Iñaki Gil de San
Vicente | El marxismo no es una utopía en sí misma
aunque ha recogido componentes utópicos y románticos de la crítica del siglo
XIX al capitalismo, pero los ha integrado como parte secundaria en una teoría
científico-crítica de las contradicciones sociales.
1. Introducción
Karl Marx ✆ Ze Octavio |
¿Por
qué dedicar la Introducción de este libro, Pensar y practicar colectivamente el
marxismo [1], a la
filosofía marxista, en vez de dedicarla solo a exponer su contenido, el orden
de sus capítulos, etcétera, como se hace habitualmente? Pues porque es
imposible conocer la permanente lucha frontal entre la humanidad explotada y el
capitalismo sin emplear a diario la filosofía marxista. Nuestra rápida e
incompleta exposición de lo que es el marxismo sería aún más limitada si no
hiciéramos una referencia básica a su filosofía inherente, consustancial, a su
filosofía de la praxis, de la capacidad de las personas libres para crear realidades
nuevas superando las viejas. Hablamos de personas libres y de realidades nuevas
que surgen de las entrañas de las viejas y caducas, es decir, estamos hablando
de procesos en los que la dialéctica de la unidad y lucha de contrarios plantea
en un momento determinado la necesidad de la opción crítica por una de las
alternativas en lucha con su contraria.
La
elaboración de este libro es un ejemplo de lo que decimos: hace aproximadamente
trece años, el tsunami represivo español estaba a punto de ampliar sus ataques
ilegalizadores a una parte de la izquierda abertzale todavía no desmantelada;
en aquellas condiciones tan duras -que no han desaparecido- se siguió pensando
en la necesidad de profundizar la conciencia política y la capacidad teórica de
la militancia independentista y socialista vasca. Fruto de aquella visión
estratégica que comprendía la urgente necesidad de la formación teórica y
filosófica de la militancia, fue la elaboración del Cuadro I. Cuadro histórico
que aquí se ofrece tras algunas correcciones formales habida cuenta que fue
escrito hace doce años. Se acertó en la importancia de destruir el mito de la
globalización económica como nueva realidad mundial que superaba lo «malo» del
capitalismo quedándose exclusivamente con lo «bueno». Un mito creado por el
neoliberalismo y divulgado masivamente por la industria político-mediática, que
ha persistido dentro de las izquierdas hasta 2007-2009 cuando la realidad de la
crisis lo ha destrozado, pero que sigue palpitando internamente en los reformismos.
La
ilegalización de Herri Batasuna decretada en 2003 destrozó el plan previsto,
condenando el Cuadro I a vagabundear por la red de internet de donde era
frecuentemente rescatado para servir de texto base en cursillos de formación y
en charlas contra las versiones reformistas y oficiales sobre las diferentes
«globalizaciones». Pero la ilegalización mostró a su vez cuánto de verdad tiene
la filosofía marxista cuando insiste en el complejo proceso formado por la
necesidad, el azar y la libertad. Para el Estado español ilegalizar a Herri
Batasuna era una necesidad imperiosa en vez de un capricho vengativo del
gobierno del PP; para la militancia abertzale poco formada teóricamente, y para
un muy amplio espectro social, esa ilegalización fue una catástrofe fortuita,
difícil de entender porque se desconocía buena parte de la lógica burguesa;
para la militancia formada teórica y políticamente era comprensible y esperable
y, por ello, azuzaba la «necesidad de la libertad». Chocaban así dos
necesidades antagónicas pero unidas en una lucha permanente: la del Estado
nacionalmente opresor y la de la nación trabajadora oprimida. Dos necesidades
unidas en su irreconciliabilidad y por tanto dos libertades opuestas
antagónicamente: la libertad del capitalismo estatal para endurecer la
explotación necesaria y la libertad del pueblo trabajador para avanzar a su
necesario independentismo socialista.
Cuando
hablamos de necesidades y de libertades mortalmente enemigas pero unidas en su
incompatibilidad cualitativa, no hacemos juegos de palabras sino que buceamos
el fondo de la realidad social con la ayuda de la filosofía marxista, con la
ayuda de la dialéctica y del materialismo histórico. Ahora, tras la crisis
permanente emergida en 2007, empieza a verse como «necesario» el empleo de
estos y otros conceptos, mientras que hace pocos años eran solo una opción
metodológica como otra cualquiera, pero antes de 2007 eran descalificados como
obsoletos e inútiles, y todavía subsisten quienes creen que ya no tiene sentido
recurrir al marxismo, sino a algo más general, abstracto y vago como
«anticapitalismo» o como simple «socialismo», entendido este de tantas formas
diferentes como intelectuales divaguen sobre él. Se equivoca quien crea que el
empleo de conceptos depende de su neutral, pura e inmaculada «capacidad
explicativa». Ningún concepto de las llamadas «ciencias sociales» es neutro;
dicho directamente, los conceptos marxistas asumen su partidismo, su opción
precisa por el bando oprimido y rechazan toda asepsia positivista y neutralista,
mientras que los burgueses, sean reformistas o reaccionarios, ocultan su
parcialidad disfrazándola bajo la demagogia de la «sociedad civil»,
«ciudadanía», «hegemonía social y democrática», etc.
En
determinadas circunstancias sociohistóricas se redoblan los ataques al
marxismo, lo que unido a ciertas condiciones de debilidad de las luchas de
clases en su sentido ofensivo y político, también en su sentido defensivo y
economicista, salarial, de efectos integradores y alienadores de políticas
burguesas facilitadoras del consumismo y de la tesis del «ascenso social» y de
la desproletarización, de endurecimiento salvaje de la represión contra la
izquierda revolucionaria, en estas situaciones resurgen muy fácilmente los
intelectualillos obsesionados por certificar la definitiva «muerte del
marxismo». Son contextos que facilitan sobremanera el poder alienante del
capitalismo en cuanto tal, poder que surge de la mercantilización de la
existencia, que anula con su fetichismo la capacidad de comprender la realidad
de la explotación objetiva de clase como vertebradora de su entera estructura.
Se
puede decir que algo así sucedió entre finales del siglo XX y comienzos del
siglo XXI. La calidad teórica media de la militancia independentista bajó mucho
aunque no desapareció, ni mucho menos. La parte más afectada fue la que durante
años se había formado en la acción institucional y parlamentaria, retroceso
lógico si estudiamos la historia del parlamentarismo de izquierdas; pero la
militancia obrera y popular no fue tan golpeado como se demostró en la oleada de
luchas, de huelgas concretas y de huelgas generales que se intensificó desde
2008. Pensamos que hay, como mínimo, dos razones que lo explican: una, que
todavía estaba muy viva la formación recibida durante años acerca de la valía
estratégica de la larga V Asamblea, la que abarca desde alrededor de 1965 hasta
alrededor de 1980, año arriba año abajo; y otra, que estas militancias vivían y
viven en el interior del pueblo trabajador, en el movimiento obrero, popular, social,
cultural, pro-amnistía, internacionalista, etc.
Que
subsiste una relativa base teórica se ha demostrado en el debate interno en
Sortu de hace dos años, cuyos resultados oficiales siguen sin ser conocidos por
la militancia, así como en los debates alrededor de la campaña de las recientes
elecciones al Parlamento Europeo, por citar solo dos ejemplos. Sin embargo, por
el lado opuesto, determinados sectores de la izquierda abertzale clásica y del
soberanismo reformista se posicionan por dos vías opuestas a las citadas
arriba: una, por cortar lazos con la larga V Asamblea; y, otra, por desarrollar
un «socialismo» vacuo, hueco. El Cuadro II: Marxismo sobre la historia práctica
y teórica del choque a muerte entre el marxismo y capitalismo surge en este contexto.
De hecho, en su origen pudo haber formado parte de un programa de formación
marxista de la izquierda independentista, izquierda que desde sus orígenes en
la mitad de los años sesenta y hasta su ilegalización en 2003 asumió el
marxismo como método de interpretación y transformación de la realidad, como el
método necesario para lograr la independencia socialista.
Pero
lo que pudo llegar a ser, no fue, y los esquemas iniciales del Cuadro II:
Marxismo y del Cuadro III: Cuadro explicativo de las dos teorías antagónicas
sobre el contexto mundial: la burguesa neoclásica, marginalista y neoliberal, y
la marxista quedaron en una triste esperanza frustrada al no realizarse
cursillo alguno de formación marxista en Sortu. Sin embargo, de nuevo las
contradicciones de la realidad, su dialéctica, presionaron para que los
borradores iniciales no cayeran en el olvido definitivo ya que organizaciones
de otras naciones oprimidas sí realizaron esos cursillos. El capitalismo es
uno, el Estado opresor de naciones es uno, el patriarcado es uno; la realidad
de las clases y naciones oprimidas está determinada por esta unicidad
capitalista objetiva aunque en cada pueblo, en cada situación concreta son
diferentes las formas de plasmación de esa unidad básica capitalista.
Es
por esto que el método marxista, la filosofía de la praxis para ser más
precisos, es aplicable en todo el mundo en sus grandes ejes maestros que
siempre deben ser adecuados concretamente a cada situación particular, nunca
impuestos a la fuerza, como el lecho de Procusto, un bandido mitológico griego
que invitaba a los viajeros a dormir en una cama de hierro que tenía en su
casa: si eran más pequeños que la cama Procusto los descoyuntaba alargando su
cuerpo hasta ocupar todo el jergón, y si eran más grandes les cortaba las
extremidades y la cabeza para que cupiesen en ella. El dogma férreo es el lecho
de Procusto: la realidad concreta ha se supeditarse a la teoría abstracta. Hay
un dicho popular que indica lo mismo pero aplicado al dogmatismo: «si la
realidad no coincide con la teoría, peor para la realidad».
Una
de las tareas fundamentales de los cursillos de formación marxista consiste en
aprender a aplicar la teoría básica a cada situación particular, aprender a
pensar críticamente, aprender a conocer la realidad en la que se vive, su
historia y su presente, sus características propias para no cometer el garrafal
error del dogmatismo. A la vez, los cursillos sirven para actualizar y
enriquecer la teoría general con las aportaciones de la práctica específica. Desde
hacía varios años venían realizándose cursillos, encuentros y debates sobre
filosofía, historia, economía, política y otros temas, en los que el lecho de
Procusto era desmontado pieza a pieza, y gracias a los cuales se mejoraba la
teoría general. Semejante cúmulo de experiencias confirmaba una y otra vez que
la teoría no sirve de nada si no está en permanente aprendizaje de los
movimientos de la realidad, de las nuevas formas en las que se presenta esa
realidad en movimiento permanente.
Así,
cuando surgió la posibilidad de elaborar los borradores de los Cuadros II y III
de inmediato se pensó en que, primero, habían cambiado mucho las condiciones
sociopoliticas y económicas con respecto a 2002, por lo que era necesario
volver a la esencia del choque frontal entre el marxismo y el capitalismo para
seguir luego su evolución hasta el presente; y segundo, que tras tantos años de
dominio cuasi absoluto de la ideología burguesa en sus dos formas generales, la
reformista y la reaccionaria, era necesario ofrecer una descripción radical y
sucinta de las diferencias entre el marxismo como teoría matriz y la ideología
burguesa, sobre todo con su ropaje reformista. A lo largo de los debates y
encuentros habidos se han ido adecuando y mejorando los Cuadros II y III porque
lo que debe decirse es que, más que otra cosa, el resultado último es producto
de un trabajo colectivo.
2. Dialéctica y libre opción
El
carácter colectivo de la práctica teórica resumida en estos Cuadros es lo que
nos lleva a recordar, otra vez, que en este texto no nos referimos
exclusivamente a Marx separándolo de Engels, cosa imposible, sino también a la
poderosa, rica y compleja trama de acción y pensamiento que se ha dado en
llamar «filosofía marxista», precisamente a esta corriente comunista mundial
que, con todas sus tensiones y diferencias internas, mantiene una unidad básica
que le identifica como el enemigo irreconciliable de la civilización del
capital. Es desde este sentido profundo de antagonismo permanente con la
burguesía mundial desde donde la «filosofía marxista» destaca por su exclusiva
originalidad.
La
filosofía como «amor por la sabiduría» surgió en abierta confrontación con las
ideologías religiosas formadas durante los varios miles de años que duraron los
modos de producción comunales y tributarios, surgió durante el proceso durante
el cual la incipiente producción de valores de cambio, de mercancías, comenzó a
tensionar las relaciones sociales todavía basadas en las economías de valores
de uso en un contexto de absoluto dominio dogmático de las religiones. Sin
grandes precisiones, este proceso comenzó alrededor del –II milenio en Egipto,
cuando las tensiones sociales se agudizaron con la formación de las clases
explotadoras y explotadas; la misma dinámica se produjo en Babilonia e India un
poco después: en estas extensas áreas se sentaron las bases fecundas del
pensamiento filosófico que tendía a romper con la dogmática religiosa en algo
tan decisivo hasta el presente como es la unidad del materialismo espontáneo y
de la dialéctica espontánea: el mundo existía al margen de la voluntad divina y
ese mundo no era inmóvil sino cambiante. Sin embargo, las fuerzas sociales conservadoras
de estos tres grandes imperios terminaron venciendo sobre las fuerzas sociales
progresistas, victoria que supuso la derrota de la filosofía.
Alrededor
de los siglos –VII y –VI en China y en Grecia surgieron condiciones sociales y
culturales más desarrolladas que en Egipto, Babilonia e India; por un lado, el
comercio, el dinero y la lucha de clases estaban mucho más avanzados; por otro
lado, el hierro y la escritura aumentaron la productividad del trabajo y
aceleraron la cultura y la guerra; además, los viajes facilitaron el acceso a
la filosofía de los tres imperios; y, por último, la relativa debilidad de los
poderes estatales chino y griego de entonces en comparación a los tres grandes
imperios facilitó una mayor libertad de pensamiento y de critica. Las cuatro
causas básicas explican que la filosofía, como pensamiento independizado del
poder religioso, diera un sorprendente salto hacia delante, pero siempre en
medio de agudas tensiones sociales. Este contexto vibrante y abierto a lo
nuevo, forzó que el materialismo y la dialéctica fueran perdiendo espontaneidad
para ganar en regularidad y experiencia.
La
característica definitoria de la filosofía inicial es que se trata de un
pensamiento inserto en la contradicción que surge cuando sectores de las
sociedad descubren en su vida práctica y productiva que los dioses no rigen sus
destinos, que el mundo existe al margen de los dioses, que ellas, las personas
así emancipadas, pueden y deben ejercer su libertad consciente en situaciones
decisivas, cruciales, críticas. No es casualidad que una de las primeras veces
que aparece escrita la palabra «dialéctica» en el griego clásico antiguo es
cuando se narra las reflexiones de Héctor poco antes de enfrentarse con las
armas a Aquiles, frente a Troya. Héctor duda, piensa, sopesa entre alternativas
opuestas y decide luchar a muerte contra Aquiles aunque sepa que le van a
matar, y decide aceptar el combate porque la reflexión lúcida y radical que hace
sobre su vida y la de su pueblo le lleva a optar por la lucha. No es casualidad
que dos palabras decisivas para comprender la esencia de la vida humana libre y
consciente como son crisis y agonía hagan referencia al mismo dilema que
plantea la dialéctica: luchar por una opción en los momentos en los que hay que
decidir entre dos salidas opuestas, entre la opresión y la libertad.
3. Antecedentes muy actuales
La
filosofía marxista recupera y actualiza el significado de la decisión de
Héctor, pero también de otros seres mitológicos o reales que hicieron
exactamente lo mismo en condiciones diferentes: Prometeo, Demócrito, Epicuro,
Espartaco, Kepler, Blanqui…, por citar solo los referenciados por Marx y
Engels. Todos y cada uno de ellos nos remiten a la importancia de decidir
libremente en momentos de necesidad crítica, de optar entre alternativas
irreconciliables, es decir, cuando debemos afrontar la incerteza e
incertidumbre de los posibles efectos de nuestras decisiones y pese a ello, a
pesar de la aceptación de lo azaroso y contingente de la vida, debemos optar
por una de las salidas a la crisis porque es necesario hacerlo. La dialéctica
entre necesidad, casualidad y libertad está materializada en Prometeo, Héctor,
Demócrito, Epicuro, Espartaco, Kepler y Blanqui…, y también en Marx y Engels y
en tantas revolucionarias y revolucionarios que han seguido haciéndolo. Lilith,
por ejemplo, que en la mitología mesopotámica y judía fue la primera «esposa»
de Adán, pero que optó por su libertad abandonando a su «esposo» para
amancebarse con Asmael y otros «diablos» y «demonios», es decir,
revolucionarios. Lo que late en el interior de estas prácticas, sean
mitológicas o históricas, es el decisivo problema del salto del «reino de la
necesidad» al «reino de la libertad», clave de la filosofía marxista.
Prometeo
era un titán que se enfrentó a los dioses del Olimpo en, al menos, cinco
cuestiones decisivas: una, la socialización de las fuerzas productivas robando
el fuego sagrado para entregarlo a los humanos; otra, el reparto justo de la
riqueza al dar a los humanos la mayor parte de la carne de las reses
sacrificadas y la menor parte a los dioses; además, el uso emancipador del
saber predictivo al negarse a informar a Zeus sobre acontecimientos futuros
decisivos para mantener la opresión del Olimpo sobre los humanos; también,
haber sostenido una especie de lucha entre «servicios secretos de inteligencia»
al enfrentarse a Hermes enviado por Zeus para descubrir sus secretos; y, por
último, el rechazo de todas las propuestas de soborno, corrupción y
arrepentimiento que le hizo Zeus para que recobrara su libertad si le revelaba
el futuro. Por todo ello, Zeus le condenó a que un águila le comiera el hígado
mientras estaba atado a una roca: el hígado se sanaba a las noches así que el
castigo sería eterno. Pero como muchas veces en la mitología y realidad, hay
dos versiones del final: la popular sostiene que Prometeo fue liberado por
Hércules que mató al águila porque Prometeo le había dado información vital
para acabar bien uno de sus Doce Trabajos, aunque siempre debería arrastrar una
piedra; pero la del poder sostiene que Prometeo obtuvo su libertad tras
claudicar a las exigencias de Zeus.
Demócrito
(-460 y -370) y Epicuro (-341 y -270) fueron dos eminentes pensadores griegos
que llamaron poderosamente la atención de Marx por sus cualidades humanas. El
primero vivió en la plenitud explotadora e imperialista del esclavismo griego,
mientras que el segundo vivió en su fase de decadencia y crisis agónica,
distancia sociohistórica que explica sus grandes diferencias pero a la vez
indica la fuerza de su base común. Demócrito pertenecía a la corriente
democrática enemiga de la aristocracia, desarrolló la teoría del átomo como
partícula indivisible que explica el movimiento del mundo y de la sociedad, no
creados por Dios, que aparecen y desaparecen del mismo modo en que los cuerpos
se mueven, se separan y se juntan. Exceptuando el problema de la libertad
humana, estas ideas fueron más tarde inaceptables por la contrarrevolución
filosófica idealista encabezada por Platón (-427 y -347) que pretendió quemar
sus libros. Fue por esto que Lenin sostuvo que hay dos grandes corrientes
opuestas en la historia de la filosofía: la materialista de Demócrito y la
idealista de Platón.
En
lo que concierne al problema de la libertad humana incluso en una sociedad esclavista,
Marx prefería con mucho a Epicuro ya que su concepto de libertad basado en el
sensualismo, basado en el gozo de los sentidos y en la tesis de que los átomos
se «desvían» del orden preestablecido abriendo espacio al azar y a la libertad,
era ciertamente revolucionario en su época. Su ateísmo era radical porque
sostenía que la religión nacía del miedo por lo que el conocimiento tenía como
principal objetivo liberar a las personas de la superstición y de la
ignorancia. De origen pobre, sus ideas sobre el automovimiento de la materia
debido a fuerzas internas y no externas, su ateísmo, su defensa de la libertad
como opción entre el azar y la necesidad… le causó problemas con la ley, y al
morir liberó a cuatro de sus esclavos. Desde entonces, el epicureísmo ha sido
una corriente materialista, atea y emancipadora muy tergiversada por las clases
dominantes de cada época, interesadas en reducirlo a mero sensualismo del gozo
pasivo y casi egoísta, negando su fuerza crítica y liberadora.
Espartaco
fue asesinado en -71 tras la atroz victoria romana sobre los esclavos
sublevados desde -73. Nacido en una tribu nómada tracia en -113 conservaba el
amor por la libertad de los nómadas, su educación para la guerra y un ideal
colectivista relacionado con la propiedad comunal de las tierras de pasto en
medio de una economía esclavista con propiedad privada y parte de producción
mercantil, lo que fue decisivo en la dirección de la sublevación esclava sobre
todo mediante la práctica del reparto equitativo y justo de lo que había entre
las masas sublevadas; además, hay indicios que sugieren que Espartaco pensaba
en el abaratamiento de los productos de consumo, y hasta en la supresión del
oro y de la plata. Este igualitarismo fue razón concluyente para que se le
sumasen cada vez más ciudadanos y soldados licenciados empobrecidos y
desafectos al cada vez más enriquecido patriciado dominante. Las divergencias
internas que no podemos detallar, la dificultad para alimentar a una creciente
población errante con niños, mujeres y ancianos, y la aplastante superioridad
militar esclavista fueron la causa del ahogamiento en sangre y de la represión
inhumana posterior: alrededor de 6.000 esclavos fueron crucificados en los
bordes del camino a Roma. Desde entonces, Espartaco ocupa un lugar señero en la
memoria de la humanidad explotada.
Kepler
(1571-1630) ha sido descrito por un biógrafo actual como «desconcertante»
cuando para Marx era una persona coherente, digna de admiración por la defensa
a ultranza de valores muy progresistas en aquella época. Creía en un
dios-arquitecto que había hecho el Universo de tal forma que podía ser
plenamente conocido por la Humanidad a la vez que, por ello mismo, podían
superarse las divergencias teológicas que provocaban las bestiales guerras
entre católicos y protestantes, además Kepler demostraba que el método
científico era el único que confirmaba las leyes perfectas y cognoscibles del
Universo. Por todo ello fue perseguido abierta o disimuladamente por todos los
poderes teniendo que escapar de ciudad en ciudad para encontrar un entorno
tranquilo en el que desplegar sus conocimientos de astronomía, óptica,
matemática, teología, dialéctica, filosofía, narrativa realista o fantástica,
etcétera, siempre escaso de dinero, pero siempre fiel a sus principios. Su
coherencia fue puesta a prueba cuando defendió públicamente a su madre acusada
de brujería, evitando que fuera quemada viva, lo que aumentó el odio que
sentían contra él protestantes y católicos. Para Marx, Kepler era un ejemplo
del ser humano «polivalente», «omnilateral», capaz de desarrollar las
inagotables potencialidades liberadoras de nuestra especie.
Blanqui
(1805-1881) fue un revolucionario ejemplar, tanto que la policía desarrolló una
campaña sistemática de desprestigio contra él utilizando todas las mentiras
posibles, incluida la de la supuesta delación. Integrado en la corriente del
comunismo utópico expuesta en uno de los cuadros de este volumen, defendió muy
bien la interrelación de todos los métodos de lucha pero bajo la supremacía
táctica y estratégica de la lucha insurreccional organizada por un partido
clandestino estricto. Pero lo que ahora nos interesa es su filosofía comunista
utópica en la que la lucha por la libertad era inseparable de la lucha contra
la propiedad burguesa, ya que, como él mismo escribió: «No es libre quien
privado de los instrumentos de trabajo permanece
4. Necesidad, azar y
libertad
Todos
los personajes reales o mitológicos vistos en el apartado anterior tienen un
conjunto de cualidades, valores, maneras de interpretar la vida y de
comportarse ante los problemas críticos que debemos incluir en la filosofía de
la praxis marxista. ¿Qué es la filosofía de la praxis? Una respuesta fácil
consistiría en resumir en algunos puntos cualquiera de los magníficos textos
que la desarrollan y explican, pero pensamos que la mejor forma de entenderlo
es recurriendo al propio Marx. En la misma entrevista realizada en 1865 en la
que Marx decía que tenía como ejemplos a seguir a Espartaco y Kepler, añadía
también, además de otras respuestas, que su idea de felicidad era la lucha, que
su idea de desgracia era la sumisión, que el servilismo era el defecto que más
detestaba, que la sencillez era su cualidad preferida, que su rasgo
característico era la unidad de objetivos, que su máxima preferida era «Nada de
lo humano me es ajeno» (Nihil humani a me alienum puto), que su divisa
preferida era «Hay que dudar de todo» (De ómnibus dubitandum).
Como
se aprecia, tanto en los comportamientos imaginarios o reales vistos como en
las respuestas de Marx, hay dos pautas básicas que se reiteran a pesar de las
distancias de tiempo y de espacio: una es la superación de la necesidad
mediante la lucha revolucionaria, y otra es la dialéctica en su sentido
originario, es decir, la opción consciente por una de las vías antagónicas
entre sí, vías inscritas en las contradicciones sociales que deben resolverse
mediante una u otra opción. Las dos pautas van unidas, forman una unidad que,
empero, debemos analizar en su especificidad sabiendo que esa unidad nos remite
al proceso dialéctico del tránsito revolucionario del «reino de la necesidad»
al «reino de la libertad».
De
forma directa o indirecta, de manera próxima o lejana, todo está relacionado
con todo, o mejor dicho, todos los componentes de una totalidad más amplia
están conectados entre sí mediante relaciones y mediaciones visibles o
invisibles, perceptibles o imperceptibles. Desde este principio dialéctico,
denominado «holismo» por la filosofía griega antigua, es un error insostenible
separar la necesidad de la contingencia, del azar, de la casualidad, y
viceversa; como es otro error separar la necesidad de la libertad, y viceversa.
De hecho, necesidad, casualidad y libertad interactúan en mayor o menos grado
en cualquier faceta de la vida social, y en la vida social en sí misma, como
totalidad.
Siempre
dentro de esta interacción compleja de contingencias azarosas, libertades y
necesidades en diverso grado de posibilidad, probabilidad o ineluctabilidad,
debemos entender a estas últimas, a las necesidades ineluctables como aquellas
que en condiciones dadas han de realizarse con carácter de obligatoriedad, que
se producirán tarde o temprano: todos hemos de morir, eso es ineluctable pero
cuándo y cómo depende de nuestra libertad y de las condiciones azarosas de
nuestra vida. Podemos inmolarnos por una causa justa o suicidarnos en un
momento de desesperación, acabando con nuestra vida y acelerando la necesidad
de nuestra muerte, o puede caernos un rayo y pulverizarnos por puro azar
matándonos, pero la muerte en sí es ineluctable aunque también podemos
retrasarla. Lo ineluctable se produce porque responde a la legalidad interna del
proceso que le determina y en el que se inscribe esa necesidad inevitable. Por
tanto, dentro de lo ineluctable la libertad tiene un espacio de ejercicio, más
o menos grande, pero lo tiene, como lo tiene la casualidad.
Pero
la muerte es una necesidad biológica, por ahora, así que debemos recurrir a un
caso de necesidad social: la lucha de clases. Exacto. La lucha de clases en una
necesidad inevitable aunque durante determinados períodos parezca que ha
desaparecido dejando paso a eso que llaman «concordia social», «paz social»,
«normalidad democrática», etc. La lucha de clases es necesaria porque la
explotación de clase también lo es, porque la burguesía «necesita» explotar al
proletariado para continuar siendo clase dominante. Y en la medida en que «necesita»
explotar para obtener una plusvalía, el proletariado responde defendiéndose:
«necesita» hacerlo. Lo hace de muchas formas, bastantes de ellas sibilinas y
difíciles de detectar por la burguesía: absentismo, trabajo lento, dejadez e
indiferencia, sabotaje suave o duro en el proceso laboral, formas sutiles pero
efectivas que exigen mayor vigilancia, más rigor y control en el trabajo,
etcétera, lo que merma los beneficios empresariales. Estas formas elementales
de lucha de clases ya se daban en el esclavismo, en la Edad Media y en el
primer capitalismo. Pero la necesidad de la resistencia obrera inicial es tan
objetiva e inevitable que tiende a ampliarse y coordinarse, a ir tomando
conciencia primero salarial y sindical, economicista, para ir ascendiendo a conciencia
política.
Las
peores dictaduras fascistas y regímenes contrarrevolucionarios, las mejores
democracias burguesas keynesianas, no han logrado nunca acabar definitivamente
con el endurecimiento periódico de la lucha de clases, combatividad obrera y
popular que siempre reaparece, que siempre vuelve a escena cuando se la creía
extinguida para siempre. La razón no es otra que la necesidad objetiva de la
explotación es inseparable de la necesidad objetiva de la resistencia a la
explotación. Si bien la necesidad de la resistencia encuentra casi infinitos
obstáculos y dificultades para reaparecer y crecer, la necesidad de la
explotación tarde o temprano termina forzando que el inicial malestar pasivo y
atemorizado avance hacia maneras más efectivas de resistencia. Naturalmente, la
acción consciente y libre -aunque clandestina u oculta- y el azar juegan su
papel en esta tendencia. La existencia de vanguardias revolucionarias que
dinamicen la lucha sindical y que resistan a las represiones, es básica para que
la posibilidad de lucha se transforme en probabilidad de victoria y esta, en un
momento determinado, se materialice como tal. Visto el proceso en su
movimiento, la necesidad objetiva e ineluctable de la lucha de clases surge de
las contradicciones esenciales e irresolubles del sistema capitalista.
Como
vemos, la materialización concreta de la necesidad general de la lucha de
clases depende del grado de organización de la conciencia revolucionaria, y de
las contingencias y casualidades complejas de un sin fin de dinámicas entre las
que destacan, por su propia necesidad intrínseca, las medidas disciplinadoras y
represivas aplicadas por el Estado burgués. Quiere esto decir que el azar
existe en un proceso concreto, pero a la vez es necesario en un proceso más
lejano y sin relación inmediata con el presente: una lucha vecinal popular o
una huelga obrera puede ir bien hasta que sorpresivamente es golpeada por una
nueva táctica del poder desconocida e imprevista, o por un acontecimiento
azaroso como una catástrofe o accidente, etcétera, oportunamente utilizado por
el poder contra el pueblo. Cada una de estas casualidades tiene sus respectivas
cadenas causales más o menos cercanas o lejanas. Conocerlas en lo básico es una
necesidad imperiosa que solo se resuelve con la formación teórica y política,
con el método que explica que siempre habrá un espacio para el azar pero que
puede ser reducido hasta un mínimo relativamente fácil de controlar.
El
avance de lo posible a lo probable, y de aquí a la victoria segura, exige el
empleo riguroso de las categorías de necesidad, casualidad y libertad, que será
tanto más efectiva y plena cuantas más posibilidades de elección práctica
tenga, y cuantas más probabilidades de victoria construya. Lo posible es
aquello que domina relativamente la incertidumbre de lo desconocido, del azar
ignoto, y por tanto lo que todavía no ha logrado penetrar en el interior de las
contradicciones de la necesidad, descubriéndolas e incidiendo sobre ellas
mediante la praxis científico-crítica. El conocimiento teórico es
imprescindible para ascender de lo posible a lo probable porque en ese avance
deben ser controladas la mayor cantidad posible de casualidades y procesos
desconocidos que impactan desde fuera. Sin un suficiente conocimiento basado en
la experiencia y en su síntesis teórica, es imposible superar la necesidad
ciega, ineluctable, que se cumple férreamente, del mismo modo que también es
imposible prever y controlar en buena medida el impacto de lo aleatorio, de lo
contingente, de lo fortuito.
La
libertad es la superación de la necesidad y el dominio del azar en un proceso
en el que se amplía el potencial creativo humano. En una sociedad basada en la
propiedad privada de las fuerzas productivas y en la explotación, la libertad
es la superación de la explotación, de la necesidad y del azar. En toda
sociedad injusta, la libertad nunca es total ni definitiva mientras sobreviva
la opresión, pero síexisten libertades concretas finitas e inciertas,
inseguras, que una vez conquistadas deben ser defendidas a capa y espada porque
la clase dominante no tardará un segundo en contraatacar para anular esa
conquista humana, destruir esa libertad concreta y aumentar su poder. En toda
sociedad opresora las clases y pueblos oprimidos deben conquistar sus libertades
concretas en tres grandes ámbitos: en el marco de la naturaleza, en el marco de
la sociedad y en el marco de la vida personal. Las tres van unidas, por
ejemplo, la salud es básica para las libertades y exige luchar contra la
industria de la salud burguesa, contra la tecnociencia capitalista en su
conjunto, pero también exige luchar contra la explotación sociolaboral en
cualquiera de sus múltiples formas y, a la vez, contra las casi infinitas
maneras de sojuzgar la vida individual de la persona, que es vida pública y
política: sin estos tres niveles básicos de lucha por la salud, esta nunca
podrá conquistarse como componente esencial de la libertad, y los ejemplos son
inagotables.
5. Lucha, cambio y
revolución
Muchas
de estas luchas, casi todas, las realizamos sin conocer apenas la filosofía
marxista, solo con rudimentos de ella y frecuentemente ni tan siquiera con esas
mínimas nociones. No hace falta decir que esa ignorancia es una de las razones
fundamentales de las derrotas del pueblo y de las victorias de la burguesía.
Cuando la filosofía marxista habla de categorías, conceptos, leyes de la
naturaleza, de la sociedad y del pensamiento, etcétera, está refiriéndose a las
síntesis en el conocimiento humano de las experiencias prácticas acumuladas
durante la antropogenia, durante la autogénesis de nuestra especie gracias al
trabajo sobre la realidad objetiva y subjetiva y dentro de ella. Conocimientos
que fueron forjándose no gracias al cerebro individual o colectivo, sino sobre
todo gracias al trabajo social, en una dialéctica entre mano y mente en la que
el trabajo social era la fuerza directora.
Durante
centenares de miles de años, millones incluso si vemos la antropogenia como la
fase desgajada de los primates pero que empezó a formarse dentro de estos, la
praxis colectiva fue produciendo un saber empírico progresivamente depurado,
corregido y sistematizado. La ley de la productividad del trabajo o ley del
mínimo esfuerzo actuaba con extrema lentitud pero actuaba porque de su
«cumplimiento» dependía la existencia durante el comunismo primitivo. La
esencia materialista y dialéctica embrionaria de este saber empírico es
innegable a la luz de los conocimientos actuales y al margen de las creencias
primitivas en entes idealizados e irreales. Otro tanto hay que decir de los
rudimentos de lo que ahora denominamos ética y moral: mentir sobre la
localización de las fuentes energéticas, sobre la proximidad de depredadores,
por ejemplo, supondría poner el peligro mortal a la reducida comunidad, lo
mismo que la cobardía, el no prestar ayuda, el asesinar a personas del mismo
grupo, etc. Al margen de las fantasías irracionales acerca de seres
inmateriales superiores, la materialidad y la dialéctica interna a estos
comportamientos decisivos es innegable.
El
surgimiento de la propiedad privada de las fuerzas productivas, o sea, la
derrota de la mujer convirtiéndose en instrumento de producción propiedad del
hombre, la esclavización de tribus y de pueblos, y la escisión clasista entre
hombres propietarios y clases expropiadas de todo menos de su fuerza de trabajo
en los pueblos no oprimidos por Estados poderosos, este proceso fue decisivo
para que el pensamiento dialéctico y materialista tuviera que dar un salto si
no quería ser aplastado por la contrarrevolución idealista representada por
Platón. La propiedad privada de las fuerzas productivas materiales era también
propiedad privada de las fuerzas productivas intelectuales, como se demostró
definitivamente con la orden romana de apresar con vida a Arquímedes durante la
toma de Siracusa en -212, objetivo que no fue logrado. La privatización del
conocimiento ha llegado con el capitalismo a su más alto grado de inhumanidad.
Si
durante el larguísimo y decisivo comunismo primitivo la esencia dialéctica de
la libertad humana estaba sujeta al muy limitado conocimiento colectivo de la
necesidad natural y social, con la victoria de la propiedad privada la
dialéctica de la libertad tuvo que asumir una nueva cualidad: optar
conscientemente y con todos sus riesgos por la lucha social en una comunidad
escindida entre una minoría explotadora y una mayoría explotada. A partir de
aquí, la dialéctica desarrollaría todo su potencial revolucionario y creativo,
pasando a ser el azote filosófico de la minoría propietaria, opresora. Desde la
contrarrevolución idealista las clases dominantes se han esforzado primero por
impedir o silenciar la dialéctica; y, segundo, al no lograr el objetivo
fundamental anterior, en reducir el potencial liberador de la dialéctica
rebajándola a simple forma más o menos brillante de expresarse -dialéctica no
es lo mismo que dialógica, ni mucho menos-, o de analizar la realidad pero sin
llegar a la raíz de sus contradicciones materiales, sociales, históricas,
limitándose a constatar su automovimiento y la interrelación de sus partes.
Las
revoluciones burguesas enseñaron a las clases trabajadoras que no podían
esperar nada de las fracciones supuestamente democráticas y progresistas de la
clase capitalista en ascenso. El salto cualitativo de la dialéctica de Kant a
la de Hegel, y de la de este a la del marxismo muestra cómo la burguesía
progresista fue dando paso al socialismo utópico y este al comunismo utópico a
la par que las clases trabajadoras profundizaban poco a poco al interior de las
contradicciones del sistema explotador, y cómo, por fin, el tránsito del
comunismo utópico al comunismo marxista fue unido al pleno desarrollo de la
dialéctica materialista. Desde entonces, la intelectualidad burguesa y los
aparatos capitalistas de alienación hacen lo imposible por denigrar la
dialéctica y condenarla al ostracismo.
No
es de extrañar. El proceso de praxis dialéctica se caracteriza por revolucionar
el mundo injusto en sus entrañas más pútridas y atroces, bajando desde la
superficie de la apariencia dulce a la amarga realidad radical de la
explotación y de la miseria. Una vez en esas profundidades donde bulle la
esencia antagónica de la lucha de clases, la dialéctica avanza en la medida en
que se descubre que esos contrarios irreconciliables están unidos en una
permanente lucha a muerte, con sus altibajos, acelerones y ralentizaciones,
pero permanente, nunca estática ni fija sino siempre activa, lenta o vibrante,
pero activa. Todo fluye y cambia, pero en unidad de contrarios en lucha.
Semejante descubrimiento del saber humano acumulado es vital para no cometer
demasiados errores en nuestra vida, en nuestros cruciales momentos en los que
tenemos que tomar conciencia irreversible de que mientras subsista la propiedad
privada de las fuerzas productivas no habrá solución intermedia al choque
frontal entre el capitalismo y el comunismo, entre la propiedad burguesa y la
propiedad comunista. Esta lección histórica anula cualquier veleidad
reformista, gradualista, legalista y pacifista, a la vez que sirve de criterio
general de praxis en todas las contradicciones sociales irresolubles, sean de
la magnitud e intensidad que fueren, colectivas e individuales.
Simultáneamente
a este llamamiento al realismo crítico que hace la dialéctica, advirtiendo de
las esperanzas ilusas sobre soluciones milagrosas que abran un período de
«armonía social», también la dialéctica muestra que conforme se incrementa la
acumulación cuantitativa de tensiones, problemas e injusticias se avanza hacia
la situación de crisis que le va a obligar a optar entre dos alternativas: la
revolucionaria o la reaccionaria. Dentro del marco de lo específicamente
humano, la acumulación cuantitativa de contradicciones y de conflictos va ir
forzando la radicalización de los procesos sociales. Si la dinámica no varía,
si no es abortada por injerencias casuales o por fuerzas causales, la
acumulación cuantitativa de tensiones puede llegar a un momento de salto
cualitativo: es durante esos momentos críticos cuando lo aprendido en el pasado
y concretado en las enseñanzas de la dialéctica interviene advirtiendo que hay
que posicionarse, «tomar partido» que se dice. Volvemos así a la valiente
dialéctica de Héctor y de Lilith.
La
libertad humana puede crear un futuro nuevo siempre que guíe la agudización de
las contradicciones sociales hacia la alternativa revolucionaria, y debe
hacerlo con decisión radical en la medida en que se acerca el estallido crítico
de la irrupción de lo nuevo. Siempre llega un momento en el que lo nuevo surge
abruptamente de la acumulación cuantitativa de lo viejo. Si la conciencia libre
y crítica humana no interviene desde dentro en esos momentos, lo nuevo será una
continuación de lo viejo pero con sus peores cualidades, con novedosas formas
que confirman y refuerzan la continuidad de la opresión endurecida. No hablamos
de reformas frágiles que palian durante un breve tiempo insoportables aspectos
secundarios del sistema burgués, ocultándolos bajo supuestas «reformas
democráticas» de corto alcance, sino de momentos críticos en los que toda la
estructura social está sometida a la prueba decisiva de la lucha entre la
minoría opresora y la mayoría oprimida. Según sea el resultado de esa lucha, el
salto cualitativo a lo nuevo que siempre emerge de la acumulación cuantitativa,
será a favor de lo viejo e injusto, o a favor de lo justo y de nuevo.
La
unidad y lucha de contrarios y el aumento cuantitativo y salto cualitativo son
dos «leyes» de la dialéctica que, en el plano social, conllevan y exigen la
acción humana siempre dentro de condicionamientos materiales objetivamente
dados por la dialéctica histórica de la necesidad y la casualidad. El salto del
«reino de la necesidad» al «reino de la libertad» en su sentido general, y en
sus concretos sentidos particulares, puede ser abortado una y otra vez, como
sucede con desgraciada y trágica frecuencia. Una de las razones fundamentales
para que así suceda es la muy débil comprensión por las izquierdas
revolucionarias del principio de la negatividad absoluta, de la absoluta
irreconciliabilidad entre libertad burguesa y libertad comunista, entre
explotación de la mayoría por la minoría y extinción histórica de toda
explotación y por tanto de todo explotador.
La
negación dialéctica es la base de la decisión de optar libremente en los
momentos críticos en los que nos jugamos el futuro. La decisión de optar por la
vía opuesta a la del poder se basa en la certidumbre de que hay que negar
radical y esencialmente la existencia de lo viejo que se resiste brutalmente a
ser echado al basurero de la historia. Es negación dialéctica porque busca
desarrollar lo nuevo que palpita en las contradicciones pero que no puede
emerger porque se lo impide lo viejo que se niega a desaparecer. La negación
dialéctica abre el camino a lo nuevo: una negación de lo viejo que es una
afirmación de lo nuevo que solo se realiza mediante el salto cualitativo. La
libertad se pone a sí misma a prueba en la práctica la negación dialéctica de
lo viejo: si no le vence, si no sale victoriosa y es derrotada, la libertad
sufrirá una represión mayor y la opresión será reforzada. Si vence se abrirá
una fase nueva en la que aumentarán las libertades y retrocederán las
explotaciones a lo largo de un proceso en el que se materializará la «ley» de
la negación de la negación.
La
libertad humana ha de saber que en su primera fase en lo nuevo siempre subsiste
una parte de lo viejo, dependiendo de la intensidad y profundidad radical del
salto revolucionario. La minoría explotadora nunca se resigna a perder sus
propiedades y su poder estatal y militar, y hará lo imposible por recuperarlos
mediante una contrarrevolución salvaje. La primera negación dialéctica le ha
arrebatado esas fuerzas criminales pero todavía quedan muchas cosas funcionando
de la vieja sociedad, sin las cuales la nueva tendría dificultades en un primer
período. El desarrollo nunca es lineal, automático y mecánico, sino que se
realiza con desviaciones, retrocesos parciales a lo viejo, saltos al pasado que
pueden reforzar dudas y revanchismos, retornos del pasado que deben ser
combatidos. Las oscilaciones y vaivenes en el desarrollo de lo nuevo surgen
precisamente de que la primera negación, siendo decisiva en cuestiones
fundamentales, sin embargo no puede llegar todavía a otras facetas de lo viejo,
cuya supervivencia genera distorsiones y puede reforzar a la contrarrevolución.
Hace falta la segunda negación, la que acaba con los restos de lo viejo e
instaura definitivamente lo nuevo como una cualidad radicalmente diferente a lo
anterior.
En
una primera fase la pervivencia de restos de lo viejo subsumidos en lo nuevo
determinará que el lema sea «de cada cual según sus capacidades, a cada cual
según su trabajo», lo que explica que puedan pervivir dinámicas sociales
objetivas centradas en la posible acumulación de propiedad privada en base al
trabajo acumulado individualmente con el peligro de que, dejadas a su albur,
faciliten la recuperación de la economía capitalista en creciente escala. Tal
posibilidad puede ser fortalecida con las tendencias burocráticas y corruptas
heredadas de la civilización del capital que se reproducen si no hay una
democracia socialista efectiva, y que encuentran apoyos en las agresiones
imperialistas externas.
Si
la libertad incidía en la unidad y lucha de contrarios y en el momento del
salto cualitativo a lo nuevo, forzando una salida revolucionaria; si la
libertad asumía jugarse su futuro en el momento crítico de la negación
dialéctica, cuando hay que asumir la posibilidad o la probabilidad de la
derrota, o incluso su inevitabilidad dependiendo de las circunstancias; si la
dialéctica de la libertad ha recorrido este incierto camino ascendente lleno de
riesgos y sacrificios, de inmediato ha de asumir que todavía puede ser
derrotada si no procede a la negación de la negación. O sea, la libertad ha de
ascender peldaños de mayor determinación y constancia mientras que no acabe
definitivamente con el «reino de la necesidad» mediante la dialéctica de la
negación de la negación. Solamente entonces, si llega hasta aquí, podrá
disfrutar con una relativa tranquilidad, nunca triunfalista, de que por fin se
materializa el «reino de la libertad».
6. Autoextinción consciente
La
unidad y lucha de contrarios, el aumento cuantitativo y el salto cualitativo, y
la negación de la negación son «leyes» cuyo conocimiento práctico facilita la
libertad humana, mientras que su ignorancia o rechazo refuerza la explotación.
Junto a la dialéctica entre las categorías de necesidad, contingencia y
libertad, así como junto al dominio práctico de la filosofía marxista en sus
bases generales, todo este conjunto crea una poderosa arma intelectual y
material de liberación: la teoría revolucionaria se convierte en fuerza
material cuando prende en la conciencia de las masas explotadas.
Pero
no acaba aquí el sentido profundo de la filosofía marxista. Llega aún más al
fondo histórico-transitorio de la propia autoconcepción del marxismo como
teoría finita y concreta, limitada necesaria y voluntariamente a un período
preciso de la evolución humana. El comunismo marxista es la primera y única
visión de la historia que actúa para autoextinguirse, para autoinmolarse como
la verdadera prueba de su veracidad objetiva: el fundamental «criterio de la
práctica», así como la esencia revolucionaria de la dialéctica, también deben
ser aplicables a la praxis marxista. O sea, dado que el comunismo marxista
surge de la fase industrial del capitalismo y se enriquece en su fase
imperialista, llegando a su plena veracidad en el período de senilidad
financiera, teniendo esto en cuenta, la «supervivencia» del marxismo está
objetivamente sujeta a la supervivencia de la propiedad burguesa, la forma más
inhumana de todas las formas de propiedad privada existentes.
El
marxismo se irá apagando en la futura sociedad comunista a la misma velocidad
de extinción de las últimas secuelas remotas del fetichismo de la mercancía, de
los ecos lejanísimos de la pasada civilización del capital en la mente humana
que se haya empezado a formar durante el tránsito del «reino de la necesidad»
al «reino de la libertad», y que, sobre esta base, haya creado luego una
cualidad de vida ahora inimaginable nacida de la propiedad comunista. Ya aquí,
el marxismo será una reliquia gloriosa que muestre el potencial de la praxis
humana en los peores momentos de su prehistoria. De la misma manera en que
ahora admiramos la inventiva heroica de las resistencias armadas organizadas en
los atroces campos de exterminio nazis, la capacidad creativa de las
organizaciones clandestinas, la portentosa imaginación «espontánea» de las
clases explotadas para resistir bajo los peores regímenes explotadores del
pasado, también en un futuro comunista se admirará al marxismo como la extinta
concepción del mundo decisiva para empezar a construir conscientemente la
historia.
Que
el marxismo no es una «teoría social» diferente, una «sociología crítica», una
«ideología revolucionaria», etcétera, esto lo sabe cualquiera que lo compare
con las formas de interpretar el mundo que han existido. Una de las
demostraciones concluyentes es que todas estas aseguraron que serían eternas,
que no terminarían nunca porque decían haber resuelto para siempre los
problemas de la humanidad. Únicamente el marxismo sostiene que su veracidad
histórico-transitoria se demostrará durante su autoextinción buscada
deliberadamente porque al desaparecer la explotación desaparecerá la praxis de
la lucha contra la explotación. ¿Qué le sucederá? Disponemos de muy limitados
indicios sobre qué y cómo será la vida comunista: sin explotación y por tanto
sin Estado; sin política de clase y por tanto sin democracia de clase; sin
valor de cambio y por tanto sin fetichismo de la mercancía; sin ley del
valor-trabajo y por tanto sin crisis destructoras; sin trabajo asalariado y por
tanto con trabajo creativo; sin propiedad intelectual y por tanto sin escisión
entre mano y mente; sin propiedad patriarcal y por tanto sin patriarcado; sin
opresión nacional y por tanto sin racismo ni xenofobia; sin mercantilización de
la naturaleza y por tanto con reunificación con la naturaleza; sin…
En
base a la experiencia acumulada hasta el presente, solo podemos decir lo que no
será el comunismo, no lo que sí será. El marxismo no es una utopía en sí misma
aunque ha recogido componentes utópicos y románticos de la crítica del siglo
XIX al capitalismo, pero los ha integrado como parte secundaria en una teoría
científico-crítica de las contradicciones sociales. Al final, el logro mayor
por el que será recordado el marxismo en la sociedad comunista radicará en
haber demostrado por qué y cómo hay que llegar a materializar el lema inscrito
en las banderas rojas del comunismo: «De cada cual según sus capacidades, a
cada cual según sus necesidades».
Nota
[1] Iñaki Gil de San Vicente: Pensar y
practicar colectivamente el marxismo, Boltxe liburuak (boltxekolektiboa@gmail.com).