Karl Marx ✆ Hans Erni |
Ariel Mayo | Miseria de la filosofía (1847) (1) es
una de las obras más importantes del período juvenil de Karl Marx (1818-1883).
Representa, ante todo, una refutación minuciosa de las tesis defendidas por
Pierre-Joseph Proudhon (1809-1865), quien gozaba de una enorme influencia entre
los trabajadores franceses. Aquí quiero concentrarme en el análisis marxista
del desarrollo de la clase obrera, tal como aparece en el apartado V del
capítulo segundo de la obra. (2) Cabe que indicar que se encuentran ideas
semejantes en el primer apartado del Manifiesto
Comunista. Si dejamos de lado la crítica de las opiniones de Proudhon sobre
los sindicatos (en el texto se habla siempre de “coaliciones”), el análisis de
Marx gira en torno a dos ideas fundamentales.
La primera de ellas está formulada en el siguiente pasaje:
“La gran industria concentra en un mismo sitio a una masa de personas que se conocen entre sí. La competencia divide sus intereses. Pero la defensa del salario, este interés común a todos ellos frente a su patrono, los une en una idea común de resistencia: la coalición. Por tanto, la coalición persigue siempre una doble finalidad: acabar con la competencia entre los obreros para poder hacer una competencia general a los capitalistas. (…) Las condiciones económicas transformaron primero a la masa de la población en trabajadores. La dominación del capital ha creado a esta masa una situación común, intereses comunes. Así pues, esta masa es ya una clase con respecto al capital, pero aún no es una clase para sí.” (p. 141; el subrayado es mío).
La acumulación originaria (descripta en el capítulo 24 del
Libro Primero de El capital) supone la expropiación de los medios de producción
de campesinos y artesanos a manos de los capitalistas. La clase capitalista
concentra los medios de producción; en virtud de ello, los trabajadores se ven
obligados a venderse como asalariados para poder acceder a los bienes (aquí
estos bienes asumen la forma de mercancías y deben comprarse en el mercado) que
satisfacen sus necesidades. La acumulación originaria es la condición material
decisiva para la formación de la clase obrera moderna; no obstante, sólo a
partir de la Revolución Industrial y la consiguiente concentración de los
trabajadores en las fábricas, puede hablarse de un proletariado en el sentido
moderno del término. Esto es así por la concentración de los obreros en las
fábricas. Por medio de este proceso, los trabajadores comienzan a percibir que
tienen intereses comunes frente a los empresarios. Pero esto no significa que
la clase obrera se haya constituido como clase política, independiente de la
burguesía. Es por ello que dice que no se trata todavía de una clase para sí.
En esta etapa, y aunque no esté dicho expresamente en el texto, la clase obrera
es una clase en sí, es decir, un conjunto de individuos que comparten
condiciones de vida comunes frente a la clase capitalista y que luchan contra
ésta en torno al salario.
En la etapa de clase en sí, los trabajadores poseen
conciencia de tener intereses comunes frente a la burguesía, pero esa
conciencia no va más allá de pugnar por obtener mejores condiciones de venta de
la fuerza de trabajo. En el fondo, este estadio de la conciencia obrera es el
que corresponde al sindicalismo en tanto aparato ideológico del Estado (para
usar la denominación acuñada por Louis Althusser). Los sindicatos no cuestionan
el régimen social capitalista, sino que quieren mejorar la posición de la clase
obrera dentro de éste.
La segunda de las ideas centrales del texto es la siguiente:
“En la lucha (…) esta masa [de los trabajadores] se une, se constituye como clase para sí. Los intereses que defiende se convierten en intereses de clase. Pero la lucha de clase contra clase es una lucha política.” (p. 141; el subrayado es mío).
Marx afirma que la clase obrera completa su desarrollo en la
medida en que concibe como lucha política a su enfrentamiento con la burguesía.
En otras palabras, la clase obrera se constituye en clase para sí cuando
adquiere conciencia de que la única forma de dar respuesta a sus problemas
radica en desplazar a la burguesía como clase dominante en la sociedad. Los
sindicatos, ya sean éstos por fábrica, por localidad, por rama de producción,
las federaciones de sindicatos, las confederaciones nacionales, no superan el
nivel de los intereses corporativos de la clase obrera. Los sindicatos, en la
medida en que acepten su condición de organismos que procuran reducir la
competencia al interior de la clase trabajadora, no representan ningún desafío
para la dominación capitalista. Por el contrario, y como lo demuestra la experiencia
histórica, pueden coexistir perfectamente con la burguesía y las relaciones
sociales capitalistas.
La clase obrera sólo puede imponerse a la burguesía en la
medida en que conciba sus relaciones con ésta en términos de lucha de clase
contra clase, es decir, como lucha política de la clase obrera en contra de la
clase capitalista. De este modo supera el aislamiento generado por las
relaciones sociales capitalistas, que generan el efecto consistente en que los
trabajadores conciben sus problemas como problemas aislados, propios del
individuo como tal o de una empresa en particular.
La emancipación de la clase trabajadora es producto de la
interacción entre los elementos estructurales (la conformación de la clase
obrera en el marco de un determinado nivel de desarrollo de las fuerzas
productivas) y la lucha de la clase obrera contra los capitalistas.
En el párrafo siguiente, Marx destaca el papel del
desarrollo de las fuerzas productivas, es decir, el momento estructural:
“La existencia de una clase oprimida es la condición vital de toda sociedad fundada en el antagonismo de clases. La emancipación de la clase oprimida implica, pues, necesariamente la creación de una sociedad nueva. Para que la clase oprimida pueda liberarse, es preciso que las fuerzas productivas ya adquiridas y las relaciones sociales vigentes no puedan seguir existiendo unas al lado de otras. De todos los instrumentos de producción, la fuerza productiva más grande es la propia clase revolucionaria. La organización de los elementos revolucionarios como clase supone la existencia de todas las fuerzas productivas que podían engendrarse en el seno de la sociedad.” (p. 142; el subrayado es mío).
Este argumento reaparece en obras posteriores, como el Prólogo a la Contribución a la crítica
de la economía política (1859). No debe interpretarse como si el desarrollo
de las fuerzas productivas fuera del motor del proceso histórico, en tanto que
la lucha de clases ocupa un lugar completamente subordinado. De ningún modo. La
inclusión de la clase revolucionaria entre las fuerzas productivas muestra que
Marx tiene presente una dialéctica entre fuerzas productivas y lucha de clases,
una interacción permanente que no puede reducirse a una lógica polar (en la que
uno de los polos de la relación ocupa el lugar determinante). Marx señala
explícitamente la relación entre cambio tecnológico y lucha de clases:
“En Inglaterra, las huelgas han servido constantemente de motivo para inventar y aplicar nuevas máquinas. Las máquinas eran, por decirlo así, el arma que empleaban los capitalistas para sofocar la rebelión de los obreros calificados.” (p. 137).
Lejos de ser un terreno aséptico, la tecnología es parte de
la lucha de clases entre capital y trabajo. En vez de un esquema en el que
alguno de los dos polos (fuerzas productivas – lucha de clases) determina el
desarrollo del otro, Marx nos propone centrarnos en la relación, pues es allí
donde se constituyen los polos. Dicho de otro modo, la tecnología asume sus
características a partir del estado de la lucha de clases, y esta última se
encuentra condicionada por el nivel de desarrollo y por el carácter de la
tecnología.
Para concluir, Marx concluye el apartado (y el libro) con la
afirmación de que la clase obrera es la única clase revolucionaria en la
sociedad capitalista. Esto significa que la clase trabajadora es el núcleo
fundamental de todo proyecto político que se proponga reemplazar al capitalismo
por el socialismo. No es una mera convicción o una expresión de deseos, sino
que es una conclusión que se desprende de la posición que ocupa el proletariado
en la sociedad capitalista. Esto remite, por supuesto, a la centralidad del
proceso de producción como articulador de las relaciones sociales.
Notas
(1) Las citas de la obra están tomadas de la traducción
española realizada por los rusos de la Editorial Progreso: Marx, Karl. (1981).
[1° edición: 1847]. Miseria de la Filosofia: Respuesta a la Filosofía de la
Miseria del señor Proudhon. Moscú: Progreso.
(2) El apartado se titula “Las huelgas y las coaliciones
de los obreros”.