2/9/15

Apenas un comentario sobre Lenin. Ese maldito que sigue incomodando

Néstor Kohan   |   Ante la imposibilidad de participar en el debate sobre Lenin promovido por Contracorriente y de poder escuchar allí las opiniones de destacados intelectuales cubanos, nos animamos y redactamos estas breves línea. ¿Qué significado tiene hoy Lenin? Buen, durante los últimos veinte años, en la Argentina, al menos en la Academia universitaria, su nombre ha sido sinónimo de “terror”, “violencia”, vulgarización groseramente “materialista” de la filosofía marxista. La herencia política de Lenin ha sido asociada a la idea de un sujeto único, homogéneo y compacto (léase la clase obrera) y a su correspondiente expresión organizativa (léase el partido de vanguardia). Si la clase obrera “ha desaparecido”, según sentencian algunos, sin demostrarlo empíricamente y, en cambio, han emergido a la palestra nuevos sujetos sociales (mujeres, minorías
sexuales, raciales, religiosas, ecologistas, etc.), entonces… el pensamiento de Lenin está definitivamente muerto.

Operando sobre ese subsuelo ideológico, las industrias culturales del sistema han construido una dicotomía inequívoca. Mientras Gramsci representaría el consenso, la sociedad civil y la democracia (así, en general); Lenin simbolizaría por oposición el autoritarismo, el jacobinismo, la izquierda partisana, guerrillera, blanquista, iluminada, vanguardista, etc., etc. Exactamente la misma operación categorial que opone al Che Guevara (el idealismo humanista…) a Fidel Castro (la impía razón de Estado…) o que incluso apela a Walter Benjamin (un inocente y puro crítico literario…) como contra imagen del marxismo político práctico. Y así sucesivamente.

En resumen, Lenin ha sido irreductible a toda la dulcificación o neutralización del marxismo, lo cual lo ha vuelto reacio a toda incorporación dentro del socialismo “potable” o “viable” vestido con elegante smoking inglés o con elegante perfume francés.

Esto bien vale para el mundo capitalista de los últimos tiempos. ¿Y en Cuba?

Asociado con el ritual del “marxismo/guión/leninismo” de factura soviética, importantes sectores juveniles miran a Lenin como miran al marxismo en su conjunto con indiferencia y apatía.

Porque sucede que la vulgata soviética (nacida en la URSS de los años 30 y reproducida luego sin interrupciones hasta el colapso de 1989) invocó su nombre para legitimar desde los juicios de Moscú y el aniquilamiento de la vieja guardia bolchevique que conmovió al mundo en 1917 hasta el dogmatismo más grosero y exasperante. En nombre de Lenin carga injusta y trágicamente con esa pesada mochila que no le pertenece.

¿Cómo recuperar entonces y ganar esas nuevas camadas de jóvenes para las ideas de Lenin y de la revolución? Resolver ese acuciante problema seguramente constituye hoy una de las tareas más difíciles y más impostergables en la Cuba de fin de siglo.

Pero, ¿vale la pena semejante esfuerzo para recuperarlo? ¿Es que acaso algunas de sus enseñanzas están vigentes? Creemos que no pocas.

En primer lugar, Lenin concibió siempre la política como el ámbito de las relaciones de fuerzas. Y lo hizo medio siglo antes que Michel Foucault -indudablemente con mayor fama y fortuna en las Academias- popularizara en Microfísica del poder su conocida idea de que “el poder no es una cosa, el poder son relaciones”. Pues bien, Lenin se había dado cuenta de ello mucho antes. Pero lo más rico y sugerente del asunto reside en que Lenin no se limitaba a señalar el carácter relacional del poder. Además, avanzaba en el conocimiento del tipo de entidades que establecían ese determinado campo de relaciones: las fuerzas (no en general, como Foucault) sino en particular: las fuerzas sociales.



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