Walter Benjamin ✆ Ian James |
Ariane Díaz | Es
sobre todo a partir de los ‘80 que los escritos de Benjamin son editados en
Argentina, comienzan a pulular por las aulas universitarias y se convierten en
objeto de intervenciones variadas en distintos coloquios y publicaciones1. En
1992 un Simposio internacional dedicado al crítico con sede en Buenos Aires
tuvo ponencias para todos los gustos. En el libro publicado Sobre Walter Benjamin. Vanguardias,
historia, estética y literatura. Una visión latinoamericana, que reúne
varias de las intervenciones allí realizadas y cuyo título da cuenta de la
amplitud de temas tratados, resaltan dos ejes: por un lado, quienes toman a
Benjamin como antecedente del posestructuralismo y hacen base en el lenguaje,
sobre todo en el texto “Sobre el lenguaje en general y sobre el lenguaje de los
hombres” de 1916, y por el otro, quienes se centran en su concepción de la
historia, basándose sobre todo en sus tesis “Sobre el concepto de la historia”
de 1940, su último texto.
El furor no parece haber retrocedido en los ’90 y 2000: desde
programas de materias y seminarios universitarios, pasando por nuevos
coloquios, los intelectuales de las más variadas posiciones políticas han
escrito sobre él2. Benjamin, al igual que otros pensadores del marxismo
occidental3 y en buena medida igual que lo fuera Gramsci en los ‘60/‘70, es
tomado por buena parte de
la intelectualidad nacional como contrafigura del
liberalismo tradicional por su marxismo, pero también del “marxismo clásico”
por su visión heterodoxa, aunque
ciertamente, en una lectura más tardía y menos política que la realizada con
Gramsci4 . Mientras la temática “postestructuralista” parece haber sido dejada
de lado, y si bien sus conceptos dedicados a la crítica artística y cultural
siguen siendo profusamente analizados, en estos últimos años el problema de la
historia y su particular afiliación al marxismo aparecen cada vez más como ejes
por los que se lo rescata.
Sin embargo, ya desde los ’80 y ’90 la obra de Benjamin
venía siendo analizada en fuerte discusión con aquellas teorías
posestructuralistas que intentaron ganarlo como antecedente (moda que no fue
sólo argentina) por intelectuales que rescatan a Benjamin desde una perspectiva
marxista como inspiración para una política activa, que lo sitúan en su
contexto histórico, en sus posiciones frente a los hechos políticos del período
y en sus relaciones con las corrientes marxistas de la época: tal es el caso de
Terry Eagleton, Susan Buck-Morss, Daniel Bensaïd y Michel Löwy.
Este contexto histórico es uno de los más convulsivos del
siglo XX: enmarcado entre la revolución rusa, el crack del ’29 y dos guerras mundiales, la nación alemana
experimentó en pocos años, además de ser el eje de ambas guerras, una efímera
república de Weimar carcomida por la crisis económica, tres intentos
revolucionarios fallidos y finalmente el ascenso del nazismo. La intelectualidad
fue fuertemente sacudida por estos eventos, y un sector de la misma, joven
generación formada mayormente en una tradición neokantiana pero influenciada
por el marxismo, constituyen parte del llamado “marxismo occidental”, cuyas
diferencias con el “clásico”, según la conocida descripción de Anderson, fueron
un paulatino corrimiento de los temas económicos y políticos a los artísticos,
y la creciente separación entre el desarrollo de la teoría marxista y la clase
obrera, en parte por la situación política en que se vieron inscriptos (con el
stalinismo ya afianzado y dominando el conjunto de los partidos comunistas) y
cada vez más como concepción teórica misma, en el caso de los más conocidos
miembros de la Escuela de Frankfurt, Adorno y Horkheimer. En este sentido
Anderson los caracteriza de conjunto como un “producto de la derrota”: “El
fracaso de la revolución socialista fuera de Rusia, causa y consecuencia de su
corrupción dentro de Rusia, es al trasfondo común a toda la tradición teórica
de este período. Sus obras principales fueron creadas, sin excepción, en
situaciones de aislamiento político y desesperación”5.
Benjamin, formado con varios referentes neokantianos,
influenciado en su juventud por el romanticismo alemán y el mesianismo judío,
hará su primer acercamiento al marxismo hacia mediados de los ‘20 a partir de
la lectura de Historia y conciencia de
clase de Lukács y de la relación entablada con Asja Lacis, comunista rusa y
funcionaria en el terreno artístico de la URSS. Aunque la relación previamente
establecida con Scholem, teólogo del judaísmo, y posteriormente con Brecht,
famoso dramaturgo comunista de un teatro vanguardista y “didáctico”, marcarán
también su obra, la mayoría de sus trabajos serán escritos en estrecha relación
con los miembros de la Escuela de Frankfurt. A esta corriente suele afiliarse a
Benjamin, quien si bien no fuera miembro pleno del Instituto, si fue parte de
sus preocupaciones comunes, trabajó estrechamente con sus miembros y publicó en
su revista, aunque no sin importantes diferencias: Benjamin no dio el paso al
escepticismo y la reclusión en la teoría que sí dieron los más conocidos
miembros de esta escuela. Y ello no sólo fue así, creemos, porque su muerte
temprana no le haya permitido ver desarrollos históricos posteriores, sino por
diferencias políticas y teóricas que mostró en sus intercambios: ya señalamos
en una nota anterior varias de las diferencias que se plantearon en el análisis
cultural de la época en cuanto a las posibilidades liberadoras otorgadas al
arte, el análisis de la cultura de masas el avance de la técnica, la evaluación
de las vanguardias históricas, además de
distintas “simpatías” no compartidas por sus pares de Frankfurt, como el
aprecio de la obra de Trotsky o la discutida amistad con Brecht6. Tomaremos en
esta nota ahora dos conceptos centrales de Benjamin y de toda discusión sobre
el marxismo, su concepción de la dialéctica y de la historia.
Notas de este
fragmento
1. Ver Wamba Gaviña en Massuh y Fehrmann (comps.), Sobre
Walter Benjamin, Bs. As., Alianza, 1993, p. 209.
2. Sarlo en 1995 llama a “Olvidar a Benjamin” frente a las manipulaciones
de que es objeto en la Academia que lo refrita a favor de la moda de los “estudios
culturales”. En 2001 reúne este trabajo y otros en Siete ensayos sobre Benjamin (Bs. As., FCE, 2000). Tarcus lo ha
usado como figura inspiradora de un “marxismo trágico argentino” a
contracorriente, en contraposición a una historiografía de la izquierda
partidaria que considera unilineal y teleológica (El marxismo olvidado en Argentina: Silvio Frondizi y Milcíades
Peña, Bs. As., El cielo por asalto,
1996). Forster resume varias lecturas en relación a Benjamin: frente a la
derrota de los ‘70, dice, si algunos lousaron como escape de la política hacia
la Academia, otros (su grupo) lo usarían como forma de autocrítica para pensar
la “catástrofe” de la que fueron partícipes. Benjamin les habría permitido abandonar
la “vulgata marxista” sin tener que hacerse posmodernos (“Lecturas de Benjamin: entre el anacronismo y la actualidad” en www.rayandolosconfines.com.ar).
3. Similar operación realizan recientemente el grupo del
“marxismo abierto” en torno a la figura de Adorno y de la idea de la dialéctica
negativa. Ver Holloway y otros (comps.), Negatividad
y revolución, Bs. As., Herramienta, 2007.
4. Ver en esta misma revista Dal Maso, “La revolución diplomatizada”.
5. Consideraciones sobre el marxismo occidental, México,
Siglo XXI, 1998, p.57.
6. Díaz, “De la utopía
a la manipulación” en Lucha de Clases Nº 7, junio 2007. Ver en esta misma
revista la reseña del libro de Wizisla dedicado al tema Brecht.
http://www.ips.org.ar/ |