Karl Marx ✆ Pascal Kirchmair |
Luisa Ferrer | En
el conocido texto de Bertolt Brecht sobre los
pececillos y los tiburones, incluido en sus ‘Historias de Almanaque’, se
plantea de un modo irónico el gran problema (aún sin visos de solución a corto
plazo) del Estado, esto es, si la “Ley de la selva” no sigue vigente en las
sociedades y estados modernos de forma más o menos encubierta, y nociones tales
como derecho, justicia y democracia (los auténticos “valores” del sistema) no
son sino meras palabras ocultadoras de una dominación más sutil, pero no
menos salvaje. Si con Aristóteles aceptamos que el hombre es un “animal
político” y con Marx que la conciencia del hombre es de origen social, habrá
que aceptar casi irremisiblemente que las primitivas sociedades humanas
evolucionaron inevitablemente en estados entendidos
éstos como la síntesis de cuatro elementos: 1) la población; 2) el poder
político (las instituciones políticas y sus órganos); 3) el orden jurídico
estatal y 4) el territorio nacional.
Para algunos autores, no es posible hablar propiamente de
Estado hasta la modernidad, es decir, desde la adopción política del término
por Maquiavelo en el siglo XV, pero nosotros vamos a defender que el Estado
nace con entidad propia con la polis griega y la civitas romana
que compartían las características de ser soberanas, poseer gobierno propio,
ejército, moneda, tribunales y
órganos políticos autónomos.
Definimos Estado, entonces, como el cuerpo político de una
nación (o varias) organizada, sometida a un gobierno –corporación a través de
la cual el Estado expresa su voluntad jurídica y administrativa– y a
unas leyes comunes. En un estado pueden coincidir varias naciones y viceversa,
una nación puede pertenecer a varios estados. Entendemos “nación”
etimológicamente como la relación común de origen y nacimiento de un grupo de
hombres destinados a vida común por la unidad de un territorio, origen,
costumbres, tradiciones y lengua, con conciencia de tal comunidad y sometidos,
normalmente, a un mismo gobierno. Mientras que el Estado tiene fundamento
jurídico, la nación no lo tiene.
Acotados los principales términos de nuestra discusión,
procederemos a dar un repaso por los principales hitos filosóficos de la
concepción de Estado.
Desde Locke a Hegel
El período que se estudia pertenece históricamente a la
implantación y desarrollo del régimen de producción burgués, que coincide con
dos revoluciones: una de carácter económico, la revolución industrial iniciada
en Inglaterra, que alumbra las condiciones materiales para el desarrollo de la
producción burguesa (dominio de la máquina en el proceso de trabajo y
planificación con métodos científicos de la explotación de la fuerza de
trabajo), otra de carácter político, la revolución francesa, que alumbra las
condiciones sociales (el parlamentarismo), para el dominio de la burguesía en
el terreno político.
El Estado no se puede entender de una forma rígida y
metafísica, sino como una realidad dialéctica que va adquiriendo su contenido
en el desarrollo histórico, expresándose idealmente en la cabeza de
los diferentes pensadores de la época. El concepto es, en este sentido, el
reflejo de las determinaciones reales, y no al revés, las épocas históricas reflejo
de las ideas, opiniones ilusiones, aspiraciones, etc. de los agentes sociales.
Así, el estado aparece ligado:
Durante el siglo XVI, al interés nacional. Como expresión de
la formación y soberanía de la burguesía dentro de la frontera nacional: es la
necesidad del nuevo Estado, del Estado Nación como reorganización y
centralización del poder frente a la fragmentación del poder político medieval.
Sus máximos exponentes son Maquiavelo y Hobbes.
Durante los siglos XVII y XVIII, al contrato social. Como
expresión del pacto entre las clases sociales emergentes: es la necesidad del
interés general que propugna la burguesía en relación al interés particular que
representa la clase política en declive, la aristocracia. Sus representantes
más importantes son Locke y Hume dentro de la escuela inglesa, Montesquieu y
Rousseau de la escuela francesa, y Kant y Hegel de la escuela alemana.
Los precursores del socialismo moderno
François Nöel Babeuf (1760-1797) nació en Saint Quentin.
Ocupó varios cargos administrativos. Apoyó con entusiasmo la Revolución
francesa y en 1787 fue a París a proponer al gobierno un amplio plan de reforma
fiscal. Al final del periodo del Terror, en la época del Directorio, arremetió
contra la reacción termidoriana; con el pseudónimo de Gracchus Babeuf, publicó
el periódico Tribun du peuple, desde donde atacaba a los enemigos de la
revolución y defendía su programa comunista.
La derrota de los jacobinos y la ejecución de sus jefes
había dejado una numerosa masa de partidarios descontentos que comienzan a
reorganizarse para derribar al nuevo gobierno. La primitiva asociación de
Babeuf, la Unión del Panteón, estaba formada por elementos sociales e
ideológicos diversos, de entre los cuales el pequeño grupo íntimamente asociado
a Babeuf se reorganizó para una conspiración secreta después de que el
Directorio hubiese suprimido la Unión. El grupo de Babeuf, tras laboriosas
negociaciones, se puso de acuerdo con los jefes clandestinos de los jacobinos
que quedaban, para proyectar una sublevación.
La crisis económica que se produjo en Francia después del 9
termidor y de la muerte de Robespierre vino a exasperar a las masa populares y,
muy especialmente, a los "sans-culottes" parisinos, a los obreros y a
los indigentes, oprimidos todos por el recién instaurado Directorio burgués, e
irritados, por otra parte, por el lujo de que hacían gala los especuladores y
los "petimetres". En el apoyo de estas masas se centraban las
esperanzas de éxito de los conspiradores.
La intención de los babounistas era apoderarse del poder con
el pequeño grupo de jefes revolucionarios que habían formado, tras lo cual
establecerían un gobierno revolucionario apoyado por los partidarios,
principalmente obreros, que tenían en las sociedades locales de París. La tarea
principal de la dictadura revolucionaria, así constituida, sería la adopción de
las medidas económicas y sociales necesarias para el establecimiento de la
República de los Iguales.
Los conspiradores fueron traicionados la víspera de la
proyectada revuelta por uno de sus asociados militares, que desde el principio
trabajó como espía del Directorio. Babeuf y otros dirigentes fueron arrestados
y la conspiración quedó abortada.