Michal Kalecki, Karl Marx & John Maynard Keynes |
En el desarrollo de este trabajo se argumenta que una teoría de la distribución se complementa necesariamente con una teoría del valor de cambio, del salario, de la ganancia y de la naturaleza del capital. En efecto, si para Marx la plusvalía es una apropiación del producto del trabajo a favor del capitalista que este último puede efectuar porque posee la propiedad de los medios de producción, para Keynes el hecho de que el capital pueda rendir un flujo de beneficios superior a su costo de reposición se debe a que el capital es un bien escaso, y por ello su propietario puede extraer una renta que, en rigor, sustrae del proceso de circulación antes que de la producción. Mientras que para Kalecki los beneficios del capital están en relación directa con el grado de monopolio, de modo que los capitales más concentrados pueden captar una renta mayor de la circulación gracias a su capacidad para influir en la estructura de precios relativos.
Los tres enfoques
mencionados tienen como trasfondo una concepción del valor trabajo de raíz
ricardiana-marxista y una teoría de la distribución donde la relación
salarios/ganancias se determina a partir de las relaciones de fuerza existentes
entre trabajadores y capitalistas. Asimismo, esto implica una teoría del
capital en la que el mismo no es capaz de generar nuevo valor de cambio, razón
por la cual la ganancia del capitalista se concibe como una apropiación del
producto del trabajo.
Salarios,
ganancias y desempleo en Marx: la dinámica cíclica del capitalismo
En la teoría marxista el análisis de los salarios, las
ganancias y el desempleo aparece
íntimamente ligado al concepto de la teoría del valor y de la dinámica
cíclica de la economía capitalista. Lejos de la idea de equilibrio, en el
esquema marxista se concibe al capitalismo como un sistema sujeto a
fluctuaciones cíclicas que inciden en la dinámica de los salarios, los
beneficios capitalistas y el desempleo.
Si bien no se niega que las relaciones de oferta y demanda
de empleo incidan en la dinámica de los salarios reales, éstos están
determinados en primera instancia por el valor de cambio de la fuerza de
trabajo. Este concepto debe ser entendido en el marco de la ley general de valor,
según la cual el valor de cambio de una mercancía está dado por el tiempo de
trabajo socialmente necesario para producirla. Según Marx, mientras que la
heterogeneidad de valores de uso es una condición para que distintas mercancías
se enfrenten en el mercado, se requiere que las mismas posean una cualidad
común a fin de poder efectuar la comparación cuantitativa que regula la
proporción del intercambio. Esa cualidad es la de ser productos del trabajo
humano –trabajo entendido en sentido abstracto, es decir, prescindiendo de sus
diferencias cualitativas-. Para Marx, esta propiedad es lo que confiere y
regula el valor de cambio a una mercancía: “Un
valor de uso o un bien, por ende, sólo tiene valor porque en él está objetivado
o materializado trabajo abstractamente humano” (Marx, 2004: p. 47, cursivas
en el original). ¿Cómo se establece entonces la magnitud del valor de cambio?
Por la cantidad de ese elemento común –el trabajo abstracto- de la cual la
mercancía es su materialización. Por ende, “Es sólo la cantidad de trabajo
socialmente necesario, pues, o el tiempo de trabajo socialmente necesario para
la producción de un valor de uso, lo que determina su magnitud de valor” (Marx,
2004; p. 48, cursivas en el original). Aquí, el trabajo socialmente necesario se
refiere al tiempo de trabajo promedio requerido para producir un valor de uso
en las condiciones técnicas normales vigentes en una sociedad y con el nivel
promedio de destreza e intensidad de trabajo.
Siguiendo este esquema, el valor de cambio de una jornada de
fuerza de trabajo1 estará determinado también por el tiempo de trabajo
socialmente necesario para producirla. El valor de la fuerza de trabajo está
dado, a su vez, por su costo de reproducción, o sea, el valor de los bienes y
servicios que típicamente consumen un trabajador y su familia durante una
jornada completa. En palabras de Marx (2004; p. 207): “[…] el valor de la
fuerza de trabajo es el valor de los medios de subsistencia necesarios para la
conservación del poseedor de aquélla.” Aquí, el poseedor de la fuerza de
trabajo es el trabajador que la ofrece a cambio de los medios de subsistencia
necesarios para él y su familia. Sin embargo, es importante remarcar que para
Marx, el conjunto de los medios de subsistencia no se limita a las mercancías
imprescindibles para la supervivencia biológica del trabajador y su familia,
sino que la misma es una canasta de bienes y servicios determinada cultural e
históricamente, y puede exceder con mucho el umbral de la supervivencia
biológica. El valor de cambio de esta cesta de bienes y servicios constituye el
valor de cambio de la fuerza de trabajo, mientras que el valor de uso de esta
última consiste en su capacidad de crear nuevo valor de cambio, es decir, valor
de cambio expandido o plusvalor.
Sin embargo, la existencia de un valor de cambio determinado
para la fuerza de trabajo que puede ser más o menos estable, especialmente en
períodos cortos, no implica que el salario se establezca en una magnitud
equivalente a dicho valor. En lugar de ello, el costo de reproducción de la
fuerza de trabajo constituye un centro gravitatorio en torno del cual el
salario real puede experimentar fuertes fluctuaciones que estarán condicionadas
por la evolución del ciclo económico. Asimismo, nada hay en el modelo planteado
por Marx, que remita a alguna noción de pleno empleo como situación hacia la
cual tienda el mercado de trabajo. Por el contrario, el desempleo de una parte
significativa de la fuerza de trabajo es considerado como una situación normal,
dando lugar a un ejército industrial de reserva o superpoblación relativa, cuya
funcionalidad es central en la contención del nivel de salarios y en el
mantenimiento de los márgenes de beneficio. De esta manera, tanto las
fluctuaciones salariales como las variaciones coyunturales del nivel de empleo
giran en torno de los cambios en el ejército industrial de reserva, dando lugar
a un proceso fluctuante gobernado en última instancia por el ritmo y la forma
que toma la acumulación de capital, y en el que se descarta toda idea de equilibrio
estable.
Como explica Sweezy (1969), en el proceso normal de
reproducción ampliada del capital tiene lugar una acumulación gradual de medios
de producción que conlleva, en términos generales, un incremento en la demanda
de fuerza de trabajo. Cuando la acumulación sobrepasa cierto límite, la
superpoblación relativa tiende a agotarse y la divergencia entre los salarios
pagados y el valor de la fuerza de trabajo se amplía a favor de los obreros,
afectando de manera adversa la tasa de ganancia del capital. Esta relación
inversa entre salarios y ganancias capitalistas regula el ritmo de acumulación
de capital, de manera tal que cuando la tasa de ganancia cae por debajo de
determinado punto el proceso de acumulación se ralentiza o se detiene, expulsando
mano de obra y permitiendo una recomposición del ejército industrial de reserva
que elimina la presión al alza de los salarios.
En abierta oposición a las teorías neoclásica y keynesiana,
los salarios reales se mueven en forma procíclica, creciendo cuando el
desempleo disminuye y viceversa, de manera tal que no se puede establecer una
relación causal unidireccional entre salarios y desempleo en ninguno de los dos
sentidos2. Este punto es de crucial importancia, porque aquí el esquema
marxista difiere de las otras teorías mencionadas, no sólo por las relaciones
de causalidad que plantea, sino por su propia lógica de pensamiento. Así,
mientras que para la teoría neoclásica el nivel del salario real es una causa
determinante del nivel de empleo, para la teoría keynesiana éste último está
gobernado por el nivel de demanda efectiva y el salario real es una variable
dependiente determinada a su vez por el volumen de ocupación, invirtiendo la
relación de causalidad neoclásica. Para Marx, en cambio, entre salarios y
desempleo –o lo que es lo mismo, entre salarios y nivel de ocupación- existe
una relación dialéctica, en la cual el incremento del empleo genera, mediante
el aumento procíclico del salario real, los desencadenantes de su propia
negación. De la misma manera, al aumentar el desempleo los salarios reales
caen, posibilitando las condiciones para que el empleo vuelva a subir. Tanto el
volumen de empleo –o de desempleo- y el salario real son a la vez causa y
efecto; ambos se condicionan mutuamente en un proceso cíclico mediado por la
tasa de ganancia y por el ritmo de acumulación de capital, y donde el ejército
industrial de reserva es la variable de ajuste del sistema. Todo el proceso
está gobernado, en última instancia, por la ley general del valor.
Sin embargo, si bien el costo de reproducción de la fuerza
de trabajo opera como centro gravitatorio de las variaciones del salario, ello
no implica que quede determinado endógenamente en un nivel más o menos rígido.
Por el contrario, el hecho de que el costo de reproducción de la fuerza de
trabajo esté influenciado por cuestiones históricas y culturales, además de por
razones técnicas referidas a los procesos productivos, le otorga un margen de
flexibilidad que puede ser objeto de negociación entre trabajadores y
capitalistas. Como explica Astarita (2008), entre un mínimo de supervivencia
biológica y un máximo que erosiona la tasa de ganancia al punto de
imposibilitar la acumulación ampliada del capital, existe un amplio margen de
negociación dentro del cual es posible mejorar la distribución del ingreso, lo
cual dependerá fundamentalmente de la relación de fuerzas entre trabajadores y
empresarios.
La
alternativa keynesiana frente a la ortodoxia: la crítica de Keynes al esquema
neoclásico
El principal libro de Keynes, la Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, comienza
cuestionando el modelo neoclásico del mercado de trabajo, que era una de las
facetas donde más expuesta quedaba la incapacidad de la economía ortodoxa para
dar cuenta de la realidad imperante en el contexto de la Gran Depresión de los
años ‘30.
Keynes resume este modelo –que él llama teoría clásica de la
ocupación- en dos postulados fundamentales:
1) El salario es igual al producto marginal del trabajo.
2) La utilidad del salario, cuando se usa determinado volumen de trabajo, es igual a la desutilidad 3 marginal de ese mismo volumen de ocupación.
El primer postulado remite a la forma que en se construye la
función de demanda de trabajo, mientras que el segundo hace referencia a la
forma de derivar la función de oferta. La interacción entre ambas funciones
determina el salario real de equilibrio y el volumen de ocupación.
En cuanto al segundo postulado, éste plantea que el
sacrificio que representa para el trabajador una hora adicional de labor crece
a medida que se incrementa el total de horas trabajadas. Así, para que un
individuo esté dispuesto a ofertar más horas de trabajo, se le debe compensar
con un salario real más elevado.
Keynes acepta el primer postulado, pero cuestiona el
segundo, al que dirige una serie de críticas. Fundamentalmente, Keynes
cuestiona que el nivel de salarios reales refleje adecuadamente la desutilidad
marginal del trabajo. Aduce para esto, que si bien ante una rebaja en los salarios
nominales puede verificarse un retiro de mano de obra disponible del mercado,
no sucede lo mismo cuando la rebaja en los salarios reales se debe a un
incremento de los precios.
En relación al primer postulado, la aceptación de la ley de
rendimientos marginales decrecientes implica que a medida que se incrementa el
nivel de ocupación, manteniendo fijo el stock
de capital utilizado, el aporte de cada trabajador adicional al producto total
disminuye. En consecuencia, a medida que aumenta el empleo, el salario real
debe disminuir para equipararse a la productividad marginal descendente del
trabajo. A partir de aquí, la teoría neoclásica argumenta que un recorte en los
salarios reales es una política pertinente para aumentar el nivel de empleo y
de producto.
Keynes afirma también que es falso que los salarios reales
dependan de los convenios entre empresarios y trabajadores. Por el contrario,
éstos sólo pueden fijar acuerdos sobre el salario nominal, sin que exista un
modo de que estos cambios acordados puedan hacer coincidir el salario real con
la desutilidad marginal del trabajo. Además, los salarios nominales, en la
medida en que conforman una parte de los costos de producción, deberían tener
influencia sobre los precios. Así, de acuerdo a los propios principios de la
teoría clásica, si los salarios nominales cambian, los precios deberían cambiar
casi en la misma proporción, dejando a los salarios reales y al nivel de empleo
con poca o ninguna variación. Por ello Keynes descree de la posibilidad de reducir
los salarios reales –y por ende de aumentar el nivel de empleo- mediante
recortes en los salarios nominales (Keynes, 1974).
En resumen, Keynes afirma que son dos las objeciones contra
el segundo postulado de la escuela clásica. En primer lugar, no se corresponde
con los hechos que ante una reducción del salario real debida a un aumento de
los precios se produzca una reducción en la cantidad de mano de obra ofertada.
En segundo lugar, los obreros en su conjunto no tienen control sobre el salario
real que perciben; sólo pueden establecer convenios sobre los salarios
nominales, siendo los salarios reales una variable que depende de muchos otros
factores. En consecuencia, queda invalidada así la prescripción neoclásica que
propone un recorte en los salarios reales como remedio necesario y suficiente
para eliminar el desempleo involuntario, dejando que el mercado –Ley de Say
mediante- haga todo lo demás4.
Lineamientos
principales de la Teoría General
En respuesta a la evidente falta de correspondencia entre la
teoría neoclásica y la realidad económica perceptible durante la Gran
Depresión, Keynes propone un sistema teórico alternativo que parte de
cuestionar la idea de que la oferta crea su propia demanda para cualquier nivel
de ocupación.
El núcleo central de la teoría propuesta por Keynes se basa
en admitir la posibilidad de que, por diferentes motivos, la comunidad en su
conjunto no gaste la totalidad del ingreso. Como observa Keynes, cuando el
nivel de ocupación aumenta, también lo hace el ingreso global de la comunidad.
Sin embargo, debido a razones psicológicas, cuando el ingreso se incrementa, el
consumo crece en menor proporción. De este modo, a medida que aumenta el
empleo, se genera una brecha creciente entre el consumo y el ingreso, que requiere
ser compensada con un mayor volumen de inversiones. Sólo así podrá sostenerse
el incremento de la ocupación (Keynes, 1974).
En consecuencia, la recomendación de Keynes para reducir el
desempleo consiste en incentivar la inversión. Por su parte, la teoría de la
inversión de Keynes se vincula con su teoría del dinero, la cual afirma que
existen distintos motivos que pueden inducir a las personas a atesorar dinero.
Los tres motivos mencionados por Keynes son transaccional, precaucional, y
especulativo, prestando especial atención al tercero. En efecto, al plantear la
posibilidad de una demanda especulativa de dinero, Keynes afirma que este
último puede ser, además de medio de cambio, una reserva de valor, es decir,
una de las formas que adopta el ahorro. Aquí, dinero y ahorro son conceptos
distintos de lo que plantea la economía neoclásica, y en este cambio conceptual
se rompe con la Ley de Say, porque ahora no todo acto de ahorro se traduce
necesariamente en un acto de inversión. En cambio, el atesoramiento de saldos
líquidos pasa a tener un sentido en sí mismo y constituye una pérdida del
sistema por la cual se fuga parte de la capacidad de compra que se genera al
retribuir a los factores en el proceso productivo. Para Keynes, la demanda
especulativa de dinero -el deseo de atesorar dinero por el motivo especulativo-
se encuentra inversamente relacionada con la tasa de interés, en tanto que esta
última constituye una compensación por desprenderse del dinero a cambio de
activos de menor liquidez.
Frente a la demanda especulativa de dinero, un incremento de
la oferta monetaria por decisión del Banco Central provocará un exceso en las tenencias
de saldos líquidos por parte de los particulares, parte del cual se canalizará
hacia la compra de bonos, elevando así su precio y bajando, por lo tanto, la
tasa de interés, hasta que las tenencias de dinero del público estén en
equilibrio con el nuevo nivel de oferta monetaria5. El dinero, por lo tanto no
es neutral, sino que puede tener un efecto concreto sobre el ingreso real
mediante la incidencia que la tasa de interés ejerce sobre el volumen de
inversiones.
El nivel de inversiones, a su vez, estará determinado por la
interacción entre la tasa de interés y la eficacia marginal del capital. Esta
última se define como la tasa de descuento a la cual los rendimientos futuros
estimados de la inversión igualan al monto de la inversión inicial. Aquí,
nuevamente Keynes introduce un punto de ruptura con la economía neoclásica y
con uno de los conceptos requeridos para el funcionamiento de la Ley de Say.
Mientras que para la economía neoclásica el capital tiene un ingreso cierto y
calculable –su producto marginal- sobre el cual se estima la demanda de fondos
prestables, para Keynes nada hay que asegure el éxito de una inversión. La
ganancia que puede reportar un negocio está inexorablemente ligada a la
incertidumbre que trae consigo la imposibilidad de conocer con certeza el
futuro. El rendimiento que en el futuro que puede reportar un proyecto de
inversión que se inicia hoy es apenas una esperanza sujeta a una infinidad de
contingencias sobre cuya probabilidad sólo puede tenerse un conocimiento
incompleto. Por consiguiente, nadie puede asegurar hoy cuál será la tasa de
retorno de un proyecto que se inicia. Esta relación intertemporal entre la
inversión y su ganancia, y el componente de incertidumbre que media entre
ambos, hace que el monto global de inversiones pueda sufrir fuertes
oscilaciones sin que haya causas objetivas aparentes para ello. En el esquema
keynesiano, la tasa de interés como compensación por la iliquidez, el dinero
como posible reserva de valor y la incertidumbre con respecto al futuro condicionando
el monto global de inversiones se unen para configurar la posibilidad del
desempleo involuntario y persistente.
Salarios
reales y salarios nominales en la Teoría General
Como se ha visto hasta aquí, la fundamentación de Keynes en
contra de la tendencia del mercado a arribar por sí solo al pleno empleo
conlleva una refutación del mecanismo neoclásico de determinación de salarios y
empleo. En cambio, según este autor, una política eficaz de empleo basada en
una flexibilidad a la baja de los salarios nominales debería estar
necesariamente mediada por los efectos que estos últimos puedan tener sobre la
propensión a consumir, sobre la eficacia marginal del capital y/o sobre la tasa
de interés. Cualquier cambio salarial que sea incapaz de modificar alguno de
estos tres factores será incapaz de alterar el volumen de ocupación.
Respecto de la incidencia de una rebaja en los salarios
nominales sobre la propensión a consumir Keynes es decididamente escéptico. En
tal sentido, sostiene que los efectos regresivos en materia distributiva que
tendría una política este tipo resentiría la propensión al consumo antes que
incentivarla, con lo cual se agravarían los problemas de empleo. En cuanto a
las posibles consecuencias sobre la eficacia marginal del capital, las mismas
dependerán de las expectativas sobre la evolución futura de los salarios que
tengan los empresarios. Si éstos esperaran que los salarios nominales suban en
el futuro, se verían favorecidas las inversiones en el presente, dado que
existiría la conjetura de que los costos serán mayores en el futuro. Lo
contrario sucede si los inversores suponen que los salarios monetarios caerán
aún más; las decisiones de inversión se verían aplazadas debido a que se
creería que los costos actuales son superiores a lo que serán en el futuro.
Además, en el caso de la fabricación de artículos para asalariados, menores
salarios implican menores expectativas de ventas, con lo cual caería aún más la
eficacia marginal del capital. En cualquier caso, el efecto de un recorte de
los salarios nominales sobre las inversiones es ambiguo y está sujeto a los
débiles y cambiantes fundamentos sobre los cuales los empresarios basan sus
expectativas, según explica Keynes en el capítulo 12 de la Teoría General.
La tasa de interés nominal puede verse influenciada por una
disminución de los salarios nominales en la medida en que ésta tenga
consecuencias deflacionarias. En efecto, la reducción de precios derivada de
una caída en los salarios monetarios incrementará la oferta real de dinero, y
con ello se posibilitará una baja en la tasa de interés nominal que puede
favorecer la inversión. Sin embargo, una caída en los precios también
incrementará el valor real de las deudas y la tasa de interés real,
dificultando el pago de los créditos y pudiendo comprometer la solvencia de los
deudores. Esto podría llevar a la quiebra a numerosas empresas y, en última
instancia, aumentar aún más el desempleo. Por otra parte, en lo que a la tasa
de interés nominal respecta, un recorte de los salarios monetarios equivale a
un aumento en la oferta nominal de dinero, siendo infinitamente más fácil de
implementar lo segundo que lo primero, dadas las dificultades de orden político
y social que conllevaría una estrategia de rebaja generalizada de salarios. Por
esta razón Keynes se opone a aquellos que confían en el ajuste automático de
los mercados a partir de este mecanismo, y en lugar de ello aboga por una
intervención activa del Estado a través de una política monetaria expansiva.
Finalmente, Keynes admite que, en una economía abierta, una
rebaja de salarios nominales puede favorecer un crecimiento del empleo mediante
sus efectos sobre el comercio exterior, siempre y cuando esto implique una
reducción de los costos de producción nacionales con respecto a los
extranjeros. Sin embargo, esta política también puede empeorar los términos del
intercambio, lo que repercute en una reducción de los ingresos reales.
Teniendo en cuenta los argumentos precedentes, Keynes se
manifiesta decididamente en contra de la posibilidad de favorecer el
crecimiento del empleo mediante una reducción de los salarios nominales. Además
de que tal estrategia sería impracticable en una sociedad democrática, de
intentarse daría lugar a una gran inestabilidad de precios que haría difícil
efectuar las previsiones requeridas por una economía de mercado: “El resultado principal de esta política
sería producir una inestabilidad de precios, quizá tan violenta que hiciera
fútiles los cálculos mercantiles en una sociedad económica que funcionara
conforme al modelo actual. […] Solamente en una sociedad altamente autoritaria,
en la que pudieran decretarse cambios sustanciales y completos, podría
funcionar con éxito una política de salarios flexibles” (Keynes, 1974; p.
237). Por ello la recomendación de Keynes respecto de la política salarial es
tratar de mantener los salarios nominales tan estables como sea posible: “A la luz de estas consideraciones, opino
ahora que el mantenimiento de un nivel general estable de salarios nominales
es, en general, la política más aconsejable para un sistema cerrado; al tiempo
que la misma conclusión será válida para un sistema abierto, a condición de que
pueda lograr el equilibrio con el resto del mundo por medio de fluctuaciones en
los cambios sobre el exterior” (Keynes, 1974; p. 238). Esta recomendación
es además coherente con la posibilidad de los sindicatos, que sólo tienen
capacidad para negociar con sus empleadores un determinado nivel de salarios
nominales, siendo poco lo que pueden hacer para asegurarse un monto estable de
salarios reales.
En suma, en el esquema keynesiano, los salarios nominales
requieren de una determinación institucional exógena, no siendo el ajuste
salarial un mecanismo válido para incrementar el nivel de ocupación.
Sin embargo, al aceptar el primer postulado de la teoría
clásica de la ocupación, Keynes admite el precepto neoclásico según el cual,
con un stock de capital dado, el salario es igual a la productividad marginal
del trabajo. Esto implica que, con una función de producción donde opera la ley
de rendimientos marginales decrecientes, el salario real debe disminuir a
medida que aumenta el empleo, aunque los salarios nominales permanezcan fijos
en virtud de un acuerdo institucional. De esta manera, aunque los salarios
nominales respondan a un arreglo institucional, el nivel de salarios reales se
ajustará siempre, a través de la mediación del sistema de precios, para igualar
a la productividad marginal del trabajo. En este esquema, si aumenta el nivel
de ocupación, dado un stock de capital fijo, los precios subirán como un
reflejo de la productividad marginal decreciente del trabajo, de modo que con
salarios nominales estables, los salarios reales caerán conforme desciende la
productividad del trabajo. Sin embargo, debe quedar claro que para Keynes,
menores salarios reales son una consecuencia del incremento del empleo –debido
a la vigencia de la ley de rendimientos marginales decrecientes-, pero nunca
pueden ser su causa. Por ello desaconseja categóricamente una política de
recortes salariales para aumentar el nivel de ocupación.
No obstante, la aceptación del primer postulado de la
escuela clásica tiene dos implicancias sobre las que es menester llamar la
atención. En primer lugar, el concepto de productividad marginal decreciente
requiere variar la cantidad empleada de un factor, manteniendo fijas las
dotaciones empleadas de los demás factores. Es decir, se requiere una amplia
posibilidad de sustitución entre capital y trabajo, lo cual es una idea, por lo
menos, discutible, si se atiende a la
realidad de numerosos procesos productivos que sólo pueden combinar factores en
proporciones relativamente rígidas.
La segunda implicancia es aún más cuestionable, dado que
para afirmar que los salarios reales bajan cuando aumenta el empleo, el stock
de capital utilizado debe permanecer invariable. Para una teoría que surge en
un contexto histórico de depresión económica y que intenta explicar las causas
del desempleo involuntario y persistente, esta idea es, por lo menos llamativa.
En efecto, el concepto de desempleo referido en la Teoría General es
unidimensional, ya que remite únicamente a desempleo de la fuerza de trabajo.
El stock de capital, o bien es plenamente utilizado durante la depresión, o
bien no se incorporan a la producción las unidades de capital ociosas a medida
que aumenta el empleo. Cualquiera de las dos alternativas es completamente
inverosímil. En cambio, si se admite que el nivel de utilización de capacidad
instalada cae en la depresión y aumenta en la recuperación, acompañando los
movimientos del nivel de empleo, no hay razón para argumentar que los salarios
reales deben caer cuando se reduce la desocupación.
En un artículo publicado con posterioridad a la Teoría
General Keynes reconoce esta objeción y afirma que el nivel de los salarios
reales no es un determinante importante en las fluctuaciones cíclicas de corto
plazo, a menos que se esté en una situación próxima al pleno empleo (Keynes,
1939; citado en Astarita, 2008). Aunque esta idea no invalida en términos
lógicos el primer postulado de la teoría clásica de la ocupación, sí le quita
relevancia práctica; ahora no sólo el recorte salarial no es una política
adecuada para promover el empleo, sino que tampoco es de esperar que la
recuperación económica vaya acompañada de una caída de los salarios reales, con
lo cual, desde ningún punto de vista la rigidez de los salarios a la baja puede
ser señalada como el factor responsable de la persistencia de desempleo
involuntario.
Teoría
keynesiana del capital y sus implicancias para una teoría de la distribución
Como ya fue visto, el análisis keynesiano de la
determinación del nivel de empleo se halla íntimamente ligado al concepto de
eficacia marginal del capital. A diferencia del esquema neoclásico, en el que
el ingreso que percibe el capital corresponde al aporte que este factor realiza
al producto total, en la teoría keynesiana la retribución al capital es una
magnitud incierta, sujeta a contingencias futuras. Esta forma de visualizar la
remuneración al capital necesariamente deriva en una determinada concepción de
este factor, y más aún, se vincula con una perspectiva específica acerca del
valor de cambio y de la distribución del ingreso.
Como se mencionó con anterioridad, para la teoría neoclásica
el capital es un factor de producción que realiza una contribución al producto
total estimable a partir de un cálculo de ingeniería. La parte del producto
total debida a la participación del capital en el proceso productivo es una
magnitud cierta, determinada por cuestiones técnicas en las que no cabe hacer
consideraciones de orden social o político. Son las condiciones objetivas del
proceso de producción las que definen qué parte del producto final se debe a la
existencia de capital. En otras palabras, para la teoría neoclásica el capital
es productivo. La incorporación de capital al proceso productivo ocasiona que
se eleve el producto total, y la parte de ese producto debida a la acción del
factor capital es pagada al capitalista. No hay aquí incertidumbre ni conflicto
en torno a la distribución del ingreso. La remuneración al capital y al trabajo
se corresponde con la productividad marginal de cada uno de los factores, es
decir, con la parte del producto total debida a la incorporación de una unidad
adicional de factor productivo. Así, el beneficio que percibe el capitalista se
igualará a la productividad marginal del capital, en tanto que el salario será
igual a la productividad marginal del trabajo (Kicillof, 2010).
A su vez, el valor del producto final será igual a la suma
de las remuneraciones a los factores productivos, determinados en la forma
anteriormente explicada. Es decir, en primer lugar se determinan los beneficios
y los salarios a partir del cálculo de las productividades marginales, y luego,
la adición de la masa de beneficios y salarios pagados –y de rentas en el caso
de que corresponda- da como resultado la magnitud del valor generado.
Keynes, al postular el concepto de eficacia marginal del
capital como una variable incierta y sujeta a contingencias se ve obligado a
replantear el propio concepto de capital. En efecto, si la retribución al
capitalista ya no es una magnitud cierta y definida en términos técnicos, cabe
preguntarse en primer lugar por qué esto es así. Para Keynes, la razón de esto
estriba nada menos en que el capital no es productivo en el sentido neoclásico:
“Es mucho mejor hablar de que el capital
da un rendimiento mientras dura, como excedente sobre su costo original, que
decir que es productivo; […]” (Keynes, 1974: p 190, cursivas en el
original). Es decir, el capitalista retira del proceso productivo una magnitud
de valor mayor que la que ha aportado, y esa diferencia no se debe al aporte
que el factor capital realiza al producto total. En cambio, “[…] la única razón por la cual un bien
ofrece probabilidades de rendimiento mientras dura, teniendo sus servicios un
valor total mayor que su precio de oferta inicial, se debe a que es escaso; […]
Si el capital se vuelve menos escaso, el excedente de rendimiento disminuirá,
sin que se haya hecho menos productivo –al menos en el sentido físico.”
(Keynes, 1974: p 190, cursivas en el original). Es difícil exagerar la
trascendencia de este párrafo; el capitalista sustrae del proceso productivo
una cantidad de producto superior a la que ingresa en forma de capital, y esa
diferencia no se debe a que el capital es capaz de generar nuevo producto, sino
a que el capitalista es propietario de un factor escaso.
Se impone aquí una pregunta ineludible: si la parte del
producto percibida por el capitalista no es generada por el capital, entonces,
¿qué la generó? La respuesta de Keynes no deja lugar a dudas: “Por eso
simpatizo con la doctrina preclásica de que todo es producido por el trabajo,
ayudado por lo que acostumbraba a llamarse arte y ahora se llama técnica, por
los recursos naturales libres o que cuestan una renta, según su escasez o
abundancia, y por los resultados del trabajo pasado, incorporado en los bienes,
que también tiene un precio de acuerdo con su escasez o con su abundancia.” (Keynes,
1974: p 190, cursivas en el original). En definitiva, el beneficio del capital
constituye una apropiación del producto del trabajo que el capitalista puede
percibir en razón de que posee un factor escaso necesario para la ejecución del
proceso productivo, de la misma manera en que el terrateniente puede exigir el
pago de una renta porque controla la provisión de un factor escaso y no
reproducible. Si la provisión de bienes de capital fuera lo suficientemente
abundante, el rendimiento que éstos proveerían se limitaría al costo de
reposición de los mismos, más un margen para compensar el riesgo y el ejercicio
de la habilidad y el juicio, así como el trabajo que el propio capitalista
realiza en la supervisión del proceso productivo. Es decir, si el capital fuera
abundante, el capitalista percibiría un ingreso correspondiente a su propio
trabajo en la gestión de la producción, pero no un plus por la mera propiedad de los medios de producción.
En este estado de cosas no habría lugar para el capitalista
meramente financiero, es decir, el prestamista que sólo obtiene un beneficio
por el hecho de acaparar un factor escaso que pone a disposición del
capitalista productivo a cambio de un interés. Esta situación es la que Keynes
denomina eutanasia del rentista. En efecto, para Keynes, el capitalista
financiero es un rentista, de la misma manera que lo es el propietario de la
tierra, debido a que ambos perciben un ingreso por el solo hecho de poseer un
recurso escaso, de cuyo acceso se ven privados otros actores sociales. En
palabras de Keynes: “Hoy el interés no
recompensa ningún sacrificio genuino como tampoco lo hace la renta de la
tierra. El propietario de capital puede obtener interés porque aquél escasea,
lo mismo que el dueño de la tierra puede percibir renta debido a que su
provisión es limitada; […]” (Keynes, 1974; p 331). En suma, para Keynes,
tanto el capitalista como el terrateniente perciben una renta por el hecho de
ser poseedores de recursos escasos, y no por el aporte que el capital y la
tierra realizan al producto total. En efecto, sólo el factor trabajo genera
nuevo producto, con lo cual debe concluirse que la renta que perciben
capitalistas y terratenientes constituye una apropiación del producto del
trabajo. Desde este punto de vista, la teoría keynesiana del capital se ubica
en sintonía con la perspectiva ricardiana-marxista del valor-trabajo (Kicillof,
2007).
Esto tiene importantes implicancias para la teoría de la
distribución, ya que desde esta óptica, la distribución del ingreso entre
trabajadores asalariados, capitalistas y terratenientes responde a relaciones
de fuerza plasmadas en la estructura de la propiedad de los medios de
producción.
El análisis
kaleckiano de la determinación de los salarios y la distribución del ingreso
El análisis de Kalecki sobre determinación salarial resulta
inseparable del problema distributivo, por lo que su esquema aborda en realidad
el tema de la participación de los salarios en el ingreso. A partir de un
modelo de carácter microeconómico que busca estudiar la participación de los
salarios en el valor agregado de una industria, Kalecki arriba luego a una
ecuación que explica dicha participación en el conjunto de la industria
manufacturera. En tal sentido, como explica Azcurra (2008), la empresa
representativa propuesta por Kalecki resulta completamente distinta de la
empresa competitiva marshalliana.
Ésta última es una firma relativamente pequeña en relación
al tamaño del mercado, razón por la cual no tiene capacidad para influir en el
precio de mercado, es decir, se trata de una empresa tomadora de precios o
price-taker. Esto implica que la función de demanda a la que se enfrenta la
empresa individualmente considerada es infinitamente elástica, lo que le
permite trabajar a plena capacidad de planta y equipo. Las curvas de costo
medio y costo marginal tienen forma de “U”6 y se da por sentada una amplia
posibilidad de sustitución entre factores productivos.
Como sostiene Azcurra (2008), esta caracterización de la
firma competitiva típica resulta irreal para Kalecki, dadas las condiciones de
las principales economías capitalistas hacia mediados del siglo XX. Por el
contrario, las condiciones predominantes de concentración del capital y dominio
de los mercados por parte de grandes conglomerados de empresas obligan a pensar
en otro tipo de firma representativa, la cual, en virtud de que controla una
porción relativamente grande del mercado, tiene capacidad para influir en el
precio de mercado, es decir, es formadora de precios o price-maker.
En estas condiciones, los grupos monopólicos u oligopólicos
fijan los precios de venta a partir del establecimiento de un excedente o mark up sobre el costo unitario. Naturalmente,
cuanto más grande sea la porción de mercado que controla una empresa o un grupo
de empresas, mayor será su poder para imponer un sobreprecio más grande sobre
los costos de producción, incrementando de esta manera su tasa de ganancia.
Con estos elementos conceptuales, Kalecki elabora un
sencillo sistema de ecuaciones con el cual busca explicar cómo el grado de
monopolio constituye un determinante central de la tasa de ganancia y de la
participación de los salarios en el ingreso; en otras palabras, el grado de
monopolio aparece como el principal factor explicativo de la estructura de la
distribución del ingreso.
En su modelo, Kalecki parte de la ecuación del valor bruto
de producción para una empresa o para una rama industrial específica7. Esta
ecuación queda definida como sigue:
VMWP=++ [1]
donde: V = valor bruto de producción; M = costo total de los
insumos; W = monto total de los salarios; P = monto total de las ganancias.
Si se considera que un mayor valor bruto de producción en relación
a los costos es un reflejo del grado de monopolio, puede definirse como una
medida de este último al parámetro k, el cual expresa la relación entre el
valor bruto de producción y los costos totales:
V
K = WM + [2] donde: k = grado de monopolio
K = WM + [2] donde: k = grado de monopolio
A partir de la ecuación [2] el valor bruto de producción
puede ser expresado como sigue:
V = k (M+W) [3]
En todo este esquema resulta central la capacidad de
fijación de precios mediante el establecimiento de un sobreprecio o mark up por
encima del costo unitario. Cuanto más grande sea el mark up, mayor será la
relación entre el valor bruto de producción (V) y los costos totales, los
cuales, como se ha visto, quedan definidos por la suma del valor de los insumos
(M) y el monto de salarios pagados (W). En otras palabras, el parámetro k está
en relación directa con el mark up, el cual, a su vez, depende del grado de
monopolio. Por su parte, el monto de las ganancias puede expresarse como el
valor bruto de producción menos los costos totales:
P=k (W+M) –
(W+M) = (k – 1) (W+M) [4]
La ecuación [4] indica que el monto de las ganancias sobre
los costos totales está determinado por el grado de monopolio. Para expresar la
relación entre los salarios y el valor agregado se parte de la noción de que
este último es igual a la suma de los salarios (W) y las ganancias (P):
YWP=+ [5] donde: Y = valor agregado
Reemplazando [4] en [5] se obtiene que:
Y = W + (k –
1) (W +M) = [6]
La participación de los salarios en el valor agregado queda
expresada matemáticamente por la relación entre estos dos componentes, de
manera que:
WW
W = =
Y W + (k – 1) (W + M) [7]
Es decir que en la ecuación [8] el parámetro j representa la
relación entre el costo de los insumos (M) y el monto de los salarios pagados (W).
En definitiva, la ecuación [8] indica que la participación de los asalariados
en el valor agregado de una industria o de una rama industrial estará en relación
inversa con el grado de monopolio de esa industria (k) y con el costo de los
insumos, y desde luego estará en relación directa con el monto de los salarios.
Estos dos últimos componentes están contenidos en el parámetro j, de manera que
cuando aumenta el costo de los insumos j se incrementa y cuando aumentan los
salarios j disminuye. Sintéticamente podría decirseque la participación de los
asalariados en el valor agregado está en relación inversa al parámetro j.
El pasaje de
la industria individual al conjunto de la industria manufacturera
El análisis precedente está pensado, en principio, para
explicar cómo se determina la participación de los salarios en el valor agregado
de una industria o una rama industrial específica. Trasladar esta explicación
al conjunto de la industria manufacturera presenta complicaciones adicionales,
porque lo que para algunas empresas es parte componente del costo de los
insumos, será ventas y ganancias para otra. De esta manera resulta más difícil determinar
en qué consiste el costo de los insumos para el conjunto del sector industrial,
porque en parte los insumos son producidos dentro del propio sector industrial
que se quiere analizar.
Al decir de Kalecki, la relación entre los ingresos brutos y
los costos primos, y la relación entre el costo de los insumos y el importe de
los salarios para la industria manufacturera en su conjunto depende también de
la importancia de determinadas industrias en el conjunto industrial (Kalecki,
1956). Estas industrias serán previsiblemente aquellas que controlen la oferta
de insumos estratégicos de los cuales depende la producción de numerosas ramas industriales
en las etapas subsiguientes de fabricación. En concreto, las ramas industriales
productoras de insumos estratégicos pueden, al igual que los otros sectores
industriales, fijar un mark up por
encima de sus costos de producción que estará en relación directa con el grado
de monopolio prevaleciente en estas ramas.
En lo que respecta a los precios de las materias primas,
Kalecki establece una distinción al sostener que los mismos dependen de la demanda,
a diferencia de lo que sucede con los precios de los artículos acabados. “La
relación entre los precios de dichas materias [las materias primas] y los
costos salario por unidad de producción depende de la demanda de materias
primas –definida a su vez por el nivel de actividad económica- en relación con
su oferta, que es inelástica a corto plazo” (Kalecki, 1956; p. 30). En rigor,
para Kalecki, la diferencia en la determinación de precios entre las materias
primas y los artículos acabados radica en que la oferta de las primeras se
considera inelástica en el corto plazo, mientras que la producción de artículos
elaborados o semielaborados puede ampliarse en breves lapsos sin incrementos en
los costos unitarios, en la medida en que la industria opera con exceso de capacidad.
Sin embargo, no escapa a Kalecki el hecho de que un incremento en el precio de
las materias primas –al igual que un aumento de los salarios nominales-
afectará al precio de los bienes acabados: “[…] dado el grado de monopolio, los
precios de los artículos acabados son funciones lineales homogéneas de los
precios de los materiales primarios, por una parte, y del importe de los
salarios en todas las etapas de la producción, por otra” (Kalecki, 1956; p.
27). Si esto es así, debe admitirse que un incremento en la demanda de
productos terminados afectará su precio aunque exista exceso de capacidad en la
industria, dado que un aumento en la producción de este tipo de bienes estimulará
también la demanda de materias primas, y con ello un alza en el precio de estas
últimas.
En este caso, podría considerarse que una oferta inelástica
de materias primas implica que el sector productor de las mismas opera a plena
capacidad en el corto plazo. Es decir, aunque una industria en particular funcione
con capacidad ociosa, no es todo el circuito productivo el que está funcionando
con capacidad ociosa si se verifica que una de sus etapas, en este caso la primera,
presenta una oferta inelástica. En otras palabras, sostener que la oferta de
materias primas es inelástica en el corto plazo equivale a afirmar que una de
las etapas del proceso de producción esta operando a plena capacidad. Sin
embargo, no todas las materias primas presentan una oferta inelástica a corto
plazo. En muchos casos, la oferta de materias primas puede ampliarse o
reducirse según los requerimientos de la demanda, con variaciones relativamente
menores en sus costos unitarios. En ese caso, quienes posean el control de las fuentes
de recursos naturales podrán establecer un mark up sobre los costos, de la
misma manera en que lo hacen los fabricantes de productos elaborados o semielaborados.
En el caso de las actividades extractivas, ese mark up tomará la forma de una
renta por la utilización de recursos naturales, y su magnitud estará en relación
directa con el grado de concentración existente en la estructura de propiedad
de dichos recursos. En otras palabras, el precio de las materias primas
dependerá del grado de monopolio existente en la propiedad de los recursos naturales.
De esta manera, la forma de determinación del precio de las
materias primas se aproxima a la forma en que son establecidos los precios de
los productos elaborados o semielaborados. En todos los casos el grado de
monopolio resulta un determinante central, tanto de la participación de los
salarios en el valor agregado como de la distribución de las ganancias al interior
del circuito productivo. En el caso de que alguna etapa de la producción
comience a funcionar a plena capacidad –ya sea la fase extractiva, alguna de
las etapas intermedias o el tramo final de fabricación del bien terminado- la
oferta de esa etapa se tornará inelástica en el corto plazo, la demanda
comenzará a incidir en los precios de los productos ofrecidos por ese eslabón
de la cadena de producción, y ello se verá reflejado en la estructura de costos
del bien final. Entonces, el principio de que el conjunto del sector manufacturero
opera con capacidad excedente quedará relativizado, pero no anulado.
Una
reinterpretación del esquema kaleckiano
El análisis efectuado hasta aquí permite realizar algunas
reflexiones adicionales acerca de la distribución del ingreso en relación al
conjunto de la industria manufacturera. Como ya fue explicado, en la ecuación
[7] el parámetro k representa el grado de monopolio en una industria en
particular, mientras que M es el costo de los insumos empleados por esa
industria, que le son provistos por otras ramas productivas. El pasaje hacia el
conjunto industrial requiere considerar que parte de los insumos son producidos
dentro del propio sistema que se está considerando, razón por la cual el
parámetro j de la ecuación [8] es reemplazado por j` en la ecuación [9]. La
diferencia entre j y j` busca representar que en el segundo caso el grado de monopolio
también debe considerarse como determinante del precio de los insumos. Tal como
se argumenta en el apartado anterior, el mismo razonamiento puede ser extendido
a las actividades extractivas: cuanto más concentrada esté la propiedad de los
recursos naturales, mayor será el sobreprecio que se podrá recargar a los
mismos por sobre sus costos de extracción.
En definitiva, lo que el esquema kaleckiano muestra es la
capacidad de los sectores más concentrados del capital para influir en la
matriz distributiva mediante el control del sistema de precios relativos. En este
proceso, si bien los salarios nominales son definidos mediante la negociación
entre trabajadores y capitalistas, estos últimos tienen la capacidad de incidir
en el salario real a través de su capacidad de formación de precios. En otras
palabras, los empresarios más monopolizados pueden provocar transferencias de
ingresos en beneficio propio a expensas del salario real -y de las ganancias de
otras fracciones empresariales- incrementando el mark up que adicionan sobre sus
costos unitarios.
Es, en definitiva, una relación de poder la que regula el
nivel de los salarios reales. Esta relación de poder se juega en dos instancias:
en la negociación de los salarios nominales y en la formación de los precios de
venta. En este sentido, la existencia de sindicatos poderosos puede favorecer a
los trabajadores mediante el logro de mejores salarios nominales y la disuasión
a los empresarios para que no trasladen a precios los aumentos de salarios,
ante la posibilidad de dar lugar a un proceso de negociación recurrente que
desate una espiral ascendente entre precios, ganancias y salarios (Kalecki,
1956). La dependencia de estos factores institucionales relativamente rígidos
–el poder de negociación sindical y el grado de monopolio en la industria-
ocasiona que, según Kalecki, la estructura de la distribución del ingreso sea relativamente
estable, sin importar el volumen de producción y la fase del ciclo en que se encuentre
la economía.
Consideraciones
finales
Como se ha analizado en el último apartado, en el esquema
kaleckiano la concentración en la propiedad del capital permite a los empresarios
monopolistas u oligopolistas capturar una parte mayor del excedente mediante la
fijación de un mark-up más elevado que el que pueden establecer otras ramas
productivas menos concentradas. Así, mediante su influencia en la estructura de
precios relativos, el capital concentrado puede erosionar el ingreso de los asalariados
y el de otras fracciones empresarias más atomizadas, en un proceso que puede visualizarse
como una redistribución de plusvalor que tiene lugar en la esfera de la
circulación, es decir, en el proceso de intercambio y no en la producción. En
este sentido, una parte de las ganancias que obtiene el capital más concentrado
puede ser conceptualizada como una renta que las empresas monopólicas perciben
por el hecho de controlar un determinado tipo de capital, al cual no pueden
acceder las demás fracciones empresariales. Es decir, mediante la fijación de
un mark-up relativamente elevado por
sobre sus costos unitarios, el capital concentrado impone el cobro de una renta
de escasez, que pagan tanto el capital menos concentrado como los trabajadores
asalariados mediante la disminución de sus ingresos reales, efectivizada a
través de un aumento de precios en relación a sus ingresos nominales. Si la propiedad
del capital se desconcentrara en todas las etapas del circuito de producción y comercialización,
la posibilidad de fijar un mark-up elevado se estrecharía por efecto de la competencia,
con lo cual se reduciría la renta de escasez que pueden cobrar determinados
tipos de capital, y se abriría el paso a una distribución del ingreso en
principio más equitativa, aunque no necesariamente igualitaria.
Las similitudes entre la perspectiva kaleckiana y la teoría
keynesiana del capital resultan notorias. Como ya fue visto, para Keynes el
capital rinde un ingreso que es superior a su costo de reposición por el solo
hecho de que el capital es escaso, y no porque éste genere nuevo valor. La
abundancia de capital llevaría a una situación en la cual la suma de los
ingresos futuros descontados que rinde una unidad de capital alcanzaría apenas
para cubrir su costo de reposición más un plus para retribuir al trabajo del
capitalista. En este estado de cosas no habría lugar para el rentista, es
decir, aquel actor social que percibe un ingreso por el solo hecho de ser
poseedor de un factor escaso que es puesto a disposición de un proceso
productivo en el que otros realizan el verdadero trabajo. Eliminado el carácter
rentístico del capitalismo –es decir, una vez concretada la eutanasia del
rentista-, las remuneraciones que percibe cada agente económico tenderían a
estar aproximadamente en proporción al trabajo realizado. Si bien, a diferencia
de Kalecki, Keynes no hace referencia a la concentración del capital, es fácil establecer
una analogía entre ambas perspectivas si se considera que el empresario
monopólico gestiona la escasez de un tipo específico de capital impidiendo el
ingreso de otros capitalistas a la rama o ramas de producción que él controla. Aquí,
la percepción de una suma de ingresos superior al costo de reposición del
capital se operativiza mediante la imposición de un mark-up más elevado que el que pueden establecer otras fracciones
empresariales menos concentradas. En ambos esquemas, el ingreso excedente que
obtiene el capitalista no es generado por el capital, sino que es una apropiación
del producto generado por quienes realmente trabajan. Esto sitúa a ambas
perspectivas teóricas en línea con la teoría marxista del valor-trabajo, y es compatible
con la idea marxista de que el capitalista puede apropiarse de una parte del
valor generado por la fuerza de trabajo en virtud de que es quien posee los
medios de producción; o lo que es lo mismo, es porque el obrero está desposeído
de los medios de producción que se ve obligado a entregarle al capitalista una
parte del producto de su trabajo.
En todos los casos, la distribución entre ganancias
capitalistas y salarios, así como la distribución de las ganancias entre las
distintas fracciones empresariales, responde a una relación conflictiva en la
que los ingresos de una clase o fracción de clase suben en desmedro de los
ingresos de otra. En última instancia, es la estructura en la distribución de
la propiedad.
Bibliografía
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