29/12/13

La mirada antropológica de E.P. Thompson

María Gómez Garrido  |   Las aportaciones de Edward Palmer Thompson a la historia social y la teoría política son tan numerosas como las corrientes que combatió, apoyándose siempre en un minucioso trabajo de investigación. En este texto me propongo rescatar su mirada antropológica. De ella destaca la prioridad concedida a la experiencia de los sujetos históricos, tal y como ellos mismos la vivieron y expresaron. Thompson comparte con Dilthey y la antropología interpretativa y de la experiencia una conceptualización de ésta como suceso vivido que adquiere significado al ser interpretado a través de unos marcos culturales comunes. Es así que Thompson rescata tradiciones populares que remiten a nociones de justicia, pero también memorias colectivas desde la que se interpretaron las vidas cambiantes de aquellos grupos que, en los albores de la industrialización, se fueron constituyendo en un nuevo sujeto colectivo – la clase obrera. Experiencia supone además la inclusión de los deseos y sentimientos, no sólo los pensamientos. No es posible concebir la configuración del “interés” de la clase obrera sin comprender antes sus sentimientos de agravio frente a otras clases. Finalmente, la mirada antropológica de Thompson pone acento en la idea de proceso. Sus densas descripciones irritaron a sociólogos como Bendix. Su forma narrativa, sin embargo, nos ayuda a comprender la complejidad de cualquier acontecimiento histórico, al tiempo que arroja luz
sobre problemas teóricos tan difíciles como la constitución de un nuevo sujeto colectivo. Probablemente pudo emprender esta complicada tarea porque, más allá de las disquisiciones académicas, le movía una profunda pasión y respeto hacia los protagonistas de su estudio.

Introducción
“Éste es, en lo que alcanzo a conocer, el trabajo más extenso de lo que se sabe sobre la vida y los movimientos sociales de las clases bajas inglesas en el período señalado. (…) Pero con todos los respetos debidos a los esfuerzos infatigables del autor, el lector puede al final quejarse de la falta de guía. Muchas partes concretas de este estudio son excelentes, pero no hay suficiente coherencia en el conjunto. Pese a todos los riesgos que implica la conceptualización abstracta, sin ella la historia es imposible de abarcar – y resulta muy larga” (Bendix 1965: 606).
Con este final despachaba Richard Bendix en la American Sociological Review su breve reseña de la obra de Thompson The Making of the English Working Class. Bendix concedía que el extenso trabajo tenía algunas virtudes: “los científicos sociales interesados en el periodo se beneficiarán enormemente del completo y razonado estudio de temas como los motines luditas, o la influencia de Cobbett, Carlile o Owen en la cultura obrera, las leyes Anti-Combination y muchos, muchos otros”. Resultaba imposible no reconocer el monumental trabajo de Thompson, pero para alguien autodenominado “científico social”, La formación de la clase obrera en Inglaterra carecía de los requisitos de cientificidad: un duro aparato conceptual y teórico desde el que examinar la evidencia empírica. Aquello que fue, en definitiva, la propuesta del programa anglosajón que inició la llamada sociología histórica, cuyos principales impulsores, además del propio Bendix como referente, han sido Charles Tilly y Theda Skocpol.

Retomar las páginas del libro de Thompson cincuenta años después puede llevar a una queja parecida al lector, sea éste investigador o no: demasiado largo. En un tiempo en el que triunfa un servicio de comunicación que nos limita la expresión a 140 caracteres, o los pechakucha, con sus 6 minutos, ¿qué cabida tiene la lectura de un libro de casi 900 páginas? Tampoco parece que tenga mucho lugar en un mundo académico presionado por la publicación de impacto como índice de calidad, donde se ha de engullir en un tiempo récord resumen y conclusiones de los últimos artículos (también de impacto) sobre una determinada temática, e ingeniárselas (citando a la revista donde una quiere publicar, presentando una perspectiva que resulte novedosa, pero dentro de la moda) para vomitar uno o varios textos que seduzcan en este peculiar mercado configurado en los últimos años.

No, no son tiempos para un libro como el de Thompson. Y, sin embargo, cuánto podemos aprender hoy de este largo trabajo, escrito con otros ritmos, innovador de verdad porque está alentado por la pasión y no por la moda, ni por las ansias de tener un renglón más en el currículum. Es mucho lo que nos puede decir hoy a las y los historiadores, también a sociólogas y sociólogos; pero además, nos interpela a las ciudadanas europeas de estas décadas del siglo XXI, en las que cualquier atisbo de movimiento social que reconstruya lo colectivo desde principios solidarios es sofocado y reprimido. Qué alivio leer esas páginas en las que Thompson recuerda que, durante los años más duros de la represión anti-jacobina, florecieron, aunque fuera subterráneamente, toda suerte de asociaciones y grupos políticos. Poco a poco, irían confluyendo las energías de trabajadores manuales, artesanos, o mineros, acompañados de lecturas clave, pero también de una fe entusiasta y crítica, para construir – aún sin saberlo – algo nuevo. No fue tal el fracaso que muchos sentían con desaliento mientras se acercaba el nuevo siglo; se fueron sembrando las semillas de los proyectos solidarios y emancipadores que constituirían la clase obrera británica de las siguientes décadas.

En este artículo me propongo rescatar la mirada antropológica de Edward Palmer Thompson. De ella destaca la prioridad concedida a la experiencia de los sujetos históricos, tal y como ellos mismos la vivieron y expresaron. Desde un enfoque diltheyano, pero movido por un posicionamiento político, Thompson trata de rescatar de la “enorme prepotencia de la posteridad al pobre tejedor de medias, al tundidor ludita, al ‘obsoleto’ tejedor en telar manual, al artesano ‘utópico’ e incluso al iluso seguidor de Joanna Southcott” (2012: 30).1 La prepotencia venía del lado de quienes desde el presente podían juzgar a aquellos del pasado, sin haber compartido sus vidas. Desde la historia económica, con unos modelos estadísticos de medición del “progreso”, a la propia historia marxista ortodoxa, con unos esquemas dogmáticos sobre quiénes y cómo debían ser los sujetos protagonistas de la historia. Frente a ellos, Thompson da voz a esas otras visiones del mundo, así como los deseos y los sentimientos, de quienes vivieron aquel tiempo y, desde su taller, o su templo, contribuyeron al acervo que acabaría constituyendo la clase obrera. Todo ello en el marco de un proceso largo en el que los participantes hablan desde su presente, sin saber cuál será su devenir, y en el que el historiador hace de esa experiencia historia en su narración.

Hay mucha más teoría de la que Bendix fue capaz de reconocer en el texto de Thompson. Pero también hay un claro respeto por su objeto de estudio: de la misma manera que el antropólogo se introduce en las visiones del mundo de los pueblos que estudia, Thompson se mete en la piel de los de abajo, cuidando incluso a aquellos que ni el propio Marx respetó. Su noción de experiencia fue duramente criticada por vaguedad, así como por su subjetivismo (Anderson, 1985; Sewell, 1994). Desarrollada de una manera más intuitiva que otros trabajos sobre este concepto, como los posteriores del antropólogo Turner, la noción thompsoniana de experiencia lo vincula a toda una generación de historiadores que trataron de ampliar, en palabras de Ginzburg, la imaginación moral del historiador (Díaz Perera, 2004), o acercarse a las variedades de la experiencia humana (Davis, 1981).

Este artículo se centra en tres elementos que me parecen clave para comprender las conexiones del trabajo de Thompson con la antropología, y con una historia interpretativa que hunde sus raíces en Dilthey: en primer lugar, la interrogación sobre el sujeto de enunciación que conduce todo su libro; en segundo lugar, el papel de las tradiciones populares y la memoria colectiva como marco interpretativo de la experiencia; por último, el rescate de las pasiones como cualidades moldeadas social y culturalmente, que sirven, a su vez, de motor para la acción política.

La mirada antropológica de Thompson no es la de la antropología estructuralista, ni la de la antropología funcionalista: tiene conexiones con la antropología interpretativa geertziana. Por otra parte, su insistencia en rescatar la experiencia de aquellos que estudia lo conecta con la llamada antropología de la experiencia (Turner y Bruner 1986), pero no porque trabaje de manera sistemática cuestiones como las situaciones liminales, desarrolladas por su principal exponente, sino porque, en ese interés por la articulación de la experiencia vivida, entronca con la perspectiva humanista diltheyana que une también a estos últimos. Es diferente a todos ellos, sin embargo, porque su mirada está relacionada a su vez con su propia experiencia política de militancia en el Partido Comunista británico y su participación en el grupo de historiadores marxistas. Ello hace que le preocupen cuestiones específicas, como el sufrimiento o la explotación de determinados grupos sociales, que no son compartidas por estos antropólogos citados. Al mismo tiempo, marcado precisamente por esa experiencia política, desarrollará un enfoque cercano al de los antropólogos que lo posiciona claramente frente al estructuralismo y a cierta ortodoxia mal entendida.

Centraré mi texto en La formación de la clase obrera en Inglaterra, obra a la que homenajeamos por su aniversario en este monográfico, y que ha sido citada como paradigma de una nueva historia que tendía puentes con la antropología (Geertz 1990: 324). Mencionaré no obstante también otras obras de Thompson en la medida en que clarifiquen las líneas generales de mi argumentación.


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