Monumento a Marx & Engels en Berlín |
Ted Grant & Alan Woods | La
cuestión nacional tiene una historia muy larga en el arsenal teórico del
marxismo. Ya en los escritos de Marx y Engels podemos encontrar algunos
comentarios muy penetrantes e interesantes sobre la cuestión nacional. Lenin
después se basaría en estos escritos para elaborar su propia teoría clásica
sobre las nacionalidades. Por ejemplo, Marx estudió con gran detalle la
cuestión polaca e irlandesa que durante todo el siglo XIX ocuparía la atención
del movimiento obrero europeo. Es interesante observar que Marx aborda la
cuestión nacional no como si fuera un santo y seña, sino de una forma
dialéctica.
La diferencia entre la dialéctica revolucionaria y
el pensamiento abstracto quedó demostrada contundentemente en los debates sobre
la cuestión nacional entre Marx y Proudhon en los tiempos de la Primera
Internacional. Proudhon, socialista francés y precursor del anarquismo, negaba
la existencia de la cuestión nacional. En la historia del movimiento obrero
siempre han existido sectarios que presentan una concepción abstracta de la
lucha de clases. Ellos no parten de la realidad concreta de la sociedad, sino
de las abstracciones de su propio mundo imaginario. Los Proudhonistas en el
Consejo General de la Primera
Internacional consideraban que las luchas de
emancipación nacional de polacos, italianos e irlandeses carecían de
importancia. Lo único necesario era una revolución en Francia y todo sería
perfecto: todo tenía que esperar. Pero los pueblos oprimidos no podían esperar
y no esperarían. En 1866 Marx escribía a Engels denunciado a la "camarilla
proudhoniana" en París: "...dice que la nacionalidad es absurda,
ataca a Bismarck y a Garibaldi. Como polémica con el chovinismo, sus
tácticas son útiles y explicables. Pero cuando los partidarios de Proudhon
(entre los que se encuentran mis buenos amigos Lafargue y Longuet) creen que
toda Europa puede y debe permanecer tranquila, con sus posaderas pegadas a la
silla hasta que los señores de Francia supriman "la miseria y la
ignorancia"... resultan ridículos". (Marx a Engels,
7/6/1866. En la edición inglesa)
En el Consejo General de la Primera Internacional o
en la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT), Marx tenía que luchar en
dos frentes: por un lado contra los nacionalistas pequeño burgueses como
Mazzini, y por el otro contra los seguidores semi anarquistas de Proudhon que
negaban la existencia del problema nacional. El 20 de junio de 1866 Marx
escribía: "Ayer en el Consejo de la Internacional tuvimos un debate
sobre la guerra actual... El debate, como era de esperar, se limitó a la
cuestión de las "nacionalidades" en general y a nuestra posición...
Los representantes de la "joven Francia" (no obreros) defendían la
postura de que toda nacionalidad y la propia nación eran "prejuicios
caducos". Stirnearianismo proudhoniano... debe detenerse la historia del
resto de los países y todo el mundo tiene que esperar a que los franceses estén
maduros para la revolución social..." (En la edición inglesa). Pero
aunque Marx y Engels daban la importancia debida a la cuestión nacional, frente
a Proudhon siempre la subordinaban a la "cuestión obrera", es
decir, siempre la consideraban exclusivamente desde el punto de vista de la
clase obrera y la revolución socialista.
La cuestión polaca
Igual que Lenin, Marx tenía una postura muy
flexible sobre la cuestión nacional, siempre la abordó desde el punto de vista
de los intereses generales del proletariado y la revolución internacional. En
las décadas de 1840, 1850 y 1860, Marx defendía no sólo el derecho de autodeterminación
para Polonia, también su independencia, a pesar de que el movimiento
independentista polaco en ese momento esta encabezado por los aristócratas
polacos reaccionarios. Marx adoptó esta posición no por un apego sentimental al
nacionalismo, y menos aún porque considerase el derecho de autodeterminación
como una panacea universal.
En unas de sus últimas obras, La política
exterior del zarismo ruso, Engels destacaba como el pueblo polaco con sus
luchas heroicas contra la Rusia zarista, en varias ocasiones había salvado la
revolución en el resto de Europa, como en 1792-1794 la derrota de Polonia por
Rusia salvó la Revolución Francesa. Pero hay otro aspecto de la cuestión
polaca. "Ante todo Polonia estaba desorganizada totalmente, era una
república de nobles, basada en la expoliación y la opresión de los campesinos,
con una constitución que impedía cualquier actuación nacional, y esto convertía
al país en una presa fácil para sus vecinos. Desde principios de siglo había
existido sólo, como decían los propios polacos, por medio del desorden.... todo
el país estaba ocupado por tropas extranjeras, lo utilizaban como una casa de
comida y bebida... en la que normalmente se olvidaban de pagar". (Marx
y Engels. Obras Completas. Vol. 27. Pág. 18. Edición en inglés).
Durante el siglo XIX la cuestión polaca ocupó un
lugar central en la política europea y también afectó profundamente al
movimiento de la clase obrera. En enero de 1863 los polacos una vez más se
rebelaron. La insurrección se extendió por toda Polonia y llevó a la formación
de un gobierno nacional. Pero la dirección de la insurrección quedó en manos de
la nobleza menor que fue incapaz de movilizar a las masas para que participaran
en la rebelión. Cuando el poder pasó a manos de los grandes terratenientes,
éstos esperaban una intervención diplomática de Francia y Gran Bretaña, para
alcanzar un acuerdo con el zar ―éste lo rompió inmediatamente― . Los rusos
aplastaron el movimiento. Por supuesto británicos y franceses no movieron un
dedo. La rebelión polaca levantó la simpatía y solidaridad de los trabajadores
de Europa. La creación de la Primera Internacional en 1863, fue el resultado
directo de una iniciativa internacional destinada a ayudar al movimiento
revolucionario polaco. Engels decía que la única esperanza de la insurrección
polaca era la clase obrera europea. "Si consiguen mantenerse un
tiempo", escribía a Marx el 11 de junio de 1863, "podrán
incorporarse al movimiento general europeo, que los salvaría. Pero si no lo
consiguen, Polonia quedará fuera de combate durante diez años; una insurrección
como esta agota la capacidad de lucha de la población durante un largo
tiempo". (Carta de Engels a Marx. 11/6/1863. En la edición inglesa).
La actitud de Marx hacia la cuestión polaca estaba
determinada por la estrategia revolucionaria general de la revolución mundial.
En esa época la Rusia zarista era el principal enemigo de la clase obrera y la
democracia ―una fuerza reaccionaria monstruosa en Europa, particularmente en
Alemania― . Puesto que en ese tiempo no existía clase obrera en Rusia, no
existía la posibilidad inmediata de una revolución en Rusia. Como Lenin diría
más tarde: "Rusia estaba aún inactiva y Polonia estaba en
ebullición". (Lenin. El derecho de las naciones a la
autodeterminación). Marx apoyaba la independencia polaca como un medio de
asestar un golpe al enemigo principal, el zarismo ruso. Pero en 1851 Marx había
sacado conclusiones pesimistas sobre la "caballeresca e indolente"
Polonia, era escéptico ante las perspectivas de éxito de la insurrección
encabezada por la aristocracia polaca.
Queda absolutamente claro que tanto para Marx como
para Lenin, la demanda de la autodeterminación y la cuestión nacional siempre
estaba subordinada a la lucha de clases y a la perspectiva de la revolución
proletaria. Nunca fue un fin absoluto para los marxistas apoyar todos y cada
uno de los movimientos de autodeterminación. Por ejemplo Marx al principio
apoyó la independencia polaca, y al mismo tiempo se oponía a la independencia
de los checos y a los movimientos de liberación en los Balcanes de finales del
siglo XIX. Estas dos posturas aparentemente contradictorias en realidad estaban
motivadas por las mismas consideraciones revolucionarias. Marx entendía que,
mientras una victoria de los polacos representaría un golpe contra el zarismo
ruso y tendría implicaciones revolucionarias, el zarismo utilizaba el
movimiento nacional de los Eslavos del sur como un instrumento para su política
expansionista hacia los Balcanes. Como tantas veces ocurre en la historia, las luchas
de las pequeñas naciones sirvieron de moneda de cambio para las maniobras de
una gran potencia reaccionaria. Quien no comprenda este aspecto de la cuestión
nacional inevitablemente caerá en una trampa reaccionaria.
Al final de su vida, Engels con una extraordinaria
visión de futuro, pronosticó levantamientos revolucionarios en Rusia:
"Y aquí llegamos al meollo de la cuestión. El desarrollo interno de Rusia desde 1856, promovido por el mismo gobierno, ha cumplido su objetivo. La revolución social ha dado grandes adelante. Rusia cada día está más y más occidentalizada; manufacturas modernas, vapor, ferrocarriles, la transformación de todos los pagos en especie en pagos en moneda, y con esto el desmantelamiento de los antiguos cimientos de la sociedad cada vez adquiere una velocidad mayor. En la misma medida implica la incompatibilidad del despótico zarismo con la nueva sociedad en formación. Se están creando los partidos de la oposición ―constitucional y revolucionaria― y el gobierno sólo puede dominar con métodos más brutales. La diplomacia rusa ve con horror el día en que el pueblo ruso exija que se le escuche, y cuando la preocupación por sus propios asuntos internos no les deje tiempo ni deseos de ocuparse de puerilidades como la conquista de Contastinopla, la India o la supremacía del mundo. La revolución de 1848 se paró en la frontera polaca, y ahora llama a la puerta de Rusia, ahora tiene dentro muchos aliados que sólo pueden esperar el momento en que se abra la puerta". (Marx y Engels. Obras Completas. Vol. 27. Pág. 45. En la edición inglesa).
¡Qué palabras tan extraordinarias!. En 1890 ―quince
años antes de la primera Revolución Rusa y veintisiete antes de Octubre― Engels
ya predecía estos grandes acontecimientos, y vinculaba el destino de la
cuestión nacional en Europa a la revolución rusa. Los acontecimientos
demostraron que Engels tenía razón. Como más tarde explicó Lenin, desde 1880 en
adelante la consigna de la independencia polaca no era correcta, debido al desarrollo
de la clase obrera en Rusia que ponía en perspectiva la revolución en la propia
Rusia.
La Guerra Franco- Prusiana
Bajo la influencia de Marx y Engels la Primera
Internacional tomó una postura internacionalista en todos los temas
fundamentales. La posición de la Internacional no era simplemente teórica sino
también práctica. Por ejemplo durante una huelga en un país, miembros de la
Internacional agitaban y explicaban los temas en otros países para evitar el
uso de esquiroles extranjeros.
Como ya hemos visto, uno de los problemas centrales
a los que se enfrentaba la clase obrera en la primera mitad del siglo XIX fue
la unificación de Alemania. Marx y Engels se vieron obligados a dar un apoyo
crítico a la unificación de Alemania, aunque en sí misma era un hecho
objetivamente progresista, Bismarck la realizó por medios reaccionarios. Pero
en ningún sentido esto significaba capitular a Bismarck o abandonar una
posición de clase. La Primera Internacional al principio consideraba la guerra
Franco – Prusiana de 1870-71 como una lucha defensiva de Alemania. Eso sin duda
fue correcto. El régimen bonapartista reaccionario de Napoleón III quería
bloquear la unificación nacional de Alemania por el uso de la fuerza. Pero
calculó mal.
El ejército prusiano pasó a través de las desmoralizadas fuerzas
francesas como un cuchillo en la mantequilla.
La guerra Franco – Prusiana es un buen ejemplo de
la posición flexible y revolucionaria de Marx sobre la cuestión nacional. Dio
un apoyo crítico a Prusia en la primera fase de la guerra, cuando tenían un
carácter estrictamente defensivo. La posición de Marx no estaba motivada por
consideraciones superficiales o sentimentales (odiaba al reaccionario prusiano
Bismarck), sino estrictamente desde el punto de vista de los intereses del
proletariado y la revolución internacional. La victoria de Prusia traería
consigo la unificación de Alemania ―una tarea históricamente progresista― . Por
otro lado la derrota de Francia supondría el derrocamiento del régimen
bonapartista de Luis Bonaparte, abriendo la perspectiva de acontecimientos
revolucionarios en Francia. También representaría un golpe contra el zarismo
ruso que se basaba en el gobierno bonapartista de París para mantener a
Alemania débil y dividida. Por eso Marx al principio apoyaba a Prusia en su
guerra con Francia, a pesar del hecho de que la victoria prusiana tendría el
efecto de fortalecer a Bismarck ―al menos durante un tiempo― .
Esta explicación general no agota la cuestión de la
actitud marxista hacia la guerra. Es necesario abordar la cuestión nacional
siempre desde un punto de vista de clase. Incluso cuando una lucha nacional
concreta tiene un contenido progresista, siempre es necesario para el
proletariado mantener su independencia de clase de la burguesía. En el curso de
la guerra Marx cambió su postura. Una vez derrocado Luis Bonaparte (octubre de
1870) y declarada la república en Francia, el carácter de la guerra en Prusia
cambió de una guerra de liberación nacional a una campaña agresiva dirigida
contra el pueblo francés. Dejó de tener un carácter progresista y Marx la
denunció. La toma de la Alsacia-Lorraine por Prusia fue también un acto
reaccionario injustificable por el carácter progresista de la unidad Alemana.
Sólo servía para fomentar los odios nacionales entre Francia y Alemania y
preparaba el terreno para la carnicería imperialista de 1914-18.
La derrota del ejército francés llevó
inmediatamente a la revolución en Francia y al glorioso episodio de la Comuna
de París. Marx avisó a los trabajadores de París para que esperaran, pero una
vez el proletariado entró en acción no dudaron en defender la Comuna de parís.
En este momento se transformó la naturaleza de la guerra. La cuestión nacional
para Marx siempre estuvo subordinada a la lucha de clases (la "cuestión
obrera"). Lo correcto de esta postura quedó claro con la conducta de la
clase dominante en cada guerra. No importa lo grande que sean los antagonismos
nacionales entre la clase dominante de los estados contendientes, siempre se
unirán para derrotar a los trabajadores. En esa ocasión los generales prusianos
se apartaron mientras que sus enemigos, las reaccionarias fuerzas de Versalles
atacaban París y mataban a los Comuneros.
Marx y la cuestión irlandesa
Al igual que en Polonia la postura de Marx sobre
Irlanda también estaba determinada por consideraciones revolucionarias.
Naturalmente que simpatizaba con el oprimido pueblo irlandés, pero al mismo
tiempo Marx siempre criticó implacablemente a los dirigentes nacionalistas
pequeño burgueses. Desde el principio, Marx y Engels explicaron que la
liberación nacional de Irlanda estaba unida a la cuestión de la emancipación
social, en particular a una solución revolucionaria al problema de la tierra.
Este análisis guarda mucha relación no sólo con Irlanda sino con la lucha de
liberación nacional en general.
En una carta a Eduard Bernstein fechada el 26 de
junio de 1882, Engels señalaba que el movimiento irlandés constaba de dos
tendencias: el movimiento radical agrario que estalló en la acción directa
espontánea del campesinado y encontraba su expresión política en la democracia
revolucionaria, y "la oposición liberal nacional a la burguesía
urbana". Esto es aplicable al movimiento campesino en todos los períodos.
Sólo puede tener éxito en la medida que encuentre una dirección en los centros
urbanos. En las condiciones modernas, eso significa que o es la burguesía o es
el proletariado. Pero la burguesía ha demostrado en toda la historia su
incapacidad para resolver cualquiera de los problemas fundamentales planteados
en la revolución democrático burguesa ―incluido el problema de la independencia
nacional― . Irlanda es el ejemplo clásico de esto.
El eje central de la posición de Marx y Engels era la
perspectiva de una federación voluntaria de Irlanda, Inglaterra, Escocia y Gales.
Y esta perspectiva siempre estuvo unida a la perspectiva de que los
trabajadores tomaran el poder. Esto a su vez, exigía la defensa incondicional
de la unidad de la clase obrera. Engels escribía en enero de 1848:
"El pueblo irlandés debe luchar vigorosamente, y asociarse estrechamente con la clase obrera inglesa y los Cartistas, para ganar los seis puntos de la Carta del Pueblo ―parlamento anual, sufragio universal (...) salario de los parlamentarios y la formación de distritos electorales― . Sólo después de estos seis puntos y ya a partir de ahí serán los representantes del pueblo, es decir, la Nación. Como decía Robespierre: ‘en los estados aristocráticos la palabra patria [nación] no tiene significado excepto para las familias patricias que se han apoderado de la soberanía. Es sólo bajo la democracia cuando el estado es verdaderamente la patria de todos los individuos que lo componen". (Citado por E. H. Carr. La revolución Bolchevique. Vol. 1. pág. 414).
Desde el principio Marx y Engels libraron una lucha
implacable contra los nacionalistas liberales de la clase media irlandesa como
Daniel O’Connell, a quien denunciaron como un charlatán y un traidor del pueblo
irlandés. Después dieron un apoyo crítico, por una vez, a los Fenianos pequeño
burgueses. En ese momento fue correcto, ya que todavía no existía en Irlanda el
movimiento obrero, hasta los primeros años del siglo XX la sociedad irlandesa
fue una sociedad fundamentalmente agraria. Pero Marx y Engels nunca actuaron
como vitoreadores de los Fenianos sino adoptaron una posición de clase
independiente. Criticaron severamente las tácticas aventureras de los Fenianos,
sus tendencias terroristas, su estrechez de miras nacionalista y su negativa a
aceptar la necesidad de unidad con el movimiento obrero inglés. A pesar de que
los Fenianos eran el ala mas avanzada del movimiento democrático revolucionario
irlandés, incluso llegaban a mostrar inclinaciones socialistas, Marx y Engels
no depositaron ninguna ilusión en ellos. El 29 de noviembre de 1867 Engels escribía
a Marx:
"En cuanto a los Fenianos estás en lo correcto. La brutalidad inglesa no nos debe hacer olvidar que los dirigentes de esta secta son en su mayor parte asnos y en parte explotadores y no debemos de ninguna forma hacernos responsables de las estupideces que ocurren en cada conspiración.".
Pronto quedó demostrado que Engels estaba en lo
cierto. Dos semanas después, el 13 de diciembre de 1867, un grupo de Fenianos
puso una bomba en la Prisión Clerkenwell en Londres en un intento infructuoso
de liberar a sus compañeros encarcelados. La explosión destruyó varias casas
vecinas e hirió a 120 personas. Como era de prever el incidente desató una
oleada antiirlandesa entre la población. Al día siguiente Marx escribía
indignado a Engels:
"La última hazaña de los fenianos en Clerkenwell es una estupidez monumental. Las masas de Londres, que habían demostrado gran simpatía hacia Irlanda, se irritarán ahora y serán arrojadas a los brazos del partido gubernamental. No se puede esperar que los proletarios de Londres se dejen hacer volar por los aires para mayor gloria de los emisarios fenianos.". (Correspondencia Marx-Engels. Barcelona. Grijalbo. 1976. Pág. 406)
Pocos días después, el 19 de diciembre Engels
respondía lo siguiente: "La estupidez de Clerkenwell fue claramente
obra de unos fanáticos miopes; lo malo de todos los complots es que conducen a
semejantes estupideces, porque "hay que hacer algo, hay que emprender
algo". Particularmente en América se habló mucho de explosiones e
incendios, y ahora unos asnos cometen semejantes absurdos. Además, estos
caníbales son en su mayoría unos cobardes tremendos, como el Sr. Allen, quien,
al parecer, ha tenido tiempo de convertirse en testigo de la acusación. Fuera
de todo esto, ¿qué idea es ésa de liberar Irlanda incendiando las sastrerías de
Londres?". (Ibíd. Pág. 408)
Si Marx y Engels escribían en estos términos sobre
los Fenianos cabe imaginar que habrían dicho hoy de las tácticas terroristas
del IRA en los últimos treinta años, que comparadas con la "atrocidad de Clerkenwell"
esta última era un simple juego de niños. La característica más reaccionaria
del terrorismo individual, es que no debilita al estado burgués, lo fortalece,
y sirve para dividir a la clase obrera y debilitarla frente a los explotadores.
Por supuesto Marx y Engels defendían a los
prisioneros fenianos frente a los malos tratos del estado inglés. Siempre
defendieron el derecho del pueblo irlandés a decidir su propio destino. Pero lo
hicieron desde un punto de vista socialista nunca nacionalista. Como
revolucionarios y defensores del internacionalismo proletario, Marx y Engels
siempre subrayaron el vínculo entre el destino de Irlanda y la perspectiva de
la revolución proletaria en Inglaterra. En las décadas de los cuarenta y
cincuenta, Marx creía que Irlanda podría conseguir la independencia sólo con la
victoria de la clase obrera inglesa. Después en la década de los años sesenta
cambió su parecer y pensaba que lo más probable era que una victoria en Irlanda
fuera la chispa que encendiera la revolución en Inglaterra. Incluso una lectura
muy superficial de los escritos de Marx sobre la cuestión irlandesa demuestra
que su defensa de la independencia irlandesa después de 1860, estaba
determinada exclusivamente por los intereses generales de la revolución proletaria,
sobre todo en Inglaterra, para Marx el país clave del éxito de la revolución
mundial. En una comunicación confidencial a los miembros del Consejo General,
escrito en marzo de 1870 Marx explica así su postura:
"Aunque con toda probabilidad la iniciativa revolucionaria vendrá de Francia, sólo Inglaterra puede servir de palanca para una revolución económica seria. Es el único país donde hay menos campesinos y donde la propiedad de la tierra está concentrada en menos manos. Es el único país donde la forma capitalista ―el trabajo combinado a gran escala bajo control capitalista― abarca prácticamente toda la producción. Es el único país donde la gran mayoría de la población está formada por trabajadores asalariados. Es el único país donde la lucha de clases y la organización de la clase obrera en sindicatos, ha adquirido mayor grado de madurez y universalidad. Es el único país donde debido a su dominio del mercado mundial, cada revolución en materia económica afectará inmediatamente a todo el mundo. Si el capitalismo y el sistema de arrendamiento de tierra son ejemplos clásicos en Inglaterra, por otro lado las condiciones materiales para su destrucción están ya más maduras". (Actas del Consejo General de la Primera Internacional. 1868-70. En la edición inglesa).
Desde este punto de vista, la cuestión nacional
irlandesa era sólo parte de un dibujo más amplio de la perspectiva de la
revolución socialista mundial. Es imposible comprender fuera de este contexto,
la actitud de Marx sobre Irlanda. La razón por la que Marx era partidario de la
independencia irlandesa después de 1860, era que había llegado a la conclusión
de que los intereses de los terratenientes ingleses, su base más importante
estaba en Irlanda, se podrían derrotar más fácilmente con un movimiento
revolucionario, basado en el campesinado irlandés y en el que la reivindicación
de la autodeterminación nacional estuviera indisolublemente unida a una
solución radical de la cuestión de la tierra. En el mismo memorando, Marx
explicaba:
"Si Inglaterra es el baluarte del arrendamiento y el capitalismo europeo, el único punto donde se puede golpear con fuerza a Inglaterra es Irlanda.
En primer lugar, Irlanda es el baluarte del sistema de arrendamiento inglés. Si este cae en Irlanda caería en Inglaterra. En Irlanda es cien veces más fácil ya que la lucha económica está concentrada exclusivamente en la propiedad de la tierra, además esta lucha al mismo tiempo tiene un carácter nacional, el pueblo es más revolucionario y está más furioso que en Inglaterra. El arrendamiento en Irlanda se mantiene solamente gracias al ejército inglés. Una vez acabe la unión forzosa entre los dos paises, estallará inmediatamente una revolución social en Irlanda. Los terratenientes ingleses no sólo perderían una gran fuente de riqueza, también su mayor fuerza mora que está representada por el dominio de Inglaterra sobre Irlanda.
En segundo lugar, la burguesía inglesa no sólo explotaba la pobreza irlandesa para controlar a la clase obrera en Inglaterra con la inmigración obligatoria de los pobres irlandeses, también divide al proletariado en dos campos hostiles. El fuego revolucionario del trabajador celta no congenia muy bien con la naturaleza del trabajador anglosajón, sólido pero lento. Al contrario, en todas las grandes centros industriales en Inglaterra existe un profundo antagonismo entre el proletariado irlandés y el inglés. El trabajador medio inglés odia al trabajador irlandés porque le ve como un competidor que reduce los salarios y el nivel de vida. Siente antipatía nacional y religiosa por él. Es algo similar a cómo consideran los pobres blancos de los estados del sur de América a los esclavos negros. Este antagonismo entre el proletariado de Inglaterra está nutrido y apoyado por la burguesía. Sabe que en la división está el verdadero secreto de mantener su poder". (Ibíd..).
Y como concluye Marx: "Las resoluciones del
Consejo General sobre la amnistía irlandesa sirven sólo como introducción a
otras resoluciones que confirmarán que, aparte de la justicia internacional,
esa es una condición previa para la emancipación de la clase obrera inglesa y
para transformar la actual unión forzosa (la esclavización de Irlanda) en una
confederación libre e igualitaria, si es posible, y si fuera necesario la
total separación". (Ibíd.).
Observemos con que cuidado Marx elige las palabras,
y como expresa escrupulosamente la postura proletaria sobre la cuestión
nacional. En primer lugar la cuestión irlandesa no se puede ver aislada de la
perspectiva de la revolución socialista mundial, de la que era una parte
integral. Más concretamente, había que verla como el punto de partida de la
revolución socialista en Inglaterra. ¿Y después?. Marx no da por sentado que la
lucha de liberación nacional en Irlanda necesariamente termina en la separación
de Gran Bretaña. El dice que hay dos posibilidades: o una "confederación
libre e igualitaria" ―lo que él consideraba preferible
("si posible")―, o la "separación total", lo que el
consideraba posible no quiere decir que fuera el resultado mas deseado. Cual de
las dos variantes triunfaría dependía sobre todo, de la conducta y actitud del
proletariado inglés y la perspectiva de una revolución socialista triunfante en
la propia Inglaterra.
Las ideas de Marx siempre fueron la revolución y el
internacionalismo proletario. Esto, y sólo esto, era lo que determinaba su
actitud sobre la cuestión irlandesa, y en cada una de las distintas
manifestaciones del problema nacional. Para Marx y Engels, la "cuestión
obrera" siempre fue central. Nunca se les ocurrió reducir su
propaganda y agitación sobre la cuestión irlandesa a una consigna simple como
"¡tropas fuera!", o actuar como asesores no retribuidos de los
nacionalistas. Al contrario libraron una dura batalla contra la perjudicial
demagogia de la burguesía y los nacionalistas pequeño burgueses irlandeses, y
por la unidad revolucionaria de la clase obrera irlandesa y la inglesa.
La historia ha demostrado que Marx y Engels siempre
estuvieron en lo correcto en su apreciación de la burguesía y los nacionalistas
pequeño burgueses en Irlanda. En 1922 la burguesía nacionalista irlandesa
traicionó la lucha de liberación nacional al llegar a un acuerdo para dividir
el Norte y el Sur del país. Incluso después los pequeñoburgueses nacionalistas
han demostrado su total incapacidad de resolver el "problema de la
frontera". La táctica del terrorismo individual, tan criticada por Marx y
Engels, ha demostrado ser contraproductiva e impotente. Después de 30 años de
"lucha armada" en Irlanda del Norte, la unificación de Irlanda está
más lejos que antes. La única forma de resolver la cuestión nacional en Irlanda
es con una política de clase, socialista e internacionalista ―la política de
Marx, Lenin y ese gran revolucionario y mártir proletario, James Connolly― .
Sólo la clase obrera puede resolver el problema de
la unidad con un programa de clase y dirigir una lucha implacable contra la
burguesía en Londres y Dublín. La condición previa para el éxito es la unidad
de la clase obrera. Esto nunca se podrá conseguir en líneas nacionalistas. El
nacionalismo pequeñoburgués ha hecho un daño inenarrable a la causa de la
unidad de los trabajadores en Irlanda del Norte. Las heridas persisten y hay
que curarlas. Pero sólo se puede hacer rompiendo con el nacionalismo y adoptando
una política de clase, recuperando el espíritu de las ideas de Larkin y
Connolly. La cuestión nacional en Irlanda o se resuelve con la
transformación socialista de la sociedad, o nunca se resolverá.
La Segunda Internacional
En 1889 se crea la Internacional Socialista, a
diferencia de la Primera Internacional, la Segunda estaba formada por
organizaciones de masas, sindicatos y partidos socialdemócratas. La desgracia
de la Segunda Internacional fue nacer en un período de prolongado auge capitalista.
En el período de 1870 a 1900 la producción mundial de petróleo aumentó en dos
veces y media. Los ferrocarriles se expandieron dos veces y media. Alemania y
EEUU comenzaban a desafiar la hegemonía de Gran Bretaña. Existía una lucha
feroz que empezó a dividir el mundo en esperas de influencia y colonias. El
rápido crecimiento de la industria al mismo tiempo suponía un crecimiento
paralelo de la clase obrera y sus organizaciones en los países capitalistas
desarrollados. En los últimos treinta años del siglo XIX la clase obrera en
EEUU y Rusia se triplicó. En Gran Bretaña entre 1876 y 1900 la afiliación
sindical se cuadruplicó. En Alemania la militancia sindical pasó de decenas de
miles a millones. Al mismo tiempo que crecía su militancia, también aumentaban
los votos y la influencia de masas de los Partidos Socialdemócratas.
Pero desde el principio, aunque en teoría defendían
el marxismo, la nueva internacional carecía de la claridad teórica que
garantizaba la presencia de Marx y Engels. Un ejemplo de esto fue su actitud
sobre la cuestión nacional. La Segunda Internacional no comprendía este tema, y
recibió un trato poco satisfactorio en su congreso. En 1896 el congreso de
Londres de la Internacional aprobó la siguiente resolución:
"El Congreso se declara a favor de la plena autonomía de todas las nacionalidades y su simpatía con los trabajadores de cualquier país que en la actualidad sufran el yugo militar, nacional u otros despotismos; y pide a los trabajadores de todos estos países que sigan la línea, junto con los trabajadores conscientes del mundo, sw organizar el derrocamiento del capitalismo internacional y la creación de una democracia social e internacional". (Citado por E. H. Carr. La Revolución Bolchevique. Vol. 1. Pág. 423).
Sin embargo la postura de la Segunda Internacional
sobre la cuestión nacional era ambigua y vaga. La izquierda solía defender una
posición anti colonialista, pero también había quienes estaban dispuestos a
justificar el colonialismo alegando una "misión civilizadora". En los
debates sobre la cuestión nacional en el congreso de Ámsterdam de 1904, el
delegado holandés, Van Kol, defendía el colonialismo. Presentó una resolución
en la que decía:
"Las nuevas necesidades que se nos plantearán después de la victoria de la clase obrera y su emancipación económica, será la posesión de las colonias necesarias, incluso bajo el futuro sistema socialista de gobierno". Y preguntaba al congreso: "¿Debemos abandonar a la mitad del planeta al capricho de los pueblos que aún en su infancia, que dejan la enorme riqueza del subsuelo desarrollado y las partes más fértiles de nuestro planeta sin cultivar?". (La lucha de Lenin por un partido revolucionario. Pág. 5. En la edición inglesa).
El congreso dio la bienvenida entusiasta a Dadabhai
Naoroji, fundador y presidente del Congreso Nacional Indio, pero en su
resolución sobre la India, mientras pedía el auto gobierno, especificaba que la
India debía seguir bajo soberanía británica. Ni aprobaba ni rechazaba las
opiniones de Van Kol. En el debate sobre la inmigración, se presentó una
resolución racista por parte del americano Hillquit y fue apoyada por los
austriacos y holandeses. Pero originó tales protestas que al final tuvieron que
retirarla. Pero el simple hecho de que una resolución como esa se presentara en
un congreso de la Internacional era un síntoma de la presión de las ideas
nacionalistas y burguesas en los partidos socialistas.
La Revolución Rusa de 1905 fue un impulso poderoso
para la revolución colonial, inspiró a las masas para actuar en defensa de sus
aspiraciones nacionales en Persia, Turquía, Egipto y la India. Sirvió para
ahondar la diferencias en las filas de la Internacional Socialista con relación
a la cuestión nacional y colonial. En el Congreso de Stuttgart de 1907, donde
Lenin y Rosa Luxemburgo presentaron sus famosas enmiendas sobre la guerra, se
dio una dura lucha sobre la cuestión nacional, entre los izquierdistas (en
realidad centristas) representados por Lebedour y la derecha, encabezada por el
revisionista, Eduard Bernstein. Los delegados holandeses, típicos imperialistas
pequeño burgueses, una vez más fueron los portavoces del colonialismo. La
Izquierda era una minoría. En el curso de un acalorado debate Bernstein hizo
los siguientes comentarios:
"Debemos huir de la noción utópica de abandonar sin más las colonias. Las consecuencias últimas de esta opinión sería devolver a Estados Unidos las Indias (tumulto). Las colonias están allí, debemos adaptarnos a eso. Los socialistas deberían también reconocer la necesidad de que los pueblos civilizados actúen como los guardianes de los incivilizados. (Ibíd.. Pág. 10).
El delegado polaco, Karski (Julián Marchlewski),
respondería de la siguiente forma a los argumentos sobre el papel
"civilizador" del colonialismo:
"David ha defendido el derecho de una nación a ejercer tutelaje sobre otra. Los polacos conocemos el significado real de este tutelaje, tanto el zar ruso como el gobierno prusiano han actuado como nuestros guardianes ("¡Muy bien!").... David cita a Marx para apoyar su posición de que toda nación debe pasar por el capitalismo. Lo que Marx dijo era que los países que ya habían comenzado el desarrollo capitalista deberían continuar el proceso hasta el final. Pero nunca dijo que esta fuera una condición previa absoluta para todas las naciones...
Los socialistas comprendemos que hay otras civilizaciones además de la Europa capitalista. No tenemos ningún fundamento para creer que nuestra denominada civilización, se impondrá sobre los pueblos asiáticos y sobre su antigua civilización. ("¡Bravo!"). David piensa que las colonias se hundirían en el barbarismo si las dejamos solas. En el caso de la India eso parece poco probable. Más bien tengo la impresión que la India independiente continuaría beneficiándose la influencia de la civilización europea en su futuro desarrollo y evolucionaría así hasta conseguir su máximo potencial." (Ibíd.. Pág. 11).
Al final no se pasó a votación la resolución sobre
la India.
Aunque los líderes de la Internacional intentaron
tapar las grietas con todo tipo de diplomacia, el resultado final de esto fue
la catástrofe de agosto de 1914 cuando cada uno de los partidos de la Segunda
Internacional ―con la excepción de los rusos y serbios― traicionaron los
principios del internacionalismo y apoyaron la guerra imperialista. La ausencia
de una política internacionalista y revolucionaria absolutamente expuesta en el
verano de 1914 cuando la Segunda Internacional colapsó en líneas social
chovinistas.
"Autonomía nacional – cultural"
Una variante peculiar de la cuestión nacional en la
Segunda Internacional fue la que plantearon los socialdemócratas austriacos
antes de la Primera Guerra Mundial. Defendían la teoría de la ‘autonomía
nacional – cultural’. En Rusia el Bund judío defendía la misma posición. En la
Conferencia de Brünn de los socialdemócratas austriacos (1899) los eslavos del
sur rechazaron la ‘autonomía nacional – cultural’ defendida por los austriacos.
En su lugar, la Conferencia aprobó la consigna de autonomía territorial,
que aunque insuficiente era mejor. Más tarde bajo la influencia del teórico
centrista Otto Bauer y su compañero Karl Renner (que escribía bajo el
pseudónimo de Rudolf Springer), el partido cambió su posición y adoptó la
‘autonomía nacional - cultural’.
Al rechazar el vínculo entre nación y territorio,
Bauer definía una nación como "un carácter de comunidad familiar".
(Otto Bauer. Due Nationalfrage and die Sozialdemokratie. Viena 1924.
Pág. 2). ¿Pero qué es el carácter nacional?. Bauer lo define como "la
suma total de características que distinguen a las personas de una nacionalidad
de los de otra ―las características complejas y espirituales que
distinguen a una nación de otra―". (Ibíd. Pág. 6) La naturaleza
raída de esta definición es deslumbrante. Es una pura tautología: ¡un carácter
nacional es lo que hace a una nación diferente de la otra!. ¿Qué hace a una
nación diferente de otra?. "El carácter de un pueblo está determinado
exclusivamente por su destino.... Una nación no es nada sino una comunidad de
destino [determinada] por las condiciones en las que las personas producen sus
medios de subsistencia y distribuyen los productos de su trabajo".
(Ibíd. Pág. 24).
Una nación según Bauer, es "el agregado de
personas ligadas a una comunidad de naturaleza por un destino colectivo".
(Ibíd. Pág. 135). Renner la definió como sigue: "Una nación es una
unión de personas que hablan y piensan del mismo modo [eso es] una comunidad
cultural de personas modernas no atada ya a la tierra". (R. Springer.
Das Nationale Problem. Leipzig. Viena. 1902. Pág. 35). Esta forma de abordar la
cuestión nacional no era científica, sino subjetiva y "psicológica"
por no decir mística. Era un intento oportunista e infructuoso de buscar una
solución a la cuestión nacional en el imperio Austro – Húngaro haciendo
concesiones al nacionalismo burgués. Por el contrario, el marxismo aborda la
cuestión nacional desde un punto de vista histórico y económico.
Al contrario que los Bolcheviques, que buscaban una
solución al problema nacional en el derrocamiento revolucionario del zarismo,
los socialdemócratas austriacos trataban la cuestión con el espíritu de las
pequeñas reformas y el gradualismo. Bauer escribía: "Por lo tanto
debemos aceptar primero que la nación austriaca permanecerá en la misma unión
política, en la que coexistan juntos al mismo tiempo y preguntar como las
naciones dentro de esta unión arreglarán sus relaciones entre ellas y el
estado". (Citado por Stalin. La cuestión nacional y el marxismo. Pág.
23).
Una vez roto el vínculo entre nación y territorio,
la reivindicación es la agrupación de las diferentes nacionalidades que viven
en diferentes áreas, en una unión nacional interclasista. Los miembros de los
diferentes grupos nacionales se reunirían en una conferencia y votarían para
decidir a que nacionalidad querían pertenecer, alemanes, checos, húngaros,
polacos, etc., después elegirían su propio Consejo nacional ―un
"parlamento cultural de la nación"― , el estilo de Bauer. De esta
forma los socialdemócratas austriacos intentaban evitar un choque abierto con
el estado Habsburgo y reducían la cuestión nacional a un asunto puramente
lingüístico y cultural. Bauer llegó tan lejos como para afirmar que la
autonomía local de las nacionalidades sería una pasarela al socialismo que
"dividiría a la humanidad comunidades delimitadas nacionalmente" y
"presentarían un dibujo accidentado de uniones nacionales de personas y
empresas".
Esta filosofía está totalmente contraria a la
posición de clase y principios internacionales del marxismo. Representa al
nacionalismo pequeñoburgués con frases "socialistas". Por esta razón
Lenin fue muy mordaz con ella, y en particular era muy hostil con la idea de
escuelas separadas para las diferentes nacionalidades. Sobre esto Lenin
escribía:
"La ‘autonomía cultural – nacional’ significa precisamente el más refinado y, por tanto, el más nocivo nacionalismo, significa la corrupción de los obreros con la consigna de la cultura nacional, la propaganda de la división de la escuela por nacionalidades, idea profundamenta perniciosa e incluso antidemocrática. En una palabra, este programa está en pugna, sin duda alguna, con el internacionalismo del proletariado, respondiendo únicamente a los ideales de los pequeños burgueses nacionalistas". (Lenin. Problemas de política nacional e internacionalismo proletario. Moscú. Progreso. 1981. Pág. 7).
En ninguna otra parte el efecto dañino de esta
teoría pequeño burguesa es más evidente que en el campo educativo. Lenin se
oponía a cualquier situación privilegiada para el lenguaje, en contraposición
con Otto Bauer y la defensa de la "autonomía cultural nacional", se
oponía vehementemente a crear escuelas separadas para los niños de las
diferentes nacionalidades.
"Llevando a la práctica, el plan de autonomía ‘extraterritorial’ (es decir, no ligado al territorio en que vive tal o cual nación) o ‘cultural-nacional’ sólo significaría una cosa: dividir la enseñanza escolar por nacionalidades, es decir, establecer curias nacionales en la enseñanza escolar. Bastará con imaginarse claramente esta verdadera esencia del célebre plan bundista para comprender todo su contenido reaccionario, incluso desde el punto de vista de la democracia, sin hablar ya del punto de vista de la lucha de clase del proletariado por el socialismo". (Lenin. Notas críticas sobre la cuestión nacional. Moscú. Progreso. 1974. Pág. 24).
Aquí vemos la diferencia fundamental entre
leninismo y nacionalismo pequeñoburgués. Los marxistas lucharán contra
cualquier forma de opresión nacional, incluida la lingüística. Es impermisible
que un hombre o mujer sea privado del derecho a hablar en su lengua, a pensar
en ella o a utilizarla en un juzgado o en cualquier otra función oficial. En
general, no hay razones particulares para la existencia de un idioma
"oficial", o cualquier privilegio especial de un idioma sobre otro.
Separar a los niños sobre bases nacionales, lingüísticas o religiosas es
totalmente reaccionario y retrógrado. La segregación de las escuelas jugó un
papel reaccionario en Sudáfrica y EEUU. La separación de niños católicos y protestantes
en Irlanda del Norte en las llamadas escuelas religiosas juega un papel
pernicioso. La religión no tiene lugar en el sistema educativo y debería
eliminarse de él. Si las iglesias desean enseñar sus doctrinas, deben hacerlo
en su tiempo y con su dinero, financiado por su congregación, no por el estado.
Y mientras las escuelas satisfacen las necesidades de diferentes grupos
lingüísticos, y el dinero sea para este objetivo, es totalmente inaceptable
separar a los niños en líneas nacionales o lingüísticas y de esta forma crear
la base para posteriores prejuicios y conflictos.
La hostilidad hacia los franceses entre la
población flamenca en Bélgica es el producto de generaciones de discriminación
de la lengua flamenca y la imposición del francés. Sin embargo, existen en esta
cuestión todo tipo de contracorrientes. En Sudáfrica la enseñanza de las
lenguas nativas en las escuelas (en lugar del inglés) fue una medida de
opresión nacional. Los representantes de las nacionalidades no rusas se
esforzaron por enseñar a sus hijos el ruso. Por ejemplo en las escuelas
religiosas de Armenia, a los niños se les enseñaba en ruso a pesar de no ser
obligatorio. Los Bolcheviques se oponían a la discriminación contra cualquier
lengua, a la asimilación forzosa y la imposición a la fuerza de un idioma y
cultura dominantes. Pero no hay razón para que cualquier idioma tenga el
monopolio. En Suiza no hay uno, sino tres lenguas oficiales. Ahora con la
tecnología moderna, no existen motivos par que las personas no puedan recibir una
educación y comunicarse en un parlamento o en un juzgado en el lenguaje que
elijan. Pero lo que es inaceptable es la introducción del veneno religioso y
nacionalista en las escuelas.
"Los marxistas, estimado socialnacionalista, tienen un programa escolar general, que reclama, por ejemplo, una escuela absolutamente laica. Desde el punto de vista de los marxistas, en un Estado democrático no es admisible, nunca y en ningún caso, apartarse de este programa general (la población local es la que determina las materias "locales", los idiomas, etc., que han de completar ese programa). En cambio, el principio de "retirar de la incumbencia del Estado" la enseñanza escolar para entregarla a las naciones significa que nosotros los obreros, permitimos que las "Naciones" de nuestro estado democrático gasten el dinero del pueblo ¡en escuelas clericales!. ¡Sin él mismo darse cuenta, el señor Libman ha puesto en evidencia el carácter reaccionario de la "autonomía cultural – nacional"!". (Lenin. Notas críticas sobre la cuestión nacional. Moscú. Progreso. 1974. Pág. 31)
En este y en cada uno de los aspectos de la
cuestión nacional, mientras combatían resueltamente todas las
manifestaciones de opresión y discriminación sin excepción. Los marxistas
tenían una posición de clase. En Bélgica donde los nacionalistas flamencos y
balones tan intento ―por desgracia con cierto éxito― dividir la sociedad belga
y el movimiento obrero en líneas nacionales utilizando la cuestión del idioma,
los marxistas plantearon reivindicaciones transicionales con relación al
idioma. Por ejemplo si un empresario obligaba a un trabajador a aprender
flamenco o francés, ellos exigían que se les enseñase dentro de su horario
laboral sin reducción salarial y bajo el control de las organizaciones obreras
y es más tendrían derecho a recibir una paga extra por aprender nueva
cualificación.
Vemos como Lenin siempre insistió en la necesidad
de abordar la cuestión nacional estrictamente desde un punto de vista de clase.
"La consigna de la democracia obrera", escribía Lenin, "no es la ’cultura nacional’, sino la cultura internacional de la democracia y el movimiento obrero mundial (...) El programa nacional de la democracia obrera exige: ningún privilegio para cualquier nación o idioma; solución absolutamente libre y democrática del problema de la autodeterminación política de las naciones, es decir, de su separación como Estado; promulgación de una ley general para todo el país, declarando ilegal y sin efecto toda medida (de los zemstvos, municipios urbanos, comunidades, etc.,) que establezca cualquier privilegio para una de las naciones y menoscabe la igualdad de derechos de las naciones o los derechos de una minoría nacional; cualquier ciudadano del Estado tiene derecho a exigir la revocación de tal medida por anticonstitucional y que se castigue como delincuentes a cuantos traten de llevara a la práctica.". (Ibíd.. Pág. 8)
La naturaleza divisoria de la "autonomía
cultura y nacional" demostró sus efectos perniciosos en la unidad de los
trabajadores en Austria. Después del Congreso de Wimberg, el Partido
Socialdemócrata Austriaco comenzó a dividirse en partidos nacionales. En lugar
de un partido de trabajadores unido en el que estuvieran representadas todas
las nacionalidades, se formaron seis partidos separados ―alemán, checo, polaco,
rutenio, italiano y yugoslavo― . Esto estimuló la extensión del sentimiento
chovinista y los antagonismos nacionales en el movimiento obrero, con
resultados negativos: el Partido Checo no quería hacer nada con el Alemán,
etcétera.
Como siempre ocurre, las llamadas políticas
prácticas del reformas consiguieron resultados contrarios a los que pretendían.
Adoptaron el programa de la autonomía cultural - nacional para evitar la
ruptura del imperio Austro – Húngaro, pero ocurrió precisamente lo contrario.
El derrocamiento de los Habsburgo podría haber llevado a una revolución
proletaria, como ocurrió en febrero en Rusia. Pero el fracaso de la clase
obrera en tomar el poder llevó directamente a la desintegración de Austro –
Hungría en líneas nacionales, mientras que la política de Lenin del derecho de
las naciones a la autodeterminación tuvo el efecto de unir a los trabajadores y
campesinos de las naciones más oprimidas, y crear las condiciones para una
federación soviética. Esto no es separatismo, era la posición del Bolchevismo.
Brillantemente vindicada después de 1917.