24/12/13

El estilo y las ideas del Dr. Marx | La retórica del Manifiesto Comunista revela que nunca renunció a darle un matiz emocional a sus argumentos

Karl Marx ✆ A.d.
Álvaro Rivera Larios  |  Marx fue un hombre que, entre otras cosas, dedicó su vida a la reflexión teórica y a la publicidad revolucionaria. Como publicista político se desenvolvió en dos terrenos: el periodismo y la propaganda. La necesidad económica y la militancia lo empujaron a escribir durante toda su vida. Hizo el intento juvenil de escribir poesía. El círculo romántico de los hermanos Schlegel llegó a publicarle dos poemas en 1841. Sacó adelante una tesis doctoral. Durante una época breve e intensa que lo marcaría fue redactor-jefe de un medio de prensa. Al final de su existencia dejó un considerable cúmulo de páginas y páginas de escritura involucrada en la política, el periodismo, la filosofía y “la teoría social”. A menudo olvidamos que “El manifiesto Comunista” debe también su gran eficacia comunicativa a la destreza “literaria” del Dr. Marx.

Un teórico social con vocación política o, si ustedes quieren, un político con vocación didáctica no tenía más remedio que escribir y escribir y por eso ahí están los varios volúmenes de su obra completa recordándonos algo que no por obvio debe de ser pasado por alto: Marx fue un escritor y un escritor que frecuentó varios “géneros del discurso”. Así que debía tener, por fuerza, una visión compleja de la escritura como técnica. Y no me refiero únicamente a la escritura vinculada con el pensamiento. Hay que recordar los poemas, el teatro y la novela fallida que intentó. Hablamos, por lo tanto, de un hombre familiarizado con el complejo mundo del
lenguaje.  Había que tener dominio especial de la palabra para enzarzarse en una polémica con Proudhon. En Miseria de la filosofía, Marx no se limitó a refutar fríamente al filósofo francés. Hay momentos en que sus objeciones parecen juegos y giros conceptuales que delatan un dominio lógico y al mismo tiempo lúdico del arte de la discusión.

El discurso filosófico y político de Marx, más allá de que él lo vinculase a una dialéctica histórica objetiva, tenía también una orientación dialéctica en su acepción antigua, tal como esta fue desarrollada por los griegos en el siglo V a. C. Durante toda su vida, Marx practicó el arte de la discusión. Aunque no haya sido un orador notable, ni un literato prominente, su amor por “la filosofía”, la política y las artes del lenguaje lo hermanan con Cicerón. 

Así como suele olvidarse que Marx tenía cierto dominio del lenguaje escrito, también se olvida que era un maestro de la polémica. Un pensador crítico que da el salto a la lucha en el campo de la opinión pública por fuerza ha de tener conciencia retórica. Saber pensar no basta para el intelectual que se ubica de forma consiente y activa en el centro de las encrucijadas revolucionarias. Por imperativo político tiene que saber comunicar, defender y atacar ideas. Su estilo sería un lenguaje formalmente politizado que busca también la eficacia subjetiva en los diversos escenarios de la comunicación.

No veamos la polémica, en este caso, como una esgrima verbal divorciada de las luchas sociales. El rostro polémico de Marx no puede separarse de su perfil político.

El arte del debate, por lo tanto, conjuga el dominio de los conceptos y de la música de las palabras. Los juegos y giros conceptuales de Miseria de la filosofía revelan que  Marx se entregaba a las discusiones teóricas sin separar la inteligencia de la pasión política. Y dicha pasión se revela en las maneras, en “el estilo”, que utiliza para ridiculizar filosóficamente a Proudhon.

En Miseria de la filosofía se intuye que a Marx le gustaba regodearse en las artes de la refutación. El baile filosófico que le da a su adversario escapa del campo de la cortesía académica y entra de lleno en la violencia del choque personal. Él habría dicho que no era así, pero el trato irónico que dispensa a Proudhon no era amistoso ni ciertamente caballeroso. Un enfoque racionalista y “políticamente correcto” de las polémicas las entiende como un enfrentamiento de ideas que metódicamente se pone al margen de los rostros y los intereses de quienes discuten. Marx mete su cuerpo, su rostro y sus intereses en la discusión sin que eso signifique el menor desprecio a la teoría.

Si la disposición social de los cuerpos y su psiquis condicionan de modo subterráneo  el lenguaje del debate, han de aceptarse las pasiones como elementos consustanciales del choque de ideas. Tal admisión no supone abrirle la puerta a la cólera o al odio en bruto, implica más bien, que han de asumirse de forma lúcida y consecuente los aspectos emocionales del enfrentamiento ideológico. Una razón crítica sin emociones equivaldría a una razón sin cuerpo y sin impacto subjetivo.

Quien cuida la dimensión intersubjetiva de su crítica no tiene más remedio que cuidar aquellos aspectos de la forma del lenguaje que pueden incidir sobre las emociones del público o del adversario. El interés por el estilo, en el debate social de las ideas, obedece al interés por la eficacia política-persuasiva del discurso.

Nos puede incomodar que una polémica, además de exigencias racionales, nos imponga el cuidado estratégico de la forma en que exponemos nuestros argumentos y atacamos los del oponente. Sin ese cuidado estratégico, nuestras verdades, aunque sean fuertes, pueden parecer débiles desde el punto de vista subjetivo. Guste o no guste, a eso –al cuidado del estilo– nos obligan las leyes de la comunicación.

Marx sabía cuál era el baile de las palabras en un debate teórico y cuál era la música verbal que reclamaba un panfleto. Los primeros párrafos del Manifiesto Comunista transmiten la sensación condensada de un movimiento histórico, describen un vasto cambio y lo hacen con ritmo narrativo. Los primeros párrafos del Capital equivalen a una descripción anatómica. El Doctor Marx, a partir de una célula, nos explica despacio la naturaleza, el movimiento y las contradicciones de la economía capitalista. Y si había que acudir a los diversos teatros de la opinión pública, para enfrentarse a las teorías de otro, el Doctor Marx se arremangaba la camisa y afilaba su lógica y también su lengua. En Miseria de la filosofía, los juegos de la razón se muestran en algunas ocasiones como juegos de lenguaje. Algunos de los argumentos de Marx se convierten ahí en figuras retóricas.

El Doctor rojo no acudía a las polémicas solo por necesidad, también las disfrutaba y, en algunos casos, hacía que el público también disfrutase con ellas. La pasión por la polémica se subdivide en pasión por la idea y pasión por las palabras. La escritura beligerante para Marx era un compromiso y un placer. Solo alguien que disfruta escribiendo puede gestar frases como esta: “Proudhon tiene la desgracia de ser singularmente incomprendido en Europa. En Francia se le reconoce el derecho de ser un mal economista porque tiene fama de ser un buen filósofo alemán. En Alemania se le reconoce el derecho de ser un mal filósofo porque tiene fama de ser un economista francés de los más fuertes. En nuestra calidad de alemán y de economista a la vez, hemos querido protestar contra este doble error”. (Karl Marx, Miseria de la filosofía, siglo veintiuno ediciones, México, 1987, Pág., 11).

Se dice que el joven Marx fue un poeta mediocre. Dejó atrás sus sueños literarios y trasladó su ambición estética frustrada al deseo de ser un creador de ideas. Lo suyo se volvió entonces un arte crítico y creativo, el arte de pensar, plenamente ligado a su condición de ciudadano e intelectual comprometido. Sabemos que luego abandonaría el lenguaje filosófico, pero también sabemos que nunca renunció al sueño de iluminar la caverna y propiciar el parto de un hombre nuevo. Marx, por muy científico que se considerara, siguió siendo un tataranieto revolucionario de Platón. Optimista de la idea, aunque esta fuese razón social e histórica, Marx entregó su vida apostólicamente al objetivo de descifrar cómo eran las articulaciones y los riesgos de una “maquinaría social”–el capitalismo– cuyas contradicciones al mismo tiempo que empujan a los hombres al futuro, los obligan a “crearlo”. Al ser un pensador en pos de la cifra del advenimiento de otro mundo, al ser un pensador que rastreaba el mañana, por fuerza tenía que ser un hombre entregado a las transfiguraciones. Así dejó atrás una mediocre carrera literaria y una idealista vocación filosófica y se convirtió en un científico revolucionario. Ninguna de tales transformaciones hubiera sido posible en un espíritu conservador, apegado a la fijeza. Solo un sentido creativo y artístico de la vida explica la metamorfosis del Doctor Marx.

Pudo dejar atrás su sueño de ser un gran literato, pero eso no significa que haya desterrado de su vida, y de su misma palabra, la sensibilidad estética. Marx pudo juntar sus dos primeros amores desechados en un género de escritura para el cual quizás tenía talento: el ensayo filosófico de factura literaria. ¿Qué habría logrado el Doctor si hubiese escrito ensayos como los de Ralph Waldo Emerson?

El Marx que nunca fue ensayista arroja luz sobre el Marx histórico, ese que ocasionalmente liberó su pasión literaria a la hora de exponer sus argumentos. El Marx viejo se rindió moralmente a sus ideas, al juego riguroso de la razón crítica, y eso de alguna manera condicionó su relación posterior con las formas de lenguaje. El Marx maduro priorizó la razón científica en contra de un socialismo moralista y emotivo. Marx desconfiaba de cierta sentimentalidad política, pero la retórica del Manifiesto revela que nunca renunció a darle un matiz emocional a sus argumentos. Sea como sea, el Doctor siempre tuvo conciencia retórica.

Dicha conciencia le permitió adecuar su lenguaje a las reglas de juego particulares de la polémica, el artículo periodístico, la investigación teórica y el panfleto. En todos esos géneros y sus respectivos espacios sociales, Marx buscó la eficacia comunicativa y eso de algún modo lo obligaba a reconocer la importancia del “estilo” como herramienta que potenciaba el impacto subjetivo de los argumentos.

Mi reflexión quedaría atrapada en el ameno territorio del chismorreo filosófico, si no convirtiésemos a Marx en “el ejemplo de”…una postura y una necesidad más generales. Se cuida el estilo porque a eso nos obligan las condiciones y las reglas fácticas de la comunicación. Ese cuidado es de suma importancia en los variados campos de la comunicación ideológica. El estilo no sobra en los choques y laberintos que articulan la geografía de la opinión pública. Quienes discuten y pelean no son cerebros que floten por el vacío rezumando ideas, son cuerpos cuyo rostro y cuyas pasiones sociales entran a los ámbitos de la razón política impura. Esa razón impura se haya expuesta al influjo de la sensibilidad estética.

Asumiendo las estructuras del mundo que lo influyen, un mensaje crítico ha de meter el cuerpo con lucidez y alevosía en el lenguaje. Todas estas condiciones y consideraciones desembocan en la necesidad de cuidar la forma y la fuerza de las palabras. De ahí que divorciar el estilo y las ideas, como si el primero fuese una opción sin importancia, pueda convertirse en un error de dimensiones tácticas y estratégicas en los campos de la lucha por “la hegemonía”.