11/9/15

Marx: retornos y herencias | Sobre la ‘Antología de Karl Marx’ de Horacio Tarcus

Letizia Valeiras   |   Hace dos meses, Horacio Tarcus, a cargo de la Biblioteca del Pensamiento Socialista de la editorial Siglo XXI, publicó una Antología de Karl Marx, con una selección de textos y una introducción realizada por él. La compilación está compuesta por 12 textos de Marx, entre los que incluye la Introducción para la Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel, el Manifiesto del Partido Comunista, El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, los capítulos sobre “La mercancía” y “La llamada acumulación originaria” de El CapitalLa Guerra Civil en Francia y El porvenir de la comuna rural rusa.

Horacio Tarcus señala en su introducción la actualidad que mantiene la obra de Marx, como fundamento de la publicación de la Antología, que se suma a reediciones varias de El Capital y el Manifiesto Comunista [1], al éxito del libro de Thomas Piketty, El capital en el siglo XXI. A eso hay que agregarle una serie de investigaciones, estudios y publicaciones que se multiplicaron en los últimos años como “respuesta” a la crisis financiera mundial de 2008 y a la reemergencia de procesos de lucha de diversos sectores populares en Europa y EE. UU., y cierta vuelta a la escena del movimiento obrero en varios puntos del globo con fuerte peso en América Latina.

En este contexto, Tarcus nos propone pensar hoy un Marx “sin ismos”, retomando la idea de Fernández Buey [2]:
El desprestigio de esos ‘ismos’ nacidos en el siglo pasado, la desaparición de los centros de codificación y edición del ‘marxismo’ (Moscú o Pekín) (…) con sus líderes infalibles y sus Estados guía, arrastraron en un primer momento a Marx y su obra. Sin embargo, Marx volvió a emerger de entre los escombros del Muro de Berlín (…) un Marx más secularizado, menos sujetado a las experiencias políticas y los sistemas ideológicos del siglo XX [3].
Sin duda, si los “ismos” se reducen a las codificaciones estalinistas, definitivamente hay que abandonarlas. Pero hay otros “ismos” –luxemburguismo, consejismo, gramscismo, y especialmente trotskismos–, que son lecturas teóricas y apuestas político-estratégicas prácticas que hay que considerar con cuidado. Se trata entonces, de discutir qué significa leer a Marx en el siglo XXI y qué diferentes lecturas existen.
Dime cómo lees a Marx y te diré quién eres
La Introducción, que sintetiza un recorrido por la obra de Marx con el objetivo de hacerla accesible a sus nuevos lectores, no evita una lectura propia de las ideas de Marx: demarcarse unilateralmente del peso de los muertos que –parafraseando a Marx– aún oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos, sin rescatar del “mundo de los muertos” a ninguno de los grandes continuadores del marxismo en el siglo XX, como Rosa Luxemburgo, Gramsci, Lenin o Trotsky. Agrupar dentro de los “ismos” a todo el legado revolucionario anterior, sumado a algunas interpretaciones propias sobre las conclusiones de Marx, hacen al “modo de uso” particular de Marx que Tarcus propone condicionado por su propia visión pesimista de las derrotas del siglo pasado, visión que lo llevó a alejarse -ya hace tiempo- de cualquier perspectiva de cambio social, y a bloquear aspectos significativos del legado del viejo revolucionario.

Al presentar la Contribución a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel, Tarcus se detiene en varias definiciones, que van a ir moldeando la lectura de su Marx:
Algunos autores, como André Gorz, han señalado que Marx concibió su teoría de la revolución en el universo del “comunismo filosófico”, de modo que el proletariado de la Crítica de la filosofía del derecho de Hegel es “filosófico” antes que un histórico. (…) Según el autor de Adiós al proletariado, esta asignación del carácter esencialmente revolucionario del proletariado reside en la base de las derivas vanguardistas, voluntaristas y sustituistas del marxismo contemporáneo (p. 20).
Aunque Marx no había llegado aún al núcleo fundamental de su materialismo histórico, no deja de ser una reducción considerar al encuentro de Marx con la clase obrera como sujeto “de la emancipación alemana”, sólo como un sujeto filosófico. Más aún, esta interpretación se ve desmentida por su trayectoria posterior en la que confluye en cada ocasión posible con el movimiento obrero real y su organización política [4], como muestran, por ejemplo, su encuentro en París con las sociedades secretas de obreros franceses y alemanes (continuidad de su relación con el ala izquierda del cartismo inglés) y su relación con Wilhelm Weitling, Étienne Cabet y Georg Eccarius. Es ese movimiento real el que le permite asegurar en la Introducción a filosofía del derecho, que “el proletariado comienza ya a encontrarse en lucha con la burguesía” [5]. El pasaje de Marx al comunismo tiene que ver justamente con este encuentro, como señala Michael Löwy, “esta concepción fue el producto no de una unión entre el ‘socialismo y el movimiento obrero’ sino de una síntesis dialéctica que tuvo como punto de partida las diversas experiencias del movimiento obrero mismo” [6]. Es sintomático que Tarcus recurra para justificar su visión, nada más y nada menos que a quien escribió Adiós al proletariado, leyendo los cambios del sistema capitalista luego de la caída del muro de Berlín únicamente en clave de derrota y adaptándose a las tesis del fin del trabajo. Una extraña manera de reponer el retorno actual de Marx.

Para completar su razonamiento, y en clara alusión al final de la cita de Gorz, unos párrafos más adelante va a mencionar, a modo de crítica, a uno de los representantes más importantes del marxismo del siglo XX: Lenin sería uno de los que interpretaron en clave voluntarista a Marx con una teoría de la exterioridad de la conciencia para construir el partido revolucionario, que queda estancada en el dualismo pasivo/activo que luego Marx cambia por su formulación de la teoría de la praxis. No resulta desinteresado circunscribirse al ¿Qué hacer? de 1902, sin hacer alusión al contexto en que Lenin escribe ese texto (dispersión de las células marxistas en Rusia, aislamiento, lucha contra el economicismo, necesidad de darle centralidad al movimiento), sin mencionar que ya desde 1905 profundiza su concepción de partido incorporando el rol de la experiencia de las masas en la toma de conciencia como un elemento decisivo. Tarcus también omite que en el propio ¿Qué hacer? ya existe la idea de “tribunos del pueblo”, como expresión de la necesidad de que el partido revolucionario tome como propios todos los abusos que sufren los sectores oprimidos, en función de que la clase obrera conquiste la hegemonía.
¿Marx contra la insurrección?
En el apartado de la Introducción en la que presenta La guerra civil en Francia, Tarcus nos muestra un Marx más bien conservador, pacifista, que insiste en poner reparos contra la insurrección de la Comuna de París. Vuelve, también en este punto, al recurso de introducir nuevamente a Lenin y a los bolcheviques como los responsables de la exaltación de la Comuna, con el objetivo de construir una continuidad con los soviets rusos [7]:
Sin embargo, desde el lugar de autoridad político-intelectual que había conquistado en el Consejo General de Londres, Marx aconsejó prudencia a las secciones francesas de la Internacional (…) Pero no todos los dirigentes políticos franceses participaban del realismo de Marx (…) A esta vertiente insurreccionalista a ultranza se sumarían muy pronto los bakuninistas… (pp. 43-44).
Y más adelante:
Por otra parte, si bien había desaprobado la oportunidad de la estrategia insurreccional que impulsaron los neojacobinos, blanquistas y bakuninistas, una vez que la Comuna fue proclamada, la sostuvo y desplegó una intensa campaña de solidaridad en su favor (p. 46).
Los reparos de Marx respecto de la insurrección en París son puestos, en el texto de Tarcus, como reparos a la estrategia insurreccional en sí misma, lo que constituye una amalgama de difícil sostén empírico. El análisis de Marx en El 18 Brumario de Luis Bonaparte, sus conclusiones de las revoluciones y contrarrevoluciones del ’48-’51 e incluso, su participación en Revolución y contrarrevolución en Alemania, escrito por Engels en 1852, pero con la colaboración de Marx, quien pone la firma junto a su amigo en la primer edición, son todos textos que expresan el análisis de la insurrección como arte y establecen una serie de reglas o condiciones necesarias para preparar su triunfo. Justamente este conocimiento y estudio de la insurrección es lo que lleva a Marx a presentar reparos en cuanto al momento y la forma táctica de preparar la insurrección en París durante la guerra franco-prusiana, a los peligros que podía implicar una insurrección prematura, pero nunca a oponerse a la insurrección como estrategia, ni mucho menos rehusar una batalla cuando era inevitable:
Si te fijas en el último capítulo de mi Dieciocho Brumario, verás que expongo como próxima tentativa de la revolución francesa no hacer pasar de unas manos a otras la máquina burocrático-militar, como venía   sucediendo hasta ahora, sino demolerla, y ésta es justamente la condición previa de toda verdadera revolución popular en el continente. En esto, precisamente, consiste la tentativa de nuestros heroicos camaradas de París. ¡Qué flexibilidad, qué iniciativa histórica y qué capacidad de sacrificio tienen estos parisienses! (…) ¡La historia no conocía hasta ahora semejante ejemplo de heroísmo! (…) De cualquier manera, la insurrección de París, incluso en el caso de ser aplastada por los lobos, los cerdos y los viles perros de la vieja sociedad, constituye la proeza más heroica de nuestro partido desde la época de la insurrección de junio [8].
Teleología o revolución
Tarcus cierra su Introducción con otra “comuna”, aludiendo a lo que sería un “Marx tardío” opuesto al Marx “evolucionista” del período anterior: El porvenir de la comuna rural rusa daría cuenta de una visión del materialismo histórico más “abierta, multilineal y multitemporal” (p. 56), que favoreció un “diálogo más productivo entre la teoría de Marx y los estudios sobre las relaciones comunitarias de producción campesina en América Latina” (p. 56) en la actualidad, y que relaciona con lo que escribe Álvaro García Linera. Agrega que los escritos sobre el tema entre 1877 y 1881 devuelven la imagen de un Marx “no marxista”. Pero la identificación del materialismo histórico de Marx como una teleología histórica corre por cuenta de Tarcus: en La Sagrada familia y en La ideología alemana (que por cierto no forman parte de la selección) ya hay una concepción “abierta” de la historia [ver en Ñángara Marx el trabajo de Emmanuel Barot, “Clase, nación y raza”]. Sin embargo Marx no podía ver que las posibilidades del desarrollo de la comuna rural buscando evitar que Rusia atraviese el calvario capitalista, tenían como precondición una revolución social que no se cumple. Tarcus escamotea argumentos y no menciona que en Rusia el capitalismo no se desarrolla de forma orgánica, sino que se inserta de la mano del capital extranjero, obligándola a “avanzar a saltos”, forjando así un proletariado joven y concentrado, mucho más fuerte en términos relativos, que la burguesía local, que fue una de las condiciones más importantes para el triunfo de la revolución. La otra, fue la existencia del partido bolchevique creado por el “cuestionado” Lenin.

Opuesto al Marx “no marxista”, que parece ser la construcción deseada por el propio Tarcus, lo que se vislumbra en Marx es la “intuición” del desarrollo desigual (y combinado), producto de la extensión -todavía incipiente- de una economía mundial capitalista, que le permite plantear la posibilidad de un “salto de etapa” en el que la comuna rusa jugara un rol en evitar que Rusia atravesara la etapa capitalista. Esta dialéctica entre las contradicciones de una formación burguesa atrasada y el desarrollo de un capitalismo mundial, es la que le permite a Trotsky plantear la tesis del desarrollo desigual y combinado, a partir de la cual desplegó su teoría de la revolución permanente, que Alain Brossat define como una ampliación dialéctica de la teoría de Marx y Engels [9].

Vale mencionar, ligado a esto, la ausencia de algunos escritos importantes, que hace también a la construcción de un Marx determinado, y lo aleja del núcleo interno de su propia obra; uno en particular, muestra también un Marx no mecanicista que, como demuestra Bensaïd [10] ,no sostenía ninguna filosofía de la historia: el Mensaje del Comité Central a la Liga de los Comunistas expresa las conclusiones del período 48-51 de forma global y define por primera vez larevolución permanente que, no sin modificaciones, retomaría luego Trotsky al calor de los primeros levantamientos en Rusia a principios del siglo XX. Para Löwy, concentrando las ideas de independencia política y armamento del proletariado, construcción de su propio partido y puesta en pie de consejos obreros, “sin duda alguna, el Mensaje es una predicción genial de las revoluciones socialistas del siglo XX, comenzando con la de 1917, y está en contradicción flagrante con el mito arraigado según el cual Marx jamás había previsto una revolución proletaria en un país capitalista atrasado y semifeudal” [11].
A modo de conclusión
Leer a Marx en el siglo XXI es una tarea que no puede realizarse sin considerar las lecturas de todo un siglo que transcurrió en el medio, repleto de revoluciones y contrarrevoluciones y con la clase obrera en el centro. Para derribar los íconos burocráticos del stalinismo hay que reconstruir las continuidades y rupturas de Marx y sus “ismos” [12]. Tarcus en su Introducción hace una lectura particular del revolucionario alemán, que pusimos en discusión a lo largo de este artículo. Desde el propio Trotsky, mal que le pese a Tarcus, puede explicarse incluso el límite de su lectura de Marx, cuando le responde a quienes pretendían identificar al marxismo de los bolcheviques con el stalinismo y proponían “volver a Marx”:

¿Cómo hemos de pasar de nuestros clásicos (Marx murió en 1883, Engels en 1895) a las tareas de nuestro tiempo, salteando varias décadas de luchas teóricas y políticas, incluido el bolchevismo y la Revolución de Octubre? Ninguno de los que propone renunciar al bolchevismo como tendencia histórica “en bancarrota” ha señalado otro camino [13].

Parece que aunque Tarcus niegue el trotskismo, el trotskismo lo explica a él. El escamoteo de argumentos, la omisión de hechos históricos que no nos cabe duda que Tarcus conoce y la interpretación de posiciones sin brindar al lector los elementos necesarios para completar el cuadro de cada situación, se suman al cuestionamiento a Lenin en más de una ocasión y a la omisión a Trotsky, y a cualquier marxista del siglo XX. Este desdén por los principales dirigentes del Partido Bolchevique, parte de la única revolución obrera triunfante de la historia, que permitió pensar al comunismo –que no olvidemos era el objetivo político de la obra y la práctica de Marx ya en el siglo XIX– a la luz de nuevos interrogantes planteados por el movimiento real, contrasta con la extensión de las citas y el reconocimiento de intelectuales como Gorz, Furet o García Linera.

Apropiarse de “la memoria y la herencia de un cierto Marx” [14] para pensar el porvenir, mostrando a Marx solamente como “un autor capaz de desafiar los sistemas filosóficos de su tiempo, postular un nuevo lenguaje para la política, abordar el ensayo histórico-político y al mismo tiempo someter a crítica radical una ciencia emergente, la economía política” (p. 9), implica retroceder de quienes, como Daniel Bensaïd, nos acercaron a Marx como a “un pensador estratégico de la acción política” [15]. El retorno a un Marx como el que muestra Tarcus, limitado a ser un crítico del capitalismo, opuesto a la insurrección, alejado de la organización real del movimiento obrero y de la construcción política, no es más que un Marx inofensivo, con una herencia incompleta.

Notas
[1] Entre ellas el trabajo que hicimos desde el Instituto del Pensamiento Socialista Karl Marx, con la publicación de una traducción propia del Manifiesto del Partido Comunista junto a algunos textos complementarios de Engels y Trotsky y a la producción de la miniserie Marx ha vuelto, que fue un éxito en las redes sociales y se utilizó como material complementario en una serie de cursos que realizamos desde el PTS en todo el país sobre el Manifiesto Comunista, que también tomaron muchos docentes universitarios y secundarios como material para sus materias.
[2] Fernández Buey, Francisco, Marx (sin ismos), Barcelona, El viejo Topo, 1998.
[3] Tarcus, Horacio, Introducción a Marx, Karl, Antología, Bs. As., Siglo XXI, 2015, p. 7. Todas las citas de Tarcus pertenecen a la misma edición.
[4] Marx fue un destacado organizador político, cuestión que raras veces se menciona en el análisis de su vida y su obra. Ver la reseña a la biografía de Franz Mehring.
[5] Marx, Karl, Contribución a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel, Introducción, en Antología, Buenos Aires, Siglo XXI, 2015, p. 104.
[6] Löwy, Michael, La teoría de la revolución en el joven Marx, México DF, Siglo XXI, 1979.
[7] Tarcus cierra el capítulo citando al historiador reaccionario François Furet: “…ningún acontecimiento de nuestra historia moderna, y acaso de toda nuestra historia, ha sido objeto de tan excesiva inversión de interés en relación con su brevedad”. Y agrega: “Para el historiador liberal francés, la inflación de memoria sobre la Comuna sólo podía entenderse a partir de ‘un gran acontecimiento posterior’: la Revolución Rusa de 1917”.
[9] Brossat, Alain, En los orígenes de la revolución permanente. El pensamiento político del joven Trotsky, Madrid, Siglo XXI, 1976.
[10] Bensaïd, Daniel, Marx intempestivo. Grandezas y miserias de una aventura crítica, Buenos Aires, Herramienta, 2003.
[11] Lowy, Michael, ob. cit.
[12] Bensaïd, Daniel, Marx ha vuelto, Buenos Aires, Edhasa, 2011.
[13] Trotsky, León, Stalinismo y bolchevismo.
[14] Bensaïd, Daniel, ob. cit.
[15] Bensaïd, Daniel, ob. cit. Aunque tomamos estas definiciones de Bensaïd, no deja de ser contradictorio el conjunto de su pensamiento estratégico, que combina estas ideas con otras que implicaron concesiones varias a los críticos del marxismo y del trotskismo y el abandono de la hipótesis estratégica de la revolución proletaria y de la pelea por la dictadura del proletariado en el plano programático por parte de su corriente (la ex LCR francesa, hoy NPA y el SU), que llevó, en el plano político, a la construcción de nuevos partidos amplios, “anticapitalistas” sin contenido de clase determinado y a una estrategia de la “democracia radical”, centrada en la continuidad de las instituciones de la democracia burguesa.
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