19/8/14

Crisis del capitalismo y democracia

Fernando Panesso   |   El capitalismo como sistema social y económico no ha cesado de generar sus propias crisis, unas más hondas, otras de menor grado y amplitud. La historia del capitalismo hasta nuestros días, ha sabido resolver y salir airoso de ellas. Las ha conjurado y las ha descargado sobre los hombros de los trabajadores y de las clases medias. Los gobiernos y sus empresarios son los menos golpeados.

El propio término de crisis se oculta en una bruma de confusiones. ¿Crisis económica, crisis-ecoambiental, crisis del capitalismo, crisis de civilización? Pero, es la crisis del capitalismo en todas sus esferas la que ha puesto en escena la idea del socialismo. Ha puesto de presente el ideario socialista. Hablar de crisis y de soluciones, pone sobre el tapete, el proyecto de un modo de vida distinto al actual, y desde luego, la edificación de otra sociedad. El capitalismo no es una opción de vida viable, solidaria, fraterna, en una palabra: humana. Es la alienación del ser humano en su actividad fundamental: la producción y el consumo.

“La alienación capitalista crea ese conflicto permanente a todos los niveles y en todos los sectores de la vida social. Hay crisis de la sociedad de explotación”. (Castoriadis, 1979: 10). La crisis se revelará como lucha directa de los trabajadores contra las condiciones de explotación capitalista y de su alienación social o, también, como el retiro de la escena política. Su aislamiento, su pasividad, su conformismo.

La lucha de los trabajadores, si sobrepasa ese estado de postración y de alienación, estaríamos en presencia de una revolución social. La crisis es revertida y transformada en un nuevo ideario: el socialismo. La idea de crisis se torna en una noción productiva, que lleva a la comunidad política a una elucidación de cómo emanciparse de las cadenas de opresión y explotación de esta sociedad. Entonces, la crisis deja de ser un mero ejercicio para académicos, o de meros mecánicos que no saben más que reparar motores. No se trata de resolverle la crisis al capital, sino de postular una nueva organización social, que sea capaz de liberar al ser humano de la humillación, la sujeción, el servilismo, y ante todo, la lucha por la libertad. Las luchas de los trabajadores, campesinos, indígenas, afrodescendientes, y en general de las comunidades, tendrán un carácter eminentemente socialista.

En tal sentido, la crítica al capitalismo no se puede llevar a cabo si no hay una perspectiva socialista. Una crítica al capitalismo que no contemple la puesta en escena del socialismo, es una crítica que no apunta, sino a sostener, a mantener, el edificio actual de la sociedad. Una crítica así no podría apoyarse en nada, a no ser en una ética que veinticinco siglos de filosofía no han logrado establecer, ni siquiera definir. Toda crítica presupone que hay otra cosa que es preferible –siendo posible- a lo que crítica. Toda crítica del capitalismo presupone, por tanto, el socialismo. (Ibid, 11).     

Al plantearse una crítica de esta forma implica que la comunidad política delibere sobre estos asuntos. Y el mejor mecanismo es la democracia directa. La emancipación de los trabajadores es obra de los propios trabajadores, sin más preámbulos. Las vanguardias, los aparatos, los “jefes”, los llamados partidos de izquierda deben subordinarse a los dictados del “demos”. La voluntad soberana, la asamblea de los iguales, los consejos obreros, campesinos, indígenas y negros, y por doquier, todas las formas de organización social serán las que deliberen, reflexiones, y decidan finalmente, su propio devenir. Aquí no hay mesías, ni salvadores, que se arroguen el destino de los demás, sino que será la propia comunidad política, la que asuma la conducción de su revolución política.

El socialismo dejará de ser una quimera, para llegar a ser una realidad social. Este será remozado y en medio de la reflexión política aflorarán millones de ideas de cómo construir la sociedad de los iguales, y qué formas jurídicas-políticas se crearán. Desde luego, hay que echar mano de las experiencias y fracasos del movimiento revolucionario.

Por otra parte, tenemos la rica experiencia de los comunismos ancestrales, de sociedades indivisas, sin Estado, anti-jerárquicas, como es el caso de las sociedades comunistas de los guaraníes.

La lucha por un socialismo, es la lucha anticapitalista por un pensamiento singular, propio, complejo, ajeno a cualquier escuela o teoría. O, que éste debe inscribirse en los lineamientos de tal o cual organización política. No, la lucha contra el capital debe conducir y hacer florecer la imaginación humana, la creación democrática. No hemos vivido un régimen verdaderamente democrático. No hemos vivido la democracia. Ha habido dos experiencias, que muy pronto fueron sepultadas pronto: la griega y la del periodo del renacimiento. La creación democrática es el espacio político por excelencia donde las comunidades políticas dirimen sus diferencias, y no en comités centrales, o en “jefes”, o en los secretariados. El cuerpo político debe estar vigilante, sobre aquellos que se reclaman del pueblo para que no se apropien de la conducción de las comunidades. Si algo está fresco en la memoria de los revolucionarios del mundo, fue la forma como fue expropiado el pueblo ruso de su revolución socialista.

La cuestión apremiante es, sí los movimientos de izquierda tendrán la capacidad de remontar sus propias ideas preconcebidas; si realmente, seremos capaces de dar pasos hacia una revolución en el pensamiento, y tener la capacidad de comprender la nueva época del capitalismo. O, en su defecto estaremos abocados a la repetición ritual de conceptos. La emergencia de un nuevo pensamiento liberador, sin íconos, sin fetiches, sin formulas acabadas, sin totalitarismos. Sabemos de la pesadumbre que empapa a los individuos en esta sociedad, su apatía y su conformismo. Sabemos del nihilismo, y de la incapacidad de construir un proyecto distinto a partir de las luchas sociales actuales. O dejar que estas sean adocenadas en la más brutal  heteronomía.  

El mundo de hoy se presta para una nueva elucidación social, a una nueva creación humana, a nuevas significaciones sociales, a una destitución de su sistema de creencias y valores, que sea capaz de desinvestir las actuales, que las destituya, quitándoles lo esencial de su validez histórica o de su “legitimidad. Poner en cuestión la sociedad capitalista con toda su ideología de sus negocios. Con todas sus significaciones imaginarias que ella ha creado. Deslegitimar su existencia, por otra más prometedora para los sistemas vivientes. Este proceso no puede ser asumido sino mediante una propuesta democrática radical.

La sociedad actual no tiene sentido, no se sabe para dónde va, qué es lo que quiere. Es una sociedad que no quiere pensarse a sí misma, y donde el individuo-social que fabrica se encuentra en un estado de postración y de conformismo generalizado. Tampoco se pregunta por sí mismo y no tiene el cuidado de sí. Busca por doquier caminos de salvación y se refugia en las trivialidades que ofrece la sociedad del espectáculo y de consumo. La historia no tiene sentido, la historia es sentido. El mundo de hoy no tiene sentido y la sociedad ha sido incapaz de otorgarle un sentido perdurable a la vida. El único móvil por el cual luchan y se matan los humanos en esta sociedad es, por lo económico y por el poder. El núcleo imaginario de la época es amasar cada vez más y en forma exponencial la producción, la acumulación, el consumo, y cada vez languidece más el imaginario de la autonomía y de la democracia. Y la “democracia” en los Estados modernos, como lo vemos, es una farsa, una simulación de participación y decisión. Los asuntos centrales de la vida están concentrados en unas pocas manos. El ciudadano no tiene derechos plenos y la capacidad de cuestionar el orden instituido brilla por su ausencia. Los mecanismos de control, vigilancia y represión se han exacerbado. La sociedad disciplinaria de orden y obediencia se acentúa, y el individuo sometido todo el tiempo en la caja negra de la televisión.    

Sociedades de simulacro, de producción en serie de calmantes, nacionalismos disfrazados de patriotismo, alimentación del racismo y la xenofobia, odio a los inmigrantes, iglesias que surgen por doquier y con distintas denominación a la casería de la angustia y el dolor humano.  Las nuevas tecnologías del poder buscan aparentar ante los ciudadanos, ahora, que son más libres, al disponer de medios de comunicación más eficientes y efectivos. 

Los movimientos sociales en el mundo no despegan y no logran constituir una fuerza capaz que ponga en evidencia la crisis del capitalismo y que al mismo tiempo esgriman la necesidad de una sociedad socialista. Los trabajadores no tienen un proyecto libertario, emancipador, auténticamente comunista, que se ofrezca a la sociedad como un camino por el cual vale la pena luchar; todavía queda en la memoria de los trabajadores, las traiciones, las revoluciones traicionadas, las cúpulas sindicales vendidas a los patrones, en fin la descomposición política de los dirigentes socialdemócratas y de los PC de todos los países del mundo. Y, desde luego, los grados de represión y persecución al movimiento revolucionario en todo el mundo. Hay una desconfianza latente. Hay un conformismo generalizado que produce un desencanto y contagia al resto de la población.

El proyecto democrático está por realizarse. Es un proyecto creativo, anticapitalista en todo el sentido del término. La democracia es anticapitalista. El proyecto emancipatorio de nuestra época deberá poner de presente lo absurdo del crecimiento económico ilimitado, y como el único proyecto social que ofrece esta sociedad. Poner en evidencia esta mentira social es una de las tareas imperiosas del movimiento revolucionario, y sólo así, es como se puede tejer pensamiento, para un modo de vida distinto al capitalismo. Poner la teología economicista al desnudo, y poder plantear que el problema de la crisis de la actual sociedad no es económico sino político, es dar pasos de gigante. El proyecto emancipador de la humanidad pone la cuestión económica en un tercer plano. Lo económico es sólo un medio de vida, no es lo determinante en última instancia, ni nada por el estilo. La tierra, y todos los demás medios de producción dejaran de ser factores de producción y pasarán a ser lo que son: medios de vida. Esta idea nos reconecta de inmediato con un modo de relacionarnos con los demás sistemas vivientes, y en general con la naturaleza. Naturaleza y espíritu vuelven a estar juntos. Y ahí, nos topamos con cosmovisiones ancestrales que nacieron en la antigua Rusia, en China, Medio Oriente, África y América. El chamanismo no es propio de América y presenta una gran variedad de formas de ver el mundo. Ni es homogéneo. El chamanismo de América es una mirada más que nuestros pueblos tienen del mundo, tan importante como la que los griegos hicieron cinco siglos antes de Cristo.

Una forma de evitar la entropía a nivel social en el mundo moderno es que las fuerzas políticas más avanzadas puedan desarrollar una fuerte creación histórica-social, que desde luego, no pueden proceder de las actuales élites, sino de la reaparición de una ciudadanía autónoma, activa, responsable, que sea capaz de levantar sin vacilaciones el proyecto autónomo democrático, libertario, de la sociedad de los seres humanos libres e iguales. En suma: un proyecto humano.

La desgracia humana, la infelicidad, esa desventura de haber caído en la servidumbre voluntaria tiene su fecha de nacimiento. Son esencialmente las sociedades divisas, las sociedades con Estado. El poder ahí reciclado en pocas manos. En manos de un tirano,  una élite, una clase, un secretario, o de un comandante. El pueblo le sirve a un tirano, le obedece. Esta condición de servir a sus opresores, se expresa por el deseo de servidumbre, en vez del deseo de libertad. Hay un proceso de desnaturalización de la condición humana. Ese paso de la libertad a la servidumbre fue accidental, pero fatal para la vida: los que mandan y los que obedecen; los que promulgan leyes y otros deban cumplirlas. Esta división presagia ya el nacimiento del Estado. Este órgano será el encargado de apropiarse de la vida de los demás y conducir la vida de los otros. Es el gobierno de unos pocos conduciendo a muchos. Y todo esto aparece hoy, como si fuera un proceso natural, incluso, como el sello distintivo de progreso. Y lo peor, es que aparece como si esto fuera normal y que así deberían funcionar las sociedades. 

“En esta caída de la sociedad en la sumisión voluntaria de la mayoría a una sola persona, la Boétie descifra el signo repugnante de una desgracia irreversible: el hombre nuevo, producto de la incomprensible desventura, no es ya un hombre, ni siquiera un animal, ya que “las bestias…no pueden acostumbrarse a servir sino manifestando su deseo contrariado…”, este ser difícil de definir está desnaturalizado. Al perder su libertad, el hombre pierde su humanidad. Ser humano es ser libre, el hombre es un ser para-la-libertad. ¡Qué desgracia, efectivamente, lo que ha podido llevar al hombre a renunciar a su ser y hacerle desear la perpetuación de esa renuncia!” ( Clastres, 2001: 120-121).              

Un proyecto humano. Sí, para que la humanidad nazca en libertad, la única nacida de verdad para vivir libre, de una parte, y las sociedades donde se nace sin libertad, donde uno manda y otros obedecen. Esta distinción es radical. En un proyecto humano está en primer plano la conquista de la libertad y de la igualdad real y no formal. (cfr. Clastres, 2001).  

Un proyecto revolucionario no se reduce a las instituciones políticas, sino que abarca las demás esferas de la vida social. Abarca la vida misma. ¿Qué formas de vida debemos darnos? ¿Qué vida vivir? ¿Qué es vivir? Estas preguntas no pueden resolverse sino en el colectivo anónimo. Con el cuerpo social, con las comunidades políticas. No se trata de luchar solamente contra la explotación económica, o por mejores condiciones de vida de los trabajadores, o por servicios de salud, educación entre otros. No, se trata de ir a las profundidades de la psiquis humana y de sus creencias, formas y modos de pensar. No es revolucionando la infraestructura para que cambie la superestructura. El capitalismo no se acaba por el sólo hecho de que desaparezcan los burgueses, como el terrorismo tampoco porque se los eliminen. La burguesía está en el inconsciente humano, y este puede volver a florecer y echar raíces. Hasta tanto no se extirpe del inconsciente humano el deseo de tener, de beneficio, las contrarrevoluciones afloraran y de nuevo habrá quienes querrán sacar provecho de las nuevas circunstancias creadas.

La lucha contra el pensamiento heredado no es una cuestión de consignas, es una deliberación a fondo con las formas ontológicas heredadas. El sujeto creado por la sociedad burguesa, más lo que viene de atrás, ha sido forjado por más de veinticinco siglos. Religiones, mitos, fetiches, Estado, leyes, constituciones, jerarquías, poder, dinero, y la lista sigue. La demolición de este mundo no se puede llevar a cabo con simples anuncios de viva el socialismo. El esclavo y el amo, todavía están presentes en nosotros. Todavía hay bastante tierra fértil para que prosperen este tipo de posturas políticas y sociales, y hay también individuos dispuestos a cumplir en la escena social esos papeles.

De ahí que el proyecto emancipatorio no tenga formulas acabadas, ni determinaciones especificas. No hay una flecha del tiempo que diga cómo va ser esto o aquello. No hay una flecha de la historia, un tiempo lineal que nos depare cómo será el futuro. No hay una creencia teleológica. Es un mundo por construir y destruir, es un ser humano hecho y por hacer. No hay verdades definfitivas. No hay mesianismo, ni salvadores, ni redentores. Será la reflexión y deliberación humana, las colectividades interrogando su siempre presente, y aportando lo mejor de la inteligencia humana para la edificación de sociedades justas, de iguales, fraternas, cooperantes y de miles de inquietudes que surjan de esa ágora humana. El ego humano será domado por la colectividad, y aprenderemos todos a estar juntos, conversando y dirimiendo nuestras diferencias, la variedad humana en todo su esplendor. Es la sociedad de las preguntas, la que será capaz de ponerse en cuestión ella misma y sus ciudadanos. La sociedad autónoma, autogestionaria, auto-instituyente que produce un individuo autónomo. No hay sociedad autónoma sin individuos autónomos y viceversa. Autonomía en términos políticos, donde el ciudadano no enajena su poder. El poder está en manos de cada uno de los miembros de la comunidad política. ¿Esto por qué es así? porque toda relación de poder es opresiva, niega la libertad, niega la vida democrática. Al poder no le gusta que lo pongan en tela de juicio. El poder requiere de aduladores y de seres enajenados, no seres humanos libres y autónomos. La buena sociedad es aquella sin tiranos.   

Un proyecto de esta naturaleza no tiene verdad. El presente es desconocido, el futuro es incierto. Sólo una racionalidad demencial quiere prepararnos la morada eterna; sólo una racionalidad llena de estupideces puede adelantarse y prever lo que ocurrirá mañana. Los humanos vivimos el hoy, lo único y eterno en nuestras vidas. El mañana es hoy y eso será lo que seamos mañana. Pero no podemos determinar de una vez por todas, lo que será mañana. Los humanos del futuro tendrán todo el derecho a crear sus propias significaciones imaginarias sociales. No hay un determinismo histórico-social.  

La sociedad abierta, la apertura de la sociedad. La idea de apertura nos remite a la termodinámica,  a las organizaciones y, por tanto, a lo fenoménico existencial. Al mismo tiempo que se abre, también se cierra. La democracia, por eso, es el único régimen que puede ponerse límites. Es el único régimen de la autolimitación consciente, que pone freno a la desmesura y extravagancia humana. Es la puesta en escena del deseo humano, y la única forma de reconducir esa energía hacia los proyectos que la comunidad política considera son los más convenientes para la vida. Totalmente no somos un sistema viviente autónomo. Somos autónomos dependientes, no sólo eco-dependientes, sino también socialmente. Somos un sistema encadenado a otros sistemas, vivos, culturales y sociales. No hay un solo comunismo. Hay varios comunismos, cada pueblo se dará a si mismo sus propias leyes y sus propios ordenamientos; cada pueblo se dará su propia cosmovisión y sus propias significaciones imaginarias sociales; cada pueblo tendrá su propia percepción y sus propias construcciones del mismo. No hay una visión única del ser, del cosmos, de la physis. Es la diáspora humana. Y desde luego, la imaginación radical del ser humano  puesta al servicio de él mismo. Es la creación humana en una palabra. El humano como artista, filósofo y poeta.

Este proyecto todavía tiene por delante que luchar contra las mixtificación del poder, el Estado, el desarrollo, el progreso, el consumismo, la competitividad, la productividad y la ideología que adorna este sistema de creencias y dogmas dados por la sociedad moderna. Pero hay un problema: aun persiste la ilusión ideológica de que este mundo ha sido el mejor de los posibles. Los megaproyectos, la era espacial, la desaforada mecanización de los procesos productivos, la cibernética, la informática y muchas cosas más, tienen deslumbrado al ser humano de la época moderna. Hay una alienación colectiva y una apuesta por este modo de vida. El consumismo se transformó en una enfermedad mental y los seres humanos devoran con frenesí, con un hambre psíquica todo lo superfluo que produce la sociedad de consumo.
El consumo es superficial, vuelve infantiles a las masas; el rock es violento, no verbal, acaba con la razón; las industrias culturales están estereotipadas, la televisión embrutece a los individuos y fabrica moluscos descerebrados. El feeling y el zapping vacían las cabezas, el mal, en todas sus formas, es lo superficial, sin que ni por un segundo se llegue a sospechar que los efectos individuales y sociales contrarios a las apariencias puedan ser la verdad histórica de la era de la seducción generalizada. (Lipovetsky, año:   16).                       

Pero podemos tratar las cuestiones relacionadas con el poder y el Estado, en el marco de un modo de vida. ¿Cómo sería una sociedad sin estado, sin jerarquías, antiburocrática?     

Bibliografía

CASTORIADIS Cornelius, (1979) La experiencia del movimiento obrero, vol 2, proletariado y organización, Barcelona: Tusquets Editores.
LIPOVETSKY Gilles, año, El imperio de lo efímero, la moda y su destino en las sociedades modernas. Anagrama, Colección compactos.
CLASTRES Pierre, (2001). Investigaciones en antropología política, Gedisa, editorial.

Fernando Panesso es Profesor de la Universidad de Nariño – Colombia