Fernando
Panesso | El capitalismo como sistema social y
económico no ha cesado de generar sus propias crisis, unas más hondas, otras de
menor grado y amplitud. La historia del capitalismo hasta nuestros días, ha
sabido resolver y salir airoso de ellas. Las ha conjurado y las ha descargado
sobre los hombros de los trabajadores y de las clases medias. Los gobiernos y
sus empresarios son los menos golpeados.
El propio término de crisis se oculta en una
bruma de confusiones. ¿Crisis económica, crisis-ecoambiental, crisis del
capitalismo, crisis de civilización? Pero, es la crisis del capitalismo en
todas sus esferas la que ha puesto en escena la idea del socialismo. Ha puesto
de presente el ideario socialista. Hablar de crisis y de soluciones, pone sobre
el tapete, el proyecto de un modo de vida distinto al actual, y desde luego, la
edificación de otra sociedad. El capitalismo no es una opción de vida viable,
solidaria, fraterna, en una palabra: humana. Es la alienación del ser humano en
su actividad fundamental: la producción y el consumo.
“La
alienación capitalista crea ese conflicto permanente a todos los niveles y en
todos los sectores de la vida social. Hay crisis de la sociedad de explotación”.
(Castoriadis, 1979: 10). La crisis se revelará como lucha directa de los
trabajadores contra las condiciones de explotación capitalista y de su
alienación social o, también, como el retiro de la escena política. Su
aislamiento, su pasividad, su conformismo.
La lucha de los trabajadores, si sobrepasa ese
estado de postración y de alienación, estaríamos en presencia de una revolución
social. La crisis es revertida y transformada en un nuevo ideario: el
socialismo. La idea de crisis se torna en una noción productiva, que lleva a la
comunidad política a una elucidación de cómo emanciparse de las cadenas de
opresión y explotación de esta sociedad. Entonces, la crisis deja de ser un
mero ejercicio para académicos, o de meros mecánicos que no saben más que
reparar motores. No se trata de resolverle la crisis al capital, sino de
postular una nueva organización social, que sea capaz de liberar al ser humano
de la humillación, la sujeción, el servilismo, y ante todo, la lucha por la
libertad. Las luchas de los trabajadores, campesinos, indígenas,
afrodescendientes, y en general de las comunidades, tendrán un carácter
eminentemente socialista.
En tal sentido, la crítica al capitalismo no se
puede llevar a cabo si no hay una perspectiva socialista. Una crítica al
capitalismo que no contemple la puesta en escena del socialismo, es una crítica
que no apunta, sino a sostener, a mantener, el edificio actual de la sociedad. Una
crítica así no podría apoyarse en nada, a no ser en una ética que veinticinco
siglos de filosofía no han logrado establecer, ni siquiera definir. Toda
crítica presupone que hay otra cosa que es preferible –siendo posible- a lo que
crítica. Toda crítica del capitalismo presupone, por tanto, el socialismo.
(Ibid, 11).
Al plantearse una crítica de esta forma implica
que la comunidad política delibere sobre estos asuntos. Y el mejor mecanismo es
la democracia directa. La emancipación de los trabajadores es obra de los
propios trabajadores, sin más preámbulos. Las vanguardias, los aparatos, los
“jefes”, los llamados partidos de izquierda deben subordinarse a los dictados
del “demos”. La voluntad soberana, la asamblea de los iguales, los consejos
obreros, campesinos, indígenas y negros, y por doquier, todas las formas de
organización social serán las que deliberen, reflexiones, y decidan finalmente,
su propio devenir. Aquí no hay mesías, ni salvadores, que se arroguen el
destino de los demás, sino que será la propia comunidad política, la que asuma
la conducción de su revolución política.
El socialismo dejará de ser una quimera, para
llegar a ser una realidad social. Este será remozado y en medio de la reflexión
política aflorarán millones de ideas de cómo construir la sociedad de los
iguales, y qué formas jurídicas-políticas se crearán. Desde luego, hay que
echar mano de las experiencias y fracasos del movimiento revolucionario.
Por otra parte, tenemos la rica experiencia de
los comunismos ancestrales, de sociedades indivisas, sin Estado,
anti-jerárquicas, como es el caso de las sociedades comunistas de los
guaraníes.
La lucha por un socialismo, es la lucha
anticapitalista por un pensamiento singular, propio, complejo, ajeno a
cualquier escuela o teoría. O, que éste debe inscribirse en los lineamientos de
tal o cual organización política. No, la lucha contra el capital debe conducir
y hacer florecer la imaginación humana, la creación democrática. No hemos
vivido un régimen verdaderamente democrático. No hemos vivido la democracia. Ha
habido dos experiencias, que muy pronto fueron sepultadas pronto: la griega y
la del periodo del renacimiento. La creación democrática es el espacio político
por excelencia donde las comunidades políticas dirimen sus diferencias, y no en
comités centrales, o en “jefes”, o en los secretariados. El cuerpo político debe
estar vigilante, sobre aquellos que se reclaman del pueblo para que no se
apropien de la conducción de las comunidades. Si algo está fresco en la memoria
de los revolucionarios del mundo, fue la forma como fue expropiado el pueblo
ruso de su revolución socialista.
La cuestión apremiante es, sí los movimientos de
izquierda tendrán la capacidad de remontar sus propias ideas preconcebidas; si realmente,
seremos capaces de dar pasos hacia una revolución en el pensamiento, y tener la
capacidad de comprender la nueva época del capitalismo. O, en su defecto
estaremos abocados a la repetición ritual de conceptos. La emergencia de un
nuevo pensamiento liberador, sin íconos, sin fetiches, sin formulas acabadas,
sin totalitarismos. Sabemos de la pesadumbre que empapa a los individuos en
esta sociedad, su apatía y su conformismo. Sabemos del nihilismo, y de la
incapacidad de construir un proyecto distinto a partir de las luchas sociales
actuales. O dejar que estas sean adocenadas en la más brutal heteronomía.
El mundo de hoy se presta para una nueva
elucidación social, a una nueva creación humana, a nuevas significaciones
sociales, a una destitución de su sistema de creencias y valores, que sea capaz
de desinvestir las actuales, que las destituya, quitándoles lo esencial de su
validez histórica o de su “legitimidad. Poner en cuestión la sociedad
capitalista con toda su ideología de sus negocios. Con todas sus
significaciones imaginarias que ella ha creado. Deslegitimar su existencia, por
otra más prometedora para los sistemas vivientes. Este proceso no puede ser
asumido sino mediante una propuesta democrática radical.
La sociedad actual no tiene sentido, no se sabe
para dónde va, qué es lo que quiere. Es una sociedad que no quiere pensarse a
sí misma, y donde el individuo-social que fabrica se encuentra en un estado de
postración y de conformismo generalizado. Tampoco se pregunta por sí mismo y no
tiene el cuidado de sí. Busca por doquier caminos de salvación y se refugia en
las trivialidades que ofrece la sociedad del espectáculo y de consumo. La
historia no tiene sentido, la historia es sentido. El mundo de hoy no tiene
sentido y la sociedad ha sido incapaz de otorgarle un sentido perdurable a la
vida. El único móvil por el cual luchan y se matan los humanos en esta sociedad
es, por lo económico y por el poder. El núcleo imaginario de la época es amasar
cada vez más y en forma exponencial la producción, la acumulación, el consumo,
y cada vez languidece más el imaginario de la autonomía y de la democracia. Y
la “democracia” en los Estados modernos, como lo vemos, es una farsa, una
simulación de participación y decisión. Los asuntos centrales de la vida están
concentrados en unas pocas manos. El ciudadano no tiene derechos plenos y la
capacidad de cuestionar el orden instituido brilla por su ausencia. Los
mecanismos de control, vigilancia y represión se han exacerbado. La sociedad
disciplinaria de orden y obediencia se acentúa, y el individuo sometido todo el
tiempo en la caja negra de la televisión.
Sociedades de simulacro, de producción en serie
de calmantes, nacionalismos disfrazados de patriotismo, alimentación del
racismo y la xenofobia, odio a los inmigrantes, iglesias que surgen por doquier
y con distintas denominación a la casería de la angustia y el dolor humano. Las nuevas tecnologías del poder buscan
aparentar ante los ciudadanos, ahora, que son más libres, al disponer de medios
de comunicación más eficientes y efectivos.
Los movimientos sociales en el mundo no despegan
y no logran constituir una fuerza capaz que ponga en evidencia la crisis del
capitalismo y que al mismo tiempo esgriman la necesidad de una sociedad
socialista. Los trabajadores no tienen un proyecto libertario, emancipador,
auténticamente comunista, que se ofrezca a la sociedad como un camino por el
cual vale la pena luchar; todavía queda en la memoria de los trabajadores, las
traiciones, las revoluciones traicionadas, las cúpulas sindicales vendidas a
los patrones, en fin la descomposición política de los dirigentes socialdemócratas
y de los PC de todos los países del mundo. Y, desde luego, los grados de
represión y persecución al movimiento revolucionario en todo el mundo. Hay una
desconfianza latente. Hay un conformismo generalizado que produce un desencanto
y contagia al resto de la población.
El proyecto democrático está por realizarse. Es
un proyecto creativo, anticapitalista en todo el sentido del término. La
democracia es anticapitalista. El proyecto emancipatorio de nuestra época
deberá poner de presente lo absurdo del crecimiento económico ilimitado, y como
el único proyecto social que ofrece esta sociedad. Poner en evidencia esta
mentira social es una de las tareas imperiosas del movimiento revolucionario, y
sólo así, es como se puede tejer pensamiento, para un modo de vida distinto al
capitalismo. Poner la teología economicista al desnudo, y poder plantear que el
problema de la crisis de la actual sociedad no es económico sino político, es
dar pasos de gigante. El proyecto emancipador de la humanidad pone la cuestión
económica en un tercer plano. Lo económico es sólo un medio de vida, no es lo
determinante en última instancia, ni nada por el estilo. La tierra, y todos los
demás medios de producción dejaran de ser factores de producción y pasarán a
ser lo que son: medios de vida. Esta idea nos reconecta de inmediato con un
modo de relacionarnos con los demás sistemas vivientes, y en general con la
naturaleza. Naturaleza y espíritu vuelven a estar juntos. Y ahí, nos topamos
con cosmovisiones ancestrales que nacieron en la antigua Rusia, en China, Medio
Oriente, África y América. El chamanismo no es propio de América y presenta una
gran variedad de formas de ver el mundo. Ni es homogéneo. El chamanismo de
América es una mirada más que nuestros pueblos tienen del mundo, tan importante
como la que los griegos hicieron cinco siglos antes de Cristo.
Una forma de evitar la entropía a nivel social
en el mundo moderno es que las fuerzas políticas más avanzadas puedan
desarrollar una fuerte creación histórica-social, que desde luego, no pueden proceder
de las actuales élites, sino de la reaparición de una ciudadanía autónoma,
activa, responsable, que sea capaz de levantar sin vacilaciones el proyecto
autónomo democrático, libertario, de la sociedad de los seres humanos libres e
iguales. En suma: un proyecto humano.
La desgracia humana, la infelicidad, esa
desventura de haber caído en la servidumbre voluntaria tiene su fecha de
nacimiento. Son esencialmente las sociedades divisas, las sociedades con
Estado. El poder ahí reciclado en pocas manos. En manos de un tirano, una élite, una clase, un secretario, o de un
comandante. El pueblo le sirve a un tirano, le obedece. Esta condición de
servir a sus opresores, se expresa por el deseo de servidumbre, en vez del deseo
de libertad. Hay un proceso de desnaturalización de la condición humana. Ese
paso de la libertad a la servidumbre fue accidental, pero fatal para la vida:
los que mandan y los que obedecen; los que promulgan leyes y otros deban
cumplirlas. Esta división presagia ya el nacimiento del Estado. Este órgano
será el encargado de apropiarse de la vida de los demás y conducir la vida de
los otros. Es el gobierno de unos pocos conduciendo a muchos. Y todo esto
aparece hoy, como si fuera un proceso natural, incluso, como el sello
distintivo de progreso. Y lo peor, es que aparece como si esto fuera normal y que
así deberían funcionar las sociedades.
“En
esta caída de la sociedad en la sumisión voluntaria de la mayoría a una sola
persona, la Boétie descifra el signo repugnante de una desgracia irreversible:
el hombre nuevo, producto de la incomprensible desventura, no es ya un hombre,
ni siquiera un animal, ya que “las bestias…no pueden acostumbrarse a servir
sino manifestando su deseo contrariado…”, este
ser difícil de definir está desnaturalizado. Al perder su libertad, el hombre
pierde su humanidad. Ser humano es ser libre, el hombre es un ser
para-la-libertad. ¡Qué desgracia, efectivamente, lo que ha podido llevar al
hombre a renunciar a su ser y hacerle desear la perpetuación de esa renuncia!”
( Clastres, 2001: 120-121).
Un proyecto humano. Sí, para que la humanidad
nazca en libertad, la única nacida de verdad para vivir libre, de una parte, y
las sociedades donde se nace sin libertad, donde uno manda y otros obedecen.
Esta distinción es radical. En un proyecto humano está en primer plano la
conquista de la libertad y de la igualdad real y no formal. (cfr. Clastres,
2001).
Un proyecto revolucionario no se reduce a las
instituciones políticas, sino que abarca las demás esferas de la vida social.
Abarca la vida misma. ¿Qué formas de vida debemos darnos? ¿Qué vida vivir? ¿Qué
es vivir? Estas preguntas no pueden resolverse sino en el colectivo anónimo.
Con el cuerpo social, con las comunidades políticas. No se trata de luchar
solamente contra la explotación económica, o por mejores condiciones de vida de
los trabajadores, o por servicios de salud, educación entre otros. No, se trata
de ir a las profundidades de la psiquis humana y de sus creencias, formas y
modos de pensar. No es revolucionando la infraestructura para que cambie la
superestructura. El capitalismo no se acaba por el sólo hecho de que
desaparezcan los burgueses, como el terrorismo tampoco porque se los eliminen.
La burguesía está en el inconsciente humano, y este puede volver a florecer y
echar raíces. Hasta tanto no se extirpe del inconsciente humano el deseo de
tener, de beneficio, las contrarrevoluciones afloraran y de nuevo habrá quienes
querrán sacar provecho de las nuevas circunstancias creadas.
La lucha contra el pensamiento heredado no es
una cuestión de consignas, es una deliberación a fondo con las formas
ontológicas heredadas. El sujeto creado por la sociedad burguesa, más lo que
viene de atrás, ha sido forjado por más de veinticinco siglos. Religiones,
mitos, fetiches, Estado, leyes, constituciones, jerarquías, poder, dinero, y la
lista sigue. La demolición de este mundo no se puede llevar a cabo con simples
anuncios de viva el socialismo. El esclavo y el amo, todavía están presentes en
nosotros. Todavía hay bastante tierra fértil para que prosperen este tipo de
posturas políticas y sociales, y hay también individuos dispuestos a cumplir en
la escena social esos papeles.
De ahí que el proyecto emancipatorio no tenga
formulas acabadas, ni determinaciones especificas. No hay una flecha del tiempo
que diga cómo va ser esto o aquello. No hay una flecha de la historia, un
tiempo lineal que nos depare cómo será el futuro. No hay una creencia
teleológica. Es un mundo por construir y destruir, es un ser humano hecho y por
hacer. No hay verdades definfitivas. No hay mesianismo, ni salvadores, ni
redentores. Será la reflexión y deliberación humana, las colectividades
interrogando su siempre presente, y aportando lo mejor de la inteligencia
humana para la edificación de sociedades justas, de iguales, fraternas,
cooperantes y de miles de inquietudes que surjan de esa ágora humana. El ego
humano será domado por la colectividad, y aprenderemos todos a estar juntos,
conversando y dirimiendo nuestras diferencias, la variedad humana en todo su
esplendor. Es la sociedad de las preguntas, la que será capaz de ponerse en
cuestión ella misma y sus ciudadanos. La sociedad autónoma, autogestionaria,
auto-instituyente que produce un individuo autónomo. No hay sociedad autónoma
sin individuos autónomos y viceversa. Autonomía en términos políticos, donde el
ciudadano no enajena su poder. El poder está en manos de cada uno de los
miembros de la comunidad política. ¿Esto por qué es así? porque toda relación
de poder es opresiva, niega la libertad, niega la vida democrática. Al poder no
le gusta que lo pongan en tela de juicio. El poder requiere de aduladores y de
seres enajenados, no seres humanos libres y autónomos. La buena sociedad es
aquella sin tiranos.
Un proyecto de esta naturaleza no tiene verdad.
El presente es desconocido, el futuro es incierto. Sólo una racionalidad
demencial quiere prepararnos la morada eterna; sólo una racionalidad llena de
estupideces puede adelantarse y prever lo que ocurrirá mañana. Los humanos
vivimos el hoy, lo único y eterno en nuestras vidas. El mañana es hoy y eso
será lo que seamos mañana. Pero no podemos determinar de una vez por todas, lo
que será mañana. Los humanos del futuro tendrán todo el derecho a crear sus
propias significaciones imaginarias sociales. No hay un determinismo
histórico-social.
La sociedad abierta, la apertura de la sociedad.
La idea de apertura nos remite a la termodinámica, a las organizaciones y, por tanto, a lo
fenoménico existencial. Al mismo tiempo que se abre, también se cierra. La
democracia, por eso, es el único régimen que puede ponerse límites. Es el único
régimen de la autolimitación consciente, que pone freno a la desmesura y
extravagancia humana. Es la puesta en escena del deseo humano, y la única forma
de reconducir esa energía hacia los proyectos que la comunidad política considera
son los más convenientes para la vida. Totalmente no somos un sistema viviente
autónomo. Somos autónomos dependientes, no sólo eco-dependientes, sino también
socialmente. Somos un sistema encadenado a otros sistemas, vivos, culturales y
sociales. No hay un solo comunismo. Hay varios comunismos, cada pueblo se dará
a si mismo sus propias leyes y sus propios ordenamientos; cada pueblo se dará
su propia cosmovisión y sus propias significaciones imaginarias sociales; cada
pueblo tendrá su propia percepción y sus propias construcciones del mismo. No
hay una visión única del ser, del cosmos, de la physis. Es la diáspora humana.
Y desde luego, la imaginación radical del ser humano puesta al servicio de él mismo. Es la
creación humana en una palabra. El humano como artista, filósofo y poeta.
Este proyecto todavía tiene por delante que
luchar contra las mixtificación del poder, el Estado, el desarrollo, el
progreso, el consumismo, la competitividad, la productividad y la ideología que
adorna este sistema de creencias y dogmas dados por la sociedad moderna. Pero
hay un problema: aun persiste la ilusión ideológica de que este mundo ha sido
el mejor de los posibles. Los megaproyectos, la era espacial, la desaforada
mecanización de los procesos productivos, la cibernética, la informática y
muchas cosas más, tienen deslumbrado al ser humano de la época moderna. Hay una
alienación colectiva y una apuesta por este modo de vida. El consumismo se
transformó en una enfermedad mental y los seres humanos devoran con frenesí,
con un hambre psíquica todo lo superfluo que produce la sociedad de consumo.
El consumo es superficial, vuelve infantiles a
las masas; el rock es violento, no verbal, acaba con la razón; las industrias
culturales están estereotipadas, la televisión embrutece a los individuos y
fabrica moluscos descerebrados. El feeling y el zapping vacían las cabezas, el
mal, en todas sus formas, es lo superficial, sin que ni por un segundo se
llegue a sospechar que los efectos individuales y sociales contrarios a las
apariencias puedan ser la verdad histórica de la era de la seducción
generalizada. (Lipovetsky, año: 16).
Pero podemos tratar las cuestiones relacionadas
con el poder y el Estado, en el marco de un modo de vida. ¿Cómo sería una
sociedad sin estado, sin jerarquías, antiburocrática?
Bibliografía
CASTORIADIS Cornelius, (1979) La experiencia del
movimiento obrero, vol 2, proletariado y organización, Barcelona: Tusquets
Editores.
LIPOVETSKY Gilles, año, El imperio de lo efímero,
la moda y su destino en las sociedades modernas. Anagrama, Colección compactos.
CLASTRES Pierre, (2001). Investigaciones en
antropología política, Gedisa, editorial.
Fernando
Panesso es Profesor de la Universidad de Nariño – Colombia