28/4/14

Marxismo y religión en Ernst Bloch

Ernst Bloch ✆ A.d.
Michael Löwy  |  Tuve la suerte de conocer personalmente a Ernst Bloch. Nuestro encuentro tuvo lugar en 1974, en su apartamento de Tübingen, situado no lejos de la escuela (el Stift) donde –como le gustaba recordar en sus escritos– los jóvenes Hegel, Schelling y Hölderlin plantaron un árbol de la libertad para festejar la Revolución francesa. Tenía ya 89 años, estaba prácticamente ciego, pero con una impresionante lucidez.

Uno de sus comentarios en nuestra entrevista me sorprendió mucho porque resume la obstinada fidelidad de toda una vida a la idea de la utopía:
El mundo tal como existe no es verdadero. Existe un segundo concepto de verdad, que no es positivista, que no está basado en una constatación de la facticidad; sino que está cargado de valor (Wertgelanden), como por ejemplo en el concepto un verdadero amigo, o en la expresión de Juvenal Tempestas poetica, esto es, una tempestad como se encuentra en el libro, una tempestad poética, como nunca ocurre en la realidad, una tempestad llevada hasta el límite, una tempestad radical. Por lo tanto, una verdadera tempestad, en este caso referida a la estética, a la poesía; en la expresión un verdadero amigo se refiere a la esfera moral. Y si esto no corresponde a los hechos –y para nosotros, marxistas, los hechos no son más que momentos reificados de un proceso, y nada más–, en ese caso, tanto peor para los hechos (um so schlimmer für die Tatsachen), como decía el viejo Hegel.
Estas referencias son latinas y germánicas, pero leyendo estas palabras no podemos dejar de pensar en una vieja cualidad judía, expresada en un conocido término hebreo y yiddish: la chutzpa, esto es, en traducción muy aproximativa, el descaro, la insolencia, el desafío. El sueño despierto de la utopía, y su relación con la religión, está en el centro de la reflexión de Bloch desde sus primeros escritos, El espíritu de la utopía, de 1918, y Thomas Münzer, teólogo de la revolución, de 1921. Se encuentra en estas obras una dimensión romántica, tanto en la crítica radical y despiadada de la civilización industrial/burguesa, como en la referencia a tradiciones del pasado, sobre todo religiosas. Su reflexión bebe en distintas fuentes espirituales, entre los cuales ocupa un lugar escogido el mesianismo judío. En un capítulo titulado “Los judíos como símbolo”, en El espíritu de la utopía, destaca que la virtud esencial de la religión judía es que está “construida sobre el Mesías, sobre la llamada al Mesías”. Esta creencia da continuidad histórica al “pueblo de los salmos y de los profetas” e inspira, a comienzos del siglo XX, “el despertar del orgullo de ser judío”. Según Bloch, Jesús era un verdadero profeta judío, pero no el verdadero Mesías: el “Mesías lejano”, el Salvador, el “último Christus, todavía desconocido”, aún no ha llegado.

La utopía revolucionaria para Bloch –como para Walter Benjamin– es inseparable de una concepción mesiánica/milenarista de la temporalidad, opuesta a todo gradualismo del progreso: escribiendo sobre Thomas Münzer y la guerra de los campesinos del siglo XVI, señala: “no combatían por tiempos mejores sino por el final de todos los tiempos... por la irrupción del Reino”. Su actitud es curiosamente “sincrética”, tanto judía como cristiana, por ejemplo, en este otro pasaje del libro sobre Münzer, que compara el Tercer Evangelio de Joachim de Fiore, el milenarismo de los campesinos anabaptistas y el mesianismo de los cabalistas de Safed (Tsfat), al norte del lago Tiberíades, que esperan “al vengador mesiánico, al destructor de este Imperio y de este Papado... al restaurador de Olam-ha-Tikkun, verdadero Reino de Dios...”. No se trata sólo de historia: Bloch creía, en 1921, en la inminencia de un cambio revolucionario en Europa, que describe, con un lenguaje judío-mesiánico, como la Princesa Sabbat, todavía escondida tras una delgada y agrietada muralla, mientras “puesto en pie sobre los escombros de una civilización arruinada... se eleva el espíritu de la inextirpable utopía”.

Refiriéndose a sus primeros escritos, y en particular al Thomas Münzer, Bloch los define como románticos revolucionarios. Creo que esta definición se aplica al conjunto de su obra. Por “romanticismo” no entiendo sólo una escuela literaria de inicios del siglo XIX, sino una vasta corriente cultural de protesta, en nombre de ciertos valores sociales o culturales del pasado –entre ellos la religión– contra la civilización capitalista moderna en tanto sistema de racionalidad cuantificadora y de desencanto del mundo. Desde luego, la nebulosa cultural romántica no es ni mucho menos homogénea: incluye una pluralidad de corrientes, desde el romanticismo conservador o reaccionario que aspira a la restauración de los privilegios y jerarquías del Antiguo Régimen, hasta el romanticismo revolucionario, que integra las conquistas de 1789 (libertad, democracia, igualdad) y para quien el objetivo no es una vuelta atrás, sino un desvío por el pasado comunitario hacia el futuro utópico.
 


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