María Gómez
Garrido | Las aportaciones de Edward Palmer Thompson a
la historia social y la teoría política son tan numerosas como las corrientes
que combatió, apoyándose siempre en un minucioso trabajo de investigación. En
este texto me propongo rescatar su mirada antropológica. De ella destaca la
prioridad concedida a la experiencia de los sujetos históricos, tal y como
ellos mismos la vivieron y expresaron. Thompson comparte con Dilthey y la
antropología interpretativa y de la experiencia una conceptualización de ésta
como suceso vivido que adquiere significado al ser interpretado a través de
unos marcos culturales comunes. Es así que Thompson rescata tradiciones
populares que remiten a nociones de justicia, pero también memorias colectivas
desde la que se interpretaron las vidas cambiantes de aquellos grupos que, en
los albores de la industrialización, se fueron constituyendo en un nuevo sujeto
colectivo – la clase obrera. Experiencia supone además la inclusión de los
deseos y sentimientos, no sólo los pensamientos. No es posible concebir la
configuración del “interés” de la clase obrera sin comprender antes sus
sentimientos de agravio frente a otras clases. Finalmente, la mirada
antropológica de Thompson pone acento en la idea de proceso. Sus densas
descripciones irritaron a sociólogos como Bendix. Su forma narrativa, sin
embargo, nos ayuda a comprender la complejidad de cualquier acontecimiento
histórico, al tiempo que arroja luz
sobre problemas teóricos tan difíciles como
la constitución de un nuevo sujeto colectivo. Probablemente pudo emprender esta
complicada tarea porque, más allá de las disquisiciones académicas, le movía
una profunda pasión y respeto hacia los protagonistas de su estudio.
Introducción
“Éste es, en lo que alcanzo a conocer, el trabajo más extenso de lo que se sabe sobre la vida y los movimientos sociales de las clases bajas inglesas en el período señalado. (…) Pero con todos los respetos debidos a los esfuerzos infatigables del autor, el lector puede al final quejarse de la falta de guía. Muchas partes concretas de este estudio son excelentes, pero no hay suficiente coherencia en el conjunto. Pese a todos los riesgos que implica la conceptualización abstracta, sin ella la historia es imposible de abarcar – y resulta muy larga” (Bendix 1965: 606).
Con este final despachaba Richard Bendix en la American Sociological Review su breve
reseña de la obra de Thompson The Making
of the English Working Class. Bendix concedía que el extenso trabajo tenía
algunas virtudes: “los científicos
sociales interesados en el periodo se beneficiarán enormemente del completo y
razonado estudio de temas como los motines luditas, o la influencia de Cobbett,
Carlile o Owen en la cultura obrera, las leyes Anti-Combination y muchos,
muchos otros”. Resultaba imposible no reconocer el monumental trabajo de
Thompson, pero para alguien autodenominado “científico social”, La formación de la clase obrera en
Inglaterra carecía de los requisitos de cientificidad: un duro aparato
conceptual y teórico desde el que examinar la evidencia empírica. Aquello que
fue, en definitiva, la propuesta del programa anglosajón que inició la llamada
sociología histórica, cuyos principales impulsores, además del propio Bendix
como referente, han sido Charles Tilly y Theda Skocpol.
Retomar las páginas del libro de Thompson cincuenta años
después puede llevar a una queja parecida al lector, sea éste investigador o
no: demasiado largo. En un tiempo en el que triunfa un servicio de comunicación
que nos limita la expresión a 140 caracteres, o los pechakucha, con sus 6 minutos, ¿qué cabida tiene la lectura de un
libro de casi 900 páginas? Tampoco parece que tenga mucho lugar en un mundo
académico presionado por la publicación de impacto como índice de calidad,
donde se ha de engullir en un tiempo récord resumen y conclusiones de los
últimos artículos (también de impacto) sobre una determinada temática, e
ingeniárselas (citando a la revista donde una quiere publicar, presentando una
perspectiva que resulte novedosa, pero dentro de la moda) para vomitar uno o
varios textos que seduzcan en este peculiar mercado configurado en los últimos
años.
No, no son tiempos para un libro como el de Thompson. Y, sin
embargo, cuánto podemos aprender hoy de este largo trabajo, escrito con otros
ritmos, innovador de verdad porque está alentado por la pasión y no por la
moda, ni por las ansias de tener un renglón más en el currículum. Es mucho lo
que nos puede decir hoy a las y los historiadores, también a sociólogas y
sociólogos; pero además, nos interpela a las ciudadanas europeas de estas
décadas del siglo XXI, en las que cualquier atisbo de movimiento social que
reconstruya lo colectivo desde principios solidarios es sofocado y reprimido.
Qué alivio leer esas páginas en las que Thompson recuerda que, durante los años
más duros de la represión anti-jacobina, florecieron, aunque fuera
subterráneamente, toda suerte de asociaciones y grupos políticos. Poco a poco,
irían confluyendo las energías de trabajadores manuales, artesanos, o mineros,
acompañados de lecturas clave, pero también de una fe entusiasta y crítica,
para construir – aún sin saberlo – algo nuevo. No fue tal el fracaso que muchos
sentían con desaliento mientras se acercaba el nuevo siglo; se fueron sembrando
las semillas de los proyectos solidarios y emancipadores que constituirían la
clase obrera británica de las siguientes décadas.
En este artículo me propongo rescatar la mirada
antropológica de Edward Palmer Thompson. De ella destaca la prioridad concedida
a la experiencia de los sujetos históricos, tal y como ellos mismos la vivieron
y expresaron. Desde un enfoque diltheyano, pero movido por un posicionamiento
político, Thompson trata de rescatar de la “enorme
prepotencia de la posteridad al pobre tejedor de medias, al tundidor ludita, al
‘obsoleto’ tejedor en telar manual, al artesano ‘utópico’ e incluso al iluso
seguidor de Joanna Southcott” (2012: 30).1 La prepotencia venía del lado de
quienes desde el presente podían juzgar a aquellos del pasado, sin haber
compartido sus vidas. Desde la historia económica, con unos modelos
estadísticos de medición del “progreso”, a la propia historia marxista
ortodoxa, con unos esquemas dogmáticos sobre quiénes y cómo debían ser los
sujetos protagonistas de la historia. Frente a ellos, Thompson da voz a esas
otras visiones del mundo, así como los deseos y los sentimientos, de quienes
vivieron aquel tiempo y, desde su taller, o su templo, contribuyeron al acervo
que acabaría constituyendo la clase obrera. Todo ello en el marco de un proceso
largo en el que los participantes hablan desde su presente, sin saber cuál será
su devenir, y en el que el historiador hace de esa experiencia historia en su
narración.
Hay mucha más teoría de la que Bendix fue capaz de reconocer
en el texto de Thompson. Pero también hay un claro respeto por su objeto de estudio:
de la misma manera que el antropólogo se introduce en las visiones del mundo de
los pueblos que estudia, Thompson se mete en la piel de los de abajo, cuidando incluso a aquellos que ni el propio Marx
respetó. Su noción de experiencia fue duramente criticada por vaguedad, así
como por su subjetivismo (Anderson, 1985; Sewell, 1994). Desarrollada de una
manera más intuitiva que otros trabajos sobre este concepto, como los
posteriores del antropólogo Turner, la noción thompsoniana de experiencia lo vincula
a toda una generación de historiadores que trataron de ampliar, en palabras de
Ginzburg, la imaginación moral del historiador (Díaz Perera, 2004), o acercarse
a las variedades de la experiencia humana (Davis, 1981).
Este artículo se centra en tres elementos que me parecen
clave para comprender las conexiones del trabajo de Thompson con la
antropología, y con una historia interpretativa que hunde sus raíces en
Dilthey: en primer lugar, la interrogación sobre el sujeto de enunciación que
conduce todo su libro; en segundo lugar, el papel de las tradiciones populares
y la memoria colectiva como marco interpretativo de la experiencia; por último,
el rescate de las pasiones como cualidades moldeadas social y culturalmente,
que sirven, a su vez, de motor para la acción política.
La mirada
antropológica de Thompson no es la de la antropología estructuralista, ni
la de la antropología funcionalista: tiene conexiones con la antropología
interpretativa geertziana. Por otra
parte, su insistencia en rescatar la experiencia de aquellos que estudia lo
conecta con la llamada antropología de la experiencia (Turner y Bruner 1986),
pero no porque trabaje de manera sistemática cuestiones como las situaciones liminales, desarrolladas por
su principal exponente, sino porque, en ese interés por la articulación de la
experiencia vivida, entronca con la perspectiva humanista diltheyana que une también a estos últimos. Es diferente a todos
ellos, sin embargo, porque su mirada está relacionada a su vez con su propia
experiencia política de militancia en el Partido Comunista británico y su
participación en el grupo de historiadores marxistas. Ello hace que le
preocupen cuestiones específicas, como el sufrimiento o la explotación de
determinados grupos sociales, que no son compartidas por estos antropólogos
citados. Al mismo tiempo, marcado precisamente por esa experiencia política,
desarrollará un enfoque cercano al de los antropólogos que lo posiciona
claramente frente al estructuralismo y a cierta ortodoxia mal entendida.
Centraré mi texto en La
formación de la clase obrera en Inglaterra, obra a la que homenajeamos por
su aniversario en este monográfico, y que ha sido citada como paradigma de una
nueva historia que tendía puentes con la antropología (Geertz 1990: 324).
Mencionaré no obstante también otras obras de Thompson en la medida en que
clarifiquen las líneas generales de mi argumentación.
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