7/3/14

Adolfo Sánchez Vázquez y los manuscritos de 1844

  • “Un ‘elogio’ a un pensador no consiste en concordar con él sino en poder hablar con él y con él discutir” | Ramón Xirau
Adolfo Sánchez Vázquez ✆  David Padilla
Jorge Veraza  |  Con orgullo hago homenaje a Adolfo Sánchez Vázquez, hoy, al lado de ustedes. Y para no crear malentendidos por dejar en suspenso mi punto de vista desde el cual hago incluso la semblanza de nuestro autor, comienzo diciendo coloquialmente lo que ya argumentaré conceptualmente: que los “Manuscritos de París” —según los veo— tienen menos imperfecciones de las que él dice. Y más aún, que según lo que entiendo de la Filosofía de la praxis de Sánchez Vázquez, me sorprenden las deficiencias esenciales que él atribuye al texto de Marx de 1844. De hecho, me sorprendió este contraste desde que leí —por vez primera— en 1972 su libro, después de que a fines de 1967 leyera yo el juvenil texto de Marx.

Los “Manuscritos de París”, el radical texto marxiano de crítica a la autoalienación del hombre, sirve de piedra de toque a Adolfo Sánchez Vázquez desde mediados de los cincuentas para ajustar cuentas con el stalinismo, avanzando luego—
según nos relata— la propuesta de una estética (1961) abierta por atenta al “carácter creador del trabajo artístico a la vez que [a] su condicionamiento social e ideológico”.

Sorprende, por ello, el que, en 1968, en su Filosofía de la praxis, los Manuscritos de 1844 aunque defendidos contra los ataques althusserianos queden, no obstante, situados por Sánchez Vázquez apenas como mero antecedente de la Filosofía de la praxis, es decir, como —premarxista— si lo decimos en términos althusserianos. Del mismo modo tenemos ante nuestros ojos una censura implícita contra los Manuscritos de 1844. Cuando en su  semblanza autobiográfica de 1978, titulada “Mi obra filosófica” escribió: “La praxis es el gozne en que se articula el marxismo en su triple dimensión de proyecto, crítica y conocimiento. Su introducción (desde las tesis a Feuerbach [1845]) produce un cambio radical en la filosofía no sólo en su objeto, sino también en el modo de hacerla”.

Pero no para ahí la cosa, Adolfo Sánchez Vázquez refuerza aquella censura con la autocensura. Y ello no obstante que lo haga para ilustrar su muy loable disposición autocrítica; pues luego de insistir en su crítica al capitalismo y al stalinismo dice así: “Mi propia obra, la someto a un proceso constante de revisión y renovación, como puede verse, por ejemplo, en la superación de ciertas primeras adherencias humanistas en trabajos posteriores”.

Y no obstante el maestro Sánchez Vázquez dice de su vida, y este bien cincelado dicho —que por su sintaxis generosamente nos incluye— vale también para la obra toda de Marx, pues reza así: “nuestra meta sigue siendo ese otro mundo que desde nuestra juventud hemos anhelado”.

Cabe, ahora, formular con más precisión el problema que nos ocupa. Discutiré un punto esencial de la interpretación que Sánchez Vázquez hace de los “Manuscritos de París” de Marx, quede pendiente comentarla en toda su riqueza.

El problema

El centro de nuestra discusión es la interpretación que hace el filósofo español de la relación entre la propiedad privada y el trabajo enajenado, conceptos centrales de los Manuscritos de 1844 de Marx. Asimismo nos parece problemática la relación que Adolfo Sánchez Vázquez establece entre el modo de aparecer ambos conceptos en 1844 y la presencia de conceptos correspondientes a los de propiedad privada y trabajo enajenado en el Marx maduro, en particular el de El capital. En efecto, Sánchez Vázquez dice que si en 1844 Marx prioriza el trabajo enajenado por sobre la propiedad privada, en El capital tenemos una formulación inversa; a saber, Marx prioriza a las relaciones de producción por sobre el "trabajo enajenado", etcétera. Cito a continuación un pasaje de su Filosofía y economía en el joven Marx 6 publicado en 1982:
[...] Marx se ve forzado a destacar que la propiedad privada lejos de ser fundamento y supuesto último, como sostiene la economía política, tiene ella misma un fundamento que es el trabajo enajenado. Y esto explica la oscilación de su pensamiento juvenil entre la propiedad privada como aspecto esencial del trabajo enajenado y como consecuencia necesaria de él, para inclinarse finalmente por el carácter prioritario del trabajo enajenado del que deduce (lógicamente) la propiedad privada. Resultaría así que una forma determinada de trabajo humano sería el fundamento de cierta relación entre los hombres (la apropiación o propiedad privada sobre el trabajo o los productos). Punto de vista opuesto al de la madurez en el que una determinada relación de producción (relación social entre los hombres con la propiedad privada) es la que funda determinada forma de trabajo (o de enajenación en el trabajo).?
En esta manera de formular las cosas por parte de nuestro autor pensamos que da demasiado crédito a las ideas de Louis Althusser tanto acerca de los Manuscritos de 1844 como de El capital. Pero de momento más que abundar en esta tesis —lo que haremos más abajo— interesa resaltar que la interpretación dada por Sánchez Vázquez es problemática para Sánchez Vázquez. O, en otros términos, que lo que acabamos de describir es un problema y que vale la pena ver cuál es su solución, por cierto no simple, así que pasemos a un siguiente apartado."

Notas de este extracto

1 Ramón Xirau, "Adolfo Sánchez Vázquez. Elogio", en Juliana González, Carlos Pereyra y Gabriel Vargas Lozano, eds., Paxis y filosofía. Ensayos en homenaje a Adolfo Sánchez Vázquez. México, Grijalbo, 1985, p. 131.
2  CJ Praxis y  filosofía, pp. 439-440.
3 Ibíd., p. 442.
4 Ibíd., p. 443. (El subrayado es mío.)
5 A. Sánchez Vázquez, Post-scriptum político-filosófico a 'Mi obra filosófica', en J. González, C. Pereyra y G. Vargas Lozano, eds., op. cit., p. 469.
6 Vid. A. Sánchez Vázquez, Filosofía y economía en el joven Marx. Los Manuscritas de
1844. México, Grijalbo, 1982.
7 Ibíd., p. 97. Cito en extenso el argumento de Adolfo Sánchez Vázquez en el que le inserta lo recién leído: "Tal vez Marx ha forzado un poco la mano en esta demostración justamente para marcar su oposición a la economía política que hace de la propiedad privada el fundamento del trabajo (lucrativo, para ella; enajenado, para Marx). Decimos esto porque si la relación (de apropiación) del capitalista respecto del producto y del trabajo es una determinación o aspecto inseparable del trabajo enajenado, deja de ser una consecuencia o efecto de un fenómeno (el trabajo enajenado) para ser un aspecto o determinación esencial de él. El extrañamiento del obrero es inseparable de la apropiación o de la propiedad privada del capitalista; a su vez, justamente porque hay apropiación privada, hay también necesariamente una relación de extrañamiento. Tal será la posición de Marx en su madurez. Pero la posición del joven Marx es un tanto ambigua en este punto; por un lado se inclina por ver el extrañamiento y la apropiación como aspectos de un mismo fenómeno (al mostrarse una relación se muestra necesariamente la otra), lo cual significaría en definitiva que no se podría fundar la propiedad privada en el trabajo enajenado ya que ello implicaría que es posible establecer cierta separación entre el fundamento y lo fundado, lo cual como hemos visto no puede ser.
Ahora bien, Marx se ve forzado a destacar que la propiedad privada, lejos de ser fundamento y supuesto último como sostiene la economía política, tiene ella misma un fundamento que es el trabajo enajenado. Y esto explica la oscilación de su pensamiento juvenil entre la propiedad privada como aspecto esencial del trabajo enajenado y como consecuencia necesaria de él, para inclinarse finalmente por el carácter prioritario del trabajo enajenado del que deduce (lógicamente) la propiedad privada. Resultaría así que una forma determinada de trabajo humano sería el fundamento de cierta relación entre los hombres (la apropiación o propiedad privada sobre el trabajo y los productos). Punto de vista opuesto al de la madurez en el que una determinada relación de producción (relación social entre los hombres como la propiedad privada) es la que funda determinada forma de trabajo (o de enajenación en el trabajo).
 


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