Paula Varela |
“… si según Marx y Engels el
proletariado alemán es el heredero histórico de la filosofía alemana clásica,
usted es el albacea de esa herencia”. Con estas palabras saludaba Rosa
Luxemburgo a Franz Mehring en su cumpleaños número 70, el 27 de febrero de 1916.
Unos años antes, en 1910, Laura Lafarge (hija de Marx) había designado a
Mehring como su representante en la edición de la correspondencia entre Marx y
Engels, confirmando esta caracterización. En 1918 Mehring haría honor a ese
reconocimiento publicando su biografía sobre Marx.
Una biografía
materialista para el padre del materialismo histórico
Leer la biografía de Mehring1 humaniza a Marx. Pero no
en el falso (y tan trillado) sentido pseudoprogresista de buscar un Marx
“humanista” contrapuesto a la dictadura del proletariado. Todo lo contrario, lo
humaniza porque esa dictadura (la democracia más profunda que jamás haya
existido), como así también toda la serie de pilares que constituyen al
marxismo revolucionario, se vuelven una conclusión necesaria (aunque no
evidente) de los cambios históricos que Marx (y Engels) estaban presenciando.
La biografía
permite que el lector cabalgue el proceso de reflexión surgido de
la combinación entre la apasionada intervención en una realidad sumamente
dinámica, la profunda lectura de los teóricos previos y contemporáneos a él, y
la lucha política permanente con los adversarios tanto del campo democrático
como del socialista.
El carácter vívido que adopta esta reconstrucción del
combate es posible por el profundo conocimiento que Mehring tiene de la
historia política de Europa y especialmente de Alemania (plasmado en sus más
importantes obras: La leyenda sobre Lessing, de 1892, e Historia
de la socialdemocracia alemana, de 1896); el sólido manejo que tiene de la
filosofía de la época, que le permite trazar una suerte de historia de las
ideas como paralelo ineludible de la historia política (como puede verse en Sobre
el materialismo histórico y otros escritos filosóficos de 1893); y su
interés por la personalidad de Karl Marx y el modo en que este se transforma en
el padre del materialismo histórico. Para esto último fue fundamental el acceso
que tuvo Mehring a la correspondencia entre Marx y Engels, que terminó de darle
un conocimiento detallado, casi íntimo, de las distintas apreciaciones,
juicios, correcciones, que Marx fue desarrollando en diálogo con Engels durante
los 40 años en los que ese sólido equipo político y teóricoinventó el
marxismo. Sobre ese intercambio epistolar, Lenin decía:
La aplicación de la dialéctica materialista a la revisión de
toda la economía política desde sus fundamentos, su aplicación a la historia, a
las ciencias naturales, a la filosofía y a la política y táctica de la clase
obrera: eso era lo que interesaba más que nada a Marx y Engels, en eso
aportaron lo más esencial y nuevo, y eso constituyó el avance magistral que
produjeron en la historia del pensamiento revolucionario2.
Es esa aplicación de la dialéctica la que Mehring revive en
su biografía sobre Marx, y al hacerlo, logra evitar la reconstrucción
utilitaria y restituye el vértigo de la creación política e intelectual.
Franz Mehring ✆ Juan Atacho |
Los pilares del
comunismo
De esta forma, vertiginosa, va desplegándose en el texto la
elaboración de los pilares del marxismo revolucionario y la imagen del propio
Marx con su “afán acuciante e insaciable de saber, que lo impulsaba a atacar
apresuradamente los problemas más difíciles, unido a aquel espíritu crítico
inexorable que le impedía resolverlos atropelladamente” (47).
Del capítulo II al V puede observarse, con una agilidad de
pluma que asombra por lo accesible que vuelve complejos debates filosóficos, la
transmutación entre el neohegeliano “radical” y el revolucionario.
Transmutación que se desarrolló, en paralelo, en el campo de la filosofía y el
de la política. Puede seguirse, sin escollos academicistas, la línea que lleva
desde la tesis de Marx sobre el materialismo en Demócrito a la crítica a
Proudhon; o desde el exquisito cuestionamiento a la legislación renana como
encubridora de la desigualdad, al argumento que, contra todo idealismo,
descubre la base de ese encubrimiento no en el cinismo de los legisladores (que
sobraba en ese tiempo como sobra hoy), sino en las propias relaciones sociales
de producción y su Estado guardián. Y en ese camino aparecen, como fuente y
finalidad, el sentimiento de empatía y solidaridad con los “ladrones” de leña o
los tejedores silesianos. En estos primeros capítulos, la lucha de clases
como motor de la historia y la independencia política del
proletariado (dos pilares centrales del marxismo revolucionario) se
dibujan en su gestación hasta que coagulan, anticipando los primeros
levantamientos proletarios, en la agitación de El Manifiesto Comunista de
1848.
Y hace su ingreso en la historia y en la vida de Marx “la
Primavera de los pueblos”. Nuevo giro en la obra de Mehring, que sabe mostrar
el punto de inflexión que significa ese año en la historia de las revoluciones
y en la condensación que de ella hacen Marx y Engels. La biografía cambia de
ritmo y barre la temporalidad juvenil de los primeros escritos, para sumergirse
en la premura del tiempo de batalla. El seguimiento milimétrico de los
acontecimientos, las persecuciones y exilios a los que Marx estuvo sometido, el
acaloramiento de las discusiones con lo que ya se conformaban como fracciones
del movimiento obrero internacional, recorren las páginas describiendo los
sucesos que van desde febrero a junio de 1848. Y es este sorprendente fenómeno
de levantamientos obreros y populares lo que perfila otro de los pilares de la
estrategia de la revolución proletaria: la necesidad de la delimitación de
los partidos de la burguesía y la pequeño-burguesía democrática y su
defensa del Estado burgués.
Las conclusiones de los levantamientos de 1848 son las que
permiten la primera formulación de la teoría de la revolución permanente plasmada
en el Mensaje a la Liga de los Comunistas de 1850. “El Mensaje a la Liga que
escribimos conjuntamente [no era] en el fondo sino un plan de campaña contra la
democracia”, le escribirá Marx a Engels el 13 de julio de 18513. 165 años
después, los “progresismos gobernantes” no se han cansado de repetir,
patéticos, su papel histórico.
Una lección de
historia política
Trotsky decía que para tener el pulso de la situación hay
que mirar la relación entre tres elementos: el curso de la economía, la
relación entre los Estados y la lucha de clases. La biografía de Mehring
resulta envidiable en el conocimiento que muestra el autor de dos de esos tres
aspectos. Es una clase de geopolítica del siglo XIX en la que pueden
comprenderse en detalle las guerras que se desatan en Europa y su relación con
dos elementos en tensión: la constitución de los Estado-nación, y la
consolidación de un cada vez más potente (y diferenciado) movimiento
proletario. Y es de la mano de esta reconstrucción histórica que aparece en
toda su agudeza otro pilar central de la teoría marxista: la relación
entre crisis, guerra y revolución, que se transformará, con la consolidación de
la época imperialista, en condición sine qua non para la elaboración
de la estrategia revolucionaria del siglo XX. De hecho, es Mehring quien, a
partir de los escritos de Engels, realiza una de las primeras y principales
lecturas de Clausewitz desde el marxismo4, para destacar con claridad la idea
de la guerra como producto de las sociedades clasistas. Lenin encuentra en
estas elaboraciones de Mehring un punto de apoyo fundamental a la hora de
desarrollar su abordaje de los problemas militares.
En un marxismo que ha tendido a “provincializarse” tanto y
en una situación de crisis capitalista como la actual, la lectura de las
páginas que van desde la guerra contra Dinamarca en 1848 hasta la guerra de
Crimea de 1853, o del crash europeo de 1866 (y el auge de la
Internacional que éste produce por la ola de huelgas generales que se desata)
hasta la derrota de la Comuna de París, vuelve a poner en relevancia el hilo
(muchas veces opaco) que une las pujas interestatales a los escenarios de lucha
revolucionaria y, sumamente importante, vuelve a darle al internacionalismo una
carnadura no moral, sino material.
Mención aparte merece el recorrido por la formación, luchas
políticas y rupturas de las distintas fracciones revolucionarias del proletariado
como elemento indisociable de la lucha de clases, sus resultados y las
lecciones que de ella se extrajeron. Mehring va presentando las disputas
teóricas y programáticas como producto de las distintas estrategias planteadas
para la intervención en los escenarios de lucha de clases contemporáneos. Más
aún, puede verse en el transcurso del relato, el pasaje de diferencias que en
un inicio aparecían en el terreno de la táctica y luego se transforman en
diferencias estratégicas, que dan forma a corrientes filopopulistas,
socialdemócratas o anarquistas. Así, Mehring historiza los debates con los
seguidores de Proudhon, Lasalle y Bakunin, y en este desarrollo va planteando
sus propias posiciones (como historiador y militante revolucionario) en las que
destaca su defensa de la lectura de Lasalle sobre las causas del
fraccionamiento de Alemania y las perspectivas de un posible papel progresivo
de Bismark en la unificación.
El tono con que Mehring aborda las discrepancias entre
Lasalle y Marx sobre la cuestión alemana impide ver con claridad las dos
cuestiones estratégicas que allí se juegan: cuál debe ser la política del
proletariado frente a los “generales nacionalistas”, y cuál es la dinámica
entre las demandas burguesas y las proletarias en un proceso revolucionario. En
lugar de destacar que esos eran los núcleos duros de la discusión sobre
Bismarck, Mehring opta por presentar las discrepancias como diferencias de
apreciaciones historiográficas sobre Alemania, quitándole el filo a la lucha
política. Sin embargo, transformar este hecho en una acusación a Mehring de
renuencia a la lucha política (rasgo propio del reformismo) resulta ridículo
para quien fuera uno de los principales polemistas contra la analogía que
Bernstein hacía entre “revolución permanente” y “putschismo blanquista o
terrorismo proletario”, como parte de su giro revisionista. O quien sería parte
de otra dura lucha política al interior de la socialdemocracia alemana,
oponiéndose a la Primera Guerra mundial y fundando, en 1916 (junto con sus
camaradas y amigos Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht) la Liga Espartaquista.
Hacerle vivir de
nuevo
Estos comentarios han pretendido rescatar algunos de los
muchos aspectos que vuelven a esta biografía una lectura necesaria. Que sean
las palabras de Mehring las que cierran esta nota con la ilusión de que ellas
inspiren la lectura de esta biografía a quienes hoy se acercan a las ideas del
marxismo: “Si Marx hubiera sido real y verdaderamente ese muchachito modelo tan
aburrido que veneran en él los sacerdotes del marxismo, yo no me habría sentido
jamás tentado a escribir su biografía. Mi admiración y mi crítica –y en ninguna
buena biografía puede faltar ninguna de estas dos cosas, en dosis iguales– no
pierden de vista jamás al hombre genial a quien nada le gustaba decir tanto ni
con más frecuencia de sí, que aquello de que nada humano le era ajeno. Hacerle
vivir de nuevo, en toda su grandeza poderosa y áspera: tal es la misión que yo
me he propuesto”. Y lo logra.
Notas
1. Bs. As., Editorial Marat, 2013. Las referencias se harán
en base a esta edición entre paréntesis al final de la cita.
2. “La correspondencia entre Marx y Engels”, Marxists
Internet Archive (2000).
3. Véase La teoría de la revolución permanente, Bs.
As., CEIP, 2005.
4. Mehring es, además, quien introduce en las apropiaciones
de Clausewitz desde el marxismo, la lectura de su contemporáneo Hanz Delbruck
que se transformaría luego en un clásico de los estudios militares.
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