Fachada del Restaurant La Maison du Cygne en Bruselas |
José Mansilla |
Es que me lo imagino. Marx y Engels sentados en La Maison du Cigne, [Ver abajo la Nota del Editor]
en Bruselas, justo donde redactaron el Manifiesto Comunista, delante de dos
pintas de cerveza y comentando el hecho.
- Karl, la que están liando en España con la nueva Ley de
Educación – comenta Engels.
- Ya te digo, aunque bueno, se veía venir ¿eh? – contesta
Marx.
- ¡Coño! ¿Y eso?
- A ver, está más claro que el agua del Volga. ¿Te tengo que
hacer un dibujo o qué?
- Bueno, una breve explicación no me vendría mal, la verdad.
Es que siempre te piensas que todos somos como tú… ¡Que intensito que eres…!
- Bueno, vale, no te enfades. Te cuento. Yo lo veo según dos
puntos principales. El primero está basado en mi concepto de Relaciones
Sociales de Reproducción. Ya sabes que ninguna sociedad puede producir
continuamente, esto es, re-producir, sin reconvertir y transformar una parte de
sus productos en medios de producción. El ejemplo más claro de esto es la
educación. El sistema de producción capitalista necesita, para continuar con el
proceso de acumulación, introducir novedades tecnológicas, mejoras en la
productividad, además de una clase trabajadora que sea capaz de participar de
ese proceso. Esta es la
base de la educación y la formación públicas, la de
convertir a los hombres y las mujeres en herramientas básicas del sistema
productivo. Ahora bien, ¿qué pasa si, debido a una reestructuración del sistema
productivo, digamos, el paso de una producción fordista, de fábrica, a otra post-fordista, más flexible y basada
en los servicios, ya no es necesaria una mano de obra formada en determinadas
actividades y procesos? ¡Está claro! Que el sistema educativo también necesita
reestructurarse. Pero es más, ¿qué pasa si el sistema de producción
capitalista alcanza una fase donde los servicios financieros, y otros
similares, alcanzan tal grado de desarrollo que se han convertido en una de las
principales variables de producción mundial? Pues que la gente sobra, como dice
mi amiga Saskia Sassen. ¿Para qué vamos a tener a gente formada e instruida en
determinadas cuestiones, si dándole a una tecla en un ordenador de Nueva York
generamos tanta riqueza y capital como en una fábrica a las afueras de Beijing?
Es más, ¿qué pasa si la gente ya no es necesaria ni como consumidora, puesto
que no se producen bienes o servicios de consumo? ¿Lo ves ahora Friedrich?Placa conmemorativa en La Maison du Cygne para recordar a Karl Marx |
- ¡Ondia! Es verdad. Un ejemplo de eso, se me ocurre,
es la subida de tasas universitarias. ¿Para qué son necesarios universitarios si
el sistema productivo ya no los requiere? O también, la creación de itinerarios
educativos diferenciados a edades cada vez más tempranas. Así se avanza en una
dualización y diferenciación social. Una reproducción de las propias élites.
¡Joer que mal se ha entendido a Darwin!
- Ya te digo. Pero espera, que aun hay más…
- ¿Mas?
- Sí. Porque a ver, si avanzamos en este sentido, el que tú
has definido tan bien como dualizador,
estamos creando grandes diferencias sociales, un gran salto entre las clases
altas y burguesas y los trabajadores, precarios y excluidos. Hay un gran riesgo
de caer en la anomia, en el desorden, la barbarie. Una gran olla a presión.
Social, pero presión al fin y al cabo. Y esto no conviene para hacer negocios.
Hay que buscar un pegamento social, algo que, vendido todo el patrimonio
público y privatizados los servicios, sirva para mantener a la gente tranquila
en el día a día. Digamos, una ideología. Y aquí, por antiguo que parezca
volvemos a la religión y la moral conservadora. ¿No es que la Ley de Wert
vuelve a introducir la enseñanza de la religión, bajo principios
evangelizadores, en la escuela pública? ¿No es que en los servicios
informativos de los medios de comunicación públicos te recomiendan que reces
para encontrar trabajo? ¡Pues está claro! Se trata de que mediante una
nueva/vieja moral, neoconservadora y estructurante, se acepten las nuevas
condiciones, se queden todos tranquilos en casa sin protestar…
- ¡Joer lo que se aprende contigo! En eso no había caído.
- Y más cosas que no te cuento porque se me está calentando
la cerveza. Anda, pide algo para picar que tengo hambre. ¡Estos belgas es que
no te ponen ni unas aceitunitas para picar...!
Nota
del Editor
La Maison du Cigne, hoy convertida
en un gran restaurante mucho más lujoso que entonces. En el siglo XIX los cafés
eran los lugares por excelencia para la tertulia y hasta para la
conspiración. Y en aquella época, éste era un café-hostal que albergaba la
animada tertulia de un grupo de jóvenes pertenecientes a la ‘Association
Democratique’ que entre charla y charla fueron dando forma a lo que años más
tarde serían el movimiento obrero y el socialismo.
En la puerta del restaurante,
unas placas dan cuenta de estos acontecimientos. La que hace
referencia a Karl Marx no dice que aquí fue donde se leyó por
primera vez el Manifiesto Comunista o que Marx y Engels hicieran
del sitio una especie de incubadora de la revolución. Dice simplemente que
aquí fue donde Marx recibió el año nuevo de 1847 a 1948.
Marx estuvo viviendo en
Bruselas entre 1845 y 1848. Había venido con su esposa Jenny y con su hija
Laura, y aquí nacieron otros dos de sus hijos. Venía huyendo de Alemania y de
Francia de donde había sido expulsado por sus actividades revolucionarias. Para
1848 ya había llamado también aquí la atención lo suficiente por el mismo
motivo y también tuvo que irse, esta vez a Londres. El Café del Cisne
perdió un cliente y el recorrido entre la plaza y las Galerías un asiduo
paseante.