30/4/14

Elogio del marxismo

Karl Marx ✆ Matson
The New York Observer 
Bolívar Echeverría  |  Agradezco la invitación de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM a participar en este homenaje al maestro Adolfo Sánchez Vázquez. Lo hago sobre todo porque esta participación me ofrece una oportunidad muy difícil de encontrar —y que por más ceremonial que sea no deja de ser genuina— de decirle a Adolfo Sánchez Vázquez ciertas cosas necesarias que nuestros usos sociales no permiten decir directamente. Cosas necesarias como son el afecto, el compañerismo y la amistad hacia él, que se han ido gestando, por debajo de la admiración y el respeto, a lo largo de más de veinticinco años de una colaboración más o menos intensa pero ininterrumpida.

Mi homenaje quisiera tomar la forma de algo que podría llamarse un elogio mínimo del marxismo. Y esto porque elogiar al marxismo equivale a elogiar el atrevimiento, la audacia, la valentía de quien lo cultiva entre nosotros de manera ejemplar. Implica valentía cultivar el modo marxista del discurso en circunstancias como las actuales, en las que la opinión pública intelectual hace “mofa y escarnio” de él, poniéndolo como último representante del esquematismo y el totalitarismo con los que el discurso moderno intentó reprimir, que no comprender, la realidad. La implica, insisto, porque cultivar el modo marxista del discurso reflexivo no consiste únicamente en defender de acusaciones injustas todo lo valioso que se pudo decir mediante él, sino, sobre
todo, en transformarlo radicalmente a partir de las exigencias de la crisis de los tiempos actuales, y también —¿por qué no?— en revertir esas acusaciones sobre quienes las formulan, en mostrar que son precisamente los discursos que pretenden clausurar y anular la propuesta marxista de inteligibilidad del mundo los que han desfallecido y se han dejado atrapar y absorber por el único discurso totalitario y represor que existe: el discurso sordo pero omniabarcante que hace sin cansancio la apología de la modernidad capitalista.

Antes de intentar ese mínimo elogio del marxismo quisiera recordar aquí, más en el plano de la  anécdota, la razón de que la obra de Sánchez Vázquez haya sido aceptada y haya tenido el eco que tiene en la generación que estuvo en edad estudiantil durante la década de los años sesentas.

Muy al contrario de la imagen corriente de los marxistas que se difunde en el periodismo de la “alta cultura” —seres de intelecto limitado y abstracto, reacios a toda sutileza; doctrinarios de opiniones dogmáticas y monolíticas, testarudamente firmes en sus resentimientos sociales y étnicos, dotados de una fobia inocultable hacia la democracia y enamorados únicamente de la dictadura— los más de quienes llegamos a la militancia política de izquierda y a los estudios universitarios en América Latina a comienzos de los años sesentas nunca vimos en la doctrina y el dogma del marxismo soviético, propios de las organizaciones políticas de izquierda, ninguna virtud ni ningún atractivo.

El marxismo soviético era una rueda de molino con la que resultaba imposible comulgar y la inevitable convivencia con él sólo se podía sobrellevar dejando de tomarlo en serio y trasladándolo al plano de lo simbólico. Esta generación de intelectuales de izquierda, crecida más con el impulso heterodoxo de los rebeldes cubanos que en el recuerdo de la lucha antifascista, no creía que debía agotarse en repetir y componer variaciones de la misma vieja melodía marxista. Partía, sin duda, de la aceptación del  proyecto central del discurso de Marx, pero se creía más bien llamada a rehacerlo e incluso a  refundamentarlo esecialmente.

Para quienes estudiábamos en Alemania a comienzos de esa década, la necesidad de pensar todo de nuevo en torno a la idea de la revolución anticapitalista pasaba por la aceptación crítica de las críticas al marxismo que había levantado el existencialismo hegelianizante de Merlau-Ponty y Sartre, de los planteamientos posmarxistas de la Escuela de Fráncfort, de la revolución en la ontología que había iniciado Heidegger y de los marxismos heterodoxos de los años veintes (que nosotros mismos reeditábamos). Nuestras exigencias dirigidas a los otros y a nosotros mismos no toleraban las salidas ideológicas fáciles. En medio de ellas y dentro de los círculos de estudio de la AELA en Berlín, en los que dialogábamos con compañeros como Rudi Dutschke y Bernd Rabehl, entre otros, sensibles a la problemática del Tercer Mundo, era muy poco, por no decir nada, lo que, aparte de los ensayos de Mariátegui, los latinoamericanos podíamos presentar dentro de una línea teórica preocupada por reconstruir el discurso marxista. Por esta razón, recuerdo de manera muy especial la ocasión en que, excepcionalmente, pude presentar con orgullo el texto de un latinoamericano que podía resistir esas exigencias. Se trataba de un ensayo de Sánchez Vázquez sobre marxismo y estética que acababa de ser publicado en una revista de la Cuba entonces revolucionaria y en el que se esbozaba ya el intento posteriormente realizado de refundamentar el marxismo sobre la “teoría de la praxis”.

Gabriel Vargas Lozano. Editor. En torno a la obra de Adolfo Sánchez Vázquez (Filosofía, Ética, Estética y Política). México: Facultad de Filosofía y Letras. UNAM, 1995
 


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