Juan Antonio
Molina | Según Engels los individuos toman
conciencia de los conflictos que se verifican en el mundo económico en el
terreno de las ideologías. Pero todo se ha vuelto muy complicado. La izquierda
ha hecho apostasía del marxismo para encajar en un modelo sistémico moldeado
por una derecha que no ha abandonado el instrumento marxista de interpretación
de la realidad al objeto de neutralizarlo.
Es la imposición de la ideología conservadora como
no-ideología, es decir, como expresión del orden objetivo de las cosas, no como
una interpretación de la realidad sino como la realidad misma. ¿Está
justificada aún la distinción entre derecha e izquierda? Se pregunta Carlo
Cassola para concluir que hay gente que duda de ello. Es una duda puesta en
circulación por la derecha. “La derecha alcanzaría definitivamente la victoria
el día en que todos se convencieran de que no existe tal distinción."
Abolida
la ideología de la izquierda incluso como instrumento de interpretación de la realidad,
la concepción del mundo conservadora es absorbida acríticamente por los
diversos ambientes sociales o culturales en que se desarrolla la individualidad
moral del ciudadano medio. Como afirma Yann Moulier-Boutang, nos encontramos
con la carencia de un análisis marxista en una situación increíblemente
marxista.
La contrarreforma liberal pretende no sólo privatizar
empresas y servicios, sino también la información, el derecho, el espacio
urbano, el agua, el aire, lo vivo. Fruto de ello es el deterioro del sector
público y un desmantelamiento inquietante de la vida democrática. Sin que
aparezcan nuevos niveles de soberanía popular y nuevos procedimientos para
tomar decisiones democráticamente. En el caso de España, el franquismo
funciona: la izquierda consentida siempre que se desnaturalice ideológicamente
en virtud de su sometimiento a los poderes económicos y estamentales; la
centralidad política tan escorada a la derecha que el moderantismo sólo se le
exige como estabilidad sistémica a las fuerzas de progreso; el malestar
ciudadano y la protesta consideradas materia de orden público y, como
consecuencia, objeto de represión, la expulsión de su formato polémico de todos
aquellos elementos que cuestionen el régimen de poder o la contraposición a los
criterios mayoritarios de una supuesta mayoría silenciosa, para deslegitimizar
la expresión de la ciudadanía, se incardina a la imposición de una forzada
unanimidad. Volviendo a Cassola, el autor italiano afirma que es imposible que
todos los ciudadanos estén de acuerdo sobre todas las cuestiones. Si esta
unanimidad fuese posible, la democracia y la dictadura no se distinguirían
entre sí.
Estos contextos diluyentes de la calidad democrática y la
centralidad ciudadana han producido un elevado grado de incertidumbre que
sobrevuela la política española, dominada por el sentimiento de que la
continuidad de lo existente no garantiza la mejora del porvenir y la inquietud
por la falta de enjundia de las alternativas. La izquierda fiel al pacto de la
transición piensa que es un riesgo plantear una auténtica transformación de un
sistema en el que ya pocos creen e ignorando, como dice Ulrich Beck, que el
riesgo es la anticipación, es captar la ocasión y ponerse por delante de los
demás.