
Fernando Castellá | El año 2008, crisis económica con
epicentro en Estados Unidos mediante, volvió a convertir a Marx en un fenómeno
editorial. Desde entonces comenzaron a aparecer distintos companions para
leer El Capital, como la propia Guía de El Capital, de David Harvey. No
obstante, el destacable objetivo de ayudar y acompañar a diversos públicos en
la lectura de la gran obra de Marx tiene otros antecedentes notables, como el
de David I. Rosenberg, una rara avis de la economía política marxista
soviética, cuya principal obra, Comentarios a los tres tomos de El Capital, editada en 1931, era ya
una rareza bibliográfica en la URSS de los ‘60 [1]. Entre los ríos de tinta, polémicas interminables e
interpretaciones políticas en respuesta a intereses diversos –a veces
antagónicos– que han emergido desde la primera edición de El Capital, desde los debates e
interpretaciones que atravesaron a la generación de marxistas de la II
Internacional, pasando por el revisionismo, y su antagonista –la crítica y
recuperación revolucionaria que encarnaran Lenin y la III Internacional–,
incluyendo a pensadores, filósofos, economistas y políticos de la talla de
Luxemburgo, Rubin, Kautsky, Hilferding, Lukács, Althusser, Mandel o Sartre,
llegando hasta la más reciente actualidad, resulta llamativa la ausencia del
nombre de Rosenberg. Trataremos, en lo que sigue, de aproximarnos al
pensamiento de este teórico olvidado.
Un personaje enigmático
La historia de David Iohelevich Rosenberg es, en principio,
similar a la de muchos marxistas de Europa del Este de principios del siglo XX:
nacido en 1879, en Lituania, murió en 1950, en la URSS. En 1904 se unió al Bund
(el partido de los socialistas judíos de Lituania, Polonia y Rusia, en el
antiguo Imperio ruso) para sumarse al Partido Comunista en 1920. Sufrió
deportaciones, persecución y cárcel, como tantos en su época. Nada parece
sobresalir en su biografía, excepto por el hecho de que fue un destacado
economista teórico extrañamente desconocido tanto en el siglo XX como en la
actualidad, pionero en el estudio del método de investigación que desarrollara
Marx para concebir El Capital.
Rosenberg tuvo acceso a la célebre “Introducción” a los Grundrisse [2], aquella en la que
Marx trabaja por única vez, aunque incluso bajo la forma de un borrador, las
cuestiones de método científico de investigación en economía política, algo así
como su herencia epistemológica.
Rosenberg editó su obra principal, los Comentarios a
los tres tomos de El Capital, en
1931, siendo profesor de la Universidad Estatal de Moscú. Se incorporaría a la
Academia de Ciencias recién en 1939. Se conoce muy poco sobre su vida y, si
bien para la realización de este artículo no encontramos biografías sobre el
autor, todo parece sugerir que su recorrido teórico y político se mantuvo
relativamente al margen de los centros del poder político soviético en años de
estalinismo.
En su trabajo abundan comentarios y citas de Luxemburgo,
Lenin, Plejanov, Bujarin, Renner, Kautsky, Engels, etc. Considerando su
condición de teórico oficial y de docente universitario, en su estudio
sobresale la ausencia de toda apología estalinista, tanto a la figura del
propio Stalin como a la de la URSS en general. Es probable que el camino
alternativo elegido por Rosenberg para estudiar El Capital, priorizando una cierta dosis de honestidad intelectual
y pensamiento crítico propio por sobre la presión del aparato de un partido
cada vez más burocratizado, sea lo que explique que recién se lo reeditara en
1961 en la URSS. Vale traer a cuento una aclaración que, en su propia introducción,
parece reflejar el interés de fondo que animaba al ignoto Rosenberg hacia 1931:
Debemos enorgullecernos de que en la URSS la economía
política marxista se haya convertido en una ciencia oficial, explicada en todos
nuestros centros de estudio; pero, al mismo tiempo, no debemos ocultarnos un
serio peligro que puede sobrevenir en esta situación. Estamos hablando del
peligro de vulgarizar las ideas de El
Capital, al convertirlas en monedas de baja ley que, como es sabido, se
borran y pierden su peso (Comentarios, p. 19).
La puerta de entrada al “laboratorio de Marx”, en la
“Introducción” a los Grundrisse
En sus Comentarios…,
Rosenberg se plantea el objetivo de acompañar a aquel lector que se proponga
hacer un estudio pormenorizado de la obra, “de principio a fin” y
“sistemáticamente”, recomendaciones que no se cansa de remarcar. Esta forma de
estudiar El Capital, razona
Rosenberg, es inseparable de toda posibilidad de comprensión cabal del texto y,
por esa vía, del pensamiento científico de Marx. Por el contrario, todo intento
de abordaje parcializado o “a saltos” conspira contra la propia naturaleza del
texto y su conexión lógica interna. En la introducción, nuestro autor aclara
que no se trata de una exposición, porque para eso ya existe El Capital, sino de una suerte de guía
para no perderse en el desarrollo de las determinaciones que van apareciendo en
la obra, en su concatenación lógica y en su propia necesidad. Esta peculiar
forma de acercarse al pensamiento de Marx es uno de los aspectos más fuertes
del libro: además de la bastante elaborada introducción metodológica, el libro
está compuesto por tres tomos –uno por cada tomo de El Capital–, cada uno de los cuales tiene comentarios y desarrollos
sobre todas las secciones, todos los capítulos y aún, con abundante detalle,
sobre todos los apartados dentro de cada capítulo. El ordenamiento interno está
concebido de manera tal que cada capítulo cuenta con dos introducciones breves
para situar al lector –“orden de la investigación” y “objeto de la
investigación”– y, en la mayoría de los capítulos, también con una conclusión
alusiva al conjunto de los contenidos que se vienen elaborando. Al avanzar
sobre la obra de Rosenberg, da la impresión de estar acompañando al propio Marx
en los fundamentos lógicos y teóricos de su obra, en la razón de ser de su
particular estructuración.
Una doble intención atraviesa, entonces, el trabajo de
Rosenberg: por un lado, darle uso y divulgar el nuevo universo que abre la
“Introducción” a los Grundrisse con
el conjunto de su desarrollo epistemológico; por otro, una búsqueda
explicativa, notablemente pedagógica, con la condición de no salirse nunca del
texto estudiado ni de infringir la máxima marxiana: “En la ciencia no hay
caminos reales, y sólo tendrán esperanzas de acceder a sus cumbres luminosas
aquellos que no teman fatigarse al escalar por senderos escarpados” (El Capital, edición francesa de 1872,
México, Siglo XXI, p. 21).
Apoyado en los elementos de método que la “Introducción” aporta
como novedad, Rosenberg trabaja la relación presente, aunque no explícita, en El Capital, entre lo abstracto y lo
concreto; lo lógico y lo histórico; la inducción y la deducción; y el análisis
y la síntesis. Veamos algunos de los planteos más interesantes.
El método de Marx
Rosenberg parte de considerar que lo específico del
pensamiento dialéctico, del cual se apropia Marx, es la ausencia de toda verdad
abstracta: por el contrario, sostiene que ésta es siempre, necesariamente,
concreta. Armado con esta definición, y haciendo propia la lucha política de
Marx contra la economía política clásica, cuya operación ideológica consistía
en considerar a lo histórico concreto y determinado como algo ahistórico universal
y natural (para el caso, las determinaciones específicas del modo de producción
capitalista), Rosenberg plantea que Marx es quien descubre el carácter histórico de
la economía política, pero no en el sentido tradicional de “ciencia
descriptiva”, sino en el hecho de que su objeto de estudio –toda formación
económica– está históricamente condicionado, por lo que, a su vez, todas las
categorías y leyes que emergen de cada formación también están históricamente
condicionadas. Esta idea central, que apunta a destruir el prejuicio sobre la
dialéctica como una disciplina “mística”, es la que Mandel va a rescatar del
olvido y reivindicar en El Capital,
cien años de controversias en torno a la obra de Karl Marx. Es esta esencia de
la dialéctica marxista la que el idealismo –“kantiano” o “metafísico”, según
Rosenberg–, no puede captar: “Bajo el concepto de lo abstracto, los idealistas
entienden lo apriorístico, pero no proveniente de la experiencia, e identifican
lo concreto con la realidad dada en la experiencia” (p. 51). Esta especificidad
del método de Marx lo vuelve, además, objetivo y no arbitrario.
En lo relativo al método de análisis, Rosenberg toma una
definición de Marx en Teorías sobre
la plusvalía, que explica la diferencia entre el método analítico de
la economía clásica y el dialéctico. Mientras el primero se esforzó, por
ejemplo, por reducir a su unidad interna a las diversas formas externas, de
apariencia independiente entre sí, en que se presenta la riqueza –intereses,
rentas, títulos–, restringiendo a una sola categoría, la de la ganancia, todas
las formas de renta. El segundo, marxista, está interesado no sólo en reducir
las distintas formas fenoménicas a su unidad, sino también, y sobre todo, en
develar la génesis completa de estas formas, es decir, colaborar en la
comprensión del “verdadero proceso de formación y desarrollo de las formas, en
sus diversas fases” (citado por Rosenberg, p. 60). El primer camino se
encuentra con un límite: el origen de la ganancia, en cuanto tal, sigue siendo
un enigma. El segundo, por su parte, avanza sobre lo descubierto, reduciendo
lo reducido –la ganancia– a su fuente única y universal: la plusvalía, el
trabajo excedente.
Finalmente, respecto del también largamente debatido camino
de ascenso de lo abstracto a lo concreto, analizado por Ariane
Díaz, Rosenberg plantea que “el punto
final del análisis es el inicio de la síntesis, con la ayuda de la cual nos
‘elevamos de lo abstracto a lo concreto’”. Con la metáfora del ascenso por
escalones se ilustra el ascenso desde la mercancía con la cual inicia la obra,
mediante cuyo análisis salen a la luz el valor de uso y el valor, y aún el
trabajo abstracto, para comenzar a partir de ahí un proceso de síntesis, o de
reproducción parcial de lo concreto mediante el pensamiento, hasta alcanzar la
forma más desarrollada del valor, la forma de dinero. Momento en el que
comienza nuevamente un procedimiento de análisis, en este caso sometiendo al
dinero; se descomponen sus funciones, para nuevamente “fundir el análisis con
la síntesis” y reproducir intelectualmente la forma de dinero en toda su
concreción. En el “ADN” de El
Capital se encuentra este procedimiento de ascenso, combinando
análisis con síntesis (o reproducción de lo real por el pensamiento), desde las
formas más simples y abstractas, hasta las más concretas.
Rosenberg pone un ejemplo más sobre el “edificio teórico”
que se va conformando, en este caso en relación al tipo de capítulos, y su
vínculo con cada sección. Por caso, el capítulo sobre la jornada de trabajo es
un ejemplo de capítulo histórico-descriptivo concreto; mientras que el capítulo
sobre la producción de plusvalía absoluta representa el segundo tipo de
capítulos, los teórico-abstractos. Si el capítulo sobre la jornada de trabajo
lo consideráramos al margen de la sección de la cual forma parte, “La producción de plusvalía absoluta”,
sólo reflejaría una descripción histórica de la lucha de clases inglesa por la
duración de la jornada de trabajo. En cambio, como eslabón de dicha sección,
representa un momento concreto, una forma concreta de expresarse lo que
abstractamente se había descubierto respecto de la plusvalía absoluta, es
decir, la posibilidad de reproducir lo concreto, descubierto hasta ese momento,
por el camino del pensamiento, y comprenderlo. Lo mismo ocurre con los
capítulos histórico-descriptivos sobre la cooperación, la manufactura y la gran
industria: son formas más concretas de las cuales el pensamiento puede dar
cuenta, en tanto forman parte de la sección sobre la plusvalía relativa, y
suceden a su análisis abstracto. De lo contrario, dichos capítulos
representarían una mera descripción técnica-organizativa del proceso material
de trabajo.
Acerca del profuso debate en torno a la naturaleza lógica o
histórica de El Capital,
Rosenberg lo zanja acudiendo al ejemplo El
Capital comercial, aquel que surge, históricamente, antes que El Capital industrial, aunque “dentro
del sistema capitalista el papel decisivo lo desempeña éste y no aquél”,
situación que nos lleva a concluir que “teóricamente, El Capital comercial, el cual depende del industrial, debe ser
deducido de éste, como hace Marx, y no al revés”. Esta peculiar distribución de
las categorías, considera Rosenberg, donde a veces el proceso histórico
coincide con el despliegue lógico de El
Capital y a veces no, no representa una ruptura entre ambos órdenes
del pensamiento, sino que, por el contrario, permite comprender científicamente
el proceso histórico y, por ello, representarlo teóricamente.
Una prudente distancia contra la vulgarización estalinista
En una época en la que la propaganda estalinista ya se había
apoderado plenamente del aparato estatal, con la supuesta realización del
paraíso socialista en sus “nueve décimas partes”, según la fórmula de Stalin,
resulta destacable un apartado del libro de Rosenberg en el que explícitamente
se enfrenta con una corriente que, al interior de la URSS y representada por
Bujarin, bregaba por la futura desaparición de la economía política como
ciencia –y no sólo de la economía política–, en tanto a ésta le correspondería
solamente el estudio del capitalismo, motivo por el cual su razón de ser en una
economía socialista “tendiente al comunismo puro” se volvería superflua.
Rosenberg, apoyado en Lenin y en el Anti-Dühring de
Engels, defiende la tesis de que la economía política es la ciencia que estudia
las “condiciones y formas bajo las que se produce y cambian lo producido las
diversas sociedades humanas y bajo las cuales, por lo tanto, se distribuyen los
productos en cada caso concreto” (citado por Rosenberg, p. 33), es decir, una
economía política en sentido amplio, que “todavía está por crearse”, y que
necesita seguir desarrollándose, dirá, en esta etapa de lucha entre dos
sistemas, el capitalista y el socialista, y aún en la sociedad comunista.
El caso de Rosenberg parece ser el de un teórico que quedó
“a mitad de camino”: como intentamos demostrar en este artículo –un primer
análisis de su obra– realizó un estudio pormenorizado, preciso y de
características notablemente pedagógicas sobre El Capital, sin hacer mayores menciones a la situación política
concreta que atravesaba la URSS entonces. Sin ir más lejos, tres años antes de
la edición de sus Comentarios…, en 1928 Ostrovitianov y Lapidus editaron La
economía política y su relación con la teoría de la economía soviética y Economía
política, los libros que serían la base sobre la cual redactarían, junto a
otros, el apologético y acrítico Manual de economía política de la Academia de
Ciencias de la URSS, en 1951. Más allá de estas virtudes, también hay que
señalar que a diferencia de Isaak Rubin, quien terminó su vida en Siberia y
ejecutado, lo mismo que Evgeni Pashukanis [3], David Rosenberg concluyó
sus días como un burócrata de la Academia de Ciencias, sin producir nada
significativo hasta su muerte.
Es imposible pensar la historia de manera contrafáctica e
imaginar qué recorrido podría haber seguido la economía política soviética como
ciencia, alternativo al límite torpe que impuso el Manual. Lo que sí es posible
considerar, por la negativa, es el evidente freno al desarrollo que constituye
la burocratización y degeneración de un estado obrero: la economía política,
como disciplina científica, al igual que el resto de las ciencias, vio abortado
su potencial en la URSS a medida que se fue profundizando la degeneración
estalinista. Por otro lado y como contracara de esto, lo que resulta evidente
es que El Capital de Karl
Marx continúa siendo una construcción intelectual que, por un lado, se
trascendió a sí misma y, por otro, ha abierto caminos que aún, más que entonces,
necesitan ser transitados.
Notas
[1] En este artículo trabajamos sobre la edición cubana
de 1979 a cargo de Ernesto Chávez Álvarez y traducido por Julio Travieso
Serrano. Hasta donde pudimos averiguar, no existen otras traducciones de la
obra. Serrano introdujo el texto de Rosenberg en la Facultad de Economía de la
UNAM, donde tuvo circulación, y fue reeditado.
[2] Los Elementos
fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse) tuvieron
una suerte editorial dispar. Hasta 1939, cuando el Instituto Marx-Engels-Lenin
los edita por primera vez en Moscú, solo había circulado la “Introducción”, editada
por Karl Kautsky en 1903 en la Die Neue Zeit (Los nuevos tiempos).
Rosenberg trabaja sobre dicha introducción y la aprovecha para elaborar uno de
los primeros estudios metodológicos sobre El Capital. Para un estudio pormenorizado sobre la intrincada
historia de los Grundrisse, ver “Difusión
y recepción de los Grundrisse en
el mundo”, de Marcello Musto.
[3] Rubin y Pashukanis, dos de los principales
intelectuales de la vieja guardia, economista y jurista respectivamente,
terminaron ejecutados por las purgas estalinistas.
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