Francisco Erice
Sebares | El
artículo analiza en términos comparativos la obra de los dos más conocidos
historiadores marxistas británicos, Eric J. Hobsbawm y Edward P. Thompson.
Partiendo de su postura respectiva ante los grandes dilemas y algunos problemas
centrales de la interpretación histórica (determinación estructural-human agency, historia desde abajo-historia desde
arriba, papel de las clases o la cultura), el trabajo reflexiona sobre su
distinta apropiación del marxismo en general y de la influencia de Gramsci en
particular. También se adentra en sus discrepancias en torno a la implantación
política de la Historia, desde el realismo radical que se auto-atribuye
Hobsbawm al utopismo romántico que se
ha achacado a Thompson. Admitiendo la pertinencia relativa de estas polarizaciones,
reflejo de viejas disyuntivas dentro del campo del marxismo, se hacen notar,
asimismo, las posiciones comunes de ambos autores o aquellas que suavizan y
matizan en la práctica sus diferencias, tanto en la dimensión historiográfica
como en la política.
Es bastante habitual, cuando se analiza la obra de los
historiadores marxistas británicos, caracterizarlos de modo genérico como ramas
de un mismo tronco o brotes alimentados de una savia común (la del tantas veces
citado Grupo de Historiadores del Partido Comunista británico), compartiendo
concepciones historiográficas básicas y estilo de trabajo. Dentro de este
colectivo, la popularidad y la innegable capacidad de seducción de Edward P.
Thompson le otorgan, sin duda, particulares credenciales para fungir como
figura representativa del conjunto, capaz de llevar a sus más acabadas
expresiones las concepciones propias del mismo.
Sin negar la parte de verdad que esta imagen contiene, mi
intención es, sin embargo, ensayar un acercamiento parcial a la obra de
Thompson, subrayando sus singularidades mediante su cotejo con la de otro
conocido historiador marxista británico, Eric J. Hobsbawm. Este juego de
semejanzas y diferencias no debe ser entendido como un intento de establecer
innecesarios rankings de excelencia,
órdenes de prelación y triviales preferencias personales.
De lo que trataré es de profundizar, a través de este
ejercicio comparativo, en las discrepancias significativas presentes en sus
respectivas estrategias de apropiación del marxismo, así como en las
concepciones eventualmente divergentes que puedan mantener sobre la
implantación política de la Historia. Ambas cuestiones deben resultarnos útiles
para calibrar su relevancia en los debates historiográficos recientes y, más
allá de ellos, su proyección en las controversias en torno a los proyectos
emancipadores de nuestro tiempo.
Planteado de otro modo, lo que me interesa es enlazar, en
los términos en los que lo formulara hace ya tiempo Josep Fontana, la
genealogía del presente, la economía política y el proyecto social que se
derivan de la obra de ambos autores (Fontana, 1982). Vaya por delante,
anticipándome a posibles acusaciones de funcionalismo vulgar, reduccionismo o
idealismo moralizante con que un crítico del historiador catalán calificó
incisivamente este esquema analítico, que no pretendo agotar con esta
aproximación las múltiples y ricas expresiones de los dos autores británicos;
pero debe quedar claro asimismo que no comparto, con el citado crítico, la idea
de que el conocimiento de las raíces históricas de una sociedad resulta
irrelevante para comprender su presente y apenas “nos dice nada” acerca de su futuro (Juliá, 1984).
Es indudable que la tradición histórica marxista británica,
sin ser monolítica, incorpora muchos elementos comunes a sus principales
integrantes; de ahí que se hayan cuestionado intentos como el de Bryan Palmer
de presentar a Thompson como una figura aislada y solitaria (Kaye, 1995). Por
ello, para comparar los puntos de vista de Thompson y Hobsbawm, comenzaremos
utilizando caracterizaciones de claro sesgo dicotómico que nos ayuden a dibujar
mejor los perfiles respectivos de cada uno, pero que luego deben ser
reconducidas hacia oposiciones más suaves y matizadas. No debemos olvidar que
especialmente la estrategia centrifugadora que Thompson aplica con respecto a
elementos considerados centrales del núcleo del marxismo histórico, acentuada
por su conocido talante polémico, genera polarizaciones aparentes que
contrastan con otras fuerzas centrípetas (más en la práctica historiográfica
que en sus incursiones teóricas) que lo mantienen unido a dicha tradición.
Semejanzas y diferencias se combinan, en primer lugar, en
las trayectorias intelectuales, profesionales y políticas de ambos. Hobsbawm
(1917-2012) llegó a alcanzar una edad más avanzada que Thompson (1924-1993),
pero ambos compartían una relativa afinidad generacional. Los dos vivieron con
intensidad los años turbulentos del antifascismo y militaron en las filas del
Partido Comunista. Tanto Edward como Eric –más activamente el segundo que el
primero- formaron parte del ya citado Grupo de Historiadores y coincidieron en
la reacción crítica contra los acontecimientos del mundo soviético en 1956,
aunque con desenlaces político-personales distintos: separación de Thompson del
partido y permanencia dentro del mismo en el caso de Hobsbawm. A partir de
entonces, sus trayectorias divergen de manera palpable. Hobsbawm desarrolla una
carrera universitaria de extenso reconocimiento y se mantiene ligado al PCGB
hasta su desaparición, aunque sin protagonismo político de primer plano y
participando eventualmente en otras actividades con el Partido Comunista
Italiano o, en los años ochenta, interviniendo circunstancialmente en las polémicas
internas del Laborismo británico; hasta el final de su vida actuó como
historiador ampliamente leído en todo el mundo y como intelectual de izquierdas
independiente. Thompson, sin anclajes académicos sólidos e incluso
voluntariamente alejado de los mismos, desplegó una labor como historiador más
discontinua y un activismo político mucho más intenso, intentando primero
articular una Nueva Izquierda en el
país, actuando luego como publicista en defensa de los derechos civiles y las
libertades democráticas y, finalmente, ejerciendo de líder y agitador de masas
del potente movimiento pacifista de los años setenta-ochenta.
Es evidente que, más allá de las discrepancias, ambos
comparten una explícita e inequívoca concepción política de la implantación de
la Historia. El impulso fundamental del Grupo de Historiadores procedía
precisamente “de la política, de un
poderoso sentido de la pedagogía de la historia y de una identificación más
general con los valores democráticos y la historia popular” (Eley, 2008:
31-60). En el caso de Thompson, se ha destacado la estrecha relación entre su
condición de comunista disidente y sus estudios sobre el pasado; al decir de
Perry Anderson, su obra histórica es “la
más abiertamente política de toda su generación”, y sus estudios combinan “la intervención militante en el presente” con “una recuperación profesional del pasado”
(Palmer, 1981; Anderson, 1985: 1-2). Otro tanto podría decirse de Hobsbawm, que
lo refleja así con sus propias palabras: “los
historiadores del trabajo, y especialmente los marxistas, naturalmente son
conscientes de que sus análisis tiene implicaciones políticas” (Hobsbawm,
1993: 7).
Tanto uno como otro han publicado libros (o textos más
cortos) netamente históricos pero de indudable inspiración política, como The Making of the Working Class o la
biografía de William Morris en el caso de Thompson, o Primitive Rebels y muchos estudios sobre la historia obrera en el
de Hobsbawm; y otros de intervención política directa en los que se trasluce su
formación de historiadores, como Writing
by candlelight o los dedicados a las campañas pacifistas el primero de
ellos, o Política para una izquierda
racional, Guerra y paz en el siglo
XXI y algunos más el segundo. Ambos pueden ser catalogados como exponentes
de un marxismo abierto no talmudista y se identifican con la plena adhesión a
las exigencias del trabajo empírico. Thompson lo ha resaltado una y otra vez,
por ejemplo en su ensayo Miseria de la
teoría, cuando confronta las visiones estáticas y antihistóricas con las de
“aquel formidable ejercitante del materialismo histórico que fue Marc Bloch”,
capaz de “asumir con firme confianza el
carácter objetivo y determinante de sus materiales de trabajo” (Thompson,
1981: 38-39). Hobsbawm también lo ha expresado de forma reiterada; por ejemplo
cuando, tomando asimismo como referente al “maravilloso” Marc Bloch, nos
recuerda que “los historiadores tienen
que imaginar pero no deben inventar”, han de guiarse por los hechos, y aunque
tengan sus propios sentimientos, éstos “no deben interferir con las pruebas”
(Costa, 2007).
http://revistas.um.es/ |