12/4/14

El salario ciudadano indirecto a través de la teoría marxista de la plusvalía

Maite Larrauri  | En una ocasión, Deleuze dijo que lo que era imprescindible no era encontrar una idea justa sino tan sólo una idea. En francés queda mucho mejor: “Pas d’idée juste, juste une idée”. Me acordaba de esta frase mientras leía Revolución urbana y derechos ciudadanos de Jordi Borja, un libro que contiene más de una idea. Y eso, hoy en día, es digno de celebrarse compartirse. Algunas ideas sirven para pensar y comprender. Otras para proponer y para actuar. En este libro hay de las dos. Una idea para pensar: el concepto de “salario ciudadano indirecto”. Con esta expresión hay que entender todos aquellos complementos indispensables que todo ciudadano tiene derecho a disfrutar aparte de sus ingresos económicos: la vivienda, los transportes, los equipamientos, el espacio público, las ofertas culturales, deportivas, etc. Es decir, todo aquello a lo que un ciudadano debería poder acceder por el hecho de formar parte de una ciudad y por el hecho de contribuir a su diversidad, a su riqueza.

Borja habla del “derecho a un salario ciudadano indirecto” y utiliza sin temor y sin complejos la teoría marxista de la plusvalía para explicarlo. Ahora bien, si hay algo en el marxismo que se ha entendido fatal, eso es la plusvalía. Cuando enseñaba la filosofía de Marx en bachillerato, estaba harta de oír por todas partes que la explotación consiste en pagar salarios injustos, y que por ello es por lo que la plusvalía de una empresa crece. No es así. Marx considera que todo proceso productivo hace crecer la suma del valor de todos los elementos que se invierten (materias primas, edificios, maquinaria, trabajo), y ese valor de más es la plusvalía. La explotación consiste en que la plusvalía revierte económicamente sólo a favor de los dueños de los medios de producción y nunca a favor de los asalariados. De manera que la contribución de los trabajadores al aumento del valor no viene compensada, sólo se benefician y se enriquecen los capitalistas.

Históricamente, la crítica social del marxismo, en concreto en lo que se refiere al aumento de la plusvalía y su injusta apropiación por parte del capitalista, ha dado luz a los impuestos directos, que son una manera de devolver a la sociedad una parte de los beneficios que ella misma ha contribuido a obtener. Pagar impuestos no es hacer caridad sino repartir lo que en parte es de todos.

Aplicada a la ciudad, la teoría de la plusvalía se entiende así: una ciudad, hoy en día, es un lugar de acumulación de capital. Mediante la extensión del suelo urbanizable y la especulación, el capital financiero y las constructoras revalorizan, aumentan el valor del metro cuadrado construido a costa del trabajo de una masa enorme de trabajadores. Sin embargo, esa plusvalía no se convierte en salario ciudadano indirecto, como debería hacerlo en una sociedad más justa e igualitaria. La ciudad no ofrece lo mismo a todos sus ciudadanos y al no pagar ese salario indirecto hace siempre más rico a un segmento de la sociedad. Las ciudades ahora mismo son un teatro de las grandes desigualdades de la sociedad.

Una idea para actuar: los partidos o agrupaciones electorales que se presenten a las elecciones locales no deberían ser los mismos que los partidos estatales. En el gobierno de las ciudades es más palpable la necesidad de una democracia participativa porque los proyectos urbanos y los conflictos de intereses se viven con una gran cercanía y los ciudadanos quieren expresar sus puntos de vista sobre ellos. El gran obstáculo para hacerlo, según Borja, no son las leyes o la falta de organizaciones de la sociedad civil sino la alianza que existe entre partitocracia y burocracia. Las relaciones entre política estatal y política local sólo pueden ser útiles a partir de una clara separación de estos dos ámbitos, lo que no es posible si los mismos partidos a nivel estatal se presentan a nivel local. Creo que cualquier lector tiene a su disposición algún ejemplo que avala esta idea: el éxito de algunas formaciones políticas propias de un pueblo o una ciudad, la importancia de que quienes quieren gobernar la ciudad pertenezcan más a ella que a sus partidos, las contradicciones dentro de un mismo partido político entre la obediencia estatal y la defensa de los intereses locales, etc.

Y hay más ideas. Por ejemplo, en la lista de los derechos ciudadanos el sorprendente “derecho a la belleza” o el no menos sorprendente “derecho a la ilegalidad” (entendiendo por este último las iniciativas no legales que buscan convertir una demanda social en un derecho legal).

Hacia el final del libro, Borja cita una frase del supermillonario Warren Buffet: “En la guerra de clases afortunadamente la mía está ganando”. Bien, puesto que las ideas pueden ser armas cargadas de futuro, con estas y muchas más, espero que algún día la mía gane.

Titulo original: "Una o dos ideas"