21/12/13

El marxismo y la Cuestión Nacional | La Cuestión Nacional en la historia

Ted Grant & Alan Woods  |  La cuestión de las nacionalidades —la opresión de las naciones y las minorías nacionales— es una de las características del imperialismo desde su nacimiento hasta la actualidad y siempre ha ocupado un lugar central en la teoría marxista. En particular, los escritos de Lenin se ocupan con gran detalle de este problema tan importante, y todavía nos siguen proporcionando una base sólida para abordar este tema tan explosivo y complicado. Si los Bolcheviques no hubieran tratado el tema correctamente nunca habrían conseguido tomar el poder en 1917. Sólo situándose a la cabeza de las capas oprimidas de la sociedad consiguieron unir al proletariado bajo la bandera del socialismo y reunir las fuerzas necesarias para derrocar el dominio de los opresores. De no haber apreciado correctamente los problemas y aspiraciones de las nacionalidades oprimidas del imperio zarista, la lucha revolucionaria del proletariado no habría triunfado.

Las dos barreras para el progreso humano son por un lado la propiedad privada de los medios de producción y por el otro el estado nacional. Pero mientras que la primera parte de esta ecuación está suficientemente clara, a la segunda no se le ha
prestado la debida atención. Hoy en la época de decadencia imperialista, cuando las contradicciones latentes de un sistema socioeconómico moribundo han alcanzado unos límites insoportables, la cuestión nacional surge una vez más en todas partes, con consecuencias aún más trágicas y sangrientas. Lejos de solucionarse, ha regresado a sus orígenes, a una fase antigua del desarrollo humano y ha adquirido una forma particularmente virulenta y venenosa que amenaza con arrastrar a todas las naciones al barbarismo. Resolver este problema es una condición previa y necesaria para el triunfo del socialismo a escala mundial.

Ningún país —ni los estados más grandes y poderosos— pueden resistir el aplastante dominio del mercado mundial. El fenómeno que la burguesía describe como globalización, previsto por Marx y Engels hace 150 años, ahora se revela casi en condiciones de laboratorio. Desde la Segunda Guerra Mundial, en particular durante los últimos veinte años, se ha intensificado de manera colosal la división internacional del trabajo y se ha producido un enorme desarrollo del comercio mundial, alcanzando un grado que ni Marx ni Engels pudieron imaginar. La interpenetración de la economía mundial ha alcanzado un nivel nunca visto antes en la historia humana. En sí mismo éste es un acontecimiento progresista que refleja la existencia ya de las condiciones materiales para el socialismo mundial.

El control de la economía mundial está en manos de las doscientas empresas internacionales más grandes. La concentración de capital ha alcanzado proporciones asombrosas. Cada día las transacciones internacionales mueven en el mundo 1,3 billones de dólares, el setenta por ciento de éstas se realizan entre las multinacionales. Se gastan vastas sumas dinero para concentrar un poder inimaginable en cada vez menos empresas. Se comportan como caníbales feroces e insaciables, devorándose unos a otros a la caza de un beneficio cada vez mayor. En esta orgía canibalística la clase obrera siempre pierde. Nada más producirse una fusión, la dirección anuncia nuevos despidos y cierres, una presión implacable sobre los trabajadores para incrementar los márgenes de beneficio, los dividendos y los salarios de los ejecutivos.

En este contexto el libro de Lenin, El imperialismo: fase superior del capitalismo, tiene cada vez más vigencia y actualidad. Lenin explicaba que el imperialismo es el capitalismo de la época de los grandes monopolios y los trusts. Pero el grado de monopolización de los días de Lenin parece un juego de niños comparado con la situación actual. En 1999 el número de absorciones internacionales fue de 5.100. El valor de las transacciones alcanzó el record de 798.000 millones de dólares. Con estas asombrosas sumas se podrían resolver los problemas más acuciantes del planeta, la pobreza, el analfabetismo y la enfermedad. Pero eso presupone la existencia de un sistema racional de producción en el que las necesidades de la mayoría tengan preferencia sobre los beneficios de una minoría. El poder colosal de las gigantescas multinacionales, cada vez más fusionadas con el estado capitalista, crean un fenómeno que el sociólogo americano Wright-Mills califica de "complejo industrial - militar", y que ejerce un dominio sobre el mundo jamás visto en la historia.

Aquí vemos una gran contradicción. Los apologistas burgueses del capitalismo y los de la pequeña burguesía en particular, afirman que la globalización ha conseguido que el estado nacional carezca ya de importancia. Esto no es nuevo. Es el mismo argumento de Kautsky durante la Primera Guerra Mundial (la llamada teoría del "ultra imperialismo"), y defendía que el desarrollo del capitalismo monopolista y del imperialismo poco a poco eliminaría las contradicciones del capitalismo. Ya no habría mas guerras porque el propio desarrollo del capitalismo convertirían al estado nacional en algo superfluo. La misma teoría que hoy defienden teóricos revisionistas como Eric Hobsbawn en Gran Bretaña. Este antiguo estalinista que ahora está en el ala de derechas del laborismo dice que el estado nacional fue un período transitorio de la historia humana y que ya está superado. Los economistas burgueses siempre han defendido este argumento. Intentan eliminar la contradicción inherente al sistema capitalista sencillamente negando su existencia. Y es precisamente ahora, en el momento en que el mercado mundial se ha convertido en la fuerza dominante del planeta, cuando los antagonismos nacionales en todas partes están adquiriendo un carácter más violento y la cuestión nacional lejos de desaparecer, adopta un carácter particularmente venenoso e intenso.

Con el desarrollo del imperialismo y del capitalismo monopolista, el sistema capitalista ha conseguido superar los estrechos límites de la propiedad privada y el estado nacional que hoy juegan prácticamente el mismo papel que jugaron los pequeños principados y estados locales en el período previo al surgimiento del capitalismo. Durante la Primera Guerra Mundial Lenin escribía: "El imperialismo es la fase superior del desarrollo del capitalismo. En los países adelantados, el capital sobrepasó los marcos de los Estados nacionales y colocó al monopolio en el lugar de la competencia, creando todas las premisas objetivas para la realización del socialismo". (Lenin. La revolución socialista y el derecho de las naciones a la autodeterminación. Pekín. Ediciones en Lenguas Extranjeras. 1974. Pág. 1). Quien no comprenda esta verdad elemental no sólo será incapaz de comprender la cuestión nacional, tampoco comprenderá el resto de las características más importantes de la época actual.

La historia de los últimos cien años se ha caracterizado por la rebelión de las fuerzas productivas contra los estrechos confines del estado nacional. Después llega la economía mundial —y con ella las crisis y las guerras mundiales—. Vemos entonces que el cuadro pintado por el Profesor Hobsbawn, un mundo en el que se han eliminado las contradicciones nacionales, es pura imaginación. La realidad es exactamente la contraria. Con la crisis general del capitalismo la cuestión nacional no sólo afecta a los países ex – coloniales, también empieza ya a perturbar a los países capitalistas desarrollados, incluso en lugares donde ya parecía estar solucionado. Bélgica ―uno de los países más desarrollados de Europa― , sufre el conflicto entre Balones y Flamencos, éste ha adquirido un carácter tan violento que en determinadas circunstancias puede llevar a la ruptura del país. En Chipre los antagonismos nacionales entre griegos y turcos amplían el conflicto alcanzando incluso a Grecia y Turquía. Hace poco la cuestión nacional en los Balcanes ha llevado a Europa al borde de la guerra.

En EEUU está el problema del racismo contra los negros y también los hispanos. En Alemania, Francia y otros países presenciamos la discriminación y los ataques racistas contra los inmigrantes. En la antigua Unión soviética la cuestión nacional ha originado un caos sangriento de guerras en un país tras otro. En Gran Bretaña, país donde el capitalismo lleva más tiempo de existencia, el problema nacional sigue sin resolver, no sólo en Irlanda del Norte, sino también en Gales y Escocia. En el Estado español tenemos la cuestión de Euskadi, Cataluña y Galicia. Pero el caso más extraordinario es que más de cien años después de la unificación de Italia, la Liga del Norte defiende la consigna reaccionaria de dividir Italia y para ello se basan en la autodeterminación del Norte ("Padania"). La conclusión es inexorable. Ignorar el problema nacional es peligroso. Para transformar la sociedad es imperativo mantener una postura escrupulosa, clara y correcta sobre este tema. Con este objetivo nos dirigimos a los jóvenes y trabajadores, a la base de los Partidos Comunistas y Socialistas que deseen comprender las ideas del marxismo para luchar para cambiar la sociedad. A ellos va dedicada esta obra.

La cuestión nacional en la historia

"Si prescindimos de la lucha de los Países Bajos por su independencia y del destino de la Inglaterra insular, la época de la formación de las naciones burguesas en Europa Occidental comienza con la gran Revolución Francesa y en lo esencial concluye casi un siglo después, al constituirse el Imperio Alemán". (Trotsky. Historia de la Revolución Rusa. Madrid. Zyx. Pág. 315. Vol. 1)

Aunque la mayoría de las personas creen que el estado nacional es algo natural, y por lo tanto enraizado en un pasado lejano o en la sangre y en el alma de hombres y mujeres, en realidad es una creación relativamente moderna, en concreto de los últimos doscientos años. Las únicas excepciones serían Holanda, aquí la revolución burguesa del siglo XVI adoptó la forma de una guerra de liberación nacional contra España, e Inglaterra debido a su posición única como un reino insular donde el desarrollo capitalista aconteció antes que en el resto de Europa (desde finales del siglo XIV en adelante). Antes no existían naciones, sólo tribus, ciudades–estado e imperios. Desde un punto de vista científico es incorrecto calificar a estos últimos como "naciones", algo que se hace con frecuencia. Un autor nacionalista galés incluso hablaba de la "nación galesa" ―¡antes de la invasión romana de Gran Bretaña!― . Los galeses en aquella época era una aglomeración de tribus, no diferentes a otras tribus que habitaban en lo que ahora se conoce como Inglaterra. Es un rasgo pernicioso de los escritores nacionalistas que intentan dar la impresión de que "la nación" (en especial "su nación") siempre ha existido. En realidad el estado nacional es una entidad que evoluciona históricamente. No siempre existió, ni siempre existirá.

El estado nacional es un producto del capitalismo. Lo creó la burguesía porque necesitaba un mercado nacional. Necesitaba romper las restricciones locales, la existencia de pequeñas áreas locales con sus impuestos, peajes, sistemas de monedas, pesos y medidas separados. El siguiente extracto de Robert Heilbroner ilustra gráficamente este hecho, en él describe un día en la vida de un comerciante alemán en 1550:
"Adreas Ryff, un comerciante barbudo y con abrigo de pieles, regresaba a su casa en Badén; escribía a su esposa y le decía que había visitado treinta mercados y estaba preocupado. Incluso le preocupaban aún más las molestias de la época; cuando viaja se tiene que detener cada diez millas aproximadamente, para pagar los peajes habituales; entre Basle y Colonia ha tenido que pagar treinta y un impuestos.
Y aquí no acaba todo. Cada comunidad que él visitaba tenía su propia moneda, sus propias leyes y reglas, su propia ley y orden. Sólo en el área circundante a Badén existían 112 medidas de longitud diferentes, 92 medidas de superficie de cereales y 123 de líquidos, 63 de licores, y 80 de peso". (R. Heilbroner. The Worldly Philosophers. Pág. 22).
La eliminación de estos particularismos locales fue un paso de gigante en esa época. La unificación de las fuerzas productivas en un estado nacional fue una tarea histórica progresista de la burguesía. La base de esta revolución ya estaba presente a finales de la Edad Media, en el período de declive del feudalismo y ascenso de la burguesía, las ciudades poco a poco conseguían hacer valer sus derechos. Los reyes medievales necesitaban dinero para sus guerras y para ello se veían obligados a apoyarse en la naciente clase de comerciantes y banqueros, como los Fuggers o los Médicis. Pero todavía no había llegado la hora de la economía de mercado. Sólo existía la forma embrionaria del capitalismo caracterizada por la producción a pequeña escala y mercados locales. Todavía no se podía hablar propiamente del mercado o estado nacional. A grandes rasgos ya estaban presentes los elementos que harían posible el surgimiento de algunos estados europeos modernos, aunque todavía estaban en una etapa embrionaria. Francia toma forma poco a poco, fruto de la Guerra de los Cien Años contra Inglaterra, pero estas luchas todavía tenían un carácter más feudal y dinástico que nacional. Los soldados que luchaban en esta guerra tenían más lealtad hacia su señor local que al rey de Francia, y a pesar de la existencia de un territorio e idioma común, se consideraban Bretones, Borgoñeses o Gascones en lugar de Franceses.

Poco a poco en un período que duró varios siglos surge la auténtica conciencia nacional. Este proceso transcurre paralelo al ascenso del capitalismo, la economía monetaria y el surgimiento gradual del mercado nacional, representado en el comercio de lana en Inglaterra a finales de la Edad Media. La decadencia del feudalismo y el ascenso de las monarquías absolutistas que, en su propio interés estimulaban a la burguesía, aceleraron este proceso. Como señala Robert Heilbroner:
"Primero fue el surgimiento progresivo de las unidades políticas nacionales en Europa. Debido a las guerras campesinas y de conquista Real, el primitivo feudalismo aislado daría lugar a las monarquías centralizadas. Y con las monarquías llegó el surgimiento del espíritu nacional; a su vez esto conllevaba la protección Real de las industrias favorecidas, como ocurrió con los grandes centros tapiceros franceses, y el desarrollo de armadas y ejércitos con todas sus industrias satélites necesarias. La infinidad de leyes y regulaciones que atormentaban a Andreas Ryff y a los comerciantes viajeros del siglo XVI se transformaron en las leyes nacionales, medidas comunes y más o menos patrones monetarios". (Ibíd.. Pág. 34).
La cuestión nacional desde un punto de vista histórico, está relacionada con el período de revolución democrático burguesa. En el sentido estricto de la palabra, la cuestión nacional no forma parte del programa socialista, la burguesía en su lucha contra el feudalismo tendría que haberla superado. Fue la burguesía la que primero creó el estado nacional. La formación del estado nacional en su día, fue un acontecimiento tremendamente revolucionario y progresista. No se consiguió por medios pacíficos y sin lucha. La primera nación europea como tal ―Holanda― , se formó en el siglo XVI fruto de una revolución burguesa que tomó la forma de una guerra revolucionaria de liberación nacional contra el imperialismo español. EEUU surge como nación en el siglo XVIII basándose en una guerra revolucionaria de liberación nacional y se consolida como tal en sangrienta guerra civil sangrienta en la década de 1860. En Italia también se consiguió con una guerra de independencia nacional. La unificación de Alemania ―una tarea progresista en su época― la llevó adelante el Junker Bismarck por medios reaccionarios, basándose en una guerra y una política de "sangre y hierro".

La Revolución Francesa

La formación de los estados nacionales europeos modernos (excepto Holanda e Inglaterra) comenzó con la Revolución Francesa. Hasta ese momento la noción de estado nacional era idéntico al de monarquía. La nación era propiedad del soberano reinante. Esta forma legal anticuada, herencia directa del feudalismo, entraba en conflicto con las nuevas relaciones surgidas del ascenso de la burguesía. Para conquistar el poder la burguesía tuvo que ponerse a la cabeza como representante del pueblo, es decir, la Nación. Como dijo Robespierre: 
"En los estados aristocráticos la palabra patria [nación] carece de significado, excepto para las familias patricias que mantienen secuestrada la soberanía. Sólo con la democracia, el estado se convierte realmente en la patria de todos los individuos que lo componen". (Citado por E. H. Carr. The Bolshevik Revolution. Vol. 1. Pág. 414).
El primer principio de la Revolución Francesa fue la centralización implacable. Fue la condición previa para alcanzar el éxito en su lucha de vida a muerte contra el antiguo régimen que contaba con el respaldo de toda Europa. Bajo la bandera de "una República unida e indivisible", la revolución unió por primera vez a Francia en una nación, eliminó todos los particularismos y separatismos locales de Bretones, Normandos y Provenzales. La otra alternativa era la desintegración y la muerte de la revolución. La lucha sangrienta en la Vendée, no sólo fue una guerra contra el separatismo, también lo fue contra la reacción feudal. El derrocamiento de los Borbones dio un poderoso impulso al espíritu nacional en toda Europa. Al principio, el ejemplo de un pueblo revolucionario que había conseguido derrocar a la vieja monarquía feudal fue la inspiración y el ejemplo de las fuerzas progresistas y revolucionarias de toda Europa. Después, los ejércitos revolucionarios de la república francesa se verían obligados a la lucha ofensiva contra la unión de todas las fuerzas europeas dirigidas por Inglaterra y el zarismo ruso que querían acabar con la revolución. Con las armas en la mano, consiguieron una hazaña prodigiosa, las fuerzas revolucionarias hicieron retroceder a la reacción en todos los frentes, y revelaron al asombrado mundo el poder de un pueblo revolucionario y una nación en armas.

Los revolucionarios llevaron el espíritu de la revolución a todos los rincones del continente, y además llevaban el mensaje revolucionario a los territorios que ocupaban. En la fase ascendente de la revolución, los ejércitos de la Convención Francesa aparecían ante los pueblos de Europa como los liberadores. Para triunfar en esta lucha titánica contra el viejo orden, tenían que apelar a las masas para que llevaran adelante las mismas transformaciones revolucionarias de Francia. Esta era una guerra revolucionaria hasta entonces no había ocurrido nada parecido. En las colonias francesas se abolió la esclavitud. El mensaje revolucionario de la Declaración de Derechos del Hombre llegó a todas partes anunciando el fin de la opresión feudal y monárquica. Como señala David Thompson:
"A ellos [los franceses] les ayudaban los nativos y con ello conseguían que a menudo fuera bienvenido el aspecto destructivo de su tarea. Sólo cuando los pueblos veían a sus maestros franceses igual de exigentes que sus antiguos gobernantes, se daban cuenta de la necesidad del autogobierno. La idea de que la "soberanía" del pueblo debería llevar a la independencia nacional era el resultado directo de la ocupación francesa; de la idea de eliminar los privilegios y derechos universales, surgía esta nueva demanda como resultado de las conquistas. Los revolucionarios franceses querían extender el liberalismo, pero al final sólo conseguían crear el nacionalismo". (David Thompson. Europe since Napoleon. Pág. 50). 
El agotamiento y la decadencia de la Revolución Francesa desembocó en la dictadura de Napoleón Bonaparte, de la misma forma que la degeneración del estado obrero ruso aislado, terminó en la dictadura bonapartista proletaria de Stalin. El mensaje revolucionario y democrático original, fue deformado por las ambiciones dinásticas e imperiales de Napoleón, que resultaría fatal para Francia. Sin embargo, incluso bajo Napoleón, aunque de forma distorsionada, persistían algunas de las conquistas de la revolución y se extendían a los territorios europeos de Francia, con resultados revolucionarios, en especial en Alemania e Italia.
"Sus éxitos más destructivos se encontraban entre los mas permanentes. Napoleón extendió y perpetuó los efectos de la Revolución Francesa, acabó con el feudalismo en los Países Bajos y en la mayor parte de Alemania e Italia. El feudalismo estaba acabado como sistema legal ―la jurisdicción nobiliaria sobre los campesinos― , y como sistema económico ―los campesinos pobres tenían que pagar rentas feudales a los nobles― , aunque a menudo fue compensado e indemnizado. Las pretensiones de la Iglesia nunca fueron admitidas y se adaptó a esta reorganización. Las clases medias y campesinos, igual que los nobles, eran súbditos del estado, todos sujetos por igual a pagar impuestos. La leva, la recaudación de impuestos eran más equitativos y eficientes. Los viejos gremios y oligarquías urbanas fueron abolidas; los aranceles internos se eliminaron. En todas partes existía mayor igualdad (...). En toda Europa comenzó una época de modernización a raíz de las conquistas napoleónicas. Sus intentos violentos de conquistar Europa Occidental y crear un bloque servil de territorios anexionados o satélites tuvo éxito, al menos, al sacudir y liberarse de los anticuados privilegios y jurisdicciones, de las cansadas divisiones territoriales. La mayoría de las que se eliminaron no fueron restauradas". (Ibíd.. Pág. 67).
Pero el dominio napoleónico también supuso inconvenientes. Para no imponer duros impuestos en Francia, Bonaparte los imponía en los territorios conquistados. Y a pesar de todos los avances sociales, el dominio francés era el dominio extranjero. Robespierre tenía razón al decir que a nadie le gustan los misioneros con bayonetas. La invasión francesa inevitablemente generó una oposición que adoptó la forma de guerra de liberación nacional que terminaría por socavar los primeros triunfos. La derrota de Napoleón en las heladas estepas de Rusia y la destrucción del ejército francés sirvió de señal para una oleada de alzamientos nacionales contra los franceses. En Prusia toda la nación se levantó y obligó a Federico Guillermo III a declarar la guerra contra Napoleón. Del caos sangriento de las guerras napoleónicas y la subsiguiente división de los vencedores surgieron la mayoría de los estados modernos de Europa que hoy en día conocemos.

La cuestión nacional después de 1848

El año 1848 marcó el punto de inflexión de la cuestión nacional en Europa. En medio de las llamas de las revoluciones, aparecieron bruscamente las ahogadas aspiraciones nacionales de alemanes, checos, polacos, italianos y magiares. De haber triunfado la revolución, habría abierto el camino para solucionar por métodos democráticos el problema nacional en Alemania y en todas partes. Pero como Marx y Engels explicaron, la burguesía contrarrevolucionaria traicionó la revolución de 1848. La derrota de la revolución obligaba a resolver el problema nacional por otros medios. Por cierto, una de las causas de la derrota fue precisamente la manipulación del problema nacional (por ejemplo los checos) para fines reaccionarios.

En Alemania la cuestión nacional se puede resumir en una palabra: unificación. Después de la derrota de la revolución de 1848, el país estaba dividido en pequeños estados y principados. Esta situación era un obstáculo insuperable para el libre desarrollo del capitalismo en Alemania ―y también de la clase obrera― . La unificación era una demanda progresista. Pero lo más importante era quién unificaría Alemania y con qué medios. Marx esperaba que la tarea de la unificación viniera desde abajo ¾ clase obrera con métodos revolucionarios¾ . Pero no fue así. En 1848 el proletariado no consiguió resolver esta cuestión, y lo haría con métodos reaccionarios el Junker conservador prusiano Bismarck.

Para conseguir este objetivo primero era necesario poner fin a la guerra. En 1864 los Austriacos y los Prusianos se unieron para derrotar a los Daneses. Dinamarca perdió la provincia de Schleswig – Holstein que, después de una lucha entre Austria y Prusia se unió a Alemania en 1865. Bismarck maniobró para mantener a Francia fuera del conflicto, y después formó una alianza con Italia para luchar contra Austria. Cuando Austria fue derrotada en la batalla de Königgrätz en julio de 1866, quedó ya garantizado el dominio prusiano de Alemania. La unificación alemana se consiguió con métodos reaccionarios, con el militarismo prusiano. Esto fortaleció la posición del militarismo prusiano y del régimen bonapartista de Bismarck, y sembraría las raíces para nuevas guerras en Europa. Vemos que para la clase obrera sí tiene importancia de qué forma se resuelve la cuestión nacional, qué clase y en qué intereses. Esto basta para explicar por qué es inadmisible actuar como vitoreadores de la burguesía y pequeña burguesía nacionalista ―incluso cuando llevan adelante una tarea objetivamente progresista― . Siempre hay que mantener una postura de clase.

Objetivamente la unificación de Alemania fue un acontecimiento progresista, por eso Marx y Engels lo apoyaron. Pero esto no presuponía el apoyo de los socialistas alemanes a Bismarck. Marx siempre se opuso al reaccionario Bismarck, pero cuando consiguió unificar Alemania, de mala gana Marx y Engels apoyaron este acontecimiento porque suponía un paso adelante, ya que facilitaba la unificación del proletariado alemán. Engels escribía a Marx el 25 de julio de 1866: 
"Este hecho simplifica la situación; facilita la revolución, dejará a un lado las reyertas entre los capitales insignificantes y en cualquier caso acelerará el desarrollo... El movimiento absorberá todos los estados minúsculos, cesarán las perniciosas influencias locales y los partidos serán no sólo locales sino nacionales... 
En mi opinión debemos aceptar el hecho, sin justificarlo, y utilizar tanto como sea posible las mayores facilidades para la organización y unificación nacional del proletariado alemán".
La unificación italiana

En Italia ocurrió una situación análoga. A finales de la década de 1850, a pesar de los reiterados intentos de conseguir la unificación, Italia todavía estaba totalmente dividida y subyugada a Austria, que se había anexionado sus territorios del norte. Además varios estados más pequeños, incluyendo el reino Borbón de Dos Sicilias (el sur de Italia y Sicilia) estaba protegido contra la revolución por las tropas austriacas dispuestas a intervenir. Los Estados Pontificios del centro de Italia estaban bajo "protección francesa". Sólo el pequeño reino de Cerdeña ―de los Saboya – Piamonte― , estaba libre del dominio austriaco. Bajo la dirección del hábil diplomático y hombre de estado, el Conde Cavour, la dinastía conservadora dominante extendió poco a poco sus esferas de influencia y territorios, y expulsó a los austriacos de una zona tras otra.

Junto con la oposición conservadora dinástica a Austria ―los Piamonteses― , también estalló un movimiento nacionalista revolucionario radical, en él participaron una mezcla heterogénea de republicanos, demócratas y socialistas. Estas fuerzas estaban presentes en cada estado de Italia y en el exilio. El representante más visible de esta tendencia era Mazzini, sus ideas confusas y amorfas correspondían a la naturaleza del movimiento que él representaba. En contraste Cavour, que permanecía a la cabeza de estado independiente de Piamonte al Norte de Italia, era un astuto y maniobrero sin principios. Con la típica intriga diplomática, primero se unió a Gran Bretaña y Francia en la expedición a Crimea contra Rusia en 1855. Después en secreto prometió al emperador francés ―Napoleón III― , la concesión de los territorios de Niza y Saboya, Cavour consiguió un tratado en el que comprometía a los Franceses a ayudar al Piamonte en caso de hostilidades con Austria. La guerra estalló en 1859 y fue el punto de partida de la unificación italiana. Estallaron insurrecciones en todos los ducados italianos y estados pontificios. Junto con las franceses, las tropas piamontesas consiguieron una señal de victoria contra Austria en Solferino. La unificación de Italia parecía inminente. Pero no correspondía con los intereses de Luis Bonaparte, que rápidamente firmó un armisticio con los ejércitos austriacos en retirada, abandonó a su suerte a los piamonteses y a los revolucionarios.

Al final la guerra de liberación italiana se salvó debido a un alzamiento en Sicilia que saludada el desembarco de la fuerza expedicionaria de Garibaldi compuesta por mil voluntarios con camisas rojas. Después de ganar la batalla de Sicilia, la fuerza rebelde de Garibaldi invadió el sur de Italia y entró triunfalmente en Nápoles. La unidad italiana se conseguiría desde abajo con métodos revolucionarios. Cavour, el constante intrigador, convenció a Londres y París para que aceptaran el dominio del Piamonte conservador sobre una Italia unida, que esperar a que Italia cayera bajo el control de revolucionarios y republicanos. El ejército de la reacción dinástica piamontesa marchó hacia Nápoles sin oposición. Garibaldi en lugar de luchar contra ellos, les abrió las puertas y recibió al Rey de Piamonte, Victor Enmanuel, el 26 de octubre, aclamándole como "Rey de Italia". De este modo el pueblo de Italia sólo consiguió media victoria sobre el viejo orden.

En lugar de una república, Italia se convirtió en una monarquía constitucional. En lugar de democracia consiguieron el sufragio limitado que excluía al 98% de la población. Al Papa se le permitió continuar dominando los Estados Pontificios (una concesión de Luis Bonaparte). A pesar de esto, la unificación de Italia fue un paso de gigante. Toda Italia estaba unida, excepto Venecia que permanecía bajo el control austriaco y los Estados Pontificios. En 1866 Italia se unió a Prusia en la guerra contra Austria y recibió Venecia en recompensa. Al final después de la derrota de Francia en la Guerra Franco – Prusiana (1871) las tropas francesas se retiraron de Roma. La entrada del ejército italiano en esa ciudad marcó la victoria final de la unificación italiana.

A finales del siglo XIX parecía haberse solucionado la cuestión nacional en Europa Occidental. En 1871 después de la unificación alemana e italiana, parecía que la cuestión nacional en Europa estaba limitada a Europa del Este, y con un carácter más explosivo en los Balcanes, inmersos en las ambiciones territoriales y las rivalidades entre Rusia, Turquía, Austro–Hungría y Alemania, éstas llevarían inexorablemente a la Primera Guerra Mundial. En el primer período ―aproximadamente desde 1789 a 1871― la cuestión nacional jugaba aún un papel relativamente progresista en Europa Occidental. Pero en la segunda mitad del siglo XIX el desarrollo de las fuerzas productivas bajo el capitalismo comenzaba ya a superar los estrechos límites del estado nacional. Se manifestaba en el desarrollo del imperialismo y la irresistible tendencia hacia la guerra entre las principales potencias. Las guerras balcánicas de 1912-13 marcaron el punto y final de la creación de estados nacionales en Europa suroriental. La Primera Guerra Mundial y el Tratado de Versalles (con la excusa de defender el "derecho de las naciones a la autodeterminación") acabó la tarea al desmantelar el Imperio Austro – Húngaro y garantizó la independencia de Polonia.
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