16/5/14

Eric Hobsbawm, el marxismo y la transformación de la historiografía

Eric Hobsbawm ✆ Walter
Matari Pierre  |  Este ensayo analiza las grandes transformaciones de la historiografía contemporánea a partir de la obra de Eric Hobsbawm, fallecido en octubre de 2012 a los 95 años; unos cambios que son escudriñados a la luz del auge y la crisis del marxismo como método de análisis y herramienta de transformación sociopolítica en el siglo XX. Tras considerar la derrota de la historia narrativa y el intento de construir una historia global con un enfoque universal hasta los años 70, el artículo concluye con un balance del pesimismo tardío de Hobsbawm ante la historia neodescriptiva y relativista en boga en las últimas décadas, que para él constituyen una «gran era de mitología histórica», al calor de las políticas de la identidad actualmente en boga.

Como reflejo de los tensos vínculos entre historia global e historia inte­lectual, los trastornos de la historiogra­fía contemporánea no son inteligibles sin considerar la evolución del marxis­mo como método de análisis y como «instrumento para cambiar el mundo a través del conocimiento» 1. Esta era al menos la opinión de Eric Hobsbawm. Consideraremos esta problemática en tres tiempos: a) la derrota de la histo­riografía narrativa; b) la construcción de un punto de vista global que supe­re el eurocentrismo; y finalmente, c) el  pesimismo y la crítica del autor ante la historia neodescriptiva y relativista hoy predominante.

Contra la historia narrativa

Entre finales del siglo XIX y la década de 1970, el campo de la historiografía fue el teatro de una lucha épica. Geor­ges Lefebvre resumió los resultados del nacimiento de la historiografía con­temporánea de la siguiente manera: «la historia dejó de limitarse a los he­chos políticos, a lo que interesaba a las clases dominantes, al noble o al cura, para extender su curiosidad al conjun­to de la vida, a los hechos de civiliza­ción, a la economía, a todas las clases sociales» 2. Pero más que expresar un desdén por la historia de los aconteci­mientos, la extensión del territorio del historiador pretendía arraigar los he­chos políticos, militares, diplomáticos, etc., en el marco de las fuerzas y ten­dencias profundas que moldean todo proceso histórico. La apuesta consis­tía en realizar síntesis y deducir cier­tas conclusiones generales 3. La histo­ria dejó de ser la «política del pasado», como la definía Edward A. Freeman, para convertirse en «historia de las es­tructuras y de las transformaciones en las sociedades y las culturas» 4. Esta revolución epistemológica o transi­ción de una historia narrativa a una historia-problema se plasmó metodo­lógicamente en amplios debates sobre la integración de las ciencias sociales a la disciplina. Y pronto las dimensio­nes económicas y sociales de la vida humana fueron colocadas en el cen­tro de la discusión. Ahora bien, las nuevas tendencias historiográficas –el materialismo histórico, las diversas corrientes de la escuela de Annales y de la antropología histórica, así como la más tardía escuela de Bielefeld en Alemania– no dejaron de ser hetero­géneas tanto en sus métodos como en sus posiciones políticas. A diferencia de los británicos, y con excepción de algunos especialistas en la Revolución Francesa como Lefebvre o Albert So­boul, la mayoría de los franceses no se apoyaban directamente en Karl Marx, mientras que los alemanes se inspira­ban en Max Weber.

No obstante sus diferencias, las dis­tintas escuelas coincidieron en un ob­jetivo fundamental: la modernización de la disciplina. Sus verdaderos ene­migos fueron el positivismo y la pre­dilección de los historiadores por los grandes estadistas, las batallas o los tratados diplomáticos. De esta mane­ra se formó una alianza implícita en­tre las diversas escuelas modernizan­tes, en una lucha por la redefinición de la historia. En 1946, en su primer nú­mero, la revista Past and Present, entre cuyos miembros estaba Hobsbawm, rindió un homenaje a Annales. Recípro­camente, Jacques Le Goff, de Annales, comparó Past and Present con su pro­pia revista. Por su parte, Hans-Ulrich Wehler, el fundador de la nueva histo­ria sociológica en Alemania, consideró que el impacto mundial de la historio­grafía inglesa se debió esencialmente a la generación de historiadores mar­xistas. Para finales de los años 60, la integración de las ciencias sociales a la historia y la victoria de este «frente popular» de historiadores moderniza­dores parecían consumadas 5.

Hobsbawm perteneció a la genera­ción de marxistas que creció al ca­lor de esos debates y que, tras la gue­rra, iba a contribuir a la formación de la historia social británica. Tuvo por maestro a Michael Postan. «Aunque apasionadamente anticomunista, era el único hombre en Cambridge que conocía a Marx, Sombart y Weber y al resto de los grandes de la Europa central y oriental, y tomaba suficien­temente en serio sus trabajos para ex­ponerlos y criticarlos» 6. Hobsbawm le debe a la historia económica su inicia­ción y, en parte, su precoz lanzamien­to a la vanguardia de los pioneros de la historia social 7. Esta se interesaba por «el movimiento obrero, las clases, los fenómenos de sociedad, así como [por] las influencias recíprocas entre los hechos económicos, políticos, ju­rídicos, religiosos, etc.» 8. El apelativo «historia social» era «vago» y fue más bien una etiqueta política que podía federar a todos los historiadores mo­dernizantes 9. En realidad, el papel que Hobsbawm atribuía a la historia no se distinguía del programa de his­toria total de Fernand Braudel, es de­cir una integración de las contribucio­nes de todas las ciencias humanas 10.

La metodología de Hobsbawm, mar­xista ortodoxo, se singulariza por su plasticidad. No debe confundirse con la historia económica y social muy en boga entre los años 40 y 60, que mu­chos críticos asociaron a la influencia marxista. Si bien no negó esta influen­cia, para Hobsbawm el ascendiente real de Marx en la historiografía fue mucho menor. «La mayor parte de lo que consideramos influencia marxis­ta en historiografía ha sido en reali­dad marxista-vulgar. Consiste en la acentuación general de los factores económicos y sociales en la historia, que ha predominado desde el fin de la Segunda Guerra Mundial en todos los países» 11. Para Hobsbawm, el mar­xismo es una teoría funcional-estruc­turalista que estriba en dos grandes pilares: la insistencia en «una jerar­quía de los fenómenos sociales (base y superestructura) y la existencia de tensiones internas (‘contradicciones’) dentro de toda sociedad que con­trarrestan la tendencia del sistema a mantenerse a sí mismo como una empresa en pleno funcionamiento» 12. Este doble prisma moldea el trata­miento de las diversas problemáticas de su obra magna: la historia de los si­glos xix y xx. Mientras su trilogía so­bre «el largo siglo XIX» (1789-1914) se despliega a partir de las consecuen­cias de «la doble revolución» (Revolu­ción Industrial inglesa y Revolución Francesa) 13, su trabajo sobre el «corto siglo XX» (1914-1991) se estructura en torno del ciclo del movimiento comu­nista abierto por la Revolución Rusa 14. Todos los fenómenos estudiados –la formación de clases sociales, de na­cionalidades y de Estados, las trans­formaciones de las ideologías y de las religiones, así como de las relaciones familiares y sexuales, o la evolución de la literatura, de la arquitectura y del arte– testifican esta doble preocu­pación por descubrir la naturaleza de las interacciones dialécticas con el sustrato socioeconómico, así como los puntos de tensiones antagónicas. Para definir su relación con Marx, el omnívoro que fue Hobsbawm gusta­ba de emplear una imagen marcial: es mi sensei, decía.

La construcción de un punto de vista global y el eurocentrismo

A diferencia de la historia política, que puede ampararse en los límites nacionales sin demasiados escrúpu­los, la historia económica conduce necesariamente a la adopción de un punto de vista global. En ese senti­do, la globalización de la producción capitalista y su correlato, la creciente importancia del mercado mundial, determinan la necesidad de conce­bir la historia como historia global 15. Hobsbawm advierte justamente que la historia extraeuropea solo surgió como campo de estudio sistemáti­co con la descolonización posterior a la Segunda Guerra Mundial y con el auge de Estados Unidos como super­potencia super­potencia, y la historia mundial en­tendida como historia del planeta surgió en los años 60 con los progre­sos de la globalización.

Esta producción de un punto de vista global constituyó un primer paso ha­cia la superación de una visión euro­céntrica de la historia. Hasta la Se­gunda Guerra, la historia mundial estudiada en las universidades se re­ducía a la historia de la expansión eu­ropea, y el estudio de las regiones no occidentales era el terreno predilec­to de «los geógrafos, antropólogos, lingüistas y administradores de los Imperios coloniales» 16. Salvo excep­ciones, solo los marxistas se intere­saban por la historia extraeuropea, orientados en ese sentido por la tra­dición antiimperialista dominante en el movimiento socialista desde la II Internacional. «Mi propio interés por la historia extraeuropea nació de mi participación en la sección colo­nial del PC», confesará Hobsbawm 17; una afirmación que atesta la natura­leza de su primer trabajo académico formal: un estudio de las estructuras agrarias de África del Norte.

Pero la superación del eurocentrismo era mucho más que una cuestión de horizonte geográfico. Quedaba abier­ta la cuestión del enfoque adoptado para estudiar las sociedades no oc­cidentales, así como la peculiaridad de la formación y el desarrollo del capitalismo en estas. Probablemente influenciado por André Gunder Frank, hacia el cual expresaba cier­ta deferencia, Hobsbawm adoptó una posición muy crítica respecto a la aplicación del «cuadro gradual de sustitución del feudalismo por el ca­pitalismo a regiones fuera del cora­zón del desarrollo capitalista» 18. Ello es muy notable en su estudio sobre las formaciones sociales no capitalis­tas, publicado como introducción a la edición inglesa de los Grundrisse de Marx. El estudio de este manuscrito, entonces inédito, llevó a Hobsbawm a revisar el sentido del evolucionis­mo de Marx, tal como se entendía co­múnmente a partir del prólogo a la Contribución a la crítica de la economía política de 1859: «la afirmación de que las formaciones asiática, antigua, feu­dal y burguesa son ‘progresivas’ no implica, en consecuencia, ninguna visión lineal simple de la historia, ni el sencillo punto de vista de que toda la historia es progreso, simplemente dice que cada uno de estos sistemas se aparta cada vez más, en aspectos cruciales, de la situación originaria del hombre»19. Esta conclusión con­dujo a Hobsbawm a criticar la «ley fundamental de desarrollo del feu­dalismo» desarrollada por historia­dores soviéticos en los años 50 y que, de cierta manera, constituía uno de los pilares teóricos de una concep­ción lineal de la historia, así como de los programas de los partidos comu­nistas en la mayoría de los países del Tercer Mundo 20.

Pero tampoco bastaba rechazar la vi­sión lineal de la historia. Era menes­ter formular una solución positiva a un problema que, pretende Hobs­bawm, Marx no había desarrollado. Encontró el inicio de esta respues­ta en Antonio Gramsci, «el pensa­dor más original de Occidente desde 1917» 21. La influencia de Gramsci en el pensamiento de Hobsbawm fue muy notable. Se puede decir que, con los Grundrisse de Marx, los Cuadernos de la cárcel constituyeron las fuentes teó­ricas más importantes de sus análisis.

Por las características generales de la formación social italiana y por ser oriundo de una de sus partes «arcaicas y semicoloniales» (Cerdeña), Gramsci «se encontraba en una posición insó­litamente buena para comprender la naturaleza tanto del desarrollo del mundo capitalista como del ‘Tercer Mundo’ y de sus interacciones» 22. Por consiguiente, más que el fundador del «marxismo occidental», Gramsci fue para Hobsbawm el primer marxista en abordar la especificidad de la his­toria social de sociedades subdesarro­lladas y, como dirá el boliviano René Zavaleta, abigarradas. Si bien Hobs­bawm nunca se consideró miembro del contingente de «latinoamericanólo­gos» que se multiplicaron a partir de los años 60, en gran medida a partir de la realidad de ese continente puso a prueba esta dimensión de su análi­sis de la historia mundial.

Hobsbawm recorrió la casi totali­dad de los países de Sudamérica en el año 1962 y en 1971 emprendió un viaje –financiado por la Fundación Rockefeller– que lo llevó de México a Perú. «De la misma manera que para el biólogo Darwin, la revelación que me aportó este continente como his­toriador no fue de orden regional, sino general» 23. Hobsbawm pudo observar una región en la cual la evolución histórica se producía a un ritmo acelerado y desembocaba en una combinación de relaciones so­ciales y «fenómenos variados y con­tradictorios», una tensa coexistencia de diferentes tiempos históricos. Este espectáculo trastornó su perspectiva sobre la historia mundial 24. El pro­pósito de Hobsbawm consistía en profundizar su trabajo Rebeldes primiti­vos (1959) a partir de los mundos cam­pesinos latinoamericanos.

Fue, probablemente, a partir de los análisis de Marx sobre el robo de ma­dera en Renania y, con toda certeza, a partir de los trabajos de Lefebvre sobre los campesinos franceses y de las ano­taciones de Gramsci sobre la imbrica­ción entre el bandidaje y la lucha de clases en Cerdeña, que Hobsbawm inauguró y desarrolló el campo de estudio sobre el bandolerismo social y las formas del bandidaje en el mun­do rural en general. Su interés en el bandidaje residía más en el estudio de las estructuras sociales del fenó­meno que en el impacto de los ban­didos sobre el curso más amplio de los acontecimientos de su época 25. El desarrollo de una agricultura ca­pitalista y su correlato –la contradic­ción entre los trastornos de las es­tructuras económicas y sociales y la ­ conservación de un sistema de valo­res orgánico al antiguo mundo cam­pesino– constituyen la matriz de las múltiples formas de bandolerismo social. En este sentido, los países la­tinoamericanos ofrecían un interés tanto más importante cuanto que sus estructuras agrarias acusaban peculiares transiciones al capitalis­mo, así como una intensa irrupción del fenómeno del bandolerismo des­de finales del siglo XIX.

Hobsbawm se interesó especialmen­te por las relaciones entre las estruc­turas políticas y el fenómeno del ban­didaje en particular donde el aparato de Estado es ausente o ineficaz y ahí donde los centros de poder regio­nal se equilibran o son inestables 26. Mientras que la integración del ban­didaje al sistema político ilumina ciertos aspectos del gamonalismo 27, su perduración puede desembocar en una instrumentalización en perio­dos de crisis políticas, como la amplia utilización de bandidos por parte de los liberales de Benito Juárez durante las guerras civiles mexicanas del ini­cio de la segunda mitad del siglo XIX o, caso contrario, el rechazo de José Martí del dinero que le ofreció el bandido Manuel García 28. El caso de Pancho Villa constituye el extremo de la participación política del ban­dido: su integración a una revolu­ción social 29. El material latinoameri­cano de Hobsbawm no solamente le sirvió para ilustrar las diversas for­mas de bandolerismo social o para confirmar dos de sus proposiciones principales, o sea la idealización del bandido social por las comunidades campesinas y el carácter «prepolíti­co» de su conciencia y praxis. Tam­bién lo ayudó para corregir ciertas formulaciones un tanto románticas y relativas a las relaciones asimétri­cas entre terratenientes y bandidos, como se lo reprochó Anton Blok, su principal crítico 30. Otros materiales sirvieron para ampliar el abanico de las formas de bandolerismo o anali­zar las relaciones complejas entre el bandidaje y las guerrillas modernas, un problema que estudia a partir de los casos de Colombia y Perú; el pri­mero tras la violencia desatada en 1948 y el segundo tras la ocupación masiva de tierras por campesinos a finales de los años 50 31.

En todos los casos, la combinación de tiempos históricos que Hobsbawm descubrió en América Latina des­bordó la sola dimensión estructural. Se reflejó en la imbricación compleja de luchas campesinas prepolíticas y otras vanguardistas. De ahí sus pe­netrantes y polémicos análisis sobre la naturaleza de las guerrillas rura­les de los años 60, estudios que tie­nen por eje una acérrima crítica a la estrategia foquista y al «sueño suici­da» de Ernesto «Che» Guevara 32.

La historiografía neodescriptiva y la crisis del marxismo

Además de poner de relieve su carác­ter universal, los análisis comparati­vos sobre el bandolerismo social y el bandidaje contribuyeron indi­rectamente a iluminar las trayecto­rias específicas de la formación del capitalismo en diversas regiones del mundo. Estos estudios eran un ejem­plo de la aplicación sistemática de los nuevos métodos de investigación histórica a diferentes aspectos de la vida social. La década de 1970 marcó el apogeo de la influencia intelectual del marxismo en las ciencias socia­les. Las condiciones concretas de esta revitalización del marxismo, amplia­mente asociada a la Nueva Izquier­da, eran a priori paradójicas. A dife­rencia de lo ocurrido en el periodo de entreguerras, dominado por la crisis del capitalismo, el fascismo, la indus­trialización soviética y el impacto de la batalla de Stalingrado, el nuevo ascendiente del marxismo interve­nía durante un periodo marcado por una relativa estabilidad del capitalis­mo, el «aplazamiento de la esperanza en el movimiento comunista ortodoxo» en los países desarrollados y las pro­fundas secuelas del vigésimo con­greso del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) 33. El contexto favoreció la proliferación de comple­jas e iconoclastas reflexiones sobre la crisis del sujeto revolucionario y su superación, a menudo inspiradas en (re)lecturas de textos inéditos u otro­ra «heréticos» como los Manuscritos de 1844 de Marx. Lo cierto es que este maelstrom se convirtió en crisol del desarrollo de nuevos temas como la alienación de las formas de vida exis­tentes, el rechazo de un «sistema» sin rostro, así como el surgimiento de una miríada de reivindicaciones que Alain Touraine llamó «comunismo utópico» tras Mayo del 68 34. Pero más allá de sus implicaciones políticas inmedia­tas y de la crítica voluntarista de la Nueva Izquierda a las viejas organi­zaciones obreras 35, la proliferación de estas tesis era sintomática de un giro historiográfico más profundo.

Entre más se consolidaban las escue­las modernizantes, sus éxitos se tor­naban en su contrario. La disciplina se aventuraba cada vez más hacia nuevos campos, como lo indicó la tercera fase de Annales o la Nueva Historia. Fue a partir de los años 70 cuando Hobs­bawm, retomando a Braudel, advirtió que se empezaba a perder la distinción entre lo «importante» y lo «esencial». Proliferaba una serie de estudios que se reclamaban de la historia y que ex­ploraban todos «los recónditos del pa­sado» para poner en relieve aspectos «cuyo interés era exclusivo de amateurs de curiosidades» 36. Más que una ex­tensión del territorio del historiador, la dilatación del continente historia empezaba a ser una amenaza para la disciplina misma. Para Hobsbawm, el problema de la mayoría de estos estu­dios es que no planteaban ninguna pregunta significativa y negaban la posibilidad de establecer explicacio­nes causales. A partir de entonces, se trataba de dar cuenta de sentimien­tos y ya no de hechos: «la descripción volvió a tomar el paso sobre el análi­sis, la cultura sobre la estructura eco­nómica y social, el microscopio sobre el telescopio» 37. En migajas, la historia se alejaba de los modelos históricos y de las explicaciones profundas so­bre el por qué de las cosas. Hobsbawm señaló el momento que simbolizó el giro neodescriptivo y culturalista de la historiografía contemporánea: el impacto de Interpretaciones de la cultu­ra, de Clifford Geertz (1973), sobre las generaciones posteriores a 1968. Con todo, el rechazo de la historia estructu­ral y el auge de una historia neodes­criptiva y relativista no eran un retor­no hacia la vieja histoire événementielle. La tendencia cobró a menudo la suerte de una «crítica posmoderna» que con­sideró la historia como disciplina inca­paz de reconstruir el pasado objetiva­mente. Con la desconfianza creciente hacia las ciencias naturales –una acti­tud que rompió con la preocupación totalizante de los marxistas de viejo cuño–, se iniciaba una nueva crítica de la «razón histórica». En suma, «la his­toria ya no era una manera de inter­pretar el mundo, sino una herramienta para descubrirse a sí mismo o adqui­rir un reconocimiento colectivo» 38. En adelante, el subjetivismo se convertía en horizonte epistemológico tanto de la nueva y arrogante derecha neolibe­ral como de la mayoría de las nuevas corrientes del «pensamiento crítico». Contrariamente al búho de Minerva que emprende su vuelo a la caída de la noche, no es de extrañar que para es­tos historiadores, aliados del poder o no, el crepúsculo del comunismo y el triunfo del capitalismo neoliberal solo confirmaran la inexistencia de cual­quier razón o sentido en la historia.

Pero más allá de los problemas que plantean la génesis del neoliberalis­mo, el retorno de la subjetividad y del solipsismo como horizonte de vi­sibilidad de las ciencias sociales o las dificultades actuales para realizar síntesis –todas cuestiones que des­bordan los límites de este ensayo–, las preguntas de Hobsbawm a las nue­vas tendencias historiográficas son las siguientes: ¿de qué es indicador este nuevo giro de la historiografía? ¿Cuáles son sus perspectivas heurís­ticas y sus implicaciones políticas?

Para la primera interrogante, el autor propone una explicación de tipo po­lítico-cultural. La década de 1960 de­veló las sordas e intensas mutaciones socioculturales acaecidas en los ám­bitos familiares y sexuales, así como en los sistemas de valores dominan­tes en general  39. Ello introdujo una compleja amalgama entre revolución social, revolución cultural y emanci­pación individual. Este quid pro quo, en un contexto de profundas trans­formaciones de los procesos de tra­bajo y de la composición de las clases sociales, configuró la problemática de las luchas sociales en su forma actual. De ahí, para los marxistas, el origen de las dificultades para articular teó­rica y prácticamente el torbellino de movimientos sociales heteróclitos, en especial desde la segunda mitad de los años 90. A su vez, la orientación hacia la historia cultural, en el con­texto de una globalización capitalis­ta desprovista de contrapeso, no solo reflejó la especificidad de una mul­tiplicidad de «nuevos movimientos sociales», sino que hizo evidente la crisis de los proyectos emancipado­res de la izquierda construidos entre 1789 y 1917. Es lo que indica el sur­gimiento de temáticas relativamente nuevas en las ciencias sociales, como la etnicidad, la identidad o la políti­ca de identidad 40. Hobsbawm seña­la el sustrato casi exclusivamente ne­gativo de estas temáticas originadas en el contexto estadounidense de los años 60 y que se globalizaron merced a la situación de desamparo que re­sultó de la disgregación de vínculos sociales tradicionales (familia, cla­se, nación) 41. Pero más que una crí­tica a la futilidad intelectual o al ca­rácter esquivo de estas temáticas, Hobsbawm plantea la cuestión de la incompatibilidad teórica entre el uni­versalismo de la izquierda y las llama­das «políticas de identidad y de et­nicidad», así como sus riesgos para la humanidad 42. Lo mismo vale para los diversos modos de idealización de for­mas culturales asediadas por la glo­balización, en particular en el Tercer Mundo. Esto se refleja en la reificación de ideas y prácticas consuetudinarias de mundos precapitalistas, amparada en una crítica ambigua y solipsista al eurocentrismo, y que encuentra su ma­yor eco teórico en los estudios subalter­nos, tránsfuga del marxismo de la In­dia. Para el autor, el problema radica menos en los descubrimientos de esta corriente que en su subestimación de las transformaciones económicas y de sus consecuencias sobre las clases sociales, así como en las implicacio­nes políticas de las posturas defen­didas y las formas de militancia que derivan de ello 43.

De lo que precede deriva la respues­ta a la segunda pregunta. Las nuevas tendencias historiográficas ocultan un doble riesgo. En primer lugar, ata­can la universalidad del enfoque que constituye la esencia misma de la disciplina histórica. En segundo lu­gar, destruyen el paradigma según el cual la investigación histórica «debe distinguir los hechos de la ficción, lo que es averiguable y lo que no, y la realidad de los deseos». La abolición de estas distinciones abre la puerta a todo tipo de instrumentalización de la historia por Estados, grupos de identidad e individuos «que rein­ventan la historia en función de sus propios objetivos» 44. Para el inmenso historiador fallecido a los 95 años, vi­vimos en una «gran era de mitología histórica». Y ello transcurre, paradó­jicamente, en el momento en que la humanidad dispone más que nunca de los medios y herramientas para construir, transformar y escribir la historia a escala global.

Notas

1. E. Hobsbawm: «El diálogo sobre el marxismo» en Revolucionarios [1973], Crítica, Barcelona, 2010, p. 173.
2. G. Lefebvre: La naissance de l´historiographie mo­derne, Flammarion, París, 1971, p. 321. [Hay edi­ción en español: El nacimiento de la historiografía moderna, Martínez Roca, Barcelona, 1974].
3. E. Hobsbawm: Franc-tireur. Autobiographie [2002], Ramsay, París, 2005, p. 343. [Hay edi­ción en español: Años interesantes. Una vida en el siglo xx, Crítica, Barcelona, 2003].
4. Ibíd.

5. Ibíd., p. 348.
6. Ibíd., p. 340.
7. Ibíd., p. 345.
8. Ibíd.
9. Ibíd.
10. Ibíd.
11. E. Hobsbawm: Marxismo e historia social, Universidad Autónoma de Puebla, México,
df, 1983, p. 88.
12. Ibíd., pp. 89-90.
13. E. Hobsbawm: La era de la revolución (1789-1848) [1962]; La era del capital (1848-1875) [1975]; La era de los imperios (1875-1914) [1987], Crítica, Barcelona, 1998.
14. E. Hobsbawm: Historia del siglo xx (1914-1991) [1994], Crítica, Barcelona, 1995.
15. «Cuando más vayan extendiéndose, en el curso de esta evolución, los círculos concretos que influyen los unos sobre los otros, cuando más vaya viéndose el primitivo aislamiento de las diferentes nacionalidades destruido por el desarrollo del modo de producción, del intercambio y de la división del trabajo que ello hace surgir por vía natural entre las diversas nacionales, tanto más va la histo­ria convirtiéndose en historia universal». K. Marx y Friedrich Engels: La ideología alemana, Cultura Popular, México, df, 1974, p. 50.
16. E. Hobsbawm: Franc-tireur. Autobiographie, cit., p. 350.
17. Ibíd.
18. E. Hobsbawm: «Del feudalismo al capita­lismo» en Rodney Hilton (ed.): La transición del feudalismo al capitalismo, Crítica, Barcelona, 1977, pp. 229-230.
19. E. Hobsbawm: «Introducción» en K. Marx y E. Hobsbawm: Formaciones económicas precapita­listas [1965], Siglo xxi, México, df, 1971, p. 37.
20. Ibíd., pp. 41-42. Si bien desborda el mar­co del presente ensayo, es menester subrayar que esta adopción de una concepción lineal de la historia no se explica únicamente por el «dogmatismo» de los partidos comunistas, una afirmación trivial que se ha convertido en reflejo pavloviano de las apreciaciones de las tesis económicas del comunismo oficial. Hobsbawm señala justamente la importancia de la dimensión política y diplomática de esta concepción lineal de la historia defendida por los partidos comunistas.
21. E. Hobsbawm: «Gramsci» en Cómo cambiar el mundo. Marx y el marxismo 1840-2011, Críti­ca, Barcelona, 2011, p. 321.
22.Ibíd., p. 322.
23. E. Hobsbawm: Franc-tireur. Autobiographie, cit., p. 448.
24. Ibíd.
25. E. Hobsbawm: Bandidos [1969], Crítica, Bar­celona, 2001.
26. Ibíd.
27. Basándose ampliamente en el estudio clási­co de Enrique López Albujar: Los caballeros del delito, Compañía de Impresiones y Publicidad, Lima, 1936.
28. E. Hobsbawm: Bandidos, cit.
29. Ibíd.
30. Hobsbawm contesta a esta crítica en un capítulo suplementario («Los aspectos econó­micos y políticos del bandidaje») y en un epí­logo añadidos en la última edición de Bandidos (2000).
31. E. Hobsbawm: «Peasant Land Occupations» en Past and Present vol. 62 No 1, 1974; “Mur­derous Colombia” en New York Review of Books vol. 33 No 18, 1986.
32. E. Hobsbawm: Franc-tireur. Autobiographie, cit., p. 452.
33. E. Hobsbawm: «El diálogo sobre el mar­xismo», cit., pp. 158-159; «Reflexiones sobre el anarquismo» en Revolucionarios, cit., p. 127.
34. E. Hobsbawm: «Mayo de 1968» en Revolu­cionarios, cit., p. 342.
35. Sintetizada en la popular consigna italiana «Tutto e súbito» y en la napoleónica «On s´engage et puis on voit».
36. E. Hobsbawm: Franc-tireur. Autobiographie, cit., p. 352.
37. Ibíd.
38. Ibíd.
39. E. Hobsbawm: «Revolución y sexo» en Re­volucionarios, cit., p. 304; Historia del siglo xx, cit., pp. 322-340.
40. E. Hobsbawm: «La izquierda y la política de la identidad» en New Left Review No 0, 2000.
Matari Pierre
41. E. Hobsbawm: Historia del siglo xx, cit., p. 343.
42. E. Hobsbawm: «La izquierda y la política de la identidad», cit.
43. Nicolas Delalande y François Jarrige: «Où sont passés les révoltés?» en La Vie des Ideés, 21/9/2009, <www.laviedesidees.fr/Ou-sont-passes-les-revoltes.html?lang=fr>.
44. E. Hobsbawm: Franc-tireur. Autobiographie, cit., p. 354.

Matari Pierre es un investigador haitiano y doctor en Ciencias Económicas. Actualmente es profe­sor-investigador de Historia en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM). Sus campos de investigación incluyen la historia económica y social de América Latina y la teoría del capital financiero.


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