Claudio
Katz [1] | La economía argentina transita por un
peligroso desfiladero de alta inflación, demanda de dólares, desplome de
reservas y déficit fiscal solventado con emisión. Estos desequilibrios despiertan
recuerdos de las repetidas debacles que sufrió el país, pero hasta ahora el
nivel de endeudamiento privado, el grado de solvencia de los bancos y los
precios de las exportaciones se mantienen estabilizados. Incluso están llegando
fondos internacionales para adquirir empresas, en un clima de euforia bursátil
con los grandes negocios de los próximos años.
Esta disparidad de
escenarios convive con el giro político que introdujo la derrota electoral del
kircherismo. El ocaso del proyecto reeleccionista ha reducido la autoridad
presidencial y varios gobernadores e intendentes se disputan la sucesión.
Cristina optó por un cambio de gabinete, entregó la
cabeza de Moreno y le
otorgó mando al cacique justicialista Capitanich para timonear la llegada al
2015. El gobierno se
propone aguantar durante dos años las agudas tensiones de la economía para
traspasarle el ajuste a su sucesor.
Pero el establishment no acepta ese gradualismo.
Exige una gran devaluación inmediata, severos recortes del
gasto social y un brutal achatamiento de los salarios. Plantea estas exigencias
con mensajes de advertencia para que “Cristina termine bien su mandato”. El
termómetro de esta pulseada es el comportamiento de las reservas. Al ritmo
actual de desplome la estrategia del gobierno no es viable.
Los
poderosos temen la respuesta popular. Saben por experiencia que la acción
masiva de los trabajadores puede doblegar cualquier variante de atropello. El
importante avance logrado por una parte de la izquierda en las últimas
elecciones incorpora, además, un nuevo elemento a esa resistencia. Ese sector
tendrá un inédito espacio para actuar en el parlamento, las legislaturas
provinciales y los medios de comunicación.
El nuevo contexto
involucra también a otras vertientes radicalizadas que participan en los
sindicatos y movimientos sociales, en un momento de viraje en la conciencia
popular. Hay gran receptividad para propuestas de toda la izquierda. Pero estos
planteos requieren un acertado diagnóstico de la situación económica y una
batería de argumentos contra las justificaciones derechistas u oficiales del
ajuste.
¿POR QUÉ FALTAN DÓLARES?
La corrida hacia el
dólar es la arista más explosiva de la coyuntura actual. En dos años la
cotización oficial de la divisa saltó de 4 a 6 pesos y ya supera los 10 en el
mercado paralelo. El gobierno ha intentado contrarrestar esta demanda vendiendo
reservas, pero generó una hemorragia que reduce peligrosamente el respaldo de
los pesos en circulación. Durante el 2013 año se esfumaron 11.000 millones de dólares
del Banco Central y los 32.000 millones restantes sólo cubren cinco meses de
importaciones.
Los
exportadores retienen las ventas a la espera de un tipo de cambio más elevado y
el desesperado blanqueo que lanzó el gobierno para atraer capitales de
cualquier origen, no dio ningún resultado. Los acaudalados mantienen sus
fortunas en el exterior, aguardando mayores concesiones para mover su dinero.
Esta presión por una mega-devaluación acentúa los temores de la clase media y
el consiguiente acaparamiento de divisas, en un país con gran tenencia de
billetes norteamericanos (1300 por persona frente a 6 en Brasil).
Kicillof ha negado un incremento drástico del tipo de
cambio. Se propone acelerar el ritmo
actual de mini-devaluaciones (30% anual), dejando abierta la posibilidad de un
desdoblamiento. En un escenario turbulento esa medida consolidaría la drástica
desvalorización del peso. Ya existe de hecho un menú de precios diferenciados
del dólar que tiende a converger hacia arriba, como ocurría en los años 70 u
80.
Los neoliberales atribuyen este descalabro a la
instauración del “cepo”. Consideran que el despótico intervencionismo
gubernamental desató la “reacción natural de los mercados”[2].
Pero olvidan que el control sobre las divisas fue instaurado en forma defensiva, repitiendo
la reacción que tuvieron incontables gobiernos, para detener presiones
devaluatorias que siempre desembocaron en mayor inflación y recesión. Como
Argentina no fabrica los dólares que utiliza para solventar sus compras
externas, necesita algún tipo de regulación cuando las divisas comienzan a
escasear.
Ese manejo no introduce
sofocantes torturas (“cepo”), sino simples contrapesos del “mercado libre” que
manejan los bancos y los exportadores. No viola las leyes de la naturaleza, ni
vulnera los principios de una economía sana. Ha fallado desde el 2011 por la
evidente incapacidad del gobierno para aplicarlo seriamente. El control fue
introducido en forma tardía y es manejado con total arbitrariedad.
En lugar de
penalizar a los especuladores, los funcionarios toleran la apropiación bancaria
de los dólares y luego se desesperan por la desaparición de esos billetes. Un
solo dato ilustra esta actitud: entre julio del 2007 y octubre del 2011 se
permitió el libre giro al exterior de 80.000 millones de dólares por pagos de
deudas y remisión de utilidades.
Esa
aceptación explica también el enorme despilfarro de dólares con el turismo
durante el último año. El gobierno avaló este derroche para congraciarse con
una clase media que igualmente le da la espalda. Pero se ha llegado a un límite
infranqueable. La economía necesita urgentemente divisas para cubrir dos
desbalances de gran porte: el déficit energético y el rojo comercial de la
industria. El primer bache aumenta a un ritmo explosivo y el segundo crece más
rápido que el nivel de actividad.
DEL DESENDUDAMIEMTO AL
REENDEUDAMIENTO
Para buscar las
ansiadas divisas el gobierno busca retomar el endeudamiento externo. Lorenzino
fue confirmado en el nuevo equipo ministerial como gestor de esos créditos en
Europa. Lo que nadie transparenta son los pesados compromisos que asumirá el
país.
Estas obligaciones llegarán con la decisión oficial de pagar las sentencias que emitió el tribunal del
Banco Mundial (CIADI), a favor de cinco empresas afectadas por la pesificación
que sucedió a la convertibilidad. Al aceptar esas demandas se habilitan los
reclamos de otras 30 compañías litigantes y las peticiones de los viejos
acreedores del Club de Paris (9600 millones).
El sometimiento al
CIADI fue acompañado por la tercera reapertura del canje, que el Parlamento
aprobó para ofrecer un nuevo acuerdo a los fondos buitres. Estos financistas
adquirieron por moneditas las acreencias argentinas desvalorizadas y ahora
demandan su pago integro en los tribunales de Nueva York. Los jueces de esa
jurisdicción avalaron el reclamo y emitieron un ultimátum de pago.
Cristina se negó
varias veces a convalidar esa estafa, pero últimamente acepta el chantaje. El
Fondo Gramercy -especializado en amansar fortunas mediante la adquisición y
reventa de pasivos pendientes de cobro- está tramitando el convenio. Ya
intermedió en la reapertura del segundo canje, utilizando información
privilegiada que le habría suministrado Boudou. Busca un acuerdo con la
intención de convertirse en el agente financiero del país cuando Argentina
“retorne a los mercados internacionales”.
Por el simple arreglo de estos litigios
pendientes, la deuda externa aumentará un 20% (de 198.000 a 237.500 millones de dólares). Además, retornaría la custodia del FMI sobre
las finanzas argentinas. El Club de Paris ha condicionado cualquier convenio a
esa auditoría y el gobierno ya dio el primer paso, al aceptar la supervisión
del Fondo en la elaboración un nuevo índice de precios.
El país tiene
técnicos altamente capacitados para recomponer el INDEC y no necesita auxilios
de Washington. En lugar de transparentar las estadísticas, el FMI actuará como
lobista de los bancos, para inducir índices que favorezcan el cobro de bonos
indexados por CER o los pagos por cupón de crecimiento del PBI.
El
giro hacia el re-endeudamiento también incluye gratificaciones a los grupos
locales. Los bonos ofrecidos a los exportadores de cereales por 1000 millones
de dólares se suscribirían cerrando los ojos ante viejas denuncias de fraude
fiscal. Un privilegio semejante tendrían las empresas petroleras eximidas de
pagar el impuesto al cheque. Ambos sectores podrían liquidar las divisas a un
tipo de cambio más próximo a la cotización del dólar paralelo.
Es
evidente que el re-endeudamiento en marcha choca con el proclamado
des-endeudamiento de la última década. Pero el gobierno ya tiene mucha
experiencia en la improvisación de justificaciones. Elogiaba la presencia de REPSOL antes de nacionalizarla
y convocaba a poner un traje a raya a los evasores antes de disponer el
blanqueo.
Ahora
buscan créditos externos luego de varios años de cancelación suicida de deuda.
Han exhibido como un gran logro ese traspaso de fondos a los acreedores y
presentaron el consiguiente desplome de las reservas como un acto de “soberanía
financiera”.
Los
oficialistas afirman que a partir del canje los pasivos totales del estado
declinaron de 166% al 45% del PBI (2003-2012)[3]. Pero olvidan mencionar el dramático costo
social previo que tuvo ese recorte y restringen la comparación al peor momento
de la crisis. Ocultan el sostenido incremento posterior de la deuda, que ha
elevado el pasivo total a 200.000 millones de dólares.
Los economistas K
también silencian las elevadísimas tasas que ofrecen los nuevos bonos del estado
y los increíbles pagos que legó el ponderado canje. Sólo el famoso “cupón-PBI”
obliga a desembolsar 3000 millones de dólares adicionales, cada vez que el
crecimiento supera el 3,2% anual. Los optimistas dibujos que hizo el INDEC del
nivel de actividad tienen esa paradójica consecuencia.
En los hechos, el
estado se financia con los fondos sustraídos del Banco Central y del ANSES.
Como este último organismo acumula un 60% de su activo en títulos públicos,
nunca tiene plata para pagar lo que demandan los jubilados. Tampoco salda la
deuda contraída con 500.000 retirados por la sub-liquidación de haberes. La
Corte exigió esa cancelación pero el gobierno la desconoce, argumentando que
necesita el dinero para “proteger los ahorros del sistema”. En nombre de ese resguardo,
la mayoría de los ancianos no cobrará en vida lo que les corresponde.
DÉFICIT POR AUSENCIA DE
REFORMA FISCAL
Como cierta solvencia de las cuentas
públicas es la condición de cualquier pedido de crédito, el re-endeudamiento
vendrá acompañado de un ajuste fiscal. El superávit primario se extinguió hace
rato y el déficit se aproxima al 3% del PBI.
El gobierno
ensayará una reducción moderada de este bache hasta el fin de su mandato. El
presupuesto dibujado que aprobó Parlamente le asegura el control del ejercicio,
pero no la financiación del agujero fiscal. Logró prorrogar la emergencia
económica y la recaudación de impuestos no coparticipables, pero es inocultable
el deterioro de las cuentas públicas.
Este desbalance
afecta duramente a las provincias, que ya destinan la mitad de sus presupuestos
al pago de salarios. Afrontan una continuado des-financiamiento como
consecuencia de la tajada perdida en la coparticipación federal. Ese ingreso se
redujo del 50,6% (1993) al 32,7% (2011) del total. Cuando el Ejecutivo
cuestiona la ineficiencia de los gobernadores, oculta la catarata de gastos sin
financiación genuina que impera en su administración.
Kicillof
intentará algunos recortes para calmar las presiones del establishment. Seguramente
retomará el programa de la “sintonía fina” que Cristina abandonó luego de la
tragedia de Once. Este plan incluye podas en los subsidios al transporte y la
energía que encarecerán los servicios.
Los funcionarios presentarán el
incremento de las tarifas como una penalidad limitada a los sectores
enriquecidos. Pero el corte de subsidios para esas minorías ya empezó y no
alcanza para equilibrar las cuentas del estado. Afirmarán que el ajuste es
equitativo, puesto que excluye a los beneficiarios de planes sociales. ¿Pero
acaso el grueso de la población trabajadora constituye un sector privilegiado?
Los voceros oficiales se indignan
con el alto costo de una garrafa en comparación a los servicios corrientes de
gas y denuncian las altas tarifas vigentes en el interior frente a la zona
metropolitana. Pero podrían resolver esa inequidad abaratando el primer tipo de
precios. Con toda naturalidad suponen que el problema se corrige ajustando
hacia arriba. Utilizan el mismo argumento de los neoliberales contra la
gratuidad de la universidad pública “que no está poblada por pobres”. Con esos
razonamientos, cualquier logro social es descalificado recordando las carencias
de los más humildes.
Otra justificación
oficial resaltará el peligro de un padecimiento mayor. Afirmará que el aumento
de tarifas es inferior a lo exigido por la derecha. Es la misma retórica que
se utiliza para denunciar la
mega-devaluación que exige el PRO (40%), ocultando las mini-devaluaciones en
curso (30%).
Por
su parte los neoliberales cuestionarán de palabra cualquier ajuste que haga el
kirchnerismo. Ya protestan contra la “inaudita presión fiscal” y exigen un
fuerte recorte del gasto. El oficialismo responde señalando la dificultad para
achicar los costos del asistencialismo.
Pero ambos
silencian la ausencia de la reforma impositiva progresiva que tantas veces se
prometió y nunca se implementó. Esa carencia explica la falta de recursos que
afronta el fisco. El estado ha incrementado su presencia económica sin
modificar la estructura de recaudación de los 90.
Por eso hay más
impuestos pagados por el grueso de la población. El IVA continúa ubicado por
encima de dos dígitos, mientras que los barrios cerrados y las grandes
extensiones rurales de la provincia de Buenos Aires tributan muy poco. El
propio gobierno quiebra periódicamente la disciplina fiscal con blanqueos, que
justifica con los mismos argumentos de excepción utilizados por todos sus
antecesores.
LAS CAUSAS DE LA INFLACIÓN
Es evidente que la
inflación es el problema más acuciante de la economía. Ya se acumulan seis años
con promedios que superan ampliamente la media global o latinoamericana. La
aceleración de los últimos meses tiende a situarla por encima del 25% y a
diferencia del 2008-09 los incrementos no decaen en las coyunturas recesivas.
El mamarracho del
INDEC terminó afectando la gestión cotidiana de las empresas, que necesitan
estadísticas creíbles para evaluar la inversión y la rentabilidad. Los
funcionarios que reemplazan a Moreno han optado por reconocer las “variaciones
de precios”, pero sin esclarecer cual es la tasa de inflación reinante.
Con otro lenguaje y
otros modales, el nuevo equipo económico seguirá intentado limitar la carestía,
mediante acuerdos de precios con las grandes empresas. Estos convenios
fracasaban al principio y ni siquiera llegaron a implementarse últimamente. El
convenio reciente con los supermercados fue una ficción. Debía abarcar todos
los bienes, pero se redujo a 500 marcas inferiores y terminó en un festival de
remarcaciones. Los únicos ganadores fueron las grandes cadenas que han demolido
al pequeño comercio y ya controlan el 50% de las ventas minoristas.
Kicillof
ha sugerido que extenderá las negociaciones a una evaluación de toda “la cadena
de valor”. Pero esta acción requeriría por lo menos cierta disposición a
aplicar las sanciones previstas por la ley de abastecimiento. Y este
endurecimiento no sería compatible con el giro “amigable hacia los negocios”
que se está ensayando. Mientras se define el nuevo esquema las empresas
remarcan a toda velocidad.
Algunos
economistas del oficialismo reconocen la gravedad de la inflación, pero también
resaltan la existencia de mecanismos de compensación salarial, que preservan el
poder de compra. Olvidan que ese paliativo es posterior e insuficiente, como lo
demuestra la actual exigencia sindical de un aguinaldo adicional y
complementario de la reapertura de las paritarias. Los trabajadores informales
han quedado muy desprotegidos, frente a una escala de precios que encarece la canasta
alimenticia básica por encima de la asignación universal.
Al presentar la
inflación como un resultado de la “puja distributiva”, los economistas K
suponen que su impacto final es neutro para los trabajadores agremiados. Pero
omiten que los empresarios y los asalariados no participan en igualdad de
condiciones en esa disputa. Los capitalistas aumentan primero los precios y los
trabajadores deben atenuar posteriormente ese impacto.
Esta inequidad se
reforzará con la tendencia a inducir un techo de los salarios en torno al 20%,
en la negociación de un Pacto Social. Estas conversaciones ya han comenzado con
la burocracia sindical e implican instaurar una “política antiinflacionaria” a
costa de los salarios.
En esas tratativas se
oculta la responsabilidad prioritaria de los capitalistas, que remarcan para
asegurar beneficios. El estado interviene en la regulación de los precios, pero
no en su formación. Al difundir la creencia que “Moreno fijó discrecionalmente”
esas valuaciones, los medios de comunicación oscurecen quiénes han sido los
artífices de la carestía.
Los capitalistas
recurren a la inflación cuando enfrentan obstrucciones a la generación
corriente del lucro. Estos obstáculos reaparecen periódicamente en la economía
argentina bajo distintas modalidades. El reducido nivel de inversión frente a
una demanda recompuesta determinó inicialmente la actual oleada inflacionaria.
La recuperación del nivel de actividad y el consumo no fue seguida desde el
2007 por la correspondiente renovación de la maquinaria.
Ese cuello de botella se reforzó con el manejo
concentrado de numerosos sectores. Un reciente estudio sobre el comportamiento
de los principales grupos industriales, ilustra cómo la remarcación permitió
mantener la rentabilidad con baja inversión, una vez disipada la capacidad
ociosa[4].
Este retrato de la
“inflación por oligopolio” ha sido objetada por los intérpretes de de la
carestía por “puja distributiva”. Argumentan que en otros países la misma
concentración del capital no se traduce en inflación[5].
Pero tampoco la disputa social por el ingreso genera allí el mismo incremento
de los precios. En otras economías desequilibrios equivalentes desembocan en
otro tipo de tensiones, porque el recurso inflacionario no está tan incorporado
al manejo de los negocios. Por simple experiencia los capitalistas argentinos
apelan a la remarcación como primer reaseguro de sus ganancias.
Los
rebrotes inflacionarios obedecen, además, a la preeminencia de una estructura
exportadora de alimentos, que encarece el consumo local al compás de la
valorización internacional. Para contrarrestar este efecto se instalaron hace
décadas las cuestionadas retenciones. Cuando el país vendía trigo y carne el
impacto de esa “inflación por exportaciones” era muy visible. En la actualidad
rige el mismo efecto a través de la apreciación de la soja, que opera como
referencia de rentabilidad mínima para cualquier otra actividad agropecuaria.
La
inflación se intensificó adicionalmente en los últimos dos años por la decisión
oficial de sostener el consumo a través de una intensa emisión. Este ritmo de
creación de moneda quedó divorciado del respaldo en divisas y del volumen
requerido para la producción. Por esta razón se acentuó la depreciación del
peso. Los bancos receptan grandes masas de dinero que convierten en créditos, utilizados
por la población para proteger sus ingresos multiplicando compras.
Los
neoliberales despotrican contra esta emisión para culpabilizar al gobierno,
oscureciendo la responsabilidad primaria de los capitalistas. Promueven un
corte abrupto del abastecimiento monetario que deprimiría la economía. También
aquí, Cristina busca una salida intermedia y eyectó del gabinete a una
responsable del empapelamiento reciente (Marcó del Pont) [6].
TRES ETAPAS DEL MODELO
Los desequilibrios en curso tienden a
desacelerar el ritmo de actividad. Este año el crecimiento
del PBI (próximo al 3%) será semejante al resto de la región. Hubo una
recuperación frente al 2012 por la buena cosecha, los precios de la soja, la
venta de autos a Brasil y la expansión del consumo.
Pero todas las
estimaciones para 2014 son más modestas, en un marco de inflación y devaluación
más elevadas. El gobierno ensaya más de lo mismo, esperando que esas variables
no se disparen. Si recurre a un encarecimiento del crédito para evitar ese
descontrol, las perspectivas de estancamiento se afianzarán.
El principal freno
del nivel de actividad proviene de la inversión. La creación de puestos de
trabajo se ha estancado y la tasa de desempleo se mantiene en torno al 7%, en
un marco de alta informalidad laboral. Este contexto se ubica muy lejos de la
depresión del 2001, pero el modelo se ha quedado sin combustible.
Ya quedó atrás el periodo de alto crecimiento, baja inflación y creación de puestos de trabajo (2003-2007).
Tampoco prevalece la fase siguiente de sostenimiento del consumo, motorizado
con la introducción del ingreso universal y la estatización de las AFJP (2008-2010).
El intento más reciente de mantener la demanda a través del control de cambios,
la pesificación y la emisión no ha dado resultado.
La negación de los desequilibrios que propuso
el ensueño del INDEC ya perdió adherentes. Muy pocos se atreven a postular que
la indigencia ha desaparecido y que la pobreza es inferior a Alemania. Pero
varios economistas K todavía suponen
que se atraviesa por un transitorio escollo, al cabo de una “década ganada”. Con
ese elogio eluden indagar quiénes fueron los ganadores y perdedores sociales de
ese período.
Omiten constatar
que los grupos concentrados gozaron de un decenio muy favorable. Las
multinacionales giraron al exterior más utilidades que durante el menemismo y
los agro-exportadores se enriquecieron con la valorización de la tierra. Entre
el 2003 y el 2012 la hectárea en la zona núcleo saltó de 3000 a 16.000 dólares.
Tampoco recuerdan los florecientes balances de los bancos y el acrecentamiento
de las fortunas personales de los poderosos, asociados o enemistados con
Kirchnerismo.
Para
los asalariados formales y el grueso de la clase media la década pasada fue tan
sólo un período de moderada recuperación. El salario formal acompañó a la
inflación, corriendo atrás de los precios, con ingresos promedio de los
ocupados que no llegan a la mitad de la canasta familiar.
Finalmente
para los sectores más sumergidos la década transcurrió con un alto nivel de trabajo
en negro y una magra compensación asistencial. Estas desventuras padecieron el
31% de los hogares con ingresos inferiores a la línea de pobreza. Esta cara del
decenio también se verifica en la continuada expansión de la brecha social en la
educación o la salud.
LAS EXPLICACIONES DEL OFICIALISMO
Muchos kirchneristas suelen atribuir
los desajustes en curso a la crisis mundial. Afirman que el modelo permitió
contrarrestar el temblor global, pero sin neutralizar todos sus efectos. Establecen
comparaciones con Europa y remarcan las virtudes del crecimiento nacional
frente al resto de Sudamérica[7].
Pero la crisis iniciada en el 2008
impactó de forma muy diferente a cada región o país. Basta comparar la
prosperidad de China con el derrumbe de Grecia para notar esas disparidades. El
contraste que se establece entre Argentina y Europa del Sur no tiene sentido,
puesto que nosotros atravesamos en el 2001 lo que ellos padecen en la
actualidad. Los ciclos de prosperidad y depresión global no están
sincronizados.
Ciertamente el divorcio del mercado
financiero internacional y la prioridad asignada al consumo, diferencian al
modelo K de la apertura neoliberal imperante en otros países de Sudamérica.
Pero el impacto de la crisis global ha sido limitado y semejante en ambos
casos, dada la afluencia de divisas común que generó la apreciación de las
exportaciones. Para atribuir los desequilibrios de la economía argentina al
temblor externo hay que olvidarse de los precios récord de la soja. La suma de
ingresos por agro-exportaciones durante la última década superó en cinco veces
al promedio de los 90 y en diez veces la media de los 80.
Los entusiastas del modelo no registran los
límites que alcanzó un esquema exclusivamente asentado en el empuje a la
demanda. Inspirados en la heterodoxia keynesiana supusieron que mediante el
simple aliento del consumo, el capitalismo se deslizaría hacia un círculo
virtuoso.
Pero lo que
funcionó en el 2003-07, perdió consistencia en el 2008-2010 y se ha tornado
inviable desde el 2011. Un sistema económico basado en el lucro no se asienta
sólo en la demanda. Requiere altas ganancias que no emergen automáticamente de
la expansión de las ventas. El empuje del consumo incrementa los beneficios en
ciertas coyunturas, pero obstruye la rentabilidad en otras circunstancias.
Los heterodoxos
suelen cometer una ingenuidad simétrica al imaginario neoclásico, al esperar
grandes expansiones de la oferta productiva por el mero repunte de la demanda.
Suponen una reacción inviablemente positiva de los empresarios frente a esa
mejora, olvidando la gravitación de otras variables como el riesgo o la rentabilidad.
Como idealizan al capitalismo no pueden percibir las contradicciones de este
sistema.
Por eso apuestan a
una nueva auto-corrección del modelo renovando la demanda. En los últimos dos
años este aliento ha requerido incentivos inflacionarios, elevado gasto público
y una emisión superior al 30%. Los estímulos de este tipo solo gravitan con
intensidad cuando una depresión deja muchos recursos inutilizados.
La política
anti-cíclica del 2009 generó resultados de corto plazo por la preexistencia de
un gran colchón de fondos públicos y privados. Pero esos recursos se han
disipado y el gobierno juega con fuego, al aceptar un alto nivel de inflación
como dato permanente de la economía.
Kicillof intentará repetir una fórmula ya desgastada. Pero
esta gestión tiene muy poco espacio para adoptar medidas progresistas. La etapa
de nacionalizar las AFJP e YPF quedó atrás y ahora sólo se intentará moderar el
ajuste. Habrá que ver cuánto margen tiene para hacer malabarismos. Si las
reservas siguen cayendo al ritmo de los últimos meses, el gobierno quedará
encañonado entre espada y la pared y afrontará los dilemas de todas las crisis
precedentes.
LAS FANTASÍAS NEOLIBERALES
Los neoliberales despotrican
contra el “estatismo kirchnerista”. Afirman que este gobierno “nos ha hecho
perder las oportunidades que aprovecharon nuestros vecinos”. Pero los elegidos
para esta comparación cambian cada semestre. Como ya se les pasó la euforia con
las privatizaciones de España o Irlanda, ahora elogian a Perú o Chile,
exhibiendo sesgados indicadores de crecimiento o inversión. Nunca hablan de la vulnerabilidad
financiera que afrontan todos los modelos abiertos al ingreso y salida de
capitales especulativos. Tampoco mencionan la dramática primarización que
sufren las economías minero-exportadoras.
La derecha utiliza la
amnesia colectiva para difundir el mito del endeudamiento indoloro. Pondera a
los países que toman crédito internacional, ocultando las gravosas
consecuencias a la hora de cancelar los préstamos. América Latina ha padecido
numerosas coyunturas internacionales de alta liquidez, que concluyeron en
tormentosas crisis de la deuda.
Toda la oposición derechista augura una lluvia de dólares cuando se “recupere la confianza en un
buen gobierno”. No dicen quién se embolsará esas divisas y cuánto costará su
repago. Este ensueño de
divisas a cambio de nada, es muy semejante a la promesa de
erradicar la inflación con un acto de magia, cuando se normalice el INDEC.
Auguran el automático declive de los precios por el simple sinceramiento de las
estadísticas, como si la enfermedad se curara utilizando un buen termómetro.
Estas
divagaciones se parecen también a la promesa de recomponer la solvencia fiscal
erradicando la corrupción. La Alianza difundía la misma creencia durante el
ocaso del menemismo. Intentan crear la ilusión de un saneamiento capitalista de
las cuentas públicas sin recorte del gasto social. Es la forma de encubrir el
ajuste y la mega-devaluación que promueven la UIA, ADEBA y la Mesa del Enlace.
El anti-chavismo es
otro emblema de esa campaña. Presentan a Venezuela como el anticipo del
desastre que padecerá Argentina, si no alcanzan la presidencia en el 2015. Pero
esta confesión de afinidad con los golpistas que sabotean la economía caribeña,
confirma el atropello que preparan contra las conquistas sociales.
Los neoliberales se
proponen extirpar el “populismo económico” y erradicar la perversa “intervención
del estado”[8]. Pero olvidan el intenso estatismo que
caracterizó a todos los gobiernos pro-mercado. El gasto público nunca se redujo
significativamente bajo esas administraciones. También ellos utilizaron los
recursos estatales para subsidiar a los empresarios afines.
En el espectro derechista
impera una nítida división del trabajo. Los economistas proclaman la necesidad
del ajuste que ocultan los políticos[9].
Ningún sucesor potencial de Cristina pregona cirugías del gasto social,
despidos de empleados públicos o enfriamientos de la economía. Deben disimular
hasta el 2015. Pero culpabilizando al empleado estatal y presentando al
receptor de un plan social como un parásito ya comienzan a crear el clima
propicio para nuevas agresiones contra el pueblo.
RESUMEN
La derrota del
oficialismo y las exigencias capitalistas acentúan los desequilibrios de la
economía. El precio del dólar se disparó por la ineficacia del control de
cambios y no por el “cepo”. Al pagar sentencias del CIADI, reabrir el canje y
confeccionar índices junto al FMI se retoma un endeudamiento innecesario. Este
giro irrumpe luego de cancelar pasivos con reservas y desfinanciar al ANSES.
El ajuste fiscal
del gobierno es una variante atenuada del gran recorte que exigen los
neoliberales. Se renunció a la reforma impositiva progresiva y ahora se
presenta la baratura del transporte o el gas como un privilegio.
La inflación ya no
deriva sólo de bajas inversiones, encarecimiento de exportaciones y acciones de
los oligopolios. Se acentuó con la emisión. Como los acuerdos de precios con
las empresas han fallado, ahora se intenta imponer un techo salarial.
Los principales
ganadores de la década pasada fueron los grupos concentrados. Pero el periodo de
alto crecimiento y creación de empleo quedó atrás. La desaceleración del nivel de actividad no se
explica por la crisis mundial. El continuado empuje de la demanda ha chocado con
exigencias de rentabilidad, que dejan poco espacio para medidas progresistas.
La derecha no
piensa recomponer la solvencia fiscal erradicando la corrupción. Con un gran
despliegue de anti-chavismo prepara atropellos contra las conquistas sociales.
En el nuevo escenario crecen las posibilidades de protagonismo de la izquierda.
Notas
[1] Economista, Investigador, Profesor. Miembro del EDI (Economistas de Izquierda). Su página web es: www.lahaine.org/katz
[2] Esta postura difunden economistas ortodoxos de gran predicamento mediático como: Melconian Carlos, “Faltan dólares, sobran pesos... Y seguiremos así”, La Nación, 4-8-2013. Ferreres Orlando, “Cómo salir del camino de la decadencia”, La Nación, 5-7-2013.
[3] Heller Carlos, “La deuda en un debate”, www.lanacion.com.ar, 30/09/2013.
Notas
[1] Economista, Investigador, Profesor. Miembro del EDI (Economistas de Izquierda). Su página web es: www.lahaine.org/katz
[2] Esta postura difunden economistas ortodoxos de gran predicamento mediático como: Melconian Carlos, “Faltan dólares, sobran pesos... Y seguiremos así”, La Nación, 4-8-2013. Ferreres Orlando, “Cómo salir del camino de la decadencia”, La Nación, 5-7-2013.
[3] Heller Carlos, “La deuda en un debate”, www.lanacion.com.ar, 30/09/2013.
[4] Schorr Martín, Manzanelli Pablo, “Inflación oligopólica”, www.pagina12.com.ar, 24-3-2013
[5] Crespo Eduardo, Fiorito Alejandro, “Es la puja distributiva”, www.pagina12.com.ar, 17/03/2013.
[6] Versiones renovadas del recorte monetarista proponen:
Rappoport Luis, “Las piedras del futuro gobierno”, www.lanacion.com.ar, 23/01/2013. Frigerio Rogelio, “La Argentina es el único país donde faltan
dólares” www.eltribuno.info.02/06/2013. Solanet Manuel, “Situación económica”
radioelmundodigital.com 04 de septiembre, 2013.
[7] Felleti
Roberto, “La crisis global y el futuro de la región”, La Nación,
30-6-2013
[8]Cortés Conde Roberto, “Acumular
desequilibrios: la causa de las crisis recurrentes del país”, La Nación,
15-9-2013.
[9]Artana Daniel, “Los mismos desafíos ordenar
las cuentas fiscales y destrabar los controles”, La Nación, 25-11-2013. Dujovne
Nicolás, “Los dilemas de un cambio necesario”, La Nación, 21-11-2013. Scibona
Néstor, “Más dogmatismo a contramano de las expectativas”, La Nación,
19-11-2013.
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