Karl Marx ✆ Charles Szymkowicz |
Juan Dal Maso & Fernando Rosso | Es un clásico lugar común del peronismo el de sostener que
el marxismo "no entiende la cuestión nacional", con el objetivo de
combatir el trotskismo que promueve la lucha de clases "contra la unidad
nacional". En "Marx y América Latina", José Aricó, a la búsqueda
de las razones de la incomprensión de la figura de Bolívar por Marx, desmonta el
prejuicio vulgar de que Marx era un eurocentrista que no entendía nada del
problema colonial y de la periferia del capitalismo, tomando especialmente sus
escritos sobre Irlanda, así como el interés de Marx por Rusia.
Y es frente al tratamiento de la cuestión irlandesa que Marx
hace un giro más claro en la cuestión de las nacionalidades oprimidas. En 1867
Marx escribe a Engels sobre la cuestión irlandesa, planteando el programa que
la clase obrera inglesa debe defender para Irlanda:
“¿Qué consejo debemos dar nosotros a los obreros ingleses? A juicio mío, deben hacer la ruptura de la Unión (se refiere a la Unión Anglo-Irlandesa impuesta por la fuerza) un punto de su declaración (…) Lo que necesitan los irlandeses es: 1. Autonomía e independencia con respecto a Inglaterra. 2. Una revolución agraria. Los ingleses, con la mejor voluntad del mundo, no pueden hacer esta revolución por los irlandeses, pero pueden darles los medios legales para que la hagan ellos mismos. 3. Tarifas proteccionistas contra Inglaterra. Desde 1783 hasta 1801 prosperaron todas las ramas de la industria irlandesa. La Unión, que abolió todos los derechos proteccionistas, establecidos por el Parlamento irlandés, destruyó toda actividad industrial de Irlanda…”
Marx consideraba que la principal tarea de la I
Internacional era acelerar por todos los medios la revolución en Inglaterra,
porque era el único país en el cual el capitalismo había desarrollado con
cierto grado de madurez las condiciones para un revolución proletaria.
Marx consideraba que Irlanda era el baluarte de la
aristocracia terrateniente inglesa, la burguesía tenía el mismo interés que la
aristocracia en "transformar Irlanda en un pastizal" y el secreto de
la impotencia de la clase obrera inglesa estaba dado por la división del proletariado
entre irlandeses e ingleses en todos los centros industriales británicos.
Aquí es importante destacar que para Marx la lucha del
pueblo irlandés no es contra el feudalismo superviviente, sino contra un
capitalismo degradante, asentado en la alianza reaccionaria de la aristocracia
terrateniente y la burguesía inglesas, que se benefician ambas, por motivos
distintos pero convergentes, de la concentración de la tierra en manos
inglesas.
La situación colonial no aparecía para Marx como la
posibilidad de un futuro desarrollo regenerativo de una estructura rezagada
(como pensaba Marx para la India), sino como la perpetuación del atraso del
país, anticipándose en esta cuestión a la teoría del imperialismo, formulada
casi medio siglo después por Lenin.
En este contexto, la emancipación de Irlanda se transformaba
en condición indispensable para la revolución proletaria en Inglaterra, tanto
por el golpe que significaría para las clases dominantes inglesas, como por el
hecho de que para el proletariado inglés, luchar por la emancipación de Irlanda
era asumir una posición independiente de su propia clase dominante.
Estos puntos de vista de Marx mantienen relación con su
concepción de la revolución permanente. Para Marx, la revolución permanente era
la bandera con que el proletariado debía intervenir en las revoluciones
burguesas para llevarlas más allá de los límites que imponía la misma
burguesía, con una política proletaria independiente para avanzar hasta donde
fuera posible en las condiciones de su propia emancipación. Esa fue la famosa "fórmula cuarentaiochesca".
Pero con su política para Irlanda, Marx complejiza la
cuestión al ligar esa conquista de la "posición independiente" de la
clase obrera con la lucha por la emancipación nacional y la revolución agraria
en Irlanda en oposición al capitalismo inglés.
De esta forma, Marx sentó las bases de un problema capital y
de principios para el marxismo, que luego fue tergiversado y/o ignorado por la
socialdemocracia en su desbarranque oportunista. Contra ésta, Lenin planteaba
en 1916 que las tareas del proletariado de los países imperialistas (respecto
del problema colonial) son las mismas que las del proletariado inglés respecto
a Irlanda en el siglo XIX, en su conocido trabajo sobre la revolución
socialista y el derecho de las naciones a la autodeterminación. A su vez, sin
llegar a comprimir la revolución democrático-burguesa y la proletaria en un
proceso "continuo" (o permanente en uno de los aspectos planteados
luego por Trotsky), la lucha nacional se entrelaza con la perspectiva de la
revolución proletaria, a través de dos formaciones histórico-sociales distintas
pero unidas bajo la bota de la principal potencia capitalista de su tiempo.
La Tercera Internacional planteó la unidad entre la lucha de
la clase obrera contra la burguesía en los países metropolitanos y la de los
pueblos oprimidos contra el imperialismo. Sobre la base de la experiencia de la
revolución china, Trotsky fue mucho más allá, señalando que las tareas de la
emancipación nacional solamente podían realizarse a través de la dictadura del
proletariado en alianza con los campesinos. (En la actualidad, en muchos países
y en un mundo mucho más urbanizado, ese rol lo juegan otros sectores oprimidos,
como los pobres urbanos). En sus Escritos Latinoamericanos, analizó la realidad
de los "bonapartismos sui generis" en América Latina, cuestionando a
los "trotskistas" que pensaban mecánicamente la revolución
permanente, desconociendo el desarrollo de la lucha por las tareas de emancipación
nacional y su relación con la lucha por el poder obrero.
En los debates fundacionales del trotskismo en la Argentina,
Liborio Justo batalló por la necesidad de tomar la cuestión de la emancipación
nacional contra aquellos que veían que en Argentina estaban solamente planteadas
tareas revolucionarias directamente socialistas.
Es decir, que existe una gran tradición en el marxismo, que
va desde el propio Marx, pasando por Lenin, la Tercera Internacional, Trotsky y
un sector del trotskismo en América Latina, que resalta la importancia de la
"cuestión nacional" en su relación con la lucha de clases en los
países coloniales y semicoloniales, oprimidos por el imperialismo.
(Anti) nacionales y
(anti) populares
En momentos en que el kirchnerismo está en uno de sus
típicos giros “nacionalistas” retóricos, ubicar en su justo término el rol que
ocupa la lucha por la liberación de las cadenas que atan a la nación al
imperialismo, dentro de una estrategia proletaria independiente, es de suma
importancia.
Negar la existencia de estas tareas de liberación nacional
o, lo que es lo mismo, de lucha antiimperialista, nunca encaradas seriamente
por la burguesía argentina (incluso en sus momentos más “nacionalistas”, como
bajo el peronismo), y que se manifiestan como justas aspiraciones en el
movimiento obrero y de masas de enfrentar la prepotencia y el dominio impune
del capital y los estados imperialistas; es capitular ante el “nacionalismo” de
opereta del kirchnerismo y permitir la manipulación de estas justas
aspiraciones por la dupla complementaria de relato “nacionalista” y el
vasallaje en la política real.
En la cuestión de la deuda externa, en las práctica de las
empresas imperialistas (como Donnelley y su cierre fraudulento o Lear y su
impunidad para no acatar una docena fallos judiciales a favor de los delegados
y despedir masivamente), en el monopolio privado del comercio exterior que
detentan un grupo de cerealeras o en la concentración de los bancos extranjeros
y sus negocios parásitos con el ahorro nacional; se hace más que evidente
algunos de los tantos lazos de subordinación de la economía nacional a los
dictados de los capitales imperialistas en íntima alianza con sus socios
económicos y políticos locales.
Ciertos sectores de izquierda, adherentes a una especie de
“teoría del capital puro y global”, simplemente niegan de plano que exista la
cuestión nacional (ver polémica acá).
Otros afirman que
"El nacionalismo, en los países oprimidos, juega un rol progresista, solo
en forma circunstancial y de un modo excepcional – es por regla reaccionario,
porque enfrenta a la clase obrera". Y critican las denuncias que
sacan a la luz que empresas como Lear “violan sistemáticamente las leyes
argentinas”, tergiversando sensiblemente el planteo, ya que la denuncia en el
caso de Lear, no se refiere a que viole las leyes que garantizan la indemnización
o los convenios pro-patronales firmados por SMATA, sino a que la empresa no
acató una docena de fallos judiciales que obligaban a permitir la entrada de
los delegados a la fábrica. Estos fallos se basan en “leyes argentinas” de
protección de la organización sindical en general y de los delegados en
particular (a la vez que son leyes de regimentación de los sindicatos por el
estado); y que fueron “a su manera” un homenaje rendido al peso del movimiento
obrero en la Argentina contemporánea. Ahora que se permitió un día la entrada
de los delegados a la fábrica, se lo hizo en condiciones de militarización que
niegan la propia resolución.
El “nacionalismo” burgués basa su relato en la supuesta
efectividad de la intervención del estado para poner límite al capital
imperialista y defender los intereses nacionales. Demostrar en la experiencia
real de las masas (no sólo en la propaganda) como se opone el discurso a la
política efectiva, es una forma de desenmascarar el falso nacionalismo y
demostrar quienes son los que verdaderamente enfrentan la prepotencia de las
empresas y monopolios imperialistas; y quienes se subordinan a ellos. Es
decir, en manos de quien está la defensa de los verdaderos intereses nacionales
avasallados permanentemente por el capital, los estados y la justicia
imperialista.
Un pedagógico artículo de Trotsky, aunque referido a
circunstancias completamente diferentes (la cuestión nacional bajo la naciente
Rusia soviética), plantea criterios metodológicos muy útiles para ubicar el rol
de la cuestión nacional en el marxismo:
“El conjunto de nuestra política —en la esfera económica, en la construcción del estado, en la cuestión nacional y en la esfera diplomática— es una política de clase. Está dictada por los intereses históricos del proletariado, que está peleando por la completa liberación de la humanidad de todas las formas de opresión. Nuestra actitud hacia el problema nacional, y las medidas que hemos tomado para resolverlo, constituyen una parte esencial de nuestra posición de clase, y no algo accesorio u opuesto a ella. Ud. dice que el criterio de clase es supremo para nosotros. Esto es absolutamente verdadero. Pero sólo en la medida en que sea realmente un criterio de clase; esto es, en la medida en que incluya respuestas para todas las cuestiones básicas del desarrollo histórico, incluyendo la cuestión nacional. Un criterio de clase sin la cuestión nacional no es un criterio de clase, sino sólo el tronco principal de tal criterio, que inevitablemente se aproxima a una perspectiva sindicalista o artesanal”. (León Trotsky, Sobre la cuestión nacional, 1923)
En necesario aplicar este criterio en todos los aspectos de
la política o la economía nacional, donde el falso nacionalismo opera con su
relato para convertir las sanas aspiraciones de terminar con los saqueos
imperialistas, en ilusiones de que con tímidas intervenciones estatales y
sobreproducción de discurso se puede lograr: como en la cuestión del petróleo o
de la deuda externa, donde se llega al colmo de que un juzgado municipal
(aceptado por el gobierno cuando renunció a su soberanía) manda al “default” al
país y la medida más “radical” que se toma es un cambio voluntario de
jurisdicción, incluso con oferta de pago a los más buitres entre los buitres.