Miguel Ángel Vite
Pérez | finales de los años setenta del siglo xx y
durante el siguiente decenio, se empezó a señalar —en algunos estudios de
carácter sociológico y económico— el fin del trabajo ante la proliferación del
desempleo y el subempleo, acompañados por el establecimiento de una política
económica neoliberal, que desde un punto de vista general, intentaba
transformar al mercado y a sus agentes, como productores o empresarios, en los
nuevos protagonistas de un crecimiento económico vinculado con la supuesta
expansión del comercio internacional.
Sin afán de polemizar, la crisis del trabajo asalariado
remite a la situación compleja de la sociedad del trabajo, en la que el empleo
asalariado se convirtió, en los países desarrollados, en el principal medio
para obtener un conjunto de bienes y servicios, garantizados por un sistema de
bienestar estatal y establecidos como derechos. Esto significa que el trabajo
concedía un estatus de derechos frente a los inconvenientes creados por la
propia dinámica económica capitalista: desempleo, enfermedad, pobreza.
Lo anterior obliga a pensar que la sociedad del trabajo se
enfrenta a un problema, cuya causa no es el desarrollo de la ciencia y la
tecnología en los procesos de producción, sino el proceso de descalificación de
amplios grupos de trabajadores que viven una situación de fragilidad, la cual
conduce a la ruptura del vínculo social y, en algunos casos, demanda la
dependencia (en lugar de la asistencia) de los trabajadores sociales. En
consecuencia, la fragilidad, como resultado del proceso de descalificación,
conduce a considerar a la pobreza como una relación social: los pobres son etiquetados o estigmatizados debido a la
relación establecida entre ellos y los programas estatales de ayuda social.
Por tanto, el supuesto de este artículo es que al dejar de
definirse el trabajo asalariado como una relación social, se considera al
trabajador como un consumidor individual y, en consecuencia, su bienestar es
fruto del monto del salario que percibe. Ello impide considerar al trabajo
asalariado como el principal articulador de la vida social que alguna vez hizo
posible, por ejemplo, la implantación de los derechos sociales, y que al mismo
tiempo fungía como el principal generador de solidaridad social, dando mayor
fortaleza a las relaciones sociales. En cambio, la fragilidad de éstas conduce
a la ruptura, definida de manera errónea como un estado en el que la exclusión
social se considera como antesala de la reproducción del crimen.
Para exponer el supuesto señalado se revisan algunos
planteamientos teóricos, que consideran que el trabajo es una relación social
cuyo significado se encuentra en los derechos generados ante las consecuencias
negativas de la propia dinámica económica capitalista, en la que el trabajador
es una mercancía más. De esta manera, hay una problematización; es decir, un
conjunto de prácticas discursivas y no discursivas, concretadas en
instituciones, regulaciones, normatividades, programas de gobierno, deseos e
ideales de los grupos que crean verdad y falsedad, expresadas mediante los
discursos.
En otras palabras, la problematización tiene sus soportes,
definidos como la condición objetiva de posibilidad, que implica recursos y
capacidades de diferente tipo (económico, social, cultural) para que un
individuo pueda relacionarse con los otros. Para el caso de México, el análisis
se concentra en las nuevas condiciones objetivas que derivaron en la crisis de
la relación asalariada, por la que ésta deja de ser fuente de derechos
sociales, que propiciaron la llamada flexibilidad
del mercado de trabajo. Desde un punto de vista metodológico, la idea de
problematización remite a algunos hechos históricos de los que es resultado y,
por tanto, interesa estudiar sólo aquellos acontecimientos que influyeron en su
configuración actual.
En el caso del actual modelo económico mexicano, en términos
generales se manifestó la derrota de una parte de la élite política que era partidaria
de una política económica keynesiana, frente a la que está a favor de las
medidas económicas monetaristas, caracterizadas por una reducida actividad económica
y el aumento del desempleo, con un freno del desarrollo. La reflexión que se
presenta se expone en tres partes: en la primera, mediante algunas
consideraciones teóricas, se fundamenta el trabajo asalariado como una relación
social; en el segundo apartado se ilustra, desde un punto de vista general, lo
que ha pasado con la relación social en México; al final, se exponen algunas
reflexiones.
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