25/1/15

El marxismo de derecha: elementos para su definición y crítica

Omar Acha   |   Este artículo está destinado a discutir una dificultad en el marxismo actual, o más exactamente, dentro del complejo, conflictivo e incierto territorio que denominamos marxismo. Su redacción fue estimulada por el contraste entre algunas de sus formas concretas y la distancia que se percibe con los principios de la política de izquierda. En otras palabras, por la evidencia de una colonización derechista del marxismo. Para dar cuenta del fenómeno es necesario explicarlo, fecharlo y describirlo. Aquí sólo podré ofrecer una perspectiva esquemática, anticipatoria de una investigación en curso.

El punto de partida conceptual de este ensayo se legitima en la distinción entre dos términos: marxismo e izquierda. No se trata de sinónimos, porque se puede ser de izquierda sin ser marxista. Por ejemplo, esto es habitual en el anarquismo. O también en algunas versiones del cristianismo de liberación y del feminismo. El campo de la izquierda es más extenso que el marxismo. Pero, ¿se puede ser marxista sin ser de izquierda? Esa es justamente la brecha donde introduzco mi querella: sostengo que sí, que existe un marxismo de derecha.

La tesis que defenderé afirma que en la situación teórica y política contemporánea existe un tenaz marxismo de derecha, rastreable también en la historia del movimiento revolucionario socialista. De manera subsidiaria se verá la distancia con la alternativa de hallar una actitud de derecha en el marxismo. La argumentación seguirá el siguiente periplo: primero, justificaré la relevancia del concepto de "derecha" e "izquierda"; segundo, describiré las formas que adoptó en el pasado y adquiere hoy en el marxismo, subrayando las de orden contemporáneo; tercero, propondré su crítica. Mi conclusión dirá que la existencia predominante de un marxismo de derecha es el indicio más evidente del carácter actual de la crisis del pensamiento y práctica marxistas. En el tramo final explicaré por qué, en mi sentir, la neutralización del marxismo de derecha y la desderechización del marxismo es una condición previa a toda refiguración creativa de la política socialista.

Dos palabras sobre derecha e izquierda

Es habitual plantear la dificultad del trazado de una delimitación nítida entre izquierda y derecha. Sobre todo eso vale para las ideologías y movimientos políticos. Por ejemplo: ¿es el peronismo de izquierda o de derecha? ¿Contiene a ambas orientaciones? O bien: ¿era Américo Ghioldi un socialista de derecha?

Las denominaciones de centro-izquierda y centro-derecha parecen decretar el fin de la utilidad de la distinción. Incluso desde sectores que en el viejo lenguaje se situarían en la izquierda, se llegó a proponer una superación o una "tercera vía", pues las políticas tradicionales de izquierda fueron consideradas insuficientes.

No obstante estas objeciones corrientes, la relevancia de la distinción izquierda-derecha sobrevive a los múltiples ataques y refiguraciones. Las negaciones de su pertinencia se revelan pronto limitadas. Sucede como si la diferencia entre ambas orientaciones se reintrodujera estructuralmente, incluso si sus rasgos sufren ciertas transformaciones.

¿Cómo definir una política o ideología de derecha? El nacimiento de la derecha, como el de la denominación de izquierda, tuvo lugar durante el primer tramo de la Revolución Francesa. La derecha se caracterizó por su resistencia al cambio radical, profundo, o a toda innovación en tanto que tal. Pronto se consolidó un perfil más claro. Se entendió que la derecha aboga por la defensa de la autoridad establecida y de las tradiciones antiguas. Para la derecha el igualitarismo contravenía la diferencia jerárquica entre las personas y los "estados" sociales, y un exceso de libertad conducía a la anarquía. Naturalmente, la derecha adquirió su perfil en combate con una izquierda que aspiraba a una destruccción de las desigualdades sistemáticas de la sociedad feudal y de la religión católica. La derecha fue al principio la postura de quienes tenían que defender sus privilegios, mientras que la izquierda se nutrió de las nacientes clases bajas.

Los rasgos definitorios de la derecha se fueron modificando al calor de la historia. Por ejemplo, hoy no es evidente que la derecha esté claramente orientada a la defensa del pasado. No es siempre reaccionaria, como sí lo fue cuando el comunismo "real" competía con el capitalismo. Después del derrumbe del bloque soviético, la derecha pudo hacerse modernizante, no sólo en los países ex comunistas, sino en el mundo. Véase por caso la ideología de Mauricio Macri, un representante inequívoco de la derecha argentina. Pues bien, Macri utiliza un discurso de modernización, a veces tecnologicista, incluso si lleva adelante políticas antipopulares, representativas de ciertos grupos capitalistas concentrados. Lo importante aquí es que su ideología muestra las vicisitudes del contenido nocional de lo que se entiende por derecha. Lo mismo podría decirse de las evoluciones de la izquierda. En efecto, antes la izquierda estaba orientada hacia el futuro, hacia la revolución, hacia el progreso. Hoy, al menos en sectores muy significativos, parece apresada en el pasado, sueña con los modelos revolucionarios de antaño, es nostálgica de lo ido.

Para estas notas preliminares es suficiente señalar una definición actual de izquierda, que será utilizada para comprender algunas transformaciones históricas y la situación contemporánea del marxismo. Luego del siglo XX, una concepción deseable de la izquierda debe conciliar la lucha por la igualdad, la libertad, la democracia de base, la autonomía, la diversidad y la protección de la naturaleza. Son incompatibles con esos principios la defensa del capitalismo, del racismo y la xenofobia, del machismo y las jerarquías de sexualidad, del tradicionalismo, del autoritarismo, de la destrucción de los recursos naturales. ¿Se trata de una elucidación antojadiza? En todo caso, es la grilla de lectura eficiente en la tesis que se defenderá, sin duda sometible a debate. Su arbitrariedad no es inoportuna porque es propuesta para discutir, justamente, qué valores merecen ser defendidos desde la izquierda.

Orígenes teóricos y políticos del marxismo de derecha

Una reflexión superficial sugiere que el marxismo es, por definición, una ideología de izquierda. ¿Por qué? Porque el marxismo retoma las reivindicaciones de la izquierda burguesa y pequeño-burguesa de los siglos XVIII y XIX (al menos hasta 1848 en Europa), y las radicaliza para la época de consolidación del capitalismo. Al transformarlas en una perspectiva ligada a la clase productora de plusvalía en las sociedades industrializadas, el marxismo va más allá de las exigencias "democráticas". Los reclamos de libertad individual, separación entre iglesia y estado, voto democrático, propios de la era de las revoluciones burguesas, son superados en el tiempo de las revoluciones proletarias. Entonces son refiguradas las demandas democráticas burguesas, pues junto a ellas ingresan a la agenda de la izquierda nuevas aspiraciones que comprenden reformas y exigencias incompatibles con la sociedad capitalista: socialización de los medios de producción, reducción al mínimo del poder estatal, democracia popular. No obstante, estas exigencias, con matices, fueron defendidas por al anarquismo, el socialismo y el comunismo. El marxismo es una de las teorías fundamentales para el sostén de conocimiento y de doctrina de esa nueva fase de la izquierda o, si se quiere, de la extrema izquierda.

El marxismo nació como una crítica de la economía política, pero al mismo tiempo quiso ser una teoría de la sociedad. En efecto, contra Hegel, Marx pensaba que lo fundamental ocurría en la "sociedad civil" (entendía por esto el sistema de clases sociales y el mundo del mercado) antes que en el estado. Muchas veces se señaló el extravío de Marx al proponer la imagen arquitectónica de una base estructural, compuesta por la contradicción del desarrollo de las fuerzas productivas proliferantes y las relaciones sociales de producción tendencialmente estables. Sobre la contradicción se asentaría una diversidad de realidades políticas, sociales y culturales. En realidad, el conocido pasaje de la Contribución a la crítica de la economía política de 1859 era necesario, si es que, como se ha dicho, es preciso respetar el otro aspecto del marxismo, que es la praxis revolucionaria. En efecto, si el marxismo es sólo una crítica, ¿cómo se realiza el pasaje a la acción, a la política? Allí Marx se encontró con el límite de su propio pensamiento. Marx no era economicista, porque en realidad en la economía residía la esencia del todo social. Es cierto que hay iluminadores escritos marxianos sobre la política. Pensemos en El XVIII Brumario o en los escritos sobre la Comuna de París o el Programa de Gotha. Pero fueron textos de intervención concreta en la práctica política o escritos periodísticos recopilados en forma de libro. A él no le estaba dado pensar que el socialismo era una construcción de dificultad específica, pues viviendo dos generaciones después de la Revolución Francesa creía que de las crisis se salía con transformaciones radicales. Fueron otras generaciones de socialistas quienes enfrentaron la evidencia de que el capitalismo no estaba condenado a derrumbarse y la ideología burguesa a reducirse ante la evidencia de la pauperización masiva.

El subdesarrollo del pensamiento político marxista permitió que se introdujeran subrepticiamente elementos de derecha en su seno. Como no había nociones sólidas para detectarlos, pasaron desapercibidos y perduraron.

El fin del siglo XIX fue ingrato para los devotos del marxismo, porque se hizo claro que el capitalismo no estaba autodestruyéndose. Enfrentando el revisionismo evolucionista de Eduard Bernstein, los revolucionarios Karl Kautsky y Lenin produjeron un desplazamiento radical del campo del marxismo, que pasó de la sociedad civil y la economía a la política y el estado. Lenin y Kautsky aceptaron la imposibilidad de derivar la política revolucionaria de las contradicciones económicas, pero no siguieron el consejo reformista de Bernstein. Propusieron soluciones distintas para defender la perspectiva de un cambio radical. Éste ya no se daría por el derrumbe de la economía, sino por una transformación política.

Kautsky sostenía que el partido socialista en el estado debía propender a un desarrollo de la cultura política socialista, favorecida por reformas sociales, pero sin perder de vista el quiebre del capitalismo. Lenin era antiparlamentarista. El agente revolucionario era el partido político, que proveería a la clase obrera en lucha económica de una orientación estratégica socialista. Lo común en ambos era el "sustituismo" que se resignaba a expresar los intereses de la clase obrera que sola no superaría el límite de la lucha sindical.

Interesa destacar que para dar cuenta de las exigencias de la época, ambos revisaron de manera desigual, pero en todos los casos con profundidad, distintos aspectos del marxismo heredado. Kautsky y Lenin fueron los verdaderos "revisionistas" porque situaron la estrategia socialista en el terreno político. Instituyeron una visión vertical de la política revolucionaria. Determinaron que no eran las mayorías populares las que debían conducir la revolución social deseable. Al depositar la claridad marxista en el partido, naturalmente que con importantes matices entre ambos, sentaron las bases de una expropiación de la voluntad política de la clase obrera. Instalaron la noción de un credo marxista que no debía ser "revisado". El costo de la ortodoxia marxista reclamada por Kautsky y Lenin fue alto. Para neutralizar toda desviación del marxismo lo entendieron como una teoría total. Fueron respuestas distintas a una de las crisis del marxismo. Por el momento sus derivas de derecha no fueron predominantes, pero ya eran perceptibles, tal como lo hizo el joven Trotsky al advertir del peligro dictatorial de la primera formulación del leninismo.

La Revolución Rusa amortiguó durante algunos años el examen de las derivas autoritarias de la reconfiguración leninista del marxismo, que convivía con una vocación de izquierda revolucionaria sostenida en condiciones de lucha extremadamente duras. El proceso social ruso en 1917 constriñó a los bolcheviques a modificar sus perspectivas y les impuso renovar una agenda de izquierda. Con su enorme olfato político, Lenin lo vio bien en sus Tesis de Abril, mientras el resto del partido seguía con su visión conservadora de los dogmas establecidos y no supo percibir la significación revolucionaria de los soviets. Ante eso Kautsky se hizo reactivo, por no decir reaccionario, porque sólo vio la entronización del estatismo. Pocos años más tarde, hacia 1924, Stalin parió un marxismo de derecha con todas las letras y justificaciones.

A partir de allí, otras crisis del marxismo repetirían la visión dogmática de un marxismo conservador, incluso si en muchos casos se sostenía en una crítica del estalinismo. Buena parte de la historia del marxismo posterior se vertebró en la doble lucha contra el capitalismo y contra sus propias tendencias de derecha. La derechización de algunas orientaciones marxistas se vio favorecida por las victorias de las revoluciones sociales, dado que la toma del poder estatal facilitó el desarrollo de vetas conservadoras y sustituistas.

Los años ochenta y noventa del siglo XX cambiaron los goznes que definieron las inclinaciones de derecha en la comprensión del marxismo, por razones distintas a las prevalecientes cuando fue ideología de estado. El retroceso de la perspectiva marxista estimuló una derechización dentro del contexto de una "defensa" de la teoría. ¿Cuáles son sus características dominantes?

Características del marxismo de derecha

El primer rasgo definitorio del marxismo de derecha es su actitud idolátrica del pasado. Defiende un mundo pretérito heroico, sea el de la revolución de octubre, la china, la cubana o los años setenta en la Argentina. Suele identificarse con individuos (Marx, Lenin, Trotsky, Stalin, Mao o Guevara), ante los que guarda una veneración incapaz de analizar críticamente. Una evidencia de esa inclinación mitológica es el uso de retratos, pinturas o fotografías, que se cuelgan en las paredes. La mirada del héroe vigila que los hijos no se descarríen del mandato. El talante orientado al pasado es conservador y a veces reaccionario. En la modernidad, los sujetos no se apoyan en la autoridad del pasado para vivir. Es cierto que existe una carga de experiencia, pero lo crucial se define en lo por venir. El historiador Koselleck ha dicho por esto que, a diferencia del pensamiento premoderno que aceptaba sin discusión la autoridad fundada en la tradición, el sujeto moderno se sitúa entre un horizonte de experiencia pasada y un horizonte de expectativafutura. Para el sujeto moderno el futuro siempre es mejor o es una promesa de algo mejor. El marxismo revolucionario es una buena expresión, extremada, de tal encrucijada subjetiva. Ya no se nutre el saber del pasado porque apuesta a crear un mundo nuevo (a tal punto que hoy diríamos que incluso Marx simplificaba en demasía el carácter retrógrado de la tradición).

Pues bien, el marxismo de derecha es incompatible con esta estructura de modernidad radicalizada que caracteriza a la política de izquierda. Habla y repite palabras de revolución, pero se apoya en fórmulas añosas, asume mandatos de páginas amarillas, venera la tradición propia, pero que es una tradición al fin. Su deseo es volver al pasado. Añora tomas del Palacio de Invierno, asaltos al Moncada, Largas Marchas o nuevos 1968.

El segundo rasgo está determinado por el tipo de relación con la teoría. Ésta se encuentra decidida en sus elementos centrales por labiblioteca cerrada, sólo extensible por medio de comentarios o aplicaciones. Incluso las contrariedades se encuentran previstas en los meandros de las palabras expresadas en los textos consagrados. Hay una figura literaria que suele soportar este sentimiento de completitud del saber marxista: la intervención inoportuna de la muerte que, sin embargo, no impide que la línea de corrección esté ya presente en el origen. Así por ejemplo, el eurocentrismo de Marx estaría prácticamente superado en las cartas a Vera Zasúlich sobre la comuna rusa, o el tema de las clases en el capítulo inconcluso del tomo III de El capital, o la crítica de la burocracia en el último Lenin que logró censurar la concentración del poder por Stalin, o el manuscrito "perdido" de Mariátegui donde analizaba con profundidad la producción de un marxismo situado.

Rebosantes de tesis y superaciones anticipadas de las futuras antítesis, la teoría es la fuente de aprendizajes infinitos. El sujeto lector mira hacia el pasado coagulado en textos, del que mama la Verdad. Con esa munición se enfrenta a la realidad. Aunque acepta que la práctica exige una adaptación de la teoría (una "guía para la acción"), ésta sería lo suficientemente flexible para nutrir cualquier política marxista correcta. No aflora el impulso crítico que pone en cuestión lo que se lee, pues esa actitud es vista como arrogancia o traición. ¿Quién podría enmendarle la plana a Marx, a Lenin o a Luxemburg? ¿Quién podría relativizar a Gramsci, Lukács o Trotsky? El marxismo de derecha se zambulle en un mar textual en el que se encuentra cómodo, intentando deletrear los folios plagados de verdades incorruptibles. Su actitud teórica es subalterna. Para ser un buen o una buena marxista, quien suscribe al marxismo de derecha reprime su pensamiento, porque si va muy lejos en la crítica puede concernir al propio marxismo. Del mismo modo que el pensamiento se aleja inconscientemente de los temas tabúes, el derechismo marxista se abstiene de incursionar en la creación. Se recuesta en el lecho mullido de lo sabido, que se ajustaría como un guante a la mano.

El tercer rasgo del marxismo de derecha es su carácter defensivo. Después de transcurrido el siglo XX, es difícil conservar la traza del militante de otros tiempos, que ante los más duros contrastes podía señalar el triunfo de su idea en otra parte. Así como el estalinista era inmune a las más sólidas de las críticas porque la Unión Soviética existía y competía con los Estados Unidos, o el guevarista tenía sus créditos político-intelectuales apostados en la realidad cubana, hoy el derrumbe de los socialismos reales y la transformación capitalista de China, por no hablar de Camboya o los gulags, debilitan la seguridad inconmovible del marxismo de derecha. La aparición de estados revolucionarios fue esencial en la constitución de los marxismos de este tipo, porque fueron estilizaciones del marxismo que usualmente se pusieron al servicio de aparatos institucionales. La teoría revolucionaria fue convertida, al menos en parte, en doctrina legitimadora del poder establecido, especialmente cuando era utilizado como sostén de la idea de "socialismo en un solo país". La grisalla cientificista del marxismo soviético fue su concreción más neta. Dado que ese contexto ya no existe, la facha defensiva del marxismo de derecha se sostiene en seguridades imaginarias, es decir, sin base real. En general se apoya en lecturas talmúdicas, como se ha comentado en el párrafo anterior, pero sobre todo se ampara en la existencia de grupos más o menos reducidos de marxistas convencidos de que la verdad está, en lo fundamental, de su parte.

La actitud defensiva se observa claramente en la relación con las teorías anti- o postmarxistas, de cualquier signo que fueran. El marxismo de derecha, puesto que no está dispuesto a reformularse, se pone en guardia. Reemplaza el examen crítico con el rechazo de antemano. Afirma que el problema no es el marxismo, sino la renuncia de las otras perspectivas a la crítica radical y revolucionaria. Se trataría, en suma, de teorías derrotistas o pro capitalistas. El marxismo de derecha es incapaz de aprender a superar los argumentos contrarios. Se encierra en su "bibliografía" y la rumia incansablemente. Se quiere polémica y provocadora ante las defecciones ajenas. No se le ocurre que lo revolucionario debe estar también en el pensamiento, en la innovación teórica y política. Por eso no produce nuevos conceptos. Hace falta contrastar la ausencia de creación intelectual de las izquierdas marxistas para notar inmediatamente el lugar del marxismo de derecha en la configuración actual del movimiento revolucionario.

En cuarto lugar, es necesario que el marxismo de derecha designe al marxismo como una teoría total. Contra el fragmentarismo postmoderno se postula la defensa de la totalidad, como si esta fuera una noción políticamente obvia. Se postula que la realidad tiene un núcleo conocible. Puesto que ese sexo íntimo es accesible sólo a través del marxismo, toda perspectiva que reconozca autonomías relativas en la praxis social o sitúe a la teoría de Marx en una zona específica (por ejemplo, en la economía) equivale a antimarxismo. El encadenamiento de razonamientos es correcto si reducimos al marxismo a su comprensión derechista. Esto es así porque si la totalidad social carece de una homogeneidad o un centro representable por una teoría singular pero totalizante, la capacidad del marxismo para devenir la única teoría social tambalea. Las zonas de la práctica que se resisten a la interpretación marxista, como lo inconsciente o el arte, negarían que el marxismo sea la teoría infinita y omnisciente que penetra todos los rincones de lo existente. El error consiste en confundir la crítica de la realidad global con la reducción de esa realidad a la unidad simple, o lo que es una formulación similar, a una realidad regida por un centro esencial y matizada por aspectos accesorios. Los efectos habituales de la ontología del marxismo de derecha hace sistema con el economicismo y el obrerismo. La economía es el ámbito esencial de las contradicciones y la clase obrera es el sujeto social fundamental en combate objetivo con la burguesía. Dicha ontología caricaturiza la realidad y extravía el entendimiento político.

El quinto rasgo del marxismo de derecha consiste en la exclusión de toda otra teoría para el conocimiento crítico de la realidad y para la identificación de las tareas políticas de la praxis. El totalismo que se atribuye el marxismo produce efectos políticos detestables en algunas actitudes que son sistemáticamente cultivadas por el marxismo de derecha. Si el marxismo es la teoría unitaria del todo social (unificado por la "lógica del capital", el "modo de producción" o la "relación de fuerza entre las clases"), la "contradicción principal", la cima de la "jerarquía de causalidades", es la que define el marxismo, sea que lo haga en su forma habitual de la contradicción entre las "clases fundamentales", o en sus versiones nacionalistas, en la lucha entre nación e imperialismo. Como sea, así se toleró una serie de actitudes típicamente derechistas, que no fueron vistas como contrarias con la identidad de izquierda. Y no lo fueron porque en realidad eran eso, actitudes de derecha invisibles en un campo socialista hegemonizado por una versión derechista del marxismo.

Por ejemplo, individuos o grupos que se regodeaban (y aún se regodean) en su deseo revolucionario podían ser machistas, racistas, homofóbicos o xenófobos. Como lo esencial se decidía en el cuestionamiento de la opresión de clase o en el combate contra la dependencia imperialista, se podía ser de derecha en otros sentidos, llamados "secundarios" o directamente denostados como preocupaciones "pequeño burguesas". Pero no solamente ser machista es ser de derecha -porque el machismo se basa en la subordinación y opresión de las mujeres- sino que ese talante suele ser denegado de lo que realmente es, vale decir, una práctica de dominación camuflada por el mencionado rasgo del marxismo de derecha. Un sujeto de derecha en su desprecio a los homosexuales, es un sujeto completamente de derecha. No es que su condición de izquierdista en cuanto lucha contra la explotación burguesa lo libere de su vertiente derechista homofóbica, porque la comprensión política que le permite esa doblez es propiamente de derecha. En efecto, en el hecho simple de reducir las otras opresiones a lo inesencial o secundario, el marxismo de derecha fundamenta la apología de los homofóbicos o los machistas que sonríen cuando se les señala su práctica opresiva. ¿Acaso no estaría probada su vocación emancipatoria por su militancia anticapitalista? La subordinación de las opresiones distintas a las del capital (la "centralidad de la lucha de clases") implica que el resto de las dominaciones son secundarias, es decir, que no son tan graves. Serán resueltas después de la revolución socialista. Tal actitud revela una indiferencia ante las opresiones múltiples de la existencia social. Ese es un rasgo de derecha.

El marxismo de derecha tiene una especial afinidad con las explicaciones deterministas y estructuralistas, unidireccionales y lineales, que postulan el proceso de cambio como confrontación molar de grandes sujetos, definidos por caracteres simples, orientados por ideologías claras. Se extasía con los lenguajes hegelianos de Marx (las "leyes de movimiento del capital" extendidos a la "totalidad social") o sus traducciones positivistas ("los datos observables" de la confrontación de las "clases fundamentales"). El marxismo de derecha suele ser idealista, incluso en esa variante del idealismo que es el economicismo ramplón, donde la determinación económica aparece como causa "en última instancia" definitiva. El parentesco entre diestromarxismo y determinismo se explica porque esta aproximación es fatalista e incorregible, permite predicciones y anula la incertidumbre. ¿Qué otra noción de saber es más propia de la infalibilidad? El temperamento de derecha desea la seguridad absoluta y la complejidad del pensamiento le parece una concesión a la debilidad ideológica. Pensar es ceder. Dudar es claudicar. Revisar es traicionar.

El quinto y último rasgo del marxismo de derecha es su intransigencia. Despacha en dos palabras a las teorías críticas que operan en zonas consideradas propias o en regiones sociales específicas. Así por ejemplo, considera al psicoanálisis o al feminismo, a la crítica ecológica o al giro lingüístico, como meras "teorías burguesas". Se resiste a conocerlas y a conversar sin prevenciones los usos radicalizados que algunas prácticas de esas teorías permiten. El marxismo de derecha, para conservarse igual a sí mismo, excluye toda apertura intelectual sincera. Cuando se muestra más astuto, acepta que se subordinen a su imperio. Por ejemplo, sucede en la lectura del Foucault de Vigilar y castigar como demógrafo de la acumulación del capital. La estrategia ha sido generalmente fallida porque pocas veces hubo una auténtica vocación de intercambio que modificara a las perspectivas en diálogo. Aconteció con el feminismo socialista o el psicoanálisis mezclado con pavlovismo, donde tanto el feminismo como el psicoanálisis perdían sus filos críticos. Es cierto que esto también sucedió con las otras posiciones políticas o teóricas, cuya apología no tengo intención de hacer. Aquí no las desarrollo porque me ocupo de una cierta forma del marxismo.

La derecha en el marxismo está indistintamente ligada al extremismo revolucionario o al reformismo más oportunista. Sus cualidades pueden afectar cualquier variante de las opciones estratégicas.

El marxismo de derecha tiene la extraña virtud de procrear antimarxistas. La experiencia subjetiva de compromiso con una práctica derechista del marxismo es al principio el mejor de los mundos. Se posee una teoría total, una "filosofía"; se comparte el ideal revolucionario con un grupo de referencia, casi una secta, inmune a las seducciones burguesas; se posee un fin paradisíaco próximo que justifica todos los sacrificios; se sigue a líderes omniscientes que conocen la política y la historia. Se proclama una Doctrina. El marxismo de derecha, porque es verticalista, tradicionalista, unitario, propicia lo que en psicoanálisis se denomina transferencia, esto es, un lazo de amor que es también un vínculo de saber. Pero si el individuo que tanto recibió del marxismo en su versión de derecha logra comprender en qué había creído, suele desarrollar una aversión al marxismo. Esto se vio en innumerables conversiones de sinceros/as marxistas al campo de la antirrevolución, por no decir de la contrarrevolución más rabiosa. Y en cierto sentido tenían razón, porque lo que habían abrazado con amor era una ideología peligrosa.

En resumen, el marxismo de derecha se caracteriza por su adoración del pasado, considera a la teoría marxista completa y autorreferente, su actitud es defensiva antes que creativa y propositiva y, finalmente, es intransigente. Asumido en forma colectiva o individual, el marxismo de derecha cultiva la subordinación a lo existente de la tradición marxista, a la jerarquía de su saber insuperable y no revisable, a las lealtades establecidas con los conceptos elaborados en los textos consagrados. Estimo que esta configuración cultural tiene una amplia validez para captar la manera de entender actualmente ciertos sectores que hoy se identifican con el marxismo, pues creyendo ser catequistas de una izquierda verbal o práctica son derechistas ideológicos.

Se podría objetar que antes que un marxismo de derecha, hay una postura de derecha en el campo del marxismo. Como en todo área de la política, sería posible reconocer en el mundillo del marxismo una izquierda y una derecha, es decir, inclinaciones hacia el cambio igualitario y democrático e inclinaciones hacia la conservación jerárquica. Por lo tanto, la noción de marxismo de derecha se revelaría inexacta, dado que sería más riguroso destacar una posición interna dentro del campo heterogéneo del marxismo. Esa perspectiva tendría la ventaja de plantear una polémica dentro del marxismo y, por otra parte, eludiría esencializar a un "marxismo de izquierda". El planteo es interesante porque nos obliga a establecer qué es ese concepto, en apariencia risueño, del marxismo de izquierda.

Hubo siempre una lucha entre izquierda y derecha en el terreno de la práctica política marxista, como en cualquier otra de la era de la modernidad. Creo que a grandes rasgos eso podría decirse de la lucha entre el trotskismo y el stalinismo, y en algún sentido entre el maoísmo y el sovietismo postestalinista. No obstante, estas afirmaciones son demasiado masivas e imprecisas. Exigen un trabajo de investigación histórico-política que desde luego aquí es imposible.

Sin embargo, si es cierto que pueden identificarse fracciones de derecha e izquierda en la complejidad de toda obra teórica o grupo político marxistas, hay épocas y fases históricas en que el marxismo se derechiza. Como ya he indicado, esto no significa que una determinada estrategia careciera de consignas identificables con la izquierda. Sucede que el continente teórico marxista que legitimaba teóricamente esas políticas estaba colonizado por rasgos derechistas, hasta cubrir buena parte de su realidad discursiva y estratégica.

Pienso que el momento más propicio para el marxismo de derecha es la época contemporánea. El fracaso de buena parte de los supuestos teórico-políticos de la izquierda marxista y la derrota de sus proyectos estratégicos ocurridos durante los últimos treinta años a lo largo de todo el planeta es la circunstancia material de mediano plazo que nutre al marxismo de derecha.

La pesadumbre de un cierre epocal suscita la reafirmación de las antiguas creencias, defendidas como reminiscencias valiosas en un clima reaccionario. El triunfo del capitalismo compele a proteger los restos del naufragio, llama vacilante que merece ser conservada para encender las futuras hogueras de la lucha de clases. La ofensiva de la globalización y la postmodernización de la cultura inclinan a la afirmación de las críticas del capital, cuya centralidad -proclama ese marxismo- no debería ser desplazada por el culturalismo relativista y fragmentario que anula la totalidad, y por ende la idea de transformación mundial. Paradójicamente, el marxismo de derecha es solidario del postmodernismo que sostiene que si la sociedad es una totalidad imposible, la idea de revolución global es inviable.

La situación argentina y latinoamericana añade sus propias razones: la desaparición de buena parte de lo mejor de una generación revolucionaria a manos de sangrientas dictaduras pro capitalistas y pro imperialistas suscita la reafirmación de las luchas pasadas, cuya crítica aparece como traición o cobardía; el abandono irritado y tantas veces irreflexivo del marxismo por la intelectualidad sobreviviente de los años setenta conduce, por reacción, a una afirmación maciza del materialismo histórico; el cinismo postmoderno que se burla de la voluntad revolucionaria y se afirma en lo existente; en fin, la dificultad de desarrollar teorías y prácticas nuevas que superen la fragmentación de los sectores críticos y radicalizados.

Existen también motivos relacionados con las necesidades organizativas de los grupos políticos establecidos, que cultivan el marxismo de derecha como producto de conservatismos ideológicos y de lógicas de preservación burocrática. En esos partidos o grupos, se es diestromarxista porque el marxismo de derecha es lo más conveniente para reproducir prácticas anquilosadas. En efecto, se moviliza un abanico de declaraciones revolucionarias sin calar en la realidad difícil, convenciendo a los convencidos, con "grupos de formación", "cursos" y "seminarios", donde se repite lo de siempre, sumando créditos para los propietarios de la palabra autorizada, que coinciden generalmente con sus lugares en la jerarquía burocrática. Esto ocurre en los partidos como en los pequeños grupos. Sin embargo, no quiero decir que esto acontece en toda la izquierda. Por fortuna, y contra quienes celebran la muerte de la izquierda y del marxismo, hay procesos que tienden hacia otra dirección.

El marxismo de izquierda y la sensibilidad de izquierda en el marxismo

He presentado algunos argumentos para la identificación de la fisonomía del marxismo de derecha. Sin embargo, creo que es fundamental recuperar creativamente, esto es, a través de reformulaciones más bien arduas, el aliento característico de la teoría marxista, a saber, la crítica de la economía política. Pienso que esto es imprescindible hasta que podamos ofrecer un examen mejor del capitalismo actual. Pero por otra parte, porque creo necesario acudir al otro momento del marxismo, heterogéneo pero solidario, que es el de la política socialista. En este terreno se ha operado una revisión profunda (con Lenin, con Gramsci, con Guevara, con Negri) y aún está en curso. Porque no han faltado esfuerzos marxistas por desplegar una reflexión sobre la política y la ideología.

La teoría verbal de la revolución, tan propia de los pasillos y cafés universitarios, pretende que la comprensión de la política sea fundada en cada situación concreta. Esto es una banalidad idealista, que desconoce las estructuras sociales, políticas y económicas que configuran un campo de producción de las situaciones. Y si éstas son irreductibles a las estructuras, están articuladas en sus condicionamientos y recortan lo impredecible. Por lo tanto, sin una teoría de las estructuras ninguna inteligencia de las situaciones es políticamente relevante. Pero justamente por ese condicionamiento es que las grandes teorías son insuficientes, y deben ser sometidas a revisiones dramáticas, que contemplen las transformaciones de larga y mediana duración, y sean corregidas en el corto plazo de la acción estratégica.

La teoría socialista marxista vale algo cuando se articula, pagando sus costos, con la crítica de la economía política. La conexión es válida mientras no se pretenda constituir en una causalidad esencial y total. El reconocimiento del carácter incongruente entre el origen teórico del marxismo y su vocación política es esencial para desarrollar un marxismo de izquierda. Porque la incompletitud del marxismo (Althusser lo nombró su "finitud") es el prefacio a su apertura, es el envite a su reinvención y, ¿por qué no?, a su futura superación en la praxis teórica y política. Como estamos lejos de ese hecho, nuestras tareas próximas consisten en el cultivo de una compostura teórico-política propia de un marxismo de izquierda. ¿Qué significa esto?

Ser marxista de izquierda es perder el ceño de una historia de derrotas, para elaborarlas y mirar el presente y el futuro abiertos para el saber y la acción. Es estudiar y combatir al capital y a la explotación, pero también adoptar como propias, sin subordinaciones, todas las luchas emancipatorias progresivas. Es revisar sin pena ni autorrepresión los conocimientos establecidos. Es leer las obras de la tradición como un alimento que nutre cuando es digerido por las necesidades actuales, y reformuladas, quizás gravemente, para ser adecuadas a las necesidades contemporáneas. Es adoptar una cadencia creativa, innovadora, lejos de la repetición dogmática. Es reconstruir críticamente más de un siglo y medio de luchas, donde no todo fue error y tragedia, sino donde también hubo victorias y renovaciones. Es multiplicar las búsquedas y alianzas con sectores inquietos y disconformes con la realidad en sus diversas manifestaciones. Ser de izquierda es también disfrutar de serlo, incluso en el peligro que implicará cuando llegue el momento de la ruptura radical.

No es fortuito que el marxismo de derecha haya tendido a ser autoritario, uniformizante, conservador y centralista. El marxismo de izquierda es un marxismo desde abajo, democrático y revolucionario, en exploración de nuevas formas de organización y praxis. Es un marxismo abierto y exigente, a la vez que buceador partícipe de las infatigables vocaciones de transformación social. Porque el marxismo de izquierda no es monógamo ni celoso. Coopera con otras teorías críticas, en gozosa asociación, repleto de preguntas no complacientes y propuestas de debates, porque sabe que lo crucial no es el acatamiento de órdenes, sino la acción emancipatoria. Así entiendo la sensibilidad de izquierda socialista.

Omar Acha es historiador y ensayista. Doctorado en la Universidad de Buenos Aires y en la École des Hautes Études en Sciences Sociales, es investigador del CONICET y docente en el Departamento de Filosofía de la Facultad de Filosofía y Letras. Ha publicado los libros El sexo de la historia (2000), Carta abierta a Mariano Grondona: interpretación de una crisis argentina (2003), La trama profunda (2005), La nación futura (2006), Freud y el problema de la historia (2007), La nueva generación intelectual (2008), Las huelgas bancarias, de Perón a Frondizi (2008), Historia crítica de la historiografía argentina, vol. 1, Las izquierdas en el siglo XX (2009), Los muchachos peronistas (2011); ha compilado en colaboración Cuerpos, géneros e identidades (2000) e Inconsciente e historia después de Freud (2010).