Maite Larrauri | En una ocasión, Deleuze dijo que lo que
era imprescindible no era encontrar una idea justa sino tan sólo una idea. En
francés queda mucho mejor: “Pas d’idée
juste, juste une idée”. Me acordaba de esta frase mientras leía Revolución
urbana y derechos ciudadanos de Jordi Borja, un libro que contiene más de una
idea. Y eso, hoy en día, es digno de celebrarse compartirse. Algunas ideas
sirven para pensar y comprender. Otras para proponer y para actuar. En este
libro hay de las dos. Una idea para pensar: el concepto de “salario ciudadano indirecto”. Con esta expresión hay que entender
todos aquellos complementos indispensables que todo ciudadano tiene derecho a
disfrutar aparte de sus ingresos económicos: la vivienda, los transportes, los
equipamientos, el espacio público, las ofertas culturales, deportivas, etc. Es
decir, todo aquello a lo que un ciudadano debería poder acceder por el hecho de
formar parte de una ciudad y por el hecho de contribuir a su diversidad, a su
riqueza.
Borja habla del “derecho
a un salario ciudadano indirecto” y utiliza sin temor y sin complejos la
teoría marxista de la plusvalía para explicarlo. Ahora bien, si hay algo en el
marxismo que se ha entendido fatal, eso es la plusvalía. Cuando enseñaba la
filosofía de Marx en bachillerato, estaba harta de oír por todas partes que la
explotación consiste en pagar salarios injustos, y que por ello es por lo que la
plusvalía de una empresa crece. No es así. Marx considera que todo proceso
productivo hace crecer la suma del valor de todos los elementos que se
invierten (materias primas, edificios, maquinaria, trabajo), y ese valor de más
es la plusvalía. La explotación consiste en que la plusvalía revierte
económicamente sólo a favor de los dueños de los medios de producción y nunca a
favor de los asalariados. De manera que la contribución de los trabajadores al
aumento del valor no viene compensada, sólo se benefician y se enriquecen los
capitalistas.
Históricamente, la crítica social del marxismo, en concreto
en lo que se refiere al aumento de la plusvalía y su injusta apropiación por
parte del capitalista, ha dado luz a los impuestos directos, que son una manera
de devolver a la sociedad una parte de los beneficios que ella misma ha
contribuido a obtener. Pagar impuestos no es hacer caridad sino repartir lo que
en parte es de todos.
Aplicada a la ciudad, la teoría de la plusvalía se entiende
así: una ciudad, hoy en día, es un lugar de acumulación de capital. Mediante la
extensión del suelo urbanizable y la especulación, el capital financiero y las
constructoras revalorizan, aumentan el valor del metro cuadrado construido a
costa del trabajo de una masa enorme de trabajadores. Sin embargo, esa
plusvalía no se convierte en salario ciudadano indirecto, como debería hacerlo
en una sociedad más justa e igualitaria. La ciudad no ofrece lo mismo a todos
sus ciudadanos y al no pagar ese salario indirecto hace siempre más rico a un
segmento de la sociedad. Las ciudades ahora mismo son un teatro de las grandes
desigualdades de la sociedad.
Una idea para actuar: los partidos o agrupaciones
electorales que se presenten a las elecciones locales no deberían ser los
mismos que los partidos estatales. En el gobierno de las ciudades es más
palpable la necesidad de una democracia participativa porque los proyectos
urbanos y los conflictos de intereses se viven con una gran cercanía y los
ciudadanos quieren expresar sus puntos de vista sobre ellos. El gran obstáculo
para hacerlo, según Borja, no son las leyes o la falta de organizaciones de la
sociedad civil sino la alianza que existe entre partitocracia y burocracia. Las
relaciones entre política estatal y política local sólo pueden ser útiles a
partir de una clara separación de estos dos ámbitos, lo que no es posible si
los mismos partidos a nivel estatal se presentan a nivel local. Creo que
cualquier lector tiene a su disposición algún ejemplo que avala esta idea: el
éxito de algunas formaciones políticas propias de un pueblo o una ciudad, la
importancia de que quienes quieren gobernar la ciudad pertenezcan más a ella
que a sus partidos, las contradicciones dentro de un mismo partido político
entre la obediencia estatal y la defensa de los intereses locales, etc.
Y hay más ideas. Por ejemplo, en la lista de los derechos
ciudadanos el sorprendente “derecho a la belleza” o el no menos sorprendente
“derecho a la ilegalidad” (entendiendo por este último las iniciativas no
legales que buscan convertir una demanda social en un derecho legal).
Hacia el final del libro, Borja cita una frase del
supermillonario Warren Buffet: “En la
guerra de clases afortunadamente la mía está ganando”. Bien, puesto que las
ideas pueden ser armas cargadas de futuro, con estas y muchas más, espero que
algún día la mía gane.
Titulo original: "Una o dos ideas"