29/12/13

Thompson y Hobsbawm frente a los dilemas del marxismo historiográfico: concepción de la historia, estrategia teórica y propuesta política

Francisco Erice Sebares  |   El artículo analiza en términos comparativos la obra de los dos más conocidos historiadores marxistas británicos, Eric J. Hobsbawm y Edward P. Thompson. Partiendo de su postura respectiva ante los grandes dilemas y algunos problemas centrales de la interpretación histórica (determinación estructural-human agency, historia desde abajo-historia desde arriba, papel de las clases o la cultura), el trabajo reflexiona sobre su distinta apropiación del marxismo en general y de la influencia de Gramsci en particular. También se adentra en sus discrepancias en torno a la implantación política de la Historia, desde el realismo radical que se auto-atribuye Hobsbawm al utopismo romántico que se ha achacado a Thompson. Admitiendo la pertinencia relativa de estas polarizaciones, reflejo de viejas disyuntivas dentro del campo del marxismo, se hacen notar, asimismo, las posiciones comunes de ambos autores o aquellas que suavizan y matizan en la práctica sus diferencias, tanto en la dimensión historiográfica como en la política.

 La pertinencia de un análisis comparado

Es bastante habitual, cuando se analiza la obra de los historiadores marxistas británicos, caracterizarlos de modo genérico como ramas de un mismo tronco o brotes alimentados de una savia común (la del tantas veces citado Grupo de Historiadores del Partido Comunista británico), compartiendo concepciones historiográficas básicas y estilo de trabajo. Dentro de este colectivo, la popularidad y la innegable capacidad de seducción de Edward P. Thompson le otorgan, sin duda, particulares credenciales para fungir como figura representativa del conjunto, capaz de llevar a sus más acabadas expresiones las concepciones propias del mismo.

Sin negar la parte de verdad que esta imagen contiene, mi intención es, sin embargo, ensayar un acercamiento parcial a la obra de Thompson, subrayando sus singularidades mediante su cotejo con la de otro conocido historiador marxista británico, Eric J. Hobsbawm. Este juego de semejanzas y diferencias no debe ser entendido como un intento de establecer innecesarios rankings de excelencia, órdenes de prelación y triviales preferencias personales.

De lo que trataré es de profundizar, a través de este ejercicio comparativo, en las discrepancias significativas presentes en sus respectivas estrategias de apropiación del marxismo, así como en las concepciones eventualmente divergentes que puedan mantener sobre la implantación política de la Historia. Ambas cuestiones deben resultarnos útiles para calibrar su relevancia en los debates historiográficos recientes y, más allá de ellos, su proyección en las controversias en torno a los proyectos emancipadores de nuestro tiempo.

Planteado de otro modo, lo que me interesa es enlazar, en los términos en los que lo formulara hace ya tiempo Josep Fontana, la genealogía del presente, la economía política y el proyecto social que se derivan de la obra de ambos autores (Fontana, 1982). Vaya por delante, anticipándome a posibles acusaciones de funcionalismo vulgar, reduccionismo o idealismo moralizante con que un crítico del historiador catalán calificó incisivamente este esquema analítico, que no pretendo agotar con esta aproximación las múltiples y ricas expresiones de los dos autores británicos; pero debe quedar claro asimismo que no comparto, con el citado crítico, la idea de que el conocimiento de las raíces históricas de una sociedad resulta irrelevante para comprender su presente y apenas “nos dice nada” acerca de su futuro (Juliá, 1984).

Es indudable que la tradición histórica marxista británica, sin ser monolítica, incorpora muchos elementos comunes a sus principales integrantes; de ahí que se hayan cuestionado intentos como el de Bryan Palmer de presentar a Thompson como una figura aislada y solitaria (Kaye, 1995). Por ello, para comparar los puntos de vista de Thompson y Hobsbawm, comenzaremos utilizando caracterizaciones de claro sesgo dicotómico que nos ayuden a dibujar mejor los perfiles respectivos de cada uno, pero que luego deben ser reconducidas hacia oposiciones más suaves y matizadas. No debemos olvidar que especialmente la estrategia centrifugadora que Thompson aplica con respecto a elementos considerados centrales del núcleo del marxismo histórico, acentuada por su conocido talante polémico, genera polarizaciones aparentes que contrastan con otras fuerzas centrípetas (más en la práctica historiográfica que en sus incursiones teóricas) que lo mantienen unido a dicha tradición.

Semejanzas y diferencias se combinan, en primer lugar, en las trayectorias intelectuales, profesionales y políticas de ambos. Hobsbawm (1917-2012) llegó a alcanzar una edad más avanzada que Thompson (1924-1993), pero ambos compartían una relativa afinidad generacional. Los dos vivieron con intensidad los años turbulentos del antifascismo y militaron en las filas del Partido Comunista. Tanto Edward como Eric –más activamente el segundo que el primero- formaron parte del ya citado Grupo de Historiadores y coincidieron en la reacción crítica contra los acontecimientos del mundo soviético en 1956, aunque con desenlaces político-personales distintos: separación de Thompson del partido y permanencia dentro del mismo en el caso de Hobsbawm. A partir de entonces, sus trayectorias divergen de manera palpable. Hobsbawm desarrolla una carrera universitaria de extenso reconocimiento y se mantiene ligado al PCGB hasta su desaparición, aunque sin protagonismo político de primer plano y participando eventualmente en otras actividades con el Partido Comunista Italiano o, en los años ochenta, interviniendo circunstancialmente en las polémicas internas del Laborismo británico; hasta el final de su vida actuó como historiador ampliamente leído en todo el mundo y como intelectual de izquierdas independiente. Thompson, sin anclajes académicos sólidos e incluso voluntariamente alejado de los mismos, desplegó una labor como historiador más discontinua y un activismo político mucho más intenso, intentando primero articular una Nueva Izquierda en el país, actuando luego como publicista en defensa de los derechos civiles y las libertades democráticas y, finalmente, ejerciendo de líder y agitador de masas del potente movimiento pacifista de los años setenta-ochenta.

Es evidente que, más allá de las discrepancias, ambos comparten una explícita e inequívoca concepción política de la implantación de la Historia. El impulso fundamental del Grupo de Historiadores procedía precisamente “de la política, de un poderoso sentido de la pedagogía de la historia y de una identificación más general con los valores democráticos y la historia popular” (Eley, 2008: 31-60). En el caso de Thompson, se ha destacado la estrecha relación entre su condición de comunista disidente y sus estudios sobre el pasado; al decir de Perry Anderson, su obra histórica es “la más abiertamente política de toda su generación”, y sus estudios combinan “la intervención militante en el presente” con “una recuperación profesional del pasado” (Palmer, 1981; Anderson, 1985: 1-2). Otro tanto podría decirse de Hobsbawm, que lo refleja así con sus propias palabras: “los historiadores del trabajo, y especialmente los marxistas, naturalmente son conscientes de que sus análisis tiene implicaciones políticas” (Hobsbawm, 1993: 7).

Tanto uno como otro han publicado libros (o textos más cortos) netamente históricos pero de indudable inspiración política, como The Making of the Working Class o la biografía de William Morris en el caso de Thompson, o Primitive Rebels y muchos estudios sobre la historia obrera en el de Hobsbawm; y otros de intervención política directa en los que se trasluce su formación de historiadores, como Writing by candlelight o los dedicados a las campañas pacifistas el primero de ellos, o Política para una izquierda racional, Guerra y paz en el siglo XXI y algunos más el segundo. Ambos pueden ser catalogados como exponentes de un marxismo abierto no talmudista y se identifican con la plena adhesión a las exigencias del trabajo empírico. Thompson lo ha resaltado una y otra vez, por ejemplo en su ensayo Miseria de la teoría, cuando confronta las visiones estáticas y antihistóricas con las de “aquel formidable ejercitante del materialismo histórico que fue Marc Bloch”, capaz de “asumir con firme confianza el carácter objetivo y determinante de sus materiales de trabajo” (Thompson, 1981: 38-39). Hobsbawm también lo ha expresado de forma reiterada; por ejemplo cuando, tomando asimismo como referente al “maravilloso” Marc Bloch, nos recuerda que “los historiadores tienen que imaginar pero no deben inventar”, han de guiarse por los hechos, y aunque tengan sus propios sentimientos, éstos “no deben interferir con las pruebas” (Costa, 2007).


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