3/1/14

El problema del Estado capitalista

Nicos Poulantzas  |  La obra de Ralph Miliband, The State in Capitalist Society, recientemente publicada,1 es, en muchos sentidos, de capital importancia. Es un libro extremadamente sustancioso y no se puede resumir en unas cuantas páginas; todo cuanto diga para recomendar su lectura será poco. Me limitaré a hacer algunos comentarios críticos, en la creencia de que sólo la crítica puede hacer avanzar la teoría marxista. Pues la especificidad de esta teoría, en comparación con otras problemáticas teóricas, radica en la amplitud con que la teoría marxista se da a sí misma, en el acto mismo de su fundación, los medios de su propia crítica interna. Diré de entrada que mi crítica no será “inocente”. Dado que yo mismo he dedicado un libro −Pouvoir politique et classes sociales−2 a la cuestión del Estado, estos comentarios partirán de las posiciones epistemológicas expuestas en dicha obra, que difieren de las de Miliband.

En primer lugar, unas palabras sobre los méritos fundamentales del libro de Miliband. Salvo raras excepciones
−como la de Gramsci− la teoría del Estado y del poder político ha sido escasamente cultivada por el pensamiento marxista. Esto se debe a diferentes causas, relacionadas con las diferentes fases del movimiento obrero. En el mismo Marx, esta escasa atención, más aparente que real, se debe sobre todo al hecho de que su principal objeto teórico era el modo de producción capitalista, dentro del cual la economía no sólo tiene un papel determinante en última instancia, sino también el papel dominante (mientras que en el modo de producción feudal, por ejemplo, Marx indica que si la economía tiene también el papel determinante en última instancia es la ideología, en su forma religiosa, la que tiene el papel dominante). Marx se concentró, pues, en el nivel económico del modo de producción capitalista y no trató de manera específica los demás niveles, como el del Estado. Sólo trató estos niveles a través de sus efectos sobre la economía (por ejemplo, en los fragmentos de El Capital dedicados a la legislación de fábricas). En Lenin, las razones son diferentes: por su dedicación directa a la práctica política, sólo examinó la cuestión del Estado en obras esencialmente polémicas, como El Estado y la revolución, que no tienen el estatuto teórico de otros textos suyos, como El desarrollo del capitalismo en Rusia.

¿Cómo se puede explicar, en cambio, la escasa atención por el estudio teórico del Estado en la Segunda Internacional y en la Tercera Internacional de Lenin? Con todas las precauciones necesarias, avanzaré la siguiente tesis: la falta de un estudio del Estado se debe a que la concepción dominante en ambas Internacionales era una desviación, el economismo, que va acompañada generalmente por una falta de estrategia y de objetivos revolucionarios −incluso cuando toma una forma “izquierdista” o luxemburguista. En efecto, el economismo considera que los demás niveles de la realidad social, incluido el Estado, son simples epifenómenos reductibles a la “base” económica. En consecuencia, el estudio específico del Estado resulta superfluo. Paralelamente, el economismo considera que todo cambio en el sistema social ocurre, en primer lugar, en la economía y que la acción política debe tener como objetivo principal la economía. El estudio específico del Estado también resulta, pues, inútil. El economismo lleva, de este modo, al reformismo y al “tradeunionismo” o a formas de “izquierdismo” como el sindicalismo. Porque, como demostró Lenin, el objetivo principal de la acción revolucionaria es el poder del Estado, y la premisa necesaria de toda revolución socialista es la destrucción del aparato del Estado burgués.

El economismo y la carencia de una estrategia revolucionaria son manifiestos en la Segunda Internacional. En cambio, lo son menos en la Tercera Internacional, aunque, a mí parecer, lo que determinó fundamentalmente la teoría y la práctica política “stalinista” dominante en la Komintern, probablemente desde 1928, fue el mismo economismo y la misma carencia de una estrategia revolucionaria. Esto se puede aplicar tanto al período “izquierdista” de la Komintern hasta 1935, como al período revisionista-reformista posterior a 1935. Este economismo determinó la falta de una teoría del Estado en la Tercera Internacional; y la relación entre el economismo y la falta de una teoría del Estado quizá en ningún caso sea tan evidente como en sus análisis del fascismo, es decir, precisamente en el punto en que más necesaria le era a la Komintern una teoría del Estado. La consideración de los hechos concretos lo confirma y lo explica. Puesto que los síntomas principales de la política stalinista se encontraban en las relaciones entre el aparato de Estado y el Partido Comunista en la URSS −síntomas visibles en la famosa Constitución de Stalin de 1936− es muy comprensible que el estudio del Estado fuese un tema prohibido par excellence.

En este contexto, la obra de Miliband contribuye a superar una importantísima laguna. Como ocurre siempre cuando falta una teoría científica, las concepciones burguesas del Estado y del poder político han dominado el terreno de la teoría política, casi sin discusión. La obra de Miliband es, por eso, verdaderamente catártica, porque ataca metódicamente estas concepciones. Despliega con gran rigor una formidable masa de materiales empíricos al examinar las formaciones sociales concretas de los Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Alemania o Japón y no sólo demuele radicalmente las ideologías burguesas del Estado, sino que nos suministra unos conocimientos positivos que estas ideologías nunca han sido capaces de darnos.

Sin embargo, el procedimiento escogido por Miliband −la réplica directa de las ideologías burguesas con el examen inmediato de hechos concretos− también es, a mi entender, la causa de los defectos de su libro. No quiero decir con esto que yo esté en contra del estudio de lo “concreto”: al contrario, soy  muy consciente de la necesidad de análisis concretos, aunque sólo sea porque en mi propio libro (de propósito y objeto algo distintos) he prestado una atención relativamente escasa a este aspecto de la cuestión. Quiero decir, simplemente, que una premisa de toda aproximación científica a lo “concreto” es la explicitación de los principios epistemológicos de los que se va a partir. Pues bien, es importante señalar que Miliband no habla en ningún momento de la teoría marxista del Estado como tal, aunque esta teoría está constantemente implícita en su obra. La considera como un elemento ya “dado” a cuya luz se puede replicar a las ideologías burguesas mediante el examen de los hechos. Estos firmemente convencido de que Miliband se equivoca en este punto, porque la carencia de una presentación explícita de los principios para la exposición de un discurso científico nunca es inocua, y menos todavía en un dominio como el de la teoría del Estado en el que, como hemos visto, todavía no se ha constituido una teoría marxista. En efecto, se tiene la impresión de que esta carencia conduce a menudo a Miliband a atacar las ideologías burguesas del Estado colocándose en su propio terreno. En vez de desplazar el terreno epistemológico y de someter estas ideologías a la crítica de la ciencia marxista demostrando su falta de adecuación a la realidad (como hace Marx, especialmente en Teorías de la plusvalía), Miliband parece omitir este primer paso. Ahora bien, los análisis de epistemología moderna demuestran que es imposible oponer simplemente los “hechos concretos” a los conceptos paralelos situados en una problemática diferente. Pues las viejas nociones sólo pueden confrontarse con la “realidad concreta” mediante estos nuevos conceptos.

Veamos un ejemplo sencillo. Al atacar la noción tan extendida de las “élites plurales”, cuya función ideológica es negar la existencia de una clase dominante, Miliband dice, con el apoyo de los “hechos”, que la pluralidad de las élites no excluye la existencia de una clase dominante porque son estas élites, precisamente, las que constituyen dicha clase;3 es una respuesta muy próxima a la de Bottomore. Ahora bien, yo creo que replicar al adversario de esta manera equivale a situarse en su terreno y a correr el riesgo de hundirse en el pantano de su imaginación ideológica, sin poder dar ninguna explicación científica de los “hechos”. Lo que Miliband deja de lado es la necesaria crítica preliminar de la noción ideológica de élite a la luz de los conceptos científicos de la teoría marxista. De haber realizado esta crítica se habría puesto de manifiesto que la “realidad concreta” ocultada por la noción de “élites plurales” −la clase dominante, las fracciones de esta clase, la clase hegemónica, la clase gobernante, el aparato de Estado− sólo se pueden captar si se rechaza la noción misma de élite. Porque los conceptos y las nociones no son nunca inocentes y al emplear las nociones del adversario para replicarle se las legitima y se permite su persistencia. Toda noción, todo concepto sólo tiene sentido dentro de la problemática teórica global que lo funda; arrancado de esta problemática e importado “acríticamente” al marxismo tiene efectos absolutamente incontrolables. Siempre aparece en la superficie por donde menos se le espera y amenaza constantemente con oscurecer las líneas del análisis científico. En el caso más extremo, puede uno ser contaminado inconsciente y subrepticiamente por los principios epistemológicos del adversario, es decir, por la problemática que funda los conceptos que no se han criticado teóricamente, creyendo que los hechos los refutan por sí solos. Esto es más serio, pues ya no se trata de un problema de simples nociones externas “importadas” al marxismo, sino de principios que pueden viciar el uso de los propios conceptos marxistas.

¿Es éste el caso del libro de Miliband? No creo que las consecuencias de su procedimiento hayan ido tan lejos. Pero a mi parecer es indudable que Miliband se deja a veces influir indebidamente por los principios metodológicos del adversario. ¿Cómo se manifiesta esto? Diré, brevemente, que se percibe en las dificultades con que choca Miliband para comprender las clases sociales y el Estado como estructuras objetivas, y sus relaciones como un sistema objetivo de conexiones regulares, como una estructura y un sistema cuyos agentes, los “hombres”, son, en las palabras de Marx, sus “portadores” (träger). Miliband da constantemente la impresión de que para él las clases sociales o los “grupos” son reductibles, de alguna manera, a relaciones interpersonales, que el Estado es reductible a las relaciones interpersonales de los miembros de los diversos “grupos” que constituyen el aparato del Estado y, finalmente, que la relación entre las clases sociales y el Estado es reductible a las relaciones interpersonales de los “individuos” que componen los grupos sociales y los “individuos” que componen el aparato del Estado.

En otro artículo publicado en la “New Left Review” ya indiqué que esta concepción me parece derivada de una problemática del sujeto que ha tenido constantes repercusiones en la historia del pensamiento marxista.4 Según esta problemática, los agentes de una formación social, los “hombres”, no son considerados como los “portadores” de instancias objetivas (como los considera Marx), sino como el principio genético de los niveles del todo social. Es una problemática de actores sociales, de individuos como origen de la acción social; de este modo, la investigación sociológica conduce finalmente no al estudio de las coordenadas objetivas que determinan la distribución de los agentes en clases sociales y las contradicciones entre estas clases, sino a la búsqueda de explicaciones finalistas basadas en las motivaciones de la conducta de los actores individuales. Éste es, notoriamente, uno de los aspectos de la problemática de Max Weber y del funcionalismo contemporáneo. Transponer esta problemática del sujeto al marxismo es, en definitiva, admitir los principios epistemológicos del adversario, con el consiguiente riesgo de viciar los análisis propios.

Veamos ahora algunos de los temas concretos del libro de Miliband a la luz de estas consideraciones preliminares.

>> Texto completo | PDF: 13 pp.


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