Foto: Ivan Ergić |
Foto: Britney Spears |
Ivan Ergić (Fútbol): “… la ‘industria de la
conciencia’ o lo que Gramsci llamó ‘hegemonía cultural’. La gente
tiene hoy una gran capacidad de autoengaño ya que conscientemente niegan el
concepto de dominación de clase, simulando vivir una vida digna, realzada por
un sinnúmero de comodidades ofrecidas por la llamada cultura popular”
Según
lo que se comenta y no ha sido desmentido por la actriz y cantante Britney
Spears, ésta es marxista, y lo confirman sus últimas declaraciones a The
Daily Mash:
“… mi último video defiende la teoría del valor-trabajo de Karl Marx como producto social e histórico y el carácter fetichista de la propia mercancía que, al margen de su valor de uso, no deja de ser un objeto endemoniado, rico en matices metafísicos y reticencias teológicas”.
La sutil letra de su último single “Work Bitch”
no deja lugar a dudas: “¿Quieres vivir de
lujo? ¿Vivir en una gran mansión? ¿Fiesta en Francia? Es mejor que trabajes
puta. Ahora ponte a trabajar puta. Trabajo, trabajo, trabajo”; es decir,
según aclara famosa cantante de Mississippi: “… la seducción por la mercancía refleja la relación social del trabajo
que la contiene como objeto existente al margen de los productores, objetivada
socialmente e inherente al producto del propio trabajo”.
En el hipermercado mundial de ídolos juveniles no hay lugar
para los críticos o librepensadores. Las niñas prodigio manufacturadas en la
fábrica Disney compiten tras la adolescencia por frívolas poses impostadas, tan
inmaduramente sexualizadas como vacías de contenido. Ni siquiera si las
farmacéuticas inventaran una gragea contra la estulticia y el tedio universal
estas plastificadas divas dejarían de tener millones de seguidores. Pero si la
cantidad de personas prescindibles en este mundo es directamente proporcional a
su proximidad al foco mediático podríamos recordar el caso del futbolista (otra
profesión fetiche) Ivan Ergić, el capitán del F.C. Basilea e internacional
con la selección de Serbia, nacido en el mismo pueblo que Dražen Petrović, otro
futbolista famoso.
Resulta
que Ergić ingresó temporalmente en la Clínica Psiquiátrica Universitaria
de Basilea por depresión en 2004, algo que fue tomado como anatema en el
mundo futbolístico (aunque no sea para tanto, a finales del XIX el mismo Nietzsche era
bien conocido de este tipo de clínicas en Basilea). Un año después, en el programa
“Aeschbacher” de la televisión suiza SRF, el propio Kurt Aeschbacher le
entrevistó. Ergić comentó que fue precisamente el fútbol profesional el
causante de su depresión y que, para superarla, se refugió en la lectura.
Cuando el presentador pensaba que se trataría de la Biblia comprobó que las
lecturas que inspiraron a Ergić eran de Marx. “¿Karl Marx?”, preguntó
sorprendido Aeschbacher; y Ergić, tras hacer una pausa continuó:
“… sí, claro hace ya ciento cincuenta años que Marx mostró las contradicciones del capitalismo y los males que el dinero provoca en el mundo, y en esto el fútbol no es una excepción. Marx escribió que el capitalismo destruiría la naturaleza humana y daría paso a la alienación absoluta y en eso tuvo razón”.
Ivan Ergić se retiró del fútbol el año pasado y colabora con
las revistas “Politika” (la más antigua de serbia) o Tageswoche (suiza); en
sus artículos no existe eso de “los partidos duran noventa minutos” o “si la
pelota no quiere entrar no pasamos del empate a cero” sino que comenta
ideas que se podían aplicar a esta entrada:
“… la teoría crítica de la Escuela de Frankfurt percibe la cultura de masas como algo conformista, mercantil y creada por las élites, pero hay otras escuelas de pensamiento cuya investigación y análisis son más empíricos, y no tan vinculados al pesimismo cultural de Adorno, Horkheimer o Habermas, como los Estudios Culturales en el Reino Unido que llegan a similares conclusiones, encontrando que la llamada clase obrera no es sólo socialmente indolente o pasiva sino que está cegada por la industria de la cultura y sus medios de distribución, que fabrican una cultura de masas con su exceso de imágenes, de emoción, de hedonismo y de ilusión. Es la “industria de la conciencia” o lo que Gramsci llamó “hegemonía cultural”. La gente tiene hoy una gran capacidad de autoengaño ya que conscientemente niegan el concepto de dominación de clase, simulando vivir una vida digna, realzada por un sinnúmero de comodidades ofrecidas por la llamada cultura popular. La libertad se ha convertido en sinónimo de la capacidad de consumir. Es precisamente aquí que la narrativa de clase de Marx exige un addendum existencialista, una filosofía que avance en el principio de autenticidad, con el fin de completar nuestra comprensión del lugar que ocupa el ser humano en el mundo”.