18/5/15

Jacobo Muñoz, lector de Karl Marx | La construcción del marxismo crítico en España: la vía praxeológica

Karl Marx ✆ Xavier Lorman
La buena gente nos preocupa. Parece que no pueden realizar nada solos, proponen soluciones que exigen aún tareas. En momentos difíciles de barcos naufragando, de pronto descubrimos fija en nosotros su mirada inmensa. Aunque tal como somos no les gustamos, están de acuerdo, sin embargo, con nosotros.” | Bertolt Brecht, Canción de la Buena Gente

Mario Espinoza Pino   |   Si tuviésemos que periodizar la evolución del marxismo en el siglo XX, una de las fechas obligadas de nuestro itinerario sería 1956, año del 20º Congreso del PCUS. Dicho congreso, punto de partida del proceso de desestalinización del Bloque Comunista, abriría una profunda brecha ideológica e intelectual en el horizonte del marxismo internacional, que durante más de veinte años se había organizado en torno al “canon teórico” del Diamat. La denuncia del “Culto a la Personalidad” por parte del nuevo presidente de la URSS, Nikita Khruschev, haría públicos los rasgos más atroces de la era estalinista, caracterizada por una política de terror y represión colectiva: deportaciones masivas, purgas obreras, depuraciones en los órganos del partido, censura, campos de trabajo forzado para los disidentes (GULAG), etc. Aunque estos hechos marcarán de forma irreversible el futuro de la tradición marxista mundial, 1956 sería escenario de otros dos acontecimientos históricos que acelerarían la fractura de la dogmática estalinista: las Revoluciones húngara y polaca.

1. Más allá del deshielo y la crisis del marxismo: España, hacia la invención de una tercera vía

El 23 de Octubre el pueblo húngaro se levantó contra la policía soviética y el gobierno de la República Popular de Hungría, tratando de provocar un cambio político y social en el país. Entre otras demandas, los revolucionarios buscaban la salida del país del pacto de Varsovia y  la convocatoria de elecciones democráticas. Aunque al principio la URSS dio muestras de estar dispuesta a negociar con el gobierno insurrecto, el 4 de Noviembre las tropas soviéticas invadirían la República húngara, forzándola a capitular el día 10 del mismo mes. El Octubre polaco, sin embargo, y pese a lo tenso de las negociaciones entre Polonia y la URSS, tuvo un desenlace de carácter diplomático. El pueblo polaco se levantó contra el dominio soviético y unas condiciones de vida cada vez peores, canalizando el descontento a través de un fuerte sentimiento nacionalista. La insurrección comenzó en Junio con la Revuelta de los trabajadores de Poznán, y alcanzó su punto álgido entre Octubre y Noviembre. El desenlace de las conversaciones diplomáticas elevaría al poder nuevo líder del Partido Obrero Unificado Polaco, el reformista Wladyslaw Gomulka, que había dejado claro a la URSS que Polonia no abandonaría la órbita soviética, sino que buscaría su propia vía dentro del bloque comunista. No obstante, su inicial tendencia aperturista se revelaría muy pronto como un gesto superficial, un gesto que revelaba el profundo acuerdo del nuevo gobierno con las tradicionales políticas del PCUS. El proceso de democratización de Polonia sería más aparente que real, y el malestar económico y político (también la represión) se incrementarían hasta el final del mandato de Gomulka en diciembre de 1970.

Con la lectura del “informe secreto” y la denuncia del stalinismo, Khruschev parecía querer iniciar una nueva etapa dentro del bloque comunista, una fase de apertura y ampliación de las libertades civiles. Pero la represión de la revolución húngara y las condiciones de la negociación con Polonia mostraron que la política real de la URSS –lejos de cualquier avance democrático– seguía estando fundada en su poder militar y su capacidad represiva. Estos acontecimientos hicieron crecer el descontento en la comunidad marxista europea, para la cual las políticas del deshielo terminarían siendo un mero lavado de cara ideológico del régimen soviético, pero nunca una verdadera toma de posición en favor de la democratización y la refundación del comunismo. En consecuencia, muchos militantes e intelectuales occidentales rompieron con sus respectivos partidos nacionales, poniendo en cuestión la ortodoxia teórica soviética y la “nueva política” del PCUS. A partir de aquel momento surgirían o gozarían de mayor publicidad varias corrientes marxistas disidentes, las cuales podemos aglutinar bajo el rótulo integrador de marxismos críticos: el grupo húngaro Praxis o, de un modo más general, la línea del humanismo marxista, el marxismo estructural de L. Althusser en Francia, el marxismo científico de Della Volpe y L. Colletti en Italia, el nuevo marxismo de los creadores de la New Left Review en Inglaterra, la diáspora trotskista (R. Rosdolsky en USA, E. Mandel entre Francia, Alemania y USA), el Operaismo italiano en la década de los 70, etc. Si bien no todos los intelectuales de estas corrientes rompieron sus lazos con las organizaciones comunistas, todos ellos pensaron en contra de la ortodoxia filosófica y política de la URSS. Cada una de estas tradiciones articuló sus críticas desde un legado cultural e histórico diferente, adoptando posiciones teórico-políticas de signo a veces radicalmente opuesto.

En España –que se hallaba bajo el yugo del general Franco– el eco de las rupturas y debates mencionados tuvo lugar en las asociaciones comunistas antifranquistas, organizadas en la clandestinidad del régimen fascista. La figura que marca la recepción crítica del marxismo en España durante el deshielo es, sin duda, la de Manuel Sacristán, militante del PCE y el PSUC desde 1956. Dotado de una elevada formación filosófica y buen conocedor del idioma alemán, Sacristán pronto se convertiría en uno de los intelectuales más importantes de la izquierda española. Su incansable labor crítica y editorial consiguió impulsar una sólida infraestructura cultural marxista, en torno a la cual se iría fraguando toda una tradición de pensadores y militantes. Una tradición que pudo tomar cuerpo, entre otras cosas, gracias a que Sacristán no se limitó a “importar” pasivamente el pensamiento de la tradición marxista, ni siquiera a “adaptarlo” a las condiciones del país: heredero de una formación filosófica que podríamos calificar de “anómala”, el filósofo español labró una apuesta teórica de carácter personal –un verdadero programa de trabajo– que influyó a toda una generación de autores. Pero la “anomalía” de Sacristán no se cifraba sólo en el orden intelectual, sino también en el carácter de su ethos como militante comunista, mucho más vinculado a la tradición gramsciana del “intelectual orgánico” que al perfil del “teórico puro” de los filósofos de la III Internacional.

El filósofo español supo conjugar dos líneas de pensamiento muy diferentes, poco habituales en el marxismo de la época: la filosofía analítica –centrada en la lógica, la gnoseología y el análisis formal– y el paradigma marxista en toda su complejidad y amplitud. La interrelación de ambas corrientes contribuirá a dar forma a una filosofía crítica singular, capaz de poner en tela de juicio algunos de los tópicos intelectuales más habituales de la izquierda de la época: por ejemplo, los conceptos de “ciencia” y “epistemología” utilizados tanto por la escuela ortodoxa soviética como por los filósofos franceses e italianos, que –salvando las distancias– tendían a fetichizar la teoría de Marx en un aparato conceptual sumamente abstracto y poco operativo. Sin embargo, Sacristán –que valoraba el programa teórico de Karl Marx y su potencia crítica– tampoco terminaría por adherirse a las derivas humanistas que inspiraron gran parte del marxismo posterior al deshielo. Ni humanismo ni “marxismo del teorema”. Su apuesta pasaría por vincular la dimensión científica de Marx, sus aportaciones teóricas en materia de economía política, con el quehacer crítico y político del proyecto revolucionario comunista.

Uno de los textos que mejor expone la concepción sacristaniana del marxismo es ¿A qué “género literario” pertenece El Capital de Marx?, escrito durante 1968 y publicado en 1996 en la revista Mientras Tanto. Este breve escrito sintetiza la apuesta teórica del filósofo español en su lectura de la obra Marx, una apuesta que romperá tanto con la tradición del marxismo occidental como con la recepción de los escritos del pensador alemán por parte de la filosofía académica. La tarea del texto es delimitar el universo discursivo de El Capital, labor que exige confrontar algunas de las interpretaciones filosóficas más tradicionales de dicha obra. La reflexión sacristaniana insistirá en las dificultades del pensamiento burgués para asumir la radicalidad de la crítica de la economía política forjada en El Capital, ya que sus singulares dimensiones epistémicas y políticas implican –entre otras cosas– una revolución conceptual difícilmente asumible por la intelectualidad académica burguesa. Los críticos de Marx – en este caso Joseph Schumpeter y Benedetto Croce– trataban de analizar su obra desde un plano “puramente teórico” y axiológicamente neutral, lo cual les llevaba inmediatamente a rechazar la “heterogeneidad discursiva” de El Capital. La gran obra de Marx, tal y como apuntaba Croce, no cumplía con el standard de cientificidad de los tratados económicos al uso, sino que más bien era una suerte de “suma de elementos” poco homogénea: un “conjunto de “cánones” o métodos para la interpretación del pasado, más unos cuantos análisis y proposiciones en forma propiamente teórica, más un impulso “profético” o “elíptico” hacia otro tipo de sociedad...”2. Por lo tanto, y atendiendo al estado de la teoría económica de la época –que había adquirido un alto grado de formalización matemática–, El Capital quedaba convertido en una obra anticuada y políticamente “viciada”. Yendo más allá de la validez o corrección de la lectura croceana –una interpretación que ha creado escuela en el ala liberal–, lo que su análisis revela es una enorme dificultad para entender de manera integral la gran obra de Marx. Problema compartido también, aunque en otro sentido, por la propia tradición marxista. La cuestiones parecían plantearse del siguiente modo ¿Cuál de esos géneros discursivos mencionados por Croce (teórico, interpretativo, político, “profético”, etc.) era el dominante en El Capital? ¿Cuál es el significado de tal variedad? ¿Y cómo se relaciona esta obra con la práctica revolucionaria de Marx y su producción filosófica de madurez?

La respuesta de Sacristán a estas cuestiones pasará por mostrar que la sistemática del trabajo intelectual, un sistema de pensamiento inevitablemente vinculado a la división del trabajo social, tiende a inmunizar a los profesionales de la cultura contra cualquier desafío hacia los fundamentos del saber instituido (es decir: el saber que practican usualmente y en el que se reconocen). O, de otro modo: que la producción de conocimientos está enraizada en el capitalismo, en su estructura clasista, y que, por tanto, no deja de responder a sus necesidades sistémicas de reproducción social y cultural. Por todo ello, la crítica meramente “metodológica” y “académica” de los escritos de madurez de Marx –representada aquí por Croce– no era capaz de apresar lo fundamental del esfuerzo del filósofo de Tréveris en El Capital. El dispositivo conceptual del texto, su apuesta simultáneamente histórica, crítica, económica y política, no era legible desde la división disciplinar de la academia (tanto por motivos de organización del saber como por motivos de clase). El concepto académico de “teoría” era mucho más restringido que el utilizado por Marx en su obra. Por otra parte, el vehemente desacuerdo de Sacristán con Althusser tendrá que ver, precisamente, con la lectura de los escritos de madurez del filósofo alemán elaborada por este último: Althusser y su escuela entendían la problemática de las obras maduras de Marx como una cuestión eminentemente “teórica”, e intentaban dotar al marxismo de un carácter científico actual desde los presupuestos de la epistemología estructural. La cuestión para Sacristán no era “descifrar correctamente” la teoría de El Capital o descubrir la “ciencia madura” de Marx, sino más bien entender la singularidad y especificidad de dicha obra más allá de los presupuestos de la sistemática intelectual académica. La interrogación por el género discursivo dominante en El Capital no era, pues, una cuestión primordialmente teórica. Ésta pregunta apuntaba –como hemos mencionado más arriba– hacia la coexistencia de diferentes tipos de discurso que de por sí desbordan el plano epistémico3 . En este sentido, Sacristán afirmará que para entender lo que está en juego en la obra de Marx, ha de comprenderse, sobre todo, su proyecto general: “fundamentar y formular racionalmente un proyecto de transformación de la sociedad”4 . Una tarea praxeológica, es decir, un proyecto en el que la teoría ha tiene por objetivo la “fundamentación científica de una práctica”. La praxeología pone en juego una dinámica que va desde el programa político hacia la fundamentación teórica y viceversa, un gesto que no puede identificarse ni con la “política pura” ni con la “teoría académica”. Tampoco, por supuesto, con la servidumbre de la teoría ante las necesidades de la política: “La relación entre el “género literario” praxeológico y el de la teoría pura (en sentido fuerte o formal) no es de antagonismo, sino de supraordinación: para la clarificación y la fundamentación de una práctica racional la teoría es el instrumento más valioso, aparte de su valor no instrumental, de conocimiento”5 . La teoría tiene “autonomía”, pero sus objetivos prácticos rebasan el ámbito del discurso científico.

Sacristán se oponía así tanto a la disolución de la teoría marxista en una suerte de “filosofía humanista” como al “teoricismo” de corte epistemológico, consagrado por la tradición del marxismo occidental (especialmente Althusser, Della Volpe y Colletti). Ambos enfoques le parecían del todo estériles y reduccionistas a la hora de comprender a Marx 6 . De este modo, el filósofo iniciaba una tradición en España que no sería complaciente con ninguna de las “modas” marxianas del momento. Lo cierto es que Sacristán no dejaba de ser un intelectual a contracorriente: frente a los grandes marxistas del momento –profesores de filosofía y vinculados a la institución universitaria– él era una figura excluida, obligado a morar en los márgenes de la universidad por motivos políticos; frente a la desvinculación de la praxis de los intelectuales en las organizaciones comunistas, fruto de las derivas reaccionarias de la III Internacional, Sacristán aparecía como un intelectual orgánico del partido, colaborando activamente en la construcción de una sólida célula cultural y militante en el PSUC; y frente al desconocimiento de gran parte de los filósofos marxistas de la teoría de la ciencia y el análisis formal, el filósofo español destacaba en este ámbito como un buen especialista. Todos estos elementos marcarían a los herederos de Sacristán, que participarán de la lectura praxeológica de su maestro, dando forma a una tradición marxista crítica original en España.

Foto: Jacobo Muñoz
2. El marxismo de Jacobo Muñoz

Tal y como lo retrata Francisco Vázquez en La Filosofía Española: Herederos y Pretendientes, el vínculo entre Jacobo Muñoz y Manuel Sacristán se fundaba en múltiples similitudes biográficas e ideológicas: militancia antifranquista, pertenencia al PCE (Muñoz se adhiere en 1966) y una sensibilidad filosófica y cultural muy afinadas. Ambos se conocieron en Barcelona a mediados de la década de los 60, cuando Muñoz estaba finalizando la especialidad de Filosofía. Su ethos común les llevaría a forjar una relación de amistad y un significativo nexo Maestro-Alumno, a través del cual Muñoz se adentraría en el marxismo. Y no sólo en él. Esta relación se estrechará todavía más cuando el alumno llegue a ser director literario de Grijalbo (circa 1974) y anime a Sacristán a colaborar todavía más activamente en una editorial a la que siempre había estado vinculado. Desde la perspectiva del marxismo español, una tradición enterrada por el franquismo, no es en absoluto exagerado calificar de fundamental el trabajo realizado por la editorial Grijalbo (labor en la que se incluyen nuestros dos autores). Quizá baste con recordar algunos de los títulos de la colección Instrumentos o de la serie Teoría y Realidad: La acumulación del capital, de Rosa Luxemburgo, Historia y Conciencia de Clase, de G. Lukács, Materialismo y Empirocriticismo, de Lenin, o, de otra parte, Actualidad del pensamiento político de Gramsci, escrito por otro discípulo de Sacristán, Francisco Fernández-Buey.

Lecturas de Filosofía Contemporánea (1978) –la primera obra de Jacobo Muñoz– tendrá una notable impronta sacristaniana. Las coordenadas desde las que piensa Sacristán, su posición crítica respecto de los marxismos humanistas y estructurales, servirán a su discípulo de eje cartográfico para situarse en los debates teóricos del momento. Muñoz, consciente de la potencia teórica del marxismo en el ámbito de las ciencias sociales, y poseedor de una elevada competencia en epistemología y filosofía analítica, forjará su apuesta intelectual mirando tanto hacia el interior de la tradición marxista como hacia afuera. En cierto modo, Muñoz es heredero de la misma “anomalía” formativa que Sacristán (no hay que olvidar que su tesis doctoral, dirigida por Emilio Lledó, versaba sobre Ludwig Wittgenstein), sin embargo, su posición institucional –mucho más favorable que la de Sacristán– y una vocación filosófico-cultural más decidida y abierta, le impulsarán a trascender los límites del legado de su maestro. Hay tres escritos dentro de Lecturas que ilustran bien las preocupaciones de Jacobo Muñoz durante esta época, y que en conjunto permiten comprender su recepción original del marxismo; estos escritos son: Reconsiderando a Lukács (1973), ¿Qué es el marxismo? (1975) y Filosofía de la Praxis y Teoría General del Método (1976). A lo largo de estos textos se perfila la cuestión transversal de la especificidad del marxismo en todas sus vertientes (como tradición intelectual, como discurso científico, como crítica socio-cultural, como praxis política y revolucionaria, etc.), incluida la pregunta central por su dimensión filosófica: ¿Qué es o qué puede ser una Filosofía Marxista? ¿Cuál es su papel?

En el primero de los textos citados, Reconsiderando a Lukács, Muñoz aborda el legado del pensador húngaro tomando como punto de partida su influencia intelectual en el Mayo francés. Más allá de los acontecimientos de Mayo, el filósofo español pone en perspectiva el pensamiento de Lukács, situándolo como una de las alternativas filosóficas que renacieron tras la crisis del estalinismo. En aquella época de transición – a la que hicimos referencia más arriba– dos vías parecían dibujarse en el panorama del marxismo occidental: una subjetiva, caracterizada por la filosofía revolucionaria lukacsiana de Historia y Consciencia de Clase (pero también por la vía humanista de la Escuela Praxis y otros marxismos más “liberales”) y otra teórica, cuyo baluarte fueron las escuelas de Louis Althusser y Galvano Della Volpe. Mientras Mayo del 68 florecía en las calles de París, en España se cultivaba el “marxismo estructural” francés, centrado casi exclusivamente en la problemática epistemológica de Marx y en la construcción de un canon hermenéutico marxista. A pesar de las diferencias entre ambos enfoques, Muñoz veía una empresa solidaria en las dos tendencias: la recuperación del proyecto leninista más allá de la dogmática de Stalin y los avatares del bloque soviético. Sin embargo, la crisis existente era mucho más profunda, e involucraba tanto al programa revolucionario de Lenin como los discursos clásicos de los partidos comunistas. El capitalismo ya no era el mismo, había mutado y se caracterizaba por un sinfín de nuevos desafíos y retos que exasperaban los viejos antagonismos; Muñoz retrataba así este período convulso: “la agudización… de la contradicción básica del modo de producción capitalista o contradicción entre el desarrollo acelerado del carácter social de las fuerzas productivas y la propiedad privada de las mismas[…]; la repulsa, por parte de sectores cada vez más numerosos de la población de unas relaciones sociales basadas en la competitividad y en la ley del beneficio privado; la crisis estructural (y no meramente coyuntural) del capitalismo imperialista, cuya amplitud obliga de manera cada vez más clara a hablar de una “crisis civilizadora” de dimensiones insospechadas; la crisis ecológica…”8 . Era obvio, por tanto, que los esfuerzos políticos del marxismo habían de renovarse. Y la tarea no sería fácil: se hacía necesario un nuevo compromiso con la política, el cual debía ir acompañado de investigaciones capaces de dar cuenta de los nuevos conflictos que habitaban el mundo globalizado. Pero, además, era fundamental entender que ese nuevo compromiso revolucionario no surgiría ni de las críticas liberales al dogmatismo –pues diluían la especificidad teórica del marxismo- ni de las apuestas que no se atreviesen a articular un “rechazo global y explícito” del socialismo realmente existente.

La recuperación de Lukács en este contexto de alternativas apuntaba, esencialmente, a su noción de método, un concepto que podía contribuir a la forja de un marxismo a la altura de la época. Muñoz criticará los excesos subjetivistas y voluntaristas de Historia y Consciencia de Clase (1923), sobre todo la confusión lukacsiana entre los planos epistémico y ontológico. Para el filósofo húngaro la unidad de la teoría y la práctica radicaba en la toma de conciencia del proletariado, y ésta sólo podía acontecer a través del conocimiento crítico del capitalismo. Ahora bien, conocer el modo de producción capitalista significaba para los trabajadores mucho más de lo que suponía “conocer” para la burguesía: comprender la sociedad impulsaba, al mismo tiempo, el auto-conocimiento del proletariado como clase social para sí, lo que suponía descubrir tanto su papel central en el sistema capitalista como su potencial en tanto sujeto revolucionario. Pero Lukács privilegiaba la toma de consciencia como el “paso decisivo” del proceso que había de llevar a la revolución, como si el auto-conocimiento subjetivo del proletariado bastase para desencadenar la acción colectiva y el cambio. Muñoz se apartará del idealismo lukacsiano, cuya base era la identidad hegeliana entre sujeto y objeto, destacando, sin embargo, la dimensión totalizadora que Lukács asignaba al método dialéctico. Lo importante era recobrar la capacidad sintética del pensar dialéctico y el anhelo revolucionario que atravesaba Historia y Conciencia de Clase, de modo que, superadas las tentaciones idealistas, ambos elementos pudieran situarse en un plano real: en el terreno de la praxeología.

El conocimiento dialéctico y su método, la síntesis-totalizadora, constituían – como había señalado Sacristán– herramientas conceptuales dirigidas hacia la praxis, hacia “la transformación programada de la realidad”9 . Dialéctica quería significar, pues, reconstrucción de la situación social concreta a partir los datos obtenidos por la investigación científica; estructuración y elaboración de esos datos en un marco global que pudiera hacer inteligibles los antagonismos para la clase trabajadora. No se trataba, por tanto, de teoría o ciencia sin más, sino de un conocimiento de lo concreto cuyo fin era construir estrategias para la intervención. Pero apostar por la comprensión dialéctica de la realidad social precisa, además, de un proceso de fijación de objetivos y valoraciones que rebasa la teoría y el ámbito de la “razón demostrativa”: el proceso de decisión ético-política, una toma de posición de clase. De este modo, Jacobo Muñoz elevaba dos críticas al marxismo contemporáneo: una al subjetivismo de los nuevos lukacsianos –que creían que el paso decisivo para la revolución se daba en la “conciencia proletaria”– y otra al “teoricismo” de Althusser, que confiaba a la ciencia las decisiones ético-políticas del proletariado y sus estrategias de acción. Pero lo fundamental era que Muñoz –al matizar lo que entendía por método dialéctico– ponía de relieve algunos de los rasgos que podían dar forma a una filosofía marxista sustantiva: su necesaria atención a las ciencias y, en particular, a la historia; la consideración procesual de los fenómenos que entraban en su órbita de análisis (procesualidad que apuntaba al cambio y a las transformaciones); su vinculación con las diferentes prácticas sociales y –por supuesto– su óptica totalizadora.

Poco después Muñoz escribirá ¿Qué es el marxismo? (1975), uno de los mejores textos que se han escrito en castellano sobre la tradición marxista. El escrito no sólo aborda algunos de los debates más candentes de la época, sino que logra dar una explicación global, rigurosa y sintética de los principales rasgos y líneas de trabajo que conforman el marxismo (sus dimensiones teórica, crítica, ética, política e histórica) Pero ¿por qué apostar por una definición general del marxismo? Dos parecían ser los objetivos de tal proyecto: por una parte, participar en los debates que tenían lugar a mediados de los 70, un momento de crisis y re-definición, por otra, crear un marco desde el que dialogar con las demás corrientes filosóficas. Se trataba de clarificar qué era el marxismo para volver a impulsarlo, propiciando, al mismo tiempo, que toda conversación entre paradigmas pudiera transcurrir más allá de los prejuicios epistemológicos, éticos e historicistas acostumbrados. Para empezar, Muñoz critica la recepción académica típica de la obra de Marx –aquella que ya denunciara Sacristán en las figuras de Croce y Schumpeter–, destacando la pluralidad del “canon” marxista frente a la aparente neutralidad axiológica y “homogeneidad” del saber instituido. Para el filósofo español, la heterogeneidad discursiva del marxismo, lejos de ser un impedimento para su consideración como teoría, era uno de los pilares de su potencia analítica. Que esta pluralidad fuese, al mismo tiempo, fuente de confusión para diversas corrientes (Análisis, Hermenéutica, Economía standard, etc.), solo significaba que éstos no solían molestarse en trascender sus propias posiciones de clase, y lejos de adentrarse en la complejidad del marxismo preferían mantenerse en el terreno de sus propias espirales ideológicas. Para analizar qué sea el marxismo hay que establecer ciertas cautelas y diferenciaciones atendiendo a su naturaleza praxeológica:
a) el marxismo es una teoría, es decir, Marx procede a una crítica del capitalismo basada en las herramientas de la economía, la historia y la sociología;
b) el marxismo propone un programa político, es decir, posee una vocación revolucionaria y transformadora informada por el conocimiento científico del modo de producción capitalista; c) entre la dimensión teórica y la política tiene lugar la mediación de una dimensión filosófica, un ámbito crítico y propositivo que establece un puente entre los otros dos niveles.
Establecidas estas diferenciaciones, el marxismo puede ser considerado estrictamente como teoría, aplicándole un análisis epistemológico e histórico para comprender tanto las condiciones históricas de su emergencia como la validez (o caducidad) de su dispositivo conceptual. Muñoz da cuenta extensamente de ambas cosas en el texto, atendiendo a las condiciones históricas y sociales de posibilidad del marxismo y a la autoconciencia teórica de Marx. De la reconstrucción de la historia del marxismo realizada por el filósofo cabe destacar, especialmente, su insistencia en que la crítica de la economía política marxiana tiene un carácter básico de clase, construido paralelamente al desarrollo de la sociedad capitalista del siglo XIX. Los economistas clásicos David Ricardo y Adam Smith podían no entender aún lo que significaba la contradicción entre trabajo y capital, pero autores contemporáneos de Marx como J. S. Mill si lo hacían, y sus propuestas –similares en muchos aspectos a las de algunos “socialistas”, como Proudhon– sólo tenían como objetivo armonizar las condiciones de explotación desde posiciones pequeño-burguesas. Trasladaban su ideología –cargada de espejismos y utopía– al terreno del análisis, incurriendo en errores en los que Marx, gracias a su perspectiva de clase, no cayó jamás. Frente a la justificación o la ingeniería bienintencionada de lo dado, en Marx siempre prevalecía la crítica de clase, la cual, por otro lado, y teniendo en cuenta el momento histórico desde el que escribe, puede considerarse como garante crítico de objetividad 10.

En cuanto a la formación de la teoría de Marx y su evolución, Muñoz describe su génesis histórica con enorme rigor, introduciéndose, además, en uno de los debates más complejos del marxismo de mediados del siglo XX: el de la naturaleza histórica y teórica de las categorías de la crítica de la economía política, es decir, el debate en torno a las relaciones entre historia y estructura conceptual dentro de la epistemología marxista11. Reproducir dicho debate sería muy extenso, ya que involucra el desarrollo del pensamiento de Marx a lo largo de diversos textos, etapas y transiciones. Sin embargo, cabe poner de relieve algunos de los aspectos que el propio Muñoz rescata, ya que dan forma a una posición original en el marco de dicha discusión. Por ejemplo, a la hora de analizar las fuentes del pensamiento de Karl Marx, Muñoz va más lejos que Lenin, agregando a la filosofía alemana, al pensamiento político francés y a la economía política inglesa, una más: el movimiento obrero. Este paso –compartido también por Althusser en su segunda autocrítica de los 7012– indica claramente algo que ya ha aparecido a lo largo del texto: que el marxismo es, ante todo, una praxeología cuyo agente es la clase trabajadora, y que para comprender la evolución de un autor hay que prestar atención a la historia social desde la que emerge su reflexión (en este sentido, Muñoz cita la revuelta de los tejedores Silesia como revulsivo para la teoría del joven Marx). De otra parte, y ya adentrándonos en un terreno más abstracto, resulta muy interesante la posición de Muñoz en la polémica sobre el alcance explicativo de las categorías teóricas de la crítica de la economía política de Marx, una cuestión relacionada estrechamente con la génesis histórica de las propias categorías. Reproducir este debate, uno de los más vivos dentro de lo que fue el Marxismo Occidental, es imposible en estas líneas. Quizá baste decir que Muñoz no optó ni por la vía estructural de Louis Althusser en Lire le Capital, ni por la galileana de Galvano Della Volpe en Logica come Scienza Storica. Tampoco por la perspectiva genética lineal de un autor como Ernest Mandel. Muñoz pensaba –junto a Jindrich Zeleny– que la teoría de Marx, sus categorías y esquemas de investigación, estaban radicalmente atravesados por la historia, y que su novedosa forma de conceptuar las relaciones económicas estaba adaptada a la procesualidad de los fenómenos socio-históricos. No había contradicción entre un esquema teórico formal, construido a fuer de investigar empíricamente en los campos de la economía, la política y la historia, y los fenómenos socio-históricos que se trataba de investigar. Y no la habría siempre que tuviésemos presente, como apuntaba Zeleny, que las categorías de Marx eran siempre relativas y dinámicas. Es decir: las categorías no podían ser –como en la economía burguesa– generales, estáticas y sin sustancia histórica; al contrario, su referencia había de ser histórica, específica y relativa al modo de producción estudiado (capitalista, feudal, asiático, antiguo o primitivo). Además, y esto es algo en lo que Muñoz hace hincapié, el método de Marx es genético-estructural: para conocer la estructura de una sociedad, su funcionamiento y dinámica, se ha de conocer también su génesis, pues de lo que se trata es de entender las leyes dinámicas de su nacimiento, desarrollo y destrucción 13. Las categorías, por tanto, han de comprender las relaciones sociales que articulan la estructura de una sociedad en movimiento, en un devenir conflictivo que puede acabar con ella.

La parte final de ¿Qué es el marxismo? lo aproxima directamente a Filosofía de la Praxis y Teoría General del Método (1976), el tercer texto que Lecturas de Filosofía Contemporánea que trataremos de poner en perspectiva. Como ya señalamos, el escrito sobre el marxismo trataba de despejar los prejuicios típicos de otros paradigmas sobre el pensamiento de Marx, en especial aquellos que se empeñaban en entender el marxismo como un naturalismo ético y como una forma de historicismo. Muñoz, que había articulado el pensamiento de Marx en tres niveles (recordemos: teoría, política y filosofía), mostraba que la incomprensión del paradigma marxista radicaba en la confusión de los distintos planos de actividad en los que éste se desarrollaba. Así, los que acusaban a Marx de no diferenciar suficiente entre los enunciados valorativos, fácticos y proposiciones teóricas, intentaban introducir en la teoría marxista falacias naturalistas que realmente no estaban en ella. De hecho, la teoría no podía llevarse a la práctica sin el elemento de decisión –destacado varias veces por Muñoz– que permite fijar objetivos, valorar situaciones y comprometerse con una estrategia de actuación específica. El conocimiento del ser no lleva –por no se sabe qué acrobacia– al deber ser. Son la deliberación y la decisión las que permiten ajustar los resultados del análisis teórico a un programa político14. Respecto a las acusaciones de historicismo, en las que Popper tuvo un papel protagonista, éstas se revelan como absurdas a poco que uno tenga la voluntad de leer –más allá de algunos marxismos vulgares– lo que Marx pensaba sobre la historia y su evolución. Esa aparente necesidad que atravesaría las explicaciones causales del materialismo histórico se debe, esencialmente, a la simplificación de la teoría marxista divulgada por la II Internacional y la Socialdemocracia Alemana. En los textos de Marx no existe un carácter fatal o una serie de leyes históricas fijas sobre la transición de los modos de producción, leyes que se prolongarían (por su propia “necesidad”) hacia la profecía del fin del capitalismo. Si así fuese, insistir en la praxis revolucionaria del proletariado se revelaría como una tarea inútil, ya que la economía y la historia harían por sí solas el trabajo de la política. Pero Marx jamás pensó así: “Desde la perspectiva marxiana no puede hablarse, pues, de un carácter “fatal” o “necesario” de las posibilidades abiertas por las relaciones estructurales. Marx no se propuso nunca elaborar recetas suprahistóricas, formular “leyes” inexorables de tipo “universal”… ni “garantizar”, en suma, el advenimiento de nada […] De ahí las últimas palabras de esa curiosa refutación avant la lettre de la manipulación popperiana de su pensamiento:” 15 .

Formuladas estas dos críticas, y despejado el terreno de los prejuicios, Muñoz se proponía en Filosofía de la Praxis y Teoría General del Método iniciar un diálogo con el Análisis y la Filosofía de la Ciencia standard. El filósofo dibujaba un ambicioso programa de investigación para establecer nexos entre la teoría marxista y la teoría de la ciencia, una mutua interpenetración crítica de la que podrían haber surgido interesantes frutos. Sin embargo, era difícil en aquella época obtener un feedback intelectual como el que tal programa perseguía, y –por desgracia– las posiciones y líneas de discusión solo quedaron planteadas. En dicho texto –inicialmente una conferencia– Jacobo Muñoz vuelve a los temas de ¿Qué es el marxismo?, tomándolos como base argumental para del debate. Es difícil reproducir todo el proyecto de Muñoz en unas pocas líneas, pero podemos sintetizarlo reseñándolo de manera global:
1) Un análisis de las críticas usuales de la Filosofía Analítica al marxismo desde los planos epistémico y metacientífico (su status científico) tomando en consideración que el marxismo no es una mera “teoría”, sino una articulación de teoría, política y consciencia crítica o reflexiva;
2) Examen del instrumental analítico para organizar una aproximación al marxismo, desde lo más básico (conceptos de verdad, contrastación empírica, teoría, explicación científica) a lo más complejo (valoración de los métodos “especiales del marxismo”, método de abstracción decreciente, derivación empíricamente vinculada, status de las prognosis del marxismo, etc.);
3) Introducción no sólo del contexto de validación de las teorías en el diálogo, sino también del contexto de formación y génesis histórica y sociológica de las mismas;
4) Partir en el debate de la crisis del concepto galileano de ciencia, apelando al desarrollo de nuevos enfoques que intentan dar cuenta de qué pueda ser la ciencia, la causalidad y la investigación científica (Teoría de sistemas, Hermenéutica, Sociología crítica, etc.);
5) Tener en cuenta en la construcción de este diálogo el lugar académico y social que ocupan las teorías que conversan (Análisis y Marxismo), abordando así el problema de las posiciones de clase en la ciencia;
6) Despejar, de una vez por todas, las pseudocríticas que entienden el marxismo como un naturalismo ético o un historicismo, ya que son los clichés que habitualmente impiden un diálogo inter-paradigmático serio. Como vemos, el programa –desarrollado aquí en sus líneas más globales– manifestaba una potente ambición y una apertura dialógica profunda, nada superficial.
Aunque aquel diálogo no obtuviese la respuesta deseada, su elaborada propuesta daba el marxismo de Jacobo Muñoz un carácter hasta entonces inusual en España. Se trataba de llevar la teoría marxista al centro de los debates intelectuales del momento, en el ámbito académico y fuera de él; se trataba, en definitiva, de darle carta de validez en los espacios y tradiciones que lo habían repudiado por motivos políticos o por mera holgazanería intelectual. Uno de los puntos fuertes de aquel artículo era el concepto de filosofía marxista (o crítica) que Muñoz perfilaba en sus líneas. Para empezar, y retomando algunos de los rasgos que ya hemos anticipado, para el filósofo español la filosofía marxista constituía una mediación reflexiva entre la teoría y la praxis, entre el conocimiento científico (histórico, económico y social) y el programa político. Pero esta mediación no podía ser sin más una concepción del mundo, es decir, una suerte de yuxtaposición y mezcolanza de hechos, valoraciones, proposiciones teóricas y objetivos no confesados. Si por algo se caracterizaba el marxismo era por su proyecto antiideológico y su apelación a la claridad de la consciencia, elementos que rompían con la amalgama pseudo-teórica que siempre han propuesto las diversas visiones del mundo (sea su naturaleza religiosa o pseudo-científica). En las concepciones del mundo se da una fusión de discursos cualitativamente diversos (hechos, valores, objetivos), mientras que la filosofía marxista se auto-constituye como mediación consciente, como razonamiento práctico cuyo objeto es doble: a) los resultados del conocimiento adquiridos a partir del materialismo histórico; por tanto, la crítica, ordenación y valoración de esos datos con vistas a tomar decisiones y fijar objetivos con la mayor claridad posible, de modo que nuestros juicios acerca de la realidad sean nítidos y no reposen en ninguna forma de auto-engaño b) la constitución de un programa de acciones adecuado, fundado tanto el conocimiento socio-histórico de la coyuntura como en la valoración pormenorizada de la misma, valoración que se realiza, además, desde una posición de clase que interpreta los datos y asume las estrategias a seguir para transformar la realidad. La filosofía marxista es, por tanto, el ámbito de la reflexión y la decisión, el terreno de la proposición de fines. La construcción del conocimiento dialéctico, es decir, la construcción de una imagen del mundo cada vez más concreta, global y explícita, solo puede llevarse a cabo gracias a la orientación filosófico-práctica que brinda esta mediación, ya que desde ella emerge ese impulso totalizador llamado a intervenir y subvertir las desigualdades sociales.

3. Desvíos hacia una Filosofía de la Resistencia

Después de los años de la transición, apagados ya los fuegos de una posible revolución política de izquierdas, una nueva edición de Lecturas de Filosofía Contemporánea vería la luz en 1984, esta vez para la editorial Ariel. Aquella edición incluía un Epílogo que marcará un punto de inflexión en la producción filosófica de Jacobo Muñoz. A partir de aquel texto, lúcido y grave, el filósofo abandonaría el marxismo como ámbito central de su proyecto intelectual. Aunque este abandono será, como veremos, algo más aparente que real. El epílogo agregado a la nueva edición de Lecturas traducía el escepticismo del autor ante la “nueva cultura” post-transicional –la de la llamada posmodernidad– que parecía no ser más que el nuevo avatar ideológico de las relaciones de producción tardo-capitalistas. Tal y como Muñoz anticipaba en su texto Reconsiderando a Lukács, la ciencia y la tecnología más avanzadas se habían convertido ya en fuerzas productivas stricto sensu, la sociedad de consumo –instalada de golpe en España– comenzaba a convertirse en el sucedáneo atrofiado de la libertad que algún día habitó en los anhelos de la izquierda, y la cultura había pasado a ser un objeto más de consumo en un mercado banal y acelerado. Las tres escuelas filosóficas analizadas a lo largo de aquel escrito –el Análisis, el Marxismo y la Hermenéutica– eran tratadas de manera pormenorizada. El autor exponía los ejes de sus corpus filosóficos y radiografiaba la actualidad (o desfase) de su problemática. Se sondeaban, muy especialmente, los límites de las tradiciones filosóficas centrales y las cuestiones que habían articulado su decurso (los problemas del Sentido, el Sujeto, el Lenguaje, el Progreso, la Sociedad Moderna, la Historia y la Historicidad etc.) hasta la década de los 80. Lo que parecía indicar aquel Epílogo era el fin de cierta época, un cambio de etapa en el que las tradiciones convocadas estaban condenadas –de uno u otro modo–al diálogo o al eclecticismo. Sobre todo si querían sobrevivir en una sociedad que mutaba aceleradamente. Poco después el marxismo fue abandonado en masa por muchos de sus intelectuales, consolidando una tendencia que se había iniciado en la transición democrática; el pragmatismo renacería años más tarde gracias a filósofos como Richard Rorty, alineado en torno al bon sens neoliberal de una época que equiparaba libertad con gasto y consumo; la Hermenéutica comenzaría progresivamente a gozar de una salud universitaria y editorial cada vez mayor, marcada por la recepción española de Gadamer y la difusión del pensiero debole de G. Vattimo; hubo cierto re-encantamiento estéticoliterario gracias al post-estructuralismo, sobre todo en su línea deconstructivista (J. Derrida). Lo que quedaba claro es que la filosofía española abandonaba las líneas más sólidas legadas por la filosofía contemporánea (también las legadas por la modernidad y su crítica) para instalarse en un panorama post que miraba, fundamentalmente, al interior del texto. La sociedad, la política y la economía dejaron de ser preocupaciones fundamentales (especialmente en su sentido crítico). También el diálogo con otros saberes. Aunque esto último, tal y como analizan hoy varias obras, sólo volvía a confirmar una tendencia filosófico-institucional gestada a lo largo del franquismo en las Facultades de Filosofía españolas16 .

Aunque Jacobo Muñoz se apartara de las problemáticas epocales del marxismo, la proyección crítica de su pensamiento persistió, remontando los años dorados de la posmodernidad desde una suerte de escepticismo comprometido, nunca cínico. Un escepticismo que, por otra parte, lo era con una época y un establishment cultural y académico específicos, no con el carácter emancipador de la filosofía marxista, la Teoría Crítica o la lucha política. Muñoz continuó, año tras año, dedicado a su labor editorial al tiempo que elaboraba una brillante carrera académica como profesor y catedrático universitario. Quizá uno de sus empeños más destacables haya sido su afán por mundanizar la filosofía, por devolverla al horizonte social y cultural para interrogarse acerca de los problemas reales del individuo contemporáneo. Por otra parte, el filósofo ha buscado dialogar con la mayoría de las tradiciones filosóficas de finales de siglo, y buena muestra de ello son las obras que ha ido coordinando y publicando a lo largo desde la década de los 90 hasta ahora. Por citar solo algunas: La impaciencia de la libertad. Michel Foucault y lo político (2000), El Retorno del Pragmatismo (2001), Figuras del Desasosiego Moderno (2002), Caminos de la Hermenéutica (2006) o, más recientemente, Filosofía de la Historia. Origen y desarrollo de la conciencia histórica (2010) y Melancolía y Verdad. Invitación a la lectura de Th. Adorno (2011). A través de todos estos trabajos, de todas estas lecturas y empresas filosóficas, Jacobo Muñoz insistió en sostener un debate constante tanto con las tendencias intelectuales nacionales como con aquellas que recorrían transversalmente occidente.

Uno de los rasgos más interesantes de la evolución de Jacobo Muñoz, especialmente en este período tardío, ha sido su progresivo regreso al marxismo, una vuelta más que oportuna considerando la actual crisis global. Por ejemplo, el capítulo dedicado a Marx y a la tradición marxista en su mencionada Filosofía de la Historia es más que destacable; aborda el proceso de constitución de la Historia como ciencia, desgranando las hipótesis centrales del materialismo histórico (recogidas sintéticamente en su célebre Prólogo de 1859 a la Contribución a la Crítica de la Economía Política 17) y muestra la fecundidad de su enfoque en autores como Antonio Gramsci o en los historiadores anglosajones de izquierda (desde el insustituible Eric J. Hobsbawm, vinculado al Partido Comunista de Gran Bretaña, al no menos insustituible Edward P. Thompson, uno de los creadores de la New Left). Muñoz defiende el materialismo histórico más allá del plano de la metodología, entendiendo sus presupuestos como las bases de una teoría de la macroevolución social, y lo hace teniendo siempre cuidado de no extrapolar las líneas maestras del discurso teórico a cualquier situación histórica18: las hipótesis del enfoque histórico de Marx inspiran la investigación y permiten construir análisis concretos, es decir, sus resultados no pueden ser entendidos como patrones explicativos omniabarcadores o generales. No hay leyes de la historia, la legalidad es coyuntural y concreta, está en la historia y se re-construye gracias a la investigación empírica. De hecho, como vimos más arriba, es gracias a la concreción de estos análisis, cuyo esfuerzo es totalizar e individuar un momento histórico, que puede construirse una praxis sólida y correctamente dirigida.

Por otra parte, y siguiendo con esta renovada aproximación de Muñoz al marxismo, el filósofo ha reeditado recientemente el Manifiesto del Partido Comunista, actualizando así uno de los clásicos del pensamiento político y antagonista en un momento de crisis global. De ahí también su Karl Marx, una obra que recopila algunos de los textos medulares del filósofo alemán y que, además, viene acompañada de un trabajo introductorio magistral. Dicho escrito no sólo es una de las contribuciones más sólidas de Jacobo Muñoz al marxismo, sino que quizá sea la mejor introducción al pensamiento de Karl Marx escrita en España. El texto atraviesa y aborda minuciosamente todos los aspectos del filósofo de Tréveris, ofreciendo un retrato detallado de su vida y su producción intelectual: la biografía de Marx es considerada en todas sus facetas –teórica, política y existencialmente–, y a través de ella se iluminan los hitos más importantes de su pensar; su trabajo como periodista, su formación filosófica, la construcción del materialismo histórico como paradigma, su constante actividad política y militante, las líneas maestras de su crítica de la economía política, etc. Además, ésta panorámica de la obra del pensador alemán critica frontalmente muchas de las representaciones más difundidas y erróneas de su teoría: críticas a la concepción economicista del marxismo, al marxismo como naturalismo ético o esa lectura que lo deforma en una suerte de historicismo profético. Los argumentos de Muñoz contra estas concepciones siguen la línea de Lecturas de Filosofía Contemporánea, pero esta vez escritos desde una perspectiva más madura y como invitación a una lectura de Marx exenta de los prejuicios tradicionales

Uno de los últimos gestos de Jacobo Muñoz ha sido su original empeño en forjar una Filosofía de la Resistencia, un proyecto coherente, por otra parte, con su vinculación al marxismo. Esta tarea, quizá el proyecto de toda una vida, no puede ser entendida sin la preocupación del filósofo español por el papel de la filosofía marxista, por sus potencialidades críticas y emancipadoras. Tampoco puede ser comprendida si no se repara en la constante atención de Muñoz a la historia y a la sociedad contemporáneas. La construcción de una filosofía que pone en el centro el término “resistencia” (y no, por ejemplo, libertad) surge como respuesta a las constantes debilitaciones del pensamiento filosófico, a la cada vez mayor fragmentación de la realidad debida a la globalización y a la aceleración de los procesos sociales y productivos, a la imposibilidad de reunir en visiones sinópticas u esquemáticas el ingente (y contradictorio) caudal de la experiencia ofrecida por el presente. Se trata, pues, de resistir reflexivamente ante tal expansión de la realidad, de superar la dispersión inicial –la fragmentariedad– para hacer inteligible el mundo en que vivimos. Y resistir de forma crítica, honesta, supone no abandonarse a los abismos del irracionalismo y la fe, no retrotraerse a una suerte de “ontología fundamental” que – preñada de teología– busque de nuevo la “autenticidad” en el mundo o –insistiendo en al canon moderno– a una filosofía que siga usando las nociones de “Identidad”, “Tradición”, “Ideología”, “Estado”, “Nación”, “Valores”, “Sociedad”, incluso “Crítica”, con ciega obediencia al legado de una Ilustración ya desbordada. Frente a todo lo anterior, una “Filosofía de la Resistencia” invita a un ejercicio radical de lucidez, algo que sólo puede llevarse a cabo en ruptura con el escenario posfilosófico de los múltiples pensamientos débiles que saturan el mercado cultural. Pero ¿Cómo?

Una Filosofía de la Resistencia se caracterizaría por su vocación de pensamiento fuerte, por su esfuerzo de totalización de lo real en un marco de referencias –precarias y móviles– que permita hacer nuestro entorno cada vez más cognoscible. Y lograr ese objetivo supone la tarea de realizar inventario de los rasgos que definen las sociedades contemporáneas. Un proyecto arduo y difícil que, tal y como están las cosas, sólo podrá ver la luz de forma mestiza, porque ¿Cómo construir cartografías de las nuevas relaciones sociales posfordistas sin dialogar con la Sociología o analizar, de la mano de la Economía, la financiarización de toda la trama comercial? ¿Cómo conceptualizar las mutaciones de las ideologías o los nuevos usos de nociones como Estado y Nación sin mantener un lazo estrecho con la Historia y la Ciencia Política? ¿Cómo comprender la vida de nuestras ciudades multiculturales sin reflexionar sobre las investigaciones de una nueva Antropología pos-colonial? Y, para terminar, ¿cómo analizar los antagonismos sin acercarse a las exigencias de liberación y justicia social de los movimientos sociales? Difícilmente un pensamiento encerrado en sí mismo, ya sea en la academia o en los prejuicios de una hipotética (e imaginaria) tradición, podrá hacer frente y resistir a una realidad –la de un capitalismo depredador y globalizado– que conquista cada vez más espacios de libertad intelectual mediante su lógica mercantil y banal. La apuesta de Muñoz será, siguiendo lo anterior, construir “nexos de sentido”, dibujar “cartografías cognitivas” de nuestro tiempo en un incesante diálogo con la sociedad y con otras disciplinas. Y el objeto de tal trabajo no es “teórico”, sino praxeológico: en el fondo, y esto es algo muy vinculado con su concepción de la filosofía marxista, el pensamiento de la resistencia debe ser “normativo”, debe analizar para proponer fines y objetivos que guíen las acciones colectivas. El pensamiento no debe retroceder ante la realidad, la realidad debe ser afrontada y transformada mediante su conocimiento. Sólo así podremos construir en común un relato emancipatorio inclusivo, adecuado a nuestro presente.

Cabría preguntarse si no es esto marxismo, si el filosofar de la resistencia no es un nuevo avatar –situado y contemporáneo– de un nuevo marxismo posible. Creemos que sí. Porque, de algún modo, lo que se hace valer en su propuesta es aquella concepción sui generis de la dialéctica que tanto subrayaba Sacristán: el análisis de una situación histórica concreta cuyos resultados han de ser sintetizados, totalizados dialécticamente, para la posterior transformación práctica del mundo. La Filosofía de la Resistencia parece ser, a la luz de aquella concepción, una nueva dialéctica autoconsciente de su tiempo y de la situación globalizada del capitalismo. Una renovación de la “vía praxeológica” inaugurada por Sacristán, pero, a su vez, un proyecto original que sólo ha sido planteado y exige ser acometido más allá de las debilitaciones y fragmentaciones posmodernas; y es que, como solía decir cierto dramaturgo y poeta, cuando la verdad sea demasiado débil para defenderse, tendrá que pasar al ataque Resistir activamente tal vez sea hoy pasar al ataque.

Bibliografía

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Vázquez, Francisco, La Filosofía Española: Herederos y Pretendientes, Abada, Madrid 2009
Zeleny, Jindrich,  La estructura lógica de El Capital de Marx, Grijalbo, Barcelona 1974.

Notas

1 Para situar la “anomalía” de Sacristán es recomendable el artículo Lógica y filosofía de la lógica en la obra de Manuel Sacristán, de Luis Vega Reñón, que permite valuar su contribución a la Filosofía Analítica; para acercarse su papel como militante e intelectual comunista, el espléndido escrito El intelectual y el partido. Notas sobre la trayectoria política de Manuel Sacristán en el PSUC de Giaime Pala. Ambos textos están compilados en V.V.A.A., El legado de un Maestro, FIM, Madrid 2007.
2 Manuel Sacristán, Escritos sobre el Capital, El Viejo Topo, Pág. 49.
3 Nos referimos a la inclusión de dimensiones éticas, políticas y críticas -valorativas, al fin y al cabo- en su discurso, y ya no sólo al rebasamiento de la organización del saber académico en el estudio marxiano de la sociedad capitalista.
4 Ibíd. Pág.50
5 Ibíd. Pág. 51.
6 “Lo único realmente estéril es hacer de la obra de Marx algo que tenga por fuerza que encasillarse en la sistemática intelectual académica: forzar su discurso en el de la pura teoría, como hizo la interpretación socialdemócrata y hacen hoy los althusserianos, o forzarlo en la pura filosofía, en la mera postulación de ideales, como hacen hoy [1967-68] numerosos intelectuales católicos tan bien intencionados como unilaterales en su lectura de Marx”. Ibid. P. 51.
7 Esta cuestión, como iremos viendo a lo largo del texto, es una de las interrogaciones centrales del pensamiento de Jacobo Muñoz. El filósofo no ha dejado de plantearse hasta hoy cuál pueda ser el papel de una filosofía verdaderamente contemporánea, un pensamiento que él ha concebido siempre como crítico, emancipador, en saludable mestizaje con las disciplinas históricas y científicas.
8 Jacobo Muñoz, Lecturas de Filosofía Contemporánea, Ariel, Barcelona 1984. Pág. 28.
9 Ibíd. Pág. 36.
10 “Marx considera, pues, que una vez históricamente cristalizada la formación social capitalista, con su nivel específico de lucha de clases, no era posible un estudio “imparcial” de la misma “sin remontarse sobre el horizonte de la burguesía” […] Dentro del horizonte de la burguesía a lo más que podían aspirar los economistas… era a armonizar (à la J. S. Mill) la economía política del capital con las aspiraciones del proletariado”. La imparcialidad y objetividad, por tanto, no podían venir desde un enfoque que mistificaba las relaciones económicas con una ideología “armonizadora”. Ibíd. Pág. 81.
11 Este debate puede seguirse bien el las obras principales de Galvano Della Volpe y en el segundo gran escrito de Louis Althusser. Ver respectivamente: Logica come scienza storica, Editori Riuniti, Roma 1969 y Lire le Capital, PUF, París 1996. Para una panorámica histórica y situada de este debate: Perry Anderson, Consideraciones sobre el marxismo occidental, Siglo XXI, Madrid 1979.
12 La inclusión del movimiento obrero como fuente se debe a Sacristán, tal y como Muñoz le atribuye, sin embargo, Muñoz parece sacar más conclusiones que el primero acerca de la naturaleza de clase de la filosofía marxista. Por otra parte, y de manera sorprendente, existe un acuerdo importante entre la inclusión de esta cuarta “fuente” por parte de los marxistas españoles y uno de sus “enemigos teóricos”, Louis Althusser. El pensador francés propondrá en Marx dans ses limites (1978) que la teoría marxista es algo interno a la clase trabajadora, corrigiendo así su deriva teoricista y profundizando en las raíces clasistas del pensar de Marx. Ver: Marx dans ses limites, especialmente el capítulo 4 (La Théorie Marxiste n’est pas extérieure mais intérieure au mouvement ouvrier), recopilado en Louis Althusser, Écrits Philosophiques et Politiques, STOCK/IMEC, París 1994. Para poner en perspectiva el escrito y la evolución de Althusser en esta etapa: Althusser: un trabajo sobre la ideología y los límites del marxismo, escrito por Juan Pedro García del Campo como prólogo a la edición castellana del texto (Marx dentro de sus límites, Akal, Madrid 2003)
13 Sobre este punto, la obra del pensador checo Jindrich Zeleny, La estructura lógica de El Capital de Marx, Grijalbo, Barcelona 1974. Por insistir en un viejo debate ¿No cae el hegelianismo de Zeleny –con todos los matices que queramos atribuirle– en esa suerte de mirada histórico-categorial que considera el tiempo histórico como un lugar homogéneo y continuo? ¿un lugar que no admite la coexistencia de diversas temporalidades en un mismo momento histórico ni discontinuidades? Podría ser que, a pesar de su flexibilización categorial materialista, fuese más fiel a Hegel de lo que parece.
14 “El razonamiento práctico (rótulo identificable con el más tradicional de “argumentación ética”) debe ser considerado como el espacio de mediación entre el conocimiento positivo de la realidad –obtenido, en este caso, gracias al arsenal analítico-conceptual del marxismo, pero, por supuesto, no sólo a través de él–, la valoración de esa realidad y las finalidades u objetivos que se proponen a la acción revolucionaria”. Óp. Cit. Pág. 124.
15 Ibíd. Págs. 105-106.
16 Nos referimos a La norma de la filosofía. La configuración del patrón filosófico español tras la Guerra Civil y La Filosofía Española: Herederos y Pretendientes, escritos por José Luis Moreno-Pestaña y Francisco Vázquez respectivamente.
17 Karl Marx, Contribución a la crítica de la economía política, Siglo XXI, Madrid 1980. Prólogo. Págs. 3-7.
18 Muñoz hace inventario de las hipótesis del materialismo histórico (atención fundamental a la producción material, a la contradicción creciente entre fuerzas productivas y relaciones de producción, entre socialización del lo común y propiedad privada, lucha de clases, etc.) y después escribe: “Las hipótesis transcritas no son, por otra parte, sino indicaciones esquemáticas: indicaciones metodológicas que ni aspiran a presentarse como patrones explicativos ni deben ser elevadas a esa condición. Su ámbito de incidencia específico no debe ser nunca desbordado. Marx fue el primer en desautorizar cualesquiera posibles extrapolaciones de sus análisis históricos concretos”. Jacobo Muñoz, Filosofía de la Historia. Origen y desarrollo de la conciencia histórica, Biblioteca Nueva, Madrid 2010. Pág. 244.




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