basado en
la búsqueda individual del bienestar y guiado por los precios que determina el
mercado” (Ibarra, 2015).
Para los neoclásicos, la distribución es un problema que se
resuelve con su teoría de la determinación de los precios puesto que se asume
que los factores productivos, cuyos precios se determinan en sus respectivos
mercados, reciben como remuneración la parte del producto que les corresponde
de acuerdo con su participación relativa en la economía. El modelo básico de la economía neoclásica[4] describe un escenario en el cual hay
dos factores productivos: trabajo y capital, y el nivel de producto se ve
definido por una determinada combinación de ambos. Se supone que en el corto
plazo, el capital es fijo y, en tal sentido, la producción está sujeta a
rendimientos decrecientes cuando se añaden cantidades adicionales del factor
trabajo. Los agentes económicos que detentan los factores productivos son
individuos indiferenciados que ya sea que deciden ser empresarios, poniendo a
trabajar un monto de capital, o ser asalariados, en cuyo caso deciden
contratarse aportando una cantidad de horas de trabajo. En cualquier caso los
individuos se asumen racionales, por lo que independientemente de la actividad
que decidan se querrá maximizar la ganancia o la utilidad (Ibíd.).
El nivel de producto siempre se encontrará en su nivel de
pleno empleo, esto quiere decir que se produce hasta el punto en el que los
empresarios están maximizando su ganancia, que es precisamente donde el salario
real, su costo de producción, se iguala con la productividad marginal del
trabajo, y también los asalariados están maximizando su utilidad, allí donde el
salario real se iguala con la desutilidad marginal de trabajar (el trabajo es
un sacrificio al que hay que someterse para poder obtener las satisfacciones
materiales que proporciona el salario). El producto de pleno empleo implica que
nadie que quiera trabajar al salario real vigente está desempleado y ningún
empresario está buscando contratar. Por todo ello, el nivel de salario se
encuentra determinado por qué tan productivo sea el trabajo y por la
preferencia de los individuos en su conjunto por el trabajo en relación al ocio
(cualquier cosa que no sea trabajar).
A su vez, la parte del producto que corresponde a los
empresarios se presenta en forma de la participación de las ganancias en el
agregado, el factor capital se supone fijo en el corto plazo pero la lógica es
la misma: conforme el acervo de capital sea más alto la ganancia será
decreciente, manteniendo constante la oferta de trabajo, y se dejará de ofertar
capital al nivel en el cual el rendimiento marginal del capital se iguale con
la tasa de interés. Esta última se fija en el mercado de fondos prestables,
aquel en el que confluyen ahorradores y demandantes de capital. Para los
neoclásicos el ahorro no tiene sentido mientras no se reciba una recompensa
(tasa de interés) por posponer el consumo presente puesto que el futuro es
previsible. Mientras que, del otro lado, los demandantes de préstamos comparan
la tasa de interés con los rendimientos del capital pues su motivación está en
por lo menos obtener como empresarios lo que el capital rinde como préstamo. En
última instancia, el mercado de fondos prestables se encarga de equilibrar el
precio del capital o interés con el rendimiento marginal del capital, en función
de las preferencias de los individuos por postergar su consumo, por el lado de
la oferta, y de la escasez relativa de capital, por el lado de la demanda. En
suma, la determinación del precio de los factores productivos, y con ello la
distribución del valor de lo producido, tiene que ver con el grado de escasez
con respecto al otro factor y el nivel de producto de pleno empleo, lo primero
determina las respectivas tasas (de salario real y de ganancia, que se iguala
con el interés) y lo segundo la cantidad absoluta de ingreso que se llevan los
asalariados y los empresarios (Ibíd.).
El modelo neoclásico presupone que las variables reales se
encuentran disociadas de las variables monetarias[5] puesto que el dinero es un simple
medio de cambio, no tiene ningún sentido el atesoramiento pues todos los
agentes tienen plena certidumbre sobre el futuro y sobre sus necesidades de
efectivo. Cualquier variación de la emisión monetaria no ocasionará ningún
efecto en el nivel de producto sino solamente en el nivel de precios. La tasa
de interés es una variable real que tampoco tiene relación con la oferta
monetaria, pues su nivel depende de la productividad marginal del capital. Todo
ello tiene implicaciones muy relevantes en términos de cómo es que los
neoclásicos conciben la distribución: ésta no tiene nada que ver con relaciones
sociales de producción, más bien es un problema de cantidades relativas de los
factores que se vierten en el proceso productivo y que serán retribuidas de
acuerdo con sus respectivas contribuciones en el nivel de producto y en donde
los individuos sólo tienen injerencia en la medida en que definan sus
preferencias.
Una extrapolación de las críticas de Marx
Marx no vivió lo suficiente para observar el desarrollo de
la economía neoclásica y la postura que ésta toma frente al problema de la
distribución del producto, postura que expusimos en el apartado anterior de una
manera muy simple y abreviada, pero que creemos contiene sus principales
premisas, y que deja a un lado la elevada sofisticación matemática en la que
sustentan sus postulados. Sin embargo, consideramos que puede ser un ejercicio
interesante la extrapolación de las críticas de Marx sobre las ideas de la
distribución de la economía vulgar hacia la postura de la economía neoclásica
sobre el mismo tema. Una razón muy simple es la que nos permite decir esto: los
neoclásicos son, en cierto sentido, teóricos de las apariencias en la medida en
que sus formulaciones descansan sobre una teoría del valor subjetiva (el valor
de un producto depende de la utilidad marginal que le brinde a cada quien). Es
decir, la generación de valor es algo que no les interesa, la producción se
resume a una combinación de factores y a un nivel tecnológico, puesto que su
principal interés se halla en la esfera del intercambio.[6]
Ahora bien, repasaremos cada uno de los tres argumentos
críticos de Marx con el objeto de identificar si son aplicables a la teoría
neoclásica. La primera crítica marxista se refiere a que las fuentes de ingreso
(tierra, trabajo y capital) son de una naturaleza muy distinta, tanto que no
pueden ser puestas en un mismo nivel. Al respecto, para los neoclásicos, en su
modelo básico, la cosa se vuelve todavía más simple: sus fuentes de ingreso,
que no son más que dos factores productivos (trabajo y capital) se conciben
casi como iguales, tanto que pueden ser perfectamente substituibles entre si
para producir todo lo que se deseé producir. El dilema del empresario consiste
en detenerse frente a la alacena para determinar la elección de la cantidad de
dos ingredientes: plátanos y leche, a meter en la licuadora, tratando de
obtener el mejor batido posible. La teoría neoclásica, omite cualquier
consideración de la disponibilidad de recursos naturales, la tierra no es un
factor de producción que ponga limitantes a la producción capitalista, pues ni
siquiera entra en la ecuación.[7]
La segunda crítica hace mención a que el proceso de
producción, y por tanto de distribución, es puesto fuera de toda coyuntura que
implique relaciones conflictivas y antagónicas entre grupos sociales. Vemos
cómo la teoría neoclásica es insistente en tratar de eliminar toda relación
social de producción, en su modelo son los factores los que se relacionan entre
sí, los individuos se suponen indiferenciados y capaces de tomar cualquier rol
en la economía (empresarios o asalariados), en función de sus intereses. El
fetichismo de la mercancía llega a su máximo nivel con los neoclásicos pues la
economía se ha de separar de la sociedad para convertirse en una disciplina de
las cantidades; las personas, los productos e incluso las ideas se vuelven
números que pueden colocarse en una misma ecuación. La distribución se ve
completamente justificada puesto que son los precios los que la determinan. Si
los mercados funcionan bien, los precios son los mejores árbitros para
determinar qué es lo más valioso, o bien, lo que mejor merece ser retribuido.
La tercera y última crítica tiene relación con la
atemporalidad histórica de las categorías de la distribución. En otras
palabras, Marx ataca la estrechez del pensamiento vulgar al querer aplicar una
sola idea de la distribución a todo régimen de producción. En este punto, el
modelo neoclásico también es exagerado puesto que su intento por hacer de la
economía una ciencia pura llega al extremo de formular supuestas leyes de
aplicación universal. Perdiéndose completamente en aquel mar de ilusiones
abstractas, los neoclásicos se olvidan de que en última instancia están
tratando con sociedades moldeadas por las circunstancias materiales propias de
un determinado momento histórico.
Conclusiones
La crítica de Marx a la concepción de la distribución del
producto de la economía vulgar, resumida en la Fórmula Trinitaria, también puede ser aplicada a la teoría
neoclásica de la determinación de la distribución. Ello se debe a las
similitudes que existen entre algunas premisas básicas de la economía vulgar
con la teoría neoclásica, con respecto a su visión de la distribución del
producto. Ambas perspectivas dan un lugar “marginal” a este aspecto de la
dinámica económica, la economía vulgar lo hizo por razones políticas ya que,
según Marx, a la clase en ascenso le convenía que hubiera alguna corriente de
pensamiento que justificara la repartición del ingreso (o bien, que escondiera
las relaciones de explotación), así que este enfoque evadía estudiar la
creación de valor, con lo que la distribución se resolvía por una cuestión de
derechos de propiedad. La teoría neoclásica hace lo mismo con respecto a la
distribución pero por razones aparentemente distintas: creando una teoría
subjetiva del valor altamente sofisticada, por medio de la cual la distribución
pasa a segundo término, se vuelve un problema de equilibrios de precios en
mercados de factores. La justificación de su teoría es, según ellos, depurarla
de elementos políticos (relaciones contradictorias entre clases sociales). No
obstante, quitarle a la economía su parte política es como quitarle a una zebra
sus rayas, ésta es todo menos una cebra.
Por si fuera poco, en su supuesto afán de depurar a la
economía de toda consideración socio-política y de dotarla de una cada vez
mayor sofisticación matemática, los neoclásicos asumieron todavía una
concepción más simplista y superficial de la distribución. Alguna vez me dijo
un profesor que la ventaja (o quizá desventaja) de ser economista es que se
adquiere cierta intuición y razonamiento para cualquier problema que sólo ellos
son capaces de observar, un ejemplo puede ser la identificación de que todo en
la vida tiene un costo, nada es gratuito. El costo de la teoría neoclásica por
haber vuelto a la economía una “ciencia” acabó siendo la etiqueta marcada en la
frente con la palabra “vulgar”. “Una cosa por otra”.
Bibliografía
Ibarra, Jorge (2015) Teorías económicas alternativas,
borrador, México: Facultad de Economía, UNAM.
Marx, Carlos (1999/1867) El Capital, I (3ª
ed.), México: Fondo de Cultura Económica.
Marx, Carlos (1959/1894) El Capital, III (2ª
ed.), México: Fondo de Cultura Económica.
Pasinetti, Luigi (2000) “Critique of the neoclassical
theory of growth and distribution”, Banca Nazionale del Lavoro
Quarterly Review, vol. 53 (215), diciembre, pp. 383-431.
Notas
[1] Estudiante de la Maestría en Economía de la UNAM. Agradezco las invaluables sugerencias y comentarios de José Carlos Díaz y Sebastián Hernández. La usual advertencia también aplica.
[2] La definición de vulgar de
Marx es ambigua, el párrafo en el cual él la describe habla por sí mismo:
[La economía vulgar] “…no sabe más que hurgar en las concatenaciones aparentes, cuidándose tan sólo de explicar y hacer gratos los fenómenos más abultados, si se nos permite la frase, y mascando hasta convertirlos en papilla para el uso doméstico de la burguesía los materiales suministrados por la economía científica desde mucho tiempo atrás, y que por lo demás se contenta con sistematizar, pedantizar y proclamar como verdades eternas las ideas banales y engreídas que los agentes del régimen burgués de producción se forman acerca de su mundo, como el mejor de los mundos posibles.” (Marx, 1999: 45)
Así, la discusión de lo que puede o
no entrar en dicha definición está abierta, y la polémica es inherente. Quizá
ese fue el propósito del propio Marx.
[3] La diferencia en el capitalismo es que en él es inherente el fetichismo de la mercancía: aquella forma en que se manifiestan los intercambios entre mercancías como deslindados del trabajo contenido en ellas, como si las mercancías se relacionaran entre sí y para sí. Detrás del mercado y el mecanismo de precios, mediado por el dinero, es que se esconde que el intercambio en realidad relaciona a las personas a través del trabajo (Marx, 1999: 36-47).
[4] Hacemos énfasis en que estamos exponiendo el modelo neoclásico más simplificado, el que se expone generalmente en los cursos de introducción a la economía a nivel licenciatura.
[5] Las variables monetarias son aquellas que se miden a través del dinero (la oferta monetaria, el salario nominal, el producto nominal, etc.) y las variables reales intentan reflejar cantidades físicas, ajustando por precios las variables nominales (el salario real, el producto real, entre otras).
[6] Lo visible, los aparente, es todo aquello que atañe a la esfera de la circulación, al mercado. Decimos que los neoclásicos son teóricos de lo aparente porque su teoría subjetiva del valor, aunque bien estructurada, determina los valores -que para ellos son iguales a los precios- en el mercado, allí donde la valoración que le da cada quien a cada producto es sopesada en el agregado por la oferta y la demanda. Para los neoclásicos no hay generación de valor, éste es subjetivo y está en función de la relativa utilidad y la relativa escasez de las cosas.
[7] En sus primeras formulaciones (segunda mitad del siglo XIX), la función de producción neoclásica contenía los tres factores productivos (tierra, trabajo y capital). Sin embargo, ya en el siglo XX se descartó, para siempre, al factor trabajo, al querer implementarle sencillez matemática y verificación empírica a la función (se adoptó la conocidísima función Cobb-Douglass). Y ello terminó eliminando cualquier intento por introducir la disponibilidad de recursos naturales en la teoría de la determinación del producto y la distribución neoclásica (Pasinetti, 2000: 392).
[3] La diferencia en el capitalismo es que en él es inherente el fetichismo de la mercancía: aquella forma en que se manifiestan los intercambios entre mercancías como deslindados del trabajo contenido en ellas, como si las mercancías se relacionaran entre sí y para sí. Detrás del mercado y el mecanismo de precios, mediado por el dinero, es que se esconde que el intercambio en realidad relaciona a las personas a través del trabajo (Marx, 1999: 36-47).
[4] Hacemos énfasis en que estamos exponiendo el modelo neoclásico más simplificado, el que se expone generalmente en los cursos de introducción a la economía a nivel licenciatura.
[5] Las variables monetarias son aquellas que se miden a través del dinero (la oferta monetaria, el salario nominal, el producto nominal, etc.) y las variables reales intentan reflejar cantidades físicas, ajustando por precios las variables nominales (el salario real, el producto real, entre otras).
[6] Lo visible, los aparente, es todo aquello que atañe a la esfera de la circulación, al mercado. Decimos que los neoclásicos son teóricos de lo aparente porque su teoría subjetiva del valor, aunque bien estructurada, determina los valores -que para ellos son iguales a los precios- en el mercado, allí donde la valoración que le da cada quien a cada producto es sopesada en el agregado por la oferta y la demanda. Para los neoclásicos no hay generación de valor, éste es subjetivo y está en función de la relativa utilidad y la relativa escasez de las cosas.
[7] En sus primeras formulaciones (segunda mitad del siglo XIX), la función de producción neoclásica contenía los tres factores productivos (tierra, trabajo y capital). Sin embargo, ya en el siglo XX se descartó, para siempre, al factor trabajo, al querer implementarle sencillez matemática y verificación empírica a la función (se adoptó la conocidísima función Cobb-Douglass). Y ello terminó eliminando cualquier intento por introducir la disponibilidad de recursos naturales en la teoría de la determinación del producto y la distribución neoclásica (Pasinetti, 2000: 392).
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