29/12/13

De ‘la economía moral’ a ‘la economía política popular’: la fructífera intuición de Edward P. Thompson

Marcha de las mujeres en Versalles
durante la Revolución Francesa. 1789
Florence Gauthier  |   El artículo realiza un recorrido por la historia de la libertad tratando de superar los presupuestos de la economía política clásica por medio del concepto de la economía política popular, muy inspirado en la idea de Thompson de la economía moral de la multitud. Con el fin de cuestionar la versión “marxista/estalinista” de la Revolución Francesa, según la cual ésta era el preámbulo necesario de la Revolución Rusa, por un lado, y, por otro lado, para cuestionar la versión neoliberal según la cual la Revolución francesa anticipaba todas las revoluciones llamadas “marxistas” y las políticas sociales del siglo XX y que podía considerarse como “la matriz de los totalitarismos”, el artículo propone realizar un rápido inventario de la historia de la libertad de comercio de cereales y sus críticos antes y durante la Revolución francesa, desde el punto de vista de los derechos del hombre y del ciudadano.

En el conjunto de la notable obra del historiador Edward Palmer Thompson, The moral economy of the English crowd in the eighteenth century, publicado en 1971, ocupa un lugar singular (Thompson, 1971).
En él, su autor dedicaba una severa crítica a la historiografía de su época, que ya no veía al pueblo llano como un agente de la historia en los períodos anteriores a la Revolución Francesa, o sea, ¡en la quasi totalidad de la historia humana! Subrayaba además la sorprendente distancia que existía entonces entre la sutileza de los trabajos de los antropólogos, que permitían saberlo todo “respecto de la delicada trama de normas sociales e intercambios recíprocos que regulan la vida de los trobiandeses”, y el tosco reduccionismo de aquella historiografía, a la que él llamó “de escuela espasmódica”, para la cual el “minero inglés del siglo XVIII se golpea el estómago con la mano como por espasmos y responde a estímulos económicos elementales” (Thompson, 1971: p. 33).

Florence Gauthier
Una de las tomas de partido de dicha escuela espasmódica era ocuparse sólo de la llamada economía clásica, induciendo que fuera de ella ¡no hay pensamiento económico! Ahora bien, E.P. Thompson ilumina esa “economía moral” expresada por el pueblo llano, en la Inglaterra del siglo XVIII, que conlleva en sí misma una concepción de las relaciones sociales, de la política y del derecho, restituyéndole así su lugar de actor en la historia: ¡lo cual fue, en efecto, un giro historiográfico!  March Bloch había alumbrado como propio de la época medieval, el carácter de la lucha que enfrentaba a señorío y comunidad de aldeanos en términos muy esclarecedores:
“A ojos del historiador que no tiene más que anotar y explicar las relaciones de los fenómenos, la revuelta agraria aparece tan inseparable del régimen señorial como, por ejemplo, de la gran empresa capitalista la huelga” (Bloch, 1964, p. 175).
La aportación de E.P. Thomson podría precisarse prolongando la de M. Bloch, y así lo propongo:
“A ojos del historiador que no tiene más que anotar y explicar las relaciones de los fenómenos, la revuelta frumentaria aparece tan inseparable de la ilimitada libertad de comercio de los productos de primera necesidad como, por ejemplo, del régimen señorial, la revuelta agraria o incluso de la gran empresa capitalista, la huelga. Y la época moderna ha visto cómo estas tres formas acumulan sus efectos”.
Entre los trabajos de historiadores que lo habían ayudado a formular sus propios puntos de vista, Thompson precisa los de George Rudé, dedicados a la Guerra de las harinas de 1775 y a su reanudación durante la Revolución Francesa, que condujo a repensar la definición de los derechos del hombre y del ciudadano y la política económica en 1792-1794 (Rude, 1956, 1961, 1964; Rose, 1956-1957, 1959). La publicación de la noción de “economía moral popular” en 1971 despertó verdaderamente las mentalidades, abrió un debate en profundidad que dura todavía y que arrojó una nueva luz sobre trabajos más antiguos, como por ejemplo los de Jean Meuvret1, pero también, y esto era de esperar, reavivó las polémicas, en particular entre los partidarios de la “evidencia” de las leyes naturales de la economía, definida como liberal. En Francia, una parte de esos debates cobró una agudeza particular con el legado del gran historiador Albert Mathiez, contestado por los historiadores “marxistas” de los años 1930. Mathiez había afirmado su independencia intelectual consagrándose a la historia de la Revolución Francesa a principios del siglo XX y fundado la Société des Études Robespierristes y su revista Annales Historiques de la Révolution Française. Gran erudito y trabajador poderoso, amplió el conocimiento de la historia política de la Revolución. Luego, al descubrir la política económica y social de La Montaña, no dudó en absoluto de que aquella Revolución fue obra del pueblo de los campos y de las ciudades, que procuraba establecer una República democrática y social, apoyándose sobre su propia cultura derivada del derecho consuetudinario medieval, que alimentó las resistencias antifeudales y luego en el siglo XVIII respondió a la ofensiva de los “economistas”.

En 1917, Albert Mathiez estaba entusiasmado con la Revolución rusa y se adhirió, desde su creación en 1920, al Partido comunista francés. Sin embargo, preocupado por la injerencia del Partido soviético en la vida del Partido francés, Mathiez lo dejó en… ¡1922! Aún con todo, mantuvo sus relaciones con los historiadores soviéticos, que estuvieron en Francia, y les publicó en su revista, lo que no le impidió criticar lo que le pareció un nuevo dogmatismo. Durante los procesos de 1930, Mathiez salió en defensa del historiador Eugenio Tarlé y protestó contra la ejecución de 48 intelectuales soviéticos. “En la Rusia de Stalin –escribió en 1931– no hay ya lugar para una ciencia independiente, para una ciencia libre y desinteresada, para una ciencia sin más. La historia, especialmente, ya no es más que una rama de la propaganda” (Mathiez, 1931: p. 156)2. En la Unión Soviética, los historiadores que no veían a Mathiez como un adversario, fueron atacados por los defensores de ¡“la versión correcta de la historia”! (Kondratieva, 1989). Así fue como el “jacobinismo” se convirtió en un adversario de la “revolución proletaria” y como la Revolución francesa se transformó en una “pequeña cosa burguesa”. ¡Y así fue también cómo las declaraciones de los derechos del hombre y del ciudadano, el derecho constitucional, las instituciones republicanas se convirtieron en preocupaciones “burguesas” y en “libertades formales”! Mathiez murió en 1932 y su propia revista pasó a manos de George Lefebvre, quien se adhirió a las tesis de los historiadores de la época “marxista-leninista”.

Con George Lefebvre, la Revolución Francesa acabó siendo “burguesa” y el pueblo “retrógrado”. Lefebvre dedicó sus investigaciones al movimiento campesino en el Departamento del Norte y puso de relieve la presencia
“de una revolución campesina que posee una autonomía propia en cuanto a sus orígenes, sus procedimientos, sus crisis y sus tendencias. Pero autónoma sobre todo por sus tendencias anticapitalistas y es sobre ese punto en particular sobre el que insistiré [...]. Dichos campesinos deseaban que cada uno de ellos pudiera obtener una parte de los bienes nacionales gratuitamente, mediante una cuota o cuando menos a un módico precio. Y, sobre todo, se sentían profundamente ligados a los derechos colectivos y a la reglamentación, es decir, a un modo económico y social precapitalista, no solamente por costumbre, sino también porque la transformación capitalista de la agricultura empeoraba sus condiciones de existencia. Descubriríamos muchas más simpatías por el capitalismo emergente entre las filas de los privilegiados, que entre la masa campesina” (Lefebvre, 1933: p. 342).
Albert Soboul, uno de los alumnos de Lefebvre, a quien sucedió en la dirección de la Société des Études Robespierristes, realizó también una investigación de gran amplitud sobre el movimiento popular parisino, descubriendo a su vez la autonomía de esa sansculotterie, creadora de un democracia comunal viva, que inventó nuevas formas de vida económica y política y reivindicó su propia concepción de los derechos del hombre y del ciudadano centrada en el derecho a la existencia (Soboul, 1958/1968). Pero aún así, Soboul, tras Lefebvre, quiso encajar su descubrimiento en el esquema de interpretación “marxista estalinista”: la Revolución Francesa tenía que ser “burguesa” y el movimiento popular “retrógrado”, ¡porque era anticapitalista! Dicha interpretación se basaba en una concepción de la historia que hacía del “capitalismo” una etapa necesaria para, un día, ver el “socialismo” y el “comunismo”. La comprensión de la historia de la Revolución Francesa entraba así en un callejón sin salida.

Considero que es importante decir que hay en la obra de Georges Lefebvre y Albert Soboul una contradicción sorprendente e inquietante a la vez: sacaban a la luz, gracias a joyas de erudición que proveen de una vertiente absolutamente apasionante a sus investigaciones, la capacidad de pensar y de actuar del movimiento popular, campesino y urbano, y les devuelven su papel de actores de la historia, pero al mismo tiempo les arrebatan toda legitimidad “histórica” con esa interpretación, por lo demás contradictoria e insostenible, al declararlos “revolucionarios sobre el plano político, pero retrógrados sobre el plano económico”. En tanto que alumna de Soboul, puedo decir que él era consciente y yo creo que lo sufría. A sus alumnos nos permitía discutir con él sobre ello, lo cual debe apuntarse en su honor, pero él siempre se mantuvo firme.

En 1998, publiqué, junto a Guy Rober Ikni, un libro homenaje a “La economía moral de la multitud” de E. P. Thompson, sobre el tema de la Guerra del trigo en el siglo XVIII (Gauthier e Ikni, éd., 1988)4 y las críticas populares y eruditas a distintas experiencias en torno a la libertad de comercio de cereales, desarrolladas antes y durante la Revolución. Nos sentíamos felices de ofrecer la primera traducción en francés del texto de Thompson, a la vez que sorprendidos de que el texto no se hubiera traducido ya. La noción de “economía moral popular” nos había ayudado en serio a Ikini y a mí misma a clarificar nuestras propias reflexiones sobre lo que entendíamos como una suerte de colusión entre las versiones “liberal” y “marxista-estalinista”, las cuales rechazaban ambas finalmente que el pueblo hubiera sido un actor constructivo de la historia y reinterpretaban la Revolución Francesa como “burguesa”. En la “Introducción” a La Guerre du blé au XVIII siècle, habíamos subrayado dicha colusión en estos términos:
“Los neoliberales de hoy en día se nutren plenamente de ese reparto de la Historia y comulgan con la versión estalinista en el economicismo, la concepción del progreso y el mito del desarrollo” (Gauthier, F. e Ikni, G. R. 1988, p. 11).
No se puede ignorar el hecho de que dicha colusión estuvo particularmente bien representada, en Francia, en la persona de François Furet, que pasó del Partido Comunista al neoliberalismo, y que se había tomado en serio la versión, que conocía bien, de la “revolución burguesa”, la cual no tuvo ningún inconveniente en transformar en “revolución de las élites” liberales. Anotábamos además que Furet compartía, con algunos neoliberales, la tesis según la cual, en su fase democrática, designada con el ambiguo término de “jacobinismo”, la Revolución Francesa venía a ser la “matriz de todos los totalitarismos del siglo XX” (Furet, 1979: p. 13-32). Por su parte, el muy serio neoliberal Florin Aftalion reducía el derecho a la libertad al derecho a la propiedad exclusiva de los fisiócratas ¡y caracterizaba como “totalitaria” la defensa de los derechos a la existencia, al trabajo, a la asistencia y a la educación! (Aftalion, 1987, p. 174, 248).

Las versiones “marxista/estalinista” y neoliberal añadían a su materialismo económico común, una visión de la historia construida a partir de sus prejuicios respectivos respecto del “fin” de la historia. Según la primera, la Revolución rusa informaba a posteriori la Revolución francesa y le daba su sentido de preámbulo necesario; según la segunda, es la Revolución francesa la que informaba todas las revoluciones llamadas “marxistas” y las políticas sociales del siglo XX, como “matriz del o de los totalitarismos”. ¡Dicha colusión de las dos interpretaciones encerró el bicentenario de la Revolución francesa en un doble callejón sin salida!

¿Dónde estamos en 2013, en un momento en el que se puede pensar que la crisis de las subprimes ha acarreado el hundimiento de la doctrina neoliberal y sus partidarios? Propongo un rápido inventario de la historia de la libertad de comercio de cereales y sus críticos antes y durante la Revolución francesa, desde el punto de vista del hombre y del ciudadano.



De «l’économie morale» à «l’économie politique populaire»: l’intuition fructueuse d’Edward P. Thompson


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