16/5/14

Marxismo, ecomarxismo y desarrollo

Karl Marx ✆ A.d. 
Ángel Custodio Velásquez  |  La ideología del progreso ha tocado fondo. Las promesas que ofreció a la humanidad desde el mismo momento en que fue concebida, han dado como resultado lo contrario de lo ofrecido: una naturaleza devastada por la irracionalidad del capital; un ser humano sobre-alienado, un medio ambiente altamente contaminado y una civilización sobre-individualizada y con patologías diversas, que hacen presagiar un futuro no muy optimista a la humanidad. El progreso y su lógica desarrollista ha generado tensiones estructurales con la naturaleza al utilizarla como recurso ilimitadamente. Estas tensiones no pueden superarse desde las teorías que nacieron en la modernidad progresista. Unas por el simplismo de sus enfoques; otras –aunque complejas- redujeron sus estudios al análisis de la producción de valor de cambio por los trabajadores, su apropiación por parte de los
patronos para acumular riquezas, sin tomar en cuenta el medio ambiente como parte constitutiva de esa teoría de la producción. Por ello en este trabajo se analiza, grosso modo, el devenir histórico de la idea de progreso, desde el cristianismo hasta sus expresiones modernas como el desarrollismo, la industrialización y el crecimiento ilimitado a partir del uso de los recursos de la naturaleza como elementos finitos.

Igualmente, se indagan los límites de la teoría marxista clásica y su imposibilidad de proponer una teoría que supere las lógicas del desarrollo. Sin embargo, se analiza el ecomarxismo como una nueva teoría que, integrando al ambiente en una nueva teoría de la producción, pueda posibilitar la construcción del ecosocialismo como alternativa societal. Se finaliza con unas consideraciones finales, a manera de conclusión sobre la temática estudiada. En ese mismo orden está estructurado el trabajo.

Del “progreso” celestial al progreso moderno

La idea de progreso aparece como una de las bases teóricas de la modernidad. Históricamente, esta idea se formuló aproximadamente en 1680, en el marco de la discusión que oponía a los antiguos y los modernos. Se enriquece más tarde por iniciativa de una segunda generación, que incluye principalmente a Turgot, Condorcet y Louis Sebastián Mercier. Para efectos de este trabajo se resume el devenir histórico del progreso en los siguientes términos:

Todos los teóricos del progreso se adhieren a tres ideas-claves: 1) un concepto lineal del tiempo y la idea de que la historia tiene un sentido, orientado hacia el futuro; 2) la idea de la unidad fundamental de la humanidad, como un todo destinado a evolucionar en la misma dirección y 3) la idea que el mundo puede y debe ser transformado, lo que implica que el hombre se afirma como amo soberano de la naturaleza. Estas tres ideas proceden originariamente del cristianismo. A partir del siglo XVII, el desarrollo de las ciencias y la técnica llevaron a la reformulación de estas ideas en una óptica secularizada.

Con los preceptos de la Biblia, la historia se convierte en un fenómeno objetivable, una dinámica de progreso que espera, en una perspectiva mesiánica, la llegada de un mundo mejor. El Génesis asigna al hombre la misión "de dominar la tierra". La temporalidad es el vector por medio del cual el mundo debe dirigirse progresivamente en dirección a lo mejor. Dios se revela históricamente. La teoría del progreso seculariza esta concepción lineal de la historia, de allí derivan todos los historicismos modernos.

Francis Bacon, es el primero en utilizar la palabra "progreso" en un sentido temporal y no espacial, afirma que el papel del hombre es controlar la naturaleza conociendo sus leyes. Descartes propone a los hombres volverse amos y dueños de la naturaleza. El Cosmos no es ya portador de un sentido en sí mismo. A partir de ahora no es más que un ente mecánico que es necesario desmontar para conocerlo e instrumentalizarlo.

Se aplica el modelo mecánico de comprensión: el del reloj. El tiempo se vuelve homogéneo, mesurable: es el "tiempo de los comerciantes" que sustituye al "tiempo de los campesinos". La mentalidad técnica surge de este nuevo espíritu científico. La técnica tiene por objeto principal, producir y acumular cosas útiles.

En el siglo XVIII los economistas clásicos (Adam Smith, Bernard Mandeville, David Hume), promovieron el deseo insaciable: las necesidades del hombre; en su opinión, pueden ser aumentadas siempre y constantemente. Esta es la naturaleza del hombre querer cada vez más y maximizar sus intereses. Se destaca el carácter acumulable del conocimiento científico, por tanto, en el necesario progreso se sabrá cada vez más, por tanto, todo irá siempre hacia mejor.

La concepción del progreso en la época moderna: razón, ciencia y producción

En el siglo XVII, el concepto de progreso implicó la idolatría de lo nuevo: toda novedad es mejor a priori por el hecho de que es nueva. Paralelamente se considera al hombre como un ser indefinidamente perfectible. Se cree que el hombre para realizar su humanidad debe oponerse a una naturaleza "para civilizarse"; la humanidad debe liberarse de todo lo que podría obstaculizar la irresistible marcha del progreso.

A nivel político, el carácter asignado al Estado por los teóricos del progreso es ambiguo. Por un lado, el Estado reduce la autonomía de la economía, observada como la esfera de la "libertad" y de la acción racional por excelencia. Del otro, permite al hombre, en la tradición contractualista inaugurada por Hobbes, escapar a las dificultades consustanciales del anárquico "Estado de naturaleza". La idea es que la política debe hacerse racional. La acción política debe volverse una ciencia, controlada por el principio de la razón.
En el siglo XIX la teoría del progreso conoce en Occidente su apogeo. Se reformula en un entorno diferente, caracterizado por la modernización industrial, el positivismo cientificista, el evolucionismo y la aparición de las grandes teorías historicistas. Se hace hincapié en la ciencia más que en la razón en sentido filosófico del término. La esperanza se generaliza en una organización "científica" de la humanidad y en un control por la ciencia de todos los fenómenos sociales.

La idea de progreso sirvió de legitimación a la colonización

Los términos "progreso" y "civilización" tienden a convertirse en sinónimos. La idea de progreso sirvió de legitimación a la colonización, cuyo objetivo consistió en difundir por todos los rincones del mundo los beneficios de la "civilización". El mecanicismo del Siglo de las Luces se combinará a partir de ahora con el organicismo biológico, mientras que su pacifismo cede el lugar a la apología de la "lucha por la vida". El progreso resultará, en adelante, como un producto de la selección de los "más aptos" (los "mejores"), en una visión competitiva generalizada, propio del pensamiento liberal. Esta reinterpretación consolida el imperialismo occidental: la civilización técnica del Occidente es considerada como la "más evolucionada" y en consecuencia, la mejor y apta para gobernar. Partiendo de estas premisas:

Se generalizó la esperanza en una organización científica de la humanidad y de un control por la ciencia de todos los fenómenos sociales. Conjugada con el positivismo cientificista, esta teoría da nacimiento al supremacismo societal que percibe las civilizaciones tradicionales como inferiores o temporalmente atrasadas. En este orden, la "misión civilizadora" de las potencias coloniales consistió en hacerles superar ese retraso. Además, postula que existe un paradigma, como criterio universal, que permite jerarquizar las culturas y los pueblos según cuan próximas estén al ideal del progreso. El racismo aparece así directamente vinculado al universalismo del progreso, en tanto que cubre un etnocentrismo inconsciente o encubierto.

Se devela la estafa del progreso

La teoría del progreso está hoy seriamente debilitada, pero aún sobrevive bajo distintas formas. Veamos algunos resultados del progreso:
La vida social se vive cada vez más bajo el horizonte de la fatalidad. El futuro, que parece en adelante imprevisible, inspira más pesimismo que esperanza. La agravación de la crisis parece más probable que los "días esplendorosos" ofrecidos por el progreso.
La idea de un progreso universal sigue vigente. Se cree que el progreso material vuelve al hombre mejor, o que los progresos registrados en un ámbito se reflejan automáticamente en otros. El progreso material aparece como ambivalente. Se admite que junto a las ventajas que confiere, tiene también un coste. Se observa que la modernización industrial se tradujo en una degradación sin precedentes del marco natural de vida. La destrucción masiva del medio ambiente dio nacimiento a los movimientos ecologistas, que estuvieron entre los primeros en denunciar las "ilusiones del progreso". Se distingue entre tener y ser, entre la felicidad material y la felicidad a corto plazo. El individualismo que reina, combinado con un etnocentrismo occidental legitimado por la ideología de los derechos humanos, se traduce en la destructuración de la familia, la disolución del vínculo social y el descrédito de las sociedades tradicionales. Aun así, la teoría del progreso sigue estando ampliamente presente en su versión productivista. Se alimenta la idea de que un crecimiento económico indefinido es a la vez normal y deseable, y que un mejor futuro pasa necesariamente por el aumento constante del volumen de bienes producidos y por la universalización de los intercambios. En suma, la teoría del desarrollo quedó como una creencia en el imaginario social. Mientras no se abandone esta creencia, no se habrá terminado con la ideología del progreso 1.
La ideología del progreso y los límites históricos de la teoría de Marx

El pensamiento de Carlos Marx no escapó a la idea del progreso pensado desde la modernidad que se convirtió en desarrollo; y éste asumió la forma de crecimiento económico ilimitado. Sobre estas bases está soportado el capitalismo. Ello ha encontrado insuperables limitaciones en su capacidad de crítica a la sociedad capitalista, no solo como forma de organización de la propiedad o de ejercicio del poder, sino como modelo civilizatorio. A pesar de su profundidad y radicalidad, la crítica marxista al mundo del capital, no fue capaz de romper totalmente con la cosmovisión representada por Occidente y por el capitalismo. Asumió a la sociedad capitalista como una inevitabilidad histórica y como un paso histórico progresista en la dirección de la liberación y la felicidad humana. Esta ausencia de ruptura crítica en relación a dimensiones y a aspectos constitutivos básicos de la sociedad capitalista, llevó al marxismo realmente existente a la imposibilidad de pensar otro mundo alterno a la sociedad tecnológica altamente centralizada y unidimensionalmente productivista, desarrollada históricamente por el régimen del capital. A la lógica reductora del capital, se opone la lógica igualmente reductora de la revolución para industrializar; y la racionalización progresista y universalizante de todas las dimensiones de la vida que está identificada como los valores proletarios2.

Pareciera que las promesas de la ciencia, el progreso, el desarrollo de las fuerzas productivas, el bienestar material, la expansión del Estado para satisfacer necesidades, son insuficientes para garantizar la felicidad humana. Los otros valores de la tradición marxista como la libertad, igualdad, desarrollo multifacético de las potencialidades del hombre, no son compatibles con las ideas y posturas que han llegado a ser dominantes en el marxismo realmente existente.

Por ello, el marxismo, de origen eurocéntrico, si bien tiene un componente libertario, no superó el cientificismo de la ilustración ni la carga positivizante implícita. La corriente positivista como parte de la razón moderna junto con el pensamiento liberal-burgués, sirvieron de soporte teórico-filosófico del capitalismo y contribuyeron para la construcción de una sociedad liberal. El marxismo se fundamentó en el pensamiento que Marx y Engels conceptualizaron de la sociedad industrial; y puso su acento en la producción de valores de cambio por los trabajadores, apropiado por los burgueses y con las cuales acumulaban riquezas y reproducían el capital. Marx construyó una teoría fundamentada en un enfoque economicista que convirtió lo económico en un determinante indeterminado. Esta sobredeterminación de lo económico deja de lado lo socio-cultural-cósmico3. Además, Marx no integró en su teoría a la naturaleza y los procesos ecológicos y socio-ambientales en las condiciones generales de la producción4, a pesar de que ya en su tiempo la depredación de la naturaleza estaba en su apogeo. En efecto, cuando Marx escribió los Manuscritos económico-filosóficos de 1844, tenía una visión naturalista del hombre. No se percibe un discurso que considerara al hombre y a la naturaleza como una sola unidad inseparable. Veamos lo que dice: "(…) la vida (…) del hombre está (…) ligada a la naturaleza no significa otra cosa que la naturaleza está ligada indisolublemente a ella misma, porque el hombre es parte de la naturaleza"5. Decir que el hombre “(…) es parte de la naturaleza (…)” no es igual a decir que el hombre es naturaleza. Predomina igualmente un antropocentrismo en esa visión.

Para 1876, este mismo naturalismo siguió presente, esta vez, en Engels: "No debemos presumir demasiado nuestras victorias humanas sobre la naturaleza. (…)6. Si se habla de victorias sobre la naturaleza, se supone que luchas contra la naturaleza ¿para subordinarla?. ¿Se mantiene la concepción baconiana de someter a la naturaleza hasta dominarla?

Más adelante señala que “La gente que en Mesopotamia, Grecia, Asia Menor (…), destruyeron los bosques para conseguir tierras cultivables, nunca imaginó que (…) acababan con los centros de colección y depósitos de humedad (…).Refiriéndose a la naturaleza añade: “(…) nosotros pertenecemos a ella (…) y todo nuestro dominio en ella reside en la ventaja que tenemos sobre el conjunto de las otras criaturas de conocer sus leyes y poder servirnos de ellas juiciosamente." 7 La preocupación está centrada en los beneficios que perdían destruyendo los bosques, no en el daño que se acumulaba sobre la naturaleza como recurso finito. Además, se ratifica la idea de dominio sobre la naturaleza. En consecuencia, no se percibe en la obra de Marx y Engels un discurso ecológico. He aquí el límite de esta teoría.

Refiriéndose a los límites del marxismo, Enrique Leff (1998) sostiene que:
(…) la deslegitimación de la teoría marxista de la historia y de la economía política no tan solo se debe al triunfo del neoliberalismo, sino al ‘vacío ecológico’ del materialismo histórico de una teoría que si bien ha producido un análisis crítico sobre las causas de destrucción de la base de recursos naturales y la degradación ambiental generadas por las crisis inherentes a la acumulación ampliada del capital, no ha integrado a la naturaleza (los procesos ecológicos y socioambientales) en las condiciones generales de la producción 8.
Más adelante el mismo autor afirma que: “El marxismo no ha elaborado una teoría de la producción que incorpore las bases ecológicas y el potencial ambiental en el desarrollo de las fuerzas productivas y que las articule con relaciones sociales de producción fundadas en los principios de una gestión participativa de los recursos naturales (…) 9 (ibídem). Es evidente la gran debilidad que en materia de ambientalismo tiene la teoría de Marx. Sin embargo, la teoría de Marx, por ser un sistema abierto y en constante reconstrucción y recreación, aporta una epistemología para actualizar su teoría, que encuentra un terreno abonado en el ecomarxismo como posibilidad real para construir el ecosocialismo.

Por ello el marxismo, como corriente histórica, para ser una alternativa real al agotado sistema capitalista, tiene la tarea de actualizar la teoría sobre la forma histórico-concreta que éste asume hoy y los daños que le ha causado a la naturaleza. En esto Meszaros10 ha hecho un esfuerzo interesante pero sin hacer hincapié en el ambiente como parte inseparable del ser humano. Por eso la actualización de la teoría marxista tiene que superar el discurso de la sociedad industrial y alimentarlo con las conceptualizaciones que deriven de la sociedad del capital financiero, del ambiente, la comunicación y la industria simbólica. Pareciera que hay que hacer “una segunda crítica a la economía ecológica”11, como señala Fernando Mires. En Marx existe el método y el enfoque filosófico; lo que complementado con las cosmovisiones de nuestros ancestros en un proceso de síntesis y superación, y considerando propuestas como la del BUEN VIVIR se pueda construir una nueva teoría. La nueva teoría que surja, debe servir de base para construir otra sociedad que supere al capitalismo pero también los límites también productivistas del socialismo; debe tomar en cuenta los daños que nuestra civilización le ha hecho al ambiente, que integre armoniosamente la relación ser humano-naturaleza-cosmos. Ese es parte del reto.

El Ecomarxismo: teoría para comprender el ambiente; y el ambiente como coartada para recrear el marxismo (neo-marxismo)

Ya no es secreto el daño hecho a la naturaleza por la producción irracional del capitalismo y de cualquier otro sistema ideo-político en el uso de los recursos naturales para la acumulación privada de riqueza. Esta lógica productivista –que no está orientada a resolver necesidades humanas-, forma parte de la idea del progreso como la resultante de una concepción lineal de la historia según la cual las sociedades marchan de estadios inferiores a superiores siempre en la búsqueda de “algo mejor”. Esta idea de progreso tomó la forma de desarrollo y éste a su vez, la de industrialización y crecimiento económico ilimitado. La idea del progreso ha sido tratada en páginas anteriores. Sin embargo, es necesario señalar que en la sociedad contemporánea el progreso es quizás la idea-fuerza más potente que existe; pero es evidente su inviabilidad a corto plazo. Sobre el particular, Lander (1995) señala que:
(…) La destrucción de la capa de ozono, el efecto invernadero, la devastación de bosques, el empobrecimiento de los suelos fértiles, la creciente escasez de agua tanto para la agricultura como para el consumo humano, la acelerada reducción de la diversidad genética, la contaminación del aire y del agua, son las principales señales de alarma que nos indican que la humanidad está llegando a sus límites (¿o ya los habrá soprepasado?) de una degradación de los sistemas ecológicos más allá de los cuales podría llegarse a alteraciones irreversibles que harían imposible la vida 12 (8)
Si bien Lander habla de los límites de la era industrial que nos pone en una suerte de disyuntiva: o se toma conciencia que nos dirigimos a un despeñadero y rectificamos, o corremos el riesgo de fenecer como civilización, hace falta una conciencia ecológica que detenga esta carrera suicida del desarrollismo. Precisamente. refiriéndose a las diversas teorías existentes en el continente sobre el desarrollo y su concepción economicista que deja de lado el problema ecológico, Becker (1999) señala que:
“(…) la vieja contemplación economicista de los problemas del desarrollo tuvo una doble limitación: por una parte, dejaba de lado los sistemas de importancia cultural y, por otra, el contexto ecológico. Por esa razón, los problemas del desarrollo aparecían como anomalías en la organización institucional. Sólo en un marco cultural y ecológico, conceptualmente ampliado, pueden ser reelaborados y redefinidos” 13 (283).
Este desarrollismo que ha sido vendido al mundo como la posibilidad de resolver los problemas de la sociedad, ha provocado daños irreparables al ambiente. En el régimen del capital pareciera se ha disipado el sentido de humanidad porque “(…) la sociedad ha perdido contacto con lo que tal vez sea la sensibilidad singular decisiva para nuestra supervivencia como especie (…)”14 (Goleman, 2009:50). Especialmente con los dueños de las grandes corporaciones transnacionales del capital que lo que le interesa es acumular riqueza sin reparar los daños causados al ambiente y a los seres humanos. Esos daños parecieran ir en aumento en lo que queda de la era industrial:
La concentración de dióxido de carbono en la atmósfera ha venido subiendo a lo largo de la era industrial; el nivel actual es 30 % más alto que el de 1850. Este nivel sigue subiendo rápidamente debido a que la cantidad de dióxido de carbono emitida por combustibles fósiles en nuestras plantas eléctricas, edificios, automóviles, camiones, aviones y fábricas cada año –equivalente a 8000 millones de toneladas anuales de carbón en todo el mundo- es más del doble de lo que puede ser removida de la atmósfera y absorbida por la biomasa natural (árboles, plantas y plankton marítimo) y disuelta en los océanos 15 (Senge, 2009: 30)
La falta de una teoría integradora que contenga lo ecológico y de cuenta de la realidad socio-cultural-cósmica, no ha permitido el abordaje de la grave situación descrita. Pero esta teoría no debe ser para ponerle apellido al desarrollo; sino para superar la ideología del desarrollo como parte de la episteme del progreso. Esta carencia plantea la necesidad de una segunda crítica a la economía política de estos tiempos a los fines de producir una teoría ecosocial. Desde los referentes filosóficos y metódicos en Marx y superando el economicismo productivista, esa teoría es posible. Se trata de crear una economía política del ambiente. Para ello el marxismo debe retomar las categorías como naturaleza y cultura en su condición original y situarlas en el centro del proceso productivo; pero también redefinir lo que es riqueza, bienestar social, calidad de vida, entre otras. En otras palabras, se trata de construir una nueva teoría de la producción que incorpore el ambiente como aspecto constitutivo del proceso socio-productivo que lo limita y lo condiciona. Esto daría cuerpo a una teoría eco-marxista. Sobre el particular Leff (1998) sostiene que:
(…) Una teoría ecomarxista daría una nueva orientación y fundamentos al desarrollo de las fuerzas que integren los procesos ecológicos, tecnológicos y culturales en procesos productivos equitativos, sustentables y sostenibles. Así, el ecomarxismo se plantea como un campo de articulación de la economía ecológica y de la ecología política, capaz de integrar las condiciones ecológicas de la producción, el potencial ambiental del desarrollo sustentable y el poder político del movimiento ecologista, para construir una racionalidad ambiental 16(335)
Lo planteado por Leff permite darle direccionalidad y viabilidad política a la propuesta ecologista, en términos inmediatos y mediatos; pero es necesario dejar claro que mientras no se resuelva la contradicción existente entre el desarrollismo y el uso irracional de la naturaleza como recurso finito, seguiremos atados a la lógica del desarrollo, del industrialismo y su ideología del progreso. Hay que construir una nueva episteme. He allí el reto.

Consideraciones finales

La idea del desarrollo, fuertemente influida por el cristianismo y la razón moderna, terminó siendo una oferta engañosa por la llamada modernidad fundada en una sociedad profundamente racional y del cálculo; moral y científicamente administrada. El desarrollo en su forma de crecimiento económico ilimitado no solamente ha depredado a la naturaleza sino también, su fruto ha sido lo contrario de lo que propuso a la humanidad; la cual influida con la ideología del progreso, se ha encaminado hacia su autodestrucción que pone en peligro su existencia.

El marxismo clásico alcanzó sus límites teóricos. Fundado en la sociedad industrial y en el pensamiento de la ilustración no terminó por superar el desarrollismo implícito en “el desarrollo de las fuerzas productivas”; que también supone usar la naturaleza como recurso y el cientificismo positivizante subyacente en su teoría. El marxismo clásico se ancló en los estudios de la explotación del hombre por el hombre en la producción industrial: la producción de la plusvalía del trabajador en el tiempo socialmente necesario para producir una mercancía, la apropiación de esta y su conversión en riqueza por los capitalistas, la alienación y la enajenación del trabajo, entre otras cosas. Marx no pudo ver, porque no lo vivió, el desarrollo de los monopolios y surgimiento del imperialismo hacia 1870, estudiado por Lenin; el reino del capital financiero transnacionalizado; la sociedad de la información y el conocimiento y la industria simbólica; la sobre-alienación de los seres humanos y los problemas ecológicos del mundo actual derivados de la avanzada depredación de la naturaleza por la irracionalidad del capital. Estos elementos marcan el límite de su teoría; pero la epistemología propuesta por él, aportan claves para actualizar su teoría en una suerte de neo-marxismo o, mejor dicho, de eco-marxismo.

El eco-marxismo es un instrumental teórico potente que en la medida que integre una teoría de la producción desde la relación socio-cultural-cósmica, la ecología y el medio ambiente, puede aportar las claves para la construcción del eco-socialismo.

Notas

1 Para ampliar esta reflexión ver: http://infokrisis.blogia
2 Para profundizar en este tema, léase: LANDER, Edgardo (2008), Crítica al marxismo realmente existente: verdad, ciencia y tecnología, Fundación editorial el Perro y la Rana, serie pensamiento social, Caracas, Venezuela.
3 Se entiende en este trabajo por lo socio-cultural-cósmico a las relaciones complejas que concibe a los seres humanos y su cultura, en su sentido más amplio, como parte inseparable de un espectro mayor que es el cosmos.

Referencias

4 LEFF, Enrique (1998). Ecología y Capital (racionalidad ambiental, democracia participativa y desarrollo sustentable), Siglo XXI editores, Caracas, Venezuela p. 333
5 MARX, Carlos (1962), Manuscritos económicos filosóficos de 1844, Paris, Ed. Sociales, pp. 62, 87, 89.
6 ENGELS, Federico (1950). Anti-Dühring, Paris, Ed. Sociales, p. 322
7 ENGELS, Federico (1968), Dialéctica de la naturaleza, Paris, Editions Sociales, pp. 180-181.
8 LEFF, Enrique (1998). Ecología y Capital (racionalidad ambiental, democracia participativa y desarrollo sustentable), Siglo XXI editores, Caracas, Venezuela p. 333
9 Ibidem
10 Ver Meszaros, István (2001), Más allá del capital (hacia una teoría de la transición), Vadell Hermanos editores, Valencia-Caracas, Venezuela, 1141 págs.
11 MIRES, Fernando (1996). La Revolución que nadie soñó o la otra postmodernidad. Editorial Nueva Sociedad, Caracas, p. 107.
12 LANDER, Edgardo (1995). El dogma del progreso universal, en: El límite de la Revolución Industrial, editorial Nueva Sociedad, Caracas, p.8
13 BECKER, Egon (1999). La transformación ecológico-social: notas para una ecología política sustentable, en: THIELD, Reinold E (editor). Teoría del desarrollo: nuevos enfoques y problemas, Nueva Sociedad, Caracas, 2001
14 GOLEMAN, Daniel (2009). Inteligencia Ecológica, Vergara Grupo Zeta, México D.F., 271págs.
15 SENGE, Peter y otros (2009). La Revolución Necesaria. Grupo Editorial Norma, Colombia.
16 LEFF, Enrique (1998). Ob .cit. p. 335