26/10/15

Karl Marx y el trabajo asalariado

“V” – la cantidad económica en el capitalismo que constituye la base de la producción, del crecimiento y de la distribución de la riqueza
Karl Marx ✆ R. Holzschnitt
1. La abreviación “v” representa en la crítica de la economía política el capital variable. Es decir, una parte del valor que invierte un capitalista (hoy: un industrial, empleador, inversor, empresario...) en forma de dinero, para que aumente (hoy: para que sea rentable la inversión, para que sea beneficiosa la empresa, para que el balance sea positivo...). Esta parte de la inversión se caracteriza en oposición al capital constante “c” por el hecho de que su cantidad y con ella la cantidad total de la inversión es variable.

Está claro que esta característica, la de aumentar, no es la cualidad de la cantidad del dinero, sino la de la mercancía comprada a cambio de ella; la capacidad de trabajo o fuerza de trabajo que con ella se adquiere, llega a la empresa en forma de un obrero (hoy: empleado/a), y el trabajo que él efectúa usando los medios y objetos del trabajo que representan la “c” resulta en productos; éstos permiten que al venderlos el legítimo propietario gane más dinero de lo que costaban los elementos del proceso productivo. La razón de este crecimiento, universalmente aceptado como finalidad de la economía de libre mercado, reside según Marx en el hecho de que el trabajo genera productos cuyo valor de uso consiste en que se convierten en dinero, o sea en que el trabajo crea valor; y más valor de lo que costó al empleador pagar la fuerza de trabajo.
2. Este efecto de “v” se consigue por un lado pagando la fuerza de trabajo, por el otro lado empleándola de forma correspondiente. Pues la relación entre los costes que representa el salario y el valor creado por el trabajo en forma de productos para la venta proporciona el superávit “p” (plusvalía), que es lo que importa.

Es imposible pasar por alto que la cantidad de salario cedida al obrero, quien vive de ella, de por sí no tiene nada que ver con su trabajo y su rendimiento. Por esto se establece una relación entre el salario pagado y el trabajo efectuado a fin de transformar la fuerza de trabajo en capital variable. El precio del trabajo establece que la fuerza de trabajo sólo se compra a condición de que su empleo resulte en un aumento de capital. El salario remunera el valor de la mercancía fuerza de trabajo a fin de que el asalariado efectúe un trabajo productivo, o sea que produzca plusvalía. Tal “cualidad” del trabajo siempre está basada en la productividad del trabajo, que cambia con el rendimiento del obrero y con los medios de producción empleados, pero se define por la “productividad” del capital, o sea, dicho de forma moderna: según el grado de rentabilidad que tiene el pago del trabajo.

El trabajo se paga, pues, para hacerlo rentable, estableciendo una relación cuantitativa entre los rendimientos del obrero y su remuneración. Esta finalidad del salario en el capitalismo se considera la cosa más normal, y a la vez se niega continuamente. Una vez introducido, el acto “dinero a cambio de rendimiento laboral” se considera un invento sensato para averiguar cuál es la remuneración justa que merece un asalariado.

3. Marx denominó “explotación” a esta subordinación del trabajo a la creación de “p”, y criticaba el aumento del grado de explotación p/v como el medio comercial de los propietarios de capital con el que éstos imponen su derecho a obtener beneficios sobre su fortuna.

Ya en su tiempo esto no dejaba en paz a los amantes del capitalismo, porque querían prohibir este tipo de acusación social. Sus medidas prácticas contra el naciente movimiento obrero iban acompañadas de su rechazo teórico; y los argumentos que entonces se inventaban eran tan modernos que hoy siguen considerándose útiles. Y algunos “malentendidos” de “la doctrina de Marx” hasta se integraron en el movimiento obrero y contribuían bastante a su ruina –lo que en la retrospectiva se estima altamente como su exitosa entrada en la participación activa en el desarrollo (político) del capitalismo–.

a) La “explotación”, que tiene su explicación en la cuota de plusvalía que origina el trabajo asalariado, no es un concepto moral sobre un “salario injusto”. Tampoco una queja de que el pago injusto de los obreros atestigue una falta de los ideales de “libertad e igualdad” en el mundo de la propiedad privada.

b) “Explotación” denota simplemente la relación de producción entre el capital y el trabajo asalariado; los propietarios de capital y de trabajo respectivamente son libres e iguales. Estas condiciones jurídicas tampoco representan valores que esperan ser convertidos en realidad; como definiciones jurídicas de posiciones prácticas dentro del y frente al Estado son muy reales. Como condiciones políticas forman parte de la relación de producción en cuestión, que no se caracteriza por algún tipo de diferencias jurídicas, sino por el antagonismo material de los intereses mutuamente excluyentes de las clases.

c) “Apropiarse de trabajo ajeno no retribuido” es el efectuado objetivo del capital; de esta manera funciona su aumento, y sólo de esta manera. Con esta expresión precisamente Marx tampoco quería propagar una “retribución justa” de la riqueza monetaria; al fin y al cabo insistía en que no es el trabajo lo que se paga, sino la fuerza de trabajo; la forma del salario la consideraba como la manera propia del capitalismo de someter el trabajo al servicio de la plusvalía “p” – y para nada como fundamento para elegir el lema “un salario justo para un trabajo justo”.

d) Pues esto Marx lo tenía bien claro: Si el trabajo se efectúa para crear valor, que constituye en forma de dinero la medida de la riqueza y que garantiza la disposición exclusiva sobre ella; si esta riqueza crece con el esfuerzo y con el tiempo de la labor invertida –o sea, si las fuerzas productivas del trabajo no se emplean para crear cómodamente las cantidades deseadas de valores de uso y tiempo disponible–, entonces trabajar no supone riqueza. Los trabajadores asalariados que junto con sus servicios se calculan como factores dependientes del aumento de capital (hoy: de la economía y su crecimiento) han cedido, además de la decisión sobre la productividad de su trabajo, también la decisión sobre su sustento y la medida de su bienestar al capital que les emplea o no.

e) Finalmente, en cuanto a la indudable intención crítica de la palabra “explotación”, los argumentos más imbéciles se solían y suelen aducir para hacer objeciones a Marx. Frente a que éste constata que los asalariados del capitalismo están reducidos, en medio de la riqueza inmensa creada por ellos mismos, a mantenerse como manos de obra con fuerza de trabajo y ni siquiera son capaces de garantizar esto; frente a su afirmación de que esta situación es consecuencia necesaria de la relación de producción que arruina de esta u otra forma a los representantes humanos de “v”, sigue siendo preciso aducir el juicio moral más bobo: En comparación con otras criaturas de las clases bajas –en tiempos pasados y hoy en otras naciones– no hay razón para quejarse. Que haga falta aducir la miseria como nivel de referencia para que los obreros del capital parezcan bien situados, ya es bastante revelador. Pero es más: La comparación “refuta” a Marx con una prohibición de buscar explicaciones para cuestiones que una vez planteadas en serio conducen a la crítica del “sistema”: el trabajo asalariado, con toda la riqueza que crea, ¿sirve como “medio de subsistencia”? ¿Cómo y por qué (no)? En vez de defender que los seres humanos de hace 200 años y los habitantes de colonias lejanas vivían en la misma miseria como los trabajadores actuales de SEAT, Marx hizo precisamente esto: averiguar las necesidades que imperan en el capitalismo. Para decidir lo que se puede hacer contra la miseria que se hace notar en sus diferentes maneras entre los miembros de la clase trabajadora.

4. Que los trabajadores vayan a una empresa a fin de ganarse un sustento, es una cosa. Otra son las condiciones que afrontan en esta actividad. Pues la relación entre el salario y el esfuerzo ya está fijada antes de que un asalariado pondere cuidadosamente sus deseos y decida cuántos ingresos necesita ganar mediante su “empleo”. El precio del trabajo está definido por el puesto de trabajo: Una cantidad de dinero está asignada al esfuerzo extensivo y/o intensivo (salario por tiempo o por piezas), y este esfuerzo resulta de los cálculos del capital. En este sentido, cualquier puesto de trabajo es una oferta unida a una obligación. En cuanto al dinero está definido cuánto vale la fuerza de trabajo; en cuanto al trabajo está fijado cómo su vendedor se tiene que acreditar como capital variable. No es ningún secreto que los cálculos con la propiedad, que se proporciona el derecho a su aumento, van muy en contra de los intereses de la mano de obra. Mucho esfuerzo a cambio de poco dinero corresponde al “crecimiento”; lo contrario correspondería a las necesidades de quienes trabajan porque quieren vivir (bien) de ello. Bien es verdad que la cantidad del salario pagado tenga la característica del “valor de la mercancía fuerza de trabajo”; la cantidad de dinero que corresponde a “v” tiene que garantizar que se mantenga el individuo trabajador, o sea ponerle en condiciones de comprar los medios de vida necesarios para ello. Esta necesidad comprende un “elemento histórico moral”; tanto las “condiciones naturales” como el “nivel de cultura” de un país definen las costumbres y las exigencias de los obreros cuya satisfacción resulta decisiva para su voluntad y su capacidad de trabajar con regularidad. Pero a la vez, la cantidad de dinero que representa “v” constituye un obstáculo para las necesidades del capital: en los cálculos de la empresa, las mismas necesidades de la vida obrera son costes que según las reglas de la resta menguan el superávit, y que por lo tanto se reducen al mínimo.

5. La “ley del valor”, según la cual el valor de las mercancías es el producto de trabajo abstracto y tiene su medida en el tiempo laboral socialmente necesario, los capitalistas la tienen en mayor aprecio que los catedráticos de la Economía Política. Es que la practican en sus medidas para obtener y aumentar la plusvalía. Según ellos, la razón para estas medidas es la competencia a la que se ven “expuestos” – e implican tácitamente que son ellos quienes compiten con su capital por su aumento. Para que las necesidades de su negocio pasen por la ejecución de una obligación a la que ellos están sometidos.

Las palancas que mueven para este fin resultan con determinación en diversas correcciones en el precio del trabajo que no le sientan nada bien a la fuerza de trabajo.

Para obtener el superávit en la venta de los productos, que se basa en la competencia por los precios de las mercancías, los capitalistas siempre recurren al mismo método: reestructuran el proceso de producción, y lo hacen de una manera que aumente la eficiencia del trabajo. La eficiencia en cuestión es la relación entre los costes y el superávit. Se consigue aprovechando la productividad del trabajo que pertenece al propietario de los medios de producción y que no es asunto alguno del obrero asalariado que se paga por su fuerza de trabajo. Al fin y al cabo, adjudicar esta remuneración a una “cantidad de trabajo” no significa que los trabajadores decidan con un cálculo suyo de esfuerzos y frutos sobre cómo se organiza la empresa – más bien es al revés: En su calidad de “empleados” están sometidos a la organización técnica, a la distribución del trabajo y a la disciplina preexistentes. Pagando la fuerza de trabajo, el capitalista dispone de su uso como de cualquier otra propiedad, y la usa según los imperativos de su cálculo de esfuerzo y fruto. Éste adjudica a la suma de salario un esfuerzo – y este principio no cambia por el hecho de que 150 años después de Marx esta adjudicación se llame “puesto de trabajo”.

Esta forma de pagar la fuerza de trabajo constituye el instrumento adecuado para aumentar la eficiencia del trabajo, que se realiza en dos métodos complementarios para la producción de plusvalía:

a) La plusvalía absoluta parte de una determinada organización del trabajo. En la empresa rige el orden, la cooperación de las funciones parciales de la plantilla igual que la disciplina se dan por sentadas gracias a la supervisión y la rutina, y los salarios de los empleados están adjudicados a sus rendimientos usuales. Las mercancías producidas consiguen un precio en el mercado que hace que retorne el capital invertido con un incremento. La demanda solvente le acredita al propietario del capital que sus mercancías sean representantes de trabajo socialmente necesario, que bajo su régimen se cree valor adicional que le llega en forma del dinero ganado. Entonces cualquier prolongación del tiempo laboral es el medio adecuado para el aumento de la valorización de su capital, porque esta medida acelera la rotación. La sabiduría que en el mundo comercial el tiempo es dinero basta como sustituto del estudio de MARX – esta regla empírica también conduce a que en las empresas capitalistas valga la ley: Hay que prolongar la jornada.

La práctica de esta ley, tradición conservada hasta hoy, ha conducido
— a que varias generaciones obreras se gastaran antes de empezar a vivir del trabajo; los dueños de los medios de producción aprovechaban su derecho a fijar el horario de la plantilla de una manera que el tiempo de vida no bastaba para recuperar la fuerza de trabajo;
— a que el Estado, que con su poder establece y administra como su propio fundamento económico el uso que hace el capital de obreros libres, se viera obligado a su primer gran acto social: Desde entonces existe una jornada normal de trabajo fijada por la ley.
— a que este tiempo laboral normal sea acompañado hasta hoy por una notable cantidad de excepciones; no sólo se ha conservado en una versión bastante anticuada –al parecer, los progresos en la productividad no tenían mucha importancia en este aspecto–; se conocen honorables razones también para horas y turnos extra: las necesidades de la empresa.
La otra razón por la que los obreros permiten que una parte adicional de lo que ya cuenta como “normal” de su tiempo de vida sea convertida en tiempo laboral, también es de sobra conocida: El salario normal para la jornada normal es bastante escaso. Pues pagar la fuerza de trabajo en forma de un precio del trabajo –por hora o por pieza– significa también que lo que se paga de salario se emancipa de la consideración del valor de la fuerza de trabajo. Las necesidades de la vida obrera, la recuperación de sus fuerzas, las necesidades cambiadas con el avance de la producción y su confrontación con las condiciones del mercado – todo esto expresamente no se considera cuando el nivel del salario se fija como dinero a cambio de un esfuerzo realizado. Esta indiferencia ante las necesidades vitales de los obreros se muestra en la competencia de los capitalistas por y con los obreros. Cuando el mercado del trabajo al principio de la era capitalista en cuanto a trabajadores útiles, dotados de habilidades artesanales, proporcionaba una oferta escasa para las manufacturas, la fase previa de la gran industria, los capitalistas competían por los maestros de los oficios correspondientes – mediante el nivel salarial. Estos principios de pagar salarios adecuados al rendimiento, emanantes del espíritu comercial, los aplicaban sin más para las manos de obra disponibles en gran número, que al parecer no empleaban más que sus fuerzas físicas. Una vez diferenciados los sueldos –con los “argumentos” de rendimiento y cualificación perfeccionados más tarde– es un hecho acordado primero de bajar el valor de la fuerza de trabajo y segundo de no pagarlo a la mayoría de los obreros.

b) La plusvalía relativa tiene su origen en que el rendimiento del trabajo se aumenta debido a cambios en la forma en la que se efectúa, sobre todo mediante medios de trabajo que hacen que el trabajo sea más productivo. Este procedimiento también es una “conclusión” – de la competencia en el mercado que la empresa quiere vencer, al proceso de producción que tiene a su mando: “...y la competencia impone a cada capitalista individual las leyes inmanentes de la producción capitalista como leyes imperativas externas.”

La ley en cuestión dice: Hay que trabajar de la forma más productiva posible. Pero no debido a una escasez de productos y a que el trabajo ocupe una parte demasiado grande de la vida, es decir a que sea demasiado pesado. Sino expresamente a fin de que la producción de mercancías para el mercado resulte en un aumento de capital. En este sentido, la mencionada “conclusión” de la competencia a la producción –del mercado que no permite vender las mercancías con beneficio a la productividad laboral– atestigua ante todo una cosa: El precio de las mercancías que no se pueden vender o cuya venta no permite beneficio, incorpora demasiado tiempo laboral. En todo caso, la “sociedad” con su imperdonable criterio que es el dinero, obviamente le demuestra al capitalista que se ha invertido demasiado trabajo en sus productos. Esta falta la remedia mediante una productividad que se acredite como socialmente necesaria creando productos cuya venta resulta rentable aunque se vendan a menor precio que sus predecesores.

Lo expuesto está bien claro; pero lo ignoran quienes entienden y reconocen el mismo fenómeno como una necesidad – la necesidad de “bajar los costes de producción”. Puede que esta idea sirva bien como directriz para los cálculos de empresas capitalistas, que invierten enormen cantidades de dinero para organizar el proceso laboral de una manera que permita que las mercancías producidas proporcionen un superávit de capital; como alternativa a, o incluso como refutación de la explicación de la plusvalía proporcionada por Marx no sirve de nada. Pues bajar los “costes de producción” sólo se logra mediante un inmenso aumento del capital invertido, y lo único que se ahorra son costes salariales, cuya reducción difícilmente se puede liquidar con el aumento de la inversión en instrumentos y máquinas. El resultado intencionado y conseguido concierne una mejora de la mercancía que no tiene nada que ver con sus cualidades útiles: lo que mejora es la relación entre los gastos invertidos y el superávit obtenido cuando se venda.

Esta relación que tanto importa para el negocio se consigue mediante cambios en la producción a los que se hace caso omiso cuando se parafrasean como “bajar los costes de producción”. Al fin y al cabo, “aumentar el superávit” se podría usar con la misma razón como lema del programa, pero al gusto de cierta gente parece no marcar suficientemente la diferencia a la explicación de Marx. La cosa con el trabajo socialmente necesario como fuente y medida del valor, la diferencia entre el valor de la fuerza de trabajo y su producto como causa de la plusvalía – son teorías “indiscutidas” en un sentido muy particular: proposiciones alternativas en cuanto al origen del superávit que crea la economía no surgen porque se omite preguntar por él. En lugar de eso, la economía política moderna no para de presentar testimonios sobre cómo se calcula o hay que calcular a fin de que haya “crecimiento”. Y aparte de ello toma la explicación de la plusvalía como una decisión (totalmente inadecuada para las “leyes naturales de la economía”) sobre quién merece el honor de crear valores... Sin embargo, esto no puede haber sido la intención de Marx cuando determinó las consecuencias necesarias de la plusvalía relativa para el trabajo asalariado:

El sentido capitalista del empleo de la maquinaria destierra al mundo de los sueños la afirmación (correcta, sin duda) de que las máquinas pueden aliviar el trabajo. Partir el trabajo que requiere un producto en simplificados trabajos parciales no conduce a que el trabajo sea más cómodo, sino a que se tenga que efectuar a mayor velocidad. Intensificar el trabajo, lo cual hace más rentable el pago de la mano de obra, deshace el capital de limitaciones relacionadas a las actividades que aún se basan en el manejo hábil de miembros y herramientas. Esta emancipación del capital es el sentido de la intensificación.

Mientras que la carga parcial de los obreros como “apéndices vivos de las máquinas” no sienta para nada bien a sus nervios ni al resto de su constitución física, los sociólogos y otros artistas lamentan que “se vacíe de sentido” el trabajo moderno, lo que resulta en películas con el título “modern times”. Los capitalistas ven la cosa de una manera un poco diferente. Después de que se haya hecho realidad la otra característica del trabajo creador de valores, la de ser trabajo abstracto, o sea “gasto de cerebro humano, de músculo, de nervios, de mano, etc.”, pasan revista al esfuerzo de sus manos de obra; y tienen que constatar que lo que hay que tomar en serio es que la medida de la remuneración es el pago del trabajo. Con esta perspectiva valorizan los puestos de trabajo averiguando minuciosamente qué fuerzas y cualificaciones se emplean, o mejor dicho cuáles no, caso que la productividad se determine por la maquinaria y no por las habilidades individuales. Estas últimas se reducen a esfuerzos que permiten medirse como movimientos simples y esfuerzos parciales y que traen como consecuencia una gran diferenciación de salarios. Con este método de bajar los salarios “técnicamente” las manos de obra son responsabilizadas mediante su remuneración del hecho que el capital sólo exige un empleo escogido de las capacidades de las que disponen. Que esto les proporcione dificultades –su desgaste aumenta con la intensiva carga parcial– en mantenerse como fuerza de trabajo, cuenta entre los fenómenos de los “modern times”.

Está claro que el trabajo corresponde a su deber de procurar la rentabilidad de las inmensas inversiones también en el sentido tradicional: Las “necesidades de la empresa” que la rotación rápida del capital requiere, se presentan con aún más urgencia. Por eso se trabaja tanto como lo exija la necesidad comercial del capitalista. Trabajo en turnos y horas extra –y “flexibilidad” en general– siguen exigiéndose a pesar de todo “desarrollo de la fuerza productiva del trabajo”, y tampoco se reduce la jornada en ningún tipo de relación a este desarrollo.

Lo que se reduce no es la paliza que se dan los obreros empleados en la industria moderna, sino primero el salario en relación con las cantidades de valor que el trabajo mueve y aumenta; y segundo el número de los obreros que gocen de un “empleo” y que puedan ganarse su sustento. Entre los que tienen que vivir del trabajo asalariado, el capital produce un ejército industrial de reserva. No porque sea incompetente o incapaz de “crear puestos de trabajo”, sino porque la manera de como el trabajo asalariado se emplee se determina exclusivamente por el fin de que beneficie su aumento. Desarrolla las fuerzas productivas para aumentar la riqueza en forma de propiedad privada. Marx atribuyó a los desempleados, que son vetados a vender y emplear su fuerza productiva pero que tienen que conservarla de alguna forma, una profesión secundaria: la de avivar en su función de mano de obra dependiente de cualquier céntimo la competencia entre sus iguales por los “puestos del trabajo” y de ampliar la libertad de los capitalistas de bajar el precio del trabajo por debajo del valor de la fuerza de trabajo. Con esta manera de ver la cosa, el teórico de la plusvalía sigue teniendo razón incluso en el siglo XXI: Lo que él consideraba como una necesidad del empleo de capital variable, cuenta hoy como una costumbre que se tiene que conservar: Ante el destino del ejército industrial de reserva, la mano de obra que se usa y se arruina cuenta entre los privilegiados – y a causa de los desempleados, los “empleados” han de dejar de quejarse y de ser exigentes.

6. La doctrina de la plusvalía le permitía a Marx prescindir de una teoría sobre la “meritocracia”. Sus conocimientos de las consecuencias inevitables para la vida que los obreros se esfuerzan en vivir, le ahorraron una teoría sobre “la sociedad del consumo”.

Como riguroso teórico del valor se despidió muy pronto de la doctrina –plausible en la apariencia en aquel entonces, pero equivocada– de que el salario no era más que un mínimo vital. Ya le bastaba con tener que demostrar que buena parte de la clase asignada al trabajo asalariado es reducida al mínimo vital y se estropea. También tenía bien claro que la producción capitalista –precisamente a causa de la plusvalía relativa– también baja el valor de aquellas mercancías que alcanza el consumo del obrero. Así se amplía el alcance de los víveres que se puede permitir un obrero al servicio del capital. En este aspecto anticipó los argumentos modernos que insisten en que hace cien años, los trabajadores no contaban con las bendiciones ni de televisores ni de váters.

Por otra parte, no le pareció convincente que con todo ello hubiera empezado el mero lujo entre quienes viven del trabajo asalariado. Las características de la mercancía fuerza de trabajo, del capital variable, simplemente no proporcionan evidencia para esta convicción. Sólo plantean la pregunta por las razones capitalistas por las que los obreros no salen de azotes y galeras.

a) Que el trabajo sea sometido a las necesidades del capital significa que la fuerza de trabajo se explota sin piedad. El individuo usado como tal se ve obligado, antes de que empiece la vida libre, a recuperar sus fuerzas. Su tiempo y fuerza disponibles por un lado, el dinero ganado por otro están dedicados a la reproducción. Esta interesante actividad forma en su totalidad parte de la vida privada, pero se refiere a todas las necesidades que resultan de los esfuerzos de la vida profesional. Descuidar estas necesidades significa descuidarse a sí mismo y además a su propia utilidad como fuerza de trabajo.

b) Los medios, tiempo y dinero, están limitados. No porque sea así siempre, sino por los esfuerzos que exige y los salarios que concede el capital. La artimaña de apañárselas se requiere ya en el ámbito de las necesidades, antes de que se exija en el ámbito de las actividades libres.

c) Además no es que sólo el esfuerzo productivo al servicio del “empresario” deje sus huellas en la organización del tiempo libre; el trabajador no está librado del capitalismo y sus leyes una vez salido de la empresa. Se ve confrontado con una vida comercial bien organizada que acapara su poder adquisitivo. Se da con los dueños de la propiedad que le quitan gran parte de este poder adquisitivo a cambio del derecho a tener un techo encima. No sólo vive en un piso, sino además en un Estado que exige su tributo justo por administrar la colaboración productiva entre el trabajo asalariado y el capital, y además por servicios públicos de categorías más altas; evidentemente, el Estado también tiene derecho a recurrir a los servicios del trabajo asalariado para sus campañas exteriores (en la actualidad: fuerzas de intervención y otras responsabilidades para el mundo). Y esto sin preguntar si el señor trabajador solicitó los proyectos que según la administración pública necesitan financiarse; ni mucho menos si se los puede permitir. El Estado se aprovecha del elemento histórico moral del salario, cuya definición siempre es competencia nacional.

No es ningún milagro que frente a los elogiadores del bienestar capitalista exista el mismo número de reclamantes que cuentan de cargas económicas y estrés. Unos no paran de declarar su asombro nada benevolente frente a la cantidad de cosas que la gente se permite – aunque sólo son obreros. Otros dan que pensar lo difícil que les resulta a las mismas figuras permitirse y conservar su bienestar. Marx no participaría ni hoy en día en esta discusión sin fin. Pues lo que practican los asalariados en su tiempo libre se limita a una participación muy cuestionable en los deleites que ofrece el capital a cambio de dinero. Por un lado estos deleites son accesibles, hasta a cambio del dinero que en su función de medio de circulación también traspasa el monedero del obrero. Por otro lado el poder adquisitivo del monedero, con las técnicas de endeudarse y de ahorrar inclusive, nunca permite más de lo que admiten las coyunturas del capital y del Estado. Punto tercero: todos los esfuerzos de arreglárselas se hacen imposibles porque las instancias decisivas de la economía del mercado se sirven de salario y rendimientos. Por lo cual –punto cuarto– el “bienestar” sólo existe en forma de un por medio debajo del cual hay una asombrosa cantidad de gente obligada a vivir del salario. Por fin –punto quinto– ni siquiera poseer un coche y una tabla de surf atestigua que la reproducción funciona. En los debates sobre la pobreza, junto a los otros sobre la salud y el medio ambiente, se pone de manifiesto que “la producción capitalista sólo sabe desarrollar la técnica y la combinación del proceso social de producción socavando al mismo tiempo las dos fuentes originales de toda riqueza: la tierra y el hombre.”

7. Que los obreros no trabajen para vivir, sino que al revés organicen toda su vida para aguantar el trabajo y sus consecuencias con respecto a su reproducción – esto lo garantiza el capital con el uso que hace de ellos. El hecho de que dependiendo de la coyuntura haya obreros que no lo aguantan, se considera en las más diversas publicaciones sobre conmovedoras “desventuras individuales”. Que haya desventuras masivas de este tipo con necesidad, no sólo lo sabía Marx, sino también lo ha tomado en consideración el Estado.

A pesar de no haber tenido el gusto de conocer la legislación social moderna, Marx no vio ningún milagro en la vena social del Estado. Pues lo que podía experienciar en cuanto a la legislación laboral y fabril, la restricción de la jornada de trabajo y la proclamación de diversas normas de seguridad e higiene, seguía la misma lógica.

En principio, y esto significa ante todo, cuentan los cálculos básicos, o sea las libertades del capital. La subordinación del trabajo bajo la propiedad privada garantizada por ley, ha sido establecida como fundamento económico de la nación. En segundo lugar, practicar el derecho al trabajo excedente, o sea tratar a la mayoría desprovista de propiedad como capital variable, tiene sus consecuencias, que cuestionan el uso de la fuerza de trabajo porque la hacen inaprovechable. Esto motiva al Estado clasista a consideraciones y actos sociales. En su calidad de Estado social insiste en conservar las bases del negocio. Esto le ha proporcionado buena reputación porque algunas de las medidas simplemente representaban límites al desgaste desconsiderado de los obreros. A base de esta buena reputación se les han ocurrido muchas ideas más a ciertos defensores del capitalismo ascendidos de socialistas a estadistas socialmente activos.

Su compasión de la clase obrera que ni siquiera es capaz de reproducirse se ha convertido en práctica sin hacer daño al capital. El Estado moderno les procura a todos los casos bien previsibles de que obreros estén condenados individual o colectivamente a la inutilidad, una solidaridad obligada por la ley. Enfermedad, invalidez, vejez, ejército de reserva –todos los tipos de depauperación, pues, a la que están sometidos las manos de obra del capital– gozan de la protección de la seguridad social. Las cotizaciones se pagan del salario de la clase obrera o de tributos requeridos de la sociedad, y los “servicios” están sujetos a los cálculos que hace el Estado con su dinero y sus deudas. No es que sea injusto. La máxima autoridad competente trata a los lesionados obreros de manera análoga al capital, que sabe divorciar fundamentalmente el pago de la fuerza de trabajo y las necesidades de los trabajadores mediante la forma del salario. Bajo la tutela estatal, los obreros se mantienen por su capacidad de aumentar el dinero; si cuestan dinero, la cosa pierde su sentido. Y los críticos de “la reducción de los servicios sociales” se ven confrontados con que se insiste en otra ley económica más: “No se puede gastar dinero que no está.”

A quienes les hace ilusión que el Estado clasista se “superó” al ser sustituido por el Estado de bienestar, se les convence un argumento: Que sin el bienestar estatal algún que otro miembro de la comunidad obrera no podría ni subsistir. Lo que se les ocurre con respecto a los que con el bienestar social se clasifican de inútiles suele ser más bien una preocupación por la miseria del Estado que una por la miseria de “la gente”.

8. Otro fruto del Estado social consiste en permitir sindicatos. MARX también reflexionó sobre este intento organizado de proporcionarles su derecho a los asalariados. Tampoco en este caso compartía la lógica de “sin ellos sería peor aún”. Ni siquiera en su comentario más citado sobre la “cuestión de los sindicatos”:
“Los sindicatos sirven bien como centros para reunir la resistencia contra las usurpaciones del capital. Desaciertan su objetivo en parte en cuanto usen su fuerza de manera inoportuna. Fracasan completamente en cuanto se limiten a una guerra de guerrillas contra los efectos del sistema existente, en vez de esforzarse, al mismo tiempo, por cambiarlo, en vez de emplear sus fuerzas organizadas como palanca para la emancipación definitiva de la clase obrera; es decir, para la abolición definitiva del sistema del trabajo asalariado.” (Marx: Salario, precio y ganancia; traducción del alemán)
Seguro que en cuanto a los sindicatos modernos, MARX descartaría lo de servir bien... etc. Sólo queda un uso bastante inoportuno de la fuerza sindical. Consiste en que los sindicatos siempre propagan la ilusión de que las negociaciones para acordar un precio del trabajo son una cosa totalmente diferente: la corrección periódica de los pecados que el capital, el mercado y el Estado (en palabras modernas: la productividad del trabajo y la inflación) cometieron en cuanto al valor de la fuerza de trabajo. Esto no sólo atestigua que no hay nada que los sindicatos modernos estimen más altamente que “un salario justo”; esta organización de los obreros en el capitalismo además pretende que en las negociaciones colectivas se negocia sobre la distribución de la riqueza. ¡Como si bajo el régimen de la propiedad privada, que usa, desgasta y echa a la calle el trabajo asalariado, se pudiera averiguar qué cuotas de la cuenta o cazuela –que ni existe siquiera– corresponden a qué clase social!

En este asunto, el sindicato deduce el derecho a un salario justo única y exclusivamente del balance del éxito del capital. La productividad del trabajo que alega como buena razón para un acuerdo más favorable no es más que la cuota de ganancia del capital. Así queda sellada la base de un salario que sólo se sabe justificado por el superávit del otro bando en las negociaciones colectivas. Y que por lo tanto también queda aceptada la “impotencia” de crear puestos de trabajo y abastecimiento para asalariados siempre que no sea rentable.

Estando así las cosas tampoco extrañará que los sindicatos modernos con su motivo de arreglar la distribución estén capaces de organizar también cosas más importantes. En serio se preocupan por la capacidad de los capitalistas a procurarles un sustento a sus obreros. Y colaboran en gestionar debidamente los negocios –la cogestión y la crítica son lo mismo–, y todo esto en nombre del trabajo asalariado cuya misión de fomentar el “crecimiento” está fuera de dudas. En cuanto a los feos casos de la pobreza difícilmente representable por los sindicatos –el pauperismo pormedio– estas organizaciones tienen en el Estado de bienestar su aliado congenial. Sólo les queda advertirle que demasiados parados forman un peligro para la seguridad de la administración pública.

A través de este programa, los sindicatos sí que se han convertido en “centros” – para nacionalistas. A éstos les da igual el salario, y están dispuestos a sacrificar a la nación también un poco más que sólo el elemento histórico moral del salario.

Lo único fastidioso en este marxismo ortodoxo está en que, aunque cuenta entre las opiniones que no se consideran dignas de tomarlas en serio, no es que esté ajeno a la realidad de la organización de la pobreza útil de los trabajadores asalariados en una nación moderna.

Nota del Editor: La fuente original de este trabajo —que hemos considerado de gran interésno indica su autoría, ni el traductor del alemán al español, y la reproducimos tal cual aparece publicado. En caso de dudas, pueden contactar directamente con la Editorial GegenStandpunkt, Kirchenstr. 88, D-81675 Múnich, Alemania o bien a través del correo electrónico gegenstandpunkt@t-online.de
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