12/11/13

Marx y Engels ante las tensiones del ocaso de la modernidad

 “Todos los que empiezan imaginando un Engels vulgarizador y desnaturalizador del pensamiento de Marx terminan inevitablemente encontrando demasiado ‘engelsianas’ muchas afirmaciones del mismo Marx.” —  Sebastiano Timpanaro

Karl Marx & Friedrich Engels
✆ Cássio Loredano
Sergio de Zubiría Samper  |  Tal vez no existan unas condiciones más favorables para leer o releer las obras de Marx y Engels que el estado de ánimo configurado en la última década de cierre del pasado milenio. Afirmación que a primera vista podría parecer paradójica, a pocos años del colapso de los regímenes socialistas de Europa del Este. Podríamos aludir, para empezar, algunas de estas condiciones que consideramos propicias para la relectura, sin la intención de agotar su riqueza, complejidad y problematicidad.

En primer lugar, se hace necesario constatar la posibilidad de despojar sus obras de la condición de ideología justificadora del denominado "socialismo real" que, como señala J. Muguerza, en muchos ámbitos tenía más de real que de socialismo y su virtual nexo con los atropellos de los derechos humanos en los regímenes burocráticos o de Estado-Partido. Ya que la contención y congelamiento de los conflictos sociales y humanos no pertenecen al sentido de la teoría marxista como filosofía de la praxis. Hoy es posible diferenciar las tesis teóricas de Marx y Engels, de su condición de ideología justificadora del "socialismo real". También diferenciar diversos marxismos, presentes tanto en sus fundadores como en los desarrollos posteriores.

En segundo lugar, el rechazo a su obligado estatuto de “ciencia” tanto en manos del estalinismo como de algunos estructuralismos occidentales y todas las secuelas dogmáticas que esto conllevó. Tanto la intromisión acrítica de un concepto positivista de ciencia, como la pretensión de convertir al marxismo en la supuesta tematización y solución de todos los problemas humanos. Situación que hace recordar a Ernest Mandel que esos problemas para la tradición marxista son tan sólo seis, aunque de invaluable importancia para la condición humana: suprimir a escala mundial el hambre, la miseria y la falta de bienes necesarios para la supervivencia; sustituir la economía monetaria por unas relaciones sociales basadas en la satisfacción integral de las necesidades; hacer innecesaria la guerra y la utilización permanente de la violencia para la resolución de los conflictos humanos; eliminar cualquier forma de explotación, opresión, sometimiento y enajenación; abolir la división de la sociedad en clases, el enriquecimiento exclusivamente individual y la consecuente escisión en Estados nacionales hostiles entre sí, logrando un sistema de solidaridad y cooperación universal; asegurar a todo niño, mujer y hombre, las premisas sociales para la realización de sus potencialidades.

En tercer lugar, la importante vivencia de la catástrofe de todo ese conjunto de “manuales” para la divulgación de la teoría marxista, que con una aparente función pedagógica velaban una intención simplificadora, el desprecio latente de los lectores, el desconocimiento de las fuentes y el afán por legitimar un orden social injusto e irracional. Catástrofe que restablece con fuerza la necesidad de una lectura de sus textos, directa, autónoma y sin ninguna clase de “dirigismos”; una comprensión mediada por la vida y la crítica.

En cuarto lugar, la actitud dudosa ante lecturas que pretendan unilateralizar un exclusivo componente de la realidad, tal como hacen el “economicismo”, “sociologismo”, “practicismo” o la prioridad de la “infraestructura”, las cuales desconocen su interés antireduccionista, capaz de una comprensión compleja de los fenómenos humanos. La conciencia de que los textos de Marx y Engels son una obra en construcción que contienen contradicciones, ambigüedades y lagunas; así como acentos, matices y diferendos entre estos dos autores. La confirmación de que la insistente aseveración de Marx de que “no era marxista”, implica que sus obras y los marxismos son compresibles sólo en plural, porque el unanimismo es la negación de sus entrañas más profundas.

Quinto: el progresivo decantamiento de la noticia del colapso de los regímenes burocratizados de Europa Oriental que, en términos de Alfonso Sastre “es una buena noticia: hay que volver a empezar”, en tanto anuncio, no significa la bancarrota ni el adiós definitivo a las teorías marxistas. Muestra de ello es la importante producción teórica en los últimos años de lecturas reconstructivas, deconstructivas y hermenéuticas del pensamiento marxista.

En sexto lugar, los aportes que continúa haciendo la teoría marxista a la explicación y comprensión de la fase actual de la acumulación capitalista y las pretensiones hegemónicas de la globalización neoliberal. La situación contemporánea del capitalismo no puede ser comprendida, en algunas de sus manifestaciones, sin el recurso obligado a categorías e interpretaciones marxistas. Tal vez por esta razón Marshall Berman llega a afirmar que la “apologética capitalista de Adam Ferguson a Milton Friedman, resulta notablemente pálida y carente de vida”, porque aquellos que celebran el capitalismo a veces ni lo comprenden ni lo explican; les asusta e incómoda su fuerza y creatividad.