25/1/15

La derecha marxista

Juan Antonio Molina   |   Según Engels los individuos toman conciencia de los conflictos que se verifican en el mundo económico en el terreno de las ideologías. Pero todo se ha vuelto muy complicado. La izquierda ha hecho apostasía del marxismo para encajar en un modelo sistémico moldeado por una derecha que no ha abandonado el instrumento marxista de interpretación de la realidad al objeto de neutralizarlo. 

Es la imposición de la ideología conservadora como no-ideología, es decir, como expresión del orden objetivo de las cosas, no como una interpretación de la realidad sino como la realidad misma. ¿Está justificada aún la distinción entre derecha e izquierda? Se pregunta Carlo Cassola para concluir que hay gente que duda de ello. Es una duda puesta en circulación por la derecha. “La derecha alcanzaría definitivamente la victoria el día en que todos se convencieran de que no existe tal distinción."

Abolida la ideología de la izquierda incluso como instrumento de interpretación de la realidad, la concepción del mundo conservadora es absorbida acríticamente por los diversos ambientes sociales o culturales en que se desarrolla la individualidad moral del ciudadano medio. Como afirma Yann Moulier-Boutang, nos encontramos con la carencia de un análisis marxista en una situación increíblemente marxista.

La contrarreforma liberal pretende no sólo privatizar empresas y servicios, sino también la información, el derecho, el espacio urbano, el agua, el aire, lo vivo. Fruto de ello es el deterioro del sector público y un desmantelamiento inquietante de la vida democrática. Sin que aparezcan nuevos niveles de soberanía popular y nuevos procedimientos para tomar decisiones democráticamente. En el caso de España, el franquismo funciona: la izquierda consentida siempre que se desnaturalice ideológicamente en virtud de su sometimiento a los poderes económicos y estamentales; la centralidad política tan escorada a la derecha que el moderantismo sólo se le exige como estabilidad sistémica a las fuerzas de progreso; el malestar ciudadano y la protesta consideradas materia de orden público y, como consecuencia, objeto de represión, la expulsión de su formato polémico de todos aquellos elementos que cuestionen el régimen de poder o la contraposición a los criterios mayoritarios de una supuesta mayoría silenciosa, para deslegitimizar la expresión de la ciudadanía, se incardina a la imposición de una forzada unanimidad. Volviendo a Cassola, el autor italiano afirma que es imposible que todos los ciudadanos estén de acuerdo sobre todas las cuestiones. Si esta unanimidad fuese posible, la democracia y la dictadura no se distinguirían entre sí.

Estos contextos diluyentes de la calidad democrática y la centralidad ciudadana han producido un elevado grado de incertidumbre que sobrevuela la política española, dominada por el sentimiento de que la continuidad de lo existente no garantiza la mejora del porvenir y la inquietud por la falta de enjundia de las alternativas. La izquierda fiel al pacto de la transición piensa que es un riesgo plantear una auténtica transformación de un sistema en el que ya pocos creen e ignorando, como dice Ulrich Beck, que el riesgo es la anticipación, es captar la ocasión y ponerse por delante de los demás.