Lenin ✆ David Levine |
Rafael Plá León
| Todo
parece indicar que, entre todos los clásicos del pensamiento marxista, ha sido
Lenin quien ha corrido peor suerte histórica. Su condición de líder de un
proceso como la Revolución de Octubre, lo llevó a enfrentar tareas en el orden
teórico y práctico que lo acercan más a nosotros y lo ponen, por tanto, en el
centro mismo de la lucha política, con toda la secuela de animadversiones que
esto conlleva. En el convulso panorama ideológico contemporáneo,
por una razón u otra, el líder ruso ha desaparecido prácticamente de las
referencias académicas, las arengas políticas y las celebraciones. Ya no no
acompaña su imagen, en otro tiempo tan asidua en la prensa escrita. Y no habría
que darle tanta importancia a este hecho si no fuera por las implicaciones
prácticas que conlleva desde el punt0 de vista ideológico. La ausencia de la
imagen de Lenin trae el peligro de que se abandonen sus ideas, de que se deje
de estudiar su legado, que sería lo más lamentable.
El comunismo, siendo un movimiento
esencialmente internacional (universal), hay que entenderlo como un proceso
completo. El estudio del legado nacional (cuya validez resalta por el descuido
a que estuvo sometido por algún tiempo), en el que se incluye el pensamiento y
la acción de figuras de orientación marxista, no explica suficientemente el
carácter y la significación histórica de un proceso de la categoría de la
Revolución Cubana.
El pensamiento cubano puede explicar la especificidad del proceso,
pero no siempre, en plena medida, su esencia. Es hora de integrar estas dos
vertientes (la nacional y la internacional) en un cuerpo explicativo único, que
nos permita no sólo entender las raíces del proceso revolucionario, sino
también su dinámica actual y futura, sus tendencias de desarrollo, de lo que
damos garantía nosotros mismos con nuestra actividad política.
Quisiera, entonces, unirme a la saludable
reflexión abierta por la revista Contracorriente en su número 7
dedicado a la Revolución de Octubre, pues para cumplir esta tarea intelectual
hay que mirar entre otros, y no en último lugar, a Lenin. Considero que entre
las numerosas posiciones que el legado comunista internacional pudo incorporar
de Lenin está la de la responsabilidad intelectual del pensador revolucionario.
En Lenin se unen extraña agudeza teórica, abnegada labor de estudio, incansable
producción propagandística y profunda mirada crítica hacia la ideología de sus
correligionarios y oponentes. El producto de toda esta conjunción es un líder
político práctico en capacidad de atar todos lo hilos del complejo proceso
social que es una revolución.
Justamente lo que distingue a Lenin de muchos
otros teóricos de su tiempo y del nuestro es que hizo teoría para la
revolución y de la revolución; al tiempo que lo distinguía de otros
revolucionarios el enfocar la revolución teóricamente, que era, a su vez, la
forma práctica de abordar el problema. Por eso se enroló en su temprana
juventud de 24 años en una endiablada polémica con los populistas acerca del
carácter, las tareas y las fuerzas motrices de la revolución rusa. El punto
clave que le sirvió para mover todo el andamiaje de ideas que le siguió fue
algo que a primera vista pudiera parecer demasiado académico: la precisión del
concepto de “formación social” (término que más tarde el dogmatismo soviético
precisaría con la expresión redundante de “formación económico-social”). Tan
profundo caló que no pocos profesores lamentan que su exposición no tuviera una
forma más sistemática. ¡Como si él se hubiera trazado el propósito de escribir
una monografía o cualquier material académico-docente dirigido a estudiantes
universitarios! No; el material es dirigido a un público que emprendería una
labor riesgosa: la de hacer la revolución que enterrara las relaciones
burguesas de producción. Pero antes de discutir acerca de la táctica e
emprender, creyó necesario esclarecer las bases teóricas que orientaban su
actividad. El fruto ideológico de la definición acerca del carácter de la
formación social era el diseño de una correcta estrategia política para el
partido proletario que estaba por nacer. Por supuesto, en dependencia del tipo
de sociedad, así sería la orientación de la revolución que se avecinaba: contra
la burguesía o con su colaboración.
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